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Benjamin B. Warfield3
Quisiera comenzar esta exposición entregando una definición de qué es una iglesia confesional -
como lo es nuestra amada Iglesia Presbiteriana de Chile - que nos servirá de base para lo que
buscaremos proponer en el presente texto. No está demás dejar constancia, también, que dicha
definición no tiene ninguna pretensión de incorregibilidad:
Una iglesia confesional es aquella que, partiendo del reconocimiento que sólo la Escritura es la
Palabra infalible de Dios y única regla absoluta de fe y conducta, adopta un documento credal -
debidamente sancionado por las autoridades eclesiásticas correspondientes - como expresión del
sistema de doctrina esencial enseñado en la Escritura y, por lo tanto, como marco hermenéutico
fundamental para la interpretación bíblica y como norma subordinada para la enseñanza, el
gobierno, la disciplina y el ministerio en general de la iglesia.
A partir de esta definición, podemos ya destacar un par de implicaciones a modo de introducción que
creo importante no obviar.
1 El presente texto es una adaptación de la exposición realizada el 21 de mayo de 2019 en las dependencias de
la Segunda Iglesia Presbiteriana de Santiago en el contexto de foros de discusión organizados por el Presbiterio
Centro de la Iglesia Presbiteriana de Chile con el fin de tratar y debatir la práctica de ordenación de mujeres al
presbiterato.
2Conforme citado en: SIMÕES, Ulisses Horta, A subscrição confessional: Necessidade, relevância e extensão,
Belo Horizonte, Efrata, 2002, pp. 74-75. Traducción propia.
3De su respuesta al Dr. Henry J. Van Dyke publicada en la revista Herald and Presbyter del 4 de septiembre de
1889 en: VV. AA. Ought the Confession of Faith to be Revised? p. 62, documento disponible on-line en el sitio
web: https://www.logcollegepress.com/benjamin-breckinridge-warfield-18511921/ consultado el 8 de julio de
2019. Traducción propia.
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La Escritura es la norma normans, algo así como la “norma que norma” ó “norma de normas”,
mientras que un documento credal, en contraste, es norma normata, esto es una “norma normada”.
¿Normada por quién? Por la Biblia, que es la suficiente Palabra de Dios. Es por eso que hablar de las
confesiones como un “complemento” - como si los documentos confesionales tuviesen su origen
fuera de la Escritura y se compusieran para “completarla” en aquello que ella es insuficiente - es no
sólo impreciso, sino erróneo, prácticamente blasfemo. Las confesiones y credos, en realidad, se
desprenden de la Escritura y son el fruto natural de leerla y obedecerla. Afirmar, como muchos suelen
hacerlo hoy en día, “yo no tengo credos, sólo creo en la Biblia”, suena retóricamente impactante y
produce muchos y entusiastas “¡amén!” en una audiencia evangélica promedio, sin embargo es no
sólo iluso, sino también anti-bíblico4 .
Si entendemos que la Biblia es nuestro objeto de fe, esto es que en ella Cristo se nos ha revelado
infaliblemente para que arraiguemos y sustentemos nuestra fe en Él; mientras, por otro lado, las
confesiones son nuestra expresión de fe, mediante la cual la iglesia confiesa que Cristo es su Señor y
Salvador, entonces no debería costarnos mucho reconocer que no hay competencia entre la Escritura
y los credos, sino más bien una relación orgánica: como la de una vid con las uvas de sus pámpanos
o como la de una cabeza con las acciones ejecutadas por su cuerpo.
Una segunda implicación introductoria a destacar es que los credos y confesiones, para ser
documentos de carácter normativo, deben ser sancionados por autoridades debidamente
facultadas para ello, o sea: por concilios eclesiásticos.
Es así, por ejemplo, que el Credo Niceno - fruto del concilio ecuménico de Nicea del año 325 - tiene
autoridad sobre la cristiandad universal, pero no así el “Civitas Dei” ó “De Trinitate” de Agustín de
Hipona, del mismo siglo IV. Los presbiterianos específicamente, por nuestra parte, solemos tener en
gran estima a las “Instituciones de la Religión Cristiana" de Juan Calvino ó a la “Teología Sistemática”
de Charles Hodge, pero estos valiosos documentos teológicos no tienen el carácter normativo que
para nuestras iglesias tiene la Confesión de Fe de Westminster, sancionada y compuesta por un
concilio eclesiástico reformado entre los años 1643 y 1647.
Es imprescindible que los concilios que se reúnen para sancionar asuntos doctrinales específicos
sean lo más representativos posible de una iglesia, ya que las definiciones doctrinales tienen carácter
legislativo. En una Iglesia Presbiteriana el consejo más alto es el que debe legislar; en el caso de
nuestra Iglesia Presbiteriana de Chile, actualmente, es al Sínodo a quien corresponde dicha
atribución.
Ahora bien, siguiendo en la misma línea de lo recién dicho, si hablamos no sólo de definir asuntos
específicos de interpretación doctrinal, sino de elaborar o componer un documento confesional es
más que deseable que se reúna para ello un concilio lo más representativo posible de la cristiandad
universal5 ó, en su defecto, de la cristiandad protestante universal, ó, al menos, de la cristiandad
4 Por esta, y otras ideas expuestas más adelante reconozco mi deuda hacia el libro: TRUEMAN, Carl R. The
Creedal Imperative, Wheaton, Crossway Books, 2012, el cual fue de gran ayuda en la elaboración del presente
texto.
5 Cito este primer caso ideal sólo a modo de establecer teóricamente el principio, ya que me parece altamente
improbable que esto pudiera darse después de los Concilios de Trento.
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reformada universal, ya que así se buscaría evitar que dicha confesión genere un aislamiento de una
iglesia (ó conjunto de iglesias de una región) con relación a otras6 .
Es por eso, por ejemplo, que cuando la iglesia nacional holandesa decidió reunirse en 1618 en
Dordrecht para definir una respuesta al semi-pelagianismo de los remonstrantes (arminianos), invitó a
representantes de las distintas iglesias reformadas de otros países a su al rededor con el fin que los
Cánones de Dort pudiesen ser oportunamente adoptados por esas otras iglesias también y terminar
siendo, como de hecho ocurrió, un documento de unidad entre reformados. Algo similar ocurrió 25
años después con la Asamblea de Westminster ya mencionada.
El presente texto está compuesto de tres secciones distintas pero relacionadas: (I) ¿Por qué tener
una confesión de fe? (II) Las distinciones fundamentales que una iglesia debe hacer para adoptar una
forma oficial de suscripción confesional y (III) elementos para una propuesta de suscripción
confesional en la Iglesia Presbiteriana de Chile. Busqué redactarlo de tal modo que si alguien quiere ir
directamente a la tercera sección para conocer la propuesta de suscripción confesional que presento
y después volver a las secciones anteriores sólo para entender la lógica por detrás, pueda hacerlo sin
mayor dificultad siguiendo los subtítulos. Del mismo modo, si ocurriera que alguien prefiere saltarse la
primera sección porque ya está abundantemente familiarizado con las razones para tener una
Confesión de Fe y quisiera sólo considerar las dos últimas secciones, también debería resultar fácil
hacerlo. Obviamente, sin embargo, considero que quién lea el texto íntegro y en orden podrá
entender la construcción de los argumentos de forma más clara.
6 Cuando un documento credal ha sido redactado por una persona o por un pequeño grupo de teólogos - como
el caso de Guido de Brés y la Confesión Belga - sigue siendo cierto que dicho documento no fue considerado
una confesión de fe oficial ni una norma para las iglesias mientras no fue reconocida como tal por los concilios
correspondientes. Casos similares vemos con otros documentos credales más antiguos, como, por ejemplo, la
ampliación hecha al Credo de Nicea del año 325 en el Concilio de Constantinopla en el año 381 al cual fueron
convocados sólo obispos orientales. Esta ampliación, sin embargo, fue después reconocida y adoptada por la
iglesia occidental en el concilio de Calcedonia del año 451 y el credo quedó finalmente conocido como Credo
Niceno-Constantinopolitano.
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Sintéticamente, presentamos aquí 3 razones fundamentales para tener una confesión de fe, sin negar
que más de alguien puede recordar y/o añadir otras.
1. Porque es bíblico
Desde los tiempos de la iglesia del Antiguo Testamento que todo acto de fe en respuesta a la
revelación de Dios en la historia, como en el caso de la salida del pueblo hebreo de la esclavitud en
Egipto, debe ir acompañado de una confesión o declaración. Cuando Dios ordenó la observancia de
rituales como el sacramento veterotestamentario de la Pascua, exigió también que se declarara y se
confesara de qué se trata el ritual y de cuáles poderosas intervenciones del Señor en la historia dicho
ritual era señal:
“Y lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo
conmigo cuando me sacó de Egipto (…)
Y cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué es esto?, le dirás: Jehová nos sacó con
mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón para no dejarnos ir,
Jehová hizo morir en la tierra de Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el
primogénito de la bestia; y por esta causa yo sacrifico para Jehová todo primogénito macho, y
redimo al primogénito de mis hijos”.
(Éxodo 13.8 y 14-15)
Vemos desde el Antiguo Testamento que confesar no sólo es un mandato divino, sino, además, una
respuesta natural de alabanza de creyentes que experimentan la gracia de Dios en su vida. Por eso
en los salmos abundan expresiones como:
Y el famoso texto citado por el apóstol Pablo en la Segunda Carta a los Corintios:
(Salmo 116.10a)
En el Nuevo Testamento, del mismo modo, tanto el mandato divino de confesar como la idea de que
la confesión es la respuesta natural del corazón humano que experimenta la misericordia de Dios, se
muestran claramente en textos como:
“A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de
mi Padre que está en los cielos”.
(Mateo 10.32)
“Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe
que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón
que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero
con la boca se confiesa para salvación”.
(Romanos 10.8-10)
Además, a nivel más corporativo, hay testimonio abundante en la Biblia de que era exigida una
declaración de fe a quienes deseaban unirse a la iglesia. En la iglesia primitiva era una declaración
muy sencilla: “Jesucristo es el Señor”, pero con el pasar de los siglos, especialmente a la luz de
herejías, tuvo que ser aumentada, aunque siempre con declaraciones basadas en la enseñanza
apostólica neotestamentaria.
“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y
nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.
(1ª Corintios 12.3)
Sumado a los textos ya mostrados como ejemplo, podemos ver que además la Escritura sí nos
ordena tener, mantener y transmitir una fe razonable que se expresa verbalmente mediante
declaraciones proposicionales. La idea posmoderna y sentimentalista de que la fe es tan inefable que
no es posible expresarla en palabras ni en declaraciones propositivas es totalmente extraña a la
Biblia y, ciertamente, se opone a la visión de mundo y a la ética que la Palabra de Dios ordena para
los creyentes. De hecho, más bien ocurre lo contrario: la Escritura exige que sepamos expresar
nuestra fe de forma razonable y que la transmitamos mediante palabras con una forma definida. Es
famoso el texto donde el apóstol Pedro, por ejemplo, instruye:
“… santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar
defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que
hay en vosotros”.
(1ª Pedro 3.15)
“Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús”.
(2ª Timoteo 1.13; subrayado propio)
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Sin ninguna intención de ser exhaustivos al respecto, creemos, sin embargo, a la luz de los textos
bíblicos mencionados, haber demostrado suficientemente que el tener una declaración de fe como
expresión de a Quién hemos creído es inseparable de una lectura atenta, sumisa y transformadora de
la Escritura. Por lo tanto, la famosa expresión - ampliamente difundida por igual entre círculos
liberales y fundamentalistas - “no tenemos credos, sólo la Biblia” es evidentemente anti-bíblica. La
Iglesia de Cristo tiene el deber bíblico solemne de confesar a su Señor ante los hombres y, como
Iglesia Presbiteriana, hemos buscado ser obedientes a este mandato.
Una vez entendido que toda comunidad cristiana tiene una confesión de fe ¿qué es más correcto
tanto para un diálogo fructífero con el mundo no-creyente como con otras comunidades de fe? ¿Tener
una confesión de fe explícita, puesta por escrito y pública a fin de que pueda ser conocida, evaluada
e, incluso, criticada por otros ó tener una confesión oculta que no está puesta por escrito en ningún
lugar y que, por lo tanto, no se puede conocer, evaluar ni criticar?
Con el fin de mostrar que el presentar explícitamente y por escrito los propios presupuestos es
considerada una buena práctica incluso fuera de la esfera eclesiástica, basta recordar que en un
mundo tan pluralista como el de las universidades es simplemente imposible escribir una tesis sin
explicitar el marco teórico. Cualquier investigador que no explicita su marco teórico es
automáticamente desacreditado para el debate en el mundo académico, debido no sólo a la
imposibilidad lógica de establecer un diálogo sin conocer los presupuestos fundamentales del
investigador, sino también a la falta ética que esto podría implicar. Si, como vimos, toda iglesia tiene
una confesión de fe (buena, mala, mediocre, coherente o no tanto) ciertamente es éticamente más
correcto bajarla a un documento y darla a conocer a fin de poder someterla a exposición, examen y
¿por qué no? incluso mejoras.
La Iglesia Presbiteriana de Chile ha buscado ser correcta en esto y, sobre todo, honesta en dar su
testimonio frente al mundo y frente a otras comunidades cristianas. Es justamente por eso que la
misma palabra “presbiteriano” denota, para cualquier interlocutor medianamente informado, un
conjunto de afirmaciones de cosas que creemos y otras que no creemos, así también de cosas que
enseñamos y otras que no permitimos que se enseñen en la predicación y el discipulado de nuestras
comunidades.
Si alguien quiere saber cuál es el marco doctrinal dentro del cual predica, enseña y realiza su
ministerio un pastor, un anciano gobernante o un diácono presbiteriano sólo debe tomar la Confesión
de Fe de Westminster y leerla. Esto es honestidad y claridad que facilitan un diálogo trasparente con
otras iglesias cristianas y que, cuando necesario, nos permiten dar testimonio hacia otras religiones y
hacia el mundo secularizado.
3. Porque es útil
Tener una confesión de fe posee varias utilidades, en el presente texto quisiera destacar sólo tres de
ellas, a saber:
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El famoso lema “ecclesia reformata et semper reformanda”8 es traducido usualmente como “iglesia
reformada siempre reformándose”, pero tiene una característica gramática en el latín, imperceptible
para nosotros en el castellano, que merece ser destacada: el verbo latín “reformanda” implica que la
iglesia no se reforma a sí misma sino que está “siendo reformada” por un agente que no es ella
misma. Es por eso que el lema completo es “ecclesia reformata et semper reformanda secundum
verbum Dei”, esto es: la iglesia reformada siempre siendo reformada conforme a la Palabra de Dios.
Dicho de otro modo, la iglesia reformada debe estar constantemente examinándose a la luz de la
Biblia, que es la Palabra de Dios, para ir reformándose tanto en su profesión de fe como en su
práctica.
Una confesión de fe escrita permite precisamente que una iglesia pueda irse reformando a la luz de la
Escritura. Desde los primeros siglos de la cristiandad - como el caso del Credo de Nicea del 325,
completado en Constantinopla en el 381, ya mencionado más arriba - concilios eclesiásticos
debidamente establecidos con la autoridad que Cristo confirió a la iglesia, han estado dispuestos a
revisar los credos, para hacerlos más completos o más claros.
8 Se atribuye este lema al pastor reformado, teólogo y compositor de himnos holandés Jodocus Van Lodenstein
(Delft, 1620 - Utrecht, 1677), quien es considerado uno de los iniciadores de un movimiento de reavivamiento
entre las iglesias de los Países Bajos del siglo XVII que quedó conocido como la “Segunda Reforma
Holandesa”.
9 WARFIELD, Benjamin B. The Confession of Faith as revised in 1903 in: Union Seminary Magazine, Vol. XVI:
nº 1, Virginia, 1904, pp. 1-37.
10Vid. la excedente clase en video (disponible sólo en inglés) al respecto de los capítulos XXXIV y XXXV hecha
por el Dr. John H. Gerstner para el ministerio Ligonier en el sitio web: https://www.ligonier.org/learn/series/
westminster-confession-of-faith/chapters3435/ consultado el 31/05/2019
11Dichas enmiendas de 1788, además, se consideraban pendientes desde el llamado “Acto de adopción” de
1729, cuando, al unirse los Sínodos de Nueva York y de Philadelphia, los ministros presbiterianos
norteamericanos adoptaron la Confesión de Fe de Westminster como el sistema de doctrina enseñado en la
Escritura, pero con reservas públicas (y debidamente registradas en actas) acerca del papel conferido al
Magistrado Civil en los asuntos eclesiásticos en la redacción original inglesa de la Confesión.
12 Cf. ANDERSON, Shawn, A Historical and Theological Survey of the Revisions to the Westminster Confession
of Faith Adopted by American Presbyterian Denominations, Trabajo no publicado, Puritan Reformed Theological
Seminary, Grand Rapids, 2009.
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Lo interesante es que, como puede verse en la historia del cristianismo, toda enmienda o adendo a
un documento confesional necesariamente tiene que ser sancionado por un concilio eclesiástico
debidamente convocado y representativo. Por lo tanto: tener una confesión de fe escrita y sancionada
por las autoridades correspondientes permite a las iglesias confesionales no sólo estar atentas a la
formulación de las doctrinas que profesan con el fin de mejorarlas o corregirlas, cuando necesario, a
la luz de las Sagradas Escrituras, sino también obliga a que no se promuevan cambios, enmiendas o
mejoras precipitadas, poco reflexionadas o, peor aún, motivadas por simples partidismos intra-
eclesiásticos.
En el caso de una estructura de gobierno presbiteriana, realizar una enmienda o añadir un párrafo a
un capítulo exige reflexión en todos los consejos y esto implica tiempo para redactar y leer
documentos, así como tiempo para redactar y leer respuestas a esos documentos, para luego tener
una ó varias asambleas presbiteriales y/o sinodales donde el debate será largo y en las cuales la
Iglesia tendrá que discernir lo esencial, dejar a un lado las diferencias menos relevantes y llegar a
acuerdos que sean lo más representativos posible de todos.
Concluyendo, una iglesia que no tiene confesión escrita tampoco sabe de forma precisa sobre qué
tipo de terreno está establecida y esto, a su vez, le dificulta el corregir sus enseñanzas y prácticas a
la luz de la Escritura.
Una segunda utilidad de las confesiones de fe es que permiten distinguir más claramente lo
esencial de lo no-esencial:
Otro famoso lema entre protestantes, y que se suele atribuir a Philip Melanchton, es el que reza: “En
lo esencial: unidad. En lo no-esencial: diversidad. En todo: amor”. Si bien genera controversias - ya
que no pocas veces ha sido utilizado para justificar doctrinas poco bíblicas - también es cierto que no
es lo mismo, por ejemplo, que en su examen doctrinal ante el presbiterio un candidato manifieste
tener dudas acerca de si el milenio de Apocalipsis 20 es literal o no a que presente dudas acerca de
la divinidad de Cristo. Me parece, por lo tanto, evidente que podemos hacer diferencias, siempre bajo
la luz de la Escritura, entre doctrinas o prácticas esenciales y las que no lo son, pero ¿cómo hacer
esa diferencia? Un documento confesional permite que ese ejercicio de discernimiento sea más
seguro y claro.
Nuestra misma Confesión de Fe, ya en su primer capítulo, por ejemplo, establece la validez de la
diversidad en cuanto a estilos de culto y formas de estructura eclesial, cuando afirma:
“…hay algunas circunstancias tocante al culto de Dios y el gobierno de la iglesia, comunes a las
acciones y sociedades humanas, que deben arreglarse conforme a la luz de la naturaleza y de la
prudencia cristiana, pero guardándose siempre las reglas generales de la Palabra”.13
Siguiendo con el ejemplo, en base a ese párrafo de la Confesión podemos reconocer que es parte de
la diversidad propia entre presbiterianos y reformados dar libertad a las congregaciones locales14 para
decidir qué instrumentos serán utilizados para la adoración en el culto (órgano solo ó guitarras, bajo y
batería), la forma de orar (de rodillas, de pie o sentados), los tipos de oración (si previamente escritas
y leídas ó espontáneas), así como si harán una Escuela Dominical o buscarán otra instancia para la
instrucción bíblica de la congregación fuera del culto ó si trabajarán con departamentos en todas las
instancias o sólo tendrán algunos departamentos, etc.
Pero también el poseer un documento credal facilita que una iglesia pueda distinguir qué se le exigirá
confesar como prerrequisito a los que quieran incoporarse a la iglesia mediante bautismo y/o
profesión pública de fe y qué podrán ir aprendiendo en el camino, una vez que ya han sido recibidos
14 Cf. KUYPER, Abraham, Calvinismo, Sao Paulo, Cultura Crista, 2002, pp. 72-73, donde el gran pensador
reformado holandés expone acerca de la multiformidad de las iglesias reformadas.
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como miembros. Es por eso que se dice en la tradición reformada que la suscripción a la Confesión
de Fe es obligatoria para los oficiales, o sea diáconos, presbíteros y pastores, pero no a quienes se
están haciendo miembros. Esto es así porque se entiende la suscripción como la declaración pública
de que dicha confesión es la expresión del sistema de doctrinas enseñado en la Escritura. Sin
embargo, es cierto también que se le exige un nivel, sin duda menor, de suscripción doctrinal a quien
se incorpora como miembro, ya que al menos este debe concordar con doctrinas fundamentales
como la salvación por gracia mediante la fe en Cristo e, incluso, con el bautismo de sus hijos recién
nacidos.
Siendo así, en el contexto de presbiterianos confesionales, puede haber diversidad en cuanto a, por
ejemplo, ciertas señales escatológicas antes del fin, en cuanto a la fecha, autoría y forma de
composición de ciertos libros de la Biblia (como ocurre con la carta a los Hebreos), acerca del orden
lógico del decreto de la elección (el famoso debate infralapsarianos vs. supralapsarianos), acerca del
valor relativo que pueden tener algunas ideas de ciertos teólogos más controversiales como Friedrich
Schleiermacher, Soren Kierkegaard, Karl Barth ó Dietrich Bonhoeffer, acerca de si la cultura puede o
no ser redimida y en qué sentidos y medidas (como ocurre en el debate actual entre reformacionales
kuyperianos y reformados de 2 reinos), acerca de cuáles serían los mejores principios y estrategias
para el gobierno de una nación, el mercado nacional e internacional o la vida en sociedad, etc. Pero
siempre esta diversidad será respetada e incluso celebrada mientras nos mantengamos normados
bajo la unidad confesional explícita.
Personalmente, no puedo dejar de reflexionar - a partir del actual contexto de la Iglesia Presbiteriana
de Chile - que si este principio de la confesionalidad hubiese sido siempre abordado con la seriedad y
coherencia que se presenta en la tradición reformada, ciertamente no existirían partidismos intra-
15Me parece evidente, sin embargo, que esto puede ser 100% así solamente cuando a un oficial se le exige
una suscripción integral (y no referencial) a la Confesión. Este tema será abordado en la siguiente sección.
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Considerando, por lo tanto, lo expuesto hasta aquí y tocando - aunque sólo tangencialmente - el tema
que motiva estos apuntes, a saber la continuidad o no de la práctica de ordenar mujeres al
presbiterato, me parece que la única pregunta relevante en este asunto para nuestros consejos debe
ser, al fin y al cabo:
Si se responde afirmativamente esta pregunta, entonces sólo existe un camino para una iglesia
confesional como la nuestra: abandonar dicha práctica a nivel de toda la Iglesia Presbiteriana de
Chile; ¿gradualmente? ¿De una sola vez? Eso habrá que decidirlo, ciertamente. Pero si la respuesta
a esa pregunta es negativa, entonces pueden haber varios caminos a seguir, sin embargo una cosa
es segura: deberemos los miembros, oficiales y consejos de la Iglesia Presbiteriana de Chile
aprender a convivir en amor con las diferencias de visión sobre este asunto.
En tercer lugar, pero no menos importante, las confesiones son útiles porque frenan
liderazgos personalistas basados en el carisma, la influencia o el poder económico de un líder
o grupo de líderes:
Esta tercera razón, así formulada, me parece bastante evidente y no requiere mayor profundización,
por lo mismo expongo brevemente al respecto de ella:
Dependiendo del sistema de gobierno, una iglesia sin documento confesional se expone a terminar,
tarde o temprano, sometida a la voluntad arbitraria de un líder omnímodo (una amenaza más propia,
aunque no exclusiva, de sistemas episcopales) ó de un pequeño grupo endogámico conformado por
parentesco, estatus social, poder económico y/o carisma (una amenaza más propia, aunque no
exclusiva, de sistemas presbiterianos) ó a merced de una turba que domine su asamblea eclesiástica
en base al “quién grita más fuerte” (una amenaza más propia, aunque no exclusiva, de sistemas
congregacionalistas).
No hay garantías absolutas en un mundo caído, pero la historia ha mostrado que en las iglesias que
tienen una Confesión de Fe escrita - y, bajo ella, una forma de gobierno y un manual de disciplina -
tienden a haber obstáculos más difíciles de sortear para el avance tanto de la anarquía como de la
tiranía.
Como presbiterianos del siglo XXI debemos ser agradecidos por la herencia confesional, estatutaria e
institucional que hemos recibido tras generaciones de fieles ministros y consejos. Aunque terminemos
16 Es obvio que los individuos tienden a juntarse en grupos afines e, incluso, a generar amistades a partir de
intereses y visiones comunes. No estoy criticando que existan “grupos afines”, lo cual es, a todas luces, natural.
Mi cuestionamiento (e incluso auto-cuestionamiento) es al espíritu de crítica destructiva y de suspicacia mutua
que se ha generado muchas veces, especialmente entre pastores, por falta de, simplemente, decir y pensar: “mi
colega piensa, actúa y conduce su ministerio de manera distinta a mí, pero no atenta en nada contra la
Escritura ni la Confesión, por lo tanto seguiré manteniendo hacia él la honra y el respeto debidos, incluso
cuando estemos en desacuerdo”. También, por otro lado, me parece que ha sobrado la hipersensibilidad y ha
faltado muchas veces decir y pensar: “mi hermano piensa distinto a mí y tiene todo el derecho a expresarlo. Me
rehuso a sentirme ofendido simplemente porque él expresa una opinión distinta a la mía”. Tengo la impresión,
por lo tanto, que un sano concepto de la confesionalidad puede ser también un camino para aprender a ser
ministros y presbíteros “de corazón más tierno y, al mismo tempo, de piel más gruesa”.
p.!11
siendo considerados una verdadera reliquia de museo en medio de las tendencias del secularismo
relativista global, creo imprescindible no abandonar dicha herencia. A modo de confesión personal,
una parte de mí está convencida que en algún momento - más tarde o más temprano - volverá a
ocurrir (como ya ha ocurrido otras veces en la historia) que la sociedad secularista se decepcionará
del camino auto-destructivo que está tomando y, al buscar referentes, se verá obligada a mirar
nuevamente al cristianismo suplicando orientación para salir del caos; si algo de razón hay en mis
especulaciones, entonces es altamente probable que los presbiterianos que hayan sabido ser fieles a
su confesionalidad y que hayan valorado y abrazado su institucionalidad cumplirán un rol fundamental
en ese contexto.
p.!12
Esta pregunta necesariamente despierta otra previa: ¿cómo definir de forma honesta y vinculante
para toda nuestra Iglesia (esto es, más allá de las inclinaciones o preferencias personales más o
menos informadas teológicamente) cuando una práctica u opinión doctrinal contradice nuestra
confesionalidad?
Por lo tanto, a su vez, otra pregunta aún más fundamental necesariamente debería ser: ¿cómo llegar
a definiciones claras desde nuestra confesionalidad no sólo acerca de este, sino de otros muchos
asuntos que puedan levantarse en el seno de nuestra Iglesia Presbiteriana de Chile? Cito algunos
ejemplos: ¿es compatible con nuestra confesionalidad adscribir a ciertas ideologías políticas? ¿Ó
participar de una logia? ¿Ó estar de acuerdo con leyes de matrimonio igualitario? ¿Ó participar en el
activismo político anti-aborto? ¿Ó disfrutar de ciertos estilos musicales? Las respuestas pueden y
deben ser variadas, según la naturaleza de cada asunto, obviamente: en algunos casos la respuesta
será positiva y se tendrá, por lo tanto, que exhortar a un oficial a abandonar cierta práctica u opinión;
en otros casos la respuesta será negativa al punto de implicar que cierta práctica u opinión debería,
incluso, ser promovida por un oficial presbiteriano; pero en muchos casos la mejor respuesta será
negativa, pero permitiendo y valorando la diversidad de visiones, opiniones y prácticas, ya que no
afectarían en nada el marco confesional.
Así que en concreto, ¿cómo poner, entonces, en práctica este genio presbiteriano que guarda con
celo la unidad en torno al sistema de doctrina reformado y, a su vez, celebra la amplia diversidad de
17 Profesor del Reformed Theological Seminary y uno de los firmantes de la Declaración de Chicago sobre la
Inerrancia Bíblica de 1978. Esta declaración fue firmada también por R. C. Sproul, Francis Schaeffer, James M.
Boice y J. I. Packer, entre otros.
prácticas y opiniones que dicho sistema promueve? Propongo aquí que la solución es teniendo una
definición oficial de suscripción confesional, sancionada por nuestro Sínodo y aplicada como ley en
todos los presbiterios y consistorios de esta jurisdicción. Esto sería un simple reglamento que, como
espero demostrar en mi propuesta final, ni siquiera implicaría reforma o enmienda alguna a nuestro
Estatuto, ya que es la simple y llana aplicación de los principios ya contenidos en el mismo.
Quisiera también manifestar aquí abiertamente mi visión que lograr una definición oficial de
suscripción confesional es más importante, más fundamental y, por lo tanto, más urgente que definir
si se continuará o no con la práctica de ordenación de mujeres al presbiterato, ya que para definir lo
segundo, se requiere, por simple lógica, primero haber definido lo anterior. Como fue expuesto más
arriba, creo que una clara postura oficial de nuestro Sínodo acerca de la suscripción confesional no
sólo facilitará el definir controversias, sino también promoverá el hacerlo en espíritu de paz y unidad
al interior de nuestra Iglesia Presbiteriana de Chile, ya abundantemente golpeada por divisiones en su
corta historia desde 1964, año en que dejamos de ser una misión norteamericana.
Plantearé, por lo tanto, a continuación, tres distinciones fundamentales que necesitan ser conocidas
con el fin de definir el tema de la suscripción en sí. Estoy convencido que una comprensión clara de
estas distinciones nos ayudará a entender la naturaleza del asunto de la suscripción confesional y el
cómo abordarlo en la práctica en nuestros consejos20.
En este primer ámbito de las redacciones específicas de la Confesión, según el profesor Simões,
existen fundamentalmente tres conceptos que necesitan ser distinguidos: reservas, calificaciones y
excepciones21. Aunque en los tres casos el diálogo honesto entre el candidato a oficial y el consejo
que lo ordenará es fundamental, sólo en el primer caso - reservas - las aprensiones que existen de
parte del candidato están aún a nivel de poder ser examinadas y/o corregidas por el consejo
correspondiente, por lo tanto, es deber del hermano en cuestión presentar de forma explícita,
idealmente por escrito y registrado en acta, su(s) reserva(s) y el consejo habrá de decidir con la
autoridad que le compete22.
Creo importante enfatizar que las reservas deben ser manifestadas abiertamente al consejo,
idealmente por escrito o, en su defecto, quedar registradas en actas según una redacción con la cual
concuerde el candidato, ya que “reservas privadas” o “de fueron interno” no son otra cosa sino falta
de honestidad, esto es una falta grave del carácter cristiano y, por lo tanto, podrían llegar a ser un
motivo para impedir la ordenación o, incluso, disciplinar a un oficial que haya sido ordenado con
reservas que nunca explicitó.
20En toda esta sección me manifiesto en deuda con la muy útil investigación del pastor presbiteriano y profesor
del Seminario Teológico Presbiteriano de Belo Horizonte, Brasil, Rev. Ulisses Horta Simões, publicada como:
SIMÕES, Ulisses Horta, A subscrição confessional: Necessidade, relevância e extensão, Belo Horizonte, Efrata,
2002.
22 El art. 100, inciso 6 del Estatuto de la Iglesia Presbiteriana de Chile entrega al Consistorio explícitamente esta
atribución en el caso de ordenación de diáconos y presbíteros, ya que idoneidad implica principalmente - junto
con asuntos de carácter y piedad - suscripción a la Confesión de Fe de la Iglesia. En el caso de candidatos al
ministerio esta idoneidad debe ser examinada por el presbiterio según lo explicitan los incisos c) y final del
artículo 58 del mismo Estatuto.
p.!14
¿Y qué son en sí las reservas? Son aprensiones, dudas o discrepancias que un candidato a oficial
manifiesta tener con relación a alguna(s) redacción(es) de doctrinas de la Confesión de Fe. El
consejo correspondiente debe, entonces, examinar dicha(s) reserva(s) y considerar con plena
autoridad si aprueba su ordenación (ya que su reserva no afecta el sistema de doctrina), si la rechaza
(ya que su discrepancia altera o afecta gravemente el sistema de doctrina) o, incluso, si exige al
hermano que estudie con mayor detención dicha doctrina y vuelva a presentarse dentro de un plazo
determinado.
Así, podemos dar un primer ejemplo. Imaginemos que un candidato manifestara sus dudas acerca de
parte del capítulo XXV de la Confesión cuando declara:
“No hay otra cabeza de la Iglesia sino el Señor Jesucristo, ni puede el Papa de Roma ser cabeza
de ella en ningún sentido, porque es aquel anticristo, aquel hombre de pecado, el hijo de perdición
que se ensalza en la iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios.”23
El candidato podría manifestar, a la luz de una exégesis bíblica coherente con nuestra
confesionalidad, que no tiene certeza que el Anticristo, como persona particular que se manifestará
en algún punto de la historia humana, vaya a ser un Papa o no. En este mismo acto, sin embargo, él
manifiesta que sí está de acuerdo con que el papado como institución presenta características
propias del ministerio del Anticristo, sobre todo considerando que la misma Escritura afirma en 1ª de
Juan 2.18 que no sólo habrá una manifestación escatológica de EL Anticristo, sino que hay muchos
anticristos previos y que el Papa sería, sin duda, uno de ellos.
Pasando a un segundo ejemplo de reserva, imaginemos ahora que otro candidato manifestase tener
aprensiones con relación al capítulo I de nuestra Confesión de Fe cuando afirma:
“La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ellas deben ser creídas y obedecidas, no
depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino enteramente del de Dios (quien en sí
mismo es la Verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son la Palabra de Dios.”24
Este segundo candidato, entonces, manifestaría que no concuerda con la doctrina que la Biblia es
Palabra de Dios, sino que su entendimiento es más bien que la Escritura sólo contiene la Palabra de
Dios, argumentando desde un marco existencialista que la Biblia se vuelve Palabra de Dios en el
corazón de quién la recibe con fe por el actuar del Espíritu Santo en él y usando como prueba de que
esta doctrina sería reformada el párrafo V del mismo capítulo I, cuando afirma que “… nuestra
persuasión y completa seguridad de que la verdad de la Escritura es infalible y su autoridad divina,
provienen de la obra del Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro corazón con la Palabra divina y
por medio de ella”25.
Sin embargo, sólo para sacarle el máximo provecho pedagógico a los ejemplos mencionados,
imaginemos ahora que el consejo en cuestión decidiera aceptar la reserva de ambos candidatos y
aprobara ordenarlos por igual. Según la útil tipología presentada por el profesor Simões, entonces,
dicho consejo habría aprobado, en el primer caso, una calificación y, en el segundo, una excepción.
Una calificación es una diferencia que un oficial tiene acerca de cómo se interpreta una doctrina de la
Confesión sin llegar al punto de tener un desacuerdo con ó rechazo a dicha doctrina, sino sólo
manifestando que no cree que la redacción de los divines26 de Westminster en ese punto haya sido la
mejor.
Ellos le hacen ver, por lo tanto, que existe una evidente diferencia en la Confesión de Fe entre la
naturaleza misma de la Escritura y nuestra persuasión personal acerca de esa naturaleza.
Sin embargo, una vez hecha la observación y aclaración al candidato, el consejo de igual manera lo
aprueba para ordenación, ya que este consejo hipotético pertenece a una iglesia que no tiene una
definición oficial de suscripción confesional ó que tiene una forma de suscripción (llamada de
“suscripción referencial” como veremos prontamente) que le permite aceptar para ordenación a
candidatos que no están de acuerdo con todas las doctrinas de la Confesión. Para esta iglesia basta
que un oficial esté de acuerdo con un set de doctrinas más “esenciales”, que son ciertas doctrinas
seleccionadas de la Confesión de Fe. Ahora bien ¿cuáles serían esas doctrinas más esenciales para
un oficial presbiteriano? Dejo la pregunta en abierto a propósito.
Las calificaciones, por lo tanto, son reservas que no implican rechazo o desacuerdo con una doctrina,
sino son un simple reconocimiento que la Confesión de Fe, sin dejar de ser una fiel expresión del
sistema de doctrina enseñado en la Escritura, es también falible y que sus doctrinas no están siempre
redactadas de la mejor manera, ya que la Confesión no es un texto inspirado.
Las excepciones, en cambio, son desacuerdos con una o más doctrinas de la Confesión de Fe y que,
según el entendimiento de ciertas iglesias no afectarían el sistema de doctrina más general. La
postura de aceptar excepciones es coherente sólo con la llamada “suscripción referencial” (que ya
veremos) y trae, por lo tanto, consigo una inmediata necesidad para una Iglesia Presbiteriana: la de
definir en otro documento, distinto a la Confesión de Fe de Westminster, sus “esenciales”, como ya lo
hizo en el contexto norteamericano la Evangelical Presbyterian Church (EPC).
26 Título dado en el idioma inglés del siglo XVII a los teólogos o doctores de la Iglesia.
La diferencia fundamental está en cómo se entiende la afirmación - común en las formas de gobierno
y manuales de culto presbiterianos - de reconocimiento de la Confesión de Fe “como conteniendo el
sistema de doctrina enseñado en las Sagradas Escrituras”29. Para quienes adoptan la suscripción
referencial (ó “de sistema”), esto implica que existe dentro de la Confesión de Fe un sistema de
doctrina más genérico que no es la misma Confesión en sí. Esto los ha llevado, como en el caso ya
mencionado de la EPC, a tener que redactar otro documento más breve y genérico. En los casos de
suscripción estricta, sin embargo, se entiende que la Confesión de Fe ES en sí misma el sistema de
doctrina enseñado en la Escritura. La dificultad, aquí en este segundo caso estaría en ¿cómo en
concreto está expresado el sistema de doctrina en la Confesión de Fe: palabra por palabra
literalmente ó como ideas expresadas de manera más o menos fiel por palabras y redacciones
perfectibles? De esta última pregunta surgen 2 tipos de suscripción estricta: literal e integral.
Con el fin de presentar las formas de suscripción de manera más didáctica y menos agotadora para el
lector, expongo en la siguiente página un cuadro resumen, el cual compuse siguiendo los datos
presentados en la investigación ya mencionada del profesor Simões. Según la investigación de casos
estudiados por él, se añaden las siglas de 3 ejemplos del presbiterianismo norteamericano que se
encajan dentro de los 3 tipos de suscripción, de forma relativamente precisa, por lo tanto, no 100%
exacta: la ya mencionada Evangelical Presbyterian Church (EPC) caracterizada por sus “essentials”,
la Reformed Presbyterian Church of North America (RPCNA), caracterizada por su decisión de
salmodia exclusiva y de no-participación en asuntos civiles en gobiernos que no reconocen
explícitamente a Cristo como Señor de las naciones30 y la Orthodox Presbyterian Church (OPC),
caracterizada por su lucha contra el liberalismo teológico31.
30Iglesia que reconoce su origen en la Irlanda del siglo XVII y que, entre otras determinaciones, sólo permite el
canto de salmos a capella en sus cultos debido a que el capítulo XXI de la Confesión de Fe (sobre el culto) no
menciona himnos ni instrumentos.
31 Iglesia que surge en EE.UU. en los años 1930 a raíz de la controversia modernista-fundamentalista en la
Iglesia Presbiteriana de EE.UU. y en el Seminario de Princeton - cuyo líder más destacado fue el Dr. John
Gresham Machen - a la cual muchos consideran la continuadora natural del presbiterianismo Old School del
siglo XIX; el origen de esta iglesia está íntimamente ligado al origen del Seminario Teológico Westminster de
Philadelphia.
p.!17
Cómo distingue Sólo son esenciales las En la Confesión todo es En la Confesión toda doctrina
y aborda los doctrinas reconocidas en el igualmente esencial para es igualmente esencial para el
Esenciales y “sistema genérico”. Se exige el oficial, incluyendo oficial, aunque se reconocen
los No- tolerancia entre oficiales, redacciones y palabras. doctrinas más esenciales que
esenciales miembros y consejos de la Sólo posturas sobre otras cuando se trata de la
misma iglesia en los temas no- doctrinas o asuntos no profesión de fe y/o bautismo y
esenciales, los cuales pueden considerados en la discipulado de miembros
incluir algunas doctrinas de la Confesión podrían ser no- nuevos. Sólo posturas sobre
Confesión (siempre y cuando no esenciales, siempre y doctrinas o asuntos no
estén consideradas como parte cuando no impliquen definidos en la Confesión
del “sistema genérico”). contradicción con alguna pueden ser no-esenciales y
redacción de ella. Poca siempre y cuando no
disposición a reconocer impliquen contradicción con
aspectos no-esenciales. alguna doctrina de ella.
Actitud hacia Se percibe amplia apertura a Se percibe poca apertura Se percibe una relativa
otras iglesias relacionarse con otras al diálogo con otras apertura al diálogo y trabajo
cristianas. denominaciones cristianas. denominaciones conjunto con otras
cristianas. denominaciones cristianas.
p.!18
Como Iglesia Presbiteriana de Chile declaramos abiertamente que sólo la Escritura es la Palabra de
Dios y, por lo tanto, nuestra única regla de fe y práctica y a la hora de expresar y declarar esta fe lo
hacemos mediante la Confesión de Fe de Westminster (edición de 1903, de 35 capítulos) a la cual
entendemos como conteniendo el sistema de doctrina expuesto en la Escritura. De esta manera,
nuestra norma de normas es la Biblia y nuestra norma normada es la Confesión. Estos son hechos ya
definidos. ¿Qué implicaciones traen para la hermenéutica de la Confesión de Fe? Al menos los
siguientes:
32Como ocurre, por ejemplo, con la redacción poco feliz del párrafo IV del capítulo XXI de la Confesión de Fe
cuando dice que estaría prohibido orar por los que han cometido pecado de muerte, aunque la instrucción de la
Escritura en 1ª Juan 5.16 es de no-recomendación de orar por ellos y no de prohibición.
p.!19
sus doctrinas, sí es perfectamente válido - y hasta podría ser necesario en ciertas ocasiones -
hacer una lectura crítica de sus expresiones, pero sólo si se hace desde un entendimiento bíblico
exegéticamente bien argumentado, ya que no es la cultura occidental o latinoamericana del siglo
XXI la que debe criticar a la Confesión, sino la Biblia. Así, por ejemplo, la expresión “canto de
salmos” en el capítulo XXI se puede interpretar más genéricamente como “cantos de contenido
bíblico” y no como estrictamente el canto de los 150 salmos del Antiguo Testamento, ya que, si
fuese de esta manera no podríamos cantar en nuestros cultos abiertamente sobre la muerte y
resurrección de Cristo; además, por si fuera poco, algunos de los himnos inspirados que la
exégesis ha demostrado que la iglesia primitiva cantaba y que aparecen en el mismo Nuevo
Testamento (como el himno de 1ª Timoteo 3.16) estarían paradójicamente prohibidos.33. La
hermenéutica de la Confesión que adoptemos oficialmente, por lo tanto, debe permitir una lectura
crítica de la misma como documento histórico humano (no divino), pero la crítica no debe ser
realizada desde cualquier preferencia, inclinación personal ó tendencia actual, sino sólo desde
una sólida exégesis bíblica. Este tipo de hermenéutica sólo confirmaría nuestra doctrina
confesional reformada expuesta al inicio: que la Biblia es nuestra única regla de fe y práctica y
que la Confesión es sólo la expresión de nuestra fe.
4) Debemos interpretar la Confesión de Fe como texto PROPOSICIONAL: Finalmente, no
debemos pasar por alto que la Confesión es un documento racional y proposicional que,
siguiendo el mandato bíblico expresado por el apóstol Pablo a Timoteo de retener “la forma de las
sanas palabras que de mí oíste” (2ª Timoteo 1.13), buscó ordenar las doctrinas bíblicas más
importantes en un sistema lógico que expresa la intención de sus autores. Por lo tanto, cualquier
tipo de interpretación de la Confesión que busque hacer sentido al lector moderno (o, más bien,
posmoderno) atribuyéndole a sus palabras y redacciones un significado que no podría haber
tenido para los teólogos de Westminster, no debe tener lugar. La Confesión no es un texto
surrealista, ni un poema dadaísta ni un guión de teatro del absurdo. Por muy valiosas que puedan
ser dichas obras artísticas, la Confesión de Fe es de otra naturaleza y fue redactada con el
propósito de ser la expresión verbal y racional de la fe de la iglesia reformada, no es arcilla
maleable que pueda ser entendida de la manera más sentimentalmente agradable al intérprete.
Las palabras y construcciones gramaticales de la Confesión expresan ideas racionales y tienen un
significado inteligible; no son una mera forma de despertar sentimientos ni significados subjetivos
en el lector. La hermenéutica de la Confesión que adoptemos, por lo tanto, debe prevenirnos de
simplemente atribuirle a sus palabras el significado que mejor nos parezca (o que mejor “nos haga
sentir”) como lectores, llevándonos a (1º) siempre buscar entender el significado que los autores
quisieron darle a sus palabras y redacciones y en caso de no concordar con la redacción ó
palabras utilizadas, (2º) buscar proponer una lectura crítica desde la exégesis bíblica como
“norma que norma” y no desde la subjetividad del lector ni desde el contexto cultural, étnico, de
género, político, etc. del sujeto que interpreta.
Considerando estos 4 aspectos del texto confesional, me parece a todas luces que lo más adecuado
es aplicar una hermenéutica histórico-gramática-crítica de la Confesión de Fe34, entendiendo que ella
contiene la Palabra de Dios mediante expresiones y redacciones humanas falibles. Así, se debe
permitir que los oficiales de la Iglesia, sin negar ninguna de las doctrinas del sistema, puedan tener
sus críticas a las redacciones y expresiones de los teólogos de Westminster.
33 El reconocer críticamente su carácter histórico también implica que las alteraciones a la Confesión, si
debidamente justificadas, podrían tener su lugar, pero sólo si sancionadas por concilios eclesiásticos de
carácter legislativo y después de detenido, profundo y exhaustivo estudio y análisis de posibles interpretaciones
que, idealmente, hagan innecesaria la alteración al documento, ya que como busqué demostrar en la primera
sección de este texto, si como Iglesia Presbiteriana de Chile quisiéramos alterar el documento de la Confesión
de Fe en alguna sección, esto nos distanciaría uno o varios pasos - dependiendo de la profundidad de dicha
alteración - de otras Iglesias Presbiterianas del mundo y de la región. La Confesión no sólo es un documento de
unidad interno, sino también de unidad con otras iglesias reformadas.
34 En este punto tomo un poco de distancia de la propuesta del profesor Simões, debido a que una exégesis
solamente histórico-gramática me parece más adecuada para un texto que, además de racional y proposicional,
es también infalible. Sabemos que sólo la Biblia cumple con tal requisito.
p.!20
Volviendo atrás, por lo tanto, desde este punto y aplicando finalmente una lógica deductiva, me
parece que lo más coherente con la naturaleza del texto confesional sería adoptar una forma de
suscripción integral, no literal ni menos referencial. Siendo así, los consejos podrían admitir reservas
de un candidato a oficial, siempre y cuando las mismas se queden en el ámbito de las calificaciones y
no de las excepciones.
Para la Iglesia Presbiteriana de Chile, sin duda, este sería un camino que nos permitiría caminar en
paz y unidad con la seguridad que todos nuestros oficiales y consejos mantienen una alta lealtad a
los principios doctrinales reformados y, a su vez, disipando suspicacias hacia quienes piensan o
actúan distinto en materias no-esenciales.
p.!21
Antecedentes:
Los Estatutos de la Iglesia Presbiteriana de Chile establecen claramente la naturaleza confesional de
nuestra iglesia, cuando en el su artículo nº 3 afirma lo siguiente:
“La IGLESIA PRESBITERIANA DE CHILE es una iglesia cristiana reformada que cree en un solo
Dios que subsiste eternamente en tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y profesa
que el único y suficiente Salvador es Jesús el Cristo, Hijo de Dios, quien es verdadero Dios y
verdadero hombre; asimismo, adopta como única regla de fe y práctica la Biblia, también conocida
como las Sagradas Escrituras y, en consecuencia, toda materia relativa a confesión de fe y
principio, forma de gobierno, disciplina, cultos y ceremonias, debe supeditarse necesariamente a
ella.
La IGLESIA PRESBITERIANA DE CHILE declara su fe mediante la adopción de la Confesión de
Fe de Westminster del año 1903 como símbolo doctrinal oficial, a la que reconoce como
conteniendo el sistema de doctrina enseñado en las Sagradas Escrituras y la cual forma parte
integral de estos estatutos y se incorpora al final de los mismos. Junto con ella, adopta también
como símbolos doctrinales los Catecismos Mayor y Menor de Westminster y de Heidelberg.
Además, reconoce con la generalidad de la cristiandad universal los siguientes credos: Apostólico,
Niceno- Constantinopolitano, Atanasiano y de Calcedonia.”
Así, en este artículo tercero podemos distinguir al menos los siguientes aspectos de nuestra identidad
presbiteriana:
1. De manera general, somos definidos por la fe que profesamos (1) como iglesia cristiana, que Dios
es Trino y que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, (2) como iglesia reformada, la
suficiencia de Cristo como Salvador y la suficiencia de la Escritura como regla de fe y práctica.
2. De manera más específica, manifestamos esta identidad cristiana reformada mediante (1) la
adopción de la Confesión de Fe de Westminster de 1903 (de 35 capítulos) como la expresión
oficial de nuestra sistema de doctrina y, para poder enseñarla a nuestros miembros, adoptamos
los Catecismos (que, por definición técnica, no son confesiones de fe, sino instrumentos para la
instrucción de la misma) Breve y Mayor de Westminster y el de Heidelberg; (2) adoptamos
asimismo credos generales de la cristiandad universal que nos caracterizan como una iglesia que
se reconoce parte de un Cuerpo más amplio histórica, geográfica e, incluso, teológicamente, pero
siempre dentro del estándar de los credos Apostólico, Niceno-Constantinopolitano, el llamado
Credo de Atanasio y las definiciones de Calcedonia. En otras palabras: no creemos ser la única
iglesia de Cristo.
Esta declaración del artículo tercero de nuestro Estatutos ya es suficientemente enfática y no deja
lugar a dudas acerca de nuestra naturaleza confesional. Sin embargo, que la adopción de la
Confesión de Fe de Westminster es en la Iglesia Presbiteriana de Chile un estándar para el ejercicio
del culto, del gobierno y de la disciplina, puede ser también abundantemente demostrado por los
siguientes artículos de nuestros Estatutos:
a) Vivir de acuerdo con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, según la doctrina y práctica
de la teología reformada, enunciadas en este estatuto.” (Art. 12, inciso a)
“El pastor debe poseer una fe viva y tener una vida ejemplar conforme al evangelio de Jesucristo.
Asimismo, debe conocer y ser fiel a las Sagradas Escrituras y la teología reformada, conforme a
la Confesión de Fe de Westminster del año 1903, el Catecismo de Heidelberg y los Catecismos
mayor y menor de Westminster, así como poseer cultura general, tener aptitud para enseñar, de
buena conducta y testimonio dentro y fuera de la iglesia, y ser eficiente y celoso en el
cumplimiento de su ministerio.” (Art. 36)
“El presbítero regente es un oficial elegido por la iglesia local como su representante para ejercer
el gobierno y la disciplina, la enseñanza de las Sagradas Escrituras y de la doctrina, la práctica de
la predicación y el cuidado de la iglesia conjuntamente con los ministros”. (Art. 73)
De manera más específica en cuanto a la disciplina, resulta determinante aquello que nuestros
Estatutos consideran como ofensa:
“Ofensa es todo aquello que es contrario a las Sagradas Escrituras y a la doctrina expresada en
los símbolos de fe de la IGLESIA PRESBITERIANA DE CHILE o a este estatuto, o que, aun
cuando no es por su propia naturaleza ofensivo, puede tentar a otros a que ofendan o a destruir la
edificación espiritual de otro creyente, sea en el actuar de un miembro, de un oficial, de un grupo,
de un consejo o de un tribunal de la IGLESIA”. (Art. 127)
Y también:
Nuestro Manual de Culto, si bien se encuentra en este momento en proceso de actualización sólo con
el fin de limar incompatibilidades que puedan haber con los nuevos Estatutos (ya que fue redactado
teniendo en vista la Constitución ya caducada), sigue siendo un documento vinculante y vigente en la
Iglesia Presbiteriana de Chile. Dicho manual afirma lo siguiente acerca del momento de la ordenación
de presbíteros regentes y diáconos:
Del mismo modo, acerca de la ordenación de Ministros del Evangelio, el Manual de Culto afirma:
p.!23
Propuesta:
Con los fines de:
1. Realizar de manera más ordenada y clara para miembros y consejos las labores de liderazgo,
enseñanza, administración, culto y disciplina en la Iglesia Presbiteriana de Chile que corresponde
a los oficiales.
2. Promover la unidad de nuestra Iglesia en torno a principios explícitos de cómo enseñar y aplicar
nuestra Confesión de Fe y evitar del mismo modo suspicacias gratuitas o infundadas, dando
espacio para la diversidad de prácticas y opiniones que no contradigan nuestros principios
confesionales.
3. Tener principios específicos explícitos bajo los cuales aclarar y resolver controversias de doctrina
y práctica cuando estas surjan en el seno de la Iglesia Presbiteriana de Chile.
Segundo: El rechazo, discrepancia abierta y evidente ó práctica claramente contradictoria de parte de algún
oficial o consejo de la Iglesia Presbiteriana de Chile, a una doctrina de nuestra Confesión de Fe es una ofensa y
debe ser corregida por los medios persuasivos correspondientes ó ser objeto de disciplina, según las
instrucciones del Libro Sexto de los Estatutos de nuestra Iglesia.
Tercero: Toda opinión - pública o privada - ó práctica de un oficial o consejo de la Iglesia Presbiteriana de Chile
que no pueda probarse como contradictoria a alguna doctrina de la Confesión ni a la Escritura, interpretada
según los criterios confesionales, será considerada válida y deberá ser respetada y no ser jamás objeto de
disciplina, como lo indica el art. 127 de nuestro Estatutos.
Cuarto: Levantar suspicacias o dañar el buen nombre de oficiales o consejos de la iglesia debido a
desacuerdos con opiniones o prácticas válidas, por lo tanto, podrá ser considerado difamación y/o calumnia y
podrá ser objeto de disciplina.
Sexto: El consejo correspondiente decidirá con plena autoridad si dicha reserva implica una contradicción o
rechazo a alguna doctrina de la Confesión de Fe o no. En caso de no ser así y que la reserva sólo guarde
relación con la forma de redacción o palabras utilizadas o que busque expresar una doctrina de forma más
bíblicamente precisa, entonces dicha reserva será considerada una calificación y no impedirá que el hermano
continúe su proceso hacia la ordenación.
p.!24
Séptimo: En caso que la reserva implique una contradicción o rechazo a alguna doctrina de la Confesión de Fe,
el consejo exhortará al hermano a estudiar con mayor detención dicha doctrina para que vuelva a presentarse
en una próxima ocasión manifestando acuerdo con la(s) doctrina(s) en cuestión o, en su defecto, no podrá dar
continuidad al proceso para ser oficial de la Iglesia Presbiteriana de Chile.
Noveno: Cuando un miembro sea propuesto para diácono o presbítero regente, en algún momento previo a la
asamblea extraordinaria correspondiente será entrevistado por el Consistorio para considerar su idoneidad,
según el Art. 100 inciso 6 de nuestros Estatutos ya lo indica. Dicha entrevista será el momento para que el
hermano presente sus reservas, si las tuviere, acerca de alguna redacción de nuestra Confesión de Fe. El
Consistorio decidirá con plena autoridad si la reserva puede ser considerada como una calificación o no a la
Confesión.
Décimo: El examen para licenciatura ante el presbiterio de un candidato al sagrado ministerio, según lo indica
el art. 58 inciso c de nuestro Estatutos, será el momento para que el candidato presente sus reservas, si las
tuviere, acerca de alguna redacción de nuestra Confesión de Fe, debidamente escritas y argumentadas desde
la exégesis bíblica. El Presbiterio decidirá con plena autoridad si la reserva puede ser considerada como una
calificación o no a la Confesión.
Undécimo: Una vez aprobado para su ordenación, durante la correspondiente ceremonia, el hermano firmará
ante los presentes una declaración de lealtad a la Confesión de Fe de la Iglesia Presbiteriana de Chile, la cual
especificará que él confiesa todas las doctrinas enseñadas en dicho símbolo.
Duodécimo: Si un oficial ya ordenado presenta una reserva porque cambió de parecer ó declara no creer en
una o varias doctrinas de la Confesión de Fe de nuestra Iglesia presentará su caso ante el consejo
correspondiente, el cual decidirá si efectivamente dicha reserva es o no una calificación válida. En caso que su
reserva no pueda ser considerada una calificación válida, el consejo se lo comunicará y le podrá exigir un
tiempo de suspensión del ejercicio de su oficio para aclarar sus dudas ó, en caso de no estar dispuesto a
revisar el asunto o de no cambiar de parecer, el oficial deberá presentar su renuncia al oficio.
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Este texto sólo tiene el propósito de promover y difundir al interior de nuestra Iglesia Presbiteriana de
Chile la discusión sana y abierta acerca de cómo aplicar, en espíritu de paz, amor y unidad, nuestros
principios confesionales. De alguna manera, surge como resultado de arrepentimiento personal,
debido a la facilidad con la que no pocas veces pequé criticando injustamente a colegas y hermanos
oficiales que tenían todo el derecho a pensar distinto a mí. Pero también, y especialmente, surge
como expresión de mi anhelo de ver una Iglesia Presbiteriana de Chile fortalecida en torno a sus
doctrinas esenciales y respetuosa hacia las diferencias que, de una u otra manera, siempre nos han
caracterizado.
Liberales y fundamentalistas han mostrado en el último tiempo que tienen en común el discurso
inconsistente de no someterse a credos, sino sólo a la Biblia. Por el sólo hecho de ser una iglesia
abiertamente confesional, nuestra Iglesia Presbiteriana de Chile ha tomado históricamente distancia
de ambos movimientos. Estoy convencido que esa es la línea que nos identifica y la que debemos
seguir profundizando: la de ser una iglesia abierta y explícitamente confesional, en otras palabras, ser
una iglesia bíblica. Este texto no busca otra cosa sino ser una ayuda para profundizar y reafirmar la
identidad que ya tenemos. Que el Señor nos reforme según Su Palabra para dar cada día mayor y
mejor testimonio, tanto en palabras como en acciones, de la fe en Cristo que hemos heredado.