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Marzo:
“El milagro de Ana”
Texto: 1 Samuel 1: 1-20.
Introducción:
En este tiempo podemos observar, como Dios está ubicando a la mujer en un lugar estratégico de
la historia de la humanidad. Hoy, ellas ocupan altos cargos como “presidentes” o “ministros”,
para tomar decisiones importantes en las naciones. Por eso, es el momento de prepararse para ser
un instrumento en las manos del Señor. Él nos ha hecho nacer en un tiempo como este, para poder
ser protagonistas.
No es casualidad que estemos viviendo un gran despertar en este aspecto social. La mujer ya
posee mucho valor en sí misma, y mucho más cuando está ungida por el Espíritu Santo. No
estamos al favor del feminismo ó del machismo, porque reconocemos el orden dado por Dios a
través de Su Palabra: La cabeza de la iglesia es Jesús, debajo de él está el varón, y la mujer es su
ayuda idónea.
En este relato, vemos a una familia hebrea que vivía bajo las costumbres de su época. En aquellos
tiempos, existía la poligamia, y por eso Ana tenía que compartir a su marido con otra mujer
llamada Penina.
A diferencia de Penina, Ana era una mujer estéril. Esto era algo muy mal visto para ese tiempo,
porque se consideraba que el único propósito de la mujer era procrear. Estaba relegada a estar en
su casa, criando a sus hijos; y cuantos más tuviese, era mejor vista y más honrada para su marido
y la sociedad.
Ser estéril era considerado una maldición, al igual que la lepra. La diferencia es que los leprosos
estaban destinados a vivir en lugares apartados. Las mujeres estériles podían vivir entre los
demás, pero estaban marginadas socialmente. Eran criticadas, despreciadas, y juzgadas por los
demás. No se las tenía en cuenta.
Estas mujeres, padecían un dolor enorme en su alma. Se sentían frustradas e incompletas por su
condición; y eso mismo era lo que Ana estaba viviendo. La Biblia también cuenta sobre otras
mujeres que padecieron esterilidad. Por ejemplo Elizabeth, que por un milagro de Dios, dio a luz a
Juan el Bautista. También podemos encontrar a Sara, una mujer de noventa años, que recibió una
Palabra de parte de Dios, y Él le dio un hijo. Ellas no podían ser madres de forma natural, pero lo
lograron a través de un encuentro con Dios, el Todopoderoso. Dice la Escritura, que Ana iba a
adorar a Dios al templo y en una de esas tantas ocasiones, llegó el momento de su milagro. ¡Este
es el día de tu milagro!
Veamos cual fue la actitud que tuvo Ana, para recibir un milagro de parte de Dios:
esperando. Él quiere sanar las heridas de tu corazón, así como lo hizo con Ana.
Ella se determinó a creerle a Dios y no a su condición actual.
Se levantó, en fe.
Ella se levantó un día, determinada a vivir como una hija de Dios. No perdió el tiempo en hablar
cosas indebidas, o en murmurar de los demás. Ella se concentró en la necesidad que tenía, y en
poder recibir ese milagro. Ana le creyó al Señor y eso hizo la diferencia. Pero no solo creyó, sino
que se levantó y fue a la casa de Dios con esta fe.
A veces estamos en la iglesia, pero parecería que no tuviéramos ese deseo que Dios espera
encontrar para producir un milagro. No es que se haya terminado la época de lo sobrenatural. Es
que ha cesado la fe en nuestros corazones.
Conclusión:
Para recibir el milagro de parte de Dios, debes levantarte. No puedes quedarte postrado
esperando tu milagro. En la misma forma que Ana, debemos clamar delante de la Presencia de
Dios hasta que Él nos de ese milagro.
Es tiempo de determinarnos, dejando la tibieza de lado. No debemos vivir una vida religiosa, sino
apasionada. Cuando usted se apasiona y lo sirve con toda su vida, no habrá nada que el Señor no
le conceda.
Debemos levantarnos como iglesia, sellados por el poder del Espíritu Santo y con un espíritu de
oración mayor del que hemos tenido hasta aquí.