Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
. Pastoral Familiar
.
.
Tema 1. El desafío de la vida familiar
1. Oración inicial
2. Hecho de vida
Comentemos juntos:
¿Qué relación encontramos entre el ciego y los discípulos?
¿Cuál es la relación de Jesús y el ciego?
¿Qué luces vemos y cómo nos ilumina este mensaje de los ciegos?
¿No tendremos que gritarle algunas veces a Jesús, para que nos haga ver
nuestra situación familiar y de pareja?
Quien acepta, Señor, vivir en tu gracia, está al tanto de los designios de tu corazón. Ha tenido
una experiencia de que tú quieres nuestra vida irrevocablemente, sabe que has puesto tu gloria
en que vivamos y ha probado que vivir en plenitud es vivir contigo en tu corazón.
María halló gracia ante tus ojos, por eso se vio como tu esclava, pendiente sólo de tu palabra, y
cuando vino tu Palabra a sus entrañas por obra de tu Santo Espíritu no se ensimismó en el
misterio que en sus entrañas se hacía carne, sino que ahí mismo se fue a servir a la vieja Isabel
y no sólo fue eficiente sino que su presencia hizo saltar de alegría hasta al niño Juan que la oyó
en el vientre.
Tú quieres que seamos, Señor, como María de Nazaret, que al vivir en tu corazón, puso su
corazón al ritmo del corazón del mundo, porque tu corazón no es la urbanización más exclusiva
ni una torre de marfil, sino el lugar común de los encuentros donde todos cabemos con nuestro
propio nombre y formando un solo pueblo. Amén.
Será útil comenzar recordando la realidad que hoy encontramos en la familia. Esta realidad es
un reto para nuestra fe. Resulta que muchas veces a la familia tradicional se la ha considerado
como modelo de familia "cristiana". Pero, si nos fijamos en ella detenidamente con la verdad de
la humildad, veremos que estamos lejos del ideal cristiano. Esta humildad inicial nos ayudará a
atender mejor el mensaje bíblico sobre la familia.
Si la teología ha tardado en considerar las realidades socio económicas como lugar donde vivir
y practicar el mensaje bíblico, más está tardando aún en ver a la familia como el espacio
privilegiado en el que se puede y se debe vivir el mensaje de la Biblia. Por lo general, al hablar de
los valores familiares nos contentamos con valores puramente naturales. Parece como si en este
aspecto la Biblia y, sobre todo, Jesús no tuvieran nada nuevo que añadir.
Es posible que la fe haya llegado poco a la familia en cuanto tal. Y es posible también que
dentro de la familia tradicional hayamos considerado como valores cristianos a realidades que
quizás no son cristianas.
Aun a riesgo de recargar un poco las tintas, resultará útil comenzar fijando la mirada en ciertos
aspectos negativos, que servirán como telón de fondo para hacer resaltar más nítidamente el
mensaje bíblico.
En la familia tradicional muchas veces el padre hace de patrón indiscutible. La dirección y las
decisiones están sólo en sus manos. El poder del padre de familia a veces llega a ser
prácticamente absoluto sobre la mujer, los hijos, la casa y los bienes. Y en la vida pública, la
mayoría de las veces sólo él se siente llamado al prestigio y al poder.
Prácticamente en todos nuestros ambientes populares la esposa tiene a veces una condición
equivalente a la de una menor de edad, sólo que la patria potestad sobre ella la ejerce el marido
y no el padre. Debe subordinarse al marido, admitiendo sus órdenes y tolerando, si es preciso,
sus arbitrariedades y abusos.
No hay apenas condiciones para el diálogo. El padre de familia se siente llamado a ser duro, sin
acceder a blanduras "femeninas". Piensa que no debe manifestar sus sentimientos más íntimos;
no debe rebajar su autoridad, dando razón a los hijos o rebajándose a dialogar con ellos de
igual a igual; no debe perder nunca la primacía en todo, aunque realmente no la tenga.
La mujer, en cambio, piensa que no debe abandonar jamás su natural posición de inferioridad y
obediencia. Los hijos, aunque hoy estén más preparados y tengan planteamientos nuevos, deben
callar y transigir; son menores perpetuos, a los que se pide obediencia total.
Así resulta que la familia se convierte de hecho en cimiento de una sociedad represiva, ya que
el mundo en que vivimos está organizado de acuerdo a un hecho fundamental: la desigualdad.
Desde este tipo de familia es posible la existencia de este orden sociopolítico y cultural que
beneficia a una minoría y oprime a casi todos. Ello se justifica ya desde la infancia, pues ese
aprendizaje de la desigualdad como algo irremediable lo recibe el niño a través de los padres.
Si los padres hacen suya la ideología del orden establecido, ésa sociedad tiene asegurada su
reproducción, pero una reproducción donde la desigualdad y la opresión serán signos
característicos.
Se ha dicho, y con razón, que la familia es base y célula de la sociedad. ¿Pero de qué tipo de
sociedad? ¿De la cristiana? Si sólo el padre tiene el poder y la madre se muestra inferior, junto
con los hijos, entonces la educación será opresiva y los hijos saldrán amaestrados para encajar
sumisos las injusticias de siempre. Están acostumbrados a que uno solo es el que da las órdenes
y el que maneja la plata.
Afortunadamente también existen familias solidarias, abiertas a los problemas de los demás, pero
en muchos casos las familias viven sus problemas de espaldas a la sociedad, encerradas en la
realidad exclusiva de los miembros que la componen, sin proyección hacia fuera y sin
responsabilidades públicas. Se piensa que la familia debe funcionar como algo privado,
independiente, donde no deben llegar los conflictos de la sociedad. Se piensa con frecuencia que
dedicarse a transformar la sociedad no es tarea de la familia. Los compromisos suelen ser sólo
a escala personal
Otro dato importante: La familia actual cada vez está más atrapada por el consumismo. Una
buena parte de los ingresos familiares se destina a gastos superfluos, aun a costa de pasar
necesidad en los rubros básicos de alimentación, vivienda o educación. Se vive al ritmo de la
propaganda.
Así resulta que la familia cada vez es más reaccionaria, porque se presenta tanto más feliz cuanto
más consume, cuanto más tiene, y resulta que, para conseguir este fin, se doblega ciegamente
al trabajo. Esta sumisión indica su conformidad total con la sociedad actual, su no disposición al
cambio y, por tanto, su aprobación de la desigualdad y el privilegio. El ideal es tener más que los
demás, generalmente sin importar mucho los medios.
Esta actitud resulta también real en la mayoría de las familias pobres. El no poder consumir al
ritmo de la propaganda lo consideran ya como una desgracia, lo cual origina frustración y
conflictos al no poder satisfacer las necesidades superfluas, siempre crecientes, de sus
miembros. Desesperadamente se lucha por entrar en la cultura del tener y del competir.
Otro lastre que acarrea la familia, ya desde muy lejos, es una visión poco humana de la
sexualidad. Proveniente de épocas pasadas, sobrevive entre nosotros una represión social de
las manifestaciones de la sexualidad. Y al mismo tiempo, los medios de comunicación exponen
públicamente una sexualidad superficial, muy comercializada. Junto a un ocultamiento de la
sexualidad, que encierra la idea de que lo sexual es pecaminoso, hay exhibición pornográfica
de la relación sexual.
En los sectores populares se mantiene una gran ignorancia acerca de la sexualidad humana.
Se desconocen los mecanismos biológicos y sus repercusiones físicas y psicológicas... Se tiene
miedo a conocer. La sexualidad se queda frecuentemente a nivel de instinto; no se quiere desvelar
su misterio humano y religioso. Con frecuencia se dan resistencias en contra de una sana
educación sexual y más aún a tratar el tema desde el punto de vista religioso.
Es muy frecuente, debido en gran parte a la falta de formación en este aspecto, que las parejas
no tengan un comportamiento sexual satisfactorio. El hombre, mal educado desde su infancia,
busca su placer personal; la mujer, externa e internamente reprimida, no experimenta satisfacción
sexual, y muchas veces considera que el placer es sólo para el hombre, y que ella se degradaría,
si lo buscase. Este comportamiento sexual lleva a una profunda insatisfacción, que trae
consecuencias graves para la vida familiar.
Pero el punto básico, en la mayoría de los casos, es la falta de un amor maduro. El mal
empieza con que en muchos ambientes nuestros los jóvenes no tienen chance de conocerse y
tratarse con suficiente sinceridad y libertad. Muchos matrimonios, por ello, se realizan de modo
forzado, sin suficiente amor, ni un estado razonable de madurez. Además, una vez pasados los
primeros entusiasmos iniciales, en la mayoría de las veces, se da una falta total de pedagogía
en la marcha gradual del crecimiento en el amor.
El tema básico de la educación del amor apenas entra dentro del ámbito de la fe, ni en la
educación que dan los padres a los hijos. La mayoría de los matrimonios llamados cristianos no
tienen ni idea de lo que dice la Biblia sobre temas familiares. No hay un cultivo de la fe en este
aspecto.
Se podrían plantear otros muchos puntos de vista. Pero basta con insinuar éstos. Sólo
pretendemos indicar la llaga con el dedo, sin siquiera tocarla. Nuestro fin es ayudar a curarla.
La crisis actual de la familia puede crear en nosotros una sensación de angustia e impotencia. Sin
embargo, toda crisis puede ser vivida desde la fe como motivo de gracia y posibilidad de
evangelización. Es una ocasión de renovación evangélica. Por eso intentamos realizar una lectura
creyente de la realidad actual de la familia, a la luz del mensaje bíblico.
La familia es hoy quizás más frágil y vulnerable, pero en ello se nos ofrece una oportunidad mayor
para que la fe pueda desarrollar su fuerza salvadora. Necesitamos crear una alternativa creyente
a la familia actual.
La Biblia puede ayudar a iluminar y a solucionar, aunque sea en parte, tanta desorientación
existente. Son muchas las personas que piden ayuda en esta materia. Porque, ciertamente, en
muchos casos, hay muy buena voluntad.
.
. Pastoral Familiar
.
.
.
Tema 2. Los primeros testimonios
1. Oración inicial
Respondamos juntos:
¿Qué recordamos de nuestra vida en familia?
¿Cuáles son los gestos que más recordamos?
¿Qué aprendimos en nuestra familia?
3. La Palabra de Dios nos ilumina
En el momento en el que comienza la revelación bíblica, la situación de la familia entre los hebreos
no se diferenciaba gran cosa de la de sus vecinos. Ciertamente dejaba mucho que desear a la luz
de nuestra mentalidad actual. Y, sin embargo, Dios conseguirá resultados extraordinarios
mediante una pedagogía sensacional basada en la dialéctica exigencia- condescendencia.
Yahvé demostró una paciencia infinita con su pueblo. Conociendo sus debilidades, contó con
aquellas personas concretas para realizar sus planes. No le importará esperar siglos hasta
conseguir las metas deseadas. No quemó etapas, ni pisoteó tradiciones culturales de aquellos
pueblos.
Escuchemos ahora, el relato de la relación de Abraham y Sara (Gen 17,15-22), uno de los
primeros testimonios que recibimos en la Sagrada Escritura acerca de la vida familiar:
Contestemos juntos:
¿Eran Abraham y Sara un matrimonio completo?
¿Qué dificultades tenían?
¿Cómo interviene Dios? ¿Cuál es la actitud del hombre Abraham?
¿Por qué ha escogido Dios a esta pareja? ¿Por qué se revela en ambiente
familiar?
4. Oración final.
Señor, enséñame a ser generoso, a dar sin calcular, a devolver bien por mal, a servir sin
esperar recompensa, a acercarme al que menos me agrada, a hacer el bien al que nada puede
retribuirme, a amar siempre gratuitamente, a trabajar sin preocuparme del reposo.
Y, al no tener otra cosa que dar, a donarme en todo y cada vez más a aquel que necesita de mí
esperando sólo de Ti la recompensa. O mejor: esperando que Tú Mismo seas mi recompensa.
Amén.
Jesús no hubiera podido dar su mensaje acerca de la familia en tiempos de Abrahán. Ni los
tiempos ni los hombres estaban entonces maduros para ello. Pero tampoco lo hubiera podido
dar, si Dios desde Abrahán no hubiera desencadenado ese proceso dialéctico de la exigencia-
condescendencia. Con una gran paciencia que duraría siglos, Dios empezó a exigirles
valientemente el ideal, aun a sabiendas de que sólo después de siglos podría recoger la
cosecha de esa semilla.
En el tema de la familia, como en cualquier otro tema, es necesario tener siempre en cuenta
que no basta la enseñanza aislada de una frase o un libro de la Biblia para recibir ya un
mensaje completo. La visión acerca de la familia de los primeros escritos no puede ser idéntica,
por ejemplo, a la que aparece en los libros sapienciales o en el Nuevo Testamento. Para entender
correctamente lo que la Biblia afirma sobre la familia es necesario entenderla en todo su conjunto,
conscientes siempre de que la cumbre de la revelación está en Jesús.
El pueblo judío, a quien Dios quería educar para el amor, era ingenuo y primitivo. Por eso la
pedagogía de Dios se apoyó inicialmente en testimonios concretos. Entonces no era el
momento de ideologías y doctrinas abstractas. Aquellos hombres elementales no estaban
preparados para una reflexión de carácter teórico. En cambio, el ejemplo concreto y vital les iba
muy bien.
Siguiendo esta pedagogía, Dios presenta al pueblo hebreo unos prototipos históricos de amor
conyugal: el ejemplo de Abrahán y Sara (Gn 17,15-22; 18,1-15; 20; 21,1-21; 23), de Isaac y
Rebeca (Gn 24), de Jacob y Raquel (Gn 29,6-30), de Moisés y Séfora (Ex 2,16-22), de David y
Micol (1 Sam 19,11-17). Las grandes figuras de la historia de Israel, los padres del pueblo han
amado de un modo grandioso y ejemplar. Su testimonio será un estímulo para el resto del pueblo.
Quizás para nuestra mentalidad actual la ejemplaridad de estos personajes no nos convence
plenamente. Sus vidas contienen aventuras extrañas a nuestro modo de concebir el matrimonio
y la familia. Pero no por eso dejan de ser testimonios maravillosos de amor entre un hombre y
una mujer, y mucho más en aquel tiempo.
Un dato importante de estos primeros tiempos es que Dios comenzó el proceso de revelación
bíblica a partir de experiencias religiosas familiares. "El Dios de los padres" es un Dios familiar.
Para hablar de la cercanía de Dios se usan expresiones de la vida familiar. Se habla de Dios en
relación con las realidades familiares y de grupo, y no en relación a las necesidades del Estado.
Dios está íntimamente relacionado con los elementos vitales para el grupo familiar: nacimientos,
vida de los hijos, relaciones y tensiones entre esposos, mujeres, hermanos y parientes. La historia
más extensa del Génesis habla justamente de un casamiento (Gn 24). Se da gran importancia a
las genealogías y a las muertes de los familiares.
El Dios que va junto, que permanece ligado al grupo familiar, que está donde están los suyos,
es una de las principales características de "la religión de los padres". Y el Dios que acompaña,
va también al frente de ellos. El prevé el nuevo lugar de pastoreo y de sobrevivencia.
Los cultos están también centrados en la vida familiar: nacimiento, casamiento, hijos, muerte. Y
las funciones sacerdotales son realizadas por los miembros de la familia.
La religión de los patriarcas tiene, pues, características de una religión familiar. Es importante
tenerlo en cuenta. Si pretendemos poner en marcha un nuevo proceso de evangelización,
hemos de comenzar por la familia. Así lo hizo el mismo Dios.
.
. Pastoral Familiar
.
.
Tema 3. La pareja en los primeros
relatos del Génesis
1. Oración inicial
Ellos te llaman sin saber que te llaman, y su grito es, misteriosamente, más doloroso que el
nuestro. Te necesitamos. Ven, Señor. Amén.
Cuando se hablaba del tema de la pareja humana, si alguien era superior al otro, una anciana
de la comunidad comentó: “La pareja humana es como un par de zapatos. No se pone uno sin
el otro. Si no son dos más vale andar descalzos, y además, ningún zapato es mayor o mejor, se
cuidan igual, tienen que ser iguales. Tampoco se pueden cambiar, el derecho no es izquierdo,
ni el izquierdo derecho. Si me equivoco al ponérmelos, me lastiman. Así el varón no es mujer, la
mujer no es varón, los dos son distintos pero los dos forman un par y son iguales”.
Contestemos juntos:
¿Cuál es la diferencia de vivir con la pareja que vivir en soledad?
¿Cuál ha sido su experiencia como pareja?
“Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy
a hacerle una ayuda adecuada.» Y Yahveh Dios formó del suelo
todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó
ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser
viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.
El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo
y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró
una ayuda adecuada.
Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó
una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado
del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: «Esta vez sí
que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha
sido tomada.» Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen
una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno
del otro”.
Contestemos juntos:
¿Qué rasgos les llama la atención de este relato?
¿Qué dice el texto para la vida familiar?
¿Cuál es el precepto del amor indicado en este pasaje?
¿Cuáles son las características que deben prevalecer en la relación de
pareja?
Reflexionando a profundidad:
En el Génesis encontramos dos relatos de la creación de la pareja humana.
El segundo, el yahvista (Gn 2,4b-25), es más antiguo e ingenuo, lleno de metáforas plásticas y
concretas, quizás redactado en tiempos de Salomón. El otro, el primero en la redacción actual (Gn
1,1-2,4a), es más reciente y elaborado, pero más abstracto, redactado seguramente por sacerdotes
en tiempo del destierro de Babilonia. No es éste el lugar para detenernos a examinar las diferencias y
complementaciones de las dos narraciones.
En los dos relatos se nos presenta el ideal que Dios tiene sobre la pareja humana. Como
contrapartida de aquellos ambientes familiares bastante negativos, parece que Dios piensa que lo
mejor es proponerles un gran ideal, prácticamente una utopía, que sólo al final de los tiempos se
podrá realizar plenamente.
Esta utopía del amor del Génesis ha supuesto siempre una gran fuerza motriz para el pueblo judío y
para toda la humanidad.
3. Oración final
Señor Jesús, tu viviste en una familia feliz. Haz de esta casa una morada de tu
presencia, un hogar cálido y dichoso. Venga la tranquilidad a todos sus
miembros, la serenidad a nuestras vidas, el control de nuestras lenguas, la salud
de nuestros cuerpos.
Danos el pan de cada día, y aleja de nuestra casa el afán de exhibir, brillar y aparecer; líbranos
de las vanidades mundanas y de las ambiciones que inquietan y roban la paz. Que la alegría brille
en los ojos, la confianza abra todas las puertas, la dicha resplandezca como un sol; sea la paz la
reina de este hogar y la unidad su sólido entramado. Te lo pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz en
el hogar de Nazaret junto a María y José. Amén.
4. Comprendiendo la relación de pareja en los textos bíblicos
Hombre y mujer son creados a imagen y semejanza de Dios. El amor se ve en este contexto
orientado ante todo a la procreación (hacen falta brazos para trabajar) como base para el dominio
del mundo:
"Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Manden a los peces del mar,
a las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra" (Gn 1,28).
El poder, participado por Dios, de traer al mundo seres humanos es quizás la mayor bendición
que nos ha dado Dios. Y esta bendición abarca todo el proceso educativo que hay que
desarrollar en el niño y en el joven hasta que maduran en una nueva personalidad.
En el marco grandioso de estas primeras páginas del Génesis, la reflexión sobre la creación
está llena de un optimismo extraordinario. Cuando Dios deja posar los ojos en su obra, capta su
bondad y pureza internas. Cada una de las realidades que han ido brotando de sus manos
amorosas quedan consagradas como buenas y, en el caso de la pareja, como "muy buenas".
Estos textos revelan la presencia directa de Dios en la formación de la pareja humana. Los dos
explican esta intervención divina de una manera directa: "Dijo Yahvé: No es bueno que el
hombre esté solo. Haré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude... Entonces Yahvé hizo
caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Y le sacó una de sus costillas, tapando
el hueco con carne. De la costilla que Yahvé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó
ante el hombre" (Gn 2,18.21-22). En el segundo texto se descubre la misma voluntad
soberana: "Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Y creó Dios al hombre
a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó" (Gn 1,26-27). Según ambas
descripciones, la creación del hombre, en su doble cualidad de varón y mujer, no tiene su origen
en ningún principio mitológico, ni su dimensión sexual ha sido causada por algún poder
maligno, sino que todo es fruto de la palabra creadora de Dios.
El relato más antiguo de la creación de la pareja (Gn 2,21-24), lleno de imágenes poéticas,
contiene datos interesantes para comprender el significado de la atracción entre el hombre y la
mujer. Parece como si la soledad del hombre por primera vez produjera en Dios la impresión de
que algo no estaba bien en su obra creadora: "No es bueno que el hombre esté solo. Haré,
pues, un ser semejante a él para que lo ayude" (Gn 2,18). Dios no acepta como un bien que el
hombre sea un ser solitario.
La presencia de los animales no había bastado para solucionar la soledad humana, a pesar de
su dominio y superioridad sobre ellos. En los animales el hombre "no encontró un ser semejante
a él para que lo ayudara" (Gn 2,20). Justo en el momento en que les impone nombre como signo
de su poder, siente de modo especial la necesidad de una ayuda, y el sentimiento de esta soledad
le domina sobre el gozo mismo de su soberanía.
En esta situación es cuando la mujer se hace presente como gran regalo de Dios. El sueño
profundo que sufre primero el hombre anuncia, como en otras ocasiones, un gran acontecimiento:
"¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Varona, porque
del varón ha sido tomada. Por eso el hombre deja a sus padres para unirse a una
mujer, y formar con ella un solo ser" (Gn 2,21-24).
El grito de exclamación manifiesta una alegría inmensa al haber encontrado por fin el reflejo suyo,
la compañera y ayuda que anhela; lo único que ha podido elegir y hacia lo que se siente atraído
entre todos los seres que acaban de desfilar ante él. Acaba de brotar una comunidad más fuerte
que ninguna otra, en la que los dos tienden a identificarse en un solo ser.
La ayuda y comunión es claro que no se refiere sólo a una atracción sexual. El diálogo que aquí
aparece entre el hombre y la mujer tiene resonancias afectivas y personales mucho más
íntimas. Cuando el Antiguo Testamento afirma que la mujer es la ayuda del hombre, su significado
es de una gran profundidad. Esta "ayuda" se traduce en roca firme en la que apoyarse, luz que
ilumina, escudo que defiende, auxilio en quien confiar, fortaleza de los débiles, escucha
atenta y cariñosa... Por ello el Eclesiástico, haciendo una alusión a este texto del Génesis, da
también al encuentro con la mujer un horizonte muy amplio de ayuda:
"La belleza de una mujer alegra el rostro y supera todos los deseos del hombre. Si habla
siempre con bondad y mansedumbre, su marido es el más feliz de los hombres. El que
consigue esposa principia su riqueza, pues tiene una ayuda semejante a él, una
columna para apoyarse. Por falta de cierres la propiedad es entregada al pillaje; sin
mujer, el hombre gime y va a la deriva" (Eclo 36,24-27).
La llamada recíproca entre el hombre y la mujer queda orientada, desde sus comienzos, hacia
esta finalidad. Por una parte, es una relación íntima, un encuentro en la unidad, una comunidad
de amor, un diálogo pleno y totalizante, cuya palabra y expresión más significativa se encarna
en la entrega corporal. Además, esa misma donación se abre hacia una fecundidad que brota
como consecuencia del amor.
Cuando Jesús en cierta ocasión se refirió a un problema conyugal, acudió a este proyecto primero
como el modelo típico que había de mantenerse por encima de todas las limitaciones humanas:
"¿No han leído aquello? Ya al principio el Creador los hizo varón y hembra. Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán dos en un solo ser. De modo que
ya no son dos, sino un solo ser" (Mt 19,4-5).
Algunas partes del mandato del Génesis se han cumplido ya substancialmente, como la
necesidad de poblar la tierra. Algo se domina ya a la creación a través de la técnica. En cambio,
el mandato de unidad total entre hombre y mujer en muchos de los casos está aún muy lejos
del ideal. Se diría que entre las cosas nos movemos a gusto, pero que entre las personas
somos un desastre. Por ello no es nada extraño que el capítulo tercero del Génesis hable de
pecado refiriéndose en concreto al problema de la unión. Y ése es el punto en el que insiste Jesús
en la cita que acabamos de ver.
Hay dos relatos sobre la creación: Gen.1,25-27 que es un relato sacerdotal y Gen.2,18-25 que
es yahvista, y que encierran en sí las corrientes de pensamiento que forman el Pentateuco. La
tradición Y es del s.X y la S del s.V.
Gen.2,18-25.
Las características del Y en este relato son:
pone de relieve1:
La soledad del primer hombre, ante la cual, Dios busca un ser con quien
pueda complementarse totalmente, en todos los sentidos.
La necesidad de relación interpersonal: el hombre y la mujer no están
condenados a
vivir en soledad, sino en diálogo de amor: “No es bueno que el hombre esté solo”.
El diálogo de amor supone igualdad. Los animales pueden hacer compañía al
hombre,
pero no pueden entrar en comunión con él. La mujer, en cambio, es el ser “semejante a
él que le convenga y le complete”, de su misma naturaleza y dignidad.
El relato de formación misteriosa de la mujer destaca la necesidad de
integración para
hallar la complementariedad.
Poderoso y misterioso atractivo entre el hombre y la mujer.
El diálogo de amor, intenta lograr la unidad más íntima y plena: “Por eso
dejará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Es
la unión total e íntima, además de ser más íntima y prevalente que la unión entre el
padre y el hijo, pues esta unión es física, carnal y conyugal, no solo espiritual, psicológica,
moral y personal2.
Este relato sacerdotal, insiste en que el hombre, también en su condición de ser sexuado, es
imagen y semejanza de Dios y en que el amor humano ha de ser fecundo: “Creced,
multiplicaos, dominad la tierra y sometedla”.
1
Cfr. SANCHEZ Monge Manuel, “Antropología y teología del matrimonio y la familia” Un reto para una crisis, Ed.
Atenas, Col. Biblioteca Básica del Creyente, Madrid 1987, p. 70.
2
La idea de que el hombre y la mujer son una sola carne expresa, sugiere y significa la unión conyugal mediante el
acto carnal, además de sugerir la unión personal.
La unión entre el hombre y la mujer en el plan divino del matrimonio se nos aparece como:
3
Cristo interpreta este mismo texto cinco siglos después: Mt. 19,4-6.
.
. Pastoral Familiar
.
.
Tema 4. La tragedia del pecado
1. Oración inicial
¿Por qué es tan difícil la vida familiar? Antes de dar nuestra respuesta, oigamos cómo
responden algunos:
Por causa de nuestro egoísmo. Cada uno piensa sólo en sí mismo.
No basta la buena voluntad. Es problema de carácter y de familia.
Es la política. Cuando la política se mete por medio, divide a la familia.
Hasta los primeros cristianos se pelearon. Es defecto de fábrica.
Estos sucede, hasta en las mejores familias.
No hay manera de convivir. Cada uno es muy distinto.
Y nosotros, ¿qué pensamos?
¿Cuál ha sido la vivencia de la fraternidad dentro de casa?
¿Por qué el pecado se atraviesa en muchos momentos de la vida?
¿Por qué es difícil llevarse bien?
En los primeros versículos de la Biblia, queda rota la historia entre Dios y el hombre. Surge la
tragedia del pecado, tal como lo leemos enseguida (Gen 3, 1-13):
Meditemos la palabra:
El pecado es como una serpiente, ataca con astucia y engaño. El pecado es no aceptar la
vida, ni a nosotros mismos. Pecado es tener miedo de Dios. Huir y escondernos. El pecado
nos expulsa, nos saca del paraíso.
La serpiente es un animal astuto, peligroso y dañino. Simboliza el pecado. El mal se
disfraza para mentir y engañar. Representa la religión cananea: cual al dios de la lluvia:
Baal; y a la diosa de la fecundad: Astarté.
El árbol que está en medio del jardín simboliza la interacción entra la Ley y la Vida del
pueblo.
Pecado significa errar el tiro al blanco. No atinarle al objetivo y finalidad de la vida. Es
abandonar, perder el camino de la vida. Pecado es el rechazo del amor de Dios.
Respondamos juntos:
¿Cuál es la serpiente que más nos tienta en el presente de la vida
matrimonial?
¿Quién está sufriendo más la mordedura de esta serpiente?
¿Cómo la podremos vencer, matar o al menos expulsar del ambiente
familiar?
4. Oración final
Hoy te pedimos, Señor, lo más precioso: que nos veamos en nuestras verdaderas dimensiones
para que no nos creamos importantes y hagamos sitio en nuestro corazón para nuestra
compañero de camino y para ti. Te pedimos, Señor, lo más importante: que no nos pongamos a
nosotros mismos en el centro de nuestro corazón. Que sintamos, Señor, deseos de los demás y
que sintamos deseos de ti. Te pedimos que no andemos llenos de nosotros mismos ni de nuestros
sueños, sino que siempre busquemos lo mejor para nuestra familia. Amén.
5. La tragedia del pecado
A pesar de su optimismo, la Biblia no cierra los ojos a la trágica realidad: frente al mundo luminoso
de la creación se alzan las sombras de matrimonios llenos de problemas, la familia dividida y la
misma sexualidad corrompida.
Según el ideal, la pareja estaba construida sobre una solidaridad perfecta. El hombre había
acogido a la mujer con un grito de alegría (Gn 2,23); pero ahora le echa culpa a "la mujer que
me diste por compañera" (Gn 3,22). Ya no forman los dos un solo ser. La ruptura realizada
exige que la palabra de Dios se dirija a cada uno por separado para escuchar su propia
condena (3,6-17).
6. Pecado y matrimonio
Primer pecado.
¿El primer pecado tuvo que ver algo con el matrimonio en sí? ¿O es que solamente tuvo elementos
perniciosos en el orden sexual? ¿Fue un pecado sexual? ¿Cuáles fueron sus efectos?
El pecado original consistió en la desobediencia, y tiene como raíz la soberbia, el orgullo del
hombre, aunque no sabemos en que materia concreta, pues, pudo ser desobediencia con
respecto a la gula, a la envidia, a la lujuria, etc. El pecado original consistió en constituirse en
norma propia del bien y del mal, al margen de Dios. Esta es la raíz misma del pecado humano.
El pecado por antonomasia consiste en robar un atributo propio y exclusivo del Creador,
dejando de reconocer ante Dios su condición de criatura, intentando exceder sus límites creados.
En el fondo, el pecado cuestiona la ley divina, porque ésta no es algo sobreañadido al hombre,
pues vive inscrita en su misma naturaleza. La ley es parte integrante del hombre que en cierto
modo lo define.
Pecado como trasgresión a la ley
Ser para el hombre es colocarse en justa relación respecto de Dios, pero tiene la posibilidad
libre de negarse y atribuirse a sí mismo funciones divinas, y el partido que tome determinará el
modo de realización que caracterizará sus relaciones con el mundo.
El mismo ser del hombre se realiza en el ponerse en su lugar (criatura) delante de Dios
(Creador). Más, por su libertad, puede ponerse en el mismo lugar del creador.
El pecado original es visto desde su carácter religioso y espiritual, no tanto en el aspecto
material. El pecado original no se trata de una prueba extraña a nuestra condición humana. Era
una “común experiencia de la naturaleza”, al contrario, nos encontramos con ella en cada recodo
de nuestra vida.
La causa profunda de todo mal es la ruptura entre el hombre y Dios; es decir, el pecado en su
esencia espiritual.
Interpretación convergente
Sobre el pecado original, San Agustín afirma que es un pecado de desobediencia cuya raíz es
el orgullo. Por su parte, Santo Tomás afirma que es un pecado de orgullo y desobediencia, si bien
con daños perniciosos en el orden sexual, antes se pierde la santidad del alma por orgullo, que la
del cuerpo por impureza.
La tradición patrística dice que en el pecado original quisieron determinar los primeros hombres
por sí mismos lo que es bueno y malo para obrar; quisieron obtener por sí mismos y sus propias
fuerzas lo que les faltaba para la felicidad plena dejando al margen a Dios.
Su reflexión fue más allá de lo material. El pecado involucraba una confusión del mismo
concepto de Dios. Con la prohibición pensó que Dios tenía envidia, siéndolo entonces como un
competidor. No era sólo un desorden moral, sino que era también una corrupción del concepto
de Dios, al haber creído que Dios tenía envidia del hombre y buscaba la competencia. El
pecado original fue un pecado contra Dios y contra el prójimo. No solo hubo pecado, sino también,
sugerencia de pecado.
Algo ha cambiado en las relaciones de los hombres y su relación con Dios. Estas relaciones
antes del pecado entre el hombre y la mujer son puestos en los siguientes puntos:
Estaban desnudos y no avergonzaron (2,25).
No había turbación, sino paz y serenidad, como reflejo visible de la gracia.
Había confianza y estima mutua como frutos del amor.
Había buenas relaciones con Dios: gozaban de la presencia amigable de Dios.
Todo esto denota transparencia en la caridad mutua y para con Dios. Más después del pecado
comenzaron los problemas:
Nace la vergüenza. Inseguridad e imprecisión en las relaciones.
Ruptura de la buena relación con Dios. Huye de su presencia.
La mujer parirá con dolor. Hay una especie de contradicción interior: por un lado, la vocación
a la maternidad, y por otro, la dificultad y resistencia ante el dolor. Tampoco para el hombre
será fácil una paternidad amplia y generosa: tiene un carácter penoso del trabajo.
Especie de contradicción misteriosa, nacida del pecado y que puede conducir a él: la tentación
del varón de dominar a la mujer de dos maneras: jurídico - social y sexual.
Dos advertencias:
Distinguir la realidad del matrimonio mismo que fue, es y sigue siendo bueno por ser obra de
Dios, en los abusos que se han dado a través de la historia.
El pecado no hace variar fundamentalmente el plan de Dios sobre el matrimonio, sino que
Dios lo conduce a una progresiva redención y dignificación en la perspectiva mesiánica.
.
. Pastoral Familiar
.
.
Tema 5. El sexto mandamiento
mutua dignificación
Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creando a la humanidad a su imagen y semejanza, Dios pone en el hombre
y la mujer la vocación, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la
comunión. La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana,
en la unidad de su cuerpo y alma: su afectividad, su capacidad de amar y
de procrear, y la manera de unirse con los demás hermanos y hermanas.
1. Oración inicial
Señor, gracias porque nos diste el verdadero amor, ancho y difícil, el más alto
y misterioso de tus dones. Tan fuerte, que nos llena la vida de extremo a
extremo. Amor tan grande que en él caben ya todos los hombres, y nos
sentimos hermanos suyos. Amén.
2. Retratos de la vida
En la Col. 12 de diciembre vive un matrimonio joven formado por Camila y Ciriaco. Apenas
cumplieron nueve meses de casados. Camila tiene 18 años y ahora sufre mucho porque ya no le
permite Ciriaco ir a los bailes y frecuentar a sus amigos y amigas de la prepa. Por su parte, Ciriaco,
no ha dejado de ver a su exnovia y de vez en cuando han tenido encuentros amorosos. Cuando
Ciriaco y Camila están juntos en la casa poco platican de cosas agradables de ellos mismos, pues
a Ciriaco ya no le ilusiona tanto "estar" con Camila porque ya ha estado con muchas chicas.
Camila se siente como encerrada y a veces siente que sólo la utilizan, según le ha dicho a su
mejor amiga Fabiola. Fabiola le ha dicho que lo abandone porque ella no es libre, que Ciriaco
no es un buen hombre, que no la ama. Camila no sabe qué hacer, y ahora ella se está viendo con
un viejo amigo que según esto la "comprende" y le da el cariño que no encuentra con su esposo.
El hecho de que Jesús no se casara, no significa que no estimara el matrimonio. Todo lo
contrario. Cuando los fariseos le preguntan si es lícito repudiar a su mujer, les recuerda el
sentido que les muestra el relato de la creación. Así declara Jesús indisoluble la unión del
matrimonio. El hombre se entrega a la mujer y la mujer al hombre. Tan serio es este
compromiso que Jesús va más allá de la institución del matrimonio sino que incluye la
entrega mutua: "Han oído que se dijo: no cometerás adulterio. Pero yo les digo: todo el que
mire a una mujer con mal deseo, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón".
En el matrimonio, se dan los esposos enteramente uno a otro que sólo la muerte puede
desatar el vínculo que los une. Cualquier entrega sexual a otro sería traición contra esta
donación total, aunque la otra parte lo aprobara o con ello no se destruyera otro matrimonio.
Esto es, en cualquier circunstancia, infidelidad al matrimonio contraído en Cristo con su
mujer (o marido).
5. Oración final
Concluyamos nuestra reunión comunitaria con la oración que Jesús nos enseño: Padre
nuestro...
6. El sexto mandamiento: mutua dignificación
El sexto mandamiento según el Éxodo dice textualmente: “No cometerás adulterio" (Ex 20,14).
Para entender este mandato del Señor es necesario hacer referencia al motivo del Éxodo, con
su perspectiva de liberación y alianza. Por olvidar su contexto histórico con frecuencia se ha dado
a este mandamiento un sentido legalista erróneo. La intención del sexto mandamiento es proteger
el bienestar del matrimonio y, consiguientemente, de la familia.
Los israelitas habían salido de Egipto con la fe puesta en Dios para formar un pueblo de hermanos.
Para ello había que liberarse de toda opresión; y una raíz profunda, reproductora de opresión,
metida dentro de la propia familia, es el hombre que se cree superior a la mujer, la domina y
traiciona su amor.
Por ello en los profetas la infidelidad matrimonial se compara a la infidelidad de Israel con
Yahvé. Y se acentúa, por lo contrario, la fidelidad permanente de Dios hacia su pueblo. El amor
humano y el amor divino son dos realidades íntimamente unidas, que se iluminan y se fomentan
recíprocamente. Por ello es tan importante la fidelidad al amor.
Por eso se considera al matrimonio como sacramento, es decir, como signo del amor de Dios,
no sólo para los cónyuges y sus hijos, sino para todo el pueblo. Y el objetivo primordial del sexto
mandamiento es preservar la comunidad de amor formada por un hombre y una mujer, que ha de
ser una imagen de la fidelidad de Dios.
Este ideal nunca fue alcanzado en el Antiguo Testamento. El machismo fue más fuerte, y
residuos de ello quedan en algunos textos bíblicos. Pero Jesús retomó el ideal y lo llevó a su
perfección, como veremos más adelante.
7. Sexualidad humana
Las dos fuentes de la moral católica han sido siempre la Palabra de Dios explicada por la Iglesia
y la reflexión humana sobre las exigencias de la ley natural. Sin embargo, cuando queremos
catalogar la gravedad de un pecado, no basta acudir con ingenuidad a cualquier cita de la
Escritura, pues la cultura en que ella se mueve no corresponde siempre a nuestras circunstancias
actuales. La visión que aparece en la Biblia sobre el sexo ilumina y fundamenta la reflexión
posterior, pero a veces no se puede concretar la importancia de cada conducta concreta. La
Escritura no tiene una enseñanza detallada sobre conducta sexual, pero ciertamente aporta
respuestas importantes a los interrogantes que hoy nos formulamos. Por ello
no puede dejarse a un lado la meditación sobre el significado del sexo para descubrir el valor
ético pisoteado en ciertas conductas.
La moral tradicional ha clasificado con exactitud los pecados en esta materia. Cualquier
comportamiento aislado solitario (masturbación), o con personas del mismo sexo
(homosexualidad), sin amor (prostitución), o sin estar ya institucionalizado (relaciones
prematrimoniales), que nieguen la procreación (anticonceptivos), o la infidelidad del matrimonio
(adulterio), lo considera siempre pecado grave.
Según esta visión, no se pueden dar unas normas cuadriculadas sobre cuándo hay ofensa a Dios
y si esta ofensa es grave o leve. Depende mucho de la actitud que se tome. Y ello no quiere
decir que pretendamos negar o disminuir la importancia de las faltas en este terreno. La
sexualidad tiene una función decisiva en la maduración de la persona y en su apertura a la
comunidad humana. Una negación teórica o práctica del significado profundo del sexo
constituye un desorden grave por atentar contra una estructura fundamental del ser humano.
Lo que resulta difícil de aceptar es la norma tradicional de que la más mínima falta sexual
constituye objetivamente un pecado grave. La malicia del acto radica en la renuncia a vivir los
valores de la sexualidad. Si una conducta aislada no llegara a herir gravemente el sentido de la
sexualidad humana, no parece que ello se pueda considerar un pecado grave, aunque de
hecho sí sea una falta contra el orden establecido por Dios.
En concreto, en el Antiguo Testamento, que ahora vemos, hay una condenación muy expresa
contra el adulterio. La podemos constatar, además del texto de los mandamientos, en Dt 22,22-
27; Jer 7,9; Mal 3,5; Prov 6,24-29; Eclo 23,22-26.
La prostitución no es objeto de censura especial (Gn 38,15-23; Jue 16,1), pero la literatura
sapiencial, mostrando un progreso evidente, pone en guardia contra sus peligros (Prov 23,27;
Eclo 9,3-4; 19,2).
Existen testimonios que consideran a la homosexualidad como conducta contraria a los designios
de Dios (Dt 23,18; Lev 18,22; 20,13; Jue 19,22-30; 1 Re 14,24; Gn 19,1-29). Es
atacada duramente la bestialidad (Ex 22,18; Lev 18,23; 20,15-16; Dt 27,21). Adulterio,
homosexualidad y bestialidad eran consideradas conductas dignas de pena de muerte.
Jesús, como veremos más adelante, ahonda las prescripciones del Antiguo Testamento,
alcanzando al pecado en su raíz, que es el deseo que proviene de dentro (Mt 5,28; 15,19). Pero
su mayor avance radica en la comprensión con que trata al pecador, muestra visible de la
misericordia del Padre Dios.
. Pastoral Familiar
.
.
.
Tema 6. Un testimonio de fidelidad: Oseas
1. Oración inicial
En los tiempos del profeta Oseas los “baales” eran el olvido de la ley del Señor, el vino y el mosto,
la consulta a los ídolos de madera, la fornicación, el culto... Hoy pueden ser el dinero, el dominio,
el hedonismo, la intolerancia y la opresión. Y tras ellos está agazapada, como entonces, la
injusticia. Son pecados colectivos muchos de ellos, son idolatrías colectivas. Pero aún hay una
oportunidad para la conversión, aún queda lugar para la esperanza, se puede dar aún el milagro
de la reconciliación. No por nuestros méritos o habilidad, sino por la bondad de Dios (hésed), por
su amor gratuito como origen de todo perdón. Ante la realidad de un Dios que perdona la prostitución
de su pueblo, todos podemos ser capaces de conversión. No como una vuelta a lo anterior, sino
como una nueva seducción ante el amor de Dios experimentado.
Respondamos juntos:
En la vida familiar, ¿cuáles son nuestros baales?
¿Qué nos separa de la vida de casa? ¿Cuáles son nuestros intereses?
¿En qué nos apoyamos para vivir la reconciliación con la pareja?
¿Cuál es el límite del perdón?
“Yahvé me dijo: “Vuelve a querer de nuevo a una mujer adúltera que hace el
amor con otros, así como Yahvé ama a los hijos de Israel a pesar de que lo
han dejado por otros dioses y les ofrecen tortas de pasas”.
Recuperé, pues, a mi esposa, pagando por ella quince monedas de plata y
una carga y media de cebada. Y le dije: “Te quedarás aquí conmigo mucho
tiempo, sin ofrecerte a nadie y sin traicionarme con ningún hombre, y yo
tampoco tendré relaciones contigo”. Palabra de Dios.
4. Oración final
Los profetas dan nuevos pasos en el proceso de la revelación. Recuerdan sin cesar que el amor
de Dios por los hombres es la razón última de su comportamiento. Pero lo inédito hasta ese
momento es usar el matrimonio como signo e imagen de la Alianza entre Dios y el pueblo.
Dios es presentado como esposo y el pueblo como esposa. Dios es el esposo fiel que nunca
falla y el pueblo es la esposa siempre amada, aunque casi siempre es infiel y a veces llega a
ser una verdadera prostituta. Tan fuerte es la vinculación de la Alianza con el matrimonio, que
se emplea la misma palabra, berith, para designar a ambos.
Oseas es el primero que utiliza lenguaje matrimonial para explicar la comunidad de amor entre
Yavé y su pueblo. Su matrimonio se convierte en símbolo de la verdad que predica. El toma por
esposa a una prostituta. La ama de veras. Pero después de algún tiempo, ella le abandona para
seguir su vida anterior.
Cuando Oseas se ve traicionado por su esposa y a pesar de ello siente que la sigue amando,
se da cuenta de que eso era exactamente lo que sucedía entre Dios y su pueblo: Dios seguía
amando a aquel pueblo a pesar de sus infidelidades. "Ama a una mujer amante de otro y adúltera,
como ama el Señor a los israelitas, a pesar de que siguen a dioses extranjeros" (3,1). Esto le
llevó al profeta a mantener su fidelidad a pesar de la traición. Así, cuando la gente le preguntaba
por qué no la denunciaba públicamente para poderle dar todos a pedradas el castigo que
merecía, Oseas les respondía: Porque quiero que entiendan con mi actitud que la fidelidad de mi
amor traicionado es un signo y una manifestación del amor de Dios, fiel a su pueblo a pesar de
no ser correspondido. En los tres primeros capítulos del libro de Oseas puede verse con qué
fuerza aparece su amor traicionado y su firme decisión de perdón y fidelidad.
Cuando habla de infidelidad conyugal del pueblo se refiere concretamente a la idolatría: ellos
habían prometido, en la Alianza, que Yavé sería su único Dios, y, en contra de lo pactado, van
tras dioses ajenos. "El país está prostituido y alejado del Señor" (1,2). Ninguna palabra mejor para
expresar este hecho que el "adulterio", pues se trata de una auténtica infidelidad; y, para proclamar
el cariño de Dios a su pueblo, ningún otro símbolo más expresivo e hiriente que la fidelidad
matrimonial de Oseas.
A pesar de las leyes en contra, él busca a su esposa y vuelve junto a ella, la recibe y la perdona
con un cariño impresionante. "La volveré a conquistar, llevándomela al desierto y hablándole al
corazón" (2,16). "Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo a precio de justicia y
derecho, de afecto y de cariño" (2,21). Un matrimonio conflictivo concreto ha servido de vehículo
para el conocimiento de una verdad sobre Dios; a través de una experiencia tan dramática, el
amor de Dios se ha hecho más comprensible. Y como contrapartida, se profundiza el misterio de
la fidelidad y del perdón conyugal.
Los profetas exaltan y dignifican el amor matrimonial, valiéndose del símbolo del amor de Dios a
su pueblo elegido. De entre ellos, el más importante en este tema es Oseas, quien en los capítulo
1-3 presenta el amor de Dios a su pueblo presentado bajo el símbolo del matrimonio. La alianza
de Yahvé con su pueblo recurre siempre al símbolo matrimonial. Así, los profetas hablan de:
El pueblo de Dios, que ha sido infiel como una esposa adúltera y ha manchado la tierra con sus
prostituciones idolátricas, debe abandonar esa Tierra prometida y dada por Dios a los padres. Ese
es el castigo merecido, por ser la consecuencia irremediable de sus actos contrarios a los
compromisos de la Alianza pactada.
Esta imagen del adulterio nos ayuda pensar en la vida diaria, en la alianza matrimonial y en la
fidelidad mantenida a la misma. La infidelidad que se vive cuando dejamos pasar los conflictos
a la vida familiar. Infidelidad que puede provocar crisis en un matrimonio y puede estar causada
por múltiples motivos:
Cuando faltan las pequeñas muestras de amor: descuidar las pequeñas atenciones
cotidianas una vez casados, cosas que durante el noviazgo eran la regla: detalles, palabras
dulces, muestras concretas de afecto, mimos, caricias, etc. No olvidemos que el amor se
basa exclusivamente en la ternura.
Cuando no se tiene tiempo para estar juntos: los matrimonios entran en crisis porque no
tienen tiempo para estar juntos, para mirarse a la cara, para hablarse, para salir juntos ellos
solos. Nada podrá sustituir nunca el tiempo de estar juntos. Ni el dinero, ni los nuevos
electrodomésticos, ni las joyas, ni las pieles, ni una casa más bonita, un una cuenta
bancaria más abultada, etc. podrán sustituir el tiempo pasado juntos escuchándose,
amándose, compartiéndose, etc.
Comentemos juntos:
Padre, en tus manos me pongo. Haz de mí lo que quieras. Por todo lo que hagas de mí, te doy
gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se haga en mí y en
todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi alma entre tus manos, te al doy, Dios mío, con todo el ardor de mi corazón porque te
amo, y es para mí una necesidad de amor el darme, el entregarme entre tus manos sin medida,
con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amén.
El adulterio era castigado severamente, incluso era castigo de muerte1. Ciertamente la Sagrada
Escritura no habla de ninguna mujer muerta a punta de piedrazos, incluso en el Nuevo Testamento
cuando le llevaron a la mujer adúltera a Jesús, tampoco él la condeno, ni ninguno de aquellos
que estaban ya levantando las piedras, ante las palabras de Jesús: “quien éste libre de pecado
que aviente la primer piedra”, y todos se fueron retirando, uno a uno, comenzando de los más
viejos hasta los más jóvenes (¿cómo estaría el gremio que todos se fueron?).
La cultura Israelita era cien por cien machista, con una discriminación de la mujer total. Por
esto, no hablamos de divorcio tal como lo entendemos ahora, sino más bien de repudio unilateral,
lo cual era permitido por la ley, según nos narra la Biblia:
“Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que
esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella
algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se
lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa (Dt.24,1).
La escuela de Hillel: de tipo laicista, que afirmaba que era posible despedir a la mujer por
cualquier causa.
La escuela de Sammai: que afirmaba que solamente existe una causa de divorcio, y es
específicamente por índole sexual.
Psicológicamente, los conflictos conyugales tienen con frecuencia dos únicas razones, relacionadas con
la regresión a dos fases del desarrollo individual: la simbiosis con la madre y el narcisismo. Por tanto, hay
dos tipos de matrimonio particularmente condenados a la crisis: el matrimonio simbiótico y el matrimonio
narcisista.
Por lo que se refiere al primer matrimonio, hay que subrayar que en la fase simbiótica el niño experimenta
que él y la madre son una única realidad, y que es imposible para cada uno de ellos pasar sin el otro, en
una relación de dependencia mutua. Quien, por un incidente psicológico infantil (frustraciones y carencia
de gratificaciones), se quede en esta fase (que va de 0 a 2 años), al casarse, lo hará con una figura materna
de la que pretenderá una dedicación absoluta e irreal. O sea, considerará a su pareja como una parte de sí
mismo y sufrirá cada vez que esa disponibilidad excesiva no se dé. Hay mujeres que se ofenden por cada
momento que el marido pasa con sus colegas, amigos, parientes o incluso hijos, o si el marido vuelve a casa
y se pone a leer el periódico. Y también hay maridos que se quejan porque la cena no está nunca preparada
cuando vuelven a casa, porque la mujer juega a las cartas con las amigas en vez de pasar la tarde con
él, o porque hace su vida o se dedica demasiado al hijo, prefiriéndolo al cónyuge. Son ejemplos clásicos
del modo equivocado de considerar al otro como a la madre cuando se era un bebé, ejemplos del llamado
matrimonio simbiótico. En este matrimonio el simbolismo de «serán los dos una sola carne» se toma de
forma literal y exagerada, y en el inconsciente de al menos uno de los dos no existe el «yo y el otro»,
sino una unión de los dos, o mejor, la pretendida sumisión completa del otro a uno mismo. En el
matrimonio simbiótico se niega uno a reconocer que su pareja tiene un mecanismo operativo separado
que funciona según un ritmo propio; es decir, existe la pretensión de que el reloj del otro coincida siempre
y en cualquier situación con el de uno. El problema surge cada vez que un cónyuge dice: «Mi mujer (o mi
marido) no me comprende». Esta expresión suena como un timbre de alarma: indica la pretensión de que el
otro tenga que conocer los pensamientos de uno, evidentemente porque lo vive como parte de sí mismo,
como alguien que debería comprender sin palabras.
1
Cfr. Lev. 20,10; Dt. 22,22.
Los que fanatizan este narcisismo, que a niveles medios es normal, necesitan ser amados más que amar,
demostrando así una burda inmadurez. Se dan cuenta o creen tener un físico muy atractivo que les garantiza
ser admirados y cortejados, haciendo aparentemente más fáciles y gratificantes todas las relaciones
sociales. Entonces, pueden permanecer perezosamente en esta postura y escoger como estilo de vida la
actitud de quien no tiene nada que conquistar sino que lo único que tiene que hacer es dejarse conquistar.
Por algo la palabra se deriva del nombre de un personaje mitológico de la antigua Grecia, el joven Narciso,
que, enamorado de sí mismo, quería admirar su imagen reflejada en una fuente.
Desgraciadamente, muchos adultos se han quedado estancados en esta fase evolutiva infantil que
debería ser transitoria en el desarrollo de la capacidad de relación con los demás. Y cuando se casan,
buscan un instrumento más que una persona; es decir, se busca al otro no por lo que «es», sino porque
«tiene» algo que sirve para compensar lagunas más o menos graves de madurez personal. Quien ha
experimentado variados arrebatos, ejemplos clásicos de narcisismo fatuo, puede reconocerse fácilmente
en este tipo de inmadurez, que se puede identificar con el egocentrismo más exasperado. Muchas
infidelidades conyugales hallan su verdadera motivación en el haber contraído un matrimonio narcisista.
Quien se queda en la fase narcisista sigue dividiendo a las personas en dos clases: buenas y malas, y
seguirá buscando personas buenas, que abandonará al primer desengaño, para buscar otras nuevas
durante toda la vida.
En la infancia, la fase narcisista cesa cuando el niño se da cuenta de que tanto las experiencias
agradables como las desagradables son producidas por la misma persona; o sea, cuando recibe una
bofetada de su madre, va a llorar al regazo de la madre, y en este momento nos hacemos maduros para
unirnos a una persona que humanamente podrá defraudarnos, pero sin justificar por ello evasiones ni
infidelidades.
Entre los múltiples motivos que pueden provocar crisis en un matrimonio están:
Expectativas exageradas: a veces esperamos y pretendemos demasiado del otro, pidiendo cosas
que bastarían para hacer huir a todos nuestros amigos si nos mostráramos con ellos tan exigentes.
Falta de diálogo: a veces el diálogo cesa por miedo, miedo a herir o a ser heridos. Antes o después
todos los esposos se preguntan: «No sé si me querría igual si tuviera el valor de decirle abiertamente
lo que pienso o siento dentro».
Deseo de cambiar al otro: al parecer, la mayor parte de los casados empiezan a hacerlo al poco de
casarse y se empeñan en modelar a la pareja según sus categorías. Y se lucha y se pelea por culpa
de las mismas cualidades que nos habían hecho escoger a la otra persona. Pero cuando nos
percutamos de que él o ella tienen intención de hacernos cambiar, protestamos y nos rebelamos.
Sentimos que no somos aceptados por lo que somos, y, por consiguiente, nos resultará imposible poder
amar con ternura y autenticidad.
El primer niño: a menudo el primer peligro verdadero para la paz del matrimonio llega con el primer
hijo, y el test, en tal ocasión, es si la mujer (y a veces también el marido) pone en el niño todo su interés,
ignorando al otro cónyuge. ¿Podrán entender los padres que la paternidad y la maternidad se pueden
transmitir mientras la unidad matrimonial continúe? ¿Llegarán los padres a darse cuenta de que sólo
podrán garantizar a su niño amor, seguridad, aceptación y calor humano si siguen creciendo en su amor
de marido y mujer? Con la llegada de los hijos el peligro lo corre sobre todo la mujer, con el riesgo de
convertirse exclusivamente en madre. Por su parte, el padre podría pensar más en cómo aumentar los
ingresos mensuales que en cultivar la relación de pareja.
Cuando faltan las pequeñas muestras de amor: descuidar las pequeñas atenciones cotidianas una
vez casados, cosas que durante el noviazgo eran la regla: detalles, palabras dulces, muestras
concretas de afecto, mimos, caricias, etc. No olvidemos que el amor erótico-sexual se basa
exclusivamente en la ternura; en caso contrario llegan las neurosis sexuales.
Cuando no ve tiene tiempo para estar juntos: los matrimonios entran en crisis porque no tienen
tiempo para estar juntos, para mirarse a la cara, para hablarse, para salir juntos ellos solos. Nada
podrá sustituir nunca el tiempo de estar juntos. Ni el dinero, ni los nuevos electrodomésticos, ni las
joyas, ni las pieles, ni una casa más bonita, ni una cuenta bancaria más abultada, etc. podrán sustituir
el tiempo pasado juntos escuchándose, amándose, compartiendlo, etc..
Pero aparte de las causas de crisis, de las causas psíquicas que crean conflictos conyugales, hay que
preguntarse: ¿cuáles son los síntomas más frecuentes de la crisis convugal, los signos que nos dicen que
estamos en crisis?
Aquí conviene decir que la esperanza es siempre lo último que muere, incluso en los conflictos
conyugales.
Pero aparte de este detallado aunque sucinto análisis de las causas psíquicas de los matrimonios abocados
al fracaso, sería útil ahora saber a qué fuentes hay que recurrir para lograr un matrimonio exitoso. Después
de años de experiencia psicoterapéutica, puedo afirmar modestamente que lo que necesita una familia sana
no es ni bienestar material, ni una excesiva sexualidad de los padres, ni unos hijos «majos», ni una casa
amplia o apoyos externos: sólo se requiere un poco de buena voluntad para mirar con toda honradez a la
cara a todas las diferencias que antes de casarse ni se soñaba que existieran. Y comprendemos que
tenemos que vivir juntos y amarnos a pesar de todas las diferencias que encontramos. Durante el noviazgo
se pone el acento en lo que nos une. En el matrimonio, en cambio, afloran las diferencias, a menudo de
forma dramática. Hemos aprendido. es verdad, que el matrimonio no es siempre, o sólo, dos personas que
avanzan cogidas de la mano; sino que es también un ir adelante juntos que requiere un gran esfuerzo para
programar y compartir nuestra vida. Así se empieza a entender que es una unión que requiere mucho
tesón si uno quiere que se mantenga en pie, que es necesario mirar adelante, reflexionar y dialogar. Y
terminamos por concluir que el matrimonio funciona sólo si nos decidimos a hacer que funcione.
Un matrimonio no es nunca un bonito regalo que se entrega a los esposos al final de la ceremonia
nupcial. Es algo que los cónyuges construyen con sus manos, día a día trabajando con dedicación y
sacrificio. ¿De qué manera? Por experiencia puedo afirmar que dar amor sin esperar nada a cambio es el
elemento esencial de un matrimonio logrado. En otros términos: se trata del amor incondicional, que a
menudo se ve como algo costoso, difícil o borroso. Indicaré ahora algunos atributos del amor
incondicional que merecen ser subrayados y sobre todo meditados por el lector:
1) «Renunciar a querer tener siempre razón». Es la única, inagotable fuente de problemas y de ruptura
de relaciones: la necesidad de decirle al otro que se ha equivocado o, si se prefiere, la necesidad de
tener siempre razón, de decir siempre la última palabra, de demostrar al otro que no sabe lo que dice, de
imponerse como superior. Una pareja sana es una relación entre iguales: ninguno de los dos ha de
sentirse equivocado. No existe un modo «acertado» o un argumento «vencedor»: cada uno tiene derecho
a tener su punto de vista. Antes de negarle la razón al otro, hemos de poder detenernos a hablar con
nosotros mismos y decirnos simplemente: «Sé lo que pienso sobre este tema y sé que su opinión no coincide
con la mía, pero no importa. Basta que yo lo sepa dentro de mí; no es necesario quitarle la razón».
2) «Dejar espacio a los demás». Cuando amamos a alguien por lo que es y no por cómo pensamos que
debería ser, o porque nos satisface, surge espontáneo dejarle espacio. La actitud afectiva adecuada es
permitir a cada uno ser él mismo. Y si eso comporta algún tiempo de alejamiento entre nosotros,
entonces no sólo hay que aceptar la separación, sino facilitarla afectuosamente. Las relaciones
demasiado estrechas (me refiero especialmente a los matrimonios simbióticos), destrozadas por los celos o
la aprensión, son típicas de quien piensa tener derecho a imponer a los demás cómo deberían comportarse.
3 ) «Borrar la idea de posesión». Tratemos de gozar el uno del otro, no de poseernos mutuamente.
Nadie quiere ser dominado. A nadie le gusta sentirse propiedad privada de otro, ni sujeto ni controlado.
Todos nosotros tenemos en la vida una misión que cumplir, que resulta obstaculizada cada vez que otro ser
humano intenta entrometerse. Querer poseer a los demás es, sin duda, el obstáculo mayor en la toma de
conciencia de la propia misión.
4) «Saber que no es necesario comprender». No tenernos obligación de comprender por qué otro
actúa o piensa de una manera determinada. Estar dispuestos a decir: «No entiendo, pero es igual» es la
máxima comprensión que podemos ofrecer. Cada una de mis tres hijas tiene una personalidad y unos
intereses propios. Además, muy a menudo lo que les interesa a ellas no tiene interés para mí, o
viceversa. No siempre es fácil superar la convicción de que todos deberían pensar y comportarse como
yo, pero intento frenarme y, cuando lo consigo, pienso: «Es su vida, han venido al mundo a través de mí,
no para mí. Protégelos, presérvalos de actitudes autolesivas y destructivas, pero deja que vayan por su
camino». Rara vez entiendo por qué ciertas cosas les apasionan, pero a menudo he conseguido pasar
por alto la necesidad de entenderlo. En la pareja hay que superar la necesidad de entender por qué al
otro le gustan determinados programas de televisión, por qué se acuesta a cierta hora, por qué come lo
que come, lee lo que lee, se divierte con ciertas personas, le gustan determinadas películas o cualquier
otra cosa.
Recordemos que dos están juntos no para entenderse, sino para ofrecerse ayuda mutua y realizar su misión
de mejorar. Y una grandísima aportación a todo esto es el llamado «arte de la conversación», un arte que
tiene cinco reglas: sintonizar el canal del otro; mostrar que estamos escuchando; no interrumpir; preguntar
con perspicacia; tener diplomacia y tacto.
De estas reglas me parece importante detenernos en la escucha porque, parecerá raro, pero las parejas
en crisis no saben escuchar; y en mi actividad profesional tengo que trabajar a menudo sobre cómo reactivar
la atención y poner el acento en el proceso de escucha, pidiendo a cada uno que se concentre no en las
palabras que se dicen sino en otra cosa. ¿Qué oye. por ejemplo. en la voz del que habla? ¿Está bien
calibrada y suave. o es dura y agresiva? Lo mismo con el tono y la inflexión: ¿llana, metálica, monótona o
excitada y contagiosa? A veces nos sorprendemos de mensajes totalmente nuevos o diferentes con respecto
a las acostumbradas comunicaciones familiares, que se captan cuando uno deja de escuchar las palabras
y presta atención a otros aspectos. Una actitud típica de la falta de escucha se tiene cuando se usan las
siguientes palabras: «Sí,... pero». «si al menos...».
Me gustaría abrir un pequeño paréntesis sobre otras actitudes equivocadas en la pareja, que son las
pretensiones. Por ejemplo, pretender que el otro tenga que amar a los padres y a la familia de uno. Digamos
que me podría agradar que el otro trate a mi familia con respeto, pero no tiene que amarla obligatoriamente.
O bien pensar que si uno te ama de verdad, tendría que saber lo que necesitas. Es lo que yo llamo
«pretensiones de telepatía». por lo que quizá es útil declarar nuestros deseos de manera abierta y clara.
Quien te ama de veras tiene derecho a que le pongas al corriente. Otra idea: es un error pensar que pedir
disculpas lo borra todo. porque las disculpa son palabras. mientras que son mas importantes las acciones
correctivas.
Pero volvamos a lo de saber escuchar. Todos hemos hecho la experiencia bonita y liberadora de estar en
presencia de una persona tranquila que nos deja ser lo que somos, que no juzga, que no echa sermones,
que se ensimisma en nuestras experiencias, que está con nosotros, totalmente presente; en una palabra,
que se hace «uno» con nosotros. Pues bien, ésta es una persona que nos escucha. Si en cambio alguien
empieza a juzgarnos, a darnos consejos, hay menos espacio para que surja algo verdadero e importante,
quizá nuevo. En la pareja, que cada uno recuerde que la escucha debe ser pura, limpia, sin estar
pensando qué va a decir después.
Para concluir, los signos del verdadero amor matrimonial son: aceptarse mutuamente como somos; el deseo
de hacer lo que al otro le agrada; el estar dispuestos a allanar las diferencias conforme afloran; la conciencia
de que se ha de construir la unidad matrimonial y no el orgullo personal y las propias razones; el esfuerzo
de pensar en términos de «nosotros» y no de «yo»; la sensación de ser dos compañeros que trabajan juntos
por la misma causa; la constante tensión hacia un estilo de vida que ya no es mi estilo o el tuyo, sino el de
ambos, y que tiene sus raíces en un amor sobrenatural. Para casarse bien, hay que ser tres: él, ella y el
Amor.
7.
El libro de Jeremías emplea también de manera constante el símbolo del matrimonio. El pecado
de Israel, su infidelidad, su idolatría, los excesos sexuales ligados al culto a Baal, quedan
estigmatizados en la alegoría de la unión conyugal.
Sin embargo, a pesar de tantas amenazas, el profeta termina señalando la fidelidad infinita de
un amor que no se acaba ni se consume: "Con amor eterno te he amado; por eso prolongué
mis favores contigo. Volveré a edificarte y serás reedificada" (31,3-4).
De nuevo un profeta, Jeremías, presenta al matrimonio como prototipo del amor entre Dios y su
pueblo. Esta vez está también presente el sentido de perdón por parte de uno de los cónyuges.
Y algo más aún: el deseo de ayudar a regenerar a la parte infiel: "Volveré a edificarte..." Así la
fe en el Dios de los profetas se vuelve sumamente exigente...
.
.
. Pastoral Familiar
.
Tema 8. El amor lastimado de Ezequiel
1. Oración inicial
Pasemos a Ez 37. Si la amada (el pueblo) estuviera viva, valdría la pena un beso en sus labios
como lo va a decir más tarde el Cantar de los Cantares (Cant 1,2); pero si la amada está muerta
(así se imagina el profeta a Israel después de la destrucción de Jerusalén) sólo vale la pena
besarla en el alma, ya que un beso así le devolvería la vida. Escuchemos a Ezequiel:
“La mano de Yahvé se posó sobre mí. Yahvé me hizo salir medio de su espíritu. Me depositó en
medio de un valle, que estaba lleno de huesos humanos. Me hizo recorrer el valle en todos los
sentidos; los huesos esparcidos por el suelo eran muy numerosos, y estaban completamente
secos.
El pueblo no estaba viviendo noches de amor. Estaba pasando por la noche más oscura de
su historia. Y en esta clase de noche hay que vivir el amor en otra forma. La amada está
enferma, moribunda. Y así, no puede engendrar vida, ya que ella misma no la tiene.
El proyecto a favor de la vida comienza para Ezequiel reconstruyendo al ser humano desde
su misma realidad terrena: sus nervios, su carne, su piel. Todo lo que conforma su realidad
cósmica, toda esa herencia que su ser recibe de la tierra de la cual tomó origen, todo eso
hay que devolvérselo al ser humano, pues él conforma un proyecto conjunto con el cosmos,
a quien tiene que redimir a partir de sí mismo (Rom 8, 18ss).
El hombre fue tomado de la “adamáh”, la tierra, de aquí su nombre de Adán, que indica la
honda relación que hay entre la una y el otro (Gen 2,7). La realidad corporal del hombre
aparece como un valor que no puede ser menospreciado en el nuevo proyecto de vida.
El Espíritu de Dios redimirá esta carne, inhabitando en ella. Y sólo cuando él la inhabite, el
hombre es realmente creado. La meta es poner en marcha una humanidad nueva que sea
capaz de construir una sociedad nueva: “el espíritu entró en ellos; tomaron vida y se
pusieron en pie”. Ezequiel insiste en un futuro totalmente nuevo, cuya meta es la vida.
4. Oración final
Señor Jesús, llamaste “amigos” a los discípulos porque les abriste tu intimidad. Pero, ¡qué difícil
es abrirse, Señor! ¡Cuánto cuesta rasgar el velo del propio misterio! ¡Cuántas trabas se interponen
en el camino! Pero sé bien, Señor, que sin comunicación no hay amor y que el misterio esencial
de la fraternidad cosiste en ese juego de abrirse y acogerse unos a otros.
Hazme comprender, Señor, que fui creado no como un ser acabado y encerrado sino como una
tensión y movimiento hacia los demás; que debo participar de la riqueza de los demás y dejar
que los demás participen de mi riqueza; y que encerrarse es muerte y abrirse es vida, libertad,
madurez.
Estos dos profetas actúan durante el destierro. La humillación del pueblo infiel florece en un nuevo
canto de consuelo, de esperanza y de amor de Dios hacia su pueblo.
El profeta Ezequiel, en su capítulo 16 reproduce la historia de Israel con una ternura impresionante.
El pueblo elegido aparece como una niña recién nacida, desnuda y abandonada en pleno campo,
cubierta por su propia sangre, sin nadie que le ofrezca los cuidados y el cariño necesario. Dios
pasa junto a ella, la recoge y la cuida hasta llegar a enamorarse: "Te comprometí con
juramento, hice alianza contigo... y fuiste mía" (16,8). La descripción es ampliada con los múltiples
y valiosos regalos dados por Yahvé, que le dan el esplendor de una reina. La unión parece
afirmada aún más por el nacimiento de hijos e hijas (16,20).
Pero el pago vuelve a ser la prostitución, efectuada de una manera constante: "En las encrucijadas
instalabas tus puestos y envilecías tu hermosura..." (16,26). "Con todas tus abominables
fornicaciones, no te acordaste de tu niñez..." (16,22). Todo ello irrita profundamente
a Dios (16,22). Es más, en lugar de cobrar, ella misma ofrece los regalos de su matrimonio para
atraer a sus amantes: "Eras tú la que pagabas y a ti no te pagaban; obrabas al revés" (16,34).
Pero la esperanza queda de nuevo abierta por el arrepentimiento y el perdón: "Me acordaré de
la alianza que hice contigo cuando eras joven y haré contigo una alianza eterna" (16,60).
Los cantos del segundo Isaías reproducen las mismas líneas: "Como a mujer abandonada y
abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-. Por
un instante te abandoné, pero con un gran cariño te reuniré" (54,6-7). "No se retirará de ti mi
misericordia, ni mi alianza de paz vacilará" (54,10). El resultado de este matrimonio restablecido
será extensible a toda la humanidad (54,1-3).
De los profetas del destierro podemos sacar de nuevo la exigencia de perdón por parte del
ofendido. Pero aquí hay también un llamado al reconocimiento de la culpa. Es la condición para
que el perdón se haga efectivo.
.
.
. Pastoral Familiar
.
Tema 9. Significado simbólico de la
entrega conyugal
1. Oración inicial
Ustedes aburren a Yahvé con sus discursos y todavía dicen: “¿En qué le hemos molestado?”.
Ustedes lo molestan cuando afirman que Yahvé mira complacido a cuantos actúan mal, ya que
les va bien en todo, o cuando se preguntan: “¿Dónde estará el Dios que hace justicia?”.
Palabra de Dios.
4. Oración final
Para nosotros lo importante de todo este lenguaje profético reside en su presupuesto de base.
Si los profetas se han valido del matrimonio para que el hombre vislumbre la realidad de sus
relaciones con Dios, es necesario que el amor conyugal sea capaz de describir el misterio de la
Alianza entre Dios y los hombres. El matrimonio debe adquirir esa densidad significativa. Como
gesto y experiencia humana debe estar lleno de este valor trascendente: ser signo e imagen de
la amistad y el cariño divino. La historia de un amor conyugal, con sus progresos y crisis, con
sus gozos y tinieblas, es el reflejo de una intimidad profundamente misteriosa. El corazón de
Dios se nos hace de esta manera más comprensible.
Al proclamar este mensaje de salvación, los profetas nos han iniciado también a una teología
del matrimonio y han acentuado con una fuerza extraordinaria, aunque sin buscarlo de manera
directa, cuál debe ser el significado de la entrega conyugal. Debe existir una semejanza
creciente entre el amor de Dios y el amor entre esposos, fiel y misericordioso, hasta las últimas
consecuencias. Amor que no sólo se demuestra en los buenos momentos, sino también, y de una
manera muy especial, sabiendo perdonar y olvidar.
La lección profética sobre el amor conyugal no se refiere sólo a su aspecto espiritual, sino que
abarca también la relación más íntima. Sabemos que el verbo utilizado por la Biblia para expresar
la donación corporal es "conocer", y Dios se queja constantemente de que su pueblo no lo
conoce. "Conocer un hombre a su mujer" nos evoca, por tanto, un hondo sentido de intimidad, de
entrega profunda en todos los órdenes, de revelación progresiva y recíproca hasta formar una
sola carne, una sola vida, un solo ser.
Que los profetas hablen de la infidelidad de la esposa, no quiere decir que ataquen solamente las
infidelidades femeninas, y no las masculinas. Se trata sólo de una comparación, en la que el
pueblo está representado por la esposa y Yahvé es el esposo.
Respecto a infidelidades concretas de los hombres, encontramos una cita muy elocuente en el
profeta Malaquías: "Yahvé es testigo de que tú has sido infiel con tu esposa, a la que amabas
cuando eras joven. Ella, a pesar de todo, ha sido tu compañera, y con ella te obliga un
compromiso. ¿No ha hecho Dios de ambos un solo ser que tiene carne y respira? Y este ser
único, ¿qué busca sino una familia dada por Dios? No traiciones, pues, a la mujer de tu
juventud" (Mal 2,14-15).
. Pastoral Familiar
.
.
.
Tema 10. Dignificación de la mujer
La mujer y el hombre, al ser dos, forman una comunidad. Si los dos son imagen y semejanza de
Dios, tiene que brillar y hacerse presente en los dos el amor generoso de Dios. Donde hay
amor, hay vida, y porque tenemos una vida, estamos llamados a hacer de ella un acto de amor.
1. Oración inicial.
Se atribuye a lo femenino de Dios, a su Espíritu Santo y a la mujer, toda la obra de generar y hacer
fructificar lo que se recibe. En el día del matrimonio, la joven le responde a su esposo cuando le
da las arras: “Yo las recibo en señal del cuidado que tendré de que todo fructifique en nuestro
hogar”. Este dar fruto en el hogar no se limita a usar bien el dinero, sino a la fecundidad y
creatividad de la mujer para dar vida, esperanza, alegría, armonía y belleza; a su capacidad para
ver el conjunto y el detalle, para arreglar el hogar, pero también para cooperar en el arreglo de la
misma historia; a su capacidad para servir y amar de un modo femenino.
En los libros sapienciales se resalta, de manera especial, el papel que la esposa tiene dentro de
la casa. De ella depende en gran parte la armonía del hogar. Célebres son los elogios de los
Proverbios a la buena esposa (Prov 31, 10-31):
Respondamos juntos:
¿Qué les llama la atención de estos proverbios?
¿Qué actitudes concretas pide Dios a los esposos?
¿Cuáles son las obras que deben brillar en las mujeres?
¿Qué nos llevamos para nuestra vida de pareja?
Comprendiendo la Palabra.
Los libros sapienciales de la Biblia muestran una faceta profundamente humana de la familia. La
mayor parte de estos libros nacieron de la comunidad judía de Alejandría, en contacto con la
civilización griega, de mentalidad bastante diferente a la judía de Palestina.
La fecundidad no aparece como un bien absoluto, ni la esterilidad, por tanto, es considerada como
maldición. Desaparece en gran parte la poligamia. Y se abre el horizonte a nuevas perspectivas
dentro de la familia. Se acentúa, sobre todo, la grandeza del amor conyugal y el relieve que toma la
mujer como ayuda y compañera. En esta nueva situación de diáspora se cultiva un tipo de amor más
íntimo e interpersonal. Los libros sapienciales subrayan la importancia de la mujer fuerte, la mujer de
la primera juventud, la mujer de su casa. Con un gran respeto a la mujer y al mismo tiempo con un
conocimiento existencial de ella.
Se da, además, especial importancia a la atención a los padres ancianos y a la educación de los
hijos.
4. Oración final
Señor, haz de nuestro hogar un lugar de amor: Donde no haya injurias, porque Tú nos das
comprensión. Donde no haya amarguras, porque Tú nos das paciencia. Donde no haya rencor,
porque Tú nos enseñas el perdón. Donde no haya abandono, porque Tú siempre estás con
nosotros. Amén.
5. Comentario a la Palabra de Dios
Los libros sapienciales de la Biblia muestran una faceta profundamente humana de la familia.
La mayor parte de estos libros nacieron de la comunidad judía de Alejandría, en contacto con la
civilización griega, de mentalidad bastante diferente a la judía de Palestina.
La fecundidad no aparece como un bien absoluto, ni la esterilidad, por tanto, es considerada como
maldición. Desaparece en gran parte la poligamia. Y se abre el horizonte a nuevas perspectivas
dentro de la familia. Se acentúa, sobre todo, la grandeza del amor conyugal y el relieve que toma
la mujer como ayuda y compañera. En esta nueva situación de diáspora se cultiva un tipo de amor
más íntimo e interpersonal. Los libros sapienciales subrayan la importancia de la mujer fuerte, la
mujer de la primera juventud, la mujer de su casa. Con un gran respeto a la mujer y al mismo
tiempo con un conocimiento existencial de ella.
Dignificación de la mujer
Los autores sapienciales describen lo que significa la mujer en la vida del hombre. "Quien
encuentra mujer, encuentra un bien, alcanza favor del Señor" (Prov 18,22). "Vale mucho más
que las perlas" (Prov 31,10).
Se resalta de manera especial el papel que la esposa tiene dentro de la casa. De ella depende
en gran parte la armonía del hogar. Célebres son los elogios de los Proverbios a la buena esposa:
"Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará? Es de más valor que cualquier joya. Su marido
puede confiar en ella: ¡qué beneficio no le traerá! Le devuelve el bien, no el mal, todos los días de
su vida.
Entiende de lana y de lino y los trabaja con sus ágiles manos... Tiende su mano al
desamparado y da al pobre. No teme a la nieve para los suyos, porque tienen todos doble
vestido...
Su marido recibe honores; se sienta en el Consejo con los Ancianos del pueblo...
Aparece fuerte y digna, y mira confiada el porvenir. Habla con sabiduría y enseña la piedad.
Está atenta a la marcha de su casa, y nunca ociosa.
Sus hijos se levantan y la llaman dichosa. Su marido la elogia diciéndole: 'Muchas mujeres han
obrado maravillas, pero tú las superas a todas'.
Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que tiene la sabiduría, ésa será la alabada.
Que pueda gozar el fruto de su trabajo y que por sus obras todos la celebren" (Prov 31, 10-31).
Merece destacarse el elogio que realiza el libro del Eclesiástico a los esposos unidos,
resaltando el papel primordial que se da a la esposa:
"Feliz el marido de una buena mujer; el número de sus días se duplicará. Una mujer valiente es
la alegría de su marido; pasará en paz todos los días de su vida. Una mujer buena es don
excelente, reservada para el que teme al Señor; rico o pobre, su corazón es dichoso y muestra
siempre alegre el rostro...
La gracia de la esposa hace la alegría de su marido, y su saber es reconfortante para él... Como
el sol matinal sobre los cerros del Señor, así es el encanto de una mujer buena en una casa
bien ordenada. Como la luz que brilla en el candelabro sagrado, así es la belleza de su rostro
en un cuerpo bien formado..." (Eclo 26,1-4.13.16-17).
Todas estas citas ciertamente están vistas desde la perspectiva del hombre. Pero, dentro de aquel
ambiente machista, la Biblia se esfuerza en exaltar el papel destacado de la mujer dentro del
hogar. Sin ella no puede vivir el hombre. "Por falta de cierres la propiedad es entregada al pillaje;
sin mujer el hombre gime y va a la deriva" (Eclo 36,27).
En aquel ambiente machista la fidelidad a la propia esposa se volvía algo difícil. Por eso tienen
especial mérito las exhortaciones en este sentido:
"Bebe el agua de tu cisterna, la que corre de tu propio pozo. ¿Deben derramarse fuera tus
fuentes? ¿Correrán por las plazas tus arroyos? Sean para ti solo y no para los de afuera.
¡Bendita sea tu fuente, y sea tu alegría la mujer de tu juventud! ¡Sea para ti como hermosa
cierva y graciosa gacela; que sus pechos sean tu recreo en todo tiempo; que siempre estés
apasionado por ella! ¿Cómo te apasionarías, hijo, por una desvergonzada, y reposarías en el
regazo de una ajena?..." (Prov 5,15-20).
Ejemplo típico de fidelidad de una mujer a su marido más allá de la muerte es el de Judit (Jdt
8,4-6; 16,22).