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PARROQUIA “ESPÍRITU SANTO”

TALLER DE CATEQUESIS
LOS 7 SACRAMENTOS

JAIME MARTÍNEZ
LOS SACRAMENTOS

Toda la vida litúrgica de la Iglesia gira en torno al Sacrificio


Eucarístico y los sacramentos.

Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo, Confirmación o


Crismación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden
sacerdotal y Matrimonio

Un pintor, muy acertadamente, dibujó a Jesús en la cruz con siete


manantiales de sangre que brotan de su costado. Por su muerte en la
cruz, Jesús abre para nosotros siete fuentes de Gracia Los siete
Sacramentos-, a través de las cuales nos ayuda a crecer
espiritualmente.

Sacramentos de la fe

"Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres,


a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a
Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo
suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con
palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe"

Por eso Jesús para nosotros es nuestro Gran Sacramento.

Se ha definido el Sacramento como “un signo sensible, instituido


por Jesús, por medio del cual se simboliza y se produce la
comunicación de la Gracia”.

La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por


Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a
los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios.

Ellos recordaban perfectamente que Jesús les había dicho: “No los
dejaré huérfanos”. Se sentían acompañados de Jesús en todo
momento: El les había asegurado: “Yo estaré con ustedes todos los
días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En tiempo del evangelista San Juan, algunos comenzaban a “echar


de menos” la presencia física de Jesús. Juan, en su evangelio,
recordó a propósito que en la Ultima Cena, Jesús les había
advertido: “Es mejor que yo me vaya.; “no los dejaré huérfanos”
“les enviaré al Consolador: El estará siempre en ustedes” (Jn 16, 7-
14).

Por eso nosotros en cada sacramento volvemos a experimentar


presente a Jesús en medio de la comunidad, ya que la Iglesia -la
comunidad es el lugar escogido por Jesús para “manifestarse” más
claramente: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo” (Mt 18,20)
.
Siete manantiales

El Bautismo

Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter


del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en
griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la
"inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno
en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él
(cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).

El Bautizando es “hundido” en los méritos de Jesús, y muere al


hombre puramente carnal para resucitar siendo un hombre
espiritual.

“Vayan, a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos;


bautícenlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enséñenles a obedecer todo lo que Yo les he mandado” (Mt 28,
19-20

La Confirmación

En cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los


neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del
Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo
(cf Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica por qué en la carta a los
Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación
cristiana, la doctrina del Bautismo y de la la imposición de las
manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido
con toda razón considerada por la tradición católica como el
primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual
perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés"

En la Confirmación, el cristiano recibe el Espíritu de Jesús y es


equipado para ser su testigo en el mundo.

La Reconciliación

Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o


manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un
elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este
sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza
de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre
pecador.

Volvemos a sentir a Jesús, que a través de sus representantes -los


sacerdotes- nos vuelve a decir como al paralítico: “Tus pecados te
son perdonados”; o como a la mujer adúltera: “Vete y no vuelvas a
pecar”.

Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo
de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de
perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder
divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún,
en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los
hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre

“A quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan


perdonados, y a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Jn
20,23).

La Eucaristía

La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" "Los


demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales
y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se
ordenan.

La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de


la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".

En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan


y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del
Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel
a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de
Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión:
"Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse
misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del
pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación.
Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino
(cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto
de la tierra" y "de la vid"

somos invitados a la Cena del Señor para recordar y actualizar la


muerte y resurrección del Señor. Por eso San Pablo escribe:
“Cuantas veces comemos este pan y bebemos este cáliz,
proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Co 11,26).

A ellos les vuelve a repetir: “Hagan esto en memoria mía” (Lc


22,19).

La Unción de los enfermos

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí


mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra
Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a
discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que
lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda
de Dios, un retorno a Él.

La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas


curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo
maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de
que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder
para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12):
vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los
enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que
sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me
visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los
enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la
atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren
en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables
esfuerzos por aliviar a los que sufren.

A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36;


9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos
(cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los
enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él
una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los
sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.

Es Jesús buen samaritano, representado por el presbítero, que llega


junto al que se encuentra caído y doblado por el dolor y la
enfermedad.

El sacramento del Matrimonio,

La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados


el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2,
18). La mujer, "carne de su carne" (cf Gn 2, 23), su igual, la criatura
más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una
"auxilio" (cf Gn 2, 18), representando así a Dios que es nuestro
"auxilio" (cf Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (cf Gn 2,18-
25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el
Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el
plan del Creador (cf Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino
una sola carne" (Mt 19,6).

es Jesús quien vuelve a citar las palabras del Génesis: “Dejará el


hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán
una sola carne” (Gn 2,24).
Es el mismo Jesús que ratifica el mutuo consentimiento de los
novios, y repite: “Que no separe el hombre lo que Dios ha
unido” (Mt 19,6).

El Orden Sacerdotal,

El pueblo elegido fue constituido por Dios como "un reino de


sacerdotes y una nación consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero
dentro del pueblo de Israel, Dios escogió una de las doce tribus, la
de Leví, para el servicio litúrgico (cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es
la parte de su herencia (cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los
orígenes del sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-30; Lv 8).
En ella los sacerdotes fueron establecidos "para intervenir en favor
de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y
sacrificios por los pecados" (Hb 5,1).

es Jesús que, de entre el gran número de discípulos, vuelve a llamar


a unos individuos para enviarlos de “manera especial”, para trabajar
por la difusión de su reino.

Signos para leer

A los milagros de Jesús, los evangelistas los llamaban “signos”; a


través de ellos Jesús quería “mostrar” algo. En los Sacramentos,
Jesús continúa actuando.

A los Sacramentos los llamamos “signos eficaces de la Gracia”


porque en ellos Jesús continúa comunicándonos su Gracia.

El agua, que nos cubre en el Bautismo, señala nuestro hundimiento


en la muerte de Jesús para poder participar de su resurrección.
En la Confirmación, nos ungen en la frente con el santo óleo para
que nos avergoncemos de ser testigos de nuestro Señor Jesucristo, y
para fortalecernos en la lucha espiritual.

En la Reconciliación, hay una mano levantada la mano de Jesús-


que expulsa al espíritu maligno y rompe las ataduras del mal.
En la Eucaristía, ya no hay una multiplicación del pan, sino la
conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. En
las Bodas de Caná el agua se convirtió en vino: en la Santa Misa, el
pan de harina se convierte en el Pan de Vida.

En la Unción de los Enfermos, el cristiano, agobiado por su


enfermedad, es ungido con aceite -medicina de la antigüedad- para
que sea curado física o espiritualmente.

En la ceremonia del Matrimonio, se presentan un hombre y una


mujer, y, al unir sus manos, ya no son dos, sino “una sola carne”;
Dios los “ha unido y el hombre no los puede separar”.

En el rito de la Ordenación Sacerdotal, el obispo -sucesor de los


Apóstoles unge con óleo santo las manos del presbítero para que
queden consagradas para servir totalmente a Dios y a la comunidad.
También le entrega la Biblia y el Cáliz: su misión será proclamar
la Palabra y ofrecer el sacrificio de la Santa Misa.
Cada Sacramento es un signo: hay que saberlo leer, hay que intuir y
experimentar la presencia viva de Jesús, que, a través de
instrumentos humanos -buenos, malos o regulares- nos comunica la
Gracia que nos santifica.

El ritualismo

Nuestros pueblos tienen raíces indígenas muy profundas. Al


indígena le encanta elsimbolismo, lo mágico, lo ritualista. El
indígena hecha incienso alrededor de su rancho y cree que está
alejando los malos espíritus.

Se baña con agua de “chilca” y está seguro que se está liberando de


malas influencias.

Todo estos “modos de pensar”, que perviven en nuestro pueblo,


pueden ser obstáculo para saber leer, cristianamente, los signos
sacramentales.

Esto no atañe sólo al pueblo sencillo, sino que repercute también en


muchas personas “cultas”, que, carentes de una fe cristiana sólida,
se han aferrado a creencias de tipo mágico, a ritos supersticiosos.
San Pablo, refiriéndose al rito de la circuncisión en su tiempo, decía:
“Porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión valen
algo, sino la fe actuante por la caridad” (Ga 5,6).

Lo importante en todo rito es la fe en Jesús. Sin esa fe, el rito es


algo vacío y hasta puede degenerar en un signo supersticioso.
Los fariseos estaban saturados de ritos; pero les faltaba la fe genuina
que se proyecta, según la carta a los Gálatas, en obras de amor.

Dejarse tocar

En cada sacramento, Jesús se acerca a nosotros con su Gracia; pero


hay que dejarse “tocar” por El para que se realice el efecto salvador
del sacramento.

Jesús visitó la casa del malvado Zaqueo; pero la “salvación” llegó a


él hasta que decidió “convertirse” y dejar de ser extorsionador y de
entregar la mitad de sus riquezas a los pobres. Zaqueo se dejó
“tocar” por la “salvación” que Jesús le ofrecía.

La mujer que sufría de hemorragias, se acercó para tocar la túnica


de Jesús; pero, de antemano, ya estaba predispuesta para dejarse
tocar por la gracia sanadora del Señor. Así sucede también con los
sacramentos; aquí no cabe el “automatismo”; es indispensable la fe
en Jesús.

Muchas confesiones, comuniones y misas no operan ningún efecto


en el individuoporque se acude a esos sacramentos por rutina, sin
preparación casi esperando un efecto mágico del mismo
sacramento.

Los sacramentos son celebración

Nosotros celebramos acontecimientos que tienen incidencias en


nuestra vida.

Celebramos el día de nuestro cumpleaños, el aniversario de bodas,


una gesta nacional.
Esos acontecimientos se caracterizan por la música, los cohetes, la
alegría, la fraternidad.

Los sacramentos son motivo de alegría en los que la Iglesia celebra


acontecimientos significativos de vida cristiana de sus miembros.
En el Bautismo, la comunidad se regocija por el nacimiento
espiritual de un nuevo miembro que se agrega a la familia cristiana.

En la Confirmación, se festeja la mayoría de edad de un hijo de la


familia que ha confirmado su “si” al Señor Jesucristo.

En la Reconciliación, se repite la fiesta del Padre del hijo pródigo


que recibe a su hijo en su casa.

En la Eucaristía, los hermanos reunidos “recuerdan la muerte del


Señor hasta que vuelva”.

Parecería inadecuado hablar de celebración en la Unción de los


Enfermos, allí dondese está tan cerca del dolor y de la muerte.

Los amigos del paralítico -en el capítulo 5 de Lucas- se alegraron de


poder acercar a su amigo a Jesús.

La comunidad se alegra de llevarle a Jesús al enfermo para que le


conceda salud física o espiritual.

En la ceremonia de la Ordenación Sacerdotal, la Iglesia se regocija


de que un miembro de la comunidad se consagre al servicio de Dios
para ser una “mano larga” de Dios en la tierra.

En el sacramento del Matrimonio, la Iglesia festeja la decisión de la


pareja que ha decidido formar un hogar cristiano -iglesia doméstica-
bajo la bendición de Dios y de la Iglesia.

Es por todo esto que celebrar Sacramentos en privado -sin la


comunidad- viene a ser algo así como celebrar nuestro cumpleaños
sin compañía, en la solitaria mesa de un restaurante.
Creer sin ver

Jesús le dijo al incrédulo Tomás: “Tú has creído porque has visto;
dichosos los que creen sin ver”. Esos somos nosotros: no vemos
físicamente a Jesús; pero por la fe lo experimentamos vivo en
nuestra vida, lo sentimos acercarse a nosotros en cada
sacramento y nos disponemos a dejarnos tocar por El.

Nuestros siete sacramentos no son vistosos ritos para engalanar una


ceremonia, sino “signos sensibles y eficaces de la Gracia”, que
aprendemos a leer por medio de la fe, y a través de los cuales Jesús
permanece entre nosotros, ayudándonos a crecer espiritualmente y
a que vaya apareciendo, cada vez más en nosotros, su imagen.

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