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LA ADOLESCENCIA, SEGUNDO NACIMIENTO

http://www.fundacioncreavida.org.ar/articulos_haptonomia.html#1
Dra. Catherine Dolto1

La adolescencia no ha existido siempre, así como la infancia, su estatus e


importancia son muy variables según las sociedades y las épocas.

Observamos que nuestras sociedades europeas se sienten mal con sus


adolescentes, y ellos se sienten mal en sus sociedades. Se miran en espejo y se
dan miedo. Este miedo los reúne y se lo puede comprender como síntoma del
disfuncionamiento social de una sociedad que no sabe ni poner los límites ni
significar la separación.

Si tomamos una metáfora del- jardín, podría compararse nuestro estilo de


educación con el cultivo de los árboles frutales puestos en emparrado. Se les
tortura con la finalidad de qué den frutos de los que ya se sabe con anterioridad
cual será el gusto y el tamaño que tendrán. Se parte del principio que si árbol
crece a su arbitrio, no dará buenos frutos. Mientras que la haptonomía postula que
el niño lleva en él lo bueno que le es necesario para dar frutos. El ser humano, en
su nacimiento, no es ni bueno ni malo, es portador, potencialmente de lo peor y lo
mejor, pero para que lo bueno se exprese es necesario interpelarlo y confirmarlo
sin cesar. Una simple poda que deje al árbol tomar su forma y dar sus frutos, que
no se parecerán a ningún otro.

No supimos transmitir nuestros valores a los jóvenes que nos siguen. Ellos
transgreden nuestras reglas de vida, son más delincuentes, más violentos y más
tempranamente. La actualidad cotidiana nos confirma cada día este hecho y nos
confronta con nuestra impotencia como cuerpo social que tiene que contener esta
"nueva barbarie". Mientras que la mundialización nos invita a reinventar una ética
de vida en conjunto y a aprender a transmitirla a nuestros niños, vemos que
nuestras sociedades amenazan con sucumbir desde adentro por la incapacidad de
compartir el espacio y el tiempo entre generaciones.

Es legítimo entonces interrogarse sobre la adolescencia, cada uno desde nuestro


lugar, y es esa la razón por la cual no desarrollaré aquí la parte apasionante del
aspecto sociológico de la cuestión, que no es de mi competencia, para hablar solo
de educación.

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www.fundacióncreavida.org.ar/artículos_haptonomía.html

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La práctica de la haptonomía, desde hace 23 años me ha permitido adquirir las
certezas que me parece deseable compartir. Antes de seguir adelante quiero decir
aquí que no se puede permitir hablar de educación si no se ponen de manifiesto
dos cosas esenciales:

No se debería jamás juzgar a los padres por sus hijos (no se debería además
juzgar a nadie salvo si uno es juez). De hecho la experiencia nos muestra que
ciertos padres que han hecho verdaderamente lo que mejor pudieron, pueden ver
a sus hijos descarrilar, mientras que otros a quienes se predecía lo peor, se
encuentran con niños ubicados y bien plantados en la vida.

La educación no es una ciencia exacta. Los adultos proponen, el niño dispone,


tomado dentro de una red de influencias muy diversas dentro y fuera de su familia
y de circunstancias que juegan un gran rol. Sabemos actualmente que las
influencias transgeneracionales ejercen una influencia importante. Lo que viene
del medio, del contexto, de las experiencias influye en el desarrollo, y esto desde
la vida prenatal. Lo que el niño vive en el vientre materno, hará que inhiba o
exprese ciertos genes, es la dimensión epigenética cada vez más conocida en
nuestros días.

Respetar a un niño es aceptar que él tome el riesgo de equivocarse sin por eso
perder su valor. La paciencia requiere mucho amor.

Todo el mundo comprende la importancia de lo afectivo, pero con la haptonomía


disponemos de herramientas de trabajo racionales, occidentales que nos permiten
abordar el cuidado, en el sentido más amplio del término, y la educación de
manera totalmente innovadora y sin embargo afectiva.

A Frans Veldman con quien aún trabajamos intensamente, le gusta decir que una
ciencia que no se preocupa de la felicidad humana no merece el nombre de
ciencia. La haptonomía nos enseña que la búsqueda del sentimiento de seguridad
y el miedo a la soledad atormentan el corazón humano. El hombre es una especie
nidícola como los pájaros que no dejan el nido hasta que saben volar. El recién
nacido como el niño y el adulto buscan sentirse en seguridad, aún si objetivamente
no lo están, pueden tener el sentimiento.

Una vida humana es una trayectoria que se desarrolla desde la concepción hasta
la muerte. Tras el caos aparente y las peripecias variadas, siempre se puede
discernir una cierta continuidad.

Los acontecimientos dejan sus marcas y se hacen eco, los miedos y los
sufrimientos nuevos despiertan los sufrimientos y los miedos más antiguos. A

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veces nos sorprendemos ante la incapacidad de alguien de hacer el duelo de su
perro, se desconoce sin darnos cuenta que a través de ese duelo es tal vez a sus
padres o a sus abuelos muertos hace treinta años, a quienes llora.

A todo lo largo de esta trayectoria de vida, cada experiencia vivida viene a


sedimentar para formar el humus psicoafectivo consciente pero sobre todo no
consciente, en el cual cada uno de nosotros puede hacer frente a los
acontecimientos nuevos, cuando es necesario tomar una posición.

Sabemos actualmente que no hay una sino varias memorias múltiples muchas de
las cuales no vienen a la consciencia hasta que no suceden ciertas circunstancias
emocionales o sensoriales particulares. A la luz de los conocimientos nuevos, en
particular los que nos aportan las neurociencias y la haptonomía, es necesario hoy
osar replantearse el dogma de la amnesia infantil con el cual fuimos formados
desde Freud.

En su mundo líquido, oscuro, cálido, el niño in útero, mucho antes de su


nacimiento, percibe, siente, propone... espera. Todo nos conduce a pensar que
acecha todo lo que pueda darle signo y sentido. Sabemos hoy que, desde nuestra
concepción a nuestra muerte, elaboramos y modificamos nuestro sistema nervioso
en función de un ir y tornar entre nuestro patrimonio genético y nuestras
experiencias.

Un niño in útero expresará o inhibirá ciertos genes en función de lo que vive. ¡Esto
nos da una enorme responsabilidad!

El recién nacido nace rico en experiencias prenatales que habrán desarrollado en


él un cierto sentimiento de seguridad o, al contrario, ya, una inseguridad latente,
que le darán a su entrada en la vida aérea un carácter más o menos dramático
según las circunstancias. El recién nacido ante los increíbles cambios que aporta
el tránsito de la vida acuática en el regazo materno, a la vida aérea, a la
separación, debe hacer enormes esfuerzos para adaptarse y engramar todas las
nuevas experiencias sensoriales. El cableado de los circuitos neuronales
comenzado en el vientre materno, continúa activamente. Muy rápido le da a lo que
vive un valor y un sentido. Como decía Françoise Dolto, para él todo es lenguaje.

Es necesario comprender que el recién nacido es alguien que ha perdido su


libertad. En el regazo materno, él podía jugar con su cordón, su placenta, sus
manos, sus pies. Podía succionar su dedo gordo, masturbarse, danzar entre las
manos de sus padres, acercarse o alejarse de aquello que atraía su atención o le
daba miedo. Podía también, cosa esencial, invitar a sus padres al encuentro,
reconocido así como sujeto de su historia, entregado a los adultos que lo

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manipulan, a menudo como un objeto, ante la fuerza de gravedad. Los bebés
tienen miedo al vacío y se adaptan tan bien como pueden entre el ser levantados y
vueltos a acostar que son momentos desagradables e insegurizantes, la mayoría
de las veces.

Cuando sabemos de verdad lo qué es un recién nacido, nos sentimos


dolorosamente oprimidos al constatar las pruebas que le tocan vivir. Venía de un
mundo en el que estaba enteramente rodeado de contactos y encuentros, helo
ahora sumido a acontecimientos inquietantes que se reproducen cada dos horas.

Descubrir el hambre, el dolor de panza, las nalgas mojadas, la soledad y la


dependencia, es una ruda aventura! Comprendemos que algunos sientan
nostalgia del pasado hacia el que buscan volver bajo una forma regresiva.

La cuestión del paraíso prenatal perdido al cual muchos humanos buscan


regresar, ha sido mal postulada. En muchos casos, la vida prenatal sólo es
envidiable en comparación con una vida post-natal en la cual el niño no se siente
en seguridad como necesitaría. Se dice a menudo que las madres les han dado la
vida a sus hijos, eso es falso. En realidad los padres transmiten la supervivencia,
la vida debe todavía ser dada a través de la acogida, las palabras, los gestos, que
dan seguridad, placer de ser y gusto de vivir activamente. Ahí se sitúa
verdaderamente el don del amor.

El recién nacido que debe hacer que los adultos vengan alrededor de su cuna con
la buena idea o el objeto adecuado, buen objetivo, en el buen momento, está
naturalmente egocentrado. Toda la educación consiste en realizar un lento
descentramiento que nos permita orientarnos hacia los otros. Hacerse cargo de un
recién nacido es darle una verdadera cultura de las separaciones y los
reencuentros. En ello va su libertad de llegar a ser sí mismo, se trata entonces de
una responsabilidad política en el sentido más noble del término.

Lamentablemente la educación dada a los pequeños invita constantemente a la


sumisión. En ese momento de su vida, cada instante es una primera vez, con la
fuerza de las poderosas impresiones que eso implica. Reacciona a lo que se le
propone, con toda la singularidad de su bagaje genético y con toda la riqueza de
las experiencias de un pasado breve pero intenso.

Como todo humano que atraviesa una prueba, tiene necesidad de hablar de ella.
Para el recién nacido se trata de escuchar las palabras dichas sobre lo que él
experimenta, ya que la palabra es el privilegio de los humanos. Pero el niño busca
también la coherencia que da sentido a las palabras y a los gestos. Como lo dice
bellamente el psicoanalista Joël Clerget, hay palabras que tocan y gestos que

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hablan. Los bebés son extremadamente sensibles a la armonía o a las
discordancias entre la manera de sostenerlo y el lenguaje. La manera de llevar a
un niño es significante como un lenguaje.

LOS ECOS

En la adolescencia por segunda vez en nuestra vida, hay que pagar el peaje por
pérdidas inquietantes. En el nacimiento, hay que morir a nuestra vida fetal y su
intensa liviandad. Hay que dejar el estado casi simbiótico para entrar en el mundo
de los que afrontan la soledad. El cordón cortado implica un lazo modificado.

Hay que renunciar también a la perfusión placentaria para entrar en la comunidad


de los que deben alimentarse y respirar solos y también dejar la ingravidez
acuática para afrontar la gravedad que nos aplasta a la cuna. No es sorprendente
entonces, ver adolescentes que experimentan una gran necesidad de cambiar de
aires y se vuelven egocentrados después de la maravillosa apertura al mundo de
la fase que precede la adolescencia. En la adolescencia, hay que dejar la infancia
y sus privilegios para entrar en el mundo de los que se hacen cargo de su vida.
Dejar la falta de preocupaciones de la infancia y tomar la medida de la gravedad
de las situaciones que afrontan los mayores.

Ahí también se trata de separarse, de alejarse de lo que daba seguridad para


crecer, es decir, ir en el sentido de su propia vida para convertirse en uno mismo.
Aún si no se es conciente, se sabe en nosotros el peligro de ir a contra pelo, en el
sentido contrario, hacia la regresión, hacia lo que no es la vida pero se parece a la
muerte del sujeto que en nosotros sigue siendo siempre deseante. Todo esto nos
invita a no olvidar cuanto coraje se necesita para vivir verdaderamente y no
contentarse con sobrevivir.

Como la primera vez, en nuestro nacimiento, es posible que quienes nos rodean
sufran este alejamiento necesario y más o menos conscientemente nos empujen a
renunciar a él. Puede que simplemente percibamos dolorosamente el sufrimiento
que nuestras mutaciones les imponen.

El sufrimiento de quienes amamos es un freno potente. A veces solo la rebelión y


el rechazo abren la posibilidad de no someterse a esta negatividad. A la fusión
responde la fisión, las relaciones demasiado fuertes raramente se desanudan
suavemente. En la adolescencia pueden despertarse los conflictos entre la madre
y el lactante. A veces las madres se sienten malas madres porque su bebé no
responde como ellas lo desearían conscientemente a sus ofrecimientos de
cuidados, mientras que ellos responden pertinentemente a dificultades
subterráneas que ellos intentan desbaratar o desenmascarar indirectamente.

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Cómo los recién nacidos deben afrontar las depresiones post parto que devastan
a sus madres, los adolescentes se encuentran a menudo confrontados a
solapadas depresiones parentales, no diagnosticadas pero igualmente dolorosas,
que se encuadran en el balance de una vida en la que no encuentran sentido,
porque los niños ya no juegan el rol de tutor interno.

Los niños pequeños proveen no solo ocupaciones si no sentido a la vida.


Françoise Dolto decía que los niños no deben ser el centro de la vida de sus
padres sino que deben ser periféricos. La práctica clínica nos muestra que cuando
esto es cierto las cosas acontecen mejor al llegar la adolescencia.

Mientras que sus hijos cambian los padres afrontan con frecuencia la crisis de la
mitad de la vida, como se dice ahora. Es una peculiaridad de nuestra época en la
que faltan cruelmente los rituales de pasaje que permiten asumir las transiciones.
Esos rituales eran útiles para todos, tanto para los niños, como para los padres y
los abuelos.

Los recién nacidos viven por y para su madre en una relación de exclusividad,
como en el estado amoroso, caracterizada por el hecho que la sola presencia del
Otro nos colma. Los adolescentes, tanto en la amistad como en el amor, son a
menudo posesivos, exigentes, exclusivos e intransigentes. La entrada en la vida
amorosa se realiza del mismo modo que en el nacimiento.

Por segunda vez en su vida, el niño es sede de transformaciones corporales


importantes con todo lo que eso implica en el flujo de percepciones nuevas,
agradables o desagradables. Con un sentimiento de extrañeza del que puede
venir en el adolescente un sentimiento de ser tan extraño para sí mismo como
para los otros.

Por segunda vez en su vida, es el lugar de una inundación hormonal que modifica
fuertemente sus órganos genitales y su libido vital. En el nacimiento los órganos
genitales son muy voluminosos y sucede a veces que los bebés tengan un
crecimiento de las mamas y en las niñas pérdidas de sangre como pequeñas
menstruaciones.

Es difícil en una época como la nuestra en la que todo está sexualizado y en la


que el reino de la imagen es tan imperioso. A través de los medios de
comunicación se expone su vida privada, pasando de lo íntimo a lo éxtimo sin
siquiera percibir lo que hay de destructor en esta exhibición que nos aporta la
notoriedad, ya de por sí potencialmente fragilizante en sí misma. No encajar con
las imágenes emblemáticas de la femineidad puede empujar a ciertas jóvenes a la
desesperación. Por segunda vez en su vida, el niño les hace contornear un cabo a

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sus padres. Los obliga a captar el paso del tiempo, a afrontar su edad. Remueve
las generaciones.

Cada padre, cada madre es confrontado al mismo tiempo a su envejecimiento y a


su propia adolescencia como su bebé recién nacido les había confrontado a su
nacimiento. Algunos padres descubren con vergüenza que están celosos de sus
hijos. Los celos, el orgullo, el miedo, los grandes ingredientes universales e
intemporales del sufrimiento humano. En el mejor de los casos los padres llegan a
tomar consciencia de esos sentimientos, pero afrontan entonces la vergüenza y la
culpabilidad que esos sentimientos, tan comunes sin embargo, siempre generan.

Cada pareja parental es cuestionada sobre su vida y su futuro. El psicoanalista


Denis Vasse dice que cada recién nacido, con los medios de que dispone,
convoca a sus padres para preguntarles quiénes son, qué hacen juntos y por qué
lo han traído al mundo.

El adolescente sacude y cuestiona nuevamente a la pareja de padres que puede


interrogarse sobre sus capacidades de seguir unida y viva sin el cimiento que
constituyen los niños aún pequeños de los que hay que ocuparse juntos. El
adolescente como el recién nacido sienten de manera muy fina lo que tiene que
ver con el lugar de su padre y la relación de pareja entre sus padres. Estos llegan
a menudo en un periodo en el que la cuestión del deseo, de la sexualidad y de la
seducción, se expone de manera dolorosa, como es el caso después de un parto.

En la adolescencia a veces las parejas se deshacen porque no ven para nada la


situación de la misma manera. Sucede que uno de los padres se identifica con su
hijo en crisis y se ubica como aliado contra el otro padre. La situación se vuelve
entonces explosiva para la familia.

Como los padres deben renunciar al niño imaginario desde el momento en que
tienen su recién nacido entre los brazos, el adolescente, mirando a sus padres con
esa mirada láser que tiene, pierde a menudo sus ilusiones sobre los padres
imaginarios que su admiración de niño había forjado. Nuestros niños cuando son
pequeños nos encuentran los más bellos, los más inteligentes porque tienen
necesidad de admirar y amar a sus padres. El error es creer que por eso somos
los más bellos, los mejores y los más inteligentes. Bajo la mirada de nuestros
adolescentes, descubrimos que somos unos pobres humanos iguales a los otros.
Una imagen de nosotros, padres, cae entonces dolorosamente. Esta caída lleva a
algunos a la depresión.

Por parte de los padres, es necesario, como en el nacimiento, hacer el duelo del
niño imaginario y volver a dar su confianza sobre nuevas bases. Pocos padres

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tienen confianza en sus hijos, pero no tienen consciencia de eso. Llaman
confianza a una aceptación de su hijo si se mantiene dentro de los límites que
para ellos, como padres, son aceptables.

Es fácil dar esa confianza. Lo que cuenta es conservar la confianza a largo plazo
en el devenir de un niño que disfunciona y poder significárselo. Dar confianza es
hacerlo en relación durante todo el trayecto, aceptando ciertos rodeos que dan
miedo en el momento pero se revelan fecundos a largo plazo.

Lo más grave para el niño que se puede hacer es retirarle nuestra confianza
porque eso puede confiscarle la suya... la que necesita tener en sí mismo. Es
como retirar los apoyos a un niño que aprende a caminar en un lugar peligroso.
Los adolescentes lo sienten y se angustian sin saber de dónde viene su angustia,
al igual que les ocurre a los recién nacidos.

Todo esto nos conduce a pensar que para ayudar a un adolescente es muy útil
saber lo más posible sobre las condiciones de su nacimiento y su primera infancia.
Ya que una cosa es cierta, todas esas realidades no deben ser tomadas como
hechos del destino de los cuales es imposible escapar una vez que los dados
fueron tirados. Todo es trabajable.

Por momentos quisiéramos saber si el adolescente está en peligro. En efecto,


ciertos adolescentes poco inquietantes se tiran un día por la ventana, mientras que
otros cuyo disfuncionamiento es espectacular no están en peligro. Aun teniendo
experiencia, es a menudo difícil saber dónde se está. El conocimiento sobre los
inicios de la vida ayuda mucho a situarse y a decir las palabras y ejercer los actos
que ayudarán de la mejor manera a pasar los momentos difíciles. Poner en
resonancia ciertos comportamientos con lo que fue vivido anteriormente permite
poner una distancia y le da al adolescente una cierta libertad. Hablar de todo eso
entre padres e hijos, cuando es posible, permite a todos tomar distancia lo cual es
el verdadero camino del acercamiento.

No hay un deber de felicidad. Pero osaría decir que hay un deber de


discernimiento y de libertad. Les debemos a nuestros hijos que tomen una carga
menos pesada de la que nosotros debimos llevar. Les debemos el desarrollo de la
capacidad de pensar de manera autónoma a fin de no ser embriagados por
cualquier movimiento de masas sean los que sean. Pienso en el inquietante
desarrollo de las sectas. Esa es la meta de la haptonomía pre- y post natal.

Lo que sucede en las maternidades de los países occidentales y en los servicios


de neonatología y de pediatría en los que no se preocupan para nada de las
marcas patógenas dejadas por una medicina técnica, sometida a un deber de

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rentabilidad como si se tratara de un sector de producción como cualquier otro, es
extremadamente inquietante.

Se puede ayudar a los recién nacidos a construirse en la seguridad afectiva, se


puede ayudar a los mayores a volver a situarse en el mundo. Cuando se está ante
un adolescente al cual uno está ligado y que disfunciona, siempre se puede
intentar de ver claro en uno mismo, comprender dónde se está... Como después
de un nacimiento. Resta hacerse ayudar. Cuando una relación es tensa la calma
de uno seguriza al otro a la vez. Un padre que se siente culpable y malo no puede
ayudar a su hijo.

Si se puede llegar a sentir confianza en uno mismo como padres, es seguro que
eso ayudará al adolescente a tenerse confianza. El viaje será precioso entre
todos. Ya que el sentimiento de culpabilidad, siempre listo para manifestarse entre
los humanos es un sentimiento muy tóxico, capaz de envenenar todas las
relaciones familiares.

Por lo tanto todo puede siempre volver a replantearse. Si uno encuentra ante sí la
confianza que permite reencontrar la confianza en sí mismo, entonces las
rodaduras en las que uno se cree atascado, entrampado, pueden llegar a ser
surcos, portadores de vida.

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Nota sobre La Dra. Catherine Dolto:


http://www.fundacioncreavida.org.ar/catherine_dolto_2.html

Médica clínica y pediatra. Desde 1980 trabaja en Francia junto a Frans Veldman,
fundador de la Haptonomía, Ciencia de la Afectividad, consagrándose a esta
práctica, a su divulgación y formación en el área pre y post natal, así como a la
atención haptopsicoterapéutica de niños, adolescentes y adultos. Es docente del
CIRDH (Centro Internacional de Investigación y Desarrollo de la Haptonomía).

Preside la Asociación "Archivos Françoise Dolto" dirigiendo la publicación de las


obras de su madre, la prestigiosa psicoanalista Françoise Dolto. Fue nombrada
Caballero de la Legión de Honor en 1996 y Comandante de la Orden de Mérito en
el 2004, en Francia. Ha publicado numerosos trabajos científicos y presentaciones
en Congresos en todo el mundo, entre los que puede citarse: "Aportes de la
Haptonomía perinatal a la medicina infantil" en los Cuadernos de Obstetricia;
"Seguridad Afectiva y vida familiar" en la UNESCO; "Vida prenatal y aptitud para
la felicidad", en Le Nouvel Observateur. "Haptonomía perinatal, educación precoz",
"La vida prenatal, vista del lado de los bebés: la experiencia haptonómica", "Las

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Influencias de la confirmación afectiva psicotáctil sobre el desarrollo de si y la
autonomía del niño en devenir", en las Jornadas de Healthy Children Foundation y
de la OMS. "Pre and Post natal Haptonomic Communication, Affective security and
development" en Journal Prenatal and Perintal Psychology and Medicine,
Heidelberg. Editó numerosas colecciones de libros para niños y adultos. Entre
ellos: "El amor último" sobre el acompañamiento de enfermos terminales. Dirige
colecciones como "Vidas de familias", "La violencia de los jóvenes" y la colección
Françoise Dolto. Participa en enciclopedias y libros de divulgación médica.
Escribió junto a su madre "Palabras para adolescentes".

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