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Niñas, niños, adolescentes y familias en épocas de pandemia

Beatriz Janin

Estamos viviendo una situación inédita, que tiene características muy


particulares: por una parte, estamos en estado de incertidumbre, no sabemos
qué es lo que puede ocurrir ni si vamos a poder volver a la supuesta “normalidad”
que teníamos antes… En ese sentido, es muy diferente a una catástrofe como
una inundación o un terremoto, en que lo temido ya ocurrió (a lo sumo puede
volver a ocurrir). Acá es un tránsito complejo, en el que todos estamos incluidos.
A la vez, esa espera angustiosa de lo que puede suceder remite como sociedad
y en cada uno, a las historias previas, a lo que para cada uno fue lo insoportable,
es decir, la historia cae sobre uno. He dicho otras veces, tomando a Gerard Stein,
que si uno no puede planear un futuro, el pasado le cae encima. Es frecuente
así que uno tema lo que ya sufrió, una repetición de lo terrorífico.
Estamos viviendo una situación atípica, dolorosa y en la que campea la
incertidumbre.
Esta situación atípica, dolorosa y en la campea la incertidumbre, nos viene
exigiendo realizar muchos duelos y es a la vez un golpe brutal al narcisismo, en
tanto ha quedado en claro que nadie puede salvarse solo ni es dueño absoluto
de su propia vida, sino que toda vida se da en un entramado con otros. Aunque
esto podía ser pensado con anterioridad, ahora se ha hecho evidente y
quedamos desamparados frente a la pandemia.
Frente a esto, cada persona podrá poner en juego diferentes recursos, desde los
materiales hasta los psíquicos.
Cuando hablamos de recursos psíquicos nos referimos a aquellos
funcionamientos que se han ido adquiriendo a lo largo de la vida, que pueden o
no ser útiles en este momento.
Pero lo particular de los niños es que no tienen una historia suficiente de
tramitación de vivencias como para poder metabolizar lo que está ocurriendo.
Los que tienen que actuar de metabolizadores son los que los cuidan, que a la
vez están también asustados, angustiados y deprimidos.
Esto hace que los niños se enfrenten a una doble situación: por un lado han
perdido referencias importantes, como la escuela y estar con sus abuelos… y a
la vez se encuentran con adultos que también se sienten desamparados en
medio de la incertidumbre.
Es decir, niñas, niños y adolescentes están sufriendo y lo manifiestan del modo
en que pueden, acorde con las lógicas infantiles y las defensas con las que
cuentan.
Es curioso y promisorio que en general en todo el país sean también los que
mejor estén sosteniendo los cuidados. Me parece que eso nos está hablando
de algo interesante y es qué pueden hacer los niñes cuando se sienten
convocados.
Por otra parte, encaramos este momento con los recursos que fuimos
construyendo a lo largo de nuestra vida pero hay muchas diferencias tanto en
los recursos materiales como en los psíquicos.
Hay una diversidad de situaciones que se ponen en juego, desde los niños que
viven hacinados, en casas en las que hasta el agua escasea, hasta los que no
tienen conexión a internet y no pueden acceder a las clases, o, como es el caso
de niñas, niños y adolescentes que viven en situación de calle, quedan en
absoluta desprotección.
Desde los materiales a los psíquicos los recursos que se tienen son
fundamentales para poder afrontar de un modo menos doloroso esta situación.
Por otra parte, es claro que unos y otros están entrelazados. Carecer de agua
en una situación en que es un elemento vital para protegerse de una enfermedad
grave pasa a ser un factor de enorme angustia y no tener conexión a internet
deja en una situación de exclusión escolar que trae aparejados efectos
psíquicos, que pueden desembocar en la anulación de los deseos y en
sentimientos de minusvalía. El que una familia tenga una sola computadora para
muchos miembros se puede transformar en una situación de hostilidad, de lucha
por la posibilidad de conectarse con el mundo en un momento en que la conexión
virtual es la única posible.
Es muy importante que el aislamiento no sea social, sino físico. Esto es clave.
Porque lo peor en este momento es que alguien quede aislado. El tejer tramas
con otros aparece como fundamental. Es casi una estrategia de sobrevivencia
psíquica.
Si la pandemia demostró el valor fundamental de la salud y la educación, lo hizo
también en relación a los vínculos, a esos lazos que nos sostienen. Por eso,
efectivamente, la conectividad es en este momento imprescindible y no sólo para
poder sostener la escuela sino para que niñas y niños puedan sostener los lazos
con los otros.
Marc Augé, un antropólogo, afirma que sería mucho más económico para todos
que la riqueza estuviese más repartida y sobre todo que todos tuviésemos
acceso al conocimiento, dice: “Una sociedad gobernada por el solo ideal de la
investigación no puede tolerar la desigualdad ni la pobreza. Para ella, las
injusticias sociales son irrisorias en lo intelectual, onerosas en lo económico y
perjudiciales en lo científico. La utopía a construir es la de la educación para
todos, tan necesaria para la ciencia como para la sociedad”.
Por otra parte, si niñas y niños que viven en la calle no pueden estar en un lugar
protegido, esto involucra a todos niñas, niños y adolescentes en general.
También a los que están cuidados en sus casas, mucho más en un momento en
que nadie está seguro de no pasar a estar en una situación de orfandad. De
hecho, hay niños que preguntan qué va a ser de ellos si los padres y abuelos se
mueren.
A la vez, cuando se excluye y se maltrata a los progenitores de un niño se está
excluyendo y maltratando al niño y a los descendientes de ese niño. Es decir,
son tres generaciones las que están en juego. Las marcas del maltrato social se
transmiten como huellas dolorosas y pueden traer como consecuencia agujeros
de pensamiento y sentimiento y una particular sensación del tiempo como un
“siempre presente” de la exclusión. Y cada generación va a tramitarlas del modo
en que le sea posible.
Es decir, nos constituimos en una sociedad determinada. Y el contexto puede
ser vivenciado como protector o como hostil y esto puede también implicar tener
un “hábitat” confortable o carecer de él.
Y así como no es nunca uno solo el que se constituye como sujeto, no es
suficiente la familia nuclear para alojar a un niño. Siempre es necesaria la “tribu”.
Una ética basada en la solidaridad, la cooperación, en el valor de la palabra dada
y en la defensa de la vida permite el despliegue de la singularidad en un marco
de contención, de parámetros sólidos.
A la vez, los niños detectan los temores, las angustias, el malestar de los padres
y quedan angustiados y asustados. Muchas veces no se les explica lo que ocurre
pensando que no entienden y eso los puede llevar a suponerse responsables del
mal humor o la tristeza de sus padres. Otras veces, quedan sujetos a la
sobreinformación de los medios que actúa como un golpeteo constante
indigerible.
Lo que escucho de mis pequeños pacientes es el temor a la muerte de los
adultos. Suelen repetir (como desmentida del miedo a enfermarse) “A los chicos
no nos hace nada este virus”. Pueden preguntarse si a su mamá y a su papá les
alcanza la categoría de adultos mayores y lloran por sus abuelos (a los que
suponen en riesgo inminente).
Pero no todos los niños pueden expresar claramente estos sentimientos. El
modo en que los niños muestran su sufrimiento es particular.
Otra cuestión particular de esta situación es que el modo de cuidarnos es
aislarnos, lo que resulta contradictorio con la tendencia a enfrentar las
dificultades uniéndonos con otros.
Esto ya marca un punto importante. Sabemos que el encierro con uno mismo e
inclusive en el núcleo familiar suele traer dificultades. Freud plantea, en Más allá
del principio de placer, que un organismo librado a sí mismo termina comiéndose
sus propios desechos. Es claro que el otro es fundamental no sólo como aquel
con quien intercambiar funcionamientos eróticos sino también como aquél en el
que se pueden descargar las pulsiones hostiles. Es decir el otro ayuda a tramitar
el erotismo y la hostilidad. Aquel que queda encerrado termina intoxicado…por
sus propias pulsiones. Y sabemos que las familias endogámicas terminan
intoxicadas por las propias pulsiones y las de los otros miembros de la familia,
en tanto no hay intercambio con el contexto. Esto puede derivar en tensiones
insostenibles que pueden derivar en accionares francamente violentos. Si bien
hay una idea de que los lazos familiares pueden afianzarse (y esto puede ser así
en algunos casos), el no tener respiro, el no estar con otros en la vida cotidiana
que ayuden a procesar la angustia, el dolor, la tristeza y el enojo, puede ser
asfixiante y hacer resurgir los rencores y resentimientos que parecían superados.
Y todos nos preguntamos: ¿qué modificaciones en la subjetividad traerá
aparejada esta pandemia? ¿qué ocurrirá con esta abstinencia de besos y
abrazos?
Por eso, una cuestión fundamental en este tiempo de aislamiento necesario es
cómo podemos estar con otros manteniendo distancia, cómo podemos seguir
tejiendo lazos, cómo nuestra voz, nuestra mirada, nuestros afectos y
pensamientos traspasan las paredes de la vivienda e intercambiamos con
otros….
Entonces, sostener los vínculos con otros (fuera del entorno familiar) del modo
en que se pueda parece ser fundamental. Y esto para niños, adolescentes y
adultos.
El aislamiento no tiene que ser social, sino solamente físico.

Sobre padres e hijos en la pandemia:


Ser niña o niño en esta situación no es fácil.
Si toda situación se torna traumática cuando no puede ser metabolizada, ¿qué
posibilidades tienen los niños hoy de procesar lo que nos ocurre? Han perdido
sus lugares habituales, sus posibilidades de encontrarse con otros niños y con
familiares, de correr en la plaza y de jugar y también de pelearse con sus
compañeros.
Y se vienen planteando sugerencias muy interesantes y muy buenas, tales como
que les mantengamos sus rutinas, que juguemos con ellos, podríamos agregar:
que compartamos cuentos y canciones y que no los asustemos.
Sin embargo, es posible que esto termine siendo una exigencia imposible de
cumplir.
Ni todos los padres ni todos los niños son esos niños y adultos ideales
disponibles a jugar y contar cuentos y a veces las exigencias superyoicas sólo
complican la situación. Me pregunto ¿qué puede ocurrir con los niños sin escuela
presencial y los padres con distanciamiento social y en medio de una pandemia?
Los adultos estamos angustiados, preocupados y asustados (cuando no hemos
entrado en pánico) por una situación inédita y universal. Frente a esto, no
siempre estaremos en condiciones de sostener la paciencia ni las ganas
necesarias para jugar con los niños o ayudarles a hacer la tarea. Y esto sin la
posibilidad de llevarlos a la plaza o a un cine. Adultos que solemos fluctuar entre
la omnipotencia y la sensación de desamparo, que no podemos terminar de
comprender cómo repentinamente todo lo conocido se quebró (y esto me parece
fundamental: hay un quiebre del mundo conocido) ¿qué resto tenemos para
hacernos cargo de las demandas, de las angustias y temores de los niños?
A la vez, están las exigencias de las tareas escolares.
Quizás al tratar de sostener la escuela fuera del edificio de la escuela (lo que
aplaudo), se ha olvidado que los padres tienen otro rol que cumplir y no el
docente y que la escuela es mucho más que la transmisión de contenidos, que
es un lugar de encuentro, de crecimiento, de armado de lazos sociales, de
descubrimiento del saber... en el que el vínculo con el docente y con los otros
chicos es crucial. Entonces, quizás sería interesante que en lugar de tantas
tareas que las niñas y los niños no pueden hacer solos, se les propongan
actividades lúdicas, creativas, que niñas y niños puedan realizar sin ayuda o
hablando con otros (los niños aprenden mucho unos de otros), más acordes con
los modos de "salir" de casa en estos días de aislamiento. Pensar que pueden
probar y compartir resultados entre todos, sin que los padres tengan que corregir
ni que las y los docentes tengan que trabajar sábado y domingo resolviendo
dudas.
Las niñas y los niños están angustiados, con dificultades para sostener la
atención (como nos ocurre a todos, en tanto estamos en estado de alerta
constante). En este contexto, tener algunas actividades es algo que organiza el
día pero quedar atiborrado de consignas difíciles de cumplir o que requieren
mucha disposición, puede traer mayores angustias. Es muy importante que se
sostenga el vínculo con la escuela, pero me animo a decir que hay que ubicar
esto en un tiempo de incertidumbre.
A la vez, los niños detectan los temores, las angustias, el malestar de los padres
y quedan angustiados y asustados. Muchas veces no se les explica lo que ocurre
pensando que no entienden y eso los puede llevar a suponerse responsables del
mal humor o la tristeza de sus padres. Otras veces, quedan sujetos a la
sobreinformación de los medios que actúa como un golpeteo constante
indigerible.
Lo que escucho de mis pequeños pacientes es el temor a la muerte de los
adultos. Suelen repetir (como desmentida del miedo a enfermarse) “A los chicos
no nos hace nada este virus”. Pueden preguntarse si a su mamá y a su papá les
alcanza la categoría de adultos mayores y lloran por sus abuelos (a los que
suponen en riesgo inminente).
Pero no todos los niños pueden expresar claramente estos sentimientos. El
modo en que los niños muestran su sufrimiento es particular. Y quisiera
enumerar algunas de las posibilidades:
- Pueden estar muy demandantes, pidiendo atención permanente
- Pueden llorar de modo aparentemente inmotivado y con frecuencia
- Pueden moverse sin parar
- Pueden enfurecerse por cualquier cosa
- Pueden negarse a hacer todo lo que se les pide
- Pueden estar agresivos por momentos
- Pueden comer en exceso
- Pueden retraerse
- Pueden intentar contentar a los adultos (y explotar en estallidos por
momentos)
- Pueden regresionar a conductas ya superadas (con el control de
esfínteres por ejemplo)
Y hay muchas otras reacciones posibles.
Considero que es muy importante que entendamos que son modos de decirnos
que ellos también están golpeados por la situación, que han perdido sus ámbitos
habituales, pero sobre todo que registran que los adultos están preocupados. No
tienen elementos para digerir solos esta situación y suelen no tener adultos
disponibles para ayudarlos a procesarla, en tanto también para nosotros ha
habido un quiebre con nuestra vida habitual.
Esto nos plantea la importancia de nuestra presencia, de tener que
acompañarlos y escucharlos en este proceso.
Niñas, niños y adolescentes están sufriendo.
No son robots, son personas que están transitando con los recursos que tienen
situaciones difíciles y para colmo en un momento de la vida en el que les resulta
difícil conceptualizar lo que está ocurriendo y tienen que lidiar con otros, adultos,
que están también sufriendo y desbordados por la situación.
Entonces, pueden estar tristes, estar desatentos e hiperactivos o pelearse con
todo el mundo, replegarse por momentos, no querer conectarse con la escuela
o estallar al menor inconveniente, sin que esto implique ningún trastorno, sino
los modos en que nos cuentan que están sufriendo. Si queremos prevenir
dificultades, será importante escucharlos, brindarles los elementos como para
que puedan abrir ventanas a otros, por fuera de la casa, dirigirse a ellos, no sólo
para decirles cómo cuidarse sino para escuchar sus iniciativas, los modos en
que vienen capeando el temporal, las estrategias que vienen usando y
brindándoles posibilidades de espacios de placer.
Tienen que encontrarse con adultos que se dirijan a ellos, que les den lugar.
Insisto: hay mucho sufrimiento psíquico. Pero yo diría que el mayor riesgo es que
se patologice el sufrimiento de niñas, niños y adolescentes y que entonces
cuando alguno no pueda concentrarse se lo suponga con una patología de por
vida o se confunda la tristeza por lo perdido con un trastorno. Esto podría llevar
a que a lo difícil del momento histórico, se sumen varias cuestiones, entre ellas,
la idea de que los niños padecen dificultades orgánicas y también de que van a
tener esas dificultades para siempre. Cuando la constitución psíquica implica
transformación permanente.
Quiero alertar sobre esto, porque ya están apareciendo las voces que claman
por un día del Trastorno por desatención y seguramente aparecerán otras voces
pidiendo visibilizar otros supuestos trastornos en lugar de visibilizar a los niños
en su diversidad y en su necesidad de no ser etiquetados ni encerrados en un
diagnóstico de por vida.
Curiosamente, cuando tenemos más claro que nunca la incidencia del contexto
en la constitución subjetiva, hay quienes están alertando sobre una “pandemia
de trastornos mentales” y también hay quienes proclaman que tenemos que
estar atentos porque ha aumentado notoriamente el número de casos de niños
con trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
Esto, que podría hasta resultar gracioso por lo absurdo y fuera de contexto, se
torna trágico cuando una niña o un niño son ubicados con un trastorno de por
vida y medicalizados. Cuando en lugar de repensar los temores, terrores,
angustias e incertidumbres que sufren niñas y niños, en lugar de ubicar que
tienen muchas veces que despertar a adultos deprimidos, en lugar de reflexionar
sobre la escuela y sus modos de transmisión, se ubica a niñas y niños como
trastornados, cuando es el mundo el que está trastornado y se les cayó encima.
Considero que es muy importante que entendamos que son modos de decirnos
que ellos también están golpeados por la situación, que han perdido sus ámbitos
habituales, pero sobre todo que registran que los adultos están preocupados. No
tienen elementos para digerir solos esta situación y suelen no tener adultos
disponibles para ayudarlos a procesarla, en tanto también para nosotros ha
habido un quiebre con nuestra vida habitual.
Algo que viene pasando en que así como con el tratamiento on line nos metimos
en las casas y vimos lo que podíamos suponer pero no veíamos, en la sociedad
se ha hecho claramente visible el desamparo social de gran parte de la
población. Y esto en medio de una situación de desamparo colectivo.
Sabemos que deseos, defensas, tipos de pensamiento se constituyen y
despliegan con otros, en un entramado vincular. Y qué lugar ocupe socialmente,
qué espacio le otorgue el conjunto de voces a ese sujeto en crecimiento, serán
decisivos para ir construyendo la representación de sí mismo y del mundo.
De nuevo, nuestro papel en ese terreno es fundamental: escuchar los diversos
desamparos y tener claro su incidencia en la constitución subjetiva.

Ser adolescente en tiempos del Coronavirus:


La adolescencia se caracteriza por ser un momento de separación de los padres
y armado de una historia propia.
Los vínculos con los pares y con otros externos al núcleo familiar son
imprescindibles para poder transitar ese pasaje sin grandes dificultades.
Los sufrimientos compartidos, las identificaciones, los ideales, todo se va
tramando en esos vínculos, claves para el despegue.
En este momento, en el que el confinamiento es el único modo que tenemos
para cuidarnos, tenemos que pensar qué implica esto para los adolescentes,
cómo tolerar la ausencia de “la calle”, de la vida social, de los lugares que
frecuentan, de los espacios que se inventan como diferentes a los de sus padres.
Convivir permanentemente con los progenitores, sin poder estar con otros que
impliquen la opción de tramitar las situaciones que se generan, no estar con los
grupos de amigos centrado en los avatares de las amistades, los amores, la
escuela, las peleas con los adultos y sus propias inquietudes y deseos, puede
resultar insoportable y transformar la convivencia cotidiana en un infierno.
Escuchándolos, voy viendo que cuando los adolescentes toman conciencia de
lo que ocurre, entran en pánico. El cuerpo es siempre en la adolescencia una
especie de extraño y suponerlo enfermos los inquieta. Suelen fluctuar entre la
omnipotencia absoluta, con la desmentida de la situación y la sensación de
fragilidad y de muerte inminente. El temor no es solo a la muerte de los adultos
sino de la propia. Un cuerpo cambiante, al que sienten frágil en el momento en
que se toma conciencia de la posibilidad de la propia muerte, se contrapone a la
idea siempre presente en esta etapa de la vida: “a mí no me va a pasar nada,
haga lo que haga”.
Pero también la muerte de los padres aparece como un fantasma terrible, en
tanto los ubica en un lugar muy peligroso. “Incluso cuando el crecimiento en la
pubertad progresa sin grandes crisis, es posible que se tengan que afrontar
problemas agudos de manejo, porque crecer significa ocupar el lugar de los
padres. Y lo significa realmente. En la fantasía inconciente, crecer es
intrínsecamente un acto agresivo. Y el niño tiene ahora otro tamaño.” (D. W.
Winnicott)
¿Cómo acompañarlos? ¿Cómo comprender que necesitan sostener las redes
con amigues (de manera virtual), que muestran la angustia del modo en que
pueden y que ellos también están saturados de una información que les cuesta
procesar? ¿Cómo dar lugar a los temores por su vida y por la de la gente que
los rodea?
Quizás haya que tener en cuenta de que cuando toman conciencia de esto se
desesperan y es posible que se enojen. Quizás sea un momento para abrir
canales de escucha más que para exigir cumplimiento de tareas… Y de darse
cuenta de la fragilidad que sienten en medio de la tormenta.
El mayor desafío con los adolescentes en este momento es el de ayudarlos a
construir proyectos en un momento de incertidumbre. Es importantísimo que no
se desvitalicen, que sostengan deseos, para lo cual es fundamental encontrar
formas de ligar y de inscribir lo que están viviendo. Y de que del modo en que
puedan sostengan redes de amigas y amigos y puedan pensar un futuro.

Sobre los tratamientos durante la pandemia: lo virtual…


No tengo duda de que es muy importante sostener los tratamientos en estas
circunstancias. En un momento en que está el fantasma de la muerte y que se
han acrecentado los temores y las angustias, que además el encierro ha
detonado situaciones de mayor violencia y las regresiones son cada vez más
evidentes, el que alguien abra “ventanas al exterior” es fundamental. Es como
salir por un rato del encierro endogámico y que haya una escucha por fuera de
los límites de la familia.
Pero el encuadre ha variado mucho. Y he tenido muchas sorpresas. Por una
parte, siempre he pensado que era imposible trabajar con niños muy pequeños
de modo virtual. Pero no sólo es posible sino que en muchos casos se pueden
producir modificaciones importantes. Así, pude continuar el tratamiento con un
niño de tres años que me muestra sus juguetes (y yo estoy con los que él utiliza
en el consultorio) y él se alegra cuando me ve y durante un tiempo (que es
variable), nos comunicamos a través de la pantalla. De a poco, este niño, que
casi no hablaba, comienza a pedirme juguetes que recuerda y después de unos
meses, dice claramente: “Yo quiero ir al consultorio de Beatriz”, para sorpresa
de sus padres mío. Otro de cinco que juega a aparecer y desaparecer con el
celular y me va mostrando las diferentes partes de la casa. Y un niño de cinco
años que golpeaba a sus compañeros y a su maestra en la escuela tiene un
momento de desesperación y desborde y comienza a tirar objetos y a golpear
todo. En esa situación, le presento a un muñeco que lo saluda y le habla. Frente
a esto, frena inmediatamente el desborde, se dirige al muñeco y seguimos la
sesión el muñeco, él y yo. Al finalizar me tira un beso y otro al muñeco al que
despide con un “Chau, señor”. Es muy posible que este mismo desborde (a partir
de un dibujo que le salió mal) no se hubiese podido modificar tan fácilmente si
hubiésemos estado de manera presencial, porque los objetos hubiesen sido
dirigidos contra mí y hubiese tratado de pegarme, por lo cual después le hubiese
costado reparar el vínculo. Así, las pantallas pusieron una barrera y pudo gritar
y arrojar y golpear sin que nadie quedase herido.
Los niños que están en edad escolar generalmente pueden sentarse frente a la
pantalla y pueden hablar, dibujar y hasta compartir algunos juegos de mesa o un
juego dramático. Muchos niños vienen hablando mucho, contándome lo que no
pueden decir en la casa, por temor a destruir a sus padres.
A la vez, en momentos en que los padres suelen desbordarse, están agotados y
desorientados, es muy importante escucharlos a ellos y a su desesperación. El
encierro puede resultar una segunda situación intramitable y cuando esto se da
con los niños, puede traer complicaciones.
Escucharlos, intentar sostenerlos, puede ser una salida para que las niñas y los
niños no queden solos y, sobre todo, para que al virus no se le sume la violencia,
que es el riesgo del encierro endogámico. La violencia contra los niños es una
cuestión clave a prevenir. Muchas veces hay que escucharlos de a uno (a madre
y padre) en tanto el otro tiene que estar con los hijos.
Es una nueva clínica. Con las herramientas conceptuales que tenemos debemos
ir construyendo nuevos modos de abordaje y de intervención. Y posiblemente,
como hacemos siempre, tendremos que revisar también algunas categorías
conceptuales.

El riesgo de la patologización
Creo que tenemos que darnos cuenta que todo niño es un sujeto único, que
tendrá sus características particulares y vamos a tener que ir construyendo con
él un modo de entendernos y entenderlo, pensando qué es lo que lo hace sufrir
y cómo trata de salir del sufrimiento, qué caminos viene encontrando para decir.
Y podemos ayudarlo a modificar caminos de repetición, crear nuevas
modalidades, construirse y construir un mundo. Y podemos ayudar a los padres
a volver a ver a su hijo como un niño que no es ni más ni menos que alguien que
está creciendo a su manera...que necesita tiempo y que debe ser mirado como
humano, no como "un funcionamiento cerebral especial" o una "condición" que
requiere que se le hable de tal o cual manera y que se lo adiestre. Si los padres
pueden recuperar su espontaneidad con sus hijos, los habrán ayudado mucho
en su crecimiento. Si los profesionales podemos considerarlos sujetos, por más
chiquitos que sean, va a ser más fácil que se sientan personas.
Frente a esto, es muy importante implementar intervenciones que posibiliten el
despliegue de la subjetividad y devolver una mirada que reinstale el tiempo de la
infancia como un tiempo de transformaciones.
Quizás, en este sentido, los derechos del niño estén particularmente bien
resumidos en el artículo 7 de la Convención, en el que podemos leer: "todo niño
tiene derecho a un nombre". Afirmación tal vez demasiado evidente para parecer
importante. Y, sin embargo, la literatura nos demuestra, por ejemplo, a través de
la historia de Perceval, que tener un nombre no es algo fácil. En efecto, al
comienzo de la historia Perceval no sabe ni quién es, ni cómo se llama. Y, al final
de la búsqueda del Grial, la única cosa que habrá descubierto es, precisamente,
su propio nombre. Puede decir entonces de donde proviene, quién es, puede
decir "yo". Pues el nombre permite salir de la confusión, del anonimato; permite,
al mismo tiempo, inscribirse en una historia, darse un presente y, tal vez, dejar
una huella en el futuro. Permite unir todo lo que, misteriosamente, viene de uno
mismo... para, en forma progresiva, reivindicarlo, volverse capaz de imputárselo,
y, por último, de firmarlo.
Los derechos del niño no tienen otro significado: son el testimonio del
compromiso de los adultos para que algún día cada niño pueda firmar su propia
vida. (Cf. Philippe Meirieu, Des enfants et des hommes, París, ESF éditeur,
1999, pp. 19 a 26.)

La escuela en pandemia:
La escuela es una segunda oportunidad. Posibilita la construcción de nuevos
lazos, de otras miradas y otros con los que identificarse.
Tanto para niñas, niños como adolescentes es el lugar en el que pueden
validarse narcisísticamente por fuera de la familia. En la adolescencia
especialmente, cuando los elogios de la familia ya no producen efecto, las
palabras de los docentes y los compañeros van a dejar marcas importantes. Es
un lugar de reaseguro narcisista.
También la escuela posibilita el armado de nuevos ideales y nuevos modelos
identificatorios.
Pero al tambalear la sociedad en su conjunto, frente a lo imprevisto, los esfuerzos
de docentes no llegaron a cubrir ese lugar vacante. Y es más, en la medida en
que se evalúan contenidos y producciones más que esfuerzo y procesos, la
escuela suele ser también un lugar de caída narcisista más que de sostén.
Con la pandemia, al no haber presencialidad, muchos niños y adolescentes no
pudieron armar nuevos grupos de pares y quedaron doblemente aislados. Y
cuando se retomó la presencialidad algunos tuvieron dificultades para volver a
contactarse con otros..

Estamos en una encrucijada…


Me parece que nos encontramos en una encrucijada, que el virus que trastocó
nuestra cotidianeidad puede resultar un detonador de múltiples conductas y traer
diferentes consecuencias. Creo que la disyuntiva que se presenta es entre 1) la
solidaridad, el armado de redes afectivas, la colaboración y el cuidado mutuo o
2) el individualismo, el repliegue sobre sí mismo, el temor al otro y la ruptura de
los lazos. Esto remite claramente a la disyuntiva entre Eros y Tánatos. Por un
lado la fuerza inscriptora, ligadora, de armado de nuevos recorridos y la
consideración del diferente como semejante y por otro la ruptura de lazos, el
quiebre de ligaduras, la irrupción del “sálvese quien pueda” y el otro como
enemigo potencial. Me preocupa que en la desesperación por no enfermar de un
virus terminemos enfermando de terror, odio, egoísmo y soledad. En definitiva,
una nueva versión de la dificultad para convivir, tolerar las dificultades y afrontar
el sufrimiento colectivo. Nuevamente, un problema global se vive como
puramente individual, predominando una actitud de alerta y terror al extraño. Y
creo que la única manera de salir adelante todas y todos es armando redes
solidarias, entendiendo que no es metiéndose en una isla que se puede resolver
sino intentando estar con los otros, cuidándonos y cuidando. La salida es
colectiva y es importante que sostengamos Eros, como ligazón, armado de
nuevos caminos, lazos con otros… Y trabajar en la clínica y frente a las urgencias
del momento con la idea de que todo esto tiene que ir armando un tejido y en
algún momento poder ser historizado, es decir, que esta sucesión de situaciones
vividas como golpes se transformen en historia.
Ese es posiblemente nuestro gran desafío. Transformar lo que podría dejar
marcas traumáticas en historia a ser relatada a las generaciones venideras.

La prevención en salud mental


Uno de los objetivos es armar entre todas y todos un entramado vincular que nos
sostenga para poder sostener a niñas, niños y adolescentes.
Hay muchos duelos que tenemos que realizar como sociedad si no queremos
pasar de peste en peste. Tendremos que reinventarnos, cuidarnos mucho más
en un movimiento de cuidado colectivo, sostenernos mutuamente.
Dentro de la prevención, pienso que es clave ayudarlos a vislumbrar un futuro
mejor. Y a plasmar proyectos. El problema mayor lo tenemos con las y los
adolescentes, que si sienten que viven en un puro presente, sin salida ni
esperanza, se desvitalizan o realizan actuaciones.
Y, sobre todo, considerar que niñas, niños y adolescentes no son máquinas.
Están al tanto de lo que ocurre y la enfermedad y la muerte cobran en ellos un
sentido particular.
Tenemos que recuperar el tiempo como principio de esperanza. Y esto con
niñas, niños y adolescentes es clave.
Considerar al ser humano como sujeto en devenir, contradictorio y
sobredeterminado, producto de muchas historias e inserto en un mundo
social… es resistir a la anulación del sujeto.
Subjetivar implica oponerse a la mecanización del ser humano y a la exclusión
que prima en el mundo y transmitir esperanzas, en tanto niñas, niños y
adolescentes son sujetos en constitución.
Sostener la memoria y la esperanza y defender la posibilidad de una vida digna
son metas muy significativas en nuestra historia. Y parecen ser fundamentales
en la prevención de la psicopatología infanto-juvenil.
Necesitamos una sociedad en la que niñas, niños y adolescentes tengan lugar y
no qeuden excluídos y que a la vez proteja al que cuida (padres y maestros) para
que todes puedan crecer en vínculos propiciadores.
Recuperemos una mirada de descubrimiento sobre niñas y niños sin protocolos
ni cuestionarios pre-establecidos, entendiendo que cada niña y cada niño es un
mundo y que tienen siempre potencialidades a desplegar.
La solidaridad y la creatividad son valores de este país que nos han ayudado en
situaciones de crisis.
Son estos valores los que nos pueden posibilitar ahora que esta pandemia no
tenga consecuencias catastróficas.
Tenemos que ayudar a que crezcan con esperanzas, sintiéndose parte activa de
lo que está ocurriendo, privilegiando la creación y los vínculos por sobre la
productividad.
La salida es colectiva y es importante que sostengamos Eros, como ligazón,
armado de nuevos caminos, lazos con otros… Y trabajar frente a las urgencias
del momento con la idea de que todo esto tiene que ir armando un tejido y en
algún momento poder ser historizado, es decir, que esta sucesión de situaciones
vividas como golpes se transformen en historia.
Ese es posiblemente nuestro gran desafío. Transformar lo que podría dejar
marcas traumáticas en historia a ser relatada a las generaciones venideras.
Y también nos podemos preguntar: ¿Quién va a tener derecho a narrar? A mí
me gustaría que se les abra esa posibilidad a niñas, niños y adolescentes, para
lo cual sería importante que vayan ya, escribiendo lo que transitan, del modo en
que puedan, que dejen marcas en cuentos, canciones, dibujos… que vayan
dejando huellas, huellas que se irán entramando e irán alumbrando nuevos
territorios. Nosotros tenemos que armarles el terreno, abrirles espacios, darles
herramientas y acompañarlos en el recorrido.
Hermosa y compleja tarea, que nos exige escucharlos atentamente y tomar en
cuenta sus propuestas.
Es una época de desamparo colectivo.
En medio de ese desamparo, de la impotencia que sentimos frente a las
desigualdades, a la injusticia, a la violencia, la actividad permanente tanto de los
fórum de todo el país como de otros colectivos, viene siendo una muestra de
vitalidad, un camino de creatividad compartida y de apertura de posibilidades en
el que venimos sosteniendo y sosteniéndonos, cuidando y cuidándonos.
Sigamos entramados, en defensa de la vida.

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