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LAS ARTES SOCIALES

Como sucede con tanta frecuencia entre hermanos, Len, de cinco años de edad, perdió la
paciencia con Jay, de dos años y medio, porque había desordenado las piezas del Lego con las que
estaban jugando y en un ataque de rabia le mordió. Su madre, al escuchar los gritos de dolor de Jay, se
apresuró entonces a regañar a Len, ordenándole que recogiera en seguida el objeto de la disputa. Y ante
aquello, que debió de parecerle una gran injusticia, Len rompió a llorar, pero su madre, enojada, se
negó a consolarle.
Fue entonces cuando el agraviado Jay, preocupado con las lágrimas de su hermano mayor, se
aprestó a consolarle. Y esto fue, más o menos, lo que ocurrió:’
—¡No llores más, Len! —imploró Jay— ¡Deja de llorar, hermano, deja de llorar!
Pero, a pesar de sus súplicas, Len continuaba llorando. Entonces Jay se dirigió a su madre
diciéndole:
—¡Len está llorando, mamá! ¡Len está llorando! ¡Mira, mira. Len está llorando! Luego,
dirigiéndose al desconsolado Len, Jay adoptó un tono materno, susurrándole:
—¡No llores, Len!
No obstante, Len seguía llorando. Así que Jay intentó otra táctica, ayudándole aguardar en su
bolsa las piezas del Lego con un amistoso.
—¡Mira! ¡Yo las meto en la bolsa para Lenny!
Pero como aquello tampoco funcionó, el ingenioso Jay ensayó una nueva estrategia, la
distracción. Entonces cogió un coche de juguete y trató de llamar con él la atención de Len:
—Mira quién está dentro del coche, Len. ¿Quién es?
Pero Len seguía sin mostrar el menor interés. Estaba realmente consternado y sus lágrimas
parecían no tener fin. Entonces su madre, perdiendo la paciencia, recurrió a una clásica amenaza:
—¿Quieres que te pegue?
—¡ No! —balbució entonces Len.
—¡Pues deja ya de llorar! —concluyó la madre, exasperada, con firmeza.
—¡Lo estoy intentando! —farfulló Len, en un tono patético y jadeante, a través de sus lágrimas.
Y eso fue lo que despertó la estrategia final de Jay que, imitando el tono autoritario y amenazante
de su madre, ordenó: — ¡Deja de llorar, Len! ¡Acaba ya de una vez!
Este pequeño drama doméstico evidencia muy claramente la sutileza emocional que puede
desplegar un mocoso de poco más de dos años para influir sobre las emociones deotra persona. En
su apremiante intento de consolar a su hermano, Jay desplegó un amplio abanico de tácticas que iban
desde la súplica hasta la ayuda, pasando por la distracción, la exigencia e incluso la amenaza, un
auténtico repertorio que había aprendido de lo que otros habían intentado con él. Pero, en cualquiera
de los casos, lo que ahora nos importa es subrayar que, incluso a una edad tan temprana, los niños
disponen de un auténtico arsenalde tácticas dispuestas para ser utilizadas.
Como sabe cualquier padre, el despliegue de empatía y compasión demostrado por Jay no
es, en modo alguno, universal. Es igual de probable que un niño de esta edad considere la angustia de
su hermano como una oportunidad para vengarse de él y hostigarle más aún. Las mismas habilidades
mostradas por Jay podrían haber sido utilizadas para fastidiar o atormentar a su hermano. No obstante,
ello no haría sino confirmar la presencia de una aptitud emocional fundamental, la capacidad de
conocer los sentimientos de los demás y de hacer algo para transformarlos, una capacidad que
constituye el fundamento mismo del sutil arte de manejar las relaciones.
Pero para llegar a dominar esta capacidad, los niños deben poder dominarse previamente a si
mismos, deben poder manejar sus angustias y sus tensiones, sus impulsos y su excitación, aunque sea
de un modo vacilante, puesto que para poder conectar con los demás es necesario un mínimo de sosiego
interno. Es precisamente en este período cuando, en lugar de recurrir a la fuerza bruta, aparecen los
primeros rasgos distintivos de la capacidad de controlar las propias emociones, de esperar sin gimotear,
de razonar o de persuadir (aunque no siempre elijan estas opciones).
La paciencia constituye una alternativa a las rabietas —al menos de vez en cuando—y los
primeros signos de la empatía comienzan a aparecer alrededor de los dos años de edad (fue
precisamente la empatía —la raíz de la compasión— la que impulsó a Jay a intentaralgo tan difícil
como tranquilizar a su desconsolado hermano).
Así pues, el requisito para llegar a controlar las emociones de los demás —para llegara dominar
el arte de las relaciones— consiste en el desarrollo de dos habilidades emocionales fundamentales: el
autocontrol y la empatía.
Es precisamente sobre la base del autocontrol y la empatía sobre la que se desarrollan las
«habilidades interpersonales». Estas son las aptitudes sociales que garantizan la eficacia en el trato con
los demás y cuya falta conduce a la ineptitud social o al fracaso interpersonal reiterado. Y también es
precisamente la carencia de estas habilidades la causante de quehasta las personas intelectualmente
más brillantes fracasen en sus relaciones y resulten arrogantes, insensibles y hasta odiosas. Estas
habilidades sociales son las que nos permiten relacionarnos con los demás, movilizarles, inspirarles,
persuadirles, influirles y tranquilizarles profundizar, en suma, en el mundo de las relaciones.

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