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La cerrada noche
humana hecha poesía
Eduardo Roland
Dossier. Montevideo, abril de 2021
Nacida en Montevideo el 18 de agosto de 1920, fue la segunda de cinco hijos de un
padre anarquista y poeta, amante de las artes, que imprimió en los nombres de su
progenie una impronta poética de corte romántico: Alma, Idea, Poema, Azul y Numen.
La madre, católica, solo incidió en la denominación de uno sus hijos, logrando que su
esposo antepusiera a Idea el nombre Elena, que nos remonta a la santa bizantina de
origen aristocrático y no a Helena de Troya, como hubiera preferido la poeta. Porque
además, Elena Idea Vilariño Romani (fallecida el 28 de abril de 2009) fue una atea
convencida para quien Dios “es nada” o, a lo sumo, “un dios innecesario e increíble,
como elementos comparantes del absurdo y la injusticia humanas”.
Sin duda el ambiente culto y favorable a lo artístico que reinó en su hogar fue
determinante para la formación de esos hermanos que cultivaron la música, el dibujo y
la escritura como parte esencial de la vida. Todos fueron motivados a estudiar música:
Idea tocó piano y luego violín, pero quien se destacó como pianista fue Numen. La
madre, según cuenta Idea, era “quien casi siempre compraba los libros, los discos,
quien nos llevaba al ballet, quien nos buscaba los profesores de música y nos compraba
los instrumentos”.
No obstante sus múltiples talentos artísticos (tenía oído absoluto, algo que muchos
músicos desearían), ella se inclinó por la literatura, y dentro de esta por la poesía, e l
más “musical” de los géneros literarios. Gracias a sus poemas se hizo conocida y
reconocida. Claro que su relación con la literatura fue mucho más amplia, en tanto
colaboró con las revistas literarias uruguayas más relevantes del momento y con en el
semanario Marcha, ejerciendo la crítica literaria; también tradujo a Shakespeare,
Raymond Queneau, Simone de Beauvoir, y escribió varios estudios, breves y rigurosos,
sobre textos y autores que se estudian en los programas de enseñanza media, sobre
todo en su largo retiro en el balneario Las Toscas, durante la dictadura. Sin embargo,
tal vez sus ensayos más profundos y prolongados –exceptuando sus trabajos sobre el
tango– hayan sido los dedicados a la prosodia, a la métrica, la rima y otros aspectos
rítmicos de la poesía. Entre ellos baste recordar Grupos simétricos en la poesía de
Antonio Machado (1951) o La rima en Herrera y Reissig (1955), para aquilatar el gran
conocimiento que tenía Idea de estos temas que son, justamente, los que vinculan
directamente a la poesía con la música. No en vano ella definía al poema, antes que
nada, como un “objeto sonoro”. Su dedicación y apasionamiento por estos temas
técnicos hicieron que le ofrecieran la prestigiosa Beca Guggenheim, que le hubiera
permitido dedicarse por un año entero a trabajar en esos asuntos de manera exclusiva.
Sin embargo, se negó a aceptarla “por razones de moral política”.
Y por último, pero no menos importante en la relación de Idea con las letras, está su
perfil docente. Con 32 años –en 1952– ingresó por concurso al profesorado de
literatura en Enseñanza Secundaria, lo que le supuso durante algunos años viajar de
madrugada al liceo de Nueva Helvecia. Su trayectoria como docente continuó en el
IAVA de Montevideo hasta 1973, para culminar –una vez restaurada la vida
democrática– en la Facultad de Humanidades.
La poesía de Idea
Su no muy extensa producción poética suele ser dividida por la crítica en dos grandes
etapas. La primera comprende sus escritos iniciales originalmente inéditos (una
treintena de poemas creados entre los 17 y 24 años), más cuatro brevísimas
publicaciones: La suplicante (1945), Cielo cielo (1947), Paraíso perdido (1949) y Por
aire sucio (1950). La segunda etapa comienza con Nocturnos (1955), abarcando los tres
últimos títulos: Poemas de amor (1957), Pobre mundo (1966) y No (1980).
Último título de Idea. Esta primera edición, de 1980, tenía solo 30 poemas.
En cuanto al contenido de su obra, con excepción de los poemas que integran Pobre
mundo (en donde aparece la naturaleza y también textos referidos a hechos políticos
vinculados a la lucha “antiimperialista”), son unos pocos y siempre los mismos los
temas que atraviesan como espadas todos sus poemas: el sufrimiento ex istencial, la
soledad, el pesimismo vital, el escepticismo ontológico, la identidad como problema, y
el amor como herida profunda, o mejor, en su contracara más oscura, el desamor. Casi
toda su poesía es la expresión poética de un profundo desgarramiento q ue, por
momentos, se torna insoportable. Porque su “pulsión de muerte”, diría Freud, la
arrastra como el canto seductor y fatal de las sirenas mitológicas. Y ese entregarse a la
melancolía de creer que el único y definitivo destino humano es la destrucción , provoca
que la lectura de sus tristes versos nos vaya envenenado sin que nos demos cuenta, en
tanto su escritura logra ser paradójicamente hipnotizadora, dulce en su amargura.
“Decir no / decir no / atarme al mástil / pero / deseando que el viento lo voltee / que la
sirena suba y con los dientes / corte las cuerdas y me arrastre al fondo / diciendo no no
no / pero siguiéndola”. En este poema que abre la primera edición de No, es interesante
consignar que Idea veía en él la lucha entre “las dos pulsiones”. El apego a la vida
estaría justamente en el “decir no” de los dos primeros versos y en los tres “no”
yuxtapuestos del penúltimo. Y también en la precaución de atarse al mástil, como hace
el héroe de la Odisea. Pero nada de todo esto sirve de antídoto contra el deseo
simultáneo, manifiesto en el texto, de morir.
El poema-emblema –el hit– de todos sus poemas de amor es, qué duda cabe, ‘Ya no’, un
texto que ha hecho emocionar hasta las lágrimas a muchos lectores de varias
generaciones, cuyo comienzo dice: “Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré
a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca
sabrás quién fui”. La culminación no es menos efectiva en su controlada y a la vez
contundente melancolía, en su nostalgia anticipada: “no sabré dónde vives / con quién
/ ni si te acuerdas. / No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. / No volveré a
tocarte. / No te veré morir”.
Está claro que el amor como experiencia humana tiene una cara luminosa, necesaria
para sentirse realmente vivo, pero también está la cara sombría, que nos quita las
ganas de vivir. Esta fue la que, seguramente a manera de catarsis, constituyó el alma de
la poesía amorosa de Idea Vilariño. Ella admitió con meridiana claridad que sus
poemas de amor “fueron escritos en el colmo del dolor y la desesperanza”. “Tal vez la
dicha no se escribe”, agregó enseguida de aquella confesión. ¿Qué duda cabe de que es
muchísimo más difícil hacer buena poesía amorosa o del tema que sea desde el
optimismo? Por eso Walt Whitman es una bella y espléndida rareza que bien podría
valer como la confirmación de la regla. Por supuesto que Idea como persona disfrutó
del amor. El punto es que, por lo general, los escritores escriben sobre lo que no tienen
o sobre lo que perdieron, que es casi lo mismo.
Hay un punto de comparación que nos podría llevar a engaño, y es que parecería que
mientras Benedetti estuvo decidido a promoverse a sí mismo desde un principio
(cuando editó su primer libro, del cual se arrepintió, iba a las librerías montevideanas
preguntando si estaba a la venta), ella evitaba cualquier difusión, de hecho concedió
solo cuatro entrevistas en toda su vida (dos escritas y dos audiovisuales: la de los
documentales Onetti, retrato de un escritor, de Juan José Mugni, e Idea, de Mario Jacob).
Sin embargo, ese “ocultamiento” resultó a la larga un notable efecto de marketing que
contribuyó significativamente a la construcción de un mito en torno a su figura.
Entre las diferencias más notorias habría que citar el aura que irradiaban cuando uno
se acercaba a ellos personalmente, también perceptible en las fotos: ella, de porte
elegante, trasmitía altivez y cierta frialdad; él, de bajísimo perfil, transmitía bondad y
sencillez. Ella publicó poco; él muchísimo. Ella fue profesora, él nunca tuvo actividad
docente. Ella permaneció los once años de la dictadura en el país; él vivió en el
extranjero. Ella fue poeta leída fundamentalmente por lectores de poesía; él, un poeta
leído por gente que habitualmente no lee poesía. La poesía de ella fue valorada por el
mundo académico; la de él no. Ella tuvo un funeral discreto (no obstante el homenaje
en el Paraninfo de la Universidad); él fue velado en el fastuoso Salón de los Pasos
Perdidos del Palacio Legislativo, y con duelo nacional.