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Valentine
Sos inteligente pero el tiempo de este día te sorprende y se burla de vos. Te desarma. Siempre te
persigue el hecho de que sabés que estoy ahí, incapaz de darme vuelta, incapaz de confrontarte
con tu otredad. Esta es otra de mis casas, la de Hampstead, la de fachada de ladrillos a mitad de
cuadra que nunca viste, aunque pasabas por esa calle muchas veces, a veces en primavera la
llovizna te hacía desviar la mirada, a veces en pleno verano la grandeza de las ideas de los árboles
empantanaba tus ideas sobre todo, entonces nunca veías mi casa. Estaba cerca de donde vivía
Arthur Rackham. No recuerdo el nombre de la calle –una inscripción apenas legible en una urna
victoriana: E y después MEL(E?), quizás una exhortación latina a las manzanas o el heroísmo, y más
abajo en la parte borrosa un nombre como “Rossiter”, pero eso está demasiado abajo. Mirá,
nunca fue mi intención que no estuvieras en mi casa. Pero no podías porque vos eras mi casa.
En esta parte reflexiono acerca de la dificultad y la sorpresa de ser vos. Puede no ser escrita nunca.
Algunas cosas son a la vez demasiado aburridas y demasiado emocionantes como para ser
escritas. Esta tiene que ser una de ellas. Algún día, cuando estemos fumados… Mientras tanto,
escribime. Disfruto y aprecio tus llamadas, pero es lindo recibir tarjetas y cartas también –¡que se
vengan! (¿?)
Durante el atardecer barbudo escucho cosas como “¡Fíjese, joven!” o “¡Henry Groggins, viejo
verde!” o “Lester estuvo revisando el presupuesto hace una hora, sin progresos”. Sé que estas
cosas son, que lo son. A la noche hay algunas cosas, y se deslizan para hacer lugar para otras. Visto
desde un marco oval, una de las paredes de un salón. El empapelado tiene un patrón
convencional, el de las rodajas de okra y anís estrellado, unido con tiras torpemente engomadas
de papel de otro color, en el que predomina el violeta, estampado sobre un fondo de pastoras y
perros orinando sobre bocas de incendio en grisalla. Reflexionar acerca de la destreza consumada
con la que el artista logró las gotas al rebotar desde la boca de incendio y reunirse en una pileta
amarilla reluciente bajo el cordón de la vereda es una experiencia edificante (¿?). Sólo se ve el
estante sobre la chimenea. En cada extremo, sobre pedestales que se dan ligeramente la espalda,
dos aristocráticas figuras de porcelana, un chico de un cereza delicado y una chica de azul Jacinto.
Sus sombras se unen en una silueta grotesca. En el centro, un reloj antiguo, su tic tac sirve de
metrónomo para el sonido de sus voces agudas. En este momento, las bocas de las figuras se
abren y cierran como en una conversación común.
Se me ocurrió
ya veo. Me topé con uno el otro día en uno de los diarios más progresistas.
avanzado para los estándares del presente? Por supuesto, había mucha verdad
en lo que decías, pero no sentís que a veces el público recibe más verdad
pero tal vez, bueno, eh/jaja, atemperar el viento sobre las ovejas recién esquiladas
caso me tengo que ir. Dios, tengo una cita a las cuatro treinta y son
de donde llega el ojo, hasta las nubes, y también está construido sobre
Pero mi espalda es una puerta para vos, a veces abierta, a veces cerrada,