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John Ashbery

Valentine

San Valentín (¿)

Como una serpiente entre rosas, como una víbora

entre marchitas flores venenosas, me enrosco hacia

y en vos. El nombre del castillo sos vos,

El Rey. Es un parador de 24hs para camioneros

que ofrece el mejor café y hamburguesas de Utah.

Es más hermoso y nocturno de día.

Siete capas: ágata musgo, coral, venturina,

cornalina, lapislázuli suizo, obsidiana –quizás otras.

Ahora sabés que tiene la forma de un cuarteto

de cuerdas. Las partes diferentes siempre interfiriéndose,

molestándose, metiéndose con las demás

para retirarse hábilmente al final, dejando -¿qué?-

un nuevo tipo de vacío, quizás bañado en frescura,

quizás no. Quizás sólo un nuevo tipo de vacío.

Sos inteligente pero el tiempo de este día te sorprende y se burla de vos. Te desarma. Siempre te
persigue el hecho de que sabés que estoy ahí, incapaz de darme vuelta, incapaz de confrontarte
con tu otredad. Esta es otra de mis casas, la de Hampstead, la de fachada de ladrillos a mitad de
cuadra que nunca viste, aunque pasabas por esa calle muchas veces, a veces en primavera la
llovizna te hacía desviar la mirada, a veces en pleno verano la grandeza de las ideas de los árboles
empantanaba tus ideas sobre todo, entonces nunca veías mi casa. Estaba cerca de donde vivía
Arthur Rackham. No recuerdo el nombre de la calle –una inscripción apenas legible en una urna
victoriana: E y después MEL(E?), quizás una exhortación latina a las manzanas o el heroísmo, y más
abajo en la parte borrosa un nombre como “Rossiter”, pero eso está demasiado abajo. Mirá,
nunca fue mi intención que no estuvieras en mi casa. Pero no podías porque vos eras mi casa.
En esta parte reflexiono acerca de la dificultad y la sorpresa de ser vos. Puede no ser escrita nunca.
Algunas cosas son a la vez demasiado aburridas y demasiado emocionantes como para ser
escritas. Esta tiene que ser una de ellas. Algún día, cuando estemos fumados… Mientras tanto,
escribime. Disfruto y aprecio tus llamadas, pero es lindo recibir tarjetas y cartas también –¡que se
vengan! (¿?)

Durante el atardecer barbudo escucho cosas como “¡Fíjese, joven!” o “¡Henry Groggins, viejo
verde!” o “Lester estuvo revisando el presupuesto hace una hora, sin progresos”. Sé que estas
cosas son, que lo son. A la noche hay algunas cosas, y se deslizan para hacer lugar para otras. Visto
desde un marco oval, una de las paredes de un salón. El empapelado tiene un patrón
convencional, el de las rodajas de okra y anís estrellado, unido con tiras torpemente engomadas
de papel de otro color, en el que predomina el violeta, estampado sobre un fondo de pastoras y
perros orinando sobre bocas de incendio en grisalla. Reflexionar acerca de la destreza consumada
con la que el artista logró las gotas al rebotar desde la boca de incendio y reunirse en una pileta
amarilla reluciente bajo el cordón de la vereda es una experiencia edificante (¿?). Sólo se ve el
estante sobre la chimenea. En cada extremo, sobre pedestales que se dan ligeramente la espalda,
dos aristocráticas figuras de porcelana, un chico de un cereza delicado y una chica de azul Jacinto.
Sus sombras se unen en una silueta grotesca. En el centro, un reloj antiguo, su tic tac sirve de
metrónomo para el sonido de sus voces agudas. En este momento, las bocas de las figuras se
abren y cierran como en una conversación común.

Se me ocurrió

cruzar a remo hacia vos esta tarde,

¡mi Irina! Siempre escribiendo tus amados artículos,

ya veo. Me topé con uno el otro día en uno de los diarios más progresistas.

Brillantemente escrito, o eso me pareció, pero no es tu pensamiento un poco

avanzado para los estándares del presente? Por supuesto, había mucha verdad

en lo que decías, pero no sentís que a veces el público recibe más verdad

de la que puede soportar? No quiero decir que debas… bueno, “mentir”,

pero tal vez, bueno, eh/jaja, atemperar el viento sobre las ovejas recién esquiladas

un poco. ¿No? ¿No te parece, viejo?

¿O estás tan enamorado de tu pensamiento “avanzado” que todo lo demás

te parece anticuado, incluyendo mi conversación, sin duda? En ese

caso me tengo que ir. Dios, tengo una cita a las cuatro treinta y son

ya y cinco. ¿Qué hiciste con mi sombrero?


Estas cosas las escribo para vos y sólo vos.

No seas tan duro con ellas. Atemperá el viento,

como te estaba diciendo. Son cosas recién nacidas

que pueden crecer hasta convertirse en niños, quizás, -¿quién sabe?-

incluso adultos en día, pero ahora existen sólo en la ceguera

de tu amor por mí y son la prueba de ese amor.

No podés pensar demasiado en ellas

sin derribarlas. Tu castillo es de naipes,

de naipes antiguos, que se apilan más allá

de donde llega el ojo, hasta las nubes, y también está construido sobre

arenas movedizas, su base se hunde fuera de la vista también. Yo soy el inhabitable.

Pero mi espalda es una puerta para vos, a veces abierta, a veces cerrada,

y tus besos son como sueños, o un elixir

radioactivo, o flores de algún tipo.

Recordá lo que te dije.

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