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Variaciones sobre el amor

desde Nietzsche

Dice Nietzsche que lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del
mal.¿Qué extraño significado tendrá el amor para Nietzsche? ¿Qué nos está sugiriendo con su
"mas allá del bien y del mal"?

Amores, obviamente, hay muchos pero sólo el verdadero amor acontece más allá del bien y del
mal. ¿Qué es el bien y el mal? La moral. Por tanto el amor nunca es un asunto que tenga que ver
con el deber ni con la conciencia moral, tiene que ver con aquello que está más allá del bien y del
mal, como los sentimientos o como los deseos.

Para extraer algunas conclusiones interesantes para nuestra vida práctica vamos a analizar como
se vive cotidianamente el amor en las relaciones de pareja, en que medida en interviene la moral,
cuándo y cómo se mezcla la moral y las obligaciones con los sentimientos, los deberes con los
deseos, cual es la zona en la que el amor nace, se desarrolla y crece.

Cuando uno se pone en pareja o se casa, tiene la vaga convicción de que se casa para siempre o
por los menos tiene la expectativa de que dure lo máximo posible. En cierto sentido uno también
se impone la obligación de estar para siempre con esa persona, se obliga a sí mismo a querer para
siempre a la otra persona. Uno de los problemas del amor es que parece que es más serio y más
maduro, que viene adherido con el "para siempre" o "eterno". No en vano nuestra institución
matrimonial lo establece como precepto y como su principio fundamental. Pero ¿se puede vivir con
este amor? ¿será este el verdadero amor que está más allá del bien y del mal?

Desde otro punto de vista podríamos decir que nada es para siempre. Ni esta mesa, ni este sol,
por muy sólidos o por muy duraderos que parezcan, no son para siempre, porque en algún
momento terminarán derrumbándose. El amor supuestamente eterno también algún día se
derrumbará. Por eso el problema es saber qué significado tiene ese "para siempre" en la práctica,
en qué influye en la vida de la pareja para que pueda o no afirmar y mejorar esa relación, y en qué
medida también podemos mejorar nosotros mismos, vivir con más plenitud. Si lo que queremos
decir con amor eterno es que la mayoría de las personas permanecen unidas en el amor durante
un lapso bastante largo de tiempo es obvio que ese amor eterno es una idea falsa. Lo que
tratamos de cuestionarnos siguiendo a Nietzsche es lo siguiente ¿en qué medida la idea del amor
eterno me ayuda a vivir mejor?

Más allá de las facilidades legales que existen hoy para separarse o divorciarse, culturalmente
estamos condicionados por la idea del amor eterno. Hay, por lo menos, tres ideas actualmente
muy ligadas al amor de pareja: el amor como pasión (el amor romántico), la sexualidad como
sinónimo o como expresión de ese amor, y el ideal moral de que el verdadero amor debe ser para
siempre. Además nuestra sociedad vive obsesionada con el tema, porque sabemos que el amor
está estrechamente ligado a la constitución de la familia, la crianza de los hijos, la trasmisión de los
valores, toda nuestra organización social (y hasta económica) se centra en el amor.

Pero veamos como surge y también como se desarrolla generalmente ese amor de pareja.
En el proceso de conocimiento entre dos personas de distinto sexo se vive siempre al comienzo de
toda relación un momento en el cual esas tres ideas tienden a cumplirse: pasión, sexualidad y la
obligación de comprometerse "para siempre". Una vez que se cierra, o que se termina ese período
de deslumbramiento (o de obnubilación como lo llaman algunos psicólogos) período que puede
durar unos meses, tal vez un año ¿qué es lo que queda? Dice Nietzsche también que "a menudo
la sensualidad apresura el crecimiento del amor, de modo que la raíz queda débil y es fácil
de arrancar".

Cuándo emergen los primeros sinsabores ¿cómo reaccionan los amantes? Normalmente los
miembros de la pareja (o ex-pareja) no advierten estas primeras rupturas como un desajuste
natural y normal, sino que se culpan a sí mismos como causantes voluntarios de esa falta de
pasión. Se reprochan mutuamente de la falta de atenciones ("ya no me querés", "ves que ya no me
considerás como antes", "antes no hacías lo mismo"). ¿Qué queda entonces cuando falta la pasión
(e incluso la sexualidad)? Queda la obligación de seguir manteniendo el amor "para siempre",
queda el deber (moral), la conciencia de cumplir con lo que supuestamente está bien, la obligación
de cumplir con el amor para siempre, reforzada por aquel momento mágico de deslumbramiento,
por la sexualidad (cuando la hay), por los recuerdos de los momentos vividos, y por la obligación
de seguir con la crianza de los hijos y las tareas cotidianas.

El ideal del "para siempre" que antes parecía ser el motor, el movilizador, de la relación, ahora se
transforma en el cuestionador de la misma relación. Incluso a veces se utiliza como argumento
para condenar la conducta del otro cuando no coincide con aquel proyecto inicial o con el fin último
al que debería tender toda la pareja. Algunos prefieren que se rompa, otros mantienen la relación,
aunque sienten que por dentro ya está muerta. Sin embargo en ningún caso se cuestiona "el
concepto del amor", la idea supuestamente incuestionable de que el amor, si es amor, solo
puede ser para siempre.

Pensar desde el inicio que el amor es para siempre, puede resultar gratificante, y hasta estimulante
para muchos, pero en la práctica no hace más que sujetar los deseos a condiciones que o son
superfluas o son represivas y asfixiantes. Cuando están dadas de antemano las condiciones para
un amor maduro, el "para siempre" no agrega nada, cuando no existen esas condiciones el "para
siempre" nos obliga inutilmente a mantenernos en una situación en la cual nos perjudicamos
mutuamente. No sólo no conviene pensar el amor para siempre, por el contrario, en un sentido
estricto, esa conciencia es la negación del verdadero amor. Querer que el amor sea para siempre
también puede querer decir que la otra persona no cambie, es una manera de sujetarla a mi poder,
a mi dominio, de manera de hacerla previsible. Llevada al extremo la idea de que el amor es para
siempre puede dar lugar a una relación de sometimiento. El amor para siempre me obliga a
anteponer una actitud de control con respecto al otro y de rigidez con respecto a mis sentimientos.
Después de pasado el tiempo de la obnubilación, se fija la personalidad de la pareja según las
características deseables, la idealización inicial y se la juzga desde ese lugar para controlarla por
medio de la culpa y el arrepentiemiento. Se entra en la zona o en la representación del bien y del
mal, en la zona del juicio moral, de la compasión, del sufrimiento y de la pena.

¿Y ahora qué? ¿será que el amor eterno es una idea errónea y también una trampa que nos
impide desarrollarnos íntegramente? ¿puede el amor pensarse o constituirse sin un "para
siempre"? Aunque sea inalcanzable ¿tendrá que seguir siendo un "ideal" el amor eterno? ¿o es
una idea inmadura acerca del amor? Fácilmente pasamos de creer en el amor a no creer en
absolutamente nada luego de un desengaño ¿Superaremos esta prueba del nihilismo? ¿es
contradictorio pensar en un amor efímero? ¿existe un amor más allá del bien y del mal?

A Nietzsche le gusta pensar en la idea de que el amor es el resultado del azar, que el amor no se
busca, se encuentra, y que sólo se fortalece en el juego, cuando se mantiene en una zona alejada
de la seriedad de la vida cotidiana. Esa primera etapa es tan mágica porque justamente está
trazada por esas dos coordenadas, porque resulta del conocimiento de dos personas que se
sentían ajenas, y que circunstancias inesperadas ayudaron a juntar, pero que además se animan a
exponerse mutuamente con sus cuerpos, con sus experiencias. Esa primer etapa del amor es
como un empezar de nuevo, un arriesgarse a ver qué pasa con el otro y también con uno mismo.

La vida cotidiana y la convivencia en general en vez de reforzar esas condiciones basadas en el


azar y en el juego, nos propende a colocar al amor junto con otras obligaciones. Así es normal que
vayamos poco a poco burocratizando la relación. Incluso las mismas actividades que antes
realizábamos por el puro gusto de hacerlas, por pura espontaneidad, las vamos formalizando, las
repetimos vaciadas de la mirada orginal. ¿Cómo recuperar esa primer mirada original del otro
cuerpo? ¿Cómo recuperar la inocencia de un nuevo comienzo?.

El amor que nace de la debilidad se autoimpone el "para siempre" como condición previa y
exigencia, cuando en realidad el "para siempre" debería ser el resultado de la fuerza desplegada y
no su condición. Sostener el amor eterno depende de las posibilidades concretas de cada persona,
del desafío y del riesgo asumido en cada relación y en cada circunstancia. El amor eterno pretende
comprar lo que no se puede, asegurar lo que no se puede. Impone condiciones que sólo pueden
llevar a malograr una relación, sujeta el deseo a una condición represiva e ineficaz.

La vida va transformando ese amor inicial inocente, lo pretende transformar en un fin para otras
cosas: tener hijos, comprarse una casa, o "hacer feliz a otro". Pero el amor no tiene sentido, ni
justificación, es absurdo, ilógico, irracional, inexplicable, está más allá de toda conciencia que
pretenda imponerle determinaciones morales o racionales. Se ama porque sí, y se deja de amar
porque sí. Hay que recuperar el juego como la principal dimensión que nos hace humanos y el
amor es ante todo un juego. Nos dice Nietzsche "el juego, lo que es inútil, puede ser
considerado como ideal del hombre sobrecargado de fuerza, como cosa infantil." El amor
como juego, como actividad esencialmente extramoral, amoral, irresponsable. El amor carece de
fines, es un fin en sí mismo.

El amor auténticamente maduro nace de la fuerza, implica riesgo, se basa en el cambio, exige
renovarse día a día, entra en una zona distinta, donde se privilegia el juego, la creación, la
innovación con respecto a uno mismo y al otro. Este amor necesita de la inocencia, del olvido y del
desconocimiento del otro (e incluso de uno mismo). Es un amor sin fundamento, resultado de la
falta de finalidad, del azar y del juego. ¿Quién sos? podría ser siempre una buena preguntra para
empezar a jugar al amor. Diría Nietzsche que el amor se juega en eterno retorno de las mismas
preguntas, pero de un retorno sin culpas, de un olvido sin huellas, de un reencuentro sin motivos,
de un tú y un yo que se confunden, que se ignoran, que se sospechan, que se sienten más
extraños cuanto más se creen conocer. Ése quizás sería un amor que siempre está más allá del
bien y del mal.

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