Andar en el espíritu
El fruto del Espíritu, 1a parte
(Gálatas 5.22, 23)
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
22
paciencia, benignidad, bondad, fe, 23mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley.
Puesto que el tema de esta sección de la carta a
los gálatas es el andar del cristiano en el Espíritu,
una descripción detallada del fruto del Espíritu
constituye una conclusión apropiada para el
capítulo 5.
Versículo 22. La palabra Mas (de÷ , de) sirve
como adversativo y contrasta lo que ha venido
antes con lo que viene después. En algunos casos,
de muestra poco o ningún contraste en absoluto y
es representado por la conjunción «y». Dado que
aquí ocurre un contraste significativo, «mas» es
una traducción apropiada. Pablo paso de hablar
de una advertencia contra «las obras de la carne»
(5.19) a promover el fruto del Espíritu (oJ   karpo« ß
touv pneu/ m atoß, ho karpos tou pneumatos). En lugar
de vicios, comenzó a hablar de virtudes.
Un árbol da fruto según su género.1 Desde
la caída de Adán y Eva, el hombre ha estado
cometiendo «obras de la carne» que son carnales
y no espirituales. Cerca del principio de la historia
bíblica, Dios miró toda la maldad del hombre y
vio que «todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal».
Incluso lamentó haber creado al hombre en la tierra
«y le dolió en su corazón» (Gn 6.5, 6). Dios dijo:
«No contenderá mi espíritu con el hombre para
siempre, porque ciertamente él es carne» (Gn 6.3).
El Espíritu Santo de Dios simplemente no podía
soportar ver la gloria de coronación de Su creación,
que fue hecha a Su propia imagen, cayendo cada
vez más bajo, más y más profundo en el abismo
1 
Vea Mt 3.7–10; 7.15–20; Ef 5.6–12; Fil 1.9–11; He 12.11;
Stg 3.17, 18.
del pecado. Le dolió ver al hombre constantemente
cediendo a sus propios deseos de corrupción y
abandonando su estado designado por Dios, la
gloria para la cual fue originalmente formado.2 En
Génesis 6.3 tenemos la primera declaración en las
Escrituras con respecto a la enemistad que existe
entre el reino de la «carne» (rD cD b … , baśar; sa÷ rx , sarx)
y el del «Espíritu» (A j … w r, ruach; pneuv m a, pneuma).
Esta tensión es discernible en Gálatas 5. Está
presente no sólo en la yuxtaposición de Pablo
de «las obras de la carne» al «fruto del Espíritu»
(5.19–23), sino también en su declaración inicial
en 5.17, que dice: «Porque el deseo de la carne es
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y éstos se oponen entre sí».
«El fruto del Espíritu» se refiere a las cualidades
dadas por Dios otorgadas a los que son obedientes
al evangelio. Cuando las personas escuchan
las buenas nuevas de Jesús, perciben tanto la
profundidad de su propia pecaminosidad como la
magnitud del amor de Dios. Éste mostró este amor
enviando a Su propio Hijo para ser sacrificado en
una cruz y así convertirse en la encarnación del
pecado, para que aquellos que creen en Jesucristo
«fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2ª Co
5.21). Al darse cuenta de lo que ocurrió ese día,
cuando se llegó al clímax de toda la historia
humana, los oyentes del evangelio son movidos a
fe. Entonces se rinden al mismo mandamiento que
Pedro dio a los judíos que creyeron en su mensaje
el día de Pentecostés: «Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo
para perdón de los pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo» (Hch 2.38). «Arrepentirse» es
«cambiar el rumbo de la vida»; la persona tiene
2 
Vea Jn 4.24; Ro 8.20–23; 1ª Co 15.42–53; 2ª Co 5.1–5;
Fil 3.20, 21.
1
que someterse a la voluntad de Dios, aceptando a
Jesús como el Señor de su vida. La palabra para
«bautícese» (bapti÷ z w, baptizō) literalmente quiere
decir «ser inmerso». El bautismo es una sepultura
en agua por la que el creyente penitente tiene sus
pecados lavados por la sangre salvadora de Cristo.3
Además del perdón de los pecados, aquellos
que obedecen el evangelio también reciben la
promesa de la morada del Espíritu mismo. De
acuerdo con Hechos 2.39, los receptores potenciales
no se limitaban a judíos ni a «hombres piadosos»
(Hch 2.5) que estaban presentes en el día de
Pentecostés, sino también incluían a sus «hijos» y a
«todos los que están lejos». La morada del Espíritu
es dada a todo el que es obediente al evangelio,
sea judío o gentil.4
Como simples vasos de barro, no podemos
comprender los misterios del Espíritu de Dios
ni cómo opera. Lo que las Escrituras enseñan (lo
entendamos o no) es verdad: El Espíritu Santo de
nuestro Dios mora en el cuerpo del cristiano como
un don otorgado por Dios, lo cual es innegable.
Además, es indudable que quien cree y obedece
a Dios, sometiendo su propia voluntad a la del
Padre, experimentará la transformación que resulta
de convertirse en hijo de Dios (3.26–29). Él crecerá
más y más a la imagen de Jesús, el Hijo de Dios. De
esta manera, manifestará los atributos que Pablo
llamó «el fruto del Espíritu»: amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre
y templanza.
Amor
El amor (aj g a/ p h, agapē) comienza esta ilustre
lista de virtudes. Es uno de los cuatro tipos de amor
identificados en la lengua griega. De hecho, agapē es
la forma más sublime de amor, que emana de Dios
mismo. Juan usó este sustantivo, junto con el verbo
relacionado aj g apa÷ w (agapaō), varias veces cuando
escribió: «Y nosotros hemos conocido y creído el
amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es
amor; y el que permanece en amor, permanece en
Dios, y Dios en él […] Nosotros le amamos a él,
porque él nos amó primero» (1ª Jn 4.16–19).
Agapē tiene que trascender el mero afecto
por los seres queridos. Se esfuerza por actuar en
beneficio de los demás, incluso de los enemigos.
Jesús les enseñó a Sus discípulos:
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y
3 
Vea Mt 26.28; Hch 8.38, 39; 22.16; Ro 6.4, 5; Col 2.12;
Ap 1.5.
4 
Vea Ro 8.9–11; 1ª Co 3.16; 6.19; 2ª Co 6.16, 17; Ef 2.11–18.
2
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los
que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y
os persiguen; para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y que hace llover sobre
justos e injustos. Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen
también lo mismo los publicanos? Y si saludáis
a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre
que está en los cielos es perfecto (Mt 5.43–48).
Dios actúa en beneficio de todos, incluso Sus
enemigos («los injustos»). Sus hijos son llamados
a hacer lo mismo.
En un esfuerzo por promover la unidad en una
iglesia dividida, Pablo describió para los corintios
la naturaleza desinteresada del amor agapē:
El amor es sufrido, es benigno; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece; no hace nada indebido, no busca
lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se
goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta. El amor nunca deja de ser (1ª Co
13.4–8a).
Además, agapē es benéfico y compasivo. Estas
características del amor fueron modeladas por
el Señor Jesús, que fue movido con compasión
cuando sirvió a otros (Mt 9.36; 14.14; 15.32; 20.34).
Además, agapē tiene que ser siempre puro, como
Pedro amonestó a sus lectores:
Habiendo purificado vuestras almas por la
obediencia a la verdad, mediante el Espíritu,
para el amor fraternal no fingido, amaos unos a
otros entrañablemente, de corazón puro; siendo
renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive
y permanece para siempre (1ª P 1.22, 23).
Este amor es producto del nuevo nacimiento,
o en el lenguaje de Pablo, un «fruto del Espíritu».
En realidad, es el más grande y exaltado de todos
los atributos espirituales que Dios ha puesto a
disposición para Sus hijos. Es incomparablemente
mayor que los dones carismáticos temporales
que abordó Pablo en la carta corintia. Es incluso
superior a la fe y la esperanza (1ª Co 13.13).
Gozo
El siguiente fruto del Espíritu es gozo (cara/ ,
chara). Puede que a veces se haya pasado por
alto el concepto de gozo como un rasgo esencial
de la madurez cristiana. Incluso en el Antiguo
Testamento, el gozo era una característica
prominente del pueblo de Dios. ¡Cuánto más,
entonces, Su nuevo pueblo del pacto experimentará
gozo habiendo recibido la redención que se
encuentra en Cristo!
Chara es un sustantivo que expresa la idea
de alegría, placer o felicidad. Otras tres palabras
griegas prominentes que expresan sentimientos
de alegría tanto en la LXX como en el Nuevo
Testamento son ajgalli a / siß (agalliasis), que quiere
decir «gozo o felicidad extremas»; makarismo/ ß
(makarismos), que denota «felicidad» o «bendición»;
y eujfrosu/nh (euphrosunē), que quiere decir «gozo»
o «alegría». El vocabulario hebreo de palabras que
expresan estas ideas o sentimientos es extenso.
De hecho, varias palabras hebreas pueden ser
traducidas con la misma palabra griega en la LXX.
El gozo debe ser una característica intrínseca
del cristiano, que es un ciudadano en el reino de
Dios. Cuando unos de los hermanos de Pablo en
Roma estaban teniendo disputas sobre comidas
limpias e inmundas y días santos especiales, les
enseñó que «el reino de Dios no es comida ni
bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo» (Ro 14.17). Más adelante les escribió a
sus amados filipenses, enfatizando el «gozo».
Repetidamente les amonestó a «[gozarse] en el
Señor» y se refirió cariñosamente a ellos como
su «gozo y corona» (Fil 3.1; 4.1, 4). Si bien Pablo
no usó una palabra específica para «gozo», sus
escritos a veces irrumpían en exultación. Por
ejemplo, al contemplar la naturaleza divina de
Dios y Su evangelio salvador, el apóstol exclamó:
«¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría
y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus
juicios, e inescrutables sus caminos!» (Ro 11.33).
Tal gozo en el Señor es la respuesta natural del
hijo de Dios que de corazón ha designado a Jesús
como su Redentor y ha sido bendecido con el don
del Espíritu Santo. El cristiano puede mantener
su gozo incluso en las peores circunstancias.
Este principio es ilustrado por Pablo y Silas en
el segundo viaje misionero. Después de haber
sido golpeados con varas, los dos embajadores de
Cristo se encontraron en una prisión de Filipos.
A pesar de que sus pies estaban sujetos a cepos y
sus espaldas les dolían por la paliza que habían
sufrido horas antes, estos hombres «cantaban
himnos a Dios» cerca de la medianoche (Hch
16.22–25). Su dolor físico era considerable, sin
embargo, no se les podía expulsar el gozo de sus
corazones. Estaban fielmente dedicados a llevar a
cabo el consejo de Jesucristo, para cuyo propósito
habían sido divinamente llamados.
Pablo y Silas sirven como ejemplos admirables
para todos nosotros. La firmeza llenaba el corazón
de estos embajadores por Cristo, y fue sin duda la
fuente de tal gozo, aun cuando estaban sufriendo
dolor y sufrimiento. Como muchos evangelistas
han aprendido por experiencia, no hay mayor
gozo que el de servir como instrumento humilde
de Cristo en traer una sola alma preciosa para
conocer la salvación por medio de Cristo. Es, de
hecho, el gozo de Jesús mismo, «el cual por el
gozo [chara] puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra
del trono de Dios» (He 12.2).
Paz
Después de «amor» y «gozo» viene paz
j h/ n h, eirēnē). El reino de Dios, tal como se
(ei r
profetizó en el Antiguo Testamento, se caracterizaría
por la «paz». Las buenas nuevas, la paz y la
salvación están entretejidas en Isaías 52.7:
¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies
del que trae alegres nuevas, del que anuncia
la paz, del que trae nuevas del bien, del que
publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios
reina!
Isaías se refirió al Mesías venidero como el
«Príncipe de Paz» (Is 9.6).
Cuando el Salvador nació, los ángeles de Dios
entregaron la alegre noticia a algunos pastores que
estaban velando por sus rebaños por la noche.
Apareció un ejército celestial, «que alababan a
Dios, y decían:  “¡Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los
hombres!”» (Lc 2.13, 14). El texto griego dice
literalmente «entre hombres de buena voluntad»
/ ß, en anthrōpois eudokias).
(ej n aj n qrw/ poiß euj d oki a
Para hombres de buena voluntad no podía haber
mayor gozo o paz. Por medio de Su muerte y
resurrección, Jesús ofrecería reconciliación con
Dios. Sin embargo, los hombres impíos sólo podían
responder a este gran regalo con resentimiento,
rechazo y odio. Estas diferentes reacciones para con
Cristo sirven como contexto para Su declaración
en Mateo 10.34–36.
No penséis que he venido para traer paz a la
tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al
hombre contra su padre, a la hija contra su
madre, y a la nuera contra su suegra; y los
enemigos del hombre serán los de su casa.
Para los cristianos fieles, Cristo trae una paz
interna. Cuando Jesús estaba preparando a Sus
3
discípulos para el hecho de que estaba a punto
de abandonarlos y regresar al Padre, les aseguró
que no serían dejados solos; Dios les daría otro
Ayudante o Consolador. También habló de la
naturaleza de la paz que Él les daría: «La paz os
dejo; mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo
la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo»
(Jn 14.27). La paz que da Jesús es una paz que se
basa en confiar en Él y en Su Palabra. Es reposo
para el alma (Mt 11.28–30).
Pedro le proclamó a la familia de Cornelio
cómo Dios había enviado Su palabra «a los hijos
de Israel, anunciando el evangelio de la paz por
medio de Jesucristo» (Hch 10.36). Entonces les
presentó el evangelio a estos gentiles para que
también pudieran tener la oportunidad de gozar
de esta paz con Dios (Hch 10.37–48). Los que
han creído en Cristo y se han unido con Él en el
bautismo —sean judíos o gentiles— tienen paz
con Dios y unos con otros (Gá 3.26–29). Pablo
también lo explicó en Efesios 2.14–19. El concepto
cristiano de «paz» era tan importante que influyó
en las expresiones de las cartas de Pablo (vea Gá
1.3). «Paz» es uno de los más grandes saludos que
podemos darnos unos a otros.
Después de hablar contra las obras de la carne
(5.16–21), Pablo pasó a hablar inmediatamente
de los rasgos positivos que los cristianos deben
desarrollar en sus vidas mediante la guía del
Espíritu Santo. Después de mencionar las virtudes
del amor, el gozo y la paz, continuó con la lista.
Paciencia
El fruto del Espíritu también incluye la paciencia
(makroqumi a / , makrothumia). La primera parte de
esta palabra compuesta es makro/ ß (makros), que
puede referirse a «un tiempo relativamente largo»
o «estar relativamente distante, lejos».5 La segunda
parte proviene del sustantivo qumo÷ ß (thumos) que
varía en significado desde «pasión» o «anhelo
apasionado» hasta «ira», «furor» e incluso «rabia».6
Expresa un estado o temperamento mental.
Cuando las dos palabras fueron originalmente
unidas, tal vez dieron la sensación de ser «tardos
para la ira» (vea Ex 34.6; Pr 19.11; LXX). Con el
tiempo, las palabras tienden a tener diferentes
tonos de significado. El léxico de Bauer define
makrothumia como «tolerancia, paciencia» o
5 
Walter Bauer, A Greek-English Lexicon of the New
Testament and Other Early Christian Literature (Léxico griego-
inglés del Nuevo Testamento y demás literatura cristiana
primitiva), 3a ed., rev. y ed. Frederick William Danker
(Chicago: University of Chicago Press, 2000), 613.
6 
Ibíd., 461.
4
«firmeza, resistencia».7 La palabra connota cierta
capacidad de esperar mucho tiempo, de perseverar
cuando la espera es difícil y de poner a prueba
la paciencia. La KJV consigna «longanimidad»,
que conserva el elemento temporal inherente a la
palabra griega. La paciencia es un fruto espiritual
que a la vez agrada a Dios y bendice a los demás.8
Es también un atributo del Espíritu Santo, de Dios
mismo y de Su Hijo Jesucristo.9
E l v e r b o re l a c i o n a d o m a k r o q u m e ÷ w
(makrothumeō) transmite la idea de ser «de mente
amplia» o «de temperamento amplio». Denota
la capacidad de mantener un estado mental
caracterizado por la calma y el autocontrol, incluso
cuando se espera algo que involucra estrés o
tensión. La tensión —sea una amenaza, un peligro
o una profunda preocupación— pone a prueba esta
capacidad. La persona que posee makrothumia está
dotada de la fuerza y estabilidad emocionales para
soportar a un grado más que el ordinario (vea He
6.13–15; Stg 5.7, 8).
Otros dos grupos de palabras para «paciencia»
se encuentran en el Nuevo Testamento. Uno
incluye aj n och/ (anochē ), con el concepto de
«paciencia» o «longanimidad». Sólo aparece dos
veces en el Nuevo Testamento, en Romanos 2.4 y
3.25. Ambas instancias de la palabra describen la
naturaleza de Dios. Sin embargo, su forma verbal,
ajn e/ c w (anechō), ocurre quince veces en el Nuevo
Testamento, muchas de las cuales se refieren a
cristianos. Quiere decir «soportar», «ser paciente
con» o «tolerar».10
El otro grupo de palabras incluye el sustantivo
uJ p omonh/ (hupomonē). Se compone de dos palabras
griegas: la preposición uJ p o÷ (hupo, «bajo», «debajo»
o «abajo») y el verbo me÷ n w (menō, «residir» o
«permanecer»). La idea resultante es «permanecer
firmes bajo» circunstancias difíciles. El término
evoca la imagen de la perseverancia, continuar
sosteniéndose bajo presión cuando se soporta una
carga pesada —como la antigua figura mitológica
de Atlas que carga con el peso inmenso del mundo
sobre sus hombros. El verbo correspondiente
uJ p ome÷ n w (hupomenō) quiere decir «mantenerse
firme», «aguantar», «soportar».11
La paciencia cristiana es motivada por el amor
(1ª Co 13.4) y la esperanza de la segunda venida de
7 
Ibíd., 612.
 8 
Vea 2ª Co 6.6; 2ª Ti 3.10; 4.2; He 6.12; Stg 5.10.
 9 
Vea Ro 2.4; 9.22; 1ª Ti 1.16; 1ª P 3.20; 2ª P 3.9, 15.
10 
Vea Mt 17.17; Mr 9.19; Lc 9.41; Hch 18.14; 1ª Co 4.12;
2ª Co 11.1, 4, 19, 20; Ef 4.2; Col 3.13; 2ª Ts 1.4; 2ª Ti 4.3; He
13.22.
11 
Bauer, 1039.
Cristo (1ª Ts 1.2, 3). Se basa en el modelo de Jesús,
que pacientemente «sufrió la cruz» y su «oprobio»
por nosotros antes de ser exaltado «a la diestra del
trono de Dios» (He 12.2). El escritor de Hebreos
amonestó a sus lectores, diciendo: «Considerad a
aquel que sufrió tal contradicción de pecadores
contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se
canse hasta desmayar» (He 12.3). Pablo ofreció esta
tranquilidad: «Si sufrimos, también reinaremos
con él» (2ª Ti 2.12a).
Benignidad
A continuación, en esta lista de virtudes está la
benignidad (crhsto/ t hß, chrēstotēs), que también
puede definirse como «rectitud», «bondad» y
«generosidad». 12 Este sustantivo aparece en el
Nuevo Testamento sólo ocho veces y todas las
ocurrencias están en las cartas de Pablo. Cuatro de
ellas se refieren a la «benignidad» o «bondad» de
Dios, que ha abierto la puerta del arrepentimiento
y salvación a la humanidad.13 Las otras cuatro
señalan un rasgo de carácter que todos los cristianos
deben poseer, en imitación de Dios.14
Chrēstotēs y sus cognados sugieren una
disposición apacible que es misericordiosa con los
demás. Por tener buenos corazones, los cristianos
querrán ser generosos y ayudar a los necesitados.
Ceslas Spicq escribió: «El cristiano es delicado y a la
vez generoso en las relaciones fraternas, buscando
ser útil, considerado, beneficioso, siempre de
manera agradable, incluso con una sonrisa».15
La benignidad, junto con la paciencia, está
incluida en la definición del «amor» por parte
de Pablo en 1ª Corintios 13.4. En otra parte
escribió: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios,
santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia» (Col 3.12).
Bondad
Después de «benignidad» (chrēstotēs) viene
bondad (ajgaqwsu/nh, agathōsunē). ¿Que diferencia
hay entre las dos palabras? La pregunta es difícil
de responder porque agathōsunē no aparece en la
literatura clásica de Grecia, que se utiliza a menudo
para establecer los significados de las palabras.16
12 
Ibíd., 1090.
13 
Vea Ro 2.4; 11.22; Ef 2.7; Tit 3.4.
14 
Vea Gá 5.22; Ro 3.12; 2ª Co 6.6; Col 3.12.
15 
Ceslas Spicq, Theological Lexicon of the New Testament
(Léxico teológico del Nuevo Testamento), trad. y ed. James D.
Ernest (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1994),
3:515.
16 
Richard Chenevix Trench, Synonyms of the New
Agathōsunē ocurre sólo cuatro veces en el Nuevo
Testamento, y todas se encuentran en los escritos de
Pablo. Primero, aparece aquí como parte del fruto
del Espíritu. El apóstol observó que los hermanos
en Roma estaban «llenos de bondad, llenos de
todo conocimiento, de tal manera que podéis
amonestaros los unos a los otros» (Ro 15.14). En
Efesios 5.9, «bondad» se nombra como «fruto del
Espíritu». La oración de Pablo en 2ª Tesalonicenses
1.11 fue que Dios considerara a los hermanos dignos
de su llamamiento y «[cumpliera] todo propósito
de bondad y toda obra de fe con poder».
Si bien la palabra es rara en el Nuevo
Testamento, agathōsunē se usa varias veces en la
LXX, donde traduce la palabra hebrea bO w f (tob) y
sus cognados. Estos términos se refieren a lo que
es «bueno», «agradable» o «deseable».17 El adjetivo
relacionado aj g aqo/ ß (agathos, «bueno») se produce
con frecuencia, tanto en el Nuevo Testamento
como en la LXX.
En un intento por explicar la cualidad única
de la bondad, Lightfoot dice que chrēstotēs es «una
disposición amable», mientras que agathōsunē es
«un principio energético».18 En otras palabras,
«benignidad» es la cualidad interna y benévola que
desea lo que es bueno para el prójimo, mientras
que «bondad» es la expresión externa de lo que en
última instancia se hace por el bien del prójimo
(sea que parezca bueno o no). Si bien se puede
cuestionar esta distinción, fue bien ilustrada
por Trench, quien escribió: «Un hombre podría
mostrar su [agathōsunē], su celo por la bondad
y la verdad, en reprender, corregir, castigar». Se
refirió a Jesús expulsando a los mercaderes del
templo (Mt 21.12, 13) y Su posterior denuncia de
los escribas y los fariseos (Mt 23). Estos actos de
indignación justa, sin embargo, no se describirían
como chrestōtēs. En lugar de eso, esa virtud fue
mostrada en el cariñoso recibimiento por parte
de Jesús de la mujer penitente (Lc 7.37–50). 19
Trench no permitió de ninguna manera «una
bondad que no tiene una agudeza, ni aspereza en
ella, ni una indignación justa contra el pecado,
Testament (Sinónimos del Nuevo Testamento) (Marshallton, Del.:
The National Foundation for Christian Education, s.f.), 217.
17 
Ludwig Koehler y Walter Baumgartner, The Hebrew
and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Léxico hebreo y
arameo del Antiguo Testamento), estudio ed., trad. y ed.
M. E. J. Richardson (Boston: Brill, 2001), 1:370.
18 
J. B. Lightfoot, The Epistle of St. Paul to the Galatians
(La Epístola de San Pablo a los Gálatas), Classic Commentary
Library (Grand Rapids, Mich.: Zondervan Publishing House,
1957), 213.
19 
Trench, 219.
5
ni la disposición a castigarlo».20 La «bondad» la
determina en última instancia y únicamente lo que
Dios considera bueno.
Fe
Fe (pi/ s tiß, pistis) viene a continuación entre
los frutos del Espíritu. En su uso más común
en el Nuevo Testamento, el significado de esta
palabra es simplemente «creencia» o «confianza».
Sin embargo, en muchos casos ocurre con el
sentido de aquello que evoca confianza, es decir,
«confiabilidad», «fidelidad». Este significado ha
sido influenciado por la LXX, que utiliza pistis
para traducir la palabra hebrea hD n… w mT a (’ emunah).
Es el caso en Salmos 36.5b, que dice de Dios:
«Y tu fidelidad alcanza hasta las nubes». De
manera similar, Proverbios 12.22 dice: «Los labios
mentirosos son una abominación para el Señor,
sin embargo, los que actúan con fidelidad son su
deleite» (NRSV).
Salmos 36.5, junto con muchos otros pasajes,
enfatiza que siempre podemos depender de Dios,
que «no miente» (Tit 1.2). Su palabra es totalmente
confiable; podemos contar con todo lo que Él ha
dicho. Dios detesta la mentira, pero se deleita en
aquellos que son devotos de la verdad y cuyas
palabras son dignas de confianza. En Proverbios
12.22, a todos los mentirosos se les advierte de
que están bajo cierto e inevitable juicio a menos
que se arrepientan, mientras que aquellos que son
honestos y fieles podrían consolarse en el hecho
de que Dios sonríe sobre ellos con agrado.
La palabra pistis tiene una amplia gama de
significados, como se ve en los léxicos griegos
y en algunas versiones de las Escrituras. Estas
definiciones incluyen «fe», «convicción»,
«confianza», «fidelidad», «un conjunto de fe o
creencias (el evangelio)», «doctrina», «prueba»,
«seguridad», «lealtad» y «una promesa de
fidelidad». A pesar de los muchos posibles
significados, el único que encaja en el contexto de
la lista de virtudes de Pablo en 5.22 es «fidelidad».
Pistis ha de entenderse como un aspecto moral
o ético del carácter del cristiano. Es parte de su
carácter porque es aquel que, al darse a sí mismo
en fe y obediencia a Dios, es bendecido con el
Espíritu de santidad que Dios ha prometido al
creyente (Hch 2.38, 39; 5.30–32). Como todas las
otras palabras mencionadas entre el fruto del
Espíritu, la «fidelidad» es un atributo dado por
Dios del Espíritu mismo. Como una virtud, pistis
se asocia a menudo con otras palabras de una
20 
Ibíd., 220.
6
naturaleza similar,21 especialmente agapē.22
Recopilación de
verdades de Gálatas 5
El amor de Jesús (5.22)
Las palabras y las acciones de Jesús llenaron
la palabra agapē con una gama de significados que
nunca se les habría ocurrido a los lexicógrafos del
mundo pre-cristiano. ¿Qué clase de amor exhibió
Jesús? ¿Qué le motivó el amor hacer?
Se enfrentó con valentía a Sus enemigos. El amor
de Cristo no siempre fue agradable. A veces
ofendió a las personas. En ocasiones, incluso
condenó, como cuando Jesús pronunció una
letanía mordaz de males sobre los escribas y los
fariseos, diciendo: «¡Serpientes, generación de
víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del
infierno?» (Mt 23.33). El Señor reprendió a estas
personas, sin embargo, ¿dudamos que las amó?
Estaba tratando de llevarlos al arrepentimiento,
para evitar tener que condenarlos en el último
día. Los amó profundamente, por lo tanto, tuvo
que confrontarlos con la verdad.
Cumplió fielmente con Su misión. Jesús conocía la
realidad de aquello de lo cual nos estaba salvando,
e igualmente conocía bien la gloria majestuosa
para la cual nos estaba salvando cuando vino a
cumplir Su misión. Comprendió el significado
de tanto la salvación como la perdición. Le clamó
urgentemente al hombre perdido regresar al Padre
amoroso.
¿Quién de nosotros ha estado alguna vez cerca
de exhibir tal agapē? Estamos tan preocupados por
nuestro bienestar personal que pocos escapamos
a la comodidad de nuestras propias casas.
Mientras tanto, millones tropiezan ciegamente
en la oscuridad, tratando de darle sentido a una
existencia sin amor.
Obedientemente soportó el castigo que merecíamos.
Ningún hombre ha amado como el Señor Jesús
ama ni demostrado tal amor como lo demostró
Él. De las doce veces que la palabra «infierno»
(gehenna) ocurre en el Nuevo Testamento, Jesús
mismo la usó once veces; y Su hermano Jacobo lo
usó una vez (Stg 3.6). Jesús entendió el significado
de este temible término, que quiere decir el estado
de los eternamente condenados. Por esta razón,
derramó grandes gotas de sudor mientras luchaba
21 
Vea Ef 6.23; 1ª Ti 2.15; 4.12; 6.11; 2ª Ti 2.22; 3.10; Tit 2.2.
22 
Bauer, 820. (Vea 1ª Ts 3.6; 5.8; 1ª Ti 1.14; 2ª Ti 1.13; Flm 5.)
en agonía con Su propia voluntad en Getsemaní;
se entregó a la voluntad del Padre, eligiendo
soportar la tortura atroz de la cruz. Fue por culpa
del infierno que soportó el doloroso sufrimiento
y la vergüenza del Gólgota. Es la razón por la
que se convirtió en una maldición, el epítome del
pecado, para nuestro mundo perdido. Por eso, en
la desesperanza, experimentó la desconcertante
soledad cuando incluso Su Padre amoroso apartó
Su rostro de Él. ¿No es ésta la prueba última del
amor divino? Las Escrituras revelan que el plan
de redención de Dios, que fue planeado «antes de
la fundación del mundo» (1ª P 1.20; vea Hch 2.23,
24), fue resultado de Su gran amor (vea Jn 3.16).
Conclusión. Cuando confrontados con el
mensaje del amor de Dios mostrado en Cristo, los
hombres responderán según la condición básica de
sus corazones. Aquellos cuyo corazón se caracteriza
por la integridad y el amor a la verdad resuenan con
la misma espiritualidad de este mensaje. Debido
a su honestidad e integridad, creen y aceptan a
Jesús como Señor. A los individuos pecadores les
ofenderá la iluminación de sus corazones malvados
y se alejarán porque aman el mundo. La elección
es moral, y su consecuencia será la vida eterna o
la condena eterna (vea Jn 3.36).
A menos que comprendamos la urgencia de
la misión de Cristo y dediquemos nuestra vida
a esa misión, las multitudes nunca conocerán a
Cristo. Es nuestra responsabilidad reflejar el amor
de Jesús y asegurarnos de que el mundo oye de
nuestro Dios y nuestro Salvador.
La búsqueda de la paz (5.22)
Cuán preciosa es esta maravillosa palabra
«paz» (eirēnē). ¿Es de extrañar que, a lo largo de
los siglos, las madres y los padres hayan mirado
con amor a una bella niña recién nacida y la hayan
nombrado «Irene», que se deriva de la palabra
griega para «paz»? Es interesante que el escritor
cristiano primitivo Ireneo (C. 130–200 d.C.) recibió
su nombre de la palabra griega eirēnē. Además,
el adjetivo «irénico» proviene de esta palabra.
Podríamos hablar de una escena irénica (o pacífica).
La paz siempre ha sido un tesoro para las
personas de bien, especialmente para aquellas que
han experimentado alguna guerra. La paz es la
antítesis de la guerra. La gran destrucción que ha
dejado toda batalla es un espectáculo aleccionador.
Pilas de escombros a menudo yacen donde una vez
se elevaron al cielo magníficos edificios. Aún más
alarmante es el número de seres humanos muertos
o heridos. Algunos que sobreviven regresan a
casa con discapacidades que alteran su vida. Su
sufrimiento da testimonio de la naturaleza brutal
de la guerra.
Aunque la paz es lo contrario de la guerra,
la guerra no se limita al concepto de un conflicto
armado literal. En varias partes del mundo, los
conflictos tribales, los conflictos en proyectos
habitacionales y las pandillas amenazan vidas. Las
relaciones hostiles son frecuentes en el lugar de
trabajo, en las familias e incluso entre cristianos.
La preciosa paz de Cristo podría transformar
nuestro mundo de ira y resentimiento en un mundo
increíblemente más hermoso; sin embargo, incluso
cuando los cristianos se involucran, la vida no
siempre resulta de esa manera. Fue a los cristianos
que el autor de Hebreos escribió: «Seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al
Señor» (He 12.14). La paz no sucede naturalmente.
Tenemos que hacer un verdadero esfuerzo por
«andar en el Espíritu» en vez de hacernos daño
(Gá 5.15, 16).
Jesús vino como el «Príncipe de Paz». En Su
papel de pacificador, le proveyó a la humanidad
una manera de reconciliarse con nuestro Dios santo.
Jesús, «que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia
de Dios en él» (2ª Co 5.21). Aquellos que responden
al evangelio en fe obediente «[tienen] paz con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5.1).
Cristo los añade a Su único cuerpo, llamándolos
a la paz unos con otros (Ef 2.14–22). Si estamos
en esta relación de pacto, podemos tener «la paz
de Dios, que sobrepasa todo entendimiento». Es
esta paz la que «guardará [nuestros] corazones y
[nuestros] pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4.7).
Esta paz, esta serenidad de confianza en Dios, es
el fruto del Espíritu sobre el cual Pablo escribió
en Gálatas 5.22.
Muchos no recibieron a Cristo ni Su evangelio
por la sencilla razón de que sus corazones eran
malos. Prefirieron las tinieblas de sus propios malos
caminos (Jn 3.19–21; Ro 1.18–32). Trágicamente,
muchos todavía le desprecian, a pesar de haber
dado Su vida por ellos. Es justo como el profeta dijo:
Pero los impíos son como el mar en tempestad,
que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan
cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para
los impíos (Is 57.20, 21).
La paciente resistencia de Jesús (5.22)
Jesús entiende nuestras luchas, ya que ha
vivido como uno de nosotros (He 2.17, 18; 4.15). Su
paciencia sin duda fue a veces llevada a su límite.
Durante Su ministerio de tres años, se entregó
a enseñar la verdad de Dios y a sanar a los que
7
padecían enfermedades y posesión de demonios. Sin
embargo, muchos respondieron a Sus maravillosas
obras con ingratitud e incredulidad. Expresó
ayes contra Corazín, Betsaida y Capernaum,
porque los pueblo de estas ciudades, donde hizo
milagros, no se arrepintieron (Mt 11.20–24). Un
ejemplo que muestra cómo las personas irritaron
a Jesús es el incidente del niño «epiléptico» que
fue traído a Sus discípulos en Marcos 9. Ellos no
pudieron expulsar al demonio del muchacho, y
los escribas aprovecharon la oportunidad para
desacreditarlos a ellos y a Jesús. Antes de sanar al
niño, Jesús exclamó: «¡Oh, generación incrédula!
¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta
cuándo os he de soportar?» (Mr 9.19).
A pesar de la oposición, Jesús perseveró en
Su ministerio, el cual culminó en Su sacrificio en
la cruz por nosotros. El ejemplo de Su paciente
resistencia se ilustra mejor con el siguiente evento.
Según el evangelio de Juan, Jesús fue llevado al
Gólgota, el sitio de la crucifixión, «cargando su
cruz» (Jn 19.17).23 Aparentemente la cargó hasta
donde pudo, habiendo sido severamente debilitado
por la despiadada flagelación. Eventualmente, la
carga de la viga transversal tuvo que haber sido
demasiado grande de soportar, y cayó bajo su
peso. Los otros tres evangelios relatan que Simón,
un hombre de Cirene, fue obligado a asistirle
cargándola el resto del camino al Gólgota (Mt
27.32; Mr 15.21; Lc 23.26).
¿Qué tipo de imagen de Jesús es sugerida por
las Escrituras? Estaba exhausto por la privación de
sueño, Su espalda estaba sangrienta por el azote y
la corona de espinas le penetraba dolorosamente
la frente. Mientras caminaba por las estrechas
calles de la ciudad con su pesada carga, sin
duda temblaba, impactado por ser avergonzado,
ridiculizado y abofeteado. Soportó la burla y los
gritos de burla, no sólo de los soldados romanos,
sino también de los principales sacerdotes y los
escribas. Todo esto lo soportó, aunque como Deidad
podría haber llamado a las legiones celestiales de
ángeles para que vinieran en Su ayuda y terminaran
todo (Mt 26.53).
Jesús continuó perseverando, incluso cuando
le traspasaban los clavos en Sus muñecas y pies.
23 
Se desconoce el camino exacto de la «Vía Dolorosa».
El camino tradicional que los peregrinos marcan desde
el sitio de la Fortaleza Antonia hasta la Iglesia del Santo
Sepulcro es dudoso. En lugar de la fortaleza de Antonia,
es más probable que Pilato permaneció en el palacio de
Herodes el Grande cuando visitó Jerusalén y que el Pretorio
(Mt 27.27; Mr 15.16; Jn 18.28, 33; 19.9) se situaba en esa área
al occidente de la ciudad.
8
Resistió las burlas de los líderes judíos, de los
que pasaban y de los criminales que fueron
crucificados con Él. Llevó el peso de los pecados
del mundo cuando fue separado de su Padre
celestial (Mt 27.39–46). Este acto sin duda demostró
el gran poder y autocontrol del Maestro. También
proporcionó un ejemplo de fortaleza paciente y
autocontrol que el mundo nunca había visto antes
ni volverá a ver.
Todo cristiano debe dedicarse a la imitación
de Cristo, en este caso tratando de imitar la forma
como perseveró en la hora de Su mayor prueba.
Tenemos que ejercitar paciencia, longanimidad
y perseverancia. Debemos hacerlo en vista de la
segunda venida de Jesús y de la vida eterna (Stg
5.7, 8).
El impacto de la bondad (5.22)
Cuando vemos la palabra «bondad», puede que
traiga a nuestra mente imágenes de ciertas personas
que hemos conocido. Sus amables sonrisas nos han
infundido con cálidos sentimientos de serenidad
y gratitud por haber cuidado de nosotros en
momentos de necesidad física o emocional. Quizás
sólo necesitábamos a alguien para entender y
consolarnos cuando confrontábamos la oposición,
o cuando nos sentíamos estresados, inadecuados
o solitarios. ¿Quién no ha experimentado tiempos
difíciles en una época u otra cuando parecía que
no había más que nubes oscuras en el horizonte?
Puede que haya sido un trabajo perdido, problemas
familiares, una deuda en aumento, o relaciones
irreconciliables. Puede que haya sido un traslado
a un nuevo lugar donde no conocíamos a nadie ni
teníamos a dónde ir para pedir ayuda. Entonces
apareció una amistosa cara con una disposición
alentadora para ayudarnos de cualquier manera
que necesitáramos. ¡Qué bálsamo para el alma!
¿Olvidaremos alguna vez las bondades que hemos
recibido?
En una ocasión, hace más de sesenta años,
acababa de ser aceptado para estudiar en el
renombrado «Ruperto Carola Universität» (la
Universidad de Heidelberg en Alemania). Me
sentí intimidado como joven en un país extranjero,
especialmente uno que no mucho tiempo atrás había
sido el enemigo más peligroso que Estados Unidos
había enfrentado (Alemania nazi). Paseando por
la ciudad de Heidelberg solo, viendo sus lugares
venerables, fui abordado por un extraño. Un
presentable joven se detuvo a hablarme y me
preguntó si le permitiría el honor de mostrarme
la ciudad. Por supuesto, acepté gustosamente. Su
conducta no era más que ejemplar y caballerosa,
y nunca he olvidado su bondad.
Jesús contó una parábola en Lucas 10 que nos
da una gran visión del ideal de bondad de Dios.
Para los judíos que escucharon a Jesús, Su historia
habría planteado esta pregunta: ¿Cómo podría un
samaritano actuar mejor que judíos ejemplares?
Constituye un impactante relato que nos enseña
mucho acerca de la bondad.
En este relato, un hombre yacía al lado del
camino, herido y sufriendo, después de haber sido
despojado, golpeado y dejado «medio muerto»
(Lc 10.30). «Aconteció» que vino primero un
sacerdote y luego un levita. Está claro que ambos
lo vieron, pero luego pasaron «de largo» (Lc 10.31,
32). Como pueblo escogido de Dios, estos judíos
fueron llamados a ser «luz de las naciones» (Is
42.6–8; vea 49.6), un ejemplo de cómo deben vivir
todas las naciones (los gentiles) al servicio de su
Creador. Israel había de ser una nación cuyos dos
mandamientos más importantes se centraban en
amar a Dios y amar al prójimo (Lc 10.25–28). Era
cumpliendo este segundo mandamiento que los
gentiles llegarían a conocer a Aquel que era el
objeto del primer mandamiento. El sacerdote y
el levita eran ejemplos primordiales del propio
pueblo de Dios, sin embargo, ellos no agradaron
el corazón mismo de Dios. Cuán diferente fue la
reacción del samaritano:
… y viéndole [al hombre herido], fue movido a
misericordia;  y acercándose, vendó sus heridas,
echándoles aceite y vino; y poniéndole en su
cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él
(Lc 10.33b, 34).
No sólo pagó con su propio dinero para que la
víctima pasara la noche, también prometió pagar
todo lo que fuera necesario para el cuidado del
hombre a su regreso (Lc 10.35). ¡Qué conducta
ejemplar —y por parte de un despreciado
samaritano! Con su bondad, demostró ser el
«prójimo» del hombre herido (Lc 10.36, 37).
Lo que Dios desea ver en Su pueblo es la
práctica de la bondad. No basta con deleitarnos
con los actos de bondad que hemos experimentado
Autor: Jack McKinney
© 2018, LA VERDAD PARA HOY
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con los demás ni incluso con la magnitud de
la bondad de Dios para con nosotros. Este
atributo tiene que funcionar en nuestra propia
vida cotidiana. No debemos permitir que el
cansancio, las irritaciones y las tensiones del
día nos hagan ásperos e indiferentes. Más bien,
en cada circunstancia tenemos que reflejar la
bondad de Dios mientras andamos en el Espíritu.
Nuestras buenas actitudes y acciones ciertamente
influirán en otros para Cristo (vea Mt 5.14–16;
1ª P 2.12).
Un hombre bueno (5.22)
«Bueno» (agathos) es un término usado con
moderación con respecto al hombre, incluyendo
incluso a Jesús mismo. En un caso, un hombre se
dirigió a Él como «Maestro bueno». La respuesta
de Jesús en esa ocasión fue «¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno,
Dios» (Mr 10.17, 18). Probablemente el Señor
estaba probando al hombre para ver si conocía la
verdadera identidad de Jesús.
A pocos mortales se les refiere como «buenos».
Cuando Jesús, a petición de Sus discípulos, les
estaba enseñando cómo orar, pronunció unas
palabras bastante sorprendentes: «Pues si vosotros,
siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Lc 11.13).
Aunque a muchos elementos y cualidades se les
llama «buenos» en el Nuevo Testamento (como
«buenos frutos», «buenas obras» y una «buena
conciencia»), pocos hombres son descritos como
«buenos» (agathos).
Uno de los llamados «buenos» es Bernabé
(Hch 11.22, 24). Puede que familiarizarnos
más con este hombre sea la mejor manera de
obtener una visión del fruto del Espíritu llamado
«bondad» (agathōsunē). Su vida se caracterizó por
la generosidad, el coraje, el amor y la confianza
en los demás. Bernabé se destaca en la iglesia
primitiva, no por sus grandes discursos o cartas,
sino por la bondad en su vida que resultó del
Espíritu y de su fe.
9
 Cuatro palabras para amor
(5.22)
En koiné griego hay cuatro palabras para
«amor»: aj g a÷ p h (agapē), fili/a (philia), storgh÷
(storgē), y e¡ r wß (erōs). Tres de ellas aparecen en el
Nuevo Testamento.1 ¿Cómo se usan estas palabras
en la Biblia y en la literatura griega antigua?
Erōs no se usa en absoluto en el Nuevo
Testamento, ni en su sustantivo ni en su forma
verbal. El término se relaciona con la palabra
«erótico». En griego, connota el amor apasionado,
sin embargo, no siempre con un significado sensual.
Por ejemplo, podría referirse al deseo ardiente de un
esclavo por ser liberado. Sin embargo, en muchos
casos, el término tenía una connotación sexual.
Entre los griegos laicos de la antigüedad, se
desarrolló un extenso vocabulario en relación con
erōs. En contraste, el vocabulario de lo erótico en la
LXX es extremadamente limitado. Algunos pasajes
usan la palabra «amante» (e jr asth÷ ß , erastēs) en
el sentido más degradante de un amante.2 Esta
terminología adúltera es a menudo una metáfora
de la idolatría de Israel y de las alianzas extranjeras.
La ausencia total de la palabra erōs en el Nuevo
Testamento es un contraste dramático con el énfasis
actual en lo erótico en la cultura occidental, lo cual
demuestra cuánto difiere de nuestro concepto el
concepto neotestamentario del amor.
Storgē. Ni el sustantivo storgē ni su correspondiente
verbo storge/ w (storgeō) se encuentra en el Nuevo
Testamento, aunque sí aparece un adjetivo
relacionado. La palabra es a¡ storgoß (astorgos),
que quiere decir «sin afecto natural». El prefijo a-
(añadiendo el significado de «in–» o «sin») se une a
la raíz storgē, que por sí misma se refiere al «afecto
familiar» o «amor de parientes».3 Por lo tanto, el
adjetivo astorgos tiene la connotación de «sin amor,
carente del afecto normal por los parientes». La
forma adjetiva negada astorgos aparece en el Nuevo
Testamento en la lista de Pablo en Romanos 1.31 y
1 
Sin embargo, las tres palabras clave que se traducen
como «amor» en el Nuevo Testamento no son las únicas
que expresan el concepto de amor. Por ejemplo, e p j ipoqe/ w
(epipotheō) y sus cognados transmiten ternura y un profundo
afecto (Fil 1.8; 4.1; 2ª Ti 1.4).
2 
Vea Jer 4.30; 22.20, 22; Lm 1.19; Ez 16.33, 36, 37; 23.5,
9, 22; Os 2.5, 7, 10, 12, 13.
3 
G. Abbott-Smith, A Manual Greek Lexicon of the New
Testament (Un Léxico Griego Manual del Nuevo Testamento),
3ª ed. (Edinburgh: T. & T. Clark, 1937), 65.
10
en otra en 2ª Timoteo 3.3. La Reina-Valera traduce la
palabra como «sin afecto natural» en ambos pasajes.
Esta carencia de afecto natural fue abordada por
nuestro Señor en Marcos 7. De algunas personas de
Sus días dijo que estaban piadosamente expresando
la palabra «Corbán» como una justificación para
eludir su deber para con sus padres. Jesús dijo que
estaban «invalidando la palabra de Dios con [su]
tradición» (Mr 7.11–13).
Philia. La raíz de esta palabra aparece en términos
tan comunes como filosofía («amor a la sabiduría»),
filantropía («amor a la humanidad») y Filadelfia
(«amor fraternal»). Es la palabra que denota afecto
o un tipo de amor entre amigos. Es una especie
de amor que apela a nuestras emociones. Vemos
algo atractivo en el objeto de nuestro amor. Este
objeto puede ser una persona admirable, una vista
hermosa, una actividad agradable o prácticamente
cualquier otra cosa.
Amar erróneamente puede convertirse en
pecado. Jesús dijo que los hipócritas «aman [file/ w ,
phileō] el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas
de las calles, para ser vistos de los hombres» (Mt
6.5). Cristo también advirtió,
El que ama [phileō] a padre o madre más que a
mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija
más que a mí, no es digno de mí;  y el que no
toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno
de mí (Mt 10.37, 38).
Este pasaje habla a nuestro mundo hoy. Vivimos
en tiempos en los que muchos de los que amamos
mucho, tal vez nuestros hijos, están en peligro de
abandonar la fe y seguir enseñanzas falsas. En
tales casos, no debemos sucumbir a la tentación de
justificarlos cambiando nuestra propia teología. De
hecho, tenemos que amar a Jesús por encima de todo.
Es genial tener un verdadero amigo (fi/ l oß, philos).
Nos complace estar juntos; queremos a nuestros
amigos y disfrutamos ser queridos por ellos. Esto
es philia, y no tiene nada de malo. Abraham fue
incluso llamado «amigo de Dios» (Stg 2.23). Lázaro
fue, de una manera especial, un «amigo» de Jesús
(Jn 11.11). Cuando Juan escribió: «Saluda tú a los
amigos» (3ª Jn 15), estaba hablando de sus amados
hermanos en la iglesia. Al hablar a los Doce, Jesús
dijo: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo
os mando» (Jn 15.14).
 No podemos dudar que los discípulos amaron
profundamente a Jesús, sea que estemos hablando
de phileō o agapaō. Ambos verbos se usan en el
memorable intercambio entre Pedro y Jesús en Juan
21.15–17. Los eruditos no están de acuerdo con la
importancia de las dos palabras en ese contexto.
Algunos piensan que el uso de agapaō por parte
de Juan una vez y de phileō otra representa nada
más que una variación estilística para evitar la
monotonía Otros ven en su variación un significado
más profundo. Pedro se había jactado antes de su
firmeza superior y luego falló miserablemente
negando a su Señor tres veces. En este momento,
no estaba dispuesto a hacer una afirmación audaz
sobre su amor comprometido (agapaō) por Jesús;
sólo podía afirmar su afecto (phileō) por Él.
Agapē. Ahora llegamos a la palabra en Gálatas
5.22, que Pablo colocó primero en su lista del
«fruto del Espíritu». Aunque en muchos casos estas
palabras griegas para «amor» pueden solaparse en
significado y por lo tanto ser consideradas como
sinónimos, cada una difiere en ciertos aspectos
de las demás y tiene su propio sabor distintivo.
Como se usa en el Nuevo Testamento, agapē exhibe
las características más sublimes del amor. Nigel
Turner escribió:
En griego cristiano, el sustantivo agapē y el
verbo agapaō denotan un afecto cristiano propio,
el amor de los fieles a Dios y al hombre, y el
Autor: Jack McKinney
© 2018, LA VERDAD PARA HOY
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amor de Dios por nosotros y por Cristo, así como
el amor de Cristo por nosotros. Es entonces la
perfecta compatibilidad entre Dios y el hombre,
una gracia sobrenatural.4
Dios ha «derramado» Su amor en los corazones de
Sus santos, de modo que es un don recibido por
gracia (Ro 5.5).
No hemos de mal entender este amor como uno
que simplemente se siente, e incluso puede que
cuestionemos si el «afecto» esté necesariamente
incluido en su significado. El cristiano no tiene la
prerrogativa de limitar este tipo de amor a aquellos
con los que tiene cierta afinidad o a quienes prefiere.
Dios ama y bendice a toda la humanidad, tanto al
bueno como al malo. A los que siguen a Cristo se
les manda amar activamente de la misma manera
(Mt 5.43–48).
Agapē, que desinteresadamente actúa por el
bien de los demás, viene del Padre (1ª Jn 4.16, 19).
Nuestro amor, para que sea como el de Dios, tiene
que ser un amor maduro, un amor que incluye a
todos. Ya no puede caracterizarse por caprichos de
gustos y disgustos que son comunes al hombre no
espiritual y natural. Este amor completo tiene que
ser la meta de todo cristiano que desea ser como
su Padre celestial.
4
Nigel Turner, Christian Words (Palabras cristianas)
(Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1981), 261.
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