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8. ¿CAMBIO SOCIAL?

El cambio es eterno. Nada cambia jamás*

H e incluido en mi título las frases iniciales de El moderno sistema


mundial: “El cambio es eterno. N ada cam bia jam ás.” Es u n tem a que
m e parece central p ara nuestra em presa intelectual m oderna. Q ue
el cambio es eterno es la creencia definitoria del m u n d o m oderno.
Q ue nada cam bia nunca es la queja recurrente de los desilusionados
del supuesto progreso de la época m oderna. Pero tam bién es u n te­
m a recurrente del ethos científico universalizante. En to d o caso, am­
bas afirm aciones quieren ser afirm aciones sobre la realidad em píri­
ca. Y p o r supuesto ambas, con frecuencia o más b ien generalm ente,
reflejan preferencias normativas.
La evidencia em pírica es sum am ente incom pleta y p o r últim o no
convence. En prim er lugar, el tipo de evidencia que se p u ed e ofre­
cer y las conclusiones que se pueden extraer de ella parecen depen­
der del periodo m edido. En algunos aspectos, la m edición de pe­
riodos cortos capta m ejor la enorm idad del cam bio social. ¿Quién
no cree que el m undo se ve diferente en 1996 que en 1966?, ¿y más
aún que en 1936? Por no hablar de 1906. No hace falta más que ob­
servar a Portugal, su sistema político, sus actividades económicas,
sus norm as culturales. Y sin em bargo en m uchos aspectos Portugal
ha cam biado muy poco. Sus especificidades culturales siguen sien­
do reconocibles. Sus jerarquías sociales sólo m arginalm ente han >
cam biado. Sus alianzas geopolíticas todavía reflejan las mismas
preocupaciones estratégicas. Su posición relativa en las redes eco­
nóm icas del m undo se ha m antenido notablem ente constante en el
siglo xx. Y desde luego los portugueses continúan hablando p o rtu ­
gués, lo que no es poca cosa. De m anera que ¿cuál es la verdad: el
cambio es eterno o nada cambia nunca?
Supongam os que tomamos un periodo más largo, digam os cien­
to cincuenta años, la duración del m oderno sistem a m undial. En al­
gunos aspectos los cambios parecen aún más notables. En ese perio-
* Discurso pronunciado en la sesión inaugural del III C ongreso Portugués de So­
ciología, Lisboa, 7 de febrero de 1996. El tema del congreso e ra “Prácticas y proce­
sos del cambio social”.

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do hem os visto el surgim iento de u n sistema m undial capitalista, y


al mismo tiem po cambios tecnológicos extraordinarios. Hoy los
aviones recorren todo el globo y m uchos de nosotros desde nues­
tras casas podem os ponernos en contacto instantáneo con personas
que están al otro lado del m undo a través de In tern et y bajar textos
e imágenes. En enero de 1996 los astrónom os anunciaron que pue­
den “ver” tanto más lejos que nunca antes que su estim ación del ta­
m año del universo se ha quintuplicado. A h o ra estamos hablando de
miles de m illones de galaxias, que cubren u n a distancia de tantos
años-luz que yo ni siquiera puedo em pezar a imaginarlos. Y al mis­
mo tiem po esos astrónom os acaban de descubrir planetas similares
a la tie rra alrededor de dos de esas estrellas, los prim eros planetas
de ese tipo que han hallado, tales que según afirm an poseen las
condiciones climáticas capaces de soportar estructuras biológicas
complejas, en suma, posible vida. ¿Cuántas más descubrirán en el
futuro próxim o? Hace quinientos años se consideró una cosa n o ta­
ble cuando Bartolom eu Dias llegó navegando hasta el océano ín d i­
co, pero ni siquiera él soñó jam ás con las posibilidades tan exóticas
que hoy tenem os delante. Y sin em bargo al mismo tiem po m uchas
personas, incluso científicos sociales, nos dicen que hem os llegado
al fin de la m odernidad, que el m undo m oderno está en u n a crisis
term inal y que es posible que pronto nos encontrem os en un m undo
más parecido al siglo xiv que al xx. Los más pesimistas entre noso­
tros prevén la posibilidad de que la infraestructura de la economía-
m undo, en la que hem os invertido cinco siglos de trabajo y capital,
podría acabar com o los acueductos romanos.
Supongam os que ah o ra alargam os u n poco más nuestro horizon­
te a u n periodo de alrededor de diez mil años. Esto nos lleva d e re­
greso a u n m om ento del tiem po en el que ni Portugal ni n in g u n a
o tra de las entidades político-culturales contem poráneas existían, a
un m om ento del tiem po cuya reconstrucción histórica está casi fuera
de nuestro alcance, a un p eriodo antes de que la agricultura fu era
u n a actividad hum ana significativa. Hay algunos que m iran hacia
atrás, a las múltiples bandas de cazadores y recolectores que flo re­
cían entonces, com o estructuras en las que los hum anos trabajaban
m ucho m enos horas p o r día y p o r año p ara m antenerse de lo que
trabajan hoy, cuyas relaciones sociales eran infinitam ente más igua­
litarias y que actuaban en un m edio am biente m ucho m enos conta­
m inado y peligroso que el actual. P ara algunos analistas, el supues­
to progreso de los últim os diez mil años más bien constituye una
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larga regresión. Para otros más, las esperanzas y expectativas son de


que este ciclo largo se acerca a su fin y podríam os estar volviendo a
las condiciones “más sanas” de antaño.
¿Cómo evaluar visiones tan contrastantes? ¿Cómo abordar los te­
mas en discusión científica y filosóficamente? Me parece que éstas
son las cuestiones fundam entales que deben enfrentar los científi­
cos sociales en general, y de hecho todos los po rtad o res y creadores
de saber. Sin em bargo, no son cuestiones que p u ed an resolverse con
otro estudio em pírico, aunque sea muy ambicioso. N o obstante, po­
dem os decir que es m uy difícil form ular inteligentem ente estudios
em píricos sobre cualquier tem a concreto sin crear p a ra nosotros el
sólido soporte de u n m arco intelectual que nos p erm ita ubicar inte­
ligentem ente nuestros análisis dentro de ese m arco mayor. Hace de­
masiado tiem po, dos siglos ya, que declinam os hacerlo con el argu­
m ento de que ese m arco mayor era un señuelo de la “especulación
filosófica” que no debía ser tom ado en serio p o r los “científicos ra­
cionales”. Ése es u n e rro r que ya no podem os perm itirnos.
Las ciencias sociales, tal com o las conocem os hoy, son hijas de la
Ilustración. En realidad, en cierto sentido son el m áxim o producto
de la Ilustración: representan la creencia de que las sociedades hu­
m anas son estructuras inteligibles cuyo funcionam iento podem os
com prender. Se ha pensado que de esa prem isa se sigue que los hu­
m anos pueden afectar sustancialm ente su m undo utilizando sus ca­
pacidades para alcanzar racionalm ente la b u en a sociedad. Y p o r su­
puesto la ciencia social aceptó prácticam ente sin cuestionarla la
prem isa ulterior de la Ilustración de que el m undo evoluciona ine­
vitablem ente hacia la buena sociedad, es decir, de que el progreso
es nuestra herencia natural.
Si creem os en la certeza del progreso, y en su racionalidad, en­
tonces el estudio del cambio social no puede ser considerado como
simplemente u n dom inio particular de la ciencia social. Más bien to­
da la ciencia social es necesariam ente el estudio del cam bio social.
N o hay otro tema. Y en ese caso es evidentem ente cierto que “el
cambio es etern o ”, aunque en u n a dirección específica. En realidad,
todo el tem a es bastante teleológico: de la barbarie a la civilización,
del com portam iento anim al al com portam iento sim ilar al de los
dioses, de la ignorancia al saber.
Si después se nos llama a discutir las prácticas y los procesos del
cambio social, entram os en un patrón muy claro y simple, se convier­
te prácticam ente en u n ejercicio tecnocrático. Se nos pide que anali­
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cemos los cambios inmediatos que percibimos y después juzguem os


si son más o menos racionales, o, si se prefiere, funcionales. Esencial­
mente, explicamos cómo es que son com o son. Y después podem os,
si queremos, recetar lo que se puede hacer p ara ajustar los arreglos,
a fin de que colectivamente avancemos más rápido hacia la buena so­
ciedad. Por lo tanto se nos considera útiles, políticamente orientados
o prácticos. Por supuesto, podem os variar los parám etros de tiem po
y espacio que utilizamos en esos ejercicios, aplicando nuestro saber al
caso de grupos muy pequeños en periodos breves o a grupos mucho
mayores (estados soberanos, p o r ejemplo) en periodos medianos, co­
mo cuando preguntam os qué podem os hacer p ara “desarrollar la
economía nacional”.
Científicos sociales de todo tipo se han dedicado a este tipo de
análisis por lo m enos durante un siglo, abierta o encubiertam ente.
Cuando agrego encubiertam ente quiero decir que muchos científi­
cos sociales no definirían sus actividades com o algo tan inm ediata­
mente vinculado con el ejercicio de la racionalidad pública. Posible­
mente más bien las definirían com o la búsqueda de u n saber más
perfecto en abstracto. Pero aun cuando lo hacen, saben que el saber
que producen está siendo utilizado p o r otros p ara ayudar a alcanzar
la sociedad más perfecta. Y tienen conciencia de que los soportes
económicos de su investigación científica están condicionados p o r
su capacidad para m ostrar beneficios sociales del trabajo, por lo me­
nos a plazo más largo.
Sin em bargo, los mismos supuestos de la Ilustración pueden lle­
varnos en u na dirección diferente, incluso opuesta. La presunta ra­
cionalidad del m undo social, igual que la presunta racionalidad del
m undo físico, im plica que es posible form ular proposiciones com o
leyes que lo describen plenam ente, y que tales proposiciones m an­
tienen su validez a través del tiem po y del espacio. Es decir, implica
la posibilidad de universales que pu ed en ser expresados en form a
precisa y elegante, y concluye que el objeto de n uestra actividad
científica es justam ente form ular y p ro b ar la validez de dichos uni­
versales. Esto p o r supuesto no es o tra cosa que la adaptación de la
ciencia new toniana al estudio de las realidades sociales. Y en conse­
cuencia no es casual que ya en el siglo XIX algunos autores hayan
utilizado el nom bre “física social” p ara describir esa actividad.
La búsqueda de proposiciones com o leyes en realidad es total­
mente com patible con la investigación práctica políticam ente o rien­
tada que se centra en el alcance del objetivo teleológico de la bue-
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na sociedad. No es necesario que alguien se sienta incóm odo p o r


perseguir los dos objetivos al mism o tiem po. Sin em bargo, hay u n
pequeño inconveniente en esa doble búsqueda, que tiene que ver
con el cambio social. Si los patrones de la interacción hum ana si­
guen leyes universales cuya validez trasciende el tiem po y el espa­
cio, entonces no puede ser verdad que “el cam bio es etern o ”. En
realidad, es todo lo contrario: lo que se deduce es que “nada cam­
bia nunca”, o p o r lo m enos nada fundam ental cam bia nunca. A esa
altura no sólo no es cierto que toda la ciencia social es el estudio del
cam bio social, sino precisam ente lo contrario. El estudio del cambio
social pasa a ser definido com o sim plem ente el estudio de las des­
viaciones del equilibrio. En ese caso, au n cuando u n o em piece, co­
mo H erbert Spencer, p o r ofrecer al estudio del cam bio social el 50
p o r ciento del espacio —el estudio de la dinám ica social com o com­
plem ento del estudio de la estática social—, rápidam ente llegará a
una práctica en la que el cam bio social com o tem a es un apéndice
verm iform e de la ciencia social, u n anticuado vestigio de una pasa­
da inclinación hacia la reform a social. Podem os ver que esto efecti­
vam ente fue así exam inando m uchos de los textos escolares p ara es­
tudiantes, éstos reservan p ara su últim o capítulo el tem a del
“cam bio social”, en tardío reconocim iento de que existen algunos
problem as m enores con la descripción estática de la estructura so­
cial.
En la actualidad se ataca m ucho la visión del m undo de la Ilustra­
ción y desde muchos lados. Pocas personas adm itirían que la aceptan
sin calificaciones. Se verían ingenuas. Sin embargo, esa visión sigue
estando profundam ente arraigada en la práctica y la teorización de la
ciencia social. Y p ara erradicarla hará falta algo más que aparatosas -
declaraciones de los posmodernistas. Los científicos sociales no esta­
rán dispuestos a aceptar una reorientación básica de su visión del
cambio social sin convencerse prim ero de que con eso no se perderá
la razón de ser de la ciencia social. Por lo tanto, lo que quisiera pre­
sentar es una racionalidad para la ciencia social que tiene una lógica
distinta de la que se basa en la creencia en el progreso. Creo que no
necesitamos seguir prisioneros de un Methodenstreit entre las formas
idiográfica y nom otética de saber. Creo que la supuesta división fun­
dam ental entre las “dos culturas” —ciencia contra filosofía/literatu-
ra—es un erro r y un engaño que debe ser superado. Creo que ningu­
na de las afirmaciones sobre el cambio social —el cambio es eterno;
nada cambia jam ás—puede ser aceptada com o válida en esa formula­
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ción. En suma, creo que necesitamos encontrar otro lenguaje mejor


para describir la realidad social.

Perm ítanm e com enzar p o r exam inar el concepto más tradicional de


la sociología: el concepto de sociedad. Se dice que vivimos en socie­
dades, que form am os parte de sociedades. Se supone que hay mu­
chas sociedades, pero (en el uso general del térm ino) cada uno de
nosotros sólo form a parte de una, y en el m ejor de los casos es visi­
tante en otra. ¿Pero cuáles son las fronteras de esas sociedades? Es
ésta una pregunta que en muchas form as ha sido deliberada y enér­
gicam ente ignorada p o r los científicos sociales. Pero no p o r los po­
líticos, porque el origen de nuestro concepto actual de “sociedad”
no está muy lejos en el pasado. El térm ino em pezó a usarse en los
cincuenta años siguientes a la Revolución francesa, cuando en el
m undo europeo se hizo práctica corriente afirm ar (o p o r lo m enos
suponer) que la vida social en el m undo m oderno estaba dividida
en tres esferas diferentes: el estado, el m ercado y la sociedad civil.
Las fronteras del estado estaban jurídicam ente definidas. E implíci­
tam ente -n u n ca explícitamente—se suponía que las fronteras de las
otras dos esferas eran las mismas del estado, p o r la sola razón de
que el estado afirm aba que así era. Se suponía que Francia o Espa­
ña o Portugal tenían un estado nacional, un m ercado nacional o
econom ía nacional, y una sociedad nacional. E ran afirm aciones a
priori, de las que casi nunca se ofrecían pruebas.
Pero si bien esas tres construcciones intelectuales existían dentro
de los mismos límites, sin em bargo se insistía en que eran diferen­
tes entre sí: distintas tanto en el sentido de que e ra n autónom as
—es decir que cada una seguía su propio conjunto de reglas— como
en el sentido de que cada una de ellas o p erab a de m an era que po­
día hacerla chocar con otra. Así, p o r ejemplo, el estado podía no ser
representativo de la “sociedad”. Esto es lo que quieren decir los
franceses cuando distinguen le pays légal de le pays réel. En realidad
las ciencias sociales originalm ente se construyeron en to rn o a esa
distinción. A cada u n a de esas entidades hipotéticas le correspondía
una “disciplina”: los econom istas estudiaban el m ercado, los cientí­
ficos políticos estudiaban el estado y los sociólogos la sociedad civil.
Esa división de la realidad social, p o r cierto, e ra una derivación
inm ediata de la filosofía de la Ilustración. Encarnaba la creencia de
que las estructuras sociales hum anas habían “evolucionado” y que
el rasgo definitorio de las estructuras sociales superiores, es decir,
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las estructuras sociales m odernas, era su “diferenciación” en esferas


autónom as. Es fácil reconocer en esto el dogm a de la ideología libe­
ral, la ideología dom inante de los últim os dos siglos, que h a funcio­
nado com o geocultura del m oderno sistema m undial. Y de paso, la
prueba de que el posm odernism o no es tanto u n a ru p tu ra con el
m odernism o como, más plausiblem ente, la últim a versión del m o­
dernism o, es el hecho de que los posm odernistas no h an escapado
en absoluto de este m odelo esquem ático. C u an d o clam an contra
la opresión de las estructuras objetivas y ensalzan las virtudes de la
“cultura” que encarna la agencia subjetiva, esencialm ente están in­
vocando la prim acía de la esfera de la sociedad civil sobre las del es­
tado y el m ercado. Pero en el proceso están aceptando la tesis de
que la diferenciación en tres esferas autónom as es real y constituye
u n elem ento analítico prim ordial.
Yo personalm ente no creo que esas tres esferas de acción sean en
realidad autónom as ni que sigan principios separados. Más bien to­
do lo contrario. Creo que están tan com pletam ente entrelazadas en­
tre sí que la acción en cualquiera de esas esferas es em prendida
siem pre com o una opción en la que la consideración p redom inan­
te es el efecto general, y que tratar de separar la descripción de las
cadenas secuenciales de acción enturbia el análisis en lugar de acla­
rarlo. En este sentido, no creo que el m undo m o d ern o sea en abso­
luto diferente de periodos anteriores de la historia del m undo. Es
decir, no creo que la “diferenciación” sea un rasgo d efinitorio de la
m odernidad. Y tam poco creo que vivamos en m últiples “socieda­
des” distintas dentro del m undo m oderno y que cada u n o de noso­
tros sea m iem bro de u n a sola de esas “sociedades”.
Perm ítanm e explicar p o r qué. Me parece que las unidades de
análisis apropiadas p ara la realidad social son lo que yo llam o “sis­
temas históricos”. El propio nom bre indica lo que quiero decir con
sistema histórico: es u n sistema en la m edida en que está construi­
do alrededor de una división del trabajo presente que le perm ite
sostenerse y reproducirse a sí mismo. Las fronteras del sistem a son
u na cuestión em pírica, que se resuelve determ inando las fronteras
de la división del trabajo efectiva. Por supuesto, cada sistem a social
necesariam ente tiene varios tipos de instituciones que de hecho go­
biernan o lim itan la acción social de m odo que los principios bási­
cos del sistema se realicen en la m edida de lo posible, y las personas
y los grupos que form an parte del sistema social son socializados pa­
ra que adopten com portam ientos consonantes con el sistema, de
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nuevo en la m edida de lo posible. Podemos decir que esas diversas


instituciones son económicas, políticas o socioculturales si quere­
mos, pero esa definiciones son de hecho inexactas, porque todas las
instituciones actúan de m aneras que son al mismo tiem po políticas,
económ icas y socioculturales, y no podrían ser efectivas si no lo hi­
cieran.
Pero al mismo tiem po cada sistema es necesariam ente histórico.
Esto quiere decir que el sistema surgió a la existencia en algún m o­
m ento del tiem po com o resultado de procesos que podem os anali­
zar; evolucionó en el tiem po p o r procesos que podem os analizar, y
llegó (o llegará) a su fin porque (como todos los sistemas) llega un
m om ento en que ha agotado las formas en que puede contener sus
contradicciones, y p o r lo tanto term ina su existencia com o sistema.
N otarán inm ediatam ente lo que esto significa sobre el cambio so­
cial. En la m edida en que estamos hablando de un sistema, estamos
diciendo que “nada cambia nunca”. Si las estructuras no siguen
siendo esencialm ente las mismas, ¿en qué sentido estamos hablan­
do de un sistema? Pero en la m edida en que insistimos en que ese
sistema es “histórico” estamos diciendo que “el cam bio es etern o ”.
El concepto de historia implica un proceso diacrónico. Eso es lo que
quería decir H eráclito cuando afirm ó que no nos bañam os dos ve­
ces en el mism o río, y es lo que quieren decir algunos científicos na­
turales cuando hablan de “la flecha del tiem p o ”. Por lo tanto, las
dos afirm aciones sobre el cambio social son verdaderas, dentro del
marco de un sistema histórico determinado.
Hay distintos tipos de sistemas históricos. La econom ía-m undo
capitalista en que vivimos actualm ente es uno de ellos. El im perio
rom ano fue otro. Las estructuras mayas de México y Centroam éri-
ca representan otro, y ha habido innum erables sistemas pequeños.
Decidir cuándo nació cualquiera de ellos y cuándo dejó de existir es
u na cuestión em pírica difícil y conflictiva, pero teóricam ente no hay
ningún problem a. Por definición se aplica el rótulo de sistema his­
tórico a las entidades que tienen una división del trabajo con estruc­
turas de producción integradas, u n conjunto de principios e institu­
ciones organizadores y u n tiem po de vida definible. N uestra tarea
como científicos sociales consiste en analizar esos sistemas históri­
cos, es decir, dem ostrar la naturaleza de su división del trabajo, des­
cubrir sus principios organizadores, describir el funcionam iento de
sus instituciones y dar cuenta de la trayectoria histórica del sistema,
incluyendo tanto su génesis como su desaparición. Por supuesto, no
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es necesario que cada uno de nosotros haga todas esas cosas. Com o
cualquier o tra actividad científica, es ésta u n a tarea que se p u ed e di­
vidir y repartir. Pero si no tenem os claro el m arco de nuestro análi­
sis (el sistem a histórico), nuestro trabajo no será muy fructífero ni
novedoso. Lo que acabo de decir es válido p a ra cualquier sistema
histórico particular. Y cada uno de nosotros puede dedicar su en er­
gía al análisis de u n sistema histórico particular u otro. En el pasa­
do, la mayoría de los que se autodenom inaban sociólogos lim itaban
su interés al análisis del m oderno sistem a m undial, pero no hay nin­
guna razón intelectual sólida p ara ello.
Sí hay, sin em bargo, u n a tarea ulterio r p a ra la ciencia social. Si en
la historia del m undo ha habido m últiples sistemas históricos, p o d e­
mos preguntarnos qué relación existe entre ellos. ¿Están ontológica-
m ente vinculados entre sí, y si es así, de qué m anera? Esa es la cues­
tión de lo que Krzysztof Pomian llam a cronosofía. La visión del
m undo de la Ilustración tenía una respuesta particular p ara esa pre­
gunta: veía la relación de los que yo llamo sistemas históricos, entre
sí, com o secuencial y acumulativa. A lo largo del tiem po los sistemas
fueron haciéndose cada vez más com plejos y más racionales, hasta
culm inar en la “m o d ern id ad ”. ¿Es ésa la única m anera de describir
la relación? No lo creo. En realidad, creo que es u n a m an era funda­
m entalm ente errad a de describir esa relación. La cuestión básica
del cam bio social se repite en este nivel. Tenem os que p reg u n tar si
el cam bio o la repetición es la no rm a no sólo p ara la vida interna de
cada sistema histórico sino tam bién p ara la historia com binada de
la vida hum ana en este planeta. Y aquí tam bién voy a sostener que
ninguna de las dos afirm aciones —el cam bio es eterno; nada cam­
bia nunca— es satisfactoria.

Pero antes de hablar de la historia com binada de la raza hum ana en


el planeta, volvamos al tem a del cambio social dentro de cualquier
sistema histórico determ inado. Y hagám oslo exam inando el sistema
histórico del que form am os parte, y que yo defino com o una
econom ía-m undo capitalista. Hay tres cuestiones intelectuales sepa­
radas que no deberían ser confundidas entre sí. La p rim era es la
cuestión de la génesis: ¿cómo fue que surgió ese sistema histórico,
en el m om ento y lugar en que lo hizo y en la form a en que lo hizo?
La segunda es la cuestión de la estructura sistémica: ¿cuáles son las
reglas p o r las que funciona este sistema histórico particular, o quizá
más en general, este tipo de sistema histórico? ¿Cuáles son las insti-
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tuciones sociales a través de las cuales se aplican esas reglas? ¿Quié­


nes son los actores sociales en conflicto entre sí? ¿Cuáles son las ten­
dencias seculares del sistema? La tercera es la cuestión de la defun­
ción: ¿cuáles son las contradicciones del sistema histórico, y en qué
punto se vuelven intratables, conduciendo a u n a bifurcación del sis­
tema, que entraña la desaparición del sistema y el surgim iento de un
(o más) sistema(s) sustitutivo(s)? Estas no sólo son cuestiones sepa­
radas, sino que la m etodología (los m odos de indagación posibles)
que podem os utilizar p ara responder a cada u n a de ellas es com ple­
tam ente diferente.
Q uiero destacar la im portancia que doy a no confundir las tres
cuestiones. La mayoría de los análisis del cam bio social giran única­
m ente en torno al segundo conjunto de problem as, el funciona­
m iento del sistema histórico. Los analistas con frecuencia adoptan
u na teleología funcionalista, es decir, suponen que su génesis está
adecuadam ente explicada una vez que logran d em ostrar que el tipo
de sistema que están describiendo funciona bien, y p u eden argu­
m entar que el sistema es “su p erio r” en su m odo de funcionam iento
a otros sistemas anteriores. En este sentido, la génesis asum e u n ca­
rácter cuasinevitable, situada en la lógica de la historia y vinculada
con la puesta en movimiento de ese tipo particular de sistema. En
cuanto a su desaparición, en el caso de sistemas extinguidos, se ex­
plica no p o r contradicciones inherentes al sistema (porque todos los
sistemas tienen contradicciones) sino p o r la inferioridad que se p re­
dica de su m odo de funcionam iento, que inevitablem ente dejó su
lugar a otros m odos de funcionam iento superiores. Y vale la pena
señalar que esta cuestión pocas veces se planteó p ara el sistema his­
tórico en existencia, tan evidente resulta p ara nosotros su superio­
ridad. Este tipo de razonam iento se puede observar en la inacaba­
ble cantidad de libros que intentan explicar el surgim iento del
m undo occidental m od ern o com o punto final de u n proceso evolu­
tivo lógico, libros cuya argum entación norm alm ente implica una
búsqueda en las profundidades de la historia p o r las simientes que
condujeron al presente, el glorioso presente.
Hay o tra form a posible de estudiar esa mism a historia, que ilus­
trarem os exam inando el m oderno sistema m undial. Podemos con­
siderar que el periodo de su génesis se ubica alrededor de 1450 d.
C., y el lugar es E uropa occidental. En ese m om ento, en esa región
ocurrieron los grandes movimientos más o m enos simultáneos que
llamamos el Renacimiento, la revolución de G utenberg, los descobri-
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méritos y la Reforma protestante. Además, ese m om ento del tiem po


llegó poco después de un p eriodo som brío en la mism a región, en
que ocurrieron la peste negra, el abandono de los pueblos (las Wüs-
tungen) y la llamada crisis del feudalism o (o la crisis de los ingresos
señoriales). ¿Cómo podem os hacer p ara explicar el fin del sistema
feudal y su sustitución por otro sistema, más o m enos en la misma
zona geográfica?1
Ante todo necesitamos explicar p o r qué el sistema anterior ya no
pudo realizar los ajustes necesarios p ara continuar funcionando se­
gún sus propias reglas. Creo que en ese caso se explica p o r un co­
lapso simultáneo en las tres instituciones clave que sostenían el sis­
tem a feudal: los señores, los estados y la Iglesia. La drástica
reducción dem ográfica significó que había m enos gente p ara culti­
var la tierra, que los ingresos cayeron, que las rentas disminuyeron,
que el com ercio se contrajo y que en consecuencia la servidum bre
como institución declinó o desapareció. En general, los cam pesinos
lograron obtener de los grandes terratenientes térm inos económ i­
cos m ucho mejores. Y el resultado de eso fue que el p o d er y los in­
gresos de los señores dism inuyeron significativamente. Los estados
a su vez cayeron tanto debido a la caída de sus propios ingresos co­
m o porque los señores se volvieron unos contra otros tratan d o ca­
da u no de m ejorar su situación personal en esas épocas difíciles
(que al diezm ar a la nobleza la debilitaban todavía más frente al
cam pesinado). Y la Iglesia fue atacada desde adentro, tanto debido
a su debilitada situación económ ica com o p orque la caída de los se­
ñores llevó a una declinación generalizada de la autoridad.
C uando un sistema histórico se desm orona de esa m anera, lo que
norm alm ente ocurre es que queda sujeto a u n a renovación de sus ■
estratos gobernantes, casi siem pre p o r conquista desde el exterior.
Si ése hubiese sido el destino de E uropa occidental en el siglo xv,
no habríam os dado más im portancia a esa transform ación de la que
dam os a la sustitución de la dinastía M ing en China p o r los man-
chúes (que en esencia fue exactam ente lo que he descrito, u n a reno­
vación de los estratos gobernantes p o r conquista desde el exterior).
Pero en Europa occidental no ocurrió eso. En cambio, com o sabe­
mos, el sistema feudal fue rem plazado p o r algo radicalm ente dife­
rente, el sistema capitalista.
1 La argum entación que sigue es u n resum en abreviado de la explicación que ex­
puse con algún detalle en “T he West, Capitalism, and the M odern World-System”,
Rexriew 15, núm . 4, otoño de 1992, pp. 561-619.
¿CAMBIO SOCIAL? 147

La p rim era cosa que debem os no tar es que ese proceso, lejos de
ser inevitable, fue algo sorprendente e inesperado. Y la segunda co­
sa es que no fue necesariam ente una solución feliz. Pero de cual­
quier m anera ¿cómo ocurrió, o p o r qué? Yo p ro p o n d ría que ocurrió
principalm ente porque la norm al renovación externa de los estratos
gobernantes no fue posible, p o r razones accidentales y desusadas.
El estrato conquistador más plausible, los mongoles, acababan de
desplom arse ellos mismos p o r razones totalm ente ajenas a lo que es­
taba ocurriendo en Europa occidental, y no había n inguna o tra
fuerza conquistadora inm ediatam ente disponible. Los otom anos
aparecieron u n poco dem asiado tarde, y p ara cuando trataro n de
conquistar Europa el nuevo sistema europeo ya era (pero apenas)
suficientem ente fuerte para im pedir que avanzaran más allá de los
Balcanes. ¿Pero p o r qué entonces el feudalism o fue sustituido p o r
el capitalismo? Aquí tenem os que recordar que el estrato em presa­
rial capitalista existía desde m ucho antes tanto en Europa occiden­
tal com o en otras partes del globo; de hecho tales grupos habían
existido p o r siglos o quizá p o r milenios. Sin em bargo, en todos los
sistemas históricos anteriores había habido fuerzas sum am ente fuer­
tes que lim itaban su capacidad de ten er rien d a suelta y hacer de sus
motivaciones las características definitorias del sistema. Esto era
ciertam ente válido p ara la E uropa cristiana, donde las poderosas
instituciones de la Iglesia católica m antuvieron u n a lucha constante
contra la “usura”. En la Europa cristiana, com o en otras partes del
m undo, el capitalismo era un concepto ilegítimo y sus practicantes
sólo eran tolerados en rincones relativam ente pequeños del univer­
so social. Las fuerzas capitalistas no se volvieron de repente más
fuertes o más legítimas a los ojos de la mayoría de la gente. En todo
caso, el factor decisivo nunca había sido la energía de las fuerzas ca­
pitalistas, sino la fuerza de la oposición social al capitalismo. De re­
pente, las instituciones que sostenían esa oposición social se volvie­
ro n muy débiles. Y la im posibilidad de restablecerlas o de crear
estructuras similares m ediante la renovación de los estratos gober­
nantes p o r la vía de la conquista externa dio u n a o p o rtu n id ad mo­
m entánea (y probablem ente sin precedente) a las fuerzas capitalis­
tas, que rápidam ente se m etieron p o r la brecha y se consolidaron.
Fue u n acontecimiento que debem os considerar com o algo extraor­
dinario, inesperado y seguram ente indeterm inado (volveremos so­
bre este últim o concepto).
Y sin embargo ocurrió. En térm inos de cambio social, fue un acón-
148 EL MUNDO DEL CAPITALISMO

tecimiento único, que ciertam ente no podem os colocar bajo el título


“nada cambia nunca”. En ese caso el cambio fue fundam ental. Pero
en lugar de llamar a ese cambio fundam ental “el ascenso de Occiden­
te”, como suele hacerse general e interesadamente, yo personalm en­
te lo llamaría “el derrum be m oral de O ccidente”. Pero com o el capi­
talismo, una vez en libertad, es indudablem ente u n sistema muy
dinámico, rápidam ente echó raíces y eventualm ente arrastró a su ór­
bita al planeta entero. Así es como yo percibo la génesis del m oderno
sistema m undial en que vivimos. Es asom brosam ente aleatoria.
A continuación llegamos a la segunda pregunta sobre un sistema
histórico: ¿cuáles son las reglas p o r las que opera? ¿Cuál es la natura­
leza de sus instituciones? ¿Cuáles son sus conflictos centrales? No ten­
go tiempo para tratar en detalle esta cuestión con referencia al mo­
derno sistema mundial:2 me limitaré a resum ir brevem ente sus
elementos esenciales. ¿Qué es lo que define a u n sistema, este siste­
ma, como capitalista? Me parece a mí que la differentia specifica no es
la acumulación de capital sino la prioridad acordada a la acumulación
incesante de capital. Es decir, éste es un sistema cuyas instituciones es­
tán organizadas para recom pensar a m ediano plazo a todos los que
dan primacía a la acumulación de capital y castigar a m ediano plazo
a todos los que tratan de aplicar otras prioridades. El conjunto de ins­
tituciones establecidas p ara hacer posible esto incluye la elaboración
de cadenas de mercancías que vinculan geográficam ente actividades
de producción distintas operando p ara optim izar la tasa de benefi­
cios del sistema en su conjunto, la red de estructuras estatales m oder­
nas unidas en un sistema interestatal, la creación de unidades domés­
ticas con ingresos comunes como unidad básica de la reproducción
social, y eventualmente una cultura geopolítica que legitim a las es-,
tructuras e intenta contener el descontento de las clases explotadas.
¿Podemos hablar de cambio social dentro del sistema? Sí y no.
Com o en cualquier sistema, los procesos sociales flu ctú an constan­
tem ente, en form as que podem os explicar. En consecuencia, el sis­
tem a tiene ritm os cíclicos que pu ed en ser observados y medidos.
Como p o r definición esos ritm os incluyen dos fases, podem os de­
cir, si querem os, que hay un cambio cada vez que la curva da la vuel­
ta. Pero de hecho estamos observando procesos que son esencial­
m ente repetitivos en sus líneas generales y que p o r lo tanto definen
los contornos del sistema. Sin embargo, nada se repite nunca exac-
2 feto lo he hecho en los tres volúmenes de El moderno sistema mundial, México,
Siglo XXI, vol. 1, 1979, vol. 2, 1984, vol. 3, 1998, así com o en m uchos otros escritos.
¿CAMBIO SOCIAL? 149

tamente. Y lo que es aún más im portante, los mecanismos de “regre­


so al equilibrio” implican cambios constantes en parám etros sistémi-
cos que pueden ser registrados y utilizados p ara describir tenden­
cias seculares del sistema en el tiem po. Un ejem plo en el caso del
m oderno sistema m undial es el proceso de proletarización, que ha
seguido u na tendencia secular ascendente lenta durante cinco si­
glos. Esas tendencias producen constantes increm entos cuantitati­
vos que son medibles, pero (la vieja pregunta) todavía necesitam os
preguntarnos en qué punto esos increm entos cuantitativos llegan a
constituir u n cambio cualitativo. La respuesta seguram ente debe
ser: no m ientras el sistema siga funcionando p o r las mismas reglas
básicas. Pero p o r supuesto más tarde o más tem prano eso deja de
ser cierto, y en ese punto podem os decir que esas tendencias secu­
lares han preparado la tercera fase, la de la defunción.
Lo que llamamos tendencias seculares son esencialm ente vecto­
res que m ueven el sistema apartándolo de su equilibrio básico. To­
das las tendencias, si se cuantifican com o porcentajes, se m ueven
hacia u na asíntota. C uando se acercan a ella ya no es posible aum en­
tar significativam ente el porcentaje, y p o r lo tanto el proceso ya no
es capaz de cum plir la función de restaurar los equilibrios de ese
m odo. A m edida que el sistema se aleja cada vez más del equilibrio,
las fluctuaciones se hacen más violentas y eventualm ente se p ro d u ­
ce u na bifurcación. Ustedes notarán que estoy aplicando aquí el m o­
delo de Prigogine y otros que ven en esos procesos no lineales la ex­
plicación de las transform aciones radicales no acumulativas y no
determ inadas. El concepto de que los procesos del universo son ex­
plicables y p o r últim o ordenados sin estar determ inados es la con­
tribución más interesante al saber de las ciencias naturales en las úl­
tim as décadas y representa una revisión radical de la visión
científica predom inante que antes prevalecía en el m undo m oder­
no. Y tam bién es, perm ítanm e decirlo, la más esperanzada reafirm a­
ción de la posibilidad de creatividad en el universo, incluyendo p o r
supuesto la creatividad hum ana.
Creo que en este m om ento estamos viviendo un p erio d o de
transform ación del tipo del que he venido describiendo en nuestro
m oderno sistema m undial.3 Es posible sostener que hay u n a serie

3 Resumo aquí argum entos que pueden encontrarse en mi Después del liberalismo,
México, Siglo X X I- c iic h -UNAM, 1996, y en Terence K. H opkins e Im m anuel Wallers-
tein (eds.), The Age of Transition: Trajectory of the World-System, 1945-2025, Londres,
Zed Press, 1996.
150 EL MUNDO DEL CAPITALISMO

de procesos que han m inado las estructuras básicas de la economía-


m undo capitalista y p o r lo tanto han creado u n a situación de crisis.
El prim ero es la desruralización del m undo. Esto desde luego ha si­
do frecuentem ente ensalzado com o u n triunfo de la m odernidad.
Ya no hace falta tanta gente p ara proveer la subsistencia básica, po­
dem os ir más allá de lo que M arx llam ó “la idiotez de la vida ru ra l”,
juicio de valor que es am pliam ente com partido m ucho más allá de
los confines de los marxistas. Pero desde el punto de vista de la acu­
m ulación incesante de capital, ese proceso significa el fin de lo que
antes parecía ser una reserva inagotable de personas, p arte de la
cual podía ser integrada periódicam ente a la producción orientada
hacia el m ercado a niveles de rem uneración extrem adam ente bajos
(para restaurar los niveles globales de beneficio equilibrando los
mayores ingresos de sus predecesores cuya acción sindical había da­
do com o resultado el aum ento de su nivel histórico de salarios). Esa
fuente cam biante de trabajadores al nivel más bajo, que ganan su­
mas marginales, ha sido un elem ento fundam ental en el nivel m un­
dial de las ganancias durante quinientos años. Sin em bargo, ningún
grupo particular de trabajadores perm anecía en esa categoría por
m ucho tiem po y cada tanto era necesario renovar la fuente. La des­
ruralización del m undo h a hecho eso prácticam ente imposible. És­
te es u n buen ejemplo de tendencia que alcanza la asíntota.
La segunda tendencia es el creciente costo social de p erm itir a las
em presas externalizar sus costos. Externalizar costos (es decir, hacer
que la sociedad colectiva m undial de hecho pague u n a parte signi­
ficativa de los costos de producción de u n a em presa) ha sido un se­
gundo elem ento de la mayor im portancia p ara m antener altos los
niveles de beneficios y p o r lo tanto asegurar la acum ulación Ínter- •
m inable de capital. M ientras los costos totales se m antuvieron rela­
tivamente bajos nadie les prestó atención. Pero súbitam ente se han
vuelto dem asiado altos, y el resultado es la preocupación mundial
p o r la ecología. El hecho es que se han cortado dem asiados árboles.
Los costos de reparar el daño ecológico son enorm es. ¿Q uién los va
a pagar? Aun cuando el costo de las reparaciones se rep artiera en­
tre todas las personas (por injusto que resultara eso), el problem a
volvería a presentarse de inm ediato a m enos que los gobiernos in­
sistan en que las em presas internalicen todos sus costos. Pero si lo
hicieran, los m árgenes de ganancia caerían en picada.
La tercera tendencia es consecuencia de la dem ocratización del
sistema m undial, que en sí es un resultado de la geocultura que le-
¿CAMBIO SOCIAL? 151

gitim ó esa presión como elem ento esencial de la estabilización po­


lítica. A hora hem os llegado al punto en que esas dem andas p o p u ­
lares resultan dem asiado costosas. En la actualidad, la atención a las
expectativas sociales de una gran parte de la hum anidad en m ateria
de gasto público adecuado en salud y educación está em pezando a
sacar una tajada muy grande del plusvalor total m undial. Ese gasto
representa de hecho una form a de salario social, que devuelve a las
clases productivas una parte significativa del plusvalor. Esto ha sido
m ediado en g ran parte p o r las estructuras estatales, como p ro g ra­
mas de bienestar social. Hoy estamos presenciando una im portante
batalla política sobre la m agnitud de las cuentas. O se achica la
cuenta (pero ¿es com patible eso con la estabilidad política?) o de
nuevo los m árgenes de ganancia se verán recortados, y no en poco.
Finalm ente tenem os el colapso de la Vieja Izquierda, de lo que yo
llamo los movimientos antisistémicos tradicionales. Esto en realidad
no es ninguna ganancia p ara el sistema capitalista, sino el mayor de
los peligros. De facto, los movimientos antisistémicos tradicionales
funcionaban como una garantía del sistema existente, en cuanto ase­
g uraban a las clases peligrosas del m undo que el futuro era suyo,
que un m undo más igualitario se veía ya en el horizonte (si no p ara
ellos, para sus hijos), y p o r lo tanto esos movimientos legitim aban
tanto el optim ism o com o la paciencia. En los últim os años la fe po­
pular en esos movimientos (en todas sus variedades) se ha desinte­
grado, lo que significa que su capacidad de canalizar la ira se ha
desvanecido ju n to con ellos. Com o en realidad todos esos movi­
m ientos predicaban las virtudes de fortalecer las estructuras estata­
les (a fin de transform ar el sistema), tam bién la fe en esos estados
reform istas ha declinado radicalm ente. Y eso es lo últim o que de­
sean los defensores del sistema actual, p o r toda su retórica antiesta­
tal. Los acum uladores de capital en realidad cuentan con el estado
tanto para garantizar sus m onopolios económ icos com o p ara repri­
m ir las tendencias “anárquicas” de las clases peligrosas. Hoy esta­
mos viendo una declinación de la fuerza de las estructuras estatales
en todas partes del m undo, lo que significa creciente inseguridad y
el surgimiento de estructuras defensivas ad hoc. Analíticam ente, ése
es el cam ino de regreso al feudalismo.
En semejante escenario, ¿qué decir acerca del cam bio social? Po­
demos decir que estam os presenciando una vez más la defunción de
un sistema histórico, paralela a la defunción del sistema feudal en
Europa quinientos o seiscientos años antes. ¿Y qué pasará después?
152 EL MUNDO DEL CAPITALISMO

La respuesta es que no podem os saberlo con certeza. Nos hallamos


en una bifurcación sistémica, lo que significa que acciones muy pe­
queñas de grupos aquí y allá pu ed en m odificar los vectores y las for­
mas institucionales en direcciones radicalm ente diferentes. Estruc­
turalm ente, ¿podemos decir que estam os en m itad de u n cambio
fundam ental? Ni siquiera podem os decir eso. Podem os afirm ar que
es poco probable que el sistema histórico presente dure m ucho más
(quizá cincuenta años com o máximo). ¿Pero qué vendrá a rempla­
zado? Podría ser una estructura básicam ente sim ilar o podría ser
u na estructura radicalm ente diferente. P odría ser u n a mism a estruc­
tu ra sobre toda la misma área geográfica. O p o d rían ser múltiples
estructuras en distintas zonas del globo. C om o analistas, no lo sa­
brem os con seguridad hasta que haya ocurrido. C om o participantes
en el m undo real, p o r supuesto, podem os hacer lo que nos parezca
m ejor p ara alcanzar la buena sociedad.

Lo que he presentado aquí es un m odelo p ara ab o rd ar el análisis de


u n sistema histórico particular en térm inos de cam bio social, ilus­
trando los puntos con u n análisis del m o d ern o sistem a mundial.
C uando un sistema histórico se encuentra en su génesis o en su ex­
tinción (la extinción de uno siem pre es la génesis de otro u otros),
podem os decir que es un cambio social si la categoría de sistema his­
tórico que existía es sustituida p o r u n a categoría diferente de siste­
m a histórico. Eso fue lo que ocurrió en E uropa occidental cuando
el feudalism o fue rem plazado p o r el capitalism o. Pero no es cambio
social si es sustituido p o r otro sistema histórico del mismo tipo. Eso
fue lo que ocurrió cuando el im perio-m undo chino de la dinastía
M ing fue sustituido p o r el im perio-m undo m anchú. Son diferentes
en m uchos aspectos, pero no en la form a esencial. En estos momen­
tos estam os pasando p o r uno de esos procesos de transformación
sistémica en el m oderno sistema m undial y todavía no sabemos si se
tratará de u n cam bio social fundam ental o no.
Este m odelo alternativo de analizar el concepto de cambio social
nos perm ite ver que, cuando estamos analizando u n sistema históri­
co vivo y operante, el lenguaje del cam bio social puede ser muy en­
gañoso. Los detalles evolucionan constantem ente, pero las cualida­
des que definen el sistema se conservan iguales. Si estamos
interesados en el cambio social fundam ental, tenem os que tratar de
discernir y distinguir las tendencias seculares de los ritm os cíclicos
. y estim ar p o r cuánto tiempo las tendencias seculares pueden seguir
¿CAMBIO SOCIAL? 153
acum ulándose cuantitativam ente sin p o n er en peligro los equili­
brios subyacentes.
Además, cuando volvemos nuestra atención del análisis de siste­
mas históricos particulares a la historia colectiva de la hum anidad
sobre la tierra, no hay ninguna razón p ara suponer una tendencia li­
neal. H asta ahora, en la historia de la hum anidad, cualquier cálculo
de ese tipo da resultados sumam ente am biguos y justifica un gran
escepticismo sobre cualquier teoría del progreso. Tal vez los cientí­
ficos sociales del año 20 000, con una p rofundidad de visión m ucho
mayor, podrán argum entar que las tendencias seculares siem pre
han existido, a pesar de todos los ritm os cíclicos que el constante pa­
saje de un conjunto de sistemas históricos a otro conjunto parece
desmentir. Es posible. M ientras tanto, me parece m ucho más p ru ­
dente adoptar la posición intelectual y m oral de que el progreso
puede ser posible, pero no es en m odo alguno inevitable. Mi propia
lectura de los últimos quinientos años me lleva a d u d ar de que nues­
tro m oderno sistema m undial sea u n caso de progreso m oral sus­
tancial y a creer que es más probable un caso de regresión social.
Esto no me hace inevitablem ente pesim ista acerca del futuro, sim­
plem ente sobrio.
Nos enfrentam os hoy, com o nos hem os enfrentado en otros p u n ­
tos de extinción de sistemas históricos, a elecciones históricas en las
que nuestras aportaciones individuales y colectivas harán u n a dife­
rencia real en térm inos del resultado final. El m om ento de elección
de hoy, sin embargo, es diferente de otros m om entos de elección an­
teriores en un aspecto. Es el prim ero en que está im plicado todo el
globo, puesto que el sistema histórico en el que vivimos es el prim e­
ro que abarca todo el globo. Las elecciones históricas son elecciones
morales, pero pueden ser iluminadas p o r los análisis racionales de
los científicos sociales, que así pasan a ser u n a definición de nues­
tra responsabilidad intelectual y m oral. Soy m oderadam ente opti­
mista en creer que estaremos a la altura del reto.

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