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Exordio: ciencia y capitalismo

Flabián Nievas*

Aunque nos cueste encontrar un nexo entre las disciplinas sociales (antropología,
sociología, etc.) y otras ciencias como la biología, la física, la química, a las que de manera
“espontánea” le otorgamos un lugar superior en una jerarquía de valoración de las ciencias,
estamos dispuestos a admitir que la sociología es una de las ciencias sociales, y que éstas,
de alguna manera, integran ese universo más amplio que es la ciencia. Dicho en otros
términos: las primeras son “más” científicas que las sociales, aunque no sepamos explicar
muy bien por qué.1 De alguna manera, asociamos la ciencia al laboratorio, al experimento y
a la posibilidad de predicción. Sin duda, esa imagen refleja parte del quehacer científico,
pero sólo de un modo fragmentario, y tampoco es muy exacta. Explicar esto requerirá un
esfuerzo compartido a partir de aquí con el lector, pues sin su inquietud por saber, sin su
pasión por entender, de nada vale prosa alguna.
Para emprender este camino debemos advertir, en principio, que la ciencia es un
modo de conocer, una forma de simbolizar lo real, relativamente nueva en la historia de la
humanidad. Y si aceptamos que la ciencia es una forma de pensamiento que intenta buscar
sentido a los fenómenos a través de vinculaciones racionales desapegadas de lo
sobrenatural, no podemos ir más allá de los siglos XVII o XVIII, es decir, a un momento
histórico donde se constituyen las condiciones de posibilidad para la ruptura del monopolio
del conocimiento ejercido por la Iglesia aun cuando, como es sencillo de admitir, no se
produjo de un momento para otro, sino que surgió luego de un prolongado proceso que
culminó en su constitución como saber especializado en cuanto tal.
Hacer una historia de la ciencia —que no es nuestro propósito aquí— lleva
necesariamente a considerar la historia de las sociedades, por cuanto aquella no puede
existir sino en un tipo particular de sociedad.2 Podemos decir, en general, que cada forma
de pensar corresponde a un modo de vivir o, dicho en otros términos, que las formas en que
la humanidad puede pensar los fenómenos se va modificando, pues en lo fundamental, estas
maneras de pensar están condicionadas por las vivencias de las personas, por la cultura, por
las necesidades socialmente elaboradas y por las posibilidades y/o potencialidades que cada
grupo humano consolidado detenta en determinado momento histórico, es decir: el

*
Dr. en Ciencias Sociales. Investigador de CONICET. Agradezco las sugerencias y comentarios realizados
por Julio Tedesco para el mejoramiento de este escrito.
1
A través de una encuesta realizada en 2011 por el equipo docente de esta cátedra, sobre una muestra de 1380
estudiantes, hemos encontrado que en la valoración de la “cientificidad” de diferentes disciplinas la genética
obtenía una media de 8,51 puntos (sobre 10 máximos), mientras que la antropología era valorada en 6,68
puntos, y la historia 5,43.
2
Que la ciencia no es un simple cúmulo de inventos y/o descubrimiento lo demuestra la historia china: “Entre
la larga lista de inventos chinos figuran las compuertas para canales, el hierro fundido, las perforaciones
profundas, los arreos buenos para animales de transporte, la pólvora, la cometa, la brújula, los tipos movibles,
el papel, la porcelana, la imprenta (a excepción del disco de Faístos), el timón de popa y la carretilla.”
Diamond, Jared, Armas, gérmenes y acero, pág. 234. Pese a tales desarrollos, la ciencia no nació en China,
sino en Occidente, que tomó todos esos adelantos, pero en un marco diferente al chino. Es notable que la
importante Historia y cronología de la ciencia y los descubrimientos, dirigida por Isaac Asimov, omita en
muchas de sus entradas la referencia al origen chino de estos adelantos.

1
conocimiento científico es un proceso social, un proceso de larga duración, que constituye
unos saberes perfectibles, no absolutos.
Una historia de la ciencia, como pensamiento y como práctica, es una historia del
capitalismo: los prolegómenos son más o menos los mismos, y ambos se potencian
mutuamente: el capitalismo requiere, para su desarrollo, del avance de la ciencia, y ésta,
para el suyo propio, necesita de los incentivos y medios materiales puestos a disposición
por el capitalismo. Dicho así, podría pensarse que no puede haber ciencia por fuera del
capitalismo, lo que nos llevaría a una disquisición estéril; lo cierto es que no hubo ciencia
antes del mismo y que, con la excepción de algunos ensayos que no lograron sostenerse 3,
no se desarrolló aún una sociedad no capitalista.
El capitalismo concentra el producto social en pocas manos, lo que posibilita que
estos pocos decisores, determinados por la perspectiva de lucro, destinen grandes recursos
al desarrollo científico sin atender a otras necesidades —lo cual no implica un juicio de
valor, sino una descripción de hechos—.4 Como regla general se puede decir que existe una
sostenida concordancia entre los vectores de desarrollo científico y el desenvolvimiento de
actividades lucrativas y militares.5
En la relativamente breve historia social y económica del período capitalista, estos
polos tienden crecientemente a unificarse. La separación es, en la mayor parte de los casos,
solamente temporal: lo que se desarrolla para fines militares con el tiempo entra en el
circuito comercial.6 De modo que es muy notoria la asociación entre los intereses que guían
el desarrollo de la ciencia con los que posibilitan maximizar las ganancias de manera
directa o mediata.7 La misma, independientemente de los científicos y de las aplicaciones
que tenga el conocimiento, se desarrolla cada vez más abiertamente, para proporcionar
ganancias a quienes la financian. Incluso aquella que es solventada por el Estado, en su
mayor parte también se encuentra orientada en esa dirección.
En tal sentido, Marx sostenía que la ciencia es una fuerza productiva del capital, lo
cual no es muy difícil de demostrar, en particular en nuestros días, en que hay durísimas
competencias —que muchas veces incluyen prácticas reñidas con la moral cuando no
llanamente delictivas— para obtener patentes sobre desarrollos científicos, tecnológicos y

3
La URSS fue, para muchos, la expresión más desarrollada de una sociedad poscapitalista, pero su esfuerzo
no proliferó y acabó sucumbiendo a las presiones del mundo capitalista. Hay quienes cuestionan esta visión, y
consideran que nunca dejó de ser una forma particular de capitalismo, debido fundamentalmente a que estaba
inmersa en un sistema-mundo capitalista. Cf. Wallerstein, Immanuel; Capitalismo histórico y movimientos
antisistémicos. Madrid, Akal, 2004. Cap. V.
4
El desarrollo del “Gran colisionador de hadrones” (conocido como la “máquina de dios”, que se encuentra
cerca de Ginebra) costó unos 10.000 millones de dólares, cifra que en manos de los hambrientos del mundo
hubiese tenido, sin lugar a dudas, otra asignación.
5
La vinculación entre el desarrollo del capitalismo y la guerra es muy fuerte, al punto que Werner Sombart
publicó en 1913 Krieg und Kapitalismus (“Guerra y capitalismo”), cuyas tesis fueron discutidas una década
después por Max Weber en Historia económica general.
6
Entre los muchos ejemplos a mano podemos identificar Internet, la telefonía celular, los posicionadores
globales satelitales (GPS), los drones, pero aún aquellos que no surgieron militarmente, como la aviación, se
desarrollaron a partir de su uso militar, lo que hizo posible su uso comercial. La actividad militar ha
traccionado también al conocimiento científico: el sonar (inventado en la segunda guerra mundial con fines
bélicos) sirvió para cartografiar el lecho oceánico; los transpondedores, que hoy orientan a los aviones
comerciales a partir de radares secundarios, se desarrollaron en la guerra para distinguir las aeronaves propias
de las enemigas. Lo mismo puede decirse de muchos desarrollos farmacológicos y quirúrgicos.
7
Cf. Sánchez Ron, José Manuel; El poder de la ciencia.

2
técnicos, en pos de acumular enormes ganancias posteriormente. 8 La mutua imbricación
como fenómeno histórico hace que su desagregación, además de dificultosa, sea
necesariamente un artificio de la razón, no exento de cierta dosis de ingenuidad. No
obstante, es lícito volver a preguntarnos por ambos separadamente: ¿podría haber
capitalismo sin ciencia?, ¿podría haber ciencia sin capitalismo?
Estas preguntas, inevitablemente especulativas si se toman en un sentido histórico,
como ya se dijo, sólo sirven en la medida en que orienta nuestra mirada hacia la matriz
común de ambos fenómenos: la racionalidad moderna, regida por la abstracción más
perfecta y armoniosa creada por el hombre, que es la matemática, y como trasfondo de la
misma, la cuantificación. Las cantidades, sabemos, no son más que simbolizaciones que
tienen distintas funciones en diferentes culturas. Para los antiguos griegos estaba ligado
ante todo a la belleza e, incluso, a la religión. Los pitagóricos, los más radicales en este
sentido, llegaron a mistificar las relaciones matemáticas erigiéndolas en un lugar mágico-
sacramental.9 En otras culturas el peso fue muy poco significativo; no porque
desconociesen tales relaciones, sino porque no ocupaban un lugar primordial en la
estructuración de lo cotidiano de tales pueblos. Se trataba más bien de instrumentos de la
élite, usados para mantenerse en el poder,10 para lo cual fue necesario que existiesen
excedentes producidos socialmente y apropiados por estos grupos especializados. Por ello
mismo, las relaciones de cuantificación eran vedadas a los habitantes comunes, en tanto que
la producción y apropiación de saberes es un atributo propio del ejercicio del poder.
El surgimiento del capitalismo —que, considerando la historia humana es algo
sumamente cercano en el tiempo— supone una forma social por completo distinto a lo que
existía anteriormente. Las cantidades comenzaron a ordenar, no ya los objetos, sino las
relaciones entre los hombres y entre estos y el resto de la naturaleza. En este marco, la
cuantificación también comenzó a regir el pensamiento y, de formas más o menos mágicas
o místicas de aprehensión de los fenómenos, estos pasaron a observarse de manera nueva,
como vinculaciones simples en cuyo trasfondo operaba una relación entre cantidades. Es
por ello que, de la rama del pensamiento más desarrollada, que por entonces era la filosofía,
surjan los primeros razonamientos científicos.
También por idéntica razón es que los basamentos de la ciencia se desarrollan en la
mecánica, la que cobró especial impulso con Newton, que es quien logró elaborar una
teoría abarcadora de los fenómenos terrestres y celestiales. Pero dado que el conocimiento
es un proceso de larga duración, por paradójico que nos parezca, hasta el propio Newton
fue tributario del pensamiento mágico y religioso: la mayor parte de sus escritos estaban

8
Entre las muchas ramas afectadas por este proceso, la genética es, sin dudas, una de las más representativas.
Muchos desarrollos genéticos —quizás la mayoría de ellos— se desarrollan más en función de la ganancia
que por las necesidades humanas. Los intentos existentes de la programación genética de fetos no apunta a un
mejoramiento de la especie, sino a garantizar a quienes tengan el dinero para pagarlo, que sus hijos serán tal
como ellos deseen diseñarlos.
9
Aún hoy las matemáticas no se han librado de ciertos misticismos, como el del “número de oro”, que es la
mitad de la suma de 1 y la raíz cuadrada de 5 (aproximadamente 1,6180339887…), al que se le otorga una
cualidad singular, como es la de encontrarse en distintas partes de la naturaleza y ser ontológicamente bello.
Cf. Corbalán, Fernando; La proporción áurea. El lenguaje matemático de la belleza.
10
La elaboración de calendarios, asociada a ceremonias, pero también a la agricultura; la astronomía,
directamente enlazada con lo anterior, era practicada por cuadros al servicio de la élite, los que formaban
parte de la misma. Cf. Watson, Peter; La gran divergencia.

3
dedicados a la alquimia y a la teología, los que no por casualidad permanecieron ocultos
durante siglos.11
Y no es extraña esta unidad entre ciencia y religión en ese momento histórico; una y
otra estaban bastante emparentadas y, aunque suene extraño, en no poca medida la religión
ayudó a gestar la ciencia, con la que luego se enfrentara a medida que esta última se
desarrollaba, puesto que la especulación religiosa es una forma de pensamiento que asume
como propio un objeto que luego será objeto de la reflexión e investigación científicas: los
fenómenos naturales y sociales.12
La religión estaba enfrentada a la magia, y aunque ambas están en el terreno del
pensamiento místico, la primera fue ganando de manera creciente legitimidad frente a la
segunda en la medida en que la religión —en muchos casos indiferenciada de la magia en
sus momentos más tempranos— fue institucionalizándose. 13 En tal sentido, el catolicismo
cumplió un papel muy importante en Europa, a partir de su oficialización en el imperio
romano. De esta manera, la institucionalización de la iglesia fue en paralelo con una
creciente diferenciación de la magia y de la condena a ésta, lo que favoreció,
coyunturalmente, la aparición del pensamiento científico.14
Hemos dicho anteriormente que el pensamiento no se desarrolla por fuera del
entorno social en que se sitúa: la mecánica de Newton es producto de la confluencia de
varios factores: a) sin dudas, de su genio, aunque hubo otros genios antes y después que no
realizaron obra similar; b) la demanda socio-histórica; c) la no satisfacción de estas
demandas por los conocimientos entonces “clásicos”; y d) pertenecer a un país calvinista,
que ligaba fuertemente la fe religiosa a los valores capitalistas, 15 facilitando de este modo la
conjunción de intereses.
Llegado este punto, es necesario detenerse brevemente en el análisis de la demanda
socialmente elaborada por entonces para una mejor comprensión del surgimiento de la
mecánica de Newton.16 Esto se produce en la segunda mitad del siglo XVII en Inglaterra,
país en el que un siglo antes había surgido ya de manera definitiva el capitalismo como
forma imperante de la estructura social. Era un capitalismo dinamizado por el
11
Estos escritos, inéditos, fueron subastados por sus descendientes en el siglo XX, siendo su mayor
comprador el economista John Maynard Keynes, quien significativamente decía que Newton había sido el
último de los magos.
12
Cf. Durkheim, Emile; Las formas elementales de la vida religiosa. Esta yuxtaposición, por ejemplo, la
podemos localizar en la noción de “infinito”, que está en la base del cálculo infinitesimal y que, contraria a la
rígida lógica de la matemática de Arquímedes, sólo podía fluir en el contexto del pensamiento religioso, pues
dios era infinito. Así lo consideran Descartes, Spinoza, e indudablemente el propio Newton (cf. Durán,
Antonio; La verdad está en el límite. El cálculo infinitesimal). Esta asociación es raramente constatada, como
puede observarse en el eminente historiador de la ciencia Alexander Koyré, quien pone a Francis Bacon por
fuera de la ciencia por creyente y próximo a la alquimia y a la magia (cf. Estudios galileanos) sin advertir la
misma situación en Newton.
13
Una interesante recapitulación de la relación entre chamanismo, magia y religión puede verse en Watson,
Peter, La gran divergencia.
14
Esto puede verse en los orígenes de la química. Si bien se ha centrado la atención en el descubrimiento del
oxígeno —atribuido a C. W. Scheele, a J. Prietsley o a A. Lavoisier (Cf. Kuhn, Thomas; La estructura de las
revoluciones científicas)—, que terminó por dislocar la hegemonía de la alquimia y su teoría del flogisto, no
debe perderse de vista que en 1661 Robert Boyle publicó El químico escéptico, trabajo en el cual el irlandés
combatió las ideas aristotélicas y de Paracelso, en las que se basaba buena parte de la alquimia, y defendía el
método inductivo de D. Hume, lo que terminó constituyendo uno de los pilares de la química moderna.
15
Cf. Weber, Max; La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
16
Los tres puntos señalados aquí los tomo de la ponencia de Boris Hessen “Las raíces socioeconómicas de la
mecánica de Newton”, presentada al II Congreso de Historia de la Ciencia, en Londres, 1931.

4
mercantilismo, esto es, basado en la dinámica del comercio, aún no en la producción, pese a
que la misma se organizaba ya en dicho país de manera capitalista —es decir, mediante la
compra-venta de fuerza de trabajo—. Hace ya tiempo se ha establecido como fecunda la
vinculación capitalismo y desarrollo del mercado mundial, es decir, en la medida en que el
comercio adquiere carácter mundial y su expansión se basa cada vez más en la industria a
gran escala, el desarrollo del capitalismo es al mismo tiempo el desarrollo del mercado
mundial, de la misma manera que la expansión del mercado mundial es acicate para el
desarrollo tecnológico,17 de modo que la mecánica newtoniana es tributaria de esas
circunstancias históricas específicas. Veamos esta vinculación con más detalle.
El comercio en grandes dimensiones se desarrollaba entonces, como ahora, por vía
marítima.18 Con el crecimiento del volumen y de las distancias fue imponiéndose la
necesidad de mejorar la navegación: era necesario estabilizar las embarcaciones, aumentar
su flotabilidad y conocer los astros para poder orientarse durante el viaje alejado de las
costas.19 Todos estos problemas impulsaron el desarrollo de la hidrostática, la
hidrodinámica y el conocimiento de las posiciones astrales. En segundo lugar, ligado con lo
anterior, la apertura de rutas comerciales implicaba dos asuntos a resolver; a) el comercio
no estaba, para el resto de los pueblos, tan desarrollado como para buscar contacto fuera de
su propio territorio o de los territorios lindantes, circunstancia por la cual los europeos
debieron obligarlos a comerciar, y b) el propio desarrollo del comercio ultramarino
generaba fricciones entre las potencias europeas, que no cesaban de hostilizarse
mutuamente con ataques piratas o de flotas navales a los barcos y enclaves que otros
europeos tenían en territorios fuera de su continente.20 Ambas situaciones presionaron para
que se mejoraran y utilizaran de manera creciente las armas de fuego, las que inicialmente
no presentaban ventajas frente a las armas tradicionales (arco, ballesta, pica, etc.).21
La necesidad de conquistar territorios y defenderse de los otros europeos llevó
entonces a un uso intensivo de las armas de fuego, lo que planteó interrogantes hasta
entonces impensados, como el cálculo balístico, necesario para la confección de las tablas
de tiro. Esto sólo fue posible a partir de la mecánica de Newton. Pero no sólo era necesaria
la balística. El desempeño militar requería de un desarrollo de la metalurgia que por
entonces no se tenía; la combinación de minerales que dieran mejores resultados en la
17
Cf. Hobsbawm, Eric; Introducción a Formaciones económicas precapitalistas. En el mismo sentido,
Wallerstein considera que la expansión mundial de la economía capitalista es inmanente a la acumulación de
los capitales y, por tanto, esta forma social ha privilegiado notablemente la innovación tecnológica con
respecto a los imperios-mundo (estructuras políticas extensas), que presentaban límites a la innovación
originada en sus propias relaciones de poder y en la relación con los directivos dispersos en el territorio.
Semejante desarrollo tecnológico facilitó la entrada de la economía-mundo-capitalista en los imperios-mundo,
que fueron derrotados militarmente. Cf. Wallerstein, Immanuel; Impensar las ciencias sociales.
18
Esta cuestión era acuciante para la marina británica, la que hasta 1570 no había logrado cruzar la línea del
Ecuador.
19
La navegación antigua y medieval, salvo excepciones, se realizaba con la costa siempre a la vista. Ello
obedecía a tres razones: a) la carencia de instrumentos y conocimientos para orientarse, b) la fragilidad de las
embarcaciones y c) el refuerzo ideológico de los problemas suscitados por las dos razones anteriores. Alejarse
de la costa implicaba, en muchos casos, la zozobra de la embarcación, de lo que se tenía conocimiento
indirecto —la nave simplemente “desaparecía”, no llegaba a puerto—, lo que llevaba a elucubrar fantásticas
historias de monstruos marinos que engullían embarcaciones y tripulantes. El terror que tales historias
infundía en los navegantes coadyuvaba a que los mismos no se apartasen de las costas, y se guiasen, por las
noches, por las luces de los faros.
20
Cf. Fieldhouse, David; Los imperios coloniales desde el siglo XVIII.
21
Cf. Parker, Geoffrey; La revolución militar.

5
construcción de las armas era un asunto nuevo. Se necesitaba mayor desarrollo industrial,
para la cual la minería es un componente esencial, con los problemas irresueltos que
generaba su expansión: acarreo de los minerales, trituración de los mismos, ventilación de
los túneles y extracción del agua de las galerías. La resolución de estos inconvenientes
implicaba el cálculo de máquinas simples (tornos y poleas), del rozamiento, y
conocimientos de aerostática e hidrodinámica. Nótese: se trata de una suma de asuntos
abordados y resueltos satisfactoriamente a partir de la mecánica newtoniana, aún de
aquellas cuestiones que ya habían sido tratadas con agudeza pretéritamente (entre otros, por
Galileo Galilei).
Como se puede apreciar en este esbozo, la ciencia no surgió ni por genialidad, ni
por acumulación de conocimientos, ni por la legendaria y azarosa caída de una manzana en
la cabeza de Isaac Newton. Es, más bien, un proceso enmarañado que, estimulado por
condiciones favorables, se constituye lentamente en la nueva forma de conocimiento que es
la ciencia. Galileo, Kepler, Copérnico, Leibniz, y muchos otros tantos contribuyeron de
diferente manera a este surgimiento. Claro que esto se ciñe casi exclusivamente a la física,
que fue la disciplina científica que fue abriendo camino, no sólo debido a las circunstancias
históricas que he reseñado muy sucintamente, sino por una cuestión ontológica: aborda
cuestiones relativamente sencillas, relaciones simples, movimientos regulares, secuencias
invariantes.
Pero el razonamiento causal, cuyo cenit alcanza con la mecánica, ya estaba bastante
instalado en la época. Poco tiempo antes de la aparición de los Philosophiæ naturalis
principia mathematica de Newton, publicado en 1687, Francesco Redi, en Italia, hizo un
experimento que socavó la creencia en la “generación espontánea”, esto es, que a partir de
la materia inerte, sea materia orgánica en descomposición o materia mineral,
espontáneamente pueden nacer seres vivos inferiores;22 para mostrar que los gusanos que
suelen aparecer en la carne putrefacta no surgen por sí mismos, sino que son engendrados
por organismos vivos, Redi colocó un trozo de carne en un frasco descubierto y otro en un
frasco cubierto por una fina gasa. Al cabo del tiempo, el primero estaba repleto de gusanos
mientras en el segundo no había ninguno, de lo que dedujo que la carne no se
“transformaba” ni generaba gusanos, sino que éstos provenían de la interacción con el
medio, de las moscas.23 Un siglo antes, Andrés Vesalio había sido precursor de los estudios
de anatomía diseccionando cadáveres, una práctica que resultaba aberrante a los ojos de la
Iglesia y que, en una oportunidad, casi le cuesta la vida, pues la Inquisición lo condenó a
morir, siendo salvado por la interposición del Rey.24 La conjunción de estas ramas dará
lugar, durante el siglo XVII, al desarrollo de la fisiología moderna, la otra gran rama de la
ciencia en sus inicios.
Los dos pilares de la ciencia, entonces, se avocaban a la naturaleza, tanto a la inerte
como a la viva; la primera en una matriz cuantitativa, la segunda aún en una etapa
22
Se creía que los gusanos, los piojos, e incluso hasta las ratas, surgían espontáneamente de materia en
putrefacción o, por ejemplo, escorpiones y cucarachas, de las piedras. Aunque esto pueda mover a risa
actualmente, todavía muchas personas suponen que los muertos reencarnarán en otros cuerpos, o que al
menos un hálito vital (el alma) pervive tras la muerte, lo que no es sino una forma más sofisticada de la
misma creencia.
23
Cf. Rostand, Jean; Introducción a la historia de la biología.
24
Cf. Álvarez-Uría, Fernando; Miserables y locos. Obsérvese que, mientras que para el desarrollo de la
ciencia de las relaciones entre cosas (la física naciente) el pensamiento religioso fue un factor de posibilidad,
para la ciencia de la vida fue un factor que dificultó su desarrollo; sólo en la medida que la iglesia católica fue
perdiendo poder pudo avanzar este tipo particular de conocimiento.

6
descriptiva, aunque con la impronta del equilibrio y armonía interna que requiere la vida y
que remite, igualmente, a un esquema compatible con la cuantificación, 25 lo cual es bastante
notable pues la vida expresa justamente lo contrario, el desequilibrio, la transformación y la
desarmonía.26 Para que tal esquema de pensamiento no se derrumbase era necesario dejar
fuera de consideración a la culminación del proceso vital, la muerte, la que siempre es
marginada.27
Pero aún con ese recorte que contraría toda evidencia —y probablemente gracias al
mismo— lo cierto es que se desarrollaron conocimientos que prolongaron la vida en
cantidad de años promedio, variando ostensiblemente la curva de supervivencia de las
especies animales,28 alcanzando en los últimos decenios desarrollos inimaginables poco
tiempo antes. Durante el siglo XX la biogenética funde o unifica esas ciencias básicas:
física —ya físico-química— y biología. Lo que importa señalar aquí es que mientras una
fomentaba disipando la mirada aún cualitativa, 29 la otra daba pasos en una dirección
inimaginable en tiempos pretéritos, como lo era la gestión de la vida. La creciente
secularización, concomitante, coadyuvante y efecto del desarrollo científico, con su
contraparte, la merma del poder eclesiástico, dieron lugar a esta apertura. Ya no se vivía por
gracia divina, sino que se podía intervenir en la vida, posponiendo la muerte. En el siglo
XIV la peste negra eliminó aproximadamente un tercio de la población europea, 30 pero
desde el Renacimiento surgió la sospecha de que tales males no eran obra divina, sino que
tenían explicación terrenal, pese a que la “explicación” religiosa, que aún persiste aunque
marginalmente, tuvo importancia decisiva hasta el siglo XVIII.31
Pero este desarrollo de la ciencia, que iba asociado al desarrollo del capitalismo
emergente, iba a trastrocar las bases sobre las que se apoyó para su nacimiento. En términos

25
El equilibrio, en matemática, se expresa con el signo =.
26
Tanto la teoría humoral, vigente en la alopatía occidental desde Hipócrates hasta mediados del siglo XIX,
como la hinduista teoría de los chakras, parten del supuesto de equilibrios armónicos.
27
Dos cuestiones llamativas en este sentido es que en el vocabulario médico no se usa el término muerte ni
muerto: existen decesos, occisos, necrosis, óbitos, defunciones, etc.; por otra parte, hoy es práctica corriente
(y legal) que a la muerte se le deba buscar una causa, lo que, implícitamente, niega naturalidad a la muerte; es
necesario incorporarla en el esquema mecánico: es el efecto de tal causa. Por ello suelen abundar los
certificados en los que el médico constata que se trató de un “paro cardio-respiratorio”, que significa que el
corazón dejó de latir y la persona de respirar, una absoluta obviedad en un muerto.
28
A diferencia de otras especies, en que el número de individuos nacidos cae abruptamente en los primeros
momentos de la vida, sobreviviendo un número relativamente pequeño respecto de los nacimientos, número
que se mantiene relativamente estable hasta un punto en que cae abruptamente, la curva de los seres humanos
apenas si decae en el inicio, manteniéndose prácticamente plana hasta llegado al punto en que cae
aceleradamente. Cf. Blank-Cereijido, Fanny y Cereijido, Marcelino; La vida, el tiempo y la muerte.
29
Es inexacto que la tecnología se deba exclusivamente a la modernidad. Una rústica máquina de vapor, por
ejemplo, era conocida desde el siglo I, diseñada por Herón de Alejandría (cf. Derry, T. K. y Williams, Trevor;
Historia de la tecnología, tomo 2), aunque no es fortuito que no se la utilizara productivamente. Ello se debió
sobre todo a dos razones: 1) que no existía una demanda social para el uso de esa fuerza motriz, y 2) que la
misma carecía de posibilidades de desarrollo dado los principios cualitativos en que se fundaba (a diferencia
de la que encontramos siglos después). Tales principios, obsoletos a partir de la nueva mecánica científica,
persistieron casi dos milenios. Aún en el siglo XVII se pensaba que el movimiento de los fluidos se debía al
horror que siente la naturaleza por el vacío.
30
Las epidemias, endemias y pandemias fueron formas de regulación natural de la población humana hasta el
desarrollo de la medicina moderna, en particular durante el siglo XX. Para una historia de las epidemias y sus
efectos, cf. McNeill, William; Pueblos y plagas.
31
La Inquisición solía responsabilizar a brujas y herejes responsables de las mortandades y calamidades varias
que afectaban a la sociedad. Cf. Verri, Pietro; Observaciones sobre la tortura.

7
generales, el pensamiento científico iba a separarse y oponerse finalmente al pensamiento
religioso.

Devenir social y emergencia de las ciencias sociales

El devenir social en Europa —territorio en el que surgieron las primeras ciencias, entre
ellas las sociales—, es de una complejidad irreductible a un relato lineal, no obstante lo
cual no tenemos posibilidad de escapar a esa limitación. Hacia el siglo XVI la principal
institución ideológica de Europa se había quebrado. El cisma religioso, con epicentro en
Alemania, dividió a la iglesia que desde el siglo V se había extendido por todo el imperio
romano. La reforma protestante expresaba, con las distorsiones propias de la nebulosidad
de la religión, los cambios que operaban en la vida y en el entramado social, económico y
político. Ya desde el siglo XI las plazas fortificadas fueron poblándose lentamente,
constituyendo burgos y ciudades. Esto fue efecto en parte del crecimiento demográfico,
pero sobre todo de la expansión comercial.32 Hacia el siglo XVI, aún con una población
mayoritariamente rural —probablemente más del 95% en algunas regiones—, ya existían
redes de aldeas, burgos y ciudades33 mal conectados, pero comunicados por los
mercaderes.34
La actividad de éstos —creciente desde el siglo XIV—, aunque centrada en el
intercambio mercantil, tuvo efectos y consecuencias notables en el cambio social.
Cumplieron con la vital función de entretejer lazos entre grupos humanos dispersos,
relativamente aislados entre sí, sentando los vínculos de un agregado mayor —sociedad,
nación, país— al que brindaba la vivencia de cada persona o grupo considerado en sí
mismo. Extendió la economía, sentó las bases del mercantilismo, posibilitó la circulación
de conocimientos y permitió asentar la noción de que por fuera de la experiencia vital
existe un mundo que, aunque no se perciba, tiene similitudes con el propio de cada
comunidad.35 Se puede decir que ayudaron a construir la noción de universalidad, aún
32
Kínder, H., Hilgemann, W. y Hergt, M.; Atlas Histórico Mundial, pág. 191.
33
Suele distinguirse entre aldea, burgo y ciudad, aunque la delimitación entre las mismas frecuentemente
presenta dificultades. En general se acepta que son unidades crecientemente jerárquicas, heterónomas y
complejas, pero no hay criterios precisos para diferenciarlas. Cf. Braudel, Fernand; La identidad de Francia
(tomo I). En cuanto a las proporciones, considerando “urbana” a toda la población que vive en conglomerados
de más de 2000 habitantes, aún en el siglo XVIII apenas alcanzaba al 15%; es decir que el 85% restante era
rural. George, Pierre; Población y poblamiento, pág. 82.
34
Las redes viales europeas prácticamente no se modificaron desde que las trazó el Imperio Romano. Con su
caída, permanecieron las mismas, algunas incluso quedaron en desuso, dado que el medioevo se caracterizó
justamente por el relativo aislamiento de las comunidades. Cuando el comercio comenzó a tener importancia,
los carruajes se construían a su medida (los romanos los habían trazado según sus propios carros, que eran
tirados por dos caballos en paralelo). Con el tiempo, esta medida surgida del ancho de dos caballos de tiro
(1435 milímetros) y sobre la que se construyeron las plantillas de los carruajes, fue la adoptada para la
instalación de los tranvías, ya que las herramientas y moldes eran las de los carruajes. En el siglo XIX, la
instalación de los ferrocarriles se hizo en base a la misma matriz de los tranvías. De allí surge la trocha
estándar de los trenes (la que se usa mayoritariamente en el mundo y también en Argentina). El transporte
ferroviario también influyó en otras cuestiones, como por ejemplo el diseño de los cohetes que impulsan a las
naves espaciales y que se desprenden en una primera etapa; como se construyen en Utah y se los debe
transportar hasta Florida, donde está Cabo Cañaveral, y esto se hace en tren, el ancho no puede exceder el de
los túneles ferroviarios, que están determinados por dicha trocha.
35
Cf. Power, Eileen; Gente de la edad media, en particular los caps. II y V.

8
cuando el “universo” fuese restringido a la masa continental euroasiática y al norte de
África. Entre las muchas cuestiones en las que tuvieron influencia decisiva fue la
regularización en la medición del tiempo.36 Estos cambios se acentuaron cuando, como
efecto de su propia actividad, primero portugueses y luego españoles se aventuraron a
navegar por aguas desconocidas. Los primeros fueron conociendo el contorno de África y
los segundos llegaron a América. El mundo conocido se expandía, y con él las posibilidades
sociales y económicas.
De manera imperceptible se fueron corroyendo los pilares de la sociedad feudal, una
sociedad predominantemente guerrera, con una economía esencialmente rural dominada
por los señores territoriales que extraen el plustrabajo de los campesinos, sus referencias se
fueron ampliando y, con ello, las bases sobre las que se pensaba. Todo esto fortaleció el
movimiento de ruptura de la iglesia, y fueron apareciendo espacios para la puesta en duda
de las verdades sacralizadas.37 La fragilidad de la sociedad campesina, cuya supervivencia
estaba ligada a los ciclos naturales sobre los que nada se podía hacer, era un buen sustento
para el pensamiento religioso —aunque no fuese su causa—. La imposibilidad de
dominarlos, y la necesidad de protección, facilitaban la invocación a entidades supremas y
al pensamiento mágico. Con el transcurso del tiempo las diversas transformaciones
operadas —en particular a partir de la emergencia de las ciencias naturales—, esta
necesidad fue menguando, lo que en el curso de los dos siglos posteriores iba a posibilitar
que algunos pequeños núcleos formularan un sistema de pensamiento radicalmente distinto.
De manera general se puede afirmar que el pensamiento sucede a la acción. La
historia discurre y luego, con la perspectiva que brinda el paso del tiempo, se reflexiona
sobre lo acontecido. Esta afirmación es válida tanto para las biografías personales como
para los procesos sociales: la materialidad del acto es previa al pensamiento sobre el
mismo.
En el caso del que nos estamos ocupando, esta posterioridad sucede
aproximadamente un siglo después, con la aparición de la Ilustración, una corriente
intelectual cuyo centro fue la crítica al ancien régime, destruyendo los pilares ideológicos
del mismo y, por lo tanto, su fuente de legitimación. Esta es la otra forma relevante en que
se expresó el cambio que se estaba produciendo en el conjunto social a medida que las
relaciones capitalistas se expandían, disolviendo los viejos lazos feudales, y cuyos efectos
más visibles fueron la diseminación de la pobreza,38 el ascenso económico de los sectores
burgueses y la ruina financiera de la nobleza. La Ilustración abarcó a buena parte del
36
El primer calendario romano parece haber procedido de los etruscos, y rigió desde el siglo VIII a.C. hasta la
reforma juliana, del año 46 a.C., pasando del ciclo lunar (variable) al solar (similar al actual). Este, a su vez,
fue ajustado en 1582 por el papa Gregorio XIII, y es el que tenemos actualmente (llamado gregoriano en su
honor). Las horas del día comenzaron a ajustarse hacia los siglos XV y XVI, con la aparición de los relojes
mecánicos, dejando de lado las horas canónicas, que se organizaban según los rezos diarios. Cf. Le Goff,
Jacques; Mercaderes y banqueros en la Edad Media; Landes, David; Revolución en el tiempo y Attali,
Jacques; Historias del tiempo; Guevara, Iolanda y Puig, Carles; Las medidas del mundo. Calendarios,
longitudes y matemáticas.
37
Resulta imposible mencionar todas las transformaciones que tuvieron incidencia en esto, pero no se puede
obviar el paso del geocentrismo al heliocentrismo debido a Copérnico y Kepler, minando uno de los
fundamentos de la iglesia, la que sostenía el geocentrismo ya que el hombre era la criatura más importante
creada por dios y, en consecuencia, la Tierra era el centro del Universo.
38
La escasez de medios de subsistencia como situación permanente era extraña en el feudalismo, dado que el
grueso de la población era rural y gestionaba directamente los mismos. Esto cambia en la medida que se ven
privados de las tierras de cultivo, generándose masas de indigentes permanentes. Cf. Woolf, Stuart; La
pobreza en la Europa moderna.

9
continente europeo y americano, pero sin dudas fue en Gran Bretaña y Francia donde tuvo
sus exponentes más destacados. En este último país, les philosophes cimentaron buena
parte de los argumentos sobre los que se edificarían las ciencias sociales. 39 De cualquier
modo, tales críticas no sobrepasaban los límites de un estrecho círculo de personas
ilustradas, las que, no obstante, desarrollarían luego importantes papeles en la dirección de
la revolución de 1789.
Aunque resulta difícil desagregar y ponderar adecuadamente la influencia de los
distintos factores que actúan sinérgicamente en los procesos históricos, pocas dudas puede
haber sobre el papel relevante que tuvo la circulación de las ideas para la potenciación del
pensamiento iconoclasta del siglo XVIII, y para esta difusión de ideas hubo al menos dos
elementos que obraron como condiciones de posibilidad. Por una parte, este tráfico era
parasitario de la circulación de bienes. Las dificultosas comunicaciones, que para distancias
entonces consideradas grandes y medianas eran fluviales, no se establecían para difundir
ideas sino mercancías. Junto a ellas viajaban libros o personas irradiando así las novedades
en distintas direcciones, en trazas multidireccionales y en ambos sentidos, constituyéndose
un flujo de intercambio y potenciación creciente. Estas ideas, por otra parte, permitían
concebir los cambios que en la realidad social estaban ocurriendo, es decir, daban un marco
de interpretación a lo que acontecía fácticamente, extraño al marco de ideas anterior. El otro
factor fue el crecimiento urbano; la aglomeración poblacional en un espacio relativamente
reducido permitía el contacto personal e intercambio de ideas sin mayores restricciones.40
El desarrollo urbano implica tanto la diferenciación creciente respecto del mundo
rural, como la subordinación de este último a la ciudad, debido a que la vida en éstas sólo
es posible con el abastecimiento permanente del campo, ya que dependen para su
alimentación de la producción rural. La población urbana, al quedar librada de la misma,
dispone del tiempo y las oportunidades para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La
posesión de éstas, a su vez, les fue generando a los habitantes de ciudades —ciudadanos o
burgueses— poder económico y luego político. 41 De este modo, las estructuras de
pensamiento cobraron cierta autonomía relativa, desligándose poco a poco de la tradición y
generando preguntas y cuestionamientos al orden ancestral, a las costumbres arraigadas, y
finalmente, a los poderes constituidos. Asimismo, en estos reducidos espacios geográficos
se iban concentrando los recursos económicos, conformándose una clase crecientemente
influyente, más allá de los títulos nobiliarios que lenta e inexorablemente comenzaban a
degradarse.
Por supuesto, estas modificaciones progresivas en las estructuras de pensamiento
están fuertemente interrelacionadas con los acontecimientos sociales más relevantes del
período: la revolución industrial y la revolución francesa, cuya importancia para la historia
mundial está determinada por la relevancia que estos sucesos históricos tienen para la
expansión del sistema-mundo moderno (capitalista).42
39
Cf. Zitling, Irving; Ideología y teoría sociológica.
40
Considerado este factor como un elemento catalítico que permitió el surgimiento de la Ilustración, debe
apuntarse la vital importancia del desplazamiento migratorio de los vikingos en el norte de Europa y de los
árabes en el sur, dos culturas a las que occidente debe más de lo que usualmente se reconoce, que fueron las
que contribuyeron al surgimiento y fortalecimiento de las ciudades. De esta manera se puede afirmar que, en
cierta medida, la Modernidad es en parte tributaria de los bárbaros y de los infieles.
41
Que el poder económico se transformara en político fue producto de una larga transición no exenta de
ambigüedades, contradicciones, avances, retrocesos y bifurcaciones. Cf. Elias, Norbert; La sociedad
cortesana.
42
Cf. Wallerstein, Immanuel; Impensar las ciencias sociales.

10
Hacia mediados del siglo XVIII cobra auge lo que se conoce como “revolución
industrial”, un proceso de innovación tecnológica que permite trascender los límites
impuestos por la naturaleza al trabajo humano —pues el proceso de innovación tecnológica
y uno de sus resultados, la máquina-herramienta, potencia la productividad del cuerpo bajo
formas capitalistas—, apoyada en los avances de las también nacientes ciencias y la
tecnología, y alimentada por los requerimientos de un capitalismo que traccionaba con
fuerza, ávido de producción para la valorización del capital. Esto generó un círculo
virtuoso: el desarrollo científico-técnico-tecnológico fortalecía las relaciones capitalistas y
éstas demandaban y alentaban dicho desarrollo. A su vez esto generaba el efecto del cambio
en los patrones de vida de las poblaciones alcanzadas por tales relaciones de manera directa
o mediada. Hacia los siglos XVI y XVII se generó en Inglaterra una masa de
sobrepoblación que se mitigó mediante la migración a las colonias, el encierro, la
esclavitud y el trabajo forzado.43 Para la segunda mitad del siglo XVIII nuevas tecnologías
de gestión de las poblaciones, basadas centralmente en los encierros generalizados y
especializados, estaban en marcha.44
Y la revolución francesa iniciada en 1789, colofón de la oleada de ataques de los
siglos XVII y XVIII a las estructuras políticas absolutistas, dada la presencia activa
decisiva de las masas populares armadas —campesinos, trabajadores a domicilio, artesanos,
obreros—, supuso el cambio acelerado y profundo del régimen de dominación de la
nobleza feudal precapitalista.45 Pero además del radicalismo de los conflictos sociales que
en ella se expresaron, supone también la radicalidad de su ataque político frontal contra el
viejo estado absolutista a través de un racionalismo mesiánico, que tiene al mercado como
sustento.
El mercado, espacio social de concurrencia para el intercambio de equivalentes es
—en tanto hegemónico y, por lo tanto, regulador de la actividad social— una anomalía en
la historia de la humanidad.46 Hacia fines del siglo XVIII se había expandido sobre todo en
la Europa occidental, pero aún sin poder penetrar en lo profundo de la vida campesina. No
obstante la concepción política iluminista, que fue la que se impuso en la Revolución
Francesa, estaba plenamente fundada en el mismo. La noción de ciudadanía se basa en la de
los igualitarios concurrentes al mercado: en tanto portadores de mercancías, todos tienen
iguales derechos. La ciudadanía es la extensión, en el terreno político, de dicha matriz de
pensamiento. Un filósofo de la talla de Immanuel Kant, obnubilado con la potencialidad de
la Revolución Francesa, especuló con el fin de las guerras. 47 Evidentemente la potencia del
mesianismo fue avasallante y constituyente, sobre todo de la entronización de la nueva
racionalidad, que nacida de la ciencia, se expandía al conjunto de las relaciones sociales
regulando e impregnando la cotidianeidad. La radicalidad del cambio explica la violencia
con que se ejecutó el mismo, las miles de decapitaciones que se realizaron a fin de sostener
e impulsar las transformaciones. Muchos de los hasta entonces poderosos fueron
guillotinados o encarcelados y expropiados. Tales trastrocamientos tuvieron un profundo
efecto.

43
Cf. Marx, Karl; El capital, libro I, cap. XXIV.
44
Cf. Foucault, Michel; Vigilar y castigar.
45
Cf. Anderson, Perry; La noción de revolución burguesa en Marx.
46
Cf. Polanyi, Karl; La gran transformación.
47
En 1795, seis años después de producida la Revolución Francesa, publicó Zum ewigen Frieden. Ein
philosophischer Entwurf. (La paz perpetua. Un perfil filosófico).

11
La ruptura del orden produjo una enorme alteración en la subjetividad colectiva; en
menos de una generación se abolió a una dinastía que gobernaba Francia desde el siglo
IX.48 Esta dinastía no sólo había gobernado Francia; fue la que consolidó su territorio. De
modo que la decapitación de Luis XVI fue el final de nueve siglos de dominación, situación
que era vivida como natural por los habitantes de dicho país. Esa ruptura, y la matriz
impuesta, de igualdad de derechos bajo la inaugurada noción de “humanidad”, 49 asociado a
condiciones de existencia que a partir de entonces se comenzaron a percibir como
intolerantes, condiciones que, en el proletariado urbano, por lo demás, se deterioraron
rápidamente,50 fueron las condiciones de posibilidad para el levantamiento de la clase
obrera francesa, cuyos picos más altos ocurrieron en 1830, 1848 y finalmente en 1871.
Había por entonces ya en buena parte de Europa una inquietud intelectual por
comprender los cambios que hasta entonces habían acontecido. El mercantilismo aportó un
notable cambio en las condiciones de vida de la población británica, en particular de sus
clases privilegiadas. Con la “gloriosa revolución” se sentaron las bases del parlamentarismo
británico, que fue la forma de adecuación política a la nueva realidad social y económica
establecida con el capitalismo naciente, aun predominantemente mercantil. 51 De ser una
tierra de pastores, relativamente aislada y pobre, habíase tornado una creciente potencia
marítima, con tráfico comercial a distintas partes del mundo que se enriqueció rápidamente.
Esto captó la atención del filósofo y economista escocés Adam Smith, quien se preguntó
sobre las causas de tal transformación, lo que plasmó en su Investigación sobre naturaleza
de la riqueza de las naciones (1776). En dicha obra amalgamó la reflexión sobre el
comportamiento social con la gramática de la clase ascendente, 52 constituyendo las bases de
la economía política, más tarde devenida economía.
Su fina observación de las conductas, sin embargo, ameritan que se lo considere
como un precursor del pensamiento sociológico —en especial en un momento inicial, en el
que no estaban delimitadas las disciplinas en que luego se desarrollarían las ciencias
sociales—. Smith se preocupó por comprender la lógica de la sociedad de su época, con un
capitalismo mercantil en pleno desarrollo, tomando los valores emergentes del mismo como
propios de la naturaleza humana. Pero, más que sus comprensibles errores, nos interesan
sus aciertos, en particular el poner la atención en la interacción humana para explicar un
fenómeno que hasta entonces no había sido abordado de manera sistemática. Y lo que
observa Adam Smith es que la base de las relaciones ya no es cualitativa —estamental—
sino cuantitativa —fundada en intercambios de equivalentes—. 53 Esta obra influyó de
manera decisiva en la fundación de las ciencias sociales, pues por primera vez se abordaba

48
La casa de los Borbones fue la que organizó el Antiguo Régimen en el siglo XV, luego de la expulsión de
los británicos tras la Guerra de los Cien Años (1337-1453), pero era una rama de la Dinastía de los Capetos,
que gobernaba Francia desde el siglo IX (Carlos III, 879-929).
49
Cf. Álvarez-Uría, Fernando y Varela, Julia; Sociología, capitalismo y democracia.
50
Una de las medidas revolucionarias fue la abolición de los gremios, los que conformaban una estructura de
defensa de los oficios.
51
Cf. Belloc, Hilaire; Historia de Inglaterra desde sus orígenes hasta el siglo XX.
52
Esta incorrecta amalgama sigue siendo corriente aún hoy, considerando como sinónimos el crecimiento de
la economía de un país con el nivel de vida de su población sin considerar la desigual apropiación de los
recursos por parte de la misma.
53
“Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en origen efecto de la sabiduría humana, que
prevé y se propone alcanzar aquella general opulencia que de él se deriva. Es la consecuencia gradual,
necesaria aunque lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una utilidad tan
grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra.” Op. cit, pág. 16.

12
la acción humana y su entramado como objeto de reflexión científica y no filosófica, como
hasta entonces. La compleja matriz de pensamiento iría perdiéndose con el tiempo,
quedando como último gran exponente la monumental obra de Karl Marx El capital, no en
vano subtitulada Crítica de la economía política. Tanto la economía como la sociología y la
ciencia política abrevaron en esta fuente.
No es puro azar que esta obra haya aparecido el mismo año en que se
independizaron las colonias británicas de América del Norte, las que rápidamente adoptaron
las ideas ilustradas para conformar su sistema político. 54 Ambas son expresión de estos
cambios que venían ocurriendo. Sin embargo, aunque precedente en el tiempo, la
independencia de esas colonias británicas que instituyeron un programa tan avanzado, no
tuvo la importancia e influencia histórica que tuvo la Revolución Francesa, ocurrida trece
años después. Ésta fue la que realmente produjo una profunda ruptura epistemológica,
además de política y social. Con el mesianismo que es propio de este tipo de
acontecimientos históricos, los revolucionarios franceses bregaron por la refundación
profunda de la sociedad. Cambiaron la forma de gobierno, el calendario, 55 las medidas, es
decir, casi todos los parámetros de orientación cotidiana.

La crisis de la sociedad y el surgimiento de la sociología

Como podemos observar, el malestar, la pérdida de referencias fuertes, más la progresiva


urbanización de la población, despertaron el interés de algunos intelectuales, quienes
intentaron dar un tratamiento científico a estas cuestiones que ahora se les presentaban
como problemáticas. Ahora bien ¿qué es una respuesta “científica”?, y ¿por qué lo es?
Comencemos por esta última. Ya desde el siglo XVIII, y más aún a inicios del XIX, la
ciencia tenía una fuerza arrolladora, demostrada en la transformación tecnológica y técnica
a la que había dado lugar. Sus razonamientos estaban imbuidos de la triunfante razón
cartesiana. Los modelos mecánico y químico demostraban un poder explicativo nunca antes
conocido. La remisión a la prueba de los hechos la tornaba incontestable. Con un ritmo más
lento, también la fisiología se revolucionaba a la luz de la razón. No es entonces extraño
que se apostara por el modelo científico.
Por otra parte, la filosofía social, aunque todavía tuviese mucha vida por delante, ya
había agotado su potencial crítico, no era mucho lo que se podía esperar de ella. La misma,
construida sobre una razón analítica puramente especulativa, no abordaba el hombre
concreto sino una noción metafísica del hombre, una “naturaleza humana” ahistórica,
invariante, eterna, despojado de las cualidades sociales que encarnan los hombres reales,
que eran quienes sufrían y representaban los problemas reales. Y la ciencia, en dicha época,
remitía de manera directa e inequívoca a los patrones cuantitativos. Estos patrones ya
venían desarrollándose por fuera de toda síntesis científica; la estadística comenzó siendo
una técnica gubernamental.
En el epicentro del sismo político europeo, Saint Simon fue el primero que prestó
atención a los cambios que estaban ocurriendo. En sus trabajos aparecen por primera vez
54
El 4 de julio de 1776 es, en realidad, una fecha simbólica. Fue la declaración de la independencia de las
colonias, lo que recrudeció la guerra entre colonos y el ejército británico que había comenzado en abril de
1775 y concluyó con el firmado del tratado de paz en septiembre de 1783 en París. Cf. Bosch, Aurora;
Historia de Estados Unidos.
55
El calendario, cuyos meses comenzaban en días variables, y al que le “faltaban” días (que se anexaban
como festividades cívicas) sólo duró 20 años, luego de lo cual se volvió al calendario gregoriano.

13
los intentos por hacer inteligibles los desórdenes provocados por el nuevo mundo, el mundo
del capitalismo y del republicanismo. Saint-Simon presenta razonamientos novedosos, y
una de las hipótesis interesantes de éste autor es que la sociedad es una unidad entre el
aparato de producción y las ideas que ella contiene y desarrolla. De modo que, clasificando
a la población por su ubicación respecto de la producción material, dejando de lado los
privilegios estamentales,56 para Saint-Simon quienes deben legislar y gobernar son los
industriales,57 es decir todo sujeto que produzca. Aquí ya no hay una ontología del sujeto,
no hay una naturaleza que diferencie a las personas en nobles y plebeyos, sino que el
ordenamiento de la sociedad se organiza en función de la actividad de las mismas. Qué
hacen y cuánto hacen es vital para esta nueva mirada. Aparece también con él, aunque de
un modo aún algo rudimentario, el intento de sistematizar la noción de clase social —
cultivadores, fabricantes y negociantes—, un concepto que será fundacional de la nueva
ciencia.
Pero no fue Saint Simon, sino quien fuera secretario suyo, Augusto Comte, quien
intentará fundar una “física social” o “sociología” —términos que utilizaba indistintamente
—, es decir, una ciencia de la sociedad. Como ya lo indicaba su nominación, tomaba el
modelo desarrollado por la física —la mecánica newtoniana— como modelo a seguir. La
preocupación de Comte estaba sin dudas ligada a dos episodios que ocurrieron durante su
vida: el levantamiento obrero de 1830, seguido por el de 1848, ambos revoluciones
frustradas. Por entonces las disciplinas científicas desarrolladas eran la física y, en menor
grado, la fisiología, de modo que era imposible pensar en ciencia por fuera de estas
disciplinas; pensar en la ciencia era, básicamente, pensar en la física y, subsidiariamente, en
la fisiología. Es por ello que Comte presta especial atención a la captación de regularidades
(leyes), las causas, los efectos y las fuerzas operantes. Todo lo cual encaja perfectamente en
el patrón cuantificable propio de la nueva clase en ascenso, la burguesía. ¿Qué eran los
desórdenes, de acuerdo a la concepción de Comte? Simples arremolinamientos, desajustes,
que debían ser armonizados en la medida que se conocieran las causas de los fenómenos y
las leyes que los regulan. El orden y el progreso se implicaban mutuamente. La noción de
equilibrio nuevamente estaba en el trasfondo de ese pensamiento.
Desde entonces, los esfuerzos de las incipientes ciencias sociales se encaminaron a
emular el modelo de la ciencia, preferentemente la física, cuando no la fisiología. Por
entonces, mediados del siglo XIX, las ciencias sociales habían comenzado a desarrollarse
de manera dispar. Proliferaban aún los profetas sociales, personas que ante las calamidades
que provocaba el capitalismo proponían reformas radicales o directamente nuevos sistemas
sociales, creyendo, con extrema ingenuidad, que todo era cuestión de educar, sea mediante
la palabra o mediante el ejemplo.58 Es importante señalar su existencia para evidenciar que
56
Cf. El catecismo político de los industriales.
57
Entendiendo por tales a todo quien “trabaja en producir o en poner al alcance de los diferentes de la
sociedad uno o varios medios materiales de satisfacer sus necesidades o gustos; así, pues, un cultivador que
siembra trigo, que cría aves de corral y animales, es un industrial; un aperador, un herrero, un cerrajero, un
carpintero, son industriales; un fabricante de zapatos, de sombreros, de paños, de telas, de casimires, es
igualmente un industrial; un negociante, un carretero, un marino mercante, son industriales. Todos estos
industriales reunidos trabajan en producir y poner al alcance de todos los miembros de la sociedad los medios
materiales necesarios para satisfacer sus necesidades o sus gustos, y forman tres grandes clases que llamamos
de los cultivadores, de los fabricantes y de los negociantes.” Ídem, pág. 37.
58
De los muchos pensadores que hubo en este movimiento intelectual, hay al menos tres que trascendieron:
Robert Owen (1771-1758), a quien se considera el impulsor del cooperativismo actual (él suponía que era una
alternativa al capitalismo, que iba a reemplazarlo); Charles Fourier (1772-1837), quien diseñó falansterios,

14
los desarrollos no fueron lineales; hubo (y hay) bifurcaciones, recorridos que se pierden, 59
trayectorias que se funden. El colonialismo europeo está en el subsuelo de la constitución
de la antropología,60 una disciplina que con el tiempo ha realizado muchos aportes
científicos.
Retomando el desarrollo de la sociología, Émile Durkheim, en Francia, fue quien
finalmente la instituyó como una disciplina universitaria. Durkheim tomó el modelo
fisiológico, al que le incluyó, como herramienta de demostración, unas técnicas
relativamente novedosas, que eran las estadísticas. Nacidas de la confluencia del genio de
algunos matemáticos —Blas Pascal, Abraham de Moivre, Alphonse Quételet, Carl Gauss,
entre otros— con los intereses de las cada vez más importantes empresas de seguros —en
el marco de un mercantilismo en expansión—, la abstracción de lo concreto para
sistematizar sólo las frecuencias de las unidades según atributos fijos de las mismas, fue
tornándose habitual para diferentes quehaceres sociales, comenzando por las tareas
gubernamentales que recurrieron a ellas para tener un mejor dominio de la situación y un
mayor control de la población. Pero en las ciencias sociales fueron incorporadas por
Durkheim quien, tributando la concepción fisiológica, veía a la sociedad como una unidad
significativa en sí misma, y a las instituciones y los individuos que la conforman como
componentes necesarios pero no indispensables por sí mismos: en su razonamiento, si una
institución desaparece es porque ya no cumple funciones vitales; en el caso de los
individuos, que tal o cual muera es indistinto, mientas el número total de habitantes no
presente variaciones significativas. En este punto es necesario detenerse brevemente. Esta
visión de la sociedad permite y requiere el uso de estadísticas, ya que sólo el estudio de los
comportamientos agregados puede darnos conocimientos significativos de la sociedad.
Con la incorporación de las técnicas estadísticas la sociología alcanza el rango de
ciencia, según el concepto de ciencia de la época, esto es, el saber con capacidad de
cuantificación y predicción de un fenómeno determinado. 61 Una sutil pero radical
transformación ha operado: la sustitución de una “naturaleza humana”, de la que eran
tributarios Locke, A. Smith, Rousseau, Hobbes y muchos otros impulsores del pensamiento
social, por la de “persona normal”. 62 Una persona normal es la que se encuentra cerca del
centro de una curva normal, o campana de Gauss, es decir, la que comparte características
con la mayoría de los individuos. Como antítesis tenemos la persona “anormal” o
“desviada”, cuya identidad está dada por la singularidad, negativa o positiva, de sus
atributos. Al determinar los patrones de normalidad, la sociología se vuelve performativa,
que eran unidades de cooperativismo; y Étienne Cabet (1788-1856), quien dio un paso más allá, y fundó
comunidades “igualitarias”, basadas en lo que él mismo había imaginado en su obra Viaje a Icaria. Compró
tierras en Estados Unidos y allí fundó, con sus seguidores, un grupo de colonias entre 1848 y 1898. Todas
fracasaron.
59
Es notable que tanto los seguidores de Saint Simon como los de Comte hayan querido fundar sendas
iglesias, conformando religiones laicas, lo cual nos resulta absurdo hoy. El propio Saint Simon alentó esto,
publicando en 1825 su última obra: Nuevo Cristianismo.
60
Como cualquier fenómeno social, no es intrínsecamente bueno ni malo. El colonialismo fue lo que permitió
que Charles Darwin se embarcara en el “Beagle” en 1831, viaje en el cual estudió y recogió fósiles que fueron
el sustento de El origen de las especies, publicado en 1859, el que a su vez contenía los fundamentos de su
obra de 1871, El origen del hombre. Como contrapartida a este aporte a la ciencia, Arthur de Gobineau se
preguntaba, en Francia, sobre el motivo de por qué los europeos colonizaban el resto del planeta, y llegaba a
la conclusión de que se debía a que el resto de las razas eran inferiores, lo que publicó entre 1853 y 1855 en el
Ensayo sobre la desigualdad de las razas, siendo éste el primer trabajo de teoría racista.
61
Durkheim puso a prueba estos postulados en su obra El suicidio.
62
Cf. Hacking, Ian; La domesticación del azar.

15
es decir que presiona a los individuos para que adopten determinados tipos de conducta
estadísticamente normales.
Esto nos lleva a una especie de circularidad: la descripción es, por lo tanto, también,
prescripción. Una vez determinado que, por ejemplo, el promedio de edad en que los
hombres contraen matrimonio es de 25 años y el de las mujeres es de 20 años, existe una
presión solapada para contraer matrimonio lo más cerca posible de dichas edades; una
mujer se sentirá “vieja” a los 25, y un hombre se sentirá demasiado joven a los 19. Esto
hará que las personas tiendan, dentro de lo posible, a realizar dicho contrato lo más cerca de
las edades establecidas, para sentirse “normales”. La anormalidad es ciertamente agobiante;
el sujeto normal no debe dar explicaciones de cómo es o por qué hace lo que hace, las
razones son tácitas y, por lo tanto, se sobreentienden. Esto tiene, además, otro efecto.
Fortalece y expande la aceptación de lo instituido, debilita la capacidad y costumbre de
preguntarse la razón de las cosas. Las ciencias sociales han tenido y tienen una fuerte
función estabilizadora de los grandes grupos humanos. En tal sentido han tenido una
función más encaminada a encubrir y legitimar que a develar y cuestionar. El significativo
hecho de que la sociología asumiera el rango de ciencia a partir de la cuantificación,
naturalizando que esa es la base relacional de los humanos en el capitalismo, no es algo que
debiera dejarse de lado.
Siguiendo la propuesta de Adam Smith y, especialmente, de David Ricardo, Karl
Marx analizó críticamente el tipo de vinculaciones que se establecen en el capitalismo. Por
medio de la crítica de la economía política Marx visibilizó la lógica de la organización
social capitalista, la que se realiza bajo el imperio de la cantidad. Pudo establecer la
supremacía para este momento histórico de la cantidad sobre la cualidad: las personas se
vinculan a través de intercambios mercantiles, siendo la mercancía una forma de expresión
del producto social que, en este sistema, tiende a expandirse. La expansión de la forma
mercantil significa que progresivamente más actividades humanas quedan atrapadas por
esta forma. A través de algunos ejemplos se puede observar mejor. El ocio ha sido, durante
milenios, el momento creativo y de descanso de los humanos. Crecientemente se ha ido
industrializando, hasta llegar al punto en que es prácticamente imposible encontrar
resquicios en los que disfrutarlo sin consumir productos mercantiles: turismo, juegos,
descanso; todo está mediado por la forma mercancía, es decir, que se compra y vende. Otro
ejemplo es el cuidado de los ancianos. Se trataba de una tarea del grupo social más
inmediato, la aldea o la familia, de acuerdo al tipo de sociedad, pero siempre una tarea
comunitaria. Pero de manera progresiva esto ha ido pasando a instituciones lucrativas
especializadas, que toman como centro de su actividad la gestión del cuidado de los
ancianos, vendiendo la misma como mercancía. Los principales exponentes de esta
corriente, sin embargo, más preocupados por fomentar el cambio social que por explicarlo,
dejaron de lado el desarrollo académico hasta después de la segunda guerra mundial a
mediados del siglo pasado, que fue cuando irrumpieron fuertemente en los claustros
universitarios. El marxismo se convirtió, así, en una de las principales corrientes
sociológicas desde entonces.
Antes que esto sucediera, en Alemania de fines del siglo XIX, Max Weber fue quien
—desde un punto de vista generalmente aceptado como opuesto al de Durkheim—
construyó una teoría sociológica fundada en el individualismo metodológico, que tomaba
como centro de su observación a la acción social del individuo. Si bien aquí lo relevante es
la acción individual, este modelo de pensamiento está también influenciado por el modelo

16
físico.63 El modelo atómico había sido propuesto a inicios del siglo XIX, pero no fue hasta
mediados de dicho siglo que logró ganar popularidad, desplazando la teoría material del
calórico.64 Esta revitalización de la teoría física, en la que el modelo del átomo se
presentaba similar al sistema planetario —en total convergencia con la mecánica de
Newton—,65 reforzaba el prestigio de esta disciplina. Con este contexto científico como
fondo, en Alemania Weber debatía con quienes sostenían que era imposible hacer una
ciencia social. Junto a Werner Sombart desarrollan la hermenéutica (teoría de la
interpretación), pero, a diferencia de éste, Weber postula la predictibilidad de la conducta
humana en función de su tipificación según unos modelos ideales. Lo que opera como
subsuelo del proyecto intelectual de Weber es la idea de que, así como en la física el estudio
de los átomos sirve para explicar el comportamiento de la materia, en la sociología la
comprensión de las acciones sociales de los individuos permita entender el comportamiento
social.
Es importante señalar que la hermenéutica de Weber se basa en los “tipos ideales”,
construcciones conceptuales puras que sirven como patrón para orientar el análisis social.
Los tipos ideales nunca se encuentran en estado puro en la realidad; lo que se puede hallar
son formas aproximadas. Nuevamente encontramos así la matriz estadística, solo que
presentada de otra forma, en una gramática de prosa, no numérica, pero de idéntica filiación
epistémica: al igual que en el cálculo probabilístico, la pureza (en prosa) / la totalidad
(100%) es solo ideal,66 no se cumple nunca, pero es a lo que se tiende cuando un fenómeno
es relativamente incontrovertible (en prosa) / certero (en estadística), considerando que
nunca se tendrá la seguridad plena del evento.

Las anomalías tempranas

El recorrido que estamos reseñando, como cualquier camino que se elija, es una selección
que deja necesariamente otras posibles o potenciales sendas, en la concatenación de los
hechos y las ideas que constituyeron el proceso de conformación de las ciencias sociales.
De las muchas formulaciones que circularon, hubo una que es interesante reseñar por su
contenido, a la luz del estado actual de la ciencia, a la que casi nadie dudaría en incluir
dentro del pensamiento sociológico. Se trata de la obra de Carl von Clausewitz, publicada
póstumamente por su viuda: De la guerra.67 El avasallante triunfo de las tropas
napoleónicas frente a los absolutismos, en su expansión de la revolución, llevó a
Clausewitz, oficial prusiano, a reflexionar invirtiendo el orden del pensamiento corriente
por entonces.68
63
Sigo aquí la hipótesis presentada por Anthony Giddens en Política y sociología en Max Weber.
64
Cf. Jensen, Pablo; Historia de la materia.
65
Es importante señalar que al átomo se lo representa de tal manera, pero obviamente no hay certeza de que
sea así. Es, antes que nada, una construcción ideológica. Ya por entonces, en 1850, Rudolf Clausius había
postulado el segundo principio de la termodinámica, que entraba en total contradicción con el modelo de
Newton. Este principio es la base de la reformulación de la física operada en el siglo XX.
66
La probabilidad de ocurrencia de un evento siempre es menor a la totalidad.
67
El texto fue publicado en 1832, dos años después de su muerte, aunque su escritura se realizó,
probablemente, entre 1816 y 1830. Entre los pocos pensadores destacados que conocieron su obra con cierta
profundidad se encuentra Frederich Engels, quien recomendó su lectura a Marx.
68
Como suele suceder, las ideas no son exclusivas de un personaje. El propio Clausewitz abrevó en las ideas
de su contemporáneo Gerhard von Scharnhorst.

17
Dejando de lado las lamentaciones por lo “mal que batallaban los franceses”, quienes
no seguían los cánones militares de la época —formaciones lineales, estrategias basadas en
la maniobra, resguardo de las pérdidas—, Clausewitz se preguntó por qué triunfaban, y eso
lo llevó a considerar que la diferencia en la acción no era sólo una divergencia de doctrina,
sino que la diferencia estribaba en los órdenes sociales y políticos de las que las mismas
emanaban. La guerra librada por un pabellón nacional y no por uno dinástico entusiasmaba
a la tropa y permitía mayores sacrificios y esfuerzos, asimilaba mejor las pérdidas y era
relativamente invulnerable a las dificultades del terreno.69 El oficial prusiano organiza una
tríada observacional: nación, ejército, gobierno. El ejército es la expresión armada de la
nación, y vehículo del gobierno para ejercer su voluntad política frente a un enemigo. No
reduce el razonamiento a cuestiones técnicas, sino que alude a una dimensión relativamente
novedosa que es lo que él llama “fuerza moral”. Incorpora así los sentimientos nacionales, a
los que combina con una métrica más conocida entonces, que es la cantidad de efectivos y
el poder de fuego. Reúne, de tal modo, un elemento intangible —la fuerza moral— con
dimensiones cuantificables, ejercicio que, de una manera muy distinta, había realizado unos
años antes Adam Smith. No obstante, Clausewitz encuentra ciertas similitudes con el plano
estudiado por Smith,70 evidenciando que su objeto de estudio es también abarcable por las
ciencias sociales.
Sin embargo, su pensamiento escapaba a los cánones de la época. Justamente se
contrapuso —sintetizándolos— a dos pensadores militares que con sumo boato afirmaban y
negaban la posibilidad de construir una mirada científica de la guerra. Uno de ellos,
Heinrich Dietrich von Büllow, había adoptado una posición de racionalismo extremo, al
punto de postular tesis geométricas para la evaluación táctica y estratégica, lo cual es
criticado por Clausewitz.71 Este temprano distanciamiento del dogmatismo geométrico, en
un momento en que el determinismo era valorado como lo propio de la ciencia, influyó
ciertamente en su marginalidad. Además, la especificidad de su objeto de estudio también
lo apartó, sin lugar a dudas, de toda posible universalidad. Finalmente, la exigüidad de su
obra —en vida sólo publicó algunos folletos de índole profesional—, hizo aún menos
perceptible para el público académico su pensamiento.
La teoría elaborada por Clausewitz constituye un buen ejemplo de anomalía: lo
usual es que las teorías que no logran calar en la comunidad científica recaigan rápidamente
en el olvido, pero en el caso de esta teoría no fue asimilada y tampoco fue rechazada.
Pervivió en los márgenes de la teoría social, enclaustrada en algunos institutos militares,

69
No es éste el lugar para un análisis pormenorizado de estas diferencias. Cf. Paret, Peter; Clausewitz y el
Estado y Clausewitz, Carl; De la guerra.
70
“La guerra […] es un conflicto de grandes intereses, resuelto mediante derramamientos de sangre, y solamente
en esto se diferencia de otros conflictos. Sería mejor, si en vez de compararlo con cualquier otro arte lo
comparáramos con el comercio, que es también un conflicto de intereses y actividades humanas; y se parece
mucho más a la política, la que, a su vez, puede ser considerada como una especie de comercio en gran escala.
Más aún, la política es el seno en que se desarrolla la guerra, dentro de la cual yacen escondidas sus formas
generales en un estado rudimentario, al igual que las cualidades de las criaturas vivientes en sus embriones.” De
la guerra, pág. 91.
71
“El lector espera oír hablar de ángulos y de líneas y encuentra, en vez de esos habitantes del mundo
científico, solamente gente de la vida común, tal como las que ve a diario por la calle.” De la guerra, pág.
138. El otro autor al que se opone el pensamiento de Clausewitz era George Heinrich von Berenhorst, para
quien “el dominio de la guerra rebasa el de la razón […] la guerra tiene razones que la razón ignora”
(Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares, pág. 58). A través de esta afirmación, von Berenhorst
recala en el irracionalismo.

18
hasta que Raymond Aron lo rescató del olvido un siglo y medio después y se introdujo en la
academia.72

El orden de las transformaciones

Tal como hemos expuesto, y antes de presentar brevemente el desarrollo ulterior, es


necesario poner de relieve el orden de las transformaciones y emergencia de las ciencias, y
la lógica que subyace en dicho orden. El comienzo de la transformación se observa en la
relación con la naturaleza. La lenta disolución de la relación mágica con la naturaleza se
apoyó en el poder transformador del nuevo tipo de conocimiento. No alcanza, sin embargo,
para explicar cómo y por qué se inició este camino, ya que las transformaciones ocurrieron
a posteriori. Pero es posible que, en el perpetuo devenir de las formas de conocer, cuando se
comenzaron a producir transformaciones tangibles y visibles, esta modalidad haya
generado un autoimpulso notable y autolegitimante.
Lo que siguió es bastante claro: el encadenamiento de transformaciones —mayor
productividad agrícola, aumento demográfico, expansión de las ciudades, desarrollo de las
manufacturas—,73 produjo un profundo cambio en la forma de relacionarse de las personas
entre sí. El desarrollo de la división social del trabajo, la aglomeración de personas en las
ciudades, el cambio en las formas de producción y de propiedad, la disolución de las
relaciones de posesión de la tierra, no sólo variaron las condiciones objetivas de vida, sino
también las formas de subjetividad y de vinculación. El largo proceso de contención de la
agresividad que Elias llama proceso civilizatorio, 74 la conformación de formas estatales
nuevas, fueron las manifestaciones del nuevo orden, el cuál incluía violentos procesos de
adecuación a las lógicas emergentes, que estaban en tensión con las lógicas
consuetudinarias, lo que generó situaciones inéditas que, con el paso del tiempo,
comenzaron a ser tomadas como objeto de interés.
Queda claro que no podría haber sucedido en el orden inverso. El reacomodamiento
de las relaciones del hombre con la naturaleza produjo el reacomodamiento de las
relaciones entre sí, generando un nuevo orden de relaciones. Aunque hay que ser cautos en
esta secuencia. La reestructuración —en los diversos procesos concretos que la componen
— suele irse dando de manera más o menos simultánea; pero los efectos tienen distinto
tiempo de maduración y de registro. Los cambios en el vínculo con la naturaleza es, en
términos históricos, inmediato; en contrapartida, las alteraciones sobre los órdenes sociales
son menos perceptibles, y sólo registrables en la medida en que el desfase entre la acción
concreta y la conciencia de la acción torna insostenible las concepciones que se
correspondían a órdenes pretéritos.
Lo que merece resaltarse es que la abstracción matemática es tan dificultosa para el
orden de lo natural como para el social. Podría afirmarse que ambos órdenes son
irreductibles a lo matemático, no obstante lo cual, su codificación en términos de
72
Cf. Aron, Raymond; Pensar la guerra. Esta situación no es privativa de las ciencias sociales; cuando Alfred
Wegener propuso su teoría de la deriva continental, a principios del siglo XX, que explicaba entre otras cosas
la formación de las cadenas montañosas y los terremotos, no concitó mayor interés por parte de los geólogos,
que lo ignoraron hasta mediados del siglo, cuando Arthur Holmes propuso la teoría de la “convección
térmica”. Cf. Magnani, Esteban; Historia de los terremotos.
73
Cf. Kriedte, P., Medick, H. y Schlumbohm, J.; Industrialización antes de la industrialización.
74
Cf. Elias, Nobert; El proceso de la civilización.

19
ecuaciones han tenido eficacia en los dos. El tratamiento matemático de la naturaleza está
tan arraigado en nuestra conciencia que nos parece en sí mismo natural; el tratamiento de la
materia inanimada se organiza conceptualmente en torno a magnitudes, que se combinan en
virtud de diferentes unidades (o variables). Así, por ejemplo, el movimiento lo expresamos
en la razón entre unidades de distancia (espacio) y unidades de tiempo; los elementos
químicos se ordenan por su masa atómica (masa de electrones y protones) y no por sus
propiedades cualitativas; las fuerzas por magnitudes de diversas unidades
(electromagnéticas, eléctricas, etc.). Hay mayores dificultades para reconocer el mismo
tratamiento de lo social, que pareciera ser de un ámbito distinto al de las ecuaciones. Sin
embargo, a inicios del siglo pasado se produjo la “gran síntesis” de un conjunto de
elementos que estaban latentes en las teorizaciones previas. Lo hasta entonces inconcebible
se tornó real, y eficaz.

La radicalización del número en la teoría social

Fue ya en el siglo XX cuando Talcott Parsons (1902-1979) realizó una síntesis destacable
de la teoría sociológica combinando elementos elaborados por Durkheim con otros de
Weber, algunos menos de Vilfredo Paretto y aportes de Sigmund Freud. La potencia de esta
síntesis, conocida como estructural-funcionalismo llevó a que muchos lo consideren el
verdadero fundador de la sociología, o al menos de la sociología moderna.
Parsons construye una estructura conceptual en la que combina una visión de la
sociedad deseable, sin conflictos significativos, con las motivaciones subjetivas de los
agentes, incluso con sus motivaciones psicológicas. Este verdadero equilibrio —sobre el
que sólo se puede operar haciendo abstracción de un conjunto de situaciones efectivamente
existentes— permitió construir instrumentos de medición que posibilitaban observar cuan
apropiadas eran las situaciones respecto del modelo ideal. Esto llevó a que los sociólogos
influidos por esta corriente utilizaran de modo casi excluyente un pequeño número de
instrumentos tales como cuestionarios estructurados o semiestructurados, escalas, índices y
tipologías. Se trataba de medir en cada momento cuál era la situación coyuntural o
estructural de la sociedad. Ello le valió la descarnada crítica de Elias, respecto a la
retracción casi exclusiva sobre el presente, despreciando el origen histórico de los
fenómenos o el estudio de procesos. Para esto último, a lo que apelan los sociólogos
estructural-funcionalistas, es a la medición de un fenómeno en dos momentos distintos, de
modo tal que las variaciones constatadas les permita elucubrar hipótesis sobre sus
fundamentos.
Pese a ser sumamente criticado, el estructural-funcionalismo ha dejado profundas
huellas, no sólo dentro de la sociología, sino frente al lego, presentándose como la
sociología. Sus términos han invadido el sentido común. Términos tales como roles y
estatus han sido tomados de esta corriente teórica. Por otra parte, si bien el estructural-
funcionalismo no presenta una teoría de las clases sociales, sino de estratificación social —
los estratos son clasificaciones de grupos sociales en función de un conjunto de caracteres
comunes, que permiten diferenciar un grupo de otros conjuntos—, por sentido común
solemos asimilar los estratos a “clases sociales”. Las clases son agregados cualitativos, que
se diferencian por relaciones sociales (Marx), patrimoniales o lucrativas (Weber), o bien
por las formas de ingresos (Smith y Ricardo). Para el estructural-funcionalismo los estratos

20
se determinan por diferencias cuantitativas. Sin embargo, estos estratos (A, B, C1, C2, C3,
D1, D2 y E, en su propia nomenclatura), suelen “traducirse” en las clases alta, medio-alta,
media, media-baja y baja, una forma casi intuitiva con que nos referimos a las clases
sociales.75
Del mismo modo, ha instituido el mito de a) que existe algo que se llama “opinión
pública”, b) de que tal cosa se puede medir y c) que eso tiene alguna importancia. Como en
su momento lo señalase agudamente Pierre Bourdieu (1930-2002),76 se trata de una
construcción de quien realiza la encuesta, siendo por lo tanto una opinión performada por el
interrogatorio. No obstante, como cualquier mito, tiene su utilidad social: coadyuva en la
formación de agendas públicas (políticas) y privadas (inversiones), genera segmentos de
mercado, predispone al consumo, y hasta fortalece las instituciones democráticas
otorgándole legitimidad a los comicios en la medida que los votantes fortifican su ilusión
de que determinan un rumbo político. Todo ello ha llevado a que el estructural-
funcionalismo tenga mayor expansión en las empresas de estudios de mercado y de opinión
pública que en las investigaciones académicas. Sin embargo, debe reconocerse que esta
impronta ha desarrollado herramientas que, utilizadas con mesura y criterios teóricos bien
orientados, pueden resultar fructíferas. O al menos debemos admitir que, dado el marco de
pensamiento científico, no sabemos generar conocimiento eficaz de otro modo.

La renovación de las ciencias

Como en todo quehacer humano, particularmente en el capitalismo, la renovación es


constante. Queda claro por lo dicho hasta aquí, además, que la ciencia no sólo no es ajena a
esta dinámica, sino que es una de las actividades propulsoras de los permanentes cambios.
Y, fundamentalmente, se cambia a sí misma. Decir que tal o cual disciplina está en crisis es
como afirmar que está produciendo, que está viva. Tal vez sea esta la mayor evidencia de
cuán alejada está la ciencia del metafísico concepto de verdad, con el que aún hoy suele
asociársela. La verdad es una entelequia, la suposición de que existe un sustrato último,
imperecedero y, por lo tanto, invariable. Nada más ajeno a la práctica científica, a la que
rige el permanente cambio, la constante transformación. La ciencia sin “avance”, sin
desarrollo, sin innovación, no sería más que un rito, algo ajeno a su naturaleza. Justamente
en contraposición a la verdad es que la ciencia puede ser productiva: las barreras son
desafíos, los límites están para ser vulnerados, los imposibles para ser trivializados. No
obstante subsiste una profunda incomprensión de la actividad científica, ligándola a la
búsqueda de la verdad —incluso no pocos científicos son presas de esa elemental confusión
—.77
75
Una versión actual más radicalizada de esta teoría es la expresada por Niklas Luhmann, quien diluye el
concepto de clase social. Cf. La sociedad de la sociedad.
76
“La opinión pública no existe”, en Bourdieu, Pierre; Sociología de la cultura.
77
Un ejemplo siempre a mano para mostrar esta desadecuación entre lo que se hace y lo que se cree que se
hace es el trabajo de los historiadores. Tanto una mayoría del público como algunos historiadores suponen que
existe una “verdad histórica”, o, como se solía decir en alguna época, que la historia consistía en relatar los
hechos “tal cual fueron”. Si esto fuera así habría que pensar en que sólo podría hacerse historia sobre los
nuevos acontecimientos, o revisar los antiguos ante la aparición de nuevas evidencias hasta hoy no
descubiertas. La realidad es bien distinta. La tarea del historiador es, siempre, interpretar el pasado en función
del presente. Como el presente está en perpetuo cambio, la historia está en constante transformación. No hay,

21
En este constante devenir la ciencia misma, decía, se revoluciona de manera
permanente. Existen en la actualidad dos tendencias contrapuestas operando de forma
simultánea: la híper-especialización y la generalización y fusión de las ramas científicas.
Esto ocurre en las diferentes disciplinas científicas. Por una parte tenemos los
conocimientos cada vez más parcelados, más profundos, sobre universos más y más
pequeños; y por otro, una tendencia a la unidad epistemológica de la totalidad de la ciencia.
Ya nadie distingue seriamente entre ciencias naturales y sociales, si bien dicha
discriminación fue bastante problemática en algunos casos desde siempre. 78 La híper-
especialización es un efecto necesario de la proliferación de los conocimientos y de la
limitada capacidad de asimilación de los mismos en las condiciones actuales de existencia
humana. No es más que la aparente e inexorable paradoja de que para conocer cada vez
más, es necesario conocer cada vez menos.79
Las grandes ramas de la ciencia, las disciplinas, son sólo nominativas. Nadie puede
ser, a esta altura, biólogo, físico o antropólogo. A un biólogo, físico o antropólogo se le
requerirá que precise a qué espacio preciso de conocimiento dentro de esa gran área se
dedica, y definido ese espacio, deberá precisar en qué aspecto en concreto dentro del mismo
se concentra, en qué se especializa. De tal modo, los niveles se van parcelando en
subniveles cada vez más reducidos. Pero este es sólo un aspecto del proceso. Si fuese sólo
así, los inconvenientes que se desprenden de la especialización tornarían imposibles el
desarrollo de la ciencia. El principal de estos inconvenientes es el semántico. Los términos
van cobrando significados propios de cada ámbito y la comunicación va tornándose más
equívoca y problemática. Sin comunicación no hay posibilidad de engarce de los distintos
desarrollos científicos.
Pero junto a esto se desarrolla una tendencia opuesta, que va en la dirección de la
unificación de las matrices científicas, aunque aún se esté en un momento bastante
preliminar. A diferencia de lo ocurrido con anterioridad, cuando ya se planteó la necesidad
de buscar patrones comunes y se intentó realizar un desarrollo, en tal sentido, con la teoría
general de sistemas, la evolución actual es menos guiada, más espontánea, y surge más
como reconocimiento de lo que se hace que como proposición de lo que se debe hacer. Aún
así la teoría sistémica tiene su peso específico y abundan los científicos que abrevan en ella.
El otro desarrollo al que me estoy refiriendo es la conjunción de observaciones, o el
reconocimiento de la complejidad como elemento propio y distintivo del nivel de desarrollo
actual de la ciencia, considerada así, en singular, como una actividad. Pareciera un
contrasentido el hecho de que, a mayor especialización y parcelación, haya una tendencia,
tenue pero sostenida, a la unidad. Y sin embargo esta es la tendencia actual. ¿Cuál es el
punto de encuentro? Podemos identificar algunos.
En primer lugar el principio de incertidumbre. Contra lo que pudiera parecer por
sentido común, el avance del conocimiento no produce más certidumbre sino mayor
incerteza. Cuanto más conocemos, más advertimos la precariedad de los conocimientos, la
pues, ninguna posibilidad de algo siquiera parecido a la “verdad” en historia.
78
Hay dos disciplinas en la que tal diferenciación resulta absurda: la geografía, con sus ramas de geografía
física, más allegada a la oceanografía y a la geología, y la geografía humana, vinculada a la historia, la
económica, la política, vinculada al derecho, la topología, vinculada a la geometría, y un largo etcétera.
asimismo la antropología, que contiene dos enfoques incompatibles desde dicha distinción: la antropología
biológica (de la que surgen los estudios forenses) y la social, vinculada a la sociología y el urbanismo, o la
arqueología, ligada a la historia.
79
Se suele decir que un especialista es alguien que conoce cada vez más de cada vez menos cosas, enfatizando
el creciente nivel de abstracción ínsito en todo proceso de conocimiento.

22
complejidad de nuestro objeto, y la imprevisibilidad sobre su comportamiento, que se
traduce en incapacidad de predicción. A tal punto se ha desarrollado esto que hasta se ha
logrado teorizar sobre ello; de eso se trata la teoría del caos y de los sistemas complejos:
imperceptibles cambios pueden producir, en el tiempo, mutaciones extraordinarias. Esto va
en consonancia con la evolución de las especies, los terremotos, las revoluciones sociales,
las explosiones, etc.
Se desvanece entonces uno de los pretendidos puntos fuertes de la ciencia, que es la
capacidad de predicción, o por lo menos se debilita. No es que no pueda anticiparse a lo
que sucederá, pero sólo condicionalmente, dentro de los márgenes que establece la
probabilidad, es decir, descartando de plano toda noción de certeza. Sabemos, por los
estudios botánicos, que si plantamos un manzano en un tiempo estipulado probablemente
nos de manzanas, pero no es algo que podamos asegurar. En el transcurso del tiempo el
árbol se puede enfermar y morir, o secar y no dar frutos. ¿Qué sabemos entonces? Con
seguridad, que no dará duraznos ni limones, y que probablemente nos de manzanas, no
mucho más que eso. Es un conocimiento “negativo” si se quiere. El conocimiento nos
brinda un marco de probabilidades de lo que puede ocurrir, de lo que es esperable, y de lo
que es inverosímil. No es poca cosa. Con ese humilde bagaje la ciencia —junto a la
tecnología y la técnica— logra transformar la realidad día a día. Este es, en realidad, el
punto fuerte de la ciencia, su capacidad de transformación.
La segunda cuestión o segundo punto de encuentro es que, a diferencia de lo que se
suponía antaño, no hay exterioridad de la observación respecto del objeto observado o,
dicho de otra manera, observar algo implica una acción sobre dicho objeto que lo modifica.
Eso ocurre si uno observa un grupo de personas —el grupo no se comporta de igual forma
que si no está siendo observado—, pero ocurre también con las partículas subatómicas,
cuyo comportamiento, de acuerdo a la mecánica cuántica, varía según si es observado o no.
Siempre, en cualquier caso, la medición implica una alteración de lo medido, la
observación implica una alteración de lo observado. Entonces, en cualquier rama de la
ciencia ocurre que las observaciones influyen, y que no hay posibilidad de repetición de un
experimento; cada vez que hagamos algo será distinto a lo anterior, por muchas
precauciones que tomemos.
Y aquí aparece un tercer factor común a todas las ramas de la ciencia: el tiempo. En
el transcurso del tiempo todo se modifica. No hay nada que permanezca igual, ni siquiera la
órbita de los planetas. Esto conduce a un nuevo punto de encuentro entre las ciencias que
tienen por objeto la naturaleza no humana y las ciencias sociales; al igual que estas últimas,
las primeras deben reconocer la singularidad de los fenómenos, y trabajar no a partir de su
imaginaria capacidad de repetición, sino a partir de la imposibilidad de la misma. Todas
estas características han llamado la atención de algunos científicos que, de manera
provisionalmente descriptiva, han comenzado a trazar líneas de acercamiento entre las
ciencias sociales y sobre naturaleza no humana, bajo la perspectiva de que las primeras han
desarrollado estrategias para el estudio de hechos singulares desde hace más de un siglo,
situación relativamente más reciente en estas últimas ramas científicas.
En efecto, ante la imposibilidad de replicar los hechos, las ciencias sociales
apreciaron la singularidad intentando desarrollar modelos explicativos/intervencionista 80
desde al menos tres grandes enfoques: el heurístico, el de flujos/estructuras y el
80
No se debe perder de vista que toda explicación tiene como perspectiva una intervención. No se busca
satisfacer una necesidad morbosa de conocimiento por sí misma, sino con vistas a aprovechar ese
conocimiento para la intervención futura.

23
probabilístico. El heurístico es el que desecha la búsqueda de toda regularidad, enfatizando
la singularidad de cada evento. Hay diferentes maneras de hacer esto; la fenomenología, el
interaccionismo simbólico, los estudios culturales son algunas de las maneras más
desarrolladas. El estudio de flujos/estructuras pondera los vínculos (relaciones, entramados)
y las invariantes de los mismos (estructuras), aunque dependiendo de la teoría puede
acentuar más un aspecto que otros; finalmente, el uso de instrumentos estadísticos ha
desarrollado una capacidad de pensamiento flexible y permeable que busca regularidades a
partir de los agregados. La demografía o la economía, por ejemplo, indagan desde esta
perspectiva. El punto a resaltar es que cuando se trabaja en términos probabilísticos se
destierra la certeza como posibilidad.
Hay que agregar que estos enfoques no son en absoluto incompatibles o
excluyentes, por el contrario, suelen solaparse unos a otros. La complejidad atenta,
también, contra esta ingenua pretensión de clasificar, heredada de la Ilustración y que, por
inercia de la historia, aún a usar. Nos resulta todavía bastante difícil atender a un
conocimiento cuyos cimientos más sólidos, esas estructuras que concebimos como
evidentes, se desvanecen o, cuanto menos, se atenúan al punto de dejar de representar
estructuras. Entonces, más que estructuras, resultan ser mallas de conocimiento, mallas
flexibles, móviles no solo históricamente, sino también circunstancialmente. Cada
circunstancia, cada investigación, produce su propio entramado de saberes, que no es
exactamente igual al que se genera en otra investigación. La idea propuesta por Einstein, de
un espacio flexible, que puede curvarse, es la representación más aproximada a las mallas
de conocimiento.

El lugar de las teorías

¿Qué lugar queda entonces para las teorías? Pareciera que siendo el conocimiento un
entramado flexible y, por lo tanto, cada producto único e irrepetible, las teorías carecerían
de peso específico. En absoluto es así. Las teorías son las grandes directrices sobre las que
se trazan los mapas concretos. No solo orientan la atención y conjugan sentidos, también
performan el producto, desde el diseño mismo del dato hasta la compleja conectividad que
se establece en el interior de un fenómeno. Y así como la teoría orienta la producción de
conocimiento específico, éste reorienta de manera permanente a la teoría. La relación no es
unidireccional, sino pluridireccional. Ello explica parcialmente las divergencias existentes
en el dominio de cada cuerpo teórico, las “corrientes” teóricas, la conformación de
tradiciones a veces contrapuestas —otro factor importante y metateórico es la situación de
producción de conocimiento y teoría, es decir, las condiciones históricas en que ambas se
producen por agentes concretos, sujetos a restricciones y expectativas que guardan
correspondencia tanto con sus ubicaciones sociales, temporales y espaciales, como con
datos biográficos específicos ineludibles que llenan poros de sentido y pueden conformar
un sentido “paradójico” a la trayectoria esperable en función de las coordenadas social,
temporal y espacial—.
Voy a poner esto último con más detalle, tomando como ejemplo ese complejo nudo
teórico al que se designa de manera genérica como “marxismo”. 81 Hay dos puntos
81
Este ejercicio se puede replicar, con el conocimiento circunstanciado adecuado, a cualquier campo de la
ciencia: corrientes teóricas biológicas, antropológicas, geográficas, etc.

24
indubitables: 1) la conformación de sus núcleos fundamentales fueron establecidos por
Marx y Engels, y 2) sólo sus núcleos fundamentales fueron establecidos por Marx y Engels,
el cuerpo teórico los sobrevivió, siguió y sigue desarrollándose más allá de ellos. En tanto
teoría científica no ofrece ninguna respuesta a las situaciones reales, sino que orienta para
hacerse preguntas sobre las mismas. Y la formulación de preguntas (materialismo
dialéctico) para la obtención de respuestas coyunturales (materialismo histórico) es
realizada por agentes concretos; ni el proletariado ni los revolucionarios, como agregados
significativos son quienes realizan tales tareas. No, son personas con nombre, apellido,
fecha de nacimiento, necesidades y preferencias particulares. Las particularidades históricas
(sociales, políticas, más circunstancias personales) llevaron a que personas de gran
envergadura intelectual como Eduard Berstein y Karl Kautsky, ambos dirigentes del Partido
Obrero Socialdemócrata Alemán tuviesen fuertes disidencias en cuanto al desarrollo teórico
del marxismo, y luego éste último con Vladimir Lenin, y de éste con Rosa Luxemburgo.
Cuando estas desavenencias aparecen suele buscarse —siempre en vano— quién “tiene
razón”, como si hubiese algún modo de zanjar las diferencias y constatar quien ha hecho el
desarrollo “correcto”. La disputa la arbitra, en última instancia, la historia. Es en el decurso
histórico cómo se determina cuál de todas las versiones, o cuáles, o en qué parte cada una
de ellas, tienen poder fáctico de transformación de la realidad.
Las teorías, por lo tanto, subsisten si se mantienen fructíferas, si permiten organizar
y dar sentido a los hechos, pero en tanto y en cuanto tal sentido tenga eficacia, es decir,
mientras mantenga su poder de interpretación de los fenómenos y de acción sobre los
mismos. Las teorías que pierden esa cualidad, simplemente desaparecen o se olvidan. Por
ello es que sólo se verifica la bondad de una teoría en el transcurso del tiempo, las que
siguen vigentes son las “buenas teorías”.

Ciencia, verdad y eficacia

A fines del siglo XIX surgió, principalmente en Estados Unidos, la filosofía pragmática,
cuya piedra angular es la eficacia. No se trató de un “descubrimiento” sino más bien de un
reconocimiento. La adecuación de la ciencia en general, de las técnicas y las teorías, no se
enlaza con su correspondencia con alguna “verdad”, sino con su eficacia transformadora.
Cuando a inicios del siglo pasado se postularon la teoría de la relatividad general (A.
Einstein) y la mecánica cuántica (M. Planck) que “desmentían” a la mecánica de Newton,
esta última no desapareció ni dejo de ser utilizada —cualquier cálculo de estructuras para
construir un edificio o un puente siguen utilizando los conceptos de Newton—,
simplemente porque sigue teniendo un apreciable rango de eficacia en la transformación de
la realidad. Ha sido desplazada de otros ámbitos, como la astronomía o la física
subatómica, pero no en lo que hace a nuestra cotidianeidad. Sin embargo, la coexistencia de
teorías no debilita a la ciencia sino que, por el contrario, la fortalece. La fortalece en tanto
la hace más productiva; los distintos modelos teóricos permiten construcciones diversas con
distintos grados de eficacia en la transformación del entorno, en desiguales aspectos y
singulares cuestiones.
Esto nos lleva a reconsiderar la cuestión de la relación de la ciencia con la verdad.
Más arriba expuse que a la ciencia le es extraña la verdad. Pero se trataba de una primera
aproximación al problema. Con los nuevos elementos que hemos incorporado al análisis,

25
podríamos trazar una proposición superior a la anterior, y decir que la ciencia no la
descubre sino que la instaura o, para ser más preciso, elabora las alternativas de las cuales
surge la verdad que se instaura. No se trata, por supuesto, de la verdad ingenua, que
suponemos invariante y última, sino de una verdad eficaz, transitoria, pero con capacidad
de inaugurar espacios de realidad. Tomemos, por caso, la teoría atómica. Hoy casi todas las
personas están convencidas de que los átomos realmente existen; pocos son los que
admiten, con mesura, que se trata de una teoría eficaz, es decir, un modelo en base al cual
se han logrado transformaciones efectivas. La luz que nos alumbra se debe, en buena
medida —al menos la que se produce en centrales atómicas—, a la aplicación de esta
teoría. Pero no son pocos los físicos que se encuentran disconformes con la misma; no por
las aplicaciones que tiene —sobre las que no se puede dudar—, que surgen de las
cuestiones que la misma explica; sino, por el contrario, por todo lo que la misma no
explica.82
Este panorama surge más nítido aún en las ciencias sociales. La coexistencia de
teorías rivales potencia la eficacia de las ciencias sociales, en las que nunca una teoría logró
hegemonía al punto de invisibilizar al resto, como a veces ocurre en las ciencias naturales.
Un pequeño repaso ayudará a tener un mejor panorama de esta situación. Como ya ha sido
presentado, las condiciones que se demostraron favorables para el surgimiento de las
ciencias sociales han sido las de cambio social, pero no cualquier variación, sino los
cambios percibidos o realizados de manera más o menos abrupta y con una elevada dosis
de violencia, o al menos una violencia más visible que la media corriente. Así, la
emergencia geopolítica de la isla británica, que pasó de ser una tierra de pastores pobres
relativamente atrasada respecto de las poblaciones del continente europeo y más aún si se
compara con China o India —cuadro que refleja la situación del siglo XV—, fue la
evidente motivación de Adam Smith para su investigación que dio origen a la economía-
política. Pocos años después, fueron los cambios producidos en el proceso conocido con el
rótulo de Revolución Francesa lo que atrajo la mirada de Saint Simon y Comte; las
convulsiones políticas y sociales posteriores constituyeron el escenario sobre el que
reflexionó Durkheim. Asimismo, las guerras surgidas en Europa tras la Revolución
Francesa, que llevaron a la derrota a ejércitos considerados muy poderosos hasta entonces,
como el prusiano, fue el motivo explícito que indujo a Clausewitz a reflexionar sobre el
fenómeno. Unas décadas después, la vertiginosa expansión del colonialismo, y la necesidad
de una justificación facilitó la emergencia del racismo de A. de Gobineau.
No obstante ello, las ciencias sociales —algunos de sus autores, para ser más
preciso— se preocuparon por instituir un orden estable y durable. Así, tanto el pensamiento
de Durkheim como luego, más acentuadamente, el de Parsons, contribuyeron a la
formación de una imagen de estabilidad que ciertamente ha tenido efectos de estabilización
social. Ambos autores, pero más pronunciadamente el segundo, diseñaron con bastante
precisión la díada “normalidad – desvío”. 83 Para ello no sólo se valieron del poderoso

82
La teoría atómica no sirve, por ejemplo, para explicar la variación de las propiedades de las aleaciones
metálicas respecto de los metales que la integran. El acero, por poner un caso, tiene un comportamiento que
difiere del comportamiento del hierro y del carbono, elementos que lo constituyen, y de las propiedades de los
mismos conjuntamente consideradas.
83
La lista es, por cierto, mucho más extensa, tanto en científicos sociales como en el tiempo. En la misma no
se debe omitir a Cesare Lombroso, cuyo legado es más eficaz que lo que se le reconoce, o Frederick Taylor,
impulsor de uno de los mayores refinamientos para doblegar el poder político de los trabajadores en su propia
actividad.

26
instrumental de la estadística, utilizado bajo una ingenua pretensión descriptiva —hasta hoy
se sigue diferenciando la estadística descriptiva de la inferencial— sin advertir los efectos
performativos de la misma, que ya he señalado, sino que en el caso de Parsons fue por más,
y organizó un sistema equilibrado —fuertemente influido por el modelo newtoniano— pero
sin la rusticidad de los pensadores decimonónicos: incorporando el modelo pulsional de
Freud, como forma refinada de la perspectiva individualista de Weber. Es en gran medida
por su influencia que el conflicto, generador de las ciencias sociales, deja de ser mirado
como la norma (lo normal) y pasa a ocupar el lugar de lo patológico, lo evitable e
indeseable. El conflicto, como sinónimo de desorden, de caos, de imprevisibilidad y de
peligro azuza miedos atávicos, y tiene como contrapartida la idea de orden, armonía,
previsión y seguridad.
Sin embargo, cualquier análisis circunstanciado pondrá en evidencia que estos
últimos son valores positivos que excepcionalmente tienen correspondencia con la realidad.
Son, en el mejor de los casos, sensaciones —individuales o colectivas— sobre situaciones
que, regularmente, no varían demasiado.84 Lo normal no es, pues, lo típico, sino lo social y
científicamente instaurado y a lo que concurrimos o tendemos volitivamente. Lo normal,
como la verdad, son construcciones bajo el diseño científico, sin que por ello podamos
afirmar que los científicos pretendan “engañarnos”: constituyen saberes-verdades.
Ciertamente nadie tiene la libertad de sostener cualquier cosa. Los discursos
científicos reconocen, para legitimarse, ciertas normas internas al quehacer, ciertos
parámetros impuestos por el propio campo, y, por sobre todo, requieren ser eficaces. La
eficacia no necesariamente está en correspondencia con la voluntad de los científicos.
Puede, incluso, oponerse a la misma, y eso no incide en la eficacia. Esta última es la
capacidad del uso de las teorías para lograr efectos en la modificación del entorno, para lo
cual es indispensable contar con los recursos que lo hagan posible, o dicho en otras
palabras, poder hacerlo. Se trata, por lo tanto, del poder. No es, en consecuencia, un
proceso que conduce a la instauración de una verdad (ex ante) sino una verificación de lo
que ocurre (ex post).
La relación de la ciencia con el poder, tal como he tratado de mostrarla, ha sido
muchas veces íntima, aunque no exenta de contradicciones. Los conocimientos en
disposición de nodos de poder, acrecientan la disimetría, dan más poder al nodo que posee
tales saberes. Pero por sí mismo carecen de capacidad de generar poder. Por otra parte, hay
teorías para enfrentarse al poder —el ejemplo más acabado es el marxismo—, lo que
tampoco significa por sí mismo que genere alteraciones en las relaciones de fuerza. Se
contraponen, en tal caso, las verdades construidas. Abstracciones tales como “individuo” o
“intimidad” constituyen actualmente certezas para nosotros, como para los creyentes la
constituye la existencia de dios, y para los antiguos egipcios el poder divino del sol. Cada
teoría, en su interacción con el entorno construye sus evidencias, sus datos y, finalmente,
sus certidumbres.

84
Foucault logró localizar, para el caso francés, que hacia el final del primer tercio del siglo XIX comenzaron
las “campañas” sobre un presunto aumento del delito, sin que se verificaran cambios sustantivos en las tasas
de delitos observados (cf. Vigilar y castigar). Es bastante sencillo observar cómo la prensa suele hacerse eco
de algún tipo de delito en particular y presentarlo como si fuesen plagas que aparecen de golpe; así, por
momentos saturan informaciones sobre violaciones, en otros momentos sobre robos de bancos, robos en
motos, “hombres-araña”, etc., sin que tales hechos tengan una incidencia especialmente marcada en los
mismos períodos.

27
En el caso de las ciencias sociales, su propio objeto —los humanos y sus
vinculaciones— permeabiliza tanto las teorías como el objeto, facilitando la circulación de
algunas proposiciones de las mismas en construcciones caóticas, contradictorias, y en
algunas circunstancias, hasta en versiones inverosímiles. Todo esto es lo que se conoce
como sentido común. Esta vulgarización fragmentaria de las teorías sociales más que
facilitar, dificulta su estudio, ya que portamos significados distintos para los mismos
significantes, lo cual torna dificultosa la comunicación e interpretación común tanto de los
cuerpos teóricos como de los hechos o procesos analizados. Por otra parte, en tanto ese
conocimiento permite a sus portadores orientarse en el mundo social, le brindan confianza y
lo inducen a pensar en la suficiencia del mismo. Y cada situación que le resulte
sorprendente, paradójica o irresoluble, lo reenvía al territorio de lo místico (la mala suerte,
la voluntad de dios, el destino, las fuerzas astrales, etc.) con lo cual su arsenal se mantiene
incólume y libre de toda crítica. Es en este contexto en que se apela con vehemencia a la
verdad.

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