La antropología social surgió primero como práctica y luego como socialización
profesional. Y a lo largo de su trayectoria ha construido su metodología y teoría, para esto hay que señar la relación que existe con el Estado, nacionalismo, y proyectos indigenistas, la disciplina se ha forzado a reinventarse según distintos contextos presentes apelando hacia la descolonización del conocimiento.
El evolucionismo y positivismo tuvieron un peso importante entre los académicos
mexicanos en las discusiones de temas antropológicos. Uno de ellos fue Molina Enríquez quien clasifica a la sociedad mexicana de acuerdo con su progreso cultural.
Mestizos Representaban el progreso, , habitantes del centro y el Molina Enríquez afirmaba
centro-norte del país, protagonistas en las empresas más que los mestizos eran los productivas, en las profesiones modernas, en el arte y en la ciencia únicos capaces de Indios Aunque numéricamente mayoritarios y legalmente iguales, desarrollar el espíritu se encontraban en situación de inferioridad y fuertemente nacionalista: los blancos Blancos constituían una minoría parasitaria que vivía de las rentas poseían una psicología proporcionadas por los latifundios extranjerizante y los indios
una psicología localista. La solución, entonces, estaba en la expansión del
mestizaje: los indios deberían convertirse
En México pues la antropología social se consolidó como una disciplina
“sociocultural” que fue responsabilizada de diseñar y conducir un proceso de aculturación inducida para asimilar a las poblaciones indígenas a una sociedad nacional que se concebía como un resultado del mestizaje. La antropología del siglo XX en México es hija ideológica de la Revolución Mexicana de 1910 y fue concebida como un instrumento del Estado para el logro y consolidación de una sociedad nacional de cultura nacional. Los círculos políticos de la época, sobre todo en los tiempos del General Lázaro Cárdenas, concibieron la variedad lingüística y cultural del país, como una formidable barrera para lograr la consolidación de la Nación. Durante un largo período de tiempo, el indigenismo mexicano no sólo se constituyó en el eje de la práctica antropológica del país, sino que alentó el estudio de los pueblos indígenas como un tema casi exclusivo de la antropología social y de los antropólogos en el país.
La primera crítica bien elaborada al indigenismo se publicó en un libro colectivo
firmado por Arturo Warman, Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera, Margarita Nolasco y Enrique Valencia, De eso que llaman antropología mexicana, que constituyó un punto de llegada y otro de arranque en la antropología mexicana. Sin duda, el movimiento estudiantil de 1968 fue un contexto determinante en la redacción de ese libro. El libro se publicó justo en los inicios de una década en la que se desató un proceso de diversificación en la antropología mexicana.
En las décadas posteriores se funda el Departamento de Antropología de la UAM-
Iztapalapa, se consolida el CIESAS como el centro de investigaciones antropológicas más importantes del país, desde donde llegaron notables impulsos a la etnohistoria y a la diversificación temática de la antropología. Se alentaron proyectos de investigación en ramas como la antropología de la política, la antropología urbana, la antropología de la religión, el estudio antropológico de la educación y otros temas tradicionalmente olvidados por los antropólogos, aunque siempre hubo excepciones. La década de los 70 ´s inició no sólo la diversificación de la enseñanza sino la apertura de la antropología a nuevos temas, además de la revitalización de los estudios regionales que Manuel Gamio iniciara en los años 1920. Se transitó de la casi homogenización de la antropología mexicana alrededor del indigenismo a la heterogeneidad actual. Problemas como el de la forja de las identidades, la migración, la antropología del deporte, el estudio político, la cibercultura, los estudios de género, constituyen campos que en los
inicios de la antropología en el siglo XX estaban débilmente contemplados. La
diversificación temática de la antropología mexicana ha continuado, a la par que un reconocimiento de que la cultura mexicana no puede reducirse a categorías fácilmente delimitadas (indígena o mestiza, tradicional o moderna, “profunda” o “artificial”).