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Introducción
Sabemos que el proceso de composición de los libros bíblicos fue lento, muy
diferente a la concepción que hoy tenemos de la edición de un libro.
Por una parte, la consignación por escrito no pretende transmitirnos al pie de la letra
lo sucedido o dicho, sino que intenta conservar su recuerdo con la interpretación y sentido
que tenía en el momento de escribirse. De allí que a veces de un mismo acontecimiento, ley
o palabra puedan encontrase diversas interpretaciones, o que un solo texto conjunte
tradiciones diferentes. Los autores sagrados no solían quitar el sentido ya dado; a lo sumo,
añadían la nueva interpretación.
La redacción definitiva de los libros, nos lleva al último paso de este proceso, al
cual llamamos el arreglo canónico, es decir donde todos los libros son ordenados para
formar el canon.
Muchos de los libros bíblicos son anónimos. Otros libros llevan la firma del autor
que los compuso. Algunos más, la tradición o el título los adjudica a un autor famoso, pero
en tal caso no es una atribución verídica bajo el punto de vista literario e histórico. Aunque
no conozcamos el nombre exacto de su autor, lo importante es que detrás de esos escritos
hay un mensaje o contenido teológico donde Dios se ha revelado en la comunidad. Esto no
suprime los esfuerzos por ubicar en el tiempo y en el espacio una obra concreta, ya que así
podremos comprender mejor su situación comunicativa y su finalidad en un punto concreto
de la historia.
La Biblia fue escrita en tres idiomas: hebreo: la mayor parte del AT; arameo:
algunas partes de los libros de Esdras y Daniel; y griego: algunos libros y partes del AT (en
la Septuaginta) y todo el NT. (Málek et al., 2012).
Propiamente hablando, no hay uno sino dos cánones: el hebreo (o sea el del Antiguo
Testamento, según la terminología cristiana) y el del Nuevo Testamento.
Convencionalmente, sin embargo, suele hablarse de un segundo canon del Antiguo
Testamento, el griego, que otros llaman alejandrino o de Alejandría, dando también el
nombre de palestino o de Palestina al hebreo. No todos los autores están de acuerdo con
este concepto tricanónico, pues consideran, que no puede llamarse canon, con propiedad, la
lista de libros que forman parte de la llamada Septuaginta, que es sólo una versión griega
del canon hebreo en formación, con la adición de libros y textos de especial interés para los
judíos alejandrinos, quizá desde un punto de vista más literario que religioso, libros que
eran muy leídos y apreciados entre ellos.
Algunos autores creen que, si ha de hablarse de tres cánones, el otro del Antiguo
Testamento es más bien el Samaritano, que consta únicamente del Pentateuco. Todavía
otros autores consideran que hay que considerar también como otro canon
veterotestamentario el de la comunidad de Qumrán, que incluía libros que no figuran en la
Septuaginta, y omitía el libro de Ester. La verdad es que en realidad no se sabe de ningún
dictamen de las autoridades religiosas judías, ya fuera de Palestina, ya de Egipto
(Alejandría), que hubiera fijado y cerrado un canon de escrituras para los judíos de este
último país (Gonzalo, 1980), los que fijaron el canon griego fueron los cristianos de la
iglesia occidental, a finales del siglo IV.
Conclusión:
Referencias
Málek, L., Zesati, C., Junco, C., & Duarte, R. (2012). El mundo del Antiguo Testamento.
Verbo Divino.