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LECTURAS DE
CIENCIA POLÍTICA
OM
TOMO I
.C
María L. Aguerre
Luis Barrios
Gloria Canclini
DD
Juan J. Calanchini
Luis Mª Delio
Ana Gastelumendi
LA
COORDINACIÓN DE LA OBRA:
Juan J. Calanchini
FI
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A MODO DE PRÓLOGO
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“cartografía”, para una visualización del objeto de estudio a partir de diversas
lentes y, por otra, una sistematización de temáticas dispersas y de difícil acceso
para el estudiante universitario, así como para quien leyere….
El eje de éste proyecto, se establece desde la presentación del Dr. Delio, quien
parte de parámetros cambiantes para establecer una data del nacimiento de “la
política”, desde una mutación antropológica y epistémica de la Grecia de Pericles
en el siglo V, y las sucesivas en la historia, que conducen a las conformaciones
actuales del Estado-Nación y la “Política”, así como los complejos atributos y
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lecturas diversas de ambas cuestiones deteniéndose en la matriz jurídica de la
ciencia política decomonínica.
La presentación de la Licenciada Canclini, supone un engarce con esa histo-
ria para entrar de lleno a discutir “la política” y, de modo específico al “…de que
DD
hablamos cuando hablamos de política”.
Difícil cuestión semántica que se profundiza, en el trabajo de éste coordina-
dor, al rediscutir lo anterior, desde la “tierra de las ideologías” y de los “imagina-
rios socio-políticos”, que tienden a mostrar a la política como una película velada
cuando no explícita-de intereses conflictivo, actuados desde apropiaciones histó-
ricas, por parte de las diversas formas de poder y de las resistencias consiguien-
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para finalizar el trabajo de Aguerre, con una puesta a punto de otra forma predo-
minante, aquella del Estado Populista.
En esa densa materia evolutiva, se inserta Luis Barrios para analizar las
tendencias “políticas globales”, presentando un marco comprensivo en que re-
leer las cuestiones resultantes de las formas estatales previas, dentro de una
visión de las “relaciones internacionales” como “…un nuevo orden naciente…” y
el consiguiente conflicto “…por la ordenación de esos espacios…”. Descoloniza-
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ción, Tercermundismo y No Alineación, son nuevas lecturas y realidades, que
introduce el autor.
En suma, como propone Barrios, “…el fin de una historia… y el comienzo de
otra…”, resultan de su fino análisis histórico, con el que cierra otra sección de
estas “Lecturas”.
A partir de las bases sentadas en los capítulos precedentes, abordamos el
tema central subyacente en la política de la modernidad: la teoría de la Repre-
sentación Política, leída como sustrato de la Democracia Representativa.
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En éste momento se tensan las lecturas de la democracia y la , representa-
ción, por las críticas proveniente desde diversas tiendas- Kelsen, Michels,
Sschumpeter, que conducen a la pragmática de elaborar “indicadores” de diver-
sa naturaleza para su mensura y la adopción de un concepto menos valorativo y
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más descriptivo, como aquel de la noción de Poliarquía.
Se lee “el malestar de la sociedad civil” con la teoría de la representación, se
exponen diversas teorías de su crisis y toda esta cuestión reconduce a éste coor-
dinador a presentar una nueva lectura de esa cuestión, atendiendo a la idea de
Gobernabilidad en sentido lato y leyendo ese malestar a la luz del concepto de
Participación socio-política en una sociedad en un momento dado, lo cual nos
reconduce a una de las cuestiones centrales de éste vasto entramado, como es un
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muy detenido análisis de los partidos políticos, que serán los contenedores y
portadores de esas dos cuestiones.
En el capítulo final de estas “Lecturas”, éste prologuista, atiende al otro lado
de esa compleja trama en gran parte normativa que venimos de exponer en la
tríada” Representación – Gobernabilidad – Partidos Políticos, introduciendo en
escena a quien denomino “el nacimiento del individuo privado”. El nacimiento de
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INTRODUCCIÓN
Luis Mª Delio1
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Esta introducción tiene solamente el propósito de presentar en algunos de
sus aspectos destacables, el universo de la política entendida como actividad y
como conocimiento desde una perspectiva histórica. De manera que primera-
mente atenderemos las tempranas expresiones reflexivas que tomaron por obje-
to lo político, para después presentar en su esencialidad, la multiplicidad de
enfoques que la “ciencia Política” ha desarrollado en sus diversos momentos.
Desde el punto de vista de esta distinción primaria (actividad-conocimiento),
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distinción que respeta el propio desarrollo histórico, la política como actividad,
emerge como expresión connatural de toda sociedad humana. Lo que el sentido
común inexperto reconoce como propiamente político, esto es la organización y
distribución del poder en cualquier comunidad, se manifiesta tempranamente al
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igual que las actividades económicas (producción, intercambio y circulación de
bienes) o simbólicas y sociales (valores y creencias expresadas en poderes de prác-
ticas rituales o religiosas con reconocimiento social). Desde de este punto de vis-
ta, actualmente no puede negarse la existencia de conformaciones políticas ante-
riores aún a las tradicionales formas clásicas de la antigüedad. Pero es indudable
que las formas más complejas de los comportamientos políticos, aquellas que tu-
LA
1
L. M. Delio Machado cursó estudios de Licenciatura en Filosofía, Ciencias Históricas y Maestría
en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Realiza y concluye estudios de doctora-
do en la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente desarrolla actividad docente integrando
las Cátedras de Historia de las Ideas y de Ciencia Política así como la Coordinación de esta última
en la Facultad de Derecho (UDELAR).
concebida por una razón o logos universal. Este ingenuo optimismo les impidió
discriminar la naturaleza humana como algo diferente o autónomo de otras rea-
lidades. Al tomar en cuenta exclusivamente “los elementos objetivos del univer-
so, se creyó que representaban el todo y que la conquista teórica de ese todo
agotaba cualquier otra posibilidad de conocimiento. (...) La filosofía había ido
hasta el fondo de aquello que consideró el todo – el mundo exterior– y se detuvo
ahí, definitivamente” (TSATSOS, 1982: 45). Pero estas concepciones físicas o
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cosmogónicas, como señalamos, entrarán en crisis en el transcurso del siglo V.
La articulación de un nuevo horizonte filosófico pautado por intereses diferentes
del período precedente, denota una profunda transformación en la vida y menta-
lidad griega. Este proceso estará pautado por el alejamiento de los valores tradi-
cionales de los tiempos monárquicos, principalmente religiosos cuyo signo visi-
ble puede constatarse en la evolución de la tragedia, en el papel asignado a los
dioses y sus relaciones con los mortales. Si durante el período monárquico, el
poder, la excelencia o areté aristocrático estuvo vinculado al nacimiento y se
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manifestaba por el valor en el combate, ahora, el desarrollo de la vida económica
ha incrementado la riqueza que termina reemplazando los valores aristocráticos
por otros “burgueses” (CAPELLE, 1972). El nuevo pecado de los tiempos nuevos
será la intemperanza; “en contraste con la hybris del rico se perfila el ideal de la
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sophrosyne. Está hecha de templanza, de proporción, de justa medida, de justo
término medio. Nada en demasía, tal es la fórmula de la nueva sabiduría. Esta
valoración de lo ponderado, de lo moderado, da a la arete griega un aspecto bur-
gués: es la clase media la que podrá ejercer en la ciudad la acción moderadora,
estableciendo un equilibrio entre los dos extremos: la minoría de los ricos y la
multitud de los desposeídos” (VERNANT, 1965: 67). Y el ideal del “justo medio”,
sobre todo en la vida política ateniense y la “justa medida” tiene como mejor
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exponente a Solón y sus reformas. Solón fue llamado por sus compatriotas para
resolver la crisis provocada por el antagonismo entre campesinos pobres y en-
deudados y aristócratas propietarios del suelo. A juzgar por la tradición, Solón
resolvió esta crisis esforzándose en mantener un cierto equilibrio entre los gru-
pos: suprimió la esclavitud por deudas y liberó las tierras hipotecadas, aunque
por otro lado mantuvo cierta desigualdad entre los diferentes grupos humanos
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cada una de las fases puede señalarse por anticipado: la injusticia engendra la
esclavitud del pueblo y este a su vez, produce la sedición” (VERNANT: 68). De
manera que si la hybris es desplazada por la sophrosyne (prudencia), diké y
sophrosyne, bajadas del cielo a la tierra, se instalan en el espacio público de la
polis (ágora). Con el proceso político de los reformadores, Solón, Clístenes y
Pisistrato, el ámbito político deviene espacio eminentemente humano y se impo-
ne acercar la justicia más terrenal a la del demos; esta transición la podemos
visualizar cuando “sólo a través del voto prevalecerá la opinión del pueblo, y la
Demou Themis se convertirá en Demou Cratos” (GLOTZ, 1957: 50). Es este acer-
camiento lo que funda el milagro griego, y por ello “lo que se ha realizado a través
de los griegos es una «revolución política»” (MEIER, 1985: 9).
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tica, el derecho positivo, la retórica y la oratoria como necesidades democráticas.
La riqueza que presenta la diversidad de experiencias políticas griegas se
proyecta en la terminología fundamental del lenguaje político moderno. Térmi-
nos como democracia, oligarquía, tiranía, timocracia, entre otros, reciben su pri-
maria denotación en esos tiempos. Las primeras reflexiones sobre las formas de
organización política las hallamos en las Historias de Herodoto, donde figura el
relato del sueño del rey persa y la discusión que sus hijos mantienen en cuanto a
determinar qué forma debe adoptar su reino (democrática, oligárquica o monár-
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quica), constituyendo una primera clasificación de los gobiernos2 . Y otro histo-
riador, Tucídides opina abundante y críticamente respecto a la situación política
de su tiempo, al predominio de Pericles y la Guerra del Peloponeso3 . Las expe-
riencias políticas griegas presentan enorme diversidad y riqueza que no pode-
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mos actualmente detallar aquí en toda su extensión. Pero una idea aproximada
de esta diversidad, puede confirmarse por la atención que algunos escritos
aristotélicos, –actualmente perdidos–, dedicaron a la descripción de 158 consti-
tuciones de distintas poleis griegas, de las cuales solamente ha sobrevivido la de
Atenas4 . La vasta experiencia de la Grecia clásica, como dijimos anteriormente,
implicó reflexionar la politeia en su doble sentido, como “comunidad de ciudada-
LA
2
“Herodoto cuenta, en forma de animado diálogo, el debate que tuvo lugar entre los más importan-
tes notables persas, en el año 522/521 a. C., acerca de la mejor forma de gobierno. Y destaca sobre-
manera el hecho de que entre las propuestas formuladas en aquella ocasión estuviese incluida
también la que proponía instaurar la democracia en Persia. Lo repite asimismo en otro lugar,
donde cuenta que el sátrapa Mardonio, al preparar el ataque contra Grecia, estaba instaurando
democracias en Jonia (III, 80; VI,, 43). Es difícil decir qué se entendía por democracia en un reino
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de proporciones tan enormes como las del imperio persa. No obstante, no hay que excluir que esta
tradición tuviera un fundamento. Probablemente el noble persa Otanes, autor de esa propuesta,
pretendía propugnar un retorno a la costumbre de igualdad vigente en la antigua Persia: un retor-
no a la antigüedad que debía afectar únicamente al núcleo originario del que luego había ido sur-
giendo el inmenso imperio. La propuesta no prosperó, pero Otanes y sus descendientes obtuvieron
un estatuto de independencia especial. También es posible, como ya se ha dicho, que Herodoto dé
importancia al hecho - y es evidente que le da muchísima puesto que construye todo un diálogo en
torno a la escandalosa propuesta de Otanes - a fin de poner al descubierto una especie de prioridad
persa en la cuestión de la democracia (el episodio es diez años anterior a las reformas de Clístenes,
que en la tradición ateniense constituían uno de los puntos de inicio más acreditados de la experien-
cia democrática)”. Canfora, L. La democracia. Historia de una ideología. Barcelona. Crítica.
2004. p. 31.
3
En el célebre “discurso” de Pericles en honor a los muertos, Tucídides describe el régimen político
democrático de la Atenas de entonces (VII), el “Discurso de los tebanos contra los de Platea y muerte
de éstos” (X) deviene una crítica de la política ateniense y en la “Parcialidad y bandos que aparecen
en Corcira y en las demás ciudades griegas por causa de la guerra y de los daños que ocasionaba”
(XII) examina la configuración de los “partidos” de la Atenas en tiempos de la Guerra.
4
Además de las “constituciones”, otras obras de Aristóteles que no llegaron al presente, abordaban
cuestiones políticas entre las que figuran: El Político, De la Justicia, Alejandro o De la colonización
y De la monarquía. Ver: Jaeger, W. Aristóteles. Bases para una historia de su desarrollo
intelectual. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1993. pp. 298-299.
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saria condición de la existencia social de los hombres civilizados. (...) Los helenos
fueron, pues, los primeros que pensaron sistemáticamente acerca del arte de la
política (nadie disputará tal extremo), los primeros que observaron, describieron,
comentaron y, en fin, formularon teorías políticas. Por buenas y suficientes razo-
nes, es el caso que la única democracia griega que podemos estudiar en profundi-
dad, la de Atenas en los siglos V y IV a. C., fue también la más fecunda intelec-
tualmente” (FINLEY, 1980: 22).
Los mejores frutos de la reflexión política griega, proceden de este escenario
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donde emerge la Politeia (República) platónica como paradigmática expresión de
teorización política, inscripta en el primer sistema filosófico y los posteriores
desarrollos, lo confirman. Es indudable que Platón pretendía “hacer de la políti-
ca una ciencia, uniéndola inseparablemente con la teoría de la virtud individual
DD
y basándola en el conocimiento de la Idea del Bien. La República está construida
sobre una investigación de la esencia de la justicia” (JAEGER, 1993: 300). Y sin
embargo, aun considerando estas profundas reflexiones estamos distantes del
conocimiento “científico” de lo “político”, si es que algo así puede concebirse en
forma absoluta. Es obvio que hallamos en las obras de Platón (República, El
Político y Leyes) un conocimiento que estrictamente aborda temas políticos tales
como la forma de gobierno y sus detentadores, las instituciones, las disposicio-
LA
sicas5 . Pero aún estos escritos más “especializados” en lo político, siempre están
inscriptos y subordinados a lo que el filósofo denominaba “filosofía práctica”. Por
ello aún en estos escritos, entre los cuales destaca su Política, ésta comparte el
grupo de las obras éticas (Nicomaquea y Eudemia), cuya finalidad no “es mera-
mente la de suministrar la verdad, sino también de afectar a la acción” (BARNES,
1993: 129). Siempre esta reflexión política, sin perder su cualidad, se inscribe en
una dimensión más amplia, la ético-filosófica. Todas las reflexiones políticas grie-
gas se encuentran dominadas por la eticidad y la política opera como campo
instrumental al servicio de un fin superior, sea éste la justicia, el bien, o la felici-
dad. Y esta dependencia de la vida política a bienes éticos superiores, como vere-
mos, perdurará hasta los albores de la modernidad.
La politicidad del mundo griego siempre estuvo constreñida al ámbito de la
polis. Cuando Platón, en oposición a la realidad política de su tiempo, ideó una
5
Un buen examen de las teorías platónica y aristotélica relativas a las formas de gobierno se
encuentran en: Bobbio, N. La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamien-
to político. México. Fondo de Cultura Económica. 2006.
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formas de asociación política, la polis sigue siendo la mejor por ser la más racional
y adecuada para alcanzar su fin, esto es la felicidad y el bien. Recién, durante el
período helenístico, con el decaimiento de la polis tradicional y el advenimiento
de estructuras políticas más amplias, ya en tiempos alejandrinos, Teofrasto desa-
rrolla una teorización política monárquica. Las corrientes filosóficas helenísticas,
epicureísmo, escepticismo, pero sobre todo el estoicismo, aportarán los funda-
mentos teóricos para aceptar el desborde restringido de la polis. Bajo el helenis-
mo, el ciudadano de la polis se universaliza transformándose en ciudadano del
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mundo. Al admitirse una organización política más abarcativa que la polis, ésta
terminará por ceder ante la cosmópolis. En lo que respecta a las formas políticas
genuinamente helenísticas, la monárquica es la más representativa y llamada a
sobrevivir en la nueva hegemonía romana. Como ha señalado Truyol y Serra:
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“La concepción helenística de la monarquía pasó a Roma, pero insertándose, en una
primera fase (el principado, instaurado por Augusto como princeps civium, 27 a. de J.
C.), en las formas republicanas de la constitución tradicional, para orientarse luego
hacia una autocracia expresa (el dominado - por convertirse el príncipe en señor,
dominus -, instaurado oficialmente por Diocleciano, pero ya efectivo antes). Con la
extensión del monoteísmo, unida a la penetración de cultos orientales, la divinización
personal del emperador hubo de hacerse cada vez más convencional, pasando éste a
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tructurales emprendidas por Diocleciano. Este emperador instaura una novedosa
división territorial y el dominado como el último intento del fortalecimiento de
los valores imperiales sustentados en fundamentos religiosos paganos. La políti-
ca religiosa de Diocleciano desató las últimas persecuciones de las comunidades
cristianas, pero en contraposición, sus sucesores iniciarían el camino de la tole-
rancia religiosa expresada en los edictos de Galerio del 311 y el más célebre de
Milán, sancionado por Constantino el Grande en el 313, que terminarán por
aceptar las estructuras eclesiásticas cristianas. Es indudable que durante la pri-
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mera mitad del siglo IV, el cristianismo, concebido como corpus es asimilado e
incorporado a la estructura jurídica pública romana. Como bien lo ha demostra-
do Ullmann en una de sus obras7 , las relaciones del estado romano constantiniano
con las comunidades cristianas estuvieron determinadas por las prerrogativas
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tradicionales del derecho público romano vigente en aquellos tiempos. Como afir-
ma el autor citado:
“... el derecho público romano permaneció en íntima conexión con el papel del emperador
como pontifex maximus. En forma bastante significativa, este papel había sido asumido
por Augusto alrededor del año 12 a. C. y permaneció en la designación de los emperadores:
Constantino lo usó así como sus sucesores hasta Graciano en el 379. (...) Considerando,
por lo tanto, su papel de pontifex maximus, se puede entender sin esfuerzo cómo y por qué
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las miradas a las medidas legislativas de Constantino confirmará la importancia del dere-
cho público para comprender la comúnmente llamada política religiosa de Constantino”
(ULLMANN, 2003: 18)
Pero a pesar de ser en este aspecto una continuidad, los tiempos constanti-
nianos implicaron la gran transformación del imperio. La resignificación de la
vieja colonia griega de Bizancio como la nueva capital imperial, ahora denomi-
nada Constantinopla, libera a la Roma pagana de su función política para co-
menzar a cumplir el nuevo rol espiritual que el cristianismo católico le destina
como sede pontificia. Los nuevos tiempos estimularon y orientaron las
teorizaciones en materia política, especialmente las vinculadas al tratamiento
de las relaciones, cooperativas o tensas según las circunstancias, entre el Impe-
rio y la Iglesia. Con la decadencia del imperio romano occidental del siglo V como
6
Ver nota anterior.
7
Ver especialmente “El significado constitucional de la política de Constantino frente al cristianis-
mo”. En: Ullmann, W. Escritos sobre teoría política medieval. Buenos Aires. EUdeBA. 2003.
pp. 11-33.
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rio e Iglesia adquiere su punto más alto en el siglo XI en tiempos de la reforma
gregoriana bajo la “querella de las investiduras9 , pero ello es sólo el punto culmi-
nante de un proceso iniciado en la navidad del 800 con la coronación de
Carlomagno por el papado. Con la reforma gregoriana se acelera el proceso de
concentración del poder papal que culmina con el máximo predominio de la ins-
titución en la primera mitad del siglo XIII en tiempos del Inocencio III. Durante
los tiempos bajo-medievales, la teoría política atendió la cuestión de la jurisdic-
ción y la soberanía de las figuras imperiales, monárquicas o pontificias y conse-
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cuentemente, la teorización política se enmarca en el campo jurídico. La litera-
tura que examina la teoría política de esta etapa, fundamentalmente la
circunscripta a lo que tradicionalmente se denomina baja Edad Media, es abun-
dante y al mencionado Ullmann, debemos agregar los escritos de von Gierke10 ,
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Miethke11 , Figgis12 , Black13 y Kantorowicz14 entre otros. Las aspiraciones del
poder universal de los pontífices, serán cuestionadas por la reinstalación de las
fronteras entre poder secular y espiritual que realiza el Dante en su Monarchia.
En esta obra se afirma una distinción llamada a tener éxito en la modernidad,
consistente en que el “asegurar al hombre una vida feliz en este mundo, es la
tarea de la soberanía laica: la felicidad de la vida celeste sólo puede ser consegui-
da por la Iglesia”. La “autoridad imperial es considerada explícitamente por Dante
LA
8
Ullmann, W. Principios de Gobierno y Política en la Edad Media. Madrid. Editorial Revista
de Occidente. 1971.
9
Una buena compilación documental de textos ordenada cronológicamente relativos a esta proble-
mática puede verse en: Gallego Blanco, E. Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad
Media. Madrid. Revista de Occidente. 1973.
10
Gierke, O. Teorías políticas de la Edad Media. Buenos Aires. Editorial Huemul. 1963.
11
Miethke, J. Las Ideas Políticas en la Edad Media. Buenos Aires. Biblos.1993.
12
Figgis, J. N. El derecho divino de los reyes y tres ensayos adicionales. México. Fondo de
Cultura Económica. 1983.
13
Black, A. El pensamiento político en Europa, 1250-1450. Cambridge University Press. 1996.
14
Kantorowicz, E. H. Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval.
Madrid. Alianza Editorial. 1985.
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Religiosa y los valores renacentistas estimulan el nuevo individualismo al tiem-
po que se produce el fortalecimiento de las estructuras que darán fundamento a
los estados modernos. En este contexto, una obra de Nicolás Maquiavelo, El Prín-
cipe, adquiere relevancia particular por concebir a la política como un campo de
conocimiento y acción con reglas propias e independientes de las tradicionales
consideraciones éticas y morales. El mérito de Maquiavelo en lo que respecta al
desarrollo del conocimiento de lo político, ha sido reconocido por múltiples auto-
res, especialmente por los cientistas políticos actuales. Es que el valor de El
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Príncipe, no se limita a presentar un conjunto de consejos útiles para el gober-
nante puesto que constituye también un reservorio conceptual que tiene por ob-
jeto la naturaleza del Estado moderno. De esta forma la obra de Maquiavelo
puede ser concebida como genuina expresión del incipiente Estado Nacional que
DD
se abre paso para dejar atrás al universalismo medieval en sus dos vertientes; la
imperial temporal y la espiritual pontificia. Si el pensamiento de Maquiavelo
despoja a lo político de sus ataduras con la eticidad, en el siglo siguiente y desde
una reflexión más sistemática y abarcativa, se potenciará la reflexión de lo polí-
tico como teorización filosófica. Y ello solo fue posible cuando la escolástica da
signos de agotamiento y con Grocio “una verdadera ciencia de la moralidad se
hizo posible y sus intuiciones fueron exploradas y sistematizadas por varios se-
LA
15
Una buena exposición de las teorías contractualistas modernas puede hallarse en Bobbio, N.;
Bovero, M. Sociedad y estado en la filosofía moderna. México. Fondo de Cultura Económica.
1994.
16
Especialmente su “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” y el célebre
“Contrato Social”.
OM
La “ciencia política” decimonónica: ciencia del Estado
.C
lidad académica e institucional de la disciplina, es un enfoque posible para de-
terminar su acta de nacimiento. Sin duda, la “ciencia política” se inscribe en el
concierto de las disciplinas “sociales”, “humanas”, dependiendo del encuadre
espistémico que adoptemos, pero su inicial presencia como disciplina con tal de-
DD
nominación en estructuras académicas, se produce en el campo de las institucio-
nes de enseñanza jurídica. Desde este punto de vista, las primeras manifestacio-
nes académicas denominadas “Ciencia Política” emergen en la segunda mitad
del siglo XIX y en estas podemos reconocer dos tradiciones: la anglosajona y la
hispana, ambas vinculadas, como veremos al campo del derecho.
En la tradición norteamericana, el término “ciencia política” fue acuñado por
el profesor de historia Herbert Baxter Adams17 , en ocasión de iniciar los semina-
LA
17
Herbert Baxter Adams (1850-1901) tuvo formación en disciplinas históricas y es considerado el
difusor de la metodología crítica de la historiografía alemana decimonónica en los Estados Unidos.
Logró influenciar la actividad historiográfica a través de la Asociación Histórica Americana por él
fundada en 1884.
18
Janet, Paul. Histoire de la science politique dans ses rapports avec la morale (2 Vol.
1872). Nueva edición de L’Histoire de la philosophie morale et politique dans l’antiquité et
les temps modernes (2 Vol. 1858).
19
Lieber nace en Berlín en 1800, estudia medicina, incorporándose al cuerpo de cirujanos militares
prusiano. Por las heridas recibidas en Waterloo, regresa a Berlín como soldado licenciado y su
afición a las letras lo impulsan a matricularse en la Universidad de la capital prusiana. Afiliado a
los movimientos liberales de entonces, fue detenido y sentenciado algunos meses a prisión con pro-
OM
Política (1903). Como ha señalado Gunnell, “Lieber puede ser designado razona-
blemente como el fundador de la ciencia política americana, entendida esta últi-
ma como un esfuerzo discursivo distinto y su versión de la teoría del Estado de-
terminó fundamentalmente la dirección de la investigación política en los Esta-
dos Unidos por cerca de un siglo”22 .
Pero veamos la relevancia y el carácter de la ciencia política iniciada por el
Profesor de Columbia. Lieber dictó variados cursos en la Universidad antedicha
.C
hibición de cursar estudios en Universidades alemanas. Logró matricularse en la Universidad de
Jena licenciándose en Jurisprudencia y Teología en 1820. Nuevamente perseguido, de inscribió en
cursos superiores de Derecho en la Universidad de Hall, de donde pasó a Dresde para librarse de la
persecución policial. Abandonó Alemania para luchar en la guerra de independencia griega, luego
DD
pasó a Roma donde entabló amistad con el historiador Niebuhr, entonces, embajador de Prusia.
Logra regresar a Alemania pero es apresado nuevamente y hacia 1825 decide huir a Inglaterra
para vivir de la docencia. Allí permanecerá un año allí, donde escribe un tratado sobre el sistema
lancasteriano de enseñanza, para trasladarse definitivamente a los Estados Unidos cuando fue
invitado a establecer un gimnasio figurando entre los miembros de la sociedad de Boston en 1827.
A partir de entonces fue el fundador y editor de la Enciclopedia Americana hasta 1851. Lieber tuvo
destacada actuación en la Guerra Civil de los Estados Unidos. Tempranamente, en 1851, advertía
en un discurso en Carolina del Sur, contra la secesión. Uno de sus hijos, Oscar Montgomery Lieber
fue miembro del ejército confederado y fallece en batalla. Fue jefe de la publicación Sociedad Leal de
LA
recién fundada Universidad de Girard para conformar un plan de educación. Entre los años 1833 y
1835 reside en Filadelfia para luego convertirse en profesor de historia y economía política de la
Universidad de Carolina del Sur, donde permaneció hasta 1856. Desde ese año hasta 1865, ostenta-
rá el mismo título en la Universidad de Columbia (entonces Columbia College), pero desde 1860,
también se convirtió en profesor de Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho, cargo que ocupó
hasta su muerte en 1872. El discurso inaugural que Lieber realiza en Columbia, lleva por título:
«Individualismo y socialismo, o el comunismo», fue publicado por la universidad. A su actividad
docente debe agregarse sus tareas diplomáticas desarrolladas entre 1870-72 como negociador diplo-
mático entre Estados Unidos y México.
20
Charles Kendall Adams (1835-1902) cursó estudios en la Universidad de Michigan (1861) y entre
1869-70 estudia en Alemania, Francia e Italia. Será profesor asistente de historia en la Universi-
dad de Michigan entre 1863 y 1867 y posteriormente catedrático de esta disciplina entre 1867 y
1885. Desde 1881 fue Decano de la Facultad de Ciencias Políticas en Michigan, profesor de historia
en la Universidad de Cornell y presidente de esa Universidad entre 1885-1892. En 1890 fue presi-
dente de la Asociación Histórica Americana y en 1892 fue elegido presidente de la Universidad de
Wisconsin , donde permaneció hasta 1901.
21
Hacia 1868 se produce la fundación del Departamento de Historia, Política y Ciencias Sociales en
Cornell bajo el auspicio de Andrew Dickson White.
22
Gunnell, John G. “La ciencia política estadounidense y el discurso de la democracia: de la teoría
del Estado al pluralismo”. En: Revista de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso. XXIV. Chile. pp. 321-331. 2003. p. 323.
OM
(1838) y su On Civil Liberty and Self-Government (1853) merecen una mención
especial. Estas dos obras tuvieron fuerte influjo en el mundo anglosajón pero
también en el ámbito jurídico hispanoparlante y hasta en medios distantes como
los lejanos recintos universitarios rioplatenses. Podemos confirmar que los estu-
diantes de jurisprudencia de Buenos Aires y Montevideo frecuentan las obras de
Lieber directamente o a través de las traducciones realizadas por el profesor de
Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires, el colombiano
Florentino González. Este profesor había realizado la traducción de una de las
.C
obras de Lieber: On Civil Liberty and Self-Government26 para utilizarlas en sus
cursos universitarios. También González daba a conocer la obra de Lieber en sus
Lecciones de Derecho Constitucional27 , texto del curso de Derecho Constitucio-
nal de la Universidad de Buenos Aires y también de la de Montevideo. La predi-
DD
lección por la obra de Lieber, estimuló a algunas figuras de nuestro medio a
realizar la traducción de una de sus primeras obras. Nos referimos a la traduc-
ción del Manual of Political Ethics28 emprendida bajo la dirección del Secretario
del Consejo Universitario Dr. Enrique Azarola y publicada en Montevideo.
23
John William Burgess (1844-1931), sirvió en el ejército de la Unión en la Guerra Civil y después
LA
de la guerra se graduó en el Amherst (1867). Dos años después se integra a la universidad de Knox
y entre 1871-73 cursa estudios en Alemania (Gotinga, Leipzig y Berlín). La estancia germana deja-
rá profundas huellas en su pensamiento. De regreso a Estados Unidos enseña historia y ciencias
políticas en Amherst. Hacia 1876 se inicia una fuerte y extensa asociación con Columbia donde fue
profesor de ciencias políticas y derecho constitucional hasta 1912. En 1880, junto con Nicholas
Murray Butler, emprende la creación de una facultad de ciencias políticas, la primera orientada a
estudios de postgrado renovando la estructura de la Universidad de Columbia. Fue decano de la
Facultad desde 1890 hasta su jubilación. En 1906-7 se desempeñó como el primer profesor en la
FI
OM
lum universitario tradicional y al análisis de la política estadounidense. Y la obra de
individuos tales como Theodore Woolsey, en Yale, y John W. Burgess y Herbert Baxter
Adams, en Columbia y en la John Hopkins University, respectivamente, continuaron adop-
tando y adaptando la Staatslehre y transformándola en una ciencia estadounidense de la
política. El concepto de Estado desempeñó una serie de funciones tanto intencionales como
latentes. Dio a la ciencia política naciente una identidad y un dominio distintivos que
prometían, en un universo de ciencia social en proceso de diferenciación, la autonomía de
otros campos, pero también comportó algo menos obvio aunque de importancia más per-
sistente para la teoría y la práctica de la política estadounidense (...) Lo que está muy
.C
asombrosamente claro en la literatura del siglo XIX es la insistencia en que el Estado no
es el gobierno. Mientras el primero era supremo, indivisible, divino y omnipotente, el
último era un agente institucional limitado. Aunque la distinción sirvió a propósitos tales
como permitir una defensa simultánea de la unidad nacional y del gobierno no
intervencionista, la búsqueda del Estado, como en Alemania, era nada menos que la bús-
DD
queda del Volk, la comunidad -una entidad orgánica real-. Era la búsqueda del «pueblo» -
una entidad que tan imponente era en el pensamiento republicano del siglo XVIII, pero
que al mismo tiempo parece disolverse, en el Federalista, en individuos rapaces y grupos
divisivos cuyas tendencias centrifugas eran inhibidas sólo por un liderazgo vigoroso y
creativo y por la mecánica institucional del artificio constitucional. Con el cambio de siglo,
el Estado siguió siendo el objeto de la ciencia política, pero, a pesar de conservar una aura
metafísica y presupuestos de su patrimonio teutón, estaba en camino de ser desentrañado
y transformada, en la obra de individuos tales como Woodrow Wilson (1889) y W. W.
LA
Como dijimos anteriormente, durante la segunda mitad del siglo XIX, tam-
bién se desarrolla otra corriente de raigambre hispana, que aborda la “ciencia
política” bajo otra designación, la de “Derecho Político”. Esta denominación per-
durará durante décadas ya que en España, hasta mediados del siglo XX, no exis-
ten ni Facultades ni estudios de Ciencia Política que no se encuentren compren-
OM
didas en los centros de enseñanza jurídica29 . De manera que la presencia de la
“ciencia política” (derecho político) en el mundo académico hispano, se despega
tardíamente del espacio jurídico académico. No había transcurrido la mitad del
siglo XIX, cuando la Facultad de Jurisprudencia de Madrid ya cuenta con una
cátedra de “Elementos de derecho político y administrativo” regenteada por Ma-
nuel Colmeiro30 . En una de sus obras más difundidas, “Elementos de Derecho
Político y Administrativo de España”31 , un compendio de obras anteriores, (Cur-
so de derecho político según la Historia de León y Castilla y Derecho administra-
.C
tivo español), Colmeiro se propone presentar los “elementos” fundamentales de
ambas ciencias: el “Derecho Político” y la “Ciencia Administrativa”. Colmeiro
concibe al “derecho político” en estos términos:
“Todos los pueblos tienen una manera más o menos distinta de gobierno acomodada a su
DD
condición particular, y revestida con formas análogas a su naturaleza. Por tanto hay un
derecho político que definiremos «el conjunto de leyes que ordenan y distribuyen los pode-
res públicos, moderan su acción, señalan su competencia, declaran los derechos y fijan los
deberes de los ciudadanos». El derecho político forma parte del derecho público interno de
cada nación, a diferencia del externo o internacional. De dos fuentes se deriva el derecho
político, según que fuere puramente racional o especulativo, o bien positivo y experimen-
tal. La primera fuente es la organización física y moral del hombre, de donde parten o
deben partir todas las instituciones políticas, porque sin esta conformidad no llena el fin
LA
29
Formalmente, la creación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad
Complutense de Madrid se realiza por Ley de Ordenación de la Universidad española del 29 de julio
FI
de 1943 aunque con anterioridad, en 1941 se desarrollan en dicha Universidad, cursos de estudios
políticos bianuales agrupados en tres secciones: Ciencias Políticas, Economía Política y Estudios
Internacionales. Pero otros centros universitarios españoles desarrollaron posteriormente progra-
mas de estudios de grado en Ciencias Políticas que en su mayoría se inscriben en el ámbito de la
enseñanza jurídica (Universidad de Burgos y Murcia: Ciencia Política y Gestión Pública; Salamanca,
Autónoma de Madrid y Universidad Rey Juan Carlos: Ciencia Política y Administración Pública)
para citar sólo algunos ejemplos. Pocos son los centros que se distancian de lo jurídico para radicar
los estudios de ciencia política bajo otros paradigmas (Universidad Autónoma de Barcelona: Facul-
tad de Ciencias Políticas y Sociología).
30
Manuel Colmeiro y Penido (1818-94). Nacido en Galicia, graduado en filosofía y también en
derecho, desempeñó docencia en Economía Política en la Universidad de Santiago de Compostela y
Derecho Administrativo en la Universidad de Madrid. Fue miembro de la Real Academia de la
Historia y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y desempeñó actividad política. La
cátedra de “Elementos de derecho político y administrativo español” de la facultad de jurisprudencia
de Madrid fue desempeñada por Colmeiro desde 1847 hasta 1881 en que lo sustituye Rafael Conde,
hasta que en 1883 fue nombrado Vicente Santamaría de Paredes, y que desempeñaría Adolfo González
Posada a partir de 1920.
31
La primera edición de esta obra es de 1858 la que utilizamos nosotros es la siguiente: Colmeiro,
M. Elementos de Derecho Político y Administrativo de España. Séptima Edición corregida,
aumentada y ajustada a la legislación vigente. Madrid. Imprenta de la Viuda é Hija de Fuentenebro.
1887. 312 pp.
repugnantes a su dignidad opuestas al bien común. La segunda fuente son las leyes mis-
mas por las que cada pueblo se gobierna, ya existan sólo por el uso dando origen al derecho
político consuetudinario, ya se hallen sancionadas de un modo expreso en los códigos don-
de se recopila el derecho común, o aparte en las constituciones o cartas constitu-
cionales”(COLMEIRO, 1887: 6).
OM
junto de leyes que corresponden a la forma particular de gobierno que cada na-
ción adopta. A juicio de Colmeiro, el “derecho político”, ultima ratio, constituye
el fundamento de todo derecho, incluso del derecho privado, porque la “propie-
dad, la familia, el estado de las personas y otros varios objetos de la legislación
civil y penal están en íntimo contacto con las instituciones políticas; y la organi-
zación administrativa de cada pueblo guarda siempre analogía con su forma de
gobierno”32 . Y consecuentemente, Colmeiro también erige al “derecho político”
.C
como el fundamento del “derecho administrativo” 33 . La centralidad de la
decimonónica “ciencia política” hispana, no se dispone a colonizar otros aspectos
que desborden la estructura del estado concebida como máquina organizacional
de la sociedad. En tal sentido sorprende la ausencia en el tratamiento de temas
que actualmente son insoslayables para el registro de la ciencia política actual
DD
como lo son los “partidos políticos”. Cuando examinamos los Elementos de Dere-
cho Político y Administrativo de Colmeiro, hallamos el clásico estudio de las
“diversas formas de gobierno” donde aplica la tradicional clasificación de monar-
quía – aristocracia y democracia34 y hasta dedica un capítulo al tratamiento del
“gobierno representativo”35 , pero no hay consideración alguna de la existencia
de partido o sistema de partidos.
LA
paña y la legislación vigente”37 , nos indica el amplio campo que abarca su estu-
32
Colmeiro, M. Ibíd.
33
“El derecho administrativo difiere del político, en que éste ordena y distribuye los poderes consti-
tucionales, modera su acción, señala su competencia, declara los derechos y fija los deberes del
ciudadano. El derecho político establece los fundamentos de la administración, porque siendo admi-
nistrar ejercitar el poder ejecutivo, quien determina sus relaciones con el legislativo y judicial asien-
ta los principios de su acción y competencia, y quien organiza el poder ejecutivo en el centro, dicta
leyes de observancia obligatoria a todos los extremos”. Colmeiro, M. Ibíd. p. 108.
34
Ibíd. Capítulos VI – IX. pp. 11-27.
35
Ibíd. Capítulos X. pp. 27-30.
36
Vicente Santamaría de Paredes (1853-1924). Abogado, docente y político español, ministro de
Instrucción Pública y Bellas Artes durante el reinado de Alfonso XIII. Desempeñó la Cátedra de
Derecho Político y Administrativo en las Universidades de Valencia (1876-1888) y desde 1883 en la
de Madrid, fue profesor de Alfonso XIII y miembro del Partido Liberal inició su carrera política
como diputado por Cuenca en tres oportunidades en 1886, 1893 y 1898; en 1901 ocupa una banca de
senador, con la consideración de vitalicio desde 1903. Ministro de Instrucción Pública y Bellas
Artes entre el 1 de diciembre de 1905 y el 10 de junio de 1906, en un gobierno presidido por Segismundo
Moret. En 1920 sería nombrado conde de Santamaría de Paredes.
37
La primera edición es de 1880, nosotros utilizamos la siguiente: Santamaría de Paredes, V.
Curso de Derecho Político. Según la filosofía política moderna, la historia general de
dio. Consecuentemente articula esta obra en tres grandes apartados: los princi-
pios generales del derecho político, la historia del derecho político español y la
legislación política vigente en España. El primer apartado, de carácter filosófico-
jurídico, examina la naturaleza del estado, las relaciones de este con los elemen-
tos de la sociedad (individuo, familia, iglesias), la organización de los poderes del
Estado (legislativo, judicial, ejecutivo) a los que agrega el poder “armónico” de
sesgo krausista38 , las distintas formas de Estado y la “vida normal” y “anormal
OM
del Estado”, discriminación también fundada en la “armonía” krausista. La arti-
culación del Curso revela la lógica que lo rige, el aspecto filosófico del derecho
político, atiende a los principios jurídicos que están por encima de la empiria
histórica, pero es en ésta última, donde se materializa la experiencia jurídica
positiva. De esta forma, en la “consideración preliminar” del “Curso”, Santamaría
expone el campo y método de su disciplina:
“Si toda ciencia debe comenzar por definir su objeto, designándose la que vamos a estu-
diar con el nombre compuesto de dos términos, preciso es definir la significación de cada
.C
uno de ellos, principiando por el Derecho que es el sustantivo, del cual la palabra político
como adjetiva sólo indica una cualidad o derivación particular. Por otra parte, imposible
sería entrar en el examen de las cuestiones que comprende la Ciencia Política, sin fijar
primero la naturaleza del Derecho, pues reconociéndose hoy generalmente que el Estado
tiene por misión (principal o única, según las escuelas) realizar el fin jurídico, todos los
DD
problemas fundamentales de aquella quedan pendientes del concepto que se tenga del
Derecho y de sus relaciones con la organización social” (SANTAMARÍA, 1890: 59).
“Definición del Derecho político. Las palabras DERECHO POLÍTICO empléanse en dos
acepciones, cuyo diverso sentido conviene establecer fijamente; en su acepción más lata,
equivalen a Derecho público y comprenden, como es consiguiente, la existencia y vida
entera del Estado; pero en su acepción más restringida, significan tan solo una parte o
rama del Derecho público, empleándose usualmente en equivalencia a Derecho constitu-
cional. Tratando de determinar el concepto del Derecho Política en este último sentido,
habremos de fijarnos en el nombre de constitucional como quiera que la voz político nada
FI
indica de concreto, por referirse al Estado en todas sus manifestaciones, según revela su
etimología. Varias son las definiciones que se han dado de la Constitución. Para unos, es
el organismo de todo ser o cuerpo viviente, en cuyo sentido afirma Casanova que es «la
estructura y forma del cuerpo social»; para otros, como Rossi, es «la ley que preside a la
vida del Estado»; en una acepción más restringida, a la cual se aproximan Romagnosi,
Benjamín Constant y Macarel, es «un orden político que garantiza a los ciudadanos contra
el absolutismo del poder público»; limitando aún más este significado, es «el sistema de
España y la legislación vigente. (4ª Ed.). Madrid, Establecimiento tipográfico de Ricardo Fé.
1890.
38
La filosofía de la historia krausista, que tanto influye en el ámbito hispano, sobre todo en el
desarrollo jurídico, se presenta como propuesta “armonista” no sólo por el fundador de la doctrina,
sino por sus discípulos. Respecto al krausismo señala uno de sus más fieles seguidores: “Tenemos,
pues, el derecho de decir que la doctrina de Krause, que se ha elevado a la concepción de la armonía
universal, que ha mostrado el camino seguido en los siglos transcurridos, que ha trazado exacta-
mente el ideal de la razón, que ha agrupado, en fin, todos los elementos de la ciencia y de la vida, y
los ha referido a la unidad, señala, en el orden providencial de las cosas, el advenimiento de la
tercera edad de la humanidad”. Tiberghien, G. “Consideraciones sobre la doctrina de Krause”. En:
Estudios sobre Filosofía. Madrid. Imp. de M. Minuesa. 1875. p. 56.
equilibrios de poderes y mutua transacción entre el rey y los súbditos», habiendo, en fin,
quien sólo entiende por Constitución «la ley escrita de un pueblo». Sobre toda la varie-
dad de conceptos, descúbrese, sin embargo, la idea común de referir la constitu-
ción al sistema fundamental de organización de un estado39 ” (SANTAMARÍA, 1890:
72-73).
OM
una breve mención a la obra de Adolfo González Posada41 porque el catedrático
de la Universidad de Oviedo dejó una huella duradera en la academia española
que también influyó en el Río de la Plata. Esta “ciencia política” entendida como
“derecho político” tuvo su origen en el complejo paradigma de la filosofía del
derecho alemana de orientación krausista. Fue Enrique Ahrens (1808-74) quien
primeramente inscribe el campo del “derecho político”, como un aspecto del dere-
cho público:
.C
“Pero el Derecho mismo, en sí y por sí, también ha de dividirse según los dos aspectos,
privado y público. Siendo, en efecto, un fin relativamente sustantivo de la vida, y debien-
do, por tanto, considerársele como tal, prescinde esta división de aquella conexión con los
demás fines, religioso, moral, etc., que determina las anteriores divisiones. Cierto que el
sistema orgánico del Derecho comprende también estas relaciones, en parte privadas, en
DD
parte públicas, de todas las esferas de cultura; pero abraza al par las meramente jurídicas
de los individuos y del Estado. Aparecen, con efecto, los primeros, en sus propiedades
generales, como miembros iguales del segundo (ciudadanos), abstracción hecha de sus
diversas clases y condiciones (eclesiástica, científica, industrial, etc.): de aquí resulta el
derecho civil, que puede también llamarse «derecho general privado», o «civil general»,
por oposición al de las diferentes clases particulares. A su vez, también se muestra el
Estado puramente en sí mismo, como institución jurídica, prescindiendo de sus relaciones
LA
públicas a las restantes esferas; y de aquí nace el derecho político, como rama del derecho
público. A) El derecho civil desarrolla las condiciones generales bajo que los individuos, en
cuanto miembros iguales de un Estado, o sea en cuanto ciudadanos, pueden mantener,
contraer y disolver relaciones jurídicas generales, idénticas para todos, tocante a sus per-
39
El destaque es nuestro.
40
Entre otros juristas no consideramos los nombres de Leopoldo Palacios Morini, Adolfo Alvarez
FI
Fouillée y W. Wilson. De los escritos que tienen interés en el desarrollo de la ciencia política como
“derecho político” podemos mencionar entre otros los siguientes: “Primer Programa de elementos de
derecho político y administrativo”. En: Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 1883, pp.
42-79; Tratado de Derecho Político. Teoría del Estado. Madrid. Victoriano Suárez. 1893; Tratado de
derecho administrativo: según las teorías filosóficas y la legislación positiva. Madrid. Victoriano
Suárez. 1897; Teorías Políticas. Madrid. Daniel Jorro.1905; Derecho político comparado: capítulos
de introducción. Madrid, Victoriano Suárez. 1906; “Un curso de ciencia política”. En: Boletín de la
Institución Libre de Enseñanza, 1912, pp. 199-207; “La ciencia política y las ciencias políticas”. En:
Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 1914, pp. 305-314; “La democracia y el servicio públi-
co”. En: Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 1915, pp. 38-53; Teoría Social y Jurídica
del Estado. Buenos Aires. J. Menéndez, Editor.1922; Hacia un nuevo derecho político. Madrid, Ed.
Paez.1931; “El derecho político como espectáculo. Cincuenta años de cátedra (1883-1933)”. En: Re-
vista de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1933, pp. 339-353; La crisis del estado y el derecho político.
Madrid. Bermejo impresor.1934.
sonas, bienes y familia, sin atender pues, a la clase especial a que pertenezcan, celebrando
contrato en la segunda de estas esferas (...). B) El derecho político, como el todo de las
determinaciones que rigen las mutuas relaciones entre la comunidad social y sus miem-
bros, se divide principalmente en: 1) Derecho constitucional, (...) subdivídese en a) Mate-
rial, que determina los derecho generales correspondientes a cada miembro del organismo
político: a los individuos, municipios, provincias, al poder central; b) Formal, que fija la
unidad y organización del poder del Estado y las reglas permanentes para el ejercicio de
todos los poderes particulares en él contenidos. 2) Derecho administrativo, que señala las
condiciones para el ejercicio del poder total del Estado. Se subdivide en derecho: a) Del
OM
poder gubernamental; b) Del Legislativo; c) Del ejecutivo;...” (AHRENS, 1878: 195 y ss.).
.C
do origen a lo que algunos denominan krauso-positivismo43 . Fue precisamente
Posada quien hacia 1892 utiliza primeramente el término “krauso-positivismo”44 .
En lo que respecta a la delimitación del objeto de estudio del Derecho Político, el
catedrático de Oviedo señala: “Comprendo bajo el general de Derecho político las
DD
dos partes, Teoría del Estado y Derecho Constitucional, como Bluntschli com-
prende análogas materias algunas más bajo el epígrafe general de Derecho polí-
tico universal” (POSADA, 1893: 9). Como vemos, la teoría posadista de la ciencia
Política continúa con la línea de Santamaría y no se desprende de la matriz
jurídica estatista.
Señala Posada el ámbito en que la disciplina se desarrolla: “las ciencias polí-
ticas se estudian entre nosotros formando parte del plan general de los estudios
LA
Ahora bien; en un tratado de Derecho Político no puede darse un paso sin determinar el
42
Sólo pasaron dos años de la edición belga de esta obra, para que aparezca su primera versión en
lengua española: Ahrens, E. Curso de Derecho Natural o de filosofía del derecho formado
con arreglo al estado de esta ciencia en Alemania por H. Arhens. Traducida y aumentada
con notas y una tabla analítica de materias por orden alfabético por d. Ruperto Navarro
Zamorano. 2 Vol. Madrid. Boix Editor. 1841.
43
Ver al respecto: Abellán, José Luis. “El krauso-positivismo en la crisis de fin de siglo”. En: El
Trasfondo Krausista. Buenos Aires. Legasa. 1989.
44
Ibíd. p. 87.
45
Ibíd. p. 6.
46
Respecto a los contenidos académicos de estas disciplinas, puede verse: Posada, Adolfo. “Progra-
ma de elementos de derecho político y administrativo”. En: Revista General de Legislación y
Jurisprudencia. Madrid. Imprenta de la Revista de Legislación. 1883. pp. 42-79.
concepto del Estado. (...) En toda ciencia, después de determinar su objeto, el primer pro-
blema que lógicamente se ofrece al examen es el del concepto de este objeto mismo...
OM
“El problema relativo al fin del Estado, puede clasificarse entre los más debatidos por los
tratadistas modernos... Por otra parte, al tomar un carácter que pudiéramos llamar so-
cial, la política de los partidos, la oposición que entre éste se mantuvo en algunos países,
sobre todo como oposición tocante a las formas de gobiernos y al más o al menos de las
atribuciones gubernamentales, se trocó en oposición y discusión sobre la misión que el
Estado debe cumplir, especialmente sobre la intervención del Estado como poder coactivo
en las relaciones jurídicas todas de los individuos, y en la distribución de los medios de
vida” (Ibíd.,: 251).
.C
Puede confirmarse el apego consecuente de Posada hacia la concepción
estatista de la “ciencia política” como “ciencia del Estado”, a lo largo de toda su
obra47 . Aún después de la aparición de las primeras Facultades de Ciencia Polí-
tica en la academia española, el derecho político continúa figurando en los pla-
nes de estudios jurídicos. Posiblemente, la razón por la que la ciencia jurídica
DD
continúe brindando el ámbito natural de la “ciencia política” o derecho político,
obedezca a una finalidad bien práctica y “política”. El mismo Posada afirmaba
tempranamente el destino “natural” de los abogados para el ejercicio del poder
público y administrativo, cuando decía:
“Es preciso recordar siempre que los alumnos de nuestras Universidades que concurren a la
Facultad de Derecho, son por ley natural de distribución del trabajo social, los hombres
LA
públicos, los estadistas de mañana, que entre ellos se recluta la mayoría de los funcionarios
de la Administración, que tanto éstos como todas las personas que deseen o necesiten para
sus profesiones adquirir una cultura política más o menos completa, no puedan prescindir
del conocimiento del derecho político con la amplitud que indico” (POSADA, 1893: 6).
47
Casi tres décadas después, hacia 1922 Posada definía la Ciencia política de esta forma: “... la
misión de la ciencia política, como resultado de la curiosidad insaciable del espíritu humano, con la
ayuda de la reflexión serena e imparcial, rehacer constantemente la interpretación del Estado, ex-
traer de la realidad política ambiente, la materia viva y fecunda de las ideas y de los conceptos,
constituyendo su teoría o sea la explicación racional de los estados reales. La operación capital del
teórico frente al Estado, no puede consistir en otra cosa que en la interpretación reflexiva de los datos
de la realidad que ofrece la vida misma de los Estados”. Posada, A. Teoría social y jurídica del
Estado. Buenos Aires. Librería de J. Menéndez, Editor. 1922. p. 29.
48
En muchas instituciones públicas y privadas, figura el “derecho político” en la formación de
grado, entre otras pueden mencionarse: Univ. Nal. de Córdoba, Univ. Católica de Córdoba, Univ. de
Buenos Aires, Univ. del Salvador, Univ. Nal. de La Plata, Univ. Nal. del Cuyo, Univ. de Morón, etc.
OM
la “Asociación Argentina de Derecho Político”51 .
Pero el emprendimiento del Dr. Rodolfo Rivarola tuvo un antecedente de
mayor importancia para el desarrollo de la ciencia política argentina. Nos referi-
mos a la existencia de una publicación que lleva significativamente el título de
Revista Argentina de Ciencias Políticas52 , iniciada en 1910 y que conservará su
regularidad durante casi dos décadas. Esta publicación, que sin duda asimila
algunos aportes del derecho político hispano, amplifica su rumbo incorporando
temáticas insoslayables de la ciencia política actual que fueron desatendidas por
.C
los juristas españoles. En este aspecto basta señalar los estudios emprendidos
sobre la naturaleza, organización y funcionamiento de los partidos políticos, com-
portamiento y legislación electoral. Todos estos temas se dan cita entre otros, en
las páginas de la Revista Argentina de Ciencias Políticas. Y sin embargo, a pesar
DD
de su denominación, la “ciencia” que cultivan mantiene el enfoque jurídico resul-
tante de la formación de sus colaboradores. En tal sentido, entre los miembros
de la Asociación figuran: Juan A. González Calderón, (Profesor de Derecho Cons-
titucional Comparado de las Universidades de Buenos Aires y La Plata) que
aborda cuestiones de comportamiento político y electoral53 ; Pelagio B. Luna que
examina el radicalismo provincial54 , Rodolfo Rivarola que trata variados asun-
tos de carácter electoral55 , Raymundo Wiltmart56 que colabora con estudios cons-
LA
49
La cátedra de derecho político en la Universidad de Buenos Aires se inicia en 1922 en la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales siendo su primer catedrático Mariano de Vedia y Mitre, profesor que
sigue la doctrina de A. Posada en sus cursos. En 1927, Vedia dirige un seminario de “derecho
político” que tuvo por centro la obra y figura de Maquiavelo, actividad que dejó un grueso volumen,
testimonio del enfoque de la disciplina. Ver: Seminario de Derecho Político. MAQUIAVELO. Estu-
FI
dios monográficos hechos en el Seminario de Derecho Político por P. Zaballa, C. E. Dellepiane, et al.
Buenos Aires. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. 610 pp. 1927.
50
Esta asociación se funda en 1982, integrada por los politólogos o profesionales vinculados a la
Ciencia Política. Desarrolla importante actividad académica destacándose los Congresos Naciona-
les de Ciencia Política y las relaciones institucionales con Universidades Públicas y Privadas. Par-
ticipa como miembro permanente de la International Political Science Association (IPSA).
“Asociación Argentina de Derecho Político” tiene su nacimiento durante el año 2005 y ha venido
51
OM
dos están en consonancia con el enfoque de los juristas que cultivaron en derecho
político. En tal sentido, el Dr. Rivarola señala entre los “propósitos” de la Revista
el de: “reunir bajo un término común de Ciencias políticas, las que más inmedia-
tamente interesan a la conservación, función y progreso del Estado y a la reali-
dad que de él se derive en favor de los individuos. El derecho, la administración,
la economía, la historia y la educación, son materiales, por lo menos, de la cons-
trucción de la ciencia política”62 .
Después de la desaparición de la R.A.C.P. en 1928, distintos autores conti-
.C
nuaron desarrollando temas relativos a legislación electoral, opinión pública y
sufragio desde el registro de lo jurídico63 . Sin embargo, no faltaron quienes con-
sideraron inadecuada la equiparación del “derecho político” como “ciencia políti-
DD
Gobierno de la Nación Argentina el Sistema Parlamentario?” t. II, pp. 447-449, 1911.; “Clasifica-
ción de ideas políticas”. t. III, pp. 235-244, 506-509, 1911. “Reforma del Senado”. t. IV, pp. 5-7,
1912.; “El programa socialista y la forma unitaria de gobierno”. t. VI, pp. 190-198, 1913.; “Ciudada-
nía, sufragio y garantías políticas”. t. VII, pp. 492-499, 1914.; “Libertad política, libertad civil y
futura presidencia”. t. XI, pp. 400-410, 1916.; “Delito de rebelión”. t. XV, pp. 476-483, 1918. “Un
poco de teoría...política y otro poco de ideal social”. t. XXI, pp. 32-56, 1920. “Los códigos de Napoleón
en la jurisprudencia argentina”. t. XXII, pp. 13-23, 1921. “El Derecho Penal, las Instituciones polí-
ticas y la sociología”. t. XXII, pp. 341-359, 1921. “Consecuencias institucionales de la elección en la
LA
81-83, 1918.; “El partido radical”. t. XV, pp. 525-535, 1918. “Observaciones sobre la Constitución
Republicana de Alemania”. t. XXI, pp. 57-62, 215-224, 1920.
57
Palomeque, A. “El voto obligatorio. Estudio histórico constitucional”. t. IV, pp. 265-296, 429-450,
1912.; “La autonomía municipal en la Provincia de Buenos Aires”. t. V, pp. 655-697, 1913.; “El
recurso de inconstitucionalidad en la Corte Provincial de Buenos Aires”. t. IX, pp. 654-670, 1915.;
“La libre defensa ante la Constitución de la Provincia de Buenos Aires”. t. XIX, pp. 347-363, 1920.
58
Acosta y Lara, F. “El canal de Panamá”. t. VIII, pp. 136-167, 1914. “Apuntes sobre administra-
ción de justicia”. t. XI, pp. 141-153, 1915.; “Porvenir del derecho internacional público”. t. IX, pp.
350-362, 1915.
59
Brum, B. “El Ejecutivo Colegiado en el Uruguay”. t. XXV, pp. 29-70, 1922.
60
Irureta Goyena, J. “La jornada de ocho horas”. t. IV, pp. 481-492, 1912.
61
Posada, A. “La idea moderna del Estado”. t. I, pp. 64-75, 1910; “El voto obligatorio”. t. II, pp. 503-
520, 1911.; “La Constitución Argentina y el régimen político”, t. IV, pp. 124-160, 1912.; “El gobierno
de la ciudad”. t. VII, pp. 551-564, 1914.; “Las condiciones del sistema del derecho administrativo”.
t. XIV, pp. 128-137, 1917.
62
Rivarola, R. “Propósitos de esta publicación”. R.A. C. P., Tº I, 1910. p. 7.
63
Entre los estudios de éste género, pueden citarse como ejemplos: Moreno Quintana, L. “La Opi-
nión Pública y los Partidos Políticos”. En: Revista del Colegio de Abogados de Buenos Aires. Enero/
febrero. 1930.; Aberg Cobo, M. Reforma Electoral y Sufragio Familiar. Buenos Aires. Editorial
Guillermo Kraft.; Linares Quintana, S. V. Los Partidos Políticos. Instrumentos de Gobierno, Bue-
nos Aires. Alfa. 1945.
ca”. De esta forma, Germán Bidart Campos reinstala un debate cuyo propósito
está destinado por un lado a examinar la naturaleza de un “derecho político” y
por otro, a deslindar el campo del “derecho constitucional” de la “ciencia políti-
ca”. Respecto a la noción de “derecho político”, Bidart Campos señala:
“De mucha difusión en la literatura jurídica de habla española, se trata de una expresión
valorizada con la que se aspira a subordinar la política al derecho, y acumula un contenido
sumamente variable según los países y los autores. No obstante, es bastante objetivo
OM
entresacar de la diversidad de autores la noción de que el derecho político es la parte
jurídica de la teoría del estado, en contraposición a su parte sociológica, o sea, que se
interesa por el sector de la realidad política en cuanto regulado por el derecho. Si el estado
- dice Posada - es el objeto de la política, el derecho político ha de definirse como el derecho
del estado. Como a veces el derecho político contiene el análisis constitucional de un deter-
minado estado, el vocablo se ha vuelto confuso y, a veces, hasta incierto” (BIDART CAM-
POS, 1982: 24).
.C
“... no sabemos si complace demasiado que se siga empleando la consabida y españolísima
denominación de derecho político, que es un mosaico de conocimientos advenidos y acopla-
dos en una suma común desde ciencias diversas. A menos que muy artificialmente opte-
mos por una interesante propuesta de Lucas Verdú: la de que el derecho político agrupa
DD
dos grandes sectores o materias: la ciencia política y el derecho constitucional. De todos
modos, esa yuxtaposición no es demasiado recomendable. Si loable puede ser el intento de
quienes, para evitar el empirismo e hiperfactualismo de una supuesta ciencia política
despoblada de valoraciones, se aferran a conservar y defender el nombre clásico de dere-
cho político para esa amalgama de conocimientos que acoplan en unidad de disciplina
académica, creemos que no es cumplidamente científico. (…) “Todo es convencional. Pero
dejamos la sugerencia: no hay un “derecho» político, como no sean el derecho constitucio-
nal. Lo otro, es ciencia política, o filosofía política, o historia política, o sociología (¿políti-
LA
64
“Pasando a ocuparse de los asuntos entrados, se leyó la solicitud que hace Luis Ricardo Fors
Badia, ciudadano español, Licenciado en Derecho Civil y Canonico etcetera, para que se le confie en
la Universidad la enseñanza relativa a la Administración Pública, la cual se ofrece a esplicar con
todo el ahinco y conviccion de su buen deseo y conocimientos de la misma, bajo el título de «Asigna-
tura de Derecho político y administrativo». La Comision encargada de dictaminar en este asun-
to, despues de establecer fundadas consideraciones sobre los documentos acompañados, oportuni-
dad o conveniencia de la creacion de una Aula especial, así como sobre la necesidad de que el
postulante justifique su idoneidad; propone el siguiente proyecto de resolucion. «El solicitante justi-
fique en forma, así la autenticidad de los títulos que acompaña, y que al efecto le serán entregados
por Secretaria, como la identidad de su persona con aquella a cuyo favor aparecen extendidos dichos
títulos; y hecho se proveerá lo que corresponda sobre el fondo de su solicitud». Puesto el asunto a la
consideracion del Consejo, se suscitó alguna discusion sobre el dictamen procedente, proponiendose
por el Dor. Requena que se modificase en su final, en esta forma: «hecho, se le tendrá presente»”.
Universidad de la República. Documentos Para la Historia de la República Oriental del
Uruguay. Tomo I. Actas del Consejo Universitario 1849 - 1870. Montevideo. Universidad de
la República. Facultad de Humanidades y Ciencias. Instituto de Investigaciones Históricas. pp.
426-427.
Sin embargo, como veremos, los tópicos frecuentados por el derecho político,
en nuestra Universidad, serán tratados en la cátedra de derecho constitucional.
Si bien con la apertura de la cátedra de Economía Política en 1860, existen algu-
nos abordajes de cuestiones de carácter constitucional, recién en la sesión del 23
de agosto de 1869 el Consejo Universitario examina la propuesta del Rector Dr.
Pedro Bustamante respecto a la creación de nuevas cátedras: Derecho Constitu-
cional y Derecho Criminal y el 1º de Febrero de 1870, las autoridades universita-
OM
rias resuelven llamar a concurso la provisión de las nuevas cátedras. Al año
siguiente, comienza la actividad en las cátedras de Derecho Constitucional y de
Penal, regenteadas por Carlos Mª Ramírez y Gonzalo Ramírez respectivamente.
Pero a mediados de 1873, el Dr. C. Mª Ramírez renuncia a su cargo y es designa-
do interinamente el Dr. Justino Jiménez de Aréchaga. Al año siguiente se reali-
za concurso para la provisión efectiva de la Cátedra y es confirmado en la misma
el Dr. Jiménez de Aréchaga65 . Durante un decenio ejercerá su magisterio em-
prendiendo una total renovación programática y bibliográfica en la asignatura,
.C
incorporando los temas clásicos del “derecho político” español. Como sabemos, el
Dr. Jiménez elabora materiales para el dictado de su curso, los cuales fueron
publicados inicialmente en La Revista del Río de la Plata66 y posteriormente
editados en formato de libro bajo el título de La Libertad Política67 . El conjunto
DD
de temas abordado por el catedrático era tan amplio, que incluía aspectos funda-
mentales del derecho administrativo -ya que no existía aún una cátedra especí-
fica de esta disciplina68-, así como cuestiones relativas al derecho de la persona-
lidad que formaban parte del civil, aspecto que Gumersindo de Azcarate le recri-
mina69 . Las influencias más notorias que revela la Cátedra de Derecho Constitu-
65
“A Carlos María Ramírez sucedióle en la cátedra - vencedor en un concurso universitario singu-
LA
larmente brillante, como que fue opositor del Dr. Francisco J. Berra - el Dr. Justino Jiménez de
Aréchaga. Pocos casos se han dado en nuestra historia universitaria de una tan prolongada influen-
cia intelectual, como representa el reinado de sus doctrinas. Su opinión se ha citado como autoridad
en el Parlamento y en la prensa, sus libros continúan pasándose de mano en mano entre los estu-
diantes del aula y sus juicios sobre instituciones o sistemas políticos se siguen recibiendo bajo el
prestigio de su palabra como axiomas de la ciencia política. En la cátedra y fuera de ella, puede
decirse que - desvanecida en el tiempo su doctrina- aún prosigue dictando su enseñanza”. Gómez
FI
OM
el concurso, señalaba la necesidad de la renovación de la disciplina:
“El programa de clase que someto al juicio del tribunal de concurso modifica fundamental-
mente la enseñanza del Derecho Constitucional, como ha sido realizada hasta hoy en el
país. Instituida en época en que, por no contar la Facultad de Derecho más que con unas
cuantas aulas, las diferentes disciplinas jurídicas tenían que distribuirse en ellas, concen-
trándose varias bajo un solo catedrático, el aula de Derecho Constitucional abarcó la ma-
teria de diversas ramas de la ciencia. Lo fué de Filosofía del Derecho, de Ciencia Política,
de Derecho Político, de Economía Política, de Derecho Administrativo, y necesariamente
sufrió, con esto, aquella que daba nombre á la cátedra. Más tarde, cuando esas disciplinas
.C
empezaron á diferenciarse y á separarse, conquistando cada una su verdadero puesto, ó,
al menos, buscando, las ciencias afines, casilleros próximos, se hubiera podido hacer en-
trar la enseñanza del Derecho Constitucional dentro de los límites de su esfera propia,
pero fueron un obstáculo á ello la orientación filosófica y el carácter absorbente del maes-
tro” (RAMIREZ, 1906: 530).
DD
Con Ramírez se inaugura un nuevo enfoque del derecho constitucional, ya
que a su juicio el “estudio histórico del mismo, no se hacía; tampoco el de las
principales constituciones”71 . Pero también formula la necesaria “distinción” que
considera pertinente establecer entre las esferas del “derecho político” y el “cons-
titucional”. No fue empresa fácil clarificar esta distinción ya que para algunos
juristas (Combes de Lestrade) ambos derechos (político y constitucional) no eran
LA
cosa que el derecho político. En suma, toda la primera parte del programa de usted, por cierto muy
notable y muy completa, es, a mi parecer, un tratado del derecho de la personalidad, el cual es parte
del derecho civil. [...] Refiérese el otro punto a la distinción entre la democracia directa y la represen-
tativa, pues a mi parecer el principio de la representación, además de las ventajas que usted indica,
tiene su fundamento en los dos modos de realizarse el derecho: uno espontáneo e intuitivo, que
verifica la sociedad por sí y directamente, y otro reflexivo y técnico, que lleva a cabo aquella indirec-
tamente, y por medio de sus representantes. [...] Y para concluir estas observaciones,... ¿no cree
usted que es preciso meditar una rectificación de la división de poderes clásica y tradicional? nada
digo del poder del Jefe de Estado, porque veo que lo rechaza usted resueltamente, sintiendo no estar
conforme con usted en este punto; pero cada día encuentro más inexacto el concepto corriente del
llamado poder Ejecutivo, pues lo que resulta es que a la par de la función propiamente ejecutiva,
desempeña, por lo menos, una gubernativa y otra administrativa que son distintas de aquella”.
Jiménez de Aréchaga, J. La Libertad Política. Fragmentos de un curso de Derecho Consti-
tucional. Montevideo. Montevideo. Edición Oficial. Tipografía Escuela Nacional de Artes y Oficios.
pp. IX-XII.
70
Gómez Haedo, J. C. “Justino Jiménez de Aréchaga”. En: Revista Nacional. Año I. Nº 1. Enero
1938. pp. 75-77.
71
Ramírez, J. A. Ibíd.
OM
“parte” del derecho político que “estudia la organización del gobierno y las rela-
ciones de éste con los individuos sometidos á su autoridad”. El recorte temático
realizado por el Dr. Ramírez lo impulsa a proponer el traslado de una serie de
tópicos del derecho político a otras disciplinas ya existentes73 .
De manera que si bien la temática del “derecho político” se distribuye en
distintos espacios jurídicos, no por ello deja de estar presente, independiente-
mente del fortalecimiento de la especialización del derecho constitucional. De
esta forma, el “derecho político” o al menos una parte del mismo continuó culti-
.C
vándose en el ámbito del derecho constitucional. Por esta razón, los primeros
académicos de la naciente “ciencia política” de mediados de siglo, proceden de
esta disciplina jurídica y un buen ejemplo lo representa el Dr. Aníbal L.
Barbagelata, vinculado a la Cátedra de Derecho Constitucional desde 1944 como
DD
Profesor interino, Agregado en 1948 y Titular en 1952, miembro de la “Académie
Internationales de Sciencia Politique et d´Histoire constitutionnelle” desde 1953
y participante del 2º Congreso de la Academia Argentina de Ciencias Políticas74 .
En lo que respecta a la presencia de un espacio denominado “ciencia política”
en nuestra Universidad, debemos esperar hasta la segunda mitad del siglo XX
para establecer sus inicios. En 1955 comenzaba el proceso de discusión que con-
cluye con la aprobación de un nuevo plan de Estudios de la Facultad de Derecho.
LA
72
Ramírez, J. A. Ibíd. p. 532.
73
La Filosofía del Derecho se hará cargo de “la parte relativa al origen del estado de Sociedad, á las
diferentes doctrinas sobre el fundamento del Derecho, al estudio de los fines del Estado, á la explica-
ción filosófica de los diferentes derechos individuales”, así como otras cuestiones de derecho político
OM
Las novedades de la Ciencia Política en el siglo XX
.C
en las formaciones políticas medievales, especialmente las correspondientes a
las estructuras corporativas, las que se vieron afectadas fundamentalmente por
el impacto de la Revolución Francesa. Enmarcada inicialmente en una perspec-
tiva conservadora, como lo ha señalado Nisbet:
DD
“parte del drama social de la Revolución francesa consistió en el impacto que tuvieron
sobre la sociedad intermedia las nuevas declaraciones de derechos individuales y, lo que
no es menos importante, los derechos recién declarados del poder del Estado revoluciona-
rio. El resultado fue, por supuesto, cuestionar los derechos históricos de grupos tales como
la Iglesia, la familia, el gremio y la clase social”. (NISBET, 1995: 40).
76
Cotelo, R. Carlos Real de Azúa de cerca y de lejos. Diez bocetos sobre su personalidad.
Montevideo. Ediciones del Nuevo Mundo. 1987. p. 53.
OM
de las instituciones subordinadas que realizaba Laski, termina por instalar un
debate que involucra al conjunto de las ciencias sociales. La sociedad aparece
como un conjunto de actores donde cada parte debe ser valorada, considerada y
examinada para poder comprender el todo social. En definitiva Laski sostenía
un principio filosófico que tiene su origen en las doctrinas de James y Dewey
donde:
“el todo no se conoce antes que sus partes ni tiene superioridad moral. Las partes son en
sí mismas algo diferenciado, no son parte de una red sin costuras en la cual su realidad
.C
deriva de su relación con algo más grande. En consecuencia, afirmó, el «Estado es más que
una de entre las variadas asociaciones y grupos a los que pertenece el individuo» y a los
cuales se presta lealtad. La fuente de la ley era, de hecho, no un mandato de un soberano,
como había insistido Austin, sino algo generado sociológicamente por la «opinión» de los
individuos y por manifestaciones de su consentimiento o de la «fusión de su buena volun-
DD
tad». La única razón de que ocasionalmente el Estado fuera supremo era que lograba
«obtener aceptación general» de las «voluntades constituyentes de las que está hecha la
voluntad del grupo» y «probar su valor» (como sugirió Dewey) sobre una base
«experimentalista». Cualquier desacuerdo real por parte de sus elementos lo volvía impo-
tente y privaba de sentido al presupuesto de la soberanía” (GUNNELL, 1999: 43).
producen los desarrollos de la ciencia política de mediados del siglo XX. El nuevo
paradigma de la ciencia será «behavioralista en términos de psicología y positi-
vista en términos de filosofía» siguiendo las doctrinas iniciadas por James y Dewey.
Los nuevos fundamentos filosóficos, se inscribieron en la tradición teórica y
metodológica empirista e inductivista anglosajona, que a juicio de sus adherentes
77
Easton, D. The Political System. An Inquiry into the State of Political Sciencie. Nueva
York. Alfred A. Knopf. 1953.
OM
histórica y ética” que impedía el desarrollo de una genuina “teoría empírica”. El
nuevo registro epistemológico en que Easton pretende instalar a la ciencia polí-
tica, no es otro que la investigación “conductalista”
Pero a pesar de la institucionalización alcanzada en el ámbito universitario,
la ciencia política no resuelve enteramente las dificultades que permitan conso-
lidar la disciplina con un perfil nítido. Como afirma Cansino:
“tras cincuenta años de desarrollos en este sector, desde su institucionalización en las
principales universidades de los Estados Unidos en la segunda posguerra, la ciencia polí-
.C
tica no ha alcanzado un consenso pleno sobre su objeto de estudio. De entrada, se ocupa de
un conjunto específico de prácticas propias de las sociedades existentes: procesos
(institucionalizados), procedimientos, acciones y decisiones colectivas e individuales que
configuran históricamente y de un modo cambiante el espacio y el ámbito de intervención
de lo político. Lo político significa aquí un conjunto de acciones e interacciones sociales
DD
que pueden ser aisladas con fines de análisis del universo de acciones e interacciones
humanas y cuya particularidad reside en su capacidad vinculante más o menos legítima
en una sociedad al grado de definir o asignar los valores dominantes en la misma. Como
tales, estas interacciones configuran un ordenamiento singular que define la relevancia y
el comportamiento de distintos factores identificados como políticos (Estado, poder,
institucionalidad, formas de gobierno y eticidad, acción, representaciones y valores). Según
esta definición inicial, el objeto de estudio de la ciencia política es el «sistema político», es
LA
78
Easton, D. A System Analysis of Political Life. Nueva York. Willey. 1965.
79
Easton, D. Esquema para el Análisis Político. Buenos Aires. Amorrortu. 1980. p. 17.
80
Esto es considerar que los “distintos grupos o personas - los equivalentes a las empresas y los
empresarios - compiten para ganarse los votos de los electores, es decir, de los «consumidores» polí-
ticos”. Cansino, C. Op. Cit. p. 46.
OM
preponderante a la cuestión de la democracia. Los trabajos de Macpherson81 ,
Peteman82 , Dahl83 y Sartori84 entre otros, confirman la persistencia en la pre-
ocupación por el universo categorial de los cientistas políticos que involucran la
democracia. Algunos politólogos contemporáneos llegan a formular una afirma-
ción más radical aún, respecto a los vínculos entre ciencia política y democracia.
Esta relación la ha planteado con claridad Terence Ball quien considera que “la
ciencia política” constituye un aspecto del desarrollo de la “democracia norte-
americana” y de esta manera los contenidos académicos expresarían desarrollos
.C
propedéuticos o pedagógicos de la formación cívica de una sociedad específica, la
norteamericana85 . Esta ligazón que expresa una historia a dos voces entre “cien-
cia política” y “democracia” también es considerada por otros politólogos. En esta
línea se encuentra Leonard quien entiende que la ciencia política norteamerica-
DD
na, desde sus inicios cumplió con una finalidad cívico-pedagógica bajo un forma-
to de carácter académico. A juicio de Leonard:
“entre el final de la Guerra Civil y el cambio de siglo, los fundadores de la disciplina
propusieron tres orientaciones pedagógicas diferentes: formar a los ciudadanos y a los
líderes políticos para la vida civil; proporcionar alumnos e investigadores para la propia
disciplina y preparar a los funcionarios para la administración estatal” (LEONARD, 1999:
92 y ss.).
LA
“al igual que otras ciencias sociales, muestra un marcado pluralismo teórico, lo
cual no necesariamente va en detrimento de su afirmación institucional, sino
que simplemente refleja la dificultad de caracterizar de una vez por todas su
ámbito de aplicación. Más aún, para algunos autores, este pluralismo teórico, al
81
Este autor examina variados “modelos de democracia” señalando las deficiencias de la clasifica-
ción propuesta por Schumpeter. Ver: Macpherson, C. B. La democracia liberal y su época.
Madrid. Alianza. 1981.
82
También en la línea crítica de la teoría schumpeteriana puede verse: Pateman, C. Participation
and Democratic Theory. Cambridge. Cambridge University Press. 1970.
83
La teoría schumpeteriana democrática de las élites contó con seguidores como ocurre con R.
Dahl. Ver entre otras: Dahl, R. Un Prefacio a la Teoría Democrática. Buenos Aires. Grupo
Editor Latinoamericano. 1989. La democracia y sus críticos. Barcelona. Paidós. 1993; La De-
mocracia. Una guía para los ciudadanos. Buenos Aires. Taurus. 1999.
84
Ver entre otros: Sartori, G. Teoría de la Democracia. Madrid. Alianza. 1988; ¿Qué es la
democracia? Madrid. Taurus. 2007.
85
Ver: Ball, T. “Una alianza ambivalente: la ciencia política y la democracia estadounidense”. En:
La ciencia política en la historia. Op. Cit. pp. 61-91.
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DD
LA
FI
CAPITULO I
La política.
¿De qué hablamos, cuando hablamos de política?
Gloria Canclini1
OM
Cuando nos acercamos al estudio de una disciplina, una de las primeras ope-
raciones es preguntarnos acerca del objeto de estudio. En el caso de la Ciencia
Política, la interrogante inicial sería entonces ¿qué es la política?
Dilucidar esta interrogante es -como veremo- una tarea nada sencilla.
“Política y poder son dos términos que, intuitivamente nos vemos tentados a
asociar. Política y poder forman un binomio inescindible”, como subraya Bovero:
.C
“El poder es la substancia fundamental del universo de entes que llamamos polí-
tica”2 .
Pero, como señala Pasquino, la política no puede expresarse, según Easton,
sólo como poder, porque en todo caso habría que distinguir entre las diferentes
DD
formas de poder, para distinguir cuál es el atributo “político” de aquella forma
que debe interesar a los científicos de la política3 . Ni puede tampoco reducirse
sólo al análisis del Estado.
En primer lugar, -siguiendo a Pasquino- porque el poder es demasiado cuan-
do no es específicamente político y porque además la política no sólo se explica
en términos de conflicto. También existen formas de cooperación, coalición y
LA
dad”.
En consecuencia, la política es un fenómeno esencialmente relacional y pro-
ducto de la condición gregaria del ser humano.
1
Gloria Canclini cursó estudios en Ciencia Política en grados de Licenciatura y Maestría en la
Facultad de Ciencias Sociales y desempeña docencia en la Facultad de Derecho de la UDELAR.
2
Bovero, M. “Lugares Clásicos y Perspectivas contemporáneas sobre política y poder”.
En: Origen y fundamento del Poder Político. México. Ed. Grijalbo. 1984.
3
Pasquino G. Naturaleza y Evolución de la disciplina. Manual de Ciencia Política. Madrid.
Alianza Editorial. 1988.
unida”. Y agrega, “no existe lugar ni punto de vista alguno exterior a la historia
y a la sociedad, o lógicamente anterior a éstas, en el que poder situarse para
teorizarlas- inspeccionarlas, contemplarlas, afirmar la necesidad de su ser-así,
constituirlas representárselas o reflejarlas en su totalidad. Todo pensamiento
sobre la historia y la sociedad pertenece él mismo a la historia y a la sociedad […]
La historia es esencialmente poesis, no ya poesía imitativa, sino creación y géne-
sis ontológica en y por el hacer y el representar/decir de los hombres. Este hacer
OM
y este representar/decir se instituyen también históricamente, a partir de algún
momento, como hacer pensante o pensamiento que se hace. Este hacer pensante es
tal por excelencia cuando se trata del pensamiento político, y de la elucidación de
lo social–histórico que éste implica”4 .
Así entendida, la política es una actividad colectiva cuyo objeto es la institu-
ción de la sociedad como tal… en un mundo en el que no existe el orden
[preestablecido] y que carece de sentido “por sí mismo” (en contra de las teorías
platónicas, marxistas o liberales), por cuanto la historia humana es creación sin
.C
marcos previos, es autónoma y no heterónoma5 . Desde esta perspectiva, la socie-
dad concebida como afluente conformador de la política, es autocreación. No es
un fenómeno fijo, no es una ficción, no es una imagen, es una creación continua,
en el cual el imaginario colectivo va dando sentido a la convivencia. Ese imagina-
DD
rio es social e históricamente indeterminado porque no hay ningún principio
fundador de lo social. Lo social se construye desde el imaginario colectivo que es
creador de imágenes, creencias, formas, símbolos y creador del sentido que ca-
racteriza cada momento de una sociedad. El imaginario trabaja desde lo cotidia-
no, y va permeando la realidad por lo simbólico. No es ni la sociedad, ni la racio-
nalidad la que guía la construcción del buen orden, sino las diferentes significa-
ciones que se van construyendo colectivamente y que le dan sentido a la forma
LA
4
Lo que Castoriadis llama elucidación es –en sus propias palabras- “el trabajo por el cual los
hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que piensan”. En: Colombo, E. El imaginario
Social. Montevideo. Editorial Nordan-Comunidad. 1989.
5
Calanchini, J. J. Configuraciones de la Política. Montevideo. F. C. U. 1999.
ción de una visión del mundo y por tanto en la definición del tipo de orden que
habrá de organizarlo. Así nos dice: “En el mundo de la posguerra fría, las bande-
ras son importantes, y también otros símbolos de identidad cultural, entre ellos
las cruces, las medias lunas, e incluso los modos de cubrirse la cabeza, porque la
cultura tiene importancia y la identidad cultural es lo que resulta más significa-
tivo para la mayoría de la gente […] la cultura y las identidades culturales, que
en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las
OM
pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de las posguerra fría”6 .
Fenómeno éste que no es nuevo- por cierto- lo novedoso es la forma en que se
propagan los fenómenos, como resultado del avance de las tecnologías de la co-
municación; ya que los intereses económicos y políticos que hay detrás de estos
fenómenos que analiza Huntington, urdieron históricamente la trama política
de alianzas y guerras que ha vivido la humanidad.
El referido autor señala que “las sociedades que comparten afinidades cultu-
rales cooperan entre sí”7 , por lo cual la posición de quienes no comparten los
.C
mismos valores simbólicos, es de enfrentamiento. “para los pueblos que buscan
su identidad y reiventan la etnicidad, los enemigos son esenciales, y las enemis-
tades potencialmente más peligrosas se darán a lo largo de las líneas de fractura
existentes entre las principales civilizaciones del mundo” 8 .
DD
En este marco de análisis, Huntington señala que “la gente usa la política”
no sólo para promover sus intereses, sino también para definir su identidad. En
este sentido, “Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos quiénes no somos, y
con frecuencia sólo cuando sabemos contra quiénes estamos”.
Volvemos entonces a nuestras primeras consideraciones, cuando Calanchini,
analizando la posición de Castoriadis9 afirma que “cada momento histórico de
creaciones sociales, supone nuevos procesos de delucidaciones de esas realidades”.
LA
OM
medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder- por el
poder- para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”11 .
Ahora bien, como afirma Weber la violencia física no es el medio normal
único, pero sí el específico del Estado. De modo que para lograr obediencia habi-
tualmente, de tal suerte que los miembros de una comunidad política acaten la
autoridad, son necesarios motivos internos de justificación para el ejercicio del
poder político.
Weber refiriéndose a los fundamentos de la legitimidad de una dominación
.C
política, identifica tres tipos “puros” de justificaciones internas: la costumbre,
que origina la legitimidad “tradicional”. La legitimidad que generan las cualida-
des personales de un caudillo, esta es la legitimidad “carismática” y el tipo de
legitimidad basada en la “legalidad”; que reposa en la creencia de la validez de
DD
los preceptos legales y en la competencia objetiva fundada sobre normas racio-
nalmente creadas. Es decir la obediencia orientada hacia el acatamiento de las
obligaciones legalmente establecidas; una dominación como la que ejercen el
moderno “servidor del Estado” y todos aquellos titulares del poder.
Aunque no vamos a entrar en el análisis del poder, es indudable que la políti-
ca surge de la necesidad de organizar la convivencia colectiva de los hombres. Y
en el seno de las comunidades están presentes inevitablemente relaciones de po-
LA
der.
En el pensamiento político moderno, el poder es concebido de tres formas,
que aunque pueden diferenciarse, no resultan completamente diferentes: 1) el
poder entendido como capacidad que se posee o de la que se carece, 2) el poder
concebido como una institución que para ser legítima debe contar con el consen-
timiento de aquellos sobre los que se ejerce y 3) el poder, entendido como una
FI
dada”12 .
Como el propio autor afirma “por poder hay que comprender, primero, la
multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en
que se ejercen y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio
de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte;
los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las una en las otras, de
modo que formen cadena o sistema...”13 .
11
Weber, M. El político y el científico. Madrid. Alianza. 1984.
12
Foucault, M. Microfísica del Poder. Madrid. Ed. La Piqueta. 1980.
13
Foucault, M. Historia de la sexualidad. T. I. La voluntad de saber, México. Siglo XXI. 2002.
OM
de los discursos de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más
que a través de la producción de la verdad”14 . Es allí, en la construcción del dis-
curso que elabora la verdad, donde el juego de lo simbólico pasa a tener un rol
central.
También es pertinente señalar que cuando analiza el fenómeno del poder,
afirma que el poder viene desde abajo. Esto es que no hay- para este autor- en el
principio de las relaciones de poder y como matriz general, una oposición entre
dominadores y dominados. “más bien hay que suponer que las relaciones de fuerza
.C
múltiples que se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los
grupos restringidos, y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de
escisión que recorren el conjunto del cuerpo social. Estos forman una línea de
fuerza general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula […. ].
DD
Las grandes dominaciones son los efectos hegemónicos sostenidos continua-
mente por la intensidad de esos enfrentamientos”, lo que equivale a decir, legiti-
mados al menos por un sector de la sociedad. En definitiva, todos participamos
políticamente de alguna manera en la construcción del “buen orden”. Por eso no
es temerario afirmar que el buen orden se autoinstituye incesantemente.
Siguiendo esta línea, Foucault, se pregunta si ¿cabe entonces invertir la fór-
mula y decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios?.
LA
Esa multiplicidad de relaciones de fuerzas -de las que nos habla este autor-
“puede ser cifrada, ya sea en forma de “guerra”, ya en forma de política”. Así
concebida, la política es una de las estrategias posibles “para integrar las relacio-
nes de fuerza desequilibradas, heterogéneas, inestables, tensas” al decir del refe-
rido autor.
Y este es un buen punto para el análisis de nuestro objeto de estudio: la
FI
política.
De acuerdo a la visión que se tenga de la política, surgen distintos paradigmas
que buscan explicarla. Para algunas corrientes, la política es sinónimo de “con-
flicto institucionalizado”, de guerra, donde sólo es posible la relación amigo-ene-
migo, tal como lo veremos al analizar el marxismo o el concepto de lo político en
Karl Schmitt
En cambio, hay otra corriente de pensadores que interpretan a la política
como la posibilidad de encontrar acuerdos. Rawls por ejemplo concibe la posibili-
dad de alcanzar el “consenso entrecruzado entre “doctrinas comprensivas” razo-
nables15 . Dirá Rawls que aceptar los principios de la justicia, equivale a suscri-
bir una determinada noción del bien común16 . También hay analistas que ven a
la política como una arena donde la “elección racional” guía la conducta de los
14
Foucault, M. La verdad y las formas jurídicas. Editorial Gedisa, Barcelona. España. 1980.
15
Rawls, John, citado en Peña (2003) p. 237
16
Rawls, John, citado por Victoria Camps en la introducción de “Sobre las Libertades”. 1996.
OM
de civilizaciones” por Huntington. O lo que sucede en el campo de la economía
internacional, donde los intercambios comerciales trascienden las barreras ideo-
lógicas.
.C
de la corriente contractualista.
Como afirma Morresi17 , no son pocas las aproximaciones políticas que ponen
al pacto como una institución privilegiada del campo político. La idea de un Con-
trato Social no es precisamente moderna. Ya en la teoría clásica, de matriz esco-
DD
lástica y raigambre aristotélica- se concebía la formación del poder soberano
como el resultado de un pacto entre un cuerpo (populus) y otro (autoritas) que se
transformaba en la cabeza.
La existencia de este cuerpo natural es inherente al instinto gregario de los
hombres. Es natural entonces que la vida de los grupos se organice en torno a
una determinada autoridad, de tal forma que la familia obedece la padre, la
aldea al jefe, la ciudad a su magistrado, etc.18.
LA
político” Al respecto nos dice Althusius, “La política es el arte por el medio del
cual los hombres se asocian con objeto de instaurar, cultivar y conservar entre sí
la vida social”19 .
¿Qué cosa es entonces la politicidad de la polis? ¿es diferente a la politicidad
de las sociedades modernas?
¿En qué consiste la constitución del orden colectivo, la politicidad?. Bovero
afirma que para Aristóteles consiste en la taxis tón archón: “la constitución
(politeía) es el ordenamiento de las diversas magistraturas de una polis, y espe-
17
Moresi, S. 2000.
18
Bobbio, 1985. pp 56-58.
19
J. Althusius, 1603, Ed. 1932, I, 1. Citado por Morresi.
OM
los gobernados, mostrando la propia estructura o articulación en una relación
específica; árchen Kaí Árchestai, mandato-obediencia.
Si atendemos a esta relación, veremos que refiere a una particular manera
de concebir la distribución del poder político, distribución que tiene un sentido
vertical. Como señala Bobbio “la contraposición que deriva de la diversa posición
que los escritores adoptan con respecto a la relación política fundamental, gober-
nantes-gobernados, o soberano-súbdito, o Estado-ciudadanos, relación que gene-
ralmente es considerada como una relación entre superior e inferior, salvo en
.C
una concepción democrática radical, donde gobernantes y gobernados se identi-
fican por lo menos idealmente en una sola persona y el gobierno se resuelve en el
autogobierno”20 .
Esta es una larga tradición que va desde El Político de Platón a El Príncipe
DD
de Maquiavelo, de la Ciropedia de Xenofonte al Princeps Christianus de Erasmo
(1515). No obstante debe señalarse que con el advenimiento de la doctrina de los
derechos naturales al inicio de la época moderna, se observa un giro. Encontra-
mos así numerosos autores que ponen énfasis en que estos derechos son anterio-
res a la formación de cualquier sociedad política y por tanto de cualquier estruc-
tura de poder que la caracteriza. “…la sociedad política comienza a ser entendi-
da fundamentalmente (anteriormente también había estado en la época clásica)
LA
como un producto voluntario de los individuos que deciden con un acuerdo recí-
proco vivir en sociedad e instituir un gobierno”21 .
Llegado este punto, conviene plantear, la diferencia entre la posición de
Althusius y la de Aristóteles. El primero parte de los “hombres” y se mueve a
través de la obra de los hombres hacia la descripción de la comunidad política.
En cambio, el punto de partida de Aristóteles es el opuesto, “Es evidente …que el
FI
Estado existe por naturaleza [ y por tanto no es instituido por los hombres] y que
es anterior a cualquier individuo”22 .
Sin embargo, si saltamos dos milenios- dice Bovero- la respuesta no es dife-
rente a la concepción aristotélica. Para dar cuenta de esta afirmación, cita a
Hegel “ El Estado en sí es un abstracto que tiene en los ciudadanos su realidad
20
Bobbio, N. 1999. p. 82.
21
Ibíd.
22
Althusius y Aristóteles, citado en Bobbio, 1999.
OM
“indica a cada quien cuáles obras deben terminarse”24 .
Especificidad de la política
.C
conceptos de política y poder, lo cual refuerza de alguna manera los argumentos
que planteamos respecto al carácter autoinstituyente de esta dimensión de la
actividad humana. Luego abordaremos los argumentos que Sartori esgrime para
atribuirle a la política su carácter autónomo.
DD
A pesar de que como venimos de sostener la política es una construcción
social, estamos habituados a distinguir entre lo político y lo social, entre el Esta-
do y la sociedad.
Esto no sucedía en el mundo de los antiguos, estas contraposiciones y distin-
ciones se fueron configurando en su sentido actual recién en el siglo XIX. En el
pensamiento griego la politicidad incluía la socialidad, en cambio como dice
Sartori, hoy nos sentimos inclinados a invertir la díada, y a incluir lo político en
LA
23
Locke, J. 1981, especialmente el primer capítulo.
24
Platón, citado en Bobbio, 1999.
25
Aristóteles. Política, III, 1277 a-b.
OM
sión aristotélica, es el hombre que ha perdido la polis, y como señala Sartori, se
ha extrañado de ella, se ha adaptado a vivir negativamente, más que en forma
positiva en una cosmópolis. La politicidad pasó a ser sustituida por la juridicidad.
La convivencia se basa ahora en el consenso de la ley, que es producto de una
nueva dimensión del poder.
Efectivamente, los conceptos de animal político y sociale animal refieren a
dos antropologías, que como afirma Sartori se sustituyen una a la otra.
Para los griegos la política expresaba una dimensión horizontal del poder, en
.C
el sentido que indica Sabine cuando señala que “el ideal de una vida común ar-
mónica en la que el mayor placer de todo ciudadano debía ser la participación en
la vida pública, constituye el pensamiento central de la teoría política griega”.
Siguiendo a Sabine, Platón representaba la “fe griega originaria que el gobierno
DD
se basa en último término en la convicción y no en la fuerza y en que sus institu-
ciones existen para convencer y no para coaccionar”. Apreciación que se basaba
en el hecho de que la vida pública ateniense era el ámbito en el cual el ciudadano
gozaba de la libertad de ejercer su capacidad de convencer, de argumentar y de
ser convencido en el trato libre y sin trabas con sus semejantes.
Sin embargo como señala Bovero, lo que proporcionan estas perspectivas es
un criterio axiológico o normativo, no analítico, no indica en qué cosa consiste el
LA
poder político, sino en qué cosa debería cimentarse para ser aceptado por hom-
bres libres.
En ese sentido Bovero, refiere a la distinción que Locke realiza entre las tres
formas tradicionales de poder en base a sus respectivos principios de legitima-
ción, especificando que la naturaleza del poder político consiste en el poder basa-
do en el consenso de sus súbditos. Sin embargo -afirma Bovero- existen comuni-
FI
OM
parte de la historia, las complejas y tortuosas vicisitudes de la idea de política,
van más allá de la propia palabra. En todos los casos el discurso sobre la política
se configura como un discurso conjunta e indisolublemente ético-político según
Sartori. Recién con Maquiavelo la política habrá de revelarse en su especificidad
y autonomía.
La autonomía de la política
.C
Al respecto Sartori sostiene cuatro tesis: la política es distinta-condición ne-
cesaria, aunque no suficiente, independiente- es decir tiene sus propias leyes;
autosuficiente- en el sentido de que se basta para explicarse a sí misma; y causa
primera, una causa que genera no sólo a la misma política, sino también, dada
DD
su supremacía, a todo el resto.
De todos modos, para este autor el punto de partida es la primera de sus
tesis. En tal sentido, afirma que a partir de Maquiavelo (1469-1527) la política se
diferencia de la moral y de la religión, sin desconocer que ambos ingredientes
son fundamentales en la política pero sólo a título instrumental.
Cuando Maquiavelo sostiene que “Si un príncipe quiere mantener el Estado,
se ve forzado a menudo a no ser bueno” a obrar “contra la caridad, contra la
LA
humanidad, contra la religión” (El Príncipe, Capítulos XVIII y XIX), lo que está
mostrando es la existencia de imperativo propio de la política, y el descubrimien-
to de que la política tiene sus leyes propias, leyes que un político debe aplicar. No
deberán interpretarse estas afirmaciones de Maquiavelo como ausencia de pre-
ocupaciones prescriptitas o ajenidad respecto a los conceptos de valor. Lo que
trata de afirmar es la diferencia entre política y moral, entre César y Dios. Y esta
FI
diferenciación – nos dice Sartori-es el paso más obvio. El paso más difícil en este
intento de aprehender la especificidad de la política, es establecer la diferencia
entre Estado y sociedad.
Conviene entonces tener claro que “sociedad” no es “demos” ni “populus”. Tal
como señala Sartori, el demos- en tanto actor concreto y operante- muere con su
democracia. Y agrega, así como la República romana no fue jamás una democra-
cia, el populus de los romanos no se lo puede asimilar al demos de los griegos.
Caída la República, el populus se convierte en una ficción jurídica. Pero lo sus-
tancial es advertir que tanto en el pensamiento romano como en el medieval no
se expresa en modo alguno la idea autónoma de la sociedad.
La autonomía de la sociedad recién puede identificarse, cuando la división de
lo social y lo político procede de la diferenciación entre política y economía. Al
respecto Sartori afirma “... son los economistas- Smith, Ricardo y en general los
librecambistas- los que muestran que la vida asociada prospera y se desarrolla
cuando el Estado no interviene; los que muestran cómo la vida asociada encuen-
tra en la división del trabajo el propio principio de organización, y por lo tanto,
los que muestran la parte de la vida asociada que es ajena al Estado y no está
regulada ni por sus leyes ni por el derecho. Las leyes de la economía no son leyes
jurídicas, son leyes del mercado”. Así concebida la sociedad no es sólo un “siste-
ma social” distinto e independiente y autosuficiente con respecto al sistema polí-
tico, sino que desde esta perspectiva, es el sistema social el que genera al siste-
ma político. A propósito, Sartori observa “que la sociedad es una realidad espon-
tánea sólo en el sentido en que denota un espacio extra-estatal en el que no se da
OM
un control político, sino un control social”
En consecuencia, la política no sólo es distinta de la moral, es también distin-
ta de la economía, y además no incluye dentro de sí misma al sistema social.
También se rompen los vínculos entre política y derecho, en el sentido de que el
sistema político ya no se comprende como un sistema jurídico. Lo cual no signifi-
ca en modo alguno que no se relacionen.
Entonces es preciso identificar la diferencia entre el comportamiento econó-
mico, el moral y el político. El criterio de los comportamientos económicos es la
.C
utilidad- nos dice Sartori. El criterio de los comportamientos éticos es el bien, es
decir la acción “debida”, desinteresada, altruista. En cambio es difícil identificar
la esencia del comportamiento político, tan sólo podemos decir –siguiendo a
Sartori- que no coinciden ni con los comportamientos morales ni con los económi-
DD
cos; aunque ello no significa que en la actividad política estén ausentes los idea-
les o los cálculos racionales.
Plantea el autor que venimos analizando, que el término “comportamiento
político” no debe tomarse al pie de la letra, sino como la expresión de un nivel, de
un contexto.
En todo caso resulta evidente que la identidad de la política es producto de
los procesos de estructuración y diferenciación de las comunidades humanas.
LA
OM
Al respecto afirma que definir la política en términos de conflicto entre las
clases sociales, es un criterio que deja afuera aquellas sociedades sin clase. Pero
también supone admitir que si hay clases habrá conflicto y que si una sociedad
ha abatido las clases se verá libre de conflictos. A priori es una afirmación discu-
tible y de hecho descarta la suposición de que la política es universal y está
presente en todas las sociedades, lo que llevaría encontrar una sociedad sin polí-
tica para negarla.
En ocasiones- dice Nicholson- se la define como un modo particular de resol-
.C
ver los problemas, y llegar a las decisiones a través de la discusión racional, la
persuasión y el consentimiento, sin recurrir al uso de la violencia. En todo caso
este criterio refleja más un ideal político que una realidad, por cuanto deja afue-
ra los casos de la tiranía, la dictadura, el imperialismo, que caen en el campo de
DD
la política, tanto como la democracia y el libre albedrío.
Además, si suponemos que la política trata el desacuerdo, el conflicto y su
resolución, quedan afuera otros hechos que son políticos aún cuando no haya
conflicto (por ejemplo una ley aprobada por el Parlamento por unanimidad o un
decreto del Poder Ejecutivo).
También señala este autor que resulta demasiado reduccionista decir que la
política es el gobierno o que es la toma de decisiones, por cuanto numerosas
LA
lograr lo que pretenden por otros medios, por ejemplo, por engaño o por persua-
sión, de manera que las órdenes sean aceptadas por rutina [en ese sentido] los
burócratas reemplazan a los soldados. […. ] A menudo los gobiernos pueden de-
pender de la buena voluntad formada en el transcurso de un largo período, o
pueden aprovecharse de la aceptación pasiva o de la inercia de la mayoría de las
personas. Cada gobierno se cuida de presentarse como legítimo, y alienta el há-
bito general de la obediencia a la autoridad que es tan importante en la política”.
Esto significa que aun cuando no emplee la fuerza, podría hacerlo y esto es lo
característico de la política.
Se podría argumentar que otros agentes- aparte del gobierno- ejercen la fuerza
en la sociedad. Sólo que para hacerlo de modo legítimo deben contar con el per-
miso del gobierno- que es quien monopoliza el uso legítimo de la fuerza física- y
dentro de los límites que éste determine.
Dice Nicholson que es irrelevante si los fines para los que se emplea la fuerza
son malos o buenos, o cuál pueda ser la ideología del Estado, “el sólo hecho de
que se ejerza la fuerza basta para establecer que hay política”.
Y concluye “…en cualquier sociedad la fuerza se emplea para arreglar ciertos
conflictos, para hacer cumplir ciertas reglas, para respaldar ciertas decisiones y
OM
para garantizar que se siguen ciertas políticas. El empleo y control de la fuerza
en manos de algunos miembros de una sociedad, y las propuestas de otros para
influir sobre el modo en que se emplea, o para obtener el control de ella para
ellos mismos, son las actividades humanas característicamente políticas”.
La visión que Nicholson nos propone de la política, la identifica con el ámbito
público; de suerte tal que el Estado- como una especie de “gran hermano”- todo lo
controla y termina imponiendo su voluntad.
Leftwich objeta estos conceptos que califica de convencionales, y afirma que
.C
“ la política está en el centro de toda actividad social colectiva, formal e informal,
pública y privada, en todos los grupos humanos, instituciones y sociedades, no
sólo en algunos de ellos, y que siempre ha estado y estará. […. ] La política no es
un ámbito separado de vida y actividad pública, por el contrario, la política abar-
DD
ca todas la actividades de cooperación y conflicto, dentro y entre las sociedades,
por medio de las cuales la especie humana organiza el uso, la producción y la
distribución de los recursos humanos, naturales y otros, en el transcurso de la
producción y reproducción de su vida biológica y social”.
Al decir esto, Leftwich nos está indicando que todas estas actividades no
están aisladas de la vida en sociedad, ya sea pública y privada. En todo caso, lo
que están reflejando “es la manera en que se distribuye el poder, los patrones de
LA
der, la clase y el poder, el sexo y el poder o los logros y el poder? Esta interrogan-
te que plantea el autor es el punto de partida para analizar la política desde la
perspectiva del poder.
Es clave para el análisis de Leftwich, tener en cuenta algunas aclaraciones
que realiza el autor.
OM
sas formas de cooperación deliberada y organizada entre los seres humanos que
viven y trabajan en grupo. Pero no sólo implican cooperación- advierte Leftwich-
también generan conflicto.
Desde esta perspectiva el concepto “política” rinde en términos de explicar
que todos-de alguna manera- participan de la actividad política, por cuanto si
bien existe un centro de poder predominante, también está distribuido entre los
distintos grupos que componen una sociedad- que buscan influir o determinar
las decisiones imperativas y que legitiman o desafían a dicho centro de poder.
.C
Así mismo, los cambios en el modo en que las comunidades han usado y
producido los recursos han estado en el centro de los cambios en su política, sea
que sus orígenes hayan sido internos o externos, o que hayan sucedido a través
de la innovación o de la fuerza”.
DD
Merece la pena citar la referencia que hace a un orden de actividades que
aunque no son estrictamente productivas, las toma en cuenta, por cuanto influ-
yen en la organización social. Se refiere a actividades de naturaleza cultural,
ceremonial o ritual, que pueden ser actividades separadas en sí mismas o estar
unidas a lo productivo (por ejemplo los rituales antes de las cosechas, las fiestas
-que se siguen celebrando aún en sociedades modernas- ante la llegada de una
nueva estación, la transferencia de ganado entre las familias por el matrimonio,
LA
El poder y el derecho
OM
De lo analizado hasta aquí, vemos que cualquier relación política, supone
una relación de mando-obediencia. Ahora bien, el poder que sustenta esta rela-
ción puede ser de hecho o de derecho. En las comunidades más primitivas el
hecho y el derecho pueden coincidir, como afirma Bobbio27 , quien detenta los
instrumentos materiales del poder está considerado como investido del derecho
de mandar.
Sin embargo, a medida que el pueblo se civiliza se observa que ese criterio es
insuficiente para detentar el poder, se hace necesario – afirma Bobbio citando a
.C
Carteggio - haber adquirido esos instrumentos observando ciertas reglas y prin-
cipios, que confieren el derecho, universalmente reconocido de gobernar, es decir
lo dotan de legitimidad.
El Estado de Derecho viene a constituir la expresión más acabada de este
DD
principio. El Gobierno de las leyes significa entonces no sólo gobierno de acuerdo
a las leyes, que marcan los límites, sino también a través de las leyes, es decir a
través de normas de validez para toda la colectividad. El desapasionamiento de
las leyes constituye un freno a las pasiones naturales de los hombres, afirma
Bobbio. La identificación de la ley con la voz de la razón es el principio y el fin de
la teoría del derecho natural desde la antigüedad hasta nuestros días.
De acuerdo a Ferrero, los principios de legitimidad- dice Bobbio- tienen la
LA
27
Bobbio, N y Bovero, M. Op. Cit.
OM
legitimidad. Ya decía Hobbes, “la obligación política hacia el soberano se disuel-
ve no sólo con el abuso de poder (en el caso clásico del tirano) sino también por
defecto de poder.
Esta sujeción a las normas nos remite a la idea del “pacto social”, que aunque
no pretende ser el único criterio verdadero de legimitidad, nos permite “ soste-
ner que aquella legalidad a la que se pretende reconducir la legitimidad de una
forma (moderna) de poder político, parece que no se puede fundar de otra mane-
ra sino en base en el acuerdo de los asociados” (Bobbio).
.C
Conclusiones
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LA
OM
.C
DD
LA
FI
CAPÍTULO II
OM
1. Imperio y Política en el orden civilizatorio
.C
yos integrantes se reconocen como pertenecientes a una colectividad estable,
entonces la política es una actividad tan antigua como la propia formación de
grupos con esas características. La Antropología nos enseña que aún antes de la
aparición del Homo Sapiens (Beals y Hoijer, 1978) el desempeño de la jefatura
DD
en una banda de primates ya implicaba toma de decisiones y ejercicio de poder
con la consecuente estratificación jerárquica y el acatamiento por parte de los
integrantes del grupo. Estos rudimentos de acción política constituyen el antece-
dente más remoto de una práctica de ordenamiento grupal que es tan estructu-
ral e instintiva en los conjuntos humanos como el desarrollo de las destrezas
comunicativas, la reproducción y la búsqueda del sustento material.
LA
Son muchos los autores que coinciden en afirmar que el primer nexo agluti-
nante del grupo humano fue el vínculo consanguíneo. Las prácticas consuetudi-
narias del conjunto, resguardadas por la autoridad reconocida de quien o quie-
nes ejercían la jefatura y decidían en caso de conflicto o de peligro, fueron las
dimensiones elementales de una rudimentaria sociedad política trashumante.
Hasta el presente es posible encontrar ejemplos de este tipo de ordenamiento
FI
grupal que sobrevive desde antaño. Tal es el caso de las tribus de la etnia Tuareg
que todavía transitan regularmente por el Maghreb africano y las caravanas de
modernos Zíngaros que atraviesan fronteras y océanos manteniendo antiguos
códigos culturales y normativos propios que constituyen su identidad comunita-
ria, siempre tutelada por el ejercicio de rangos y grados diversos de autoridad
ordenadora. De otros casos sólo queda el relato de la tradición oral, los vestigios
1
Luis Barrios. Magíster en Ciencias Sociales, Profesor de Ciencia Política y de Sociología en la
Facultad de Derecho de UdelaR y Profesor de Teoría del Estado, de Estado y Sociedad en el
MERCOSUR, y de Análisis de Coyuntura, en la Maestría en Relaciones Internacionales de la Es-
cuela de Posgrado de la Facultad de Derecho. Es también investigador de la Red Alfa para el Go-
bierno de los Riesgos, autor de muchos trabajos publicados y contribuye regularmente con varias
publicaciones periódicas nacionales e internacionales.
OM
en exclusividad, son antecedentes remotos de los elementos formales de nues-
tras modernas formaciones estatales.
.C
nencia a la etnia en sus diversas manifestaciones y por la adhesión obligatoria o
sometimiento a la comunidad política. Los cambios mencionados y otros que acom-
pañaron el crecimiento de las primeras aldeas y recintos amurallados, reforza-
ron la necesidad del ejercicio sistemático de funciones políticas elementales ta-
DD
les como las de gobierno civil, económico y militar del conjunto. Amenazas a la
supervivencia de los grupos sedentarizados por la pérdida del territorio, por la
escasez de alimentos a raíz de malas cosechas, adversidades climáticas, pestes u
otras alteraciones, o bien el surgimiento de conflictos internos o de amenazas
externas, operaron históricamente como catalizadores para estimular la centra-
lización del poder, la división del trabajo y la estratificación jerárquica, alteran-
do así el escenario de la acción política y provocando la profundización y amplia-
LA
era cristiana, los importantes Estados Imperiales de Egipto y del Oriente Medio
fueron ejemplos de acción política que logró ordenar grandes extensiones terri-
toriales y considerables contingentes de población heterogénea, consolidando un
mando supremo para el ejercicio de funciones de gobierno, de administración, de
liderazgo espiritual, y de justicia.
El vocablo imperio de origen latín que usamos para designar aquellos reinos
de la antigüedad, proviene de la voz latina parare que significaba poner en or-
den, o sea, ordenar. Este término era fonética y semánticamente muy próximo a
parere, acción de parir o dar a luz. El referente original de sentido del vocablo
imperio parece ser entonces el de orden constructor o creador del ager publicus,
al que respondía el afán generador de monumentales obras públicas, y no el de
mando supremo como ejercicio de poder, que es el normalmente mentado en su
uso moderno. No obstante, es muy difícil concebir la construcción de un imperio
sin mando supremo. Por lo menos, esa es la historia imperial que conocemos.
Pero la dominación despótica, que sin duda es un tipo de mando supremo, ha
dejado muy pocas huellas admirables y perdurables en la historia política de las
civilizaciones. Parece entonces más lógico identificar la función de ordenación, o
OM
nuidad inadvertida del relato histórico, o de su reinterpretación condicionada.
.C
legitimación originarias para la institucionalización de funciones de gobierno.
Tal fue el caso de las primeras dinastías del valle del Nilo, de Oriente Cercano,
del valle del Indo y de China.
Pero el vínculo estable de los pueblos con un territorio, la práctica de la agri-
DD
cultura combinada con la cría, la invención de técnicas de utilización de los me-
tales, junto con otros desarrollos civilizatorios como la escritura y los números,
incrementaron grandemente la significación económica de la vida en sociedad.
Las comunicaciones terrestres, fluviales y marítimas, facilitadas por el avance
tecnológico de los primeros medios de transporte, la producción de excedentes
comercializables y la consecuente formación de mercados importantes, introdu-
jeron factores de estímulo económico para la ampliación de la acción política.
LA
cionales, reteniendo sin embargo, la función tutelar del conjunto de ellas. Esta
concentración del poder, característica de la institución imperial, es lo que justi-
2
Una de las periodizaciones de la antigüedad divide la historia de las civilizaciones en antigüedad
arcaica y antigüedad clásica. Esta periodización es más adecuada que otras cuando se trata de
ubicar antecedentes de la acción política pues la clasificación se basa en los fundamentos del poder
de mando en los grupos humanos. Asi, las religiones astrales y los cultos a elementos de la natura-
leza (tierra, fuego, etc.), así como los fetiches, pertenecen a lo arcaico, en tanto que las divinidades
antropomórficas son típicas del segundo período, en que la encarnación humana del poderío divino
otorga a quien la representa el poder de mando militar y político. La mitología griega obviamente
pertenece al período clásico. Ver al respecto Mircea Eliade, “El mito del eterno retorno”; René
Berthelot, “La Pensée de L’Asie e L’Astrobiologie”; o autores contemporáneos de antropología cultu-
ral como Marvin Harris.
OM
incrementó la potencialidad de ocurrencia de conflictos lo que sirvió de estímulo
para el desarrollo de los sistemas normativos y de los recursos de poder necesa-
rios para el respaldo coactivo de jerarquías y normas3 . La simbología monumen-
tal, subproducto de la acción política de ordenación, operó, junto con los sistemas
de creencias religiosas y la pertenencia a grupos dinásticos de origen consanguí-
neo, como justificación ideológica de los privilegios estamentales y de las tre-
mendas diferencias de disposición de la riqueza que caracterizaron a las socieda-
des de los imperios antiguos.
.C
Estas sociedades utilizaron sistemas de estratificación rígidamente
prescriptivos con relación al ejercicio de funciones sociales. La economía, las
artes de la guerra, los cargos de gobierno, de administración del conjunto y de
justicia, la producción cultural, las relaciones de prelación en el parentesco, y la
DD
consagración sacerdotal, se asignaron adscriptivamente a partir de jerarquías y
privilegios estamentales. La economía se basó en el trabajo esclavo, en tanto que
el gobierno, la justicia, la conducción de la guerra, y la vida religiosa y cultural,
fueron funciones reservadas a los estamentos dominantes de la estructura so-
cial, o sea, a los hombres libres y en particular a su rica élite, la aristocracia
(Aristóteles). Sería muy difícil imaginar la aparición de las monumentales socie-
dades imperiales de la antigüedad sobre bases de estratificación social distintas.
LA
aunque muy precisa en sus atribuciones causales sería la explicación que consi-
dera al modo de producción esclavista5 como determinante de la aparición del
mando político ordenador en la antigüedad.
De todas maneras, este debate centenario entre paradigmas sociales y políti-
cos no es el objeto de consideración aquí. Sí lo es la temprana aparición de la
acción política en los grupos humanos y la constitución de hechos políticos
reconocibles históricamente en diferentes civilizaciones hace, por lo menos, más
OM
de seis mil años. En este sentido, y a fin de completar las indicaciones teóricas
introductorias de carácter general, es pertinente señalar a las formaciones im-
periales antiguas como el hecho político de carácter general más importante del
primer período de la historia política de la humanidad.
En general, los hechos políticos señalados, que fueron el antecedente de la
formación de los primeros imperios, ya eran observables en distinta medida y
forma a partir de los cuatro mil años antes de la era cristiana en las civilizacio-
nes de la baja Mesopotamia (Sumer), y se extendieron a otras de Oriente Medio,
.C
del norte africano y del valle del Indo en los dos milenios siguientes. En Europa,
el surgimiento de pueblos con similar grado de organización y división funcional
fue más tardío. Las culturas mediterráneas comenzaron a desarrollarse a partir
del segundo milenio antes de la era cristiana, estimuladas por el contacto con los
DD
imperios y con el comercio proveniente de Asia Menor. En América las primeras
civilizaciones que alcanzaron un buen grado de diferenciación funcional y com-
plejidad institucional fueron las de los pueblos Maya, Azteca y Quechua-Aymara,
y datan del segundo milenio de la era cristiana.
Cronológicamente, la irrupción de la forma política imperial, donde todos los
hechos señalados se integran por primera vez para la constitución estable de un
sistema de dominación política o de mando ordenador centralizado para un con-
LA
clasificación tripartita de tipos “puros” de dominación hecha por el autor en la Primera Parte,
capítulo III de Economía y Sociedad, entre el modo de dominación tradicional, el legal, y el basado
en el carisma. De los tres, entiendo que el único verdaderamente científico es el racional legal, cuyo
fundamento indudablemente hunde las raíces en las claves organizativas del sistema social, cultu-
ral, antropológico y económico que gobierna. A diferencia de este modelo de gran utilidad, en los
otros dos casos la caracterización es notoriamente parcial, y en el caso de la dominación carismática,
obviamente coyuntural y mucho más apropiada para su consideración como un factor de liderazgo
potencialmente util en cualquier época y circunstancia, que como un modo de dominación equipara-
ble al legal burocrático o aún al peso complejo de las tradiciones culturales e institucionales.
5
Tal sucede con versiones del materialismo histórico basadas en algunas generalizaciones breves
del “Manifiesto del Partido Comunista”, que no son comprensibles sin una interpretación más am-
plia en el contexto de la obra de Carlos Marx. De todas maneras es indudable que en numerosos
escritos de Engels se reitera su concepción mecánica acerca del sometimiento de una clase por otra
con el fin de su explotación económica como clave explicativa de toda la organización social históri-
camente considerada. Así por ejemplo: “... en cada época histórica el modo predominante de produc-
ción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente forman la
base sobre la cual se levanta y la única que explica la historia política e intelectual de dicha época
... . después de la disolución de la sociedad gentilicia primitiva con su propiedad comunal de la
tierra” (Prefacio de Engels a la edición inglesa del Manifiesto de 1888). La afirmación de que el
modo de producción es la base “única que explica la historia política” no es compatible con otras
proposiciones teóricas de Marx que hacen lugar a una causalidad mucho más amplia y diversa.
del imperio romano de occidente alrededor del año 476 d. c. La reaparición del
hecho político imperial en la época moderna bajo la forma de imperio colonial
(británico, español, holandés) tiene diferencias importantes con el modelo origi-
nal. Tampoco es asimilable al hecho antiguo ni a su forma colonial, la aparición
de vínculos de dependencia económica y política entre una potencia y Estados
formalmente independientes durante el S XX, hecho conocido en la teoría políti-
ca como imperialismo y como neocolonialismo (EEUU).
OM
El legado institucional del imperio, distinguible en la doctrina política
premoderna desde Maquiavelo, y en la teoría jurídica de la soberanía desde Bodin
(ver Arbuet y Barrios, 2001) se remite, como he señalado, a las categorías gene-
rales de Ordenación Pública y Mando Supremo. Ambas son originalmente com-
plementarias aunque discernibles en su especificidad. Ambas han pasado perío-
dos y procesos de modificación en sucesivas interpretaciones y aplicaciones fun-
cionales. Pero su vigencia milenaria les otorga indiscutiblemente el rango de
conceptos fundacionales del pensamiento político universal. Cuando Montesquieu
.C
o Jefferson propusieron modernamente el ejercicio contrapesado de funciones
del Estado, estaban pautando la desconcentración del mando. Cuando hablamos
contemporáneamente de políticas públicas estamos proponiendo nuevas aplica-
ciones del milenario concepto de ordenación.
DD
2. Sobre actores políticos y el sentido de su acción
cultural. Por todo lo antedicho, la política como tipo de acción social tradicional y
racionalmente orientada por sus protagonistas a la consecución de fines de orde-
nación social, siempre ha mantenido y mantendrá una relación de dependencia
férrea con las ideologías y los sistemas de creencias, con la organización econó-
mica y con la estratificación social que estas dimensiones de la existencia indu-
cen, así como con el conjunto de tradiciones culturales y normativas característi-
FI
OM
políticos, pero eso no equivale a afirmar su naturaleza política. Lo que indicaría
la especificidad política de la acción en los ejemplos referidos sería entonces el
fin perseguido por la acción (política) y no el medio utilizado. Los famosos conse-
jos de Maquiavelo al Príncipe sobre conductas apropiadas para obtener y conser-
var el poder (Maquiavelo, 1978) no son per se indicativos de un instrumental
político. La brutalidad y la crueldad se transforman en medios para el logro de
objetivos políticos precisamente por el fin perseguido en una situación de dispu-
ta por el poder, indudablemente política.
.C
En cambio, cuando se hace referencia a procedimientos, la posibilidad de
hallar especificidad política surge naturalmente de la situación que da origen a
la acción política y permite entonces identificar procedimientos típicamente po-
líticos como los hay jurídicos, económicos, militares y religiosos. Por ejemplo,
DD
modernamente, en situaciones de disputa por cargos de gobierno, los actos elec-
torales, la confección de listas para la selección de candidatos, y la propaganda
electoral, son procedimientos típicos del régimen democrático de gobierno que
contribuyen a su legitimación aunque dicen muy poco (o nada) acerca del sentido
de la acción política desarrollada por los sujetos que actúan. Los procedimientos
son aspectos formales que ligan a la política con el derecho, especialmente con el
derecho público constitucional que es en buena medida un “derecho político”.
LA
Gran parte del valor de esos procedimientos radica en que proporcionan un mar-
co de actuación formal previsible y relativamente garantizado para los actores o
sujetos de la acción y también para la comunidad. Pero el concepto de
previsibilidad procedimental con respecto a la acción política tal como la hemos
caracterizado nos remite a otros procedimientos muy distintos. Antonio Gramsci,
político y teórico italiano de la primera mitad del SXX señaló a propósito: “Quie-
FI
OM
Desde comienzos del SXX, propiciados por la ampliación de la ciudadanía
política y por la difusión que tuvo la forma republicana de gobierno representa-
tivo, los partidos políticos se desarrollaron como la organización política por ex-
celencia y ocupan actualmente el lugar de mayor exposición entre los actores
reconocidos de los sistemas políticos nacionales. Un elaborado “derecho político”
les ha creado un marco de funcionamiento que, como dijimos, les da previsibilidad
formal. De la misma manera, el ciudadano inscripto en registros electorales se
constituye potencialmente en actor político formal. Pero más allá de la posibili-
.C
dad de identificar a estos actores del sistema formal, subsiste el problema de que
la acción política es mucho más amplia e inclusiva que las conductas políticas
desempeñadas en el sistema formal. Esto ha dado pié a la elaboración de tipologías
acerca de actores y modalidades de participación política que van desde la actua-
DD
ción en movimientos sociales hasta la discusión amistosa de temas políticos (Sani,
1986; Pizzorno, Pasquino).
Las tipologías aludidas sobre actores y participación, o la identificación de
actores restringida al sistema formal, son instrumentos útiles para la descrip-
ción de un “escenario” político, pero arrojan poca luz sobre el sentido mismo de la
acción política como acción ordenadora que pretende ser. Un nexo del cual no se
puede prescindir para desentrañar ese significado es el del actor con su contexto
LA
amplio, los múltiples vínculos con su escena social y política dentro de la cual sus
actos cobran dimensión ordenadora real. El ejército de Atila el Huno era depre-
dador en el imperio romano, el ejército de César era conquistador en la Galia, la
marina británica fue colonialista en varios continentes, el ejército bolivariano
fue libertador en la América hispana, el Ejército Rojo fue revolucionario en la
Rusia blanca, el ejército chileno comandado por Pinochet practicó el terrorismo
FI
de Estado en una nación con medio siglo de democracia, y las fuerzas que inva-
dieron Irak constituyen hoy un ejército de ocupación de potencias capitalistas
globales en un país donde nunca se procesó la separación entre iglesia y Estado.
Todos han desarrollado acciones decisivas tendientes a ordenar o reordenar es-
pacios sociales imponiendo un mando político respaldado en la fuerza. Si fuera
OM
Eso dejaría fuera del contexto explicativo a la voraz oligarquía gobernante y
al severo control (“draconiano”) impuesto por ella sobre los hombres libres, para
focalizar el análisis exclusivamente sobre la institución de la asamblea popular.
Obviaría las numerosas exclusiones de la ciudadanía plena, dejaría fuera de con-
sideración el acuerdo compartido por todos los ciudadanos plenos de que solo
ellos estuvieran facultados para “deliberar sobre los negocios del Estado y en-
tender en los juicios”, soslayaría la importancia del mantenimiento coactivo de
estas situaciones, relegaría al ámbito de lo intrascendente la justificación ideoló-
.C
gica de la esclavitud como “ley natural” en la que el esclavo era “un instrumento
de uso individual” imprescindible “para la economía doméstica” y para la vida
familiar, y la mujer y los hijos eran súbditos del señor.
Equivaldría a sostener que nada de eso era acción política en aquel entonces,
DD
e implicaría atribuir a una inocente coincidencia que mientras la distribución de
la riqueza y del prestigio estratificaban a la sociedad ateniense de forma clara-
mente favorable para las familias aristocráticas, el régimen de gobierno más
virtuoso según los maestros del saber, era el aristocrático, el llamado a estable-
cer la “república perfecta” corrigiendo los desvíos de la impura oligarquía. Claro,
como las citas pertenecen a la conocida obra de Aristóteles titulada “La Política”,
sería desconocer lo que los propios griegos practicaban desde hacía ya tres siglos
LA
y proclamaban sin vergüenza más de 300 años antes de la era cristiana. Esto no
es menoscabo alguno para el impresionante genio del estagirita fundador del
Liceo (Lykeios) ateniense. Tal vez incomode, no obstante, a los modernos adora-
dores de una democracia helénica que solo existió en crónicas de fantasía políti-
ca. Justamente, en memoria y reconocimiento de algunas de las lecciones perdu-
rables que nos legó Aristóteles para beneficio del conocimiento político realista,
FI
vale la pena recordar un pasaje extraído de “La Política”, del capítulo III del
Libro sexto (“De la democracia y de la oligarquía. De los tres poderes: legislativo,
ejecutivo y judicial”). Dice Aristóteles allí:
“...todos los hombres reivindican su parte de mérito y se creen capaces de
desempeñar casi todos los empleos; pero las únicas cosas que no se pueden acu-
mular son la pobreza y la riqueza, y por eso los ricos y los pobres son las dos
porciones más distintas del Estado. Por otra parte, como ordinariamente los po-
bres están en mayoría y los ricos en minoría, se les considera como dos elemen-
tos políticos completamente opuestos” (los resaltados no son del original).
Con 2300 años de antelación a nuestra época, el genial estagirita formuló
uno de los atributos profundos de la estratificación que permite ubicar el sentido
de la actuación de un actor en su escena social y política: su definición política
con respecto a la pobreza y a la riqueza. Es indudable que hay otros puntos de
referencia pero aún hoy es difícil encontrar uno que parta aguas de manera tan
transparente.
OM
.C
DD
LA
FI
CAPÍTULO III
OM
“...una moderna sociedad de demonios
y no una mítica sociedad de corifeos ...”
X. RUBERT DE VENTOS
Presentación
.C
tro Estado-Nación del siglo XXI-nos confieren la calidad de “observadores de lo
observado”, como instancia para comprender que la política nunca es derivada ni
inferida de leyes de clase alguna, sino que siempre fue creación.
Así, Atenas del sigloV, inventó la “Democracia “Local” de la polis, Occidente
DD
creó entre los siglos XVIII y XIX las formas de Estados Nacionales, a partir de la
idea de “Democracias Nacionales”, y desde hace más de un largo decenio, anali-
zamos las formas que puede adquirir la “Democracia Global”en proyecto.
Cualquiera de estos estadios democráticos se crearon a partir de enfrentar
sus nuevas vidas, normatividades y simbolizaciones, a sistemas no democráticos
La prevención metodológica fundamental, implica asumir que, de cualquier
forma histórica que adoptemos como laboratorio de análisis, resulta una “cons-
LA
1
Juan J. Calanchini. Doctor en Derecho. Profesor de Ciencia Política de la Facultad de Derecho.
OM
individuos-en los casos históricos que esa forma fue viable-, en la construcción
de vías políticas desde sus propias subjetividades, conformando el “quienes son”,
políticamente, en tanto símbolos, expositores-representantes de ideologías, va-
lores morales, posiciones de rol o simplemente puntos de referencia en un uni-
verso cruzado de posiciones alternantes.
Esta cuestión de la participación ciudadana, en nuestras poliarquías contem-
poráneas, adopta un tono mayor, en cuanto se ubica en el centro de la discusión
sobre, “... la legitimidad del debate de la legitimidad…”. (U. Rodel et al: 1997).
.C
Legitimidad, que como hemos expuesto con detalle en Capítulo dedicado a
Gobernabilidad, se ve debilitada por los mismos procesos que afectan la realidad
de una “Política”, altamente estatalizada, con poca capacidad de orientación nor-
mativa simbólica del “mundo de vida”, con predominio de procesos tecnocráticos
DD
de decisión, con la incidencia no mensurable de diversas dimensiones de la globa-
lización, la notoria diversificación del “interés”de los ciudadanos, con estilos de
vida alternativos a los tradicionales, en que se sigue fundando la clase política de
un Estado, que poco ha cambiado sus concepciones ideológicas, propias del siglo
XX y, que en conjunto apareja una “fatiga civil”-como denomina M. Gauchet a ese
proceso- al que hemos referido como “malestar ciudadano”, en que los individuos
se retiran a su vida privada o, en en el otro extremo, se afilian a irracionalismos
LA
nes participaron e incidieron, de uno u otro modo, en esos procesos, y por tanto,
en la construcción de una historia, unificada en el simplificado uso vulgar de la
noción de “política”.
El “uso vulgar”al que referimos, resulta de atribuirle a la idea de “política”,
la mágica calidad de portadora de un “Buen Orden”, predeterminado, e instaurado
en la sociedad, a partir de la “autonomía de lo político”.
La tesis contraria-que sostenemos-consiste de afirmar, que no existe una
OM
“autonomía de lo político”, precisamente porque la historia carece de sentido por
sí misma, en consecuencia, no resulta determinada por la inevitabilidad de la
historia, por la voluntad de Dios, por la de Alá y su profeta Mahoma, por la
Naturaleza, por el “Príncipe”-sea éste quien sea- por el proletariado, por el parti-
do o por el mercado.
Porque como señala con contundencia la interrogante de Castoriadis:
¿”…Quién podría afirmar, pues, aquello que pretende ser el hombre contemporá-
neo…?”. (C. Castoriadis: 1997).
.C
Explicando su pensamiento, éste autor señala: “…que estos individuos “per-
tenecen” a esta sociedad, porque participan en las significaciones imaginarias
sociales, en sus normas, valores, mitos, representaciones…”.
De lo expuesto resultaría, que sólo existiría una “institución de lo social”,
DD
dotada de autonomía, si la propia sociedad, es la única fuente creadora de senti-
dos y normas permanentemente autolimitantes.
El límite de ésta tesis, lo encontramos en el derrumbe de la capacidad actual
de auto-representación de la sociedad, y en el campo que se cede al predominio
de las ideologías-que hemos analizado-
En consecuencia, anotamos preliminarmente, que no existe posibilidad de
comprender el mundo moderno, sin considerar a las ideologías como parte del
LA
OM
rituales desplegados para dar brillo a esas instancias “patrias”, los objetos
sagrados como la bandera nacional, el himno como representativo de un sen-
timiento nacional.
La simultaneidad de esas acciones, inciden y manipulan el sentir ciudadano,
conformando un “Imaginario Social”, que una vez construído, permite reprodu-
cir sistemáticamente aquel “discurso del orden”, utilizando variados “Dispositi-
vos de Poder”.
En esencia -en el caso de la modernidad- nuestra explicación parte del siste-
.C
ma de relojería hobbesiano, del pacto legitimante del soberano con sus súdbitos,
a quienes garantiza la vida, al amparo de su fuerza y, continúa con el modo en
que el soberano articula su “Discurso del Orden” en la vida cotidiana, transmi-
tiendo horizontalmente en la sociedad su fuerza-ahora convertida en poder legí-
DD
timo-y dirigiendo así el “tráfico social”, incluso sin necesidad de utilizar efectiva-
mente su poder.
Ha logrado así “el soberano”, reconvertir su originario discurso del orden-
proveniente de Dios, de la fuerza, de la historia o del mercado, en el “discurso de
la razón”, expresado a través de la ciencia del derecho y de la utilización de sus
técnicas jurídicas, que son las que rutinizan el “dispositivo” del poder.
Así cierra el pensamiento de Hobbes, que manifestaba que, sólo mi razón me
LA
OM
Derecho”, en cuanto sean socialmente “sistemas simbólicos sancionados” y, por
tanto aceptados por muchos, tolerados y rechazados por otros, pero no creados a
partir de la nada, sino condicionados por esa realidad en que nacen, que supone
lógicamente la transformación de simbolismos anteriores.
De lo expuesto, surge una nueva interrogante, ¿porqué la “institución de lo
social”, se produce a partir de la búsqueda en el imaginario de un complemento
necesario para su “orden” y, se expresa a diferencia de aquél, en ritos, símbolos,
fiestas, himnos, canciones…?
.C
La nueva respuesta, vendría dada en la necesidad de la sociedad de darse
explicaciones, para así entender “su” mundo, para entender su vinculación con
éste, con los objetos que le rodean, con sus necesidades, en tanto convengamos
que esas respuestas, no vienen dadas desde el campo ya definido de la racionali-
DD
dad y sus dispositivos, propios de un “mundo desencantado”, del que ya nos pre-
viniera Weber en el siglo pasado, respecto de la “jaula de hierro”, en que queda
encerrada la creatividad humana, ante ese mundo calculado y repetitivo de la
“racionalidad formal”.
Y entonces nuevamente enfrentamos la problemática circularidad con que
iniciábamos éste razonamiento: ¿cómo se solucionan los inevitables conflictos
que se producen en este “mundo de vida”, entre articulaciones simbólicas acep-
LA
tadas socialmente, pero que, entran en conflicto, con otras de idéntica naturale-
za, pero de sentido contrario?.
No conocemos la respuesta a la pregunta, pero sí, el “cemento”, para unir
esos dos mundos diversos: las Ideologías, creadoras de imaginarios dominantes
institucionalizados.
Finalmente, ante esa constatación, una respuesta a una pregunta no formu-
FI
Las ideologías
OM
El origen de las ideologías se remonta a la primera forma histórica, en que
un grupo impone su discurso del orden, conforme cual sea su base fundante y las
condiciones socio-históricas concretas, caracterizándose pues como actividad
eminentemente estratégica, al percutir sobre esa sociedad, tal cual es vivida por
sus ciudadanos, desde el modo en que es pensada, por esos ideólogos, para in-
fluir sobre su desarrollo histórico.
La naturaleza de las Ideologías, consiste de un complejo sistema de repre-
sentaciones simbólicas, explicativas del mundo, que se dirigen a continentar las
.C
necesidades y deseos de los individuos, a través de un sistema cerrado de actitu-
des, comportamientos y creencias.
Estas representaciones simbólicas del mundo, consisten de formulaciones
coherentes -autosuficientes- acumuladas históricamente a través de diversas
DD
reflexiones, que las habilitan a su vez -la flexibilidad dogmática- para ser “pro-
ductoras” de nuevas simbolizaciones, adaptadas al momento socio-histórico de
aplicación.
Así, el núcleo dogmático de Marx y Lenin o, de A. Smith y Locke, reinter-
pretado ad nauseam por diferentes escuelas posteriores, para reinsertar el pen-
samiento duro de aquellas formulaciones, a nuevos escenarios históricos.
Esas simbolizaciones explicativas de su discurso del orden, se expresan ante
LA
riqueza del proceso social, que ya viene dado desde la sustantividad de esa ideo-
logía, generando “una forma sagrada de autoridad”, que incluso trasciende lar-
gamente a las instituciones y organizaciones seculares.
Así, en el caso de la teoría marxista, resulta evidente como se prescinde de la
realidad, cuando Marx reconvierte a “los trabajadores”, en su variable técnica: el
OM
En el caso de A. Smith, paradigma del dogma liberal, la “mano invisible del
mercado”, como reguladora natural de las necesidades del sujeto y auspiciando
un Estado “mínimo”, no interventor, ha sido releído, reinterpretado y aplicado,
por diferentes escuelas y gobiernos hasta nuestros días.
El liberalismo, destaca por su “capacidad” -como ideología- de mantener sus
postulados centrales, a la vez que se va reajustando sistemáticamente ante las
nuevas realidades y exigencias del entorno, a través de vertientes diferenciadas:
conservador, progresista o igualitario.
.C
El sentido de las ideologías, es ser y expandir sin límites físicos, un nuevo
imaginario colectivo-siempre dinámico y creativo-en el que los sujetos interpela-
dos, a través de esa matriz simbólica protectiva que se les ofrece, superen sus
incertidumbres, al construir “un nosotros”identificatorio”: clase social, partido,
DD
movimiento social, nación.
La eficacia de una ideología, resultará de la fuerza y estrategia con que se
inserte en un momento socio-histórico, al que interpelará sistemáticamente, juz-
gará, describirá y explicará totalmente, según formas que adopte, que podemos
insinuar a través de tipologías rudimentarias:
OM
hay que destruir literalmente en combate a muerte.
La literatura del “Conflicto”, refiere éstas situaciones desde una amplia
casuística que contempla desde Robespierre y el “terror” jacobino, a Lenin-Trotsky,
en la revolución bolchevique, Hitler y el aniquilamiento de “sus camisas pardas”y
en el otro extremo, ”Auschwitz”, como símbolo genérico de exterminio de judíos,
Stalin, con la “purga”contra todos quienes acompañaron a Lenin en la revolu-
ción, asesinatos masivos, deportaciones a “gulags”, Pol Pot y el Khmer rouge en
Cambodia, Kosovo en las barbaries balcánicas…
.C
En estos pocos casos referidos, la realidad supera largamente la teoría y la
literalidad de las tipologías.
Así resulta evidente que la ideología, refiere a un mundo de símbolos y valo-
res, que refieren a situaciones históricas particulares, que implican nuestra ig-
DD
norancia de porqué algunas nacen y mueren sin influir en el mundo y otras
golpean tan fuertemente a los individuos, a los pueblos y a la historia.
OM
pertenencia al conjunto de la sociedad…”. (cfe. Godel).
Resulta entonces, de mayor ganancia operativa, tomar la idea de “política”,
como una “construcción”, resultante de la actividad de “operadores”-políticos-eco-
nómicos y sociales- que utilizan para sus fines, los referentes que encuentran en
derredor de los problemas sociales.
Estos referentes, entran así en la “agenda política”del gobierno o de los par-
tidos, nacen a la vida real y al discurso político, no simplemente porque existan
y alcancen a cualesquiera grupos de la población, sino porque actúan y son utili-
.C
zados, como refuerzos ideológicos al accionar de determinados grupos. No por-
que sean necesarios a una idea de “bienestar social”, u otras análogas, sino por-
que son enarbolados simbólicamente, por un grupo, en un momento determina-
do: ello explica que, los temas de la “agenda política”, avancen o retrocedan con-
DD
forme estrategias o predominancias ideológicas.
Así se conforma el conflictivo espacio de la política, en tanto producto del
entrecruzamiento ideológico de discursos, que se refuerzan en momentos deter-
minados, con cuestiones que agregan supuestas virtudes al sistema y al sector
que las promueve, creando “amigos y enemigos”, al incidir en los ciudadanos,
como portadores de apoyos o rechazos a esas cuestiones.
La configuración del universo social, definido conflictivamente-como choque
LA
Conclusiones
OM
relativa desnudez, que les ha producido una multiplicidad de polarizaciones del
mundo, resultantes de “…las fracturas, contradicciones y desafíos, que lenta pero
implacablemente introduce la globalización y la progresiva alteración del papel
tradicional del Estado…” (Vallespín, F: 2000).
Se trata en definitiva, de la cuestión ya planteada, de la búsqueda de res-
puestas éticas a preguntas ancestrales del hombre: ¿quién quiero ser? o ¿cómo
hemos de vivir?.
Como señala Giddens, se trata del problema de ajustar una idea de política,
.C
que afecta a las cuestiones que “…fluyen de procesos de autoactualización en
contextos postradicionales, donde influencias globalizadoras penetran profun-
damente en el proceso reflexivo del yo y, a la inversa, donde los procesos de
autorreflexión, afectan las estrategias globales…” (Giddens, A.: 1991).
DD
Analizando positivamente la posición de Giddens, encontramos a un”…sujeto
que conforma su propia biografía, emancipado ya de los vínculos de la
tradición…organiza también su identidad y opciones políticas eligiendo entre el
variado menú de todo ese conjunto de polarizaciones…” (Vallespín: 2000).
En consecuencia al haber caído la predominancia de los paquetes ideológicos
tradicionales, corresponde al nuevo “individuo reflexivo”, elegir una dirección u
otra, como resulta de la sugerente tesis de Beck, en que el individuo siempre
LA
la política tradicional.
Si la tesis de Beck no resultare cierta en cuanto a la posibilidad de “reinvención
de la política”, lo cierto es que en ésta “modernidad reflexiva”, que refiere Giddens,
es sí posible intentar “comprender” una nueva política, que elabore categorías
que reinterpretando las viejas instituciones, las haga aptas para las transforma-
ciones que en todas las dimensiones de la vida, supone la Globalización con sus
multidimensionales formas de manifestarse-como hemos analizado en otros ca-
pítulos de esta obra.
CAPÍTULO IV
Teorías de la política
Juan Calanchini Urroz
OM
PARTE I:
LA POLÍTICA COMO SISTEMA
Presentación de la cuestión
.C
ción política se manifieste a través de una creciente especialización de roles,
reglas y procedimientos particulares, así como de instancias institucionales y
aparatos gubernamentales.
El sistema societal, señala N. Luhmann (1992): “...se va diferenciando en
diversos sistemas parciales, cuya capacidad de resonancia se autoorganiza en
DD
relación con un código especializado: lo político, lo económico, lo religioso, lo
científico, lo jurídico...y que todo sistema funcional puede desarrollar sólo su fun-
ción propia...”.
En toda sociedad funcionalmente diferenciada, la “integración”, buscada como
“satisfacción de exigencias fundamentales”, resulta de la “especialización y dife-
renciación”, entre partes que son mutuamente necesarias y no, enseña Luhmann,
LA
OM
4. Así como estudiar el “cursum honoris” de los candidatos, su extracción
social, cultural, así como los intereses que dice representar.
5. Analizar las condiciones en que se desarrolla el proceso de “participa-
ción” ciudadana y la credibilidad que los electores demuestran respecto
de ese sistema que ayudan a conformar con su voto.
6. Analizar -más allá de los extremos referidos- la “cultura política” del país.
Esta enumeración -referida a vía de ejemplo- sólo refiere la dificultad de
delimitar “el objeto” de análisis, atento a la diversidad de relaciones que existen
.C
entre los roles, instancias y tareas políticas, así como marcos formales y el resto
de las actividades sociales y por cierto la mayor o menor comunicabilidad de
éstos ámbitos entre sí.
La concepción de la “política como sistema”, largamente propuesta y discuti-
DD
da en las ciencias sociales como marco de análisis válido, permitió renovar los
resultados de investigaciones que provenían de zonas de estudios comparativos,
empantanados en enfoques formales (por ej. entre presidentes electos por sufra-
gio universal o entre “estados monárquicos”), permitiendo vislumbrar en su lu-
gar- o de modo complementario- relaciones y actividades dotadas de una propia
dimensión política. (cfe. J. Lagroye: 1994).
La ganancia respecto de esos métodos, consiste de que éste método analítico:
LA
“...nos lleva a abstraer del mundo empírico sus aspectos políticos como centro de
interés principal y si lo deseamos podemos describir esos aspectos como un siste-
ma de interacciones o de conductas” (D. Easton).
La tarea, será pues aquella de presentar un enfoque de la política en tanto
“sistema”, que analizaremos como un”marco de análisis”, que procesado con ri-
FI
OM
sistema social que las genera y mantiene.
En caso contrario, de modo progresivo o violento se producirá la desaparición
de ese sistema social o su transformación, tal como el caso-de la “desaparición”
del “ancien régime”francés, cuando dejó de cumplir “sus funciones sistémicas”.
Otra cuestión preliminar supone que, respecto de esas “exigencias funciona-
les”, se distingan, por un lado:
1. los “objetivos” formalmente asignados a determinado elemento del siste-
ma (ej. poder ejecutivo) de
.C
2. la manera como éste elemento (ese poder ejecutivo) “contribuye efectiva-
mente” al mantenimiento del sistema en sí. En el ejemplo, no sólo impor-
ta que el “ejecutivo” cumpla su elemental tarea de elaborar y ejecutar
políticas públicas, sino que a la vez, contribuya a la realización de exigen-
DD
cias funcionales al sistema, como: la socialización política de los ciudada-
nos, la formación de dirigentes libres, la fluída comunicación entre diver-
sos elementos del sistema, la defensa de grupos minoritarios, etc.
Es decir que, un prolijo ejercicio de las “funciones” propias del sistema políti-
co, expresando libre e igualitariamente los intereses sociales, contribuye propor-
cionalmente a reducir las tensiones sociales, generando a través de la socializa-
ción política abierta, el mantenimiento del modelo de organización social, inte-
LA
OM
Elaboración de políticas
Socialización política
Comunicación política
Defensa de grupos minoritarios
.C
del sistema, en tanto que
2. La “función de socialización política”, que tiende al mantenimiento del
modelo instaurado de organización social, e integra las unidades de base
del sistema social.
DD
Los componentes del “Sistema”
sistémico:
1. El Sistema: que supone concebir la vida política en tanto sistema de con-
ducta, analítico y empírico a la vez.
2. El Ambiente: que es de diferente naturaleza que el sistema y a su vez se
encuentra sujeto a sus influencias. Actúa en base a “inputs”(demandas y apoyos
FI
al sistema provenientes de los dos ambientes referidos), como concepto que sin-
tetiza los desafíos y requerimientos que ponen en acción al sistema.
3. La Respuesta: es la operación del sistema frente a toda clase de tensiones,
internas o externas a él, provenientes del “ambiente” y de los “inputs” produci-
dos en aquel.
Se sintetiza en los “outputs” (respuestas del sistema como “lazo de retroali-
mentación” ante los “inputs”) que provee el sistema, necesarios para sus subsis-
tencia.
4. La Retroalimentación: insinuada en el numeral anterior, denota en este
proceso los instrumentos en base a los cuales los gobiernos operan en vista del
éxito de sus “decisiones” (proceso decisional que implica una evaluación de los
requerimientos), y el retorno de “respuestas” (retroalimentación), a los “ambien-
tes” que las originaron.
Este componente refiere el tratamiento de los fenómenos políticos, como cons-
titutivos de un sistema abierto, que debe resolver sus propios problemas y tam-
bién los emergentes de su continua exposición a la incidencia de otros ambien-
tes.
OM
medida el resultante de otro u otros y, de qué modo, en consecuencia en un nivel
macro se vinculan variaciones en el proceso social total de agregación de intere-
ses y, finalmente, qué variaciones produce en el proceso de socialización.
Para el estudio “aislado” de “partes” de un sistema político, se requiere la
creación de un subsistema, sea partidos, sindicatos o grupos de presión, que
tienen la misma “jerarquía” que “el” sistema político, excepto en cuanto carecen
de autonomía absoluta respecto del ambiente exterior, pues su propio ambiente
es el del sistema politico.
.C
Status teórico del sistema
1. Este es sin duda, uno de los aportes centrales de éste tipo de teorizaciones,
para la comprensión de la vida social, en cuanto refiere a la importancia de per-
cibir las “señales” que provienen de los “ambientes”, dirigidas por actores socia-
les o autoridades.
Referirá entonces al estudio de la “capacidad” de las autoridades de atender
OM
a las reivindicaciones postuladas o a las manifestaciones de crisis en diversos
sitios del sistema. Como señala Easton: “...Las autoridades pueden ser relativa-
mente incapaces de tomar conciencia de las indicaciones emitidas por actores que
no poseen sus mismas características de clase, posición o casta y con las cuales se
identifican”.
2. Esta andadura, abierta por éste modelo, permite emprender fructíferas
investigaciones sobre las condicionantes sociales de y sobre los dirigentes, en la
medida que condicionan la capacidad de éstos para recibir, seleccionar y valorar
.C
adecuadamente la información recibida.
Asimismo, permite el estudio empírico del tipo de “apoyo”, que determinados
dirigentes encuentran en determinados grupos sociales.
3. También este modelo permite analizar si existe “una sola voz”, en el grupo
DD
emisor de decisiones, o si se las concibe como el “resultado de múltiples conflic-
tos entre dirigentes y entre intereses contradictorios” (D. Easton).
4. Finalmente también el aporte dentro de las ciencias sociales ha resultado
fundamental, en cuanto a que los “intercambios y transacciones”, que se produ-
cen entre los diversos sistemas, permiten ubicar a “la política”, como fuertemen-
te “...insertada en el conjunto de las actividades sociales...” (Easton). En suma,
que ésta elaboración conceptual no separa en la realidad, el incesante relaciona-
LA
sentido, el test que propone D. Easton, consiste de: “...la orientacion predomi-
nante hacia la asignacion autoritaria de valores”.
El sistema político se autoidentifica, en cuanto dispositivo que trata de deli-
mitar, en su perímetro de incidencia, el sistema de interacciones por el que di-
chas “asignaciones”, se hacen autoritarias u obligatorias. Por ello no caen dentro
La asignación autoritaria
OM
El emprendimiento de Easton, supone definir la naturaleza de la política, de
modo que además de denotar la complejidad de los fenómenos que la conforman,
se encuentre apto para definir las condiciones por las cuales un fenómeno social
cualquiera, devenga en definitiva, políticamente relevante.
En el comienzo de su propuesta, Easton se interroga acerca del modo en que
se pueden alcanzar las metas sociales, lo cual reconduce a la cuestión mayor de
responder: “¿Cuáles son las medidas de política práctica que realmente ha adop-
.C
tado una sociedad, a través de sus autoridades?¿Cómo se determinan y se llevan
a cabo?
En principio, todas las actividades relacionadas con la formulación y ejecu-
ción de las medidas sociales, en lo que ha llegado a llamarse “...la forma elíptica
DD
en la ciencia política, el proceso de hacer y establecer medidas políticas aplicadas
a la práctica, constituyen el sistema político”.
Resulta así que el principio de relación entre todas las actividades, lo consti-
tuye el hecho de que todas tienen una ingerencia sobre la forma en que la socie-
dad crea y aplica una medida. Es esto, señala Easton, lo que debe proporcionar
al sistema político una cualidad intrínseca, que lo diferencie por ejemplo, del
sistema económico.
LA
sea para una sociedad, para una pequeña asociación o para cualquier otro gru-
po, consiste en una red de decisiones y acciones que distribuye los valores...Una
decisión es solo una decisión entre varias alternativas que expresa la intención de
la persona o del grupo que hace la elección. El llegar a una decisión es la fase
normal de establecer una medida política práctica, no es la decisión completa con
respecto a un problema en particular.... Cuando actuamos para implantar una
decisión, entramos en la segunda fase de una medida política práctica, en su fase
efectiva. En ella, la decisión está expresada o interpretada en una serie de accio-
nes y de decisiones mas limitadas que pueden, en efecto, establecer nuevas medi-
das políticas prácticas”.
Así, la ciencia política se preocupa de todas las formas en que los valores son
distribuídos en una sociedad, ya sea que estén formalmente declarados en una
OM
investigación política es ...tratando de revelar la forma en que los valores son
afectados por la distribución perentoria…”. En tanto, deben ser precisadas las
características que prestan autoridad a las medidas políticas prácticas, lo que
nos conduce a la segunda cuestión: la de la Autoridad.
2. La autoridad
.C
quien se intenta aplicar, considera que debe obedecerla. Es obvio que esta es una
explicación sicológica, más que moral del término. Podemos justificar el usarla
en esta forma porque da al término un significado que nos permite determinar
realmente si un grupo de personas considera que lo que hace en la práctica es una
DD
medida política perentoria...una medida es claramente terminante cuando pre-
valece el sentimiento de que debe ser obedecida, sin importar cuales sean los mo-
tivos de la obediencia. En el presente contexto, por lo tanto, usaremos solo la
expresión de “medida terminante” para referirnos a aquellas medidas, formales o
efectivas, que se aceptan como obligatorias”.
Importante resulta la precisión complementaria, de que la ciencia política no
está interesada en “...todas las medidas terminantes que se encuentran en una
LA
tros, en que las decisiones terminantes lo son para la sociedad entera y, no para
un grupo o varios grupos de la sociedad, lo que nos conduce al tercer concepto de
su construcción, la “naturaleza social de la medida”.
En efecto, este concepto resulta útil para aislar de modo definitivo el objeto
de la investigación política, en cuanto decir que una medida práctica es -señala
Easton- de: “...interés central cuando se refiere a una sociedad completa, no in-
tento decir que toda medida política práctica, aunque por su carácter aplique a la
sociedad entera, debe afectar por medio de sus consecuencias inmediatas a todos
los miembros de una sociedad. Claramente se ve que toda medida es selectiva en
sus efectos, sin importar qué tan generales sean sus características ...diremos que
una ley puede afectar la actividad de sólo unas cuántas personas en una socie-
dad, sin embargo en un sistema político constitucional, se le considerará legal y
obligatoria para todos”.
OM
de que hay ciertas actividades políticas y procesos básicos que son característicos
de todos los sistemas políticos, aunque las formas estructurales por medio de las
cuales se manifiestan puedan variar y de hecho varíen considerablemente en cada
lugar y época”.
En consecuencia, propone lo que denomina “el test de las interacciones políti-
cas” del que resulta que lo que diferencia: “...las interacciones políticas de todas
las otras interacciones sociales es que se orientan predominantemente hacia la
asignación autoritaria de valores para una sociedad. Por consiguiente, la inves-
.C
tigación política tratará de comprender el sistema de interacciones mediante el
cual se hacen o implementan dichas asignaciones obligatorias o autoritarias”.
Concluye señalando que, para diferenciar con claridad el sistema político
societario de otros sistemas menos inclusivos: “...llamaré sistemas parapolíticos
DD
a los sistemas políticos internos de grupos y subgrupos y reservaré el concepto de
sistema político para la vida política de la unidad más inclusiva que analizamos
o sea la sociedad”.
LA
FI
PARTE II:
LA POLÍTICA COMO INTERCAMBIO
Presentación
OM
En la nueva fase contemporánea de relacionamiento de la dupla “política-
economía”, es observable la existencia de nuevos condicionamientos, derivados
de técnicas y especializaciones crecientes, que nos pemiten conceptualizar nue-
vos horizontes para la noción de Política.
En cuanto la sociedad capitalista moderna debe ser entendida como un nú-
cleo de actividades racionalizadoras, el sentido de sus confines se define desde la
calculabilidad de sus acciones y proyectos, lo que supone que los actores y opera-
.C
dores del proceso total, ejerzan el poder desde nuevas aristas, que suponen la
idea de “poder como racionalidad”. Es en ésta perspectiva que nos interesa ubi-
car al “Estado Contemporáneo”, como aquel campo caracterizado por la existen-
cia de un creciente “intercambio político”, que resalta vigorosamente el carácter
DD
plural y diversificado del “sistema político”. (Cfe. Pizzorno, A. y Rusconi, G).
En efecto, el concepto de “racionalidad”aludido, se encuentra fuertemente
ligado a la idea de una “socialización organizada” de la dimensión político-esta-
tal. El fundamento resulta de la fuerte interrelación que existe entre todos sus
componentes. Así, resaltando la idea de “interacción”, que suponen las moder-
nas sociedades, acceden como actores centrales, el Estado y la Sociedad Civil, en
LA
garante de las reglas del juego. En un acuerdo mínimo, los tres actores admiten
la necesidad negativa de no alterar los términos de su relación de fuerzas, debili-
tando demasiado una de las contrapartes y haciendo peligrar la resistencia glo-
bal del sistema... Este funciona también bilateralmente, toda vez que un grupo
socialmente organizado... logra establecer transacciones con el Estado valorizan-
do el potencial de disenso o de ofensa del cual dispone, transformándolo en un
bien negociable...” (Rusconi).
OM
Contextualmente y con especificidad, resulta de su obra, que estos “inter-
cambios políticos” no deben ser vistos como: “...una degeneración o un subproducto
de las democracias contemporáneas...” o como “...resultantes de una patología de
la vida política...”, sino visualizados y estudiados como una práctica constante y
creciente, propia de los regímenes democrático-parlamentarios occidentales, re-
quiriendo además la existencia funcional de partidos políticos, de un aparato
administrativo estatal y una capacidad de gobierno surgida de elecciones libres.
Pero el concepto de “intercambio” no se reduce a ésta dimensión convencio-
.C
nal “política-económica”, sino que, como propone Rusconi: “Abarca los conteni-
dos de la subjetividad o de la identidad colectiva. El Intercambio político es un
sistema de acción colectiva en que los diversos contratantes ponen en juego el
sentido de su actuar, en una lógica de reciprocidad de la cual puede salir confir-
DD
mada, reducida, o desmentida su propia identidad. Tal planteamiento relativiza
el contraste tradicional entre la racionalidad del mercado y la racionalidad del
plan. Se pone en términos nuevos el problema del control y del gobierno de un
sistema que se está desarticulando y rearticulando fuera de los esquemas de pre-
visión clásica. Se consolida la convicción de que su línea de desarrollo no lleve ni
a la crisis prevista por el marxismo ni a una capacidad de expansión infinita
esperada por otras partes. Nuestra sociedad está en una fase compleja de
LA
complejidad”. (Rusconi).
Resulta resaltable en su concepción, cuando refiere a las “identidades” el
modo como los sujetos se definen como tales a partir de su relación con “el otro”,
así el movimiento obrero, pensado en su globalidad, se constituye y define como
tal a partir de la siempre conflictiva relación de intereses, que en todo proceso de
adolece del defecto de no visualizar que ese “nuevo mercado politizado”, consti-
tuye un nuevo campo de relaciones conflictivas y por tanto un nuevo campo de
búsqueda de integraciones para el sistema político, lo cual es notorio en un Esta-
do que se adscribe crecientemente a nivel mundial, a esa nueva lógica negocia-
dora del mercado.
También, en vertiente similar, se trata de quitar validez a su noción de “in-
tercambio político”, afirmando que: “al purificar la fase de la contradicción...corre
OM
el riesgo de no pasar de una representación puramente descriptiva de la forma de
estado-contemporánea, como mero reflejo de un conflicto social autosuficiente,
que ésta se limitaría a registrar, resolviendo así su propio ejercicio en un simple
control administrativo”. (C. Luporini).
Como se analizará más adelante, esta crítica resulta insuficiente en opinión
de Rusconi, en cuanto no analiza al “intercambio como un compromiso”.
Pero también deberá discutir con anteriores concepciones de fuerte arraigo,
como la expuesta por J. Schumpeter en su “Capitalismo, Socialismo y Democra-
.C
cia”, editada en 1942 y, que en lo esencial presupone que: “El método democráti-
co es el instrumento institucional para alcanzar decisiones políticas, conforme al
cual unos individuos obtienen el poder de decidir a través de una competencia
que tiene como objeto el voto popular”.
DD
Esta concepción de Schumpeter, que constituyó una fuerte alternativa a la
visión de la doctrina clásica de la democracia y que se incluye en la denominada
“Teoría elitista de la democracia”, ha hecho fuerte baza en diversos sectores aca-
démicos y en particular en determinados sectores de la politología norteamerica-
na, empujando al máximo la analogía votante-consumidor, político-empresario,
reproduciendo en política la utopía libre cambista de un equilibrio optimizador
entre las salidas y las entradas, entre los recursos invertidos y las ventajas con-
LA
seguidas.
No le interesa en éste punto a Rusconi profundizar la democracia schumpete-
riana, reducida a “mecanismos de competencia elitista”, sino señalar su cortedad
de alcance, en cuanto ese modelo no permite verificar: “...que la categoría del “bien
público” pueda incluir contenidos muy heterogéneos (salarios, tarifas de servicios
públicos, autorreglamentación de las huelgas, estrategias de inversión), y que és-
FI
OM
de clase” (1977), señala que: “Mientras en una situación de mera contratación
colectiva la acción sindical puede amenazar una interrupción de la continuidad
del trabajo, es decir un retiro de la colaboración con la producción, podemos decir
que el intercambio se vuelve político cuando la amenaza concierne al retiro del
más amplio consenso social, es decir de la colaboración al orden social...”.
La cuestión problematizada en estas diversas concepciones, implica que
Schumpeter vuelca el mercado económico en el político, desde su fundamento
del resultado de la competencia a través del voto, Lindblom, por su parte man-
.C
tiene separados ambos campos, Estado y Mercado son dos sistemas diversos de
organización y control social, funcionalmente, sí relacionados, pero lógicamente
diferentes, en tanto que Pizzorno, con una lectura radical y diversa delimita el
problema al reconstruir la “lógica del mercado” a partir del comportamiento re-
DD
flejo de la fuerza de trabajo organizada.
Es a la luz de estos planteamientos, que Rusconi retoma su argumentación,
desde el lugar en que opera una verdadera distinción conceptual entre el “mer-
cado” y el “intercambio”.
Delimitando el intercambio
LA
nuevamente toda la historia del papel del estado moderno liberal y post-liberal
respecto del desarrollo capitalista: el carácter inevitable de su intervención cre-
ciente como soporte indirecto, el cambio continuo de la calidad de tal interven-
ción, hasta las formas actuales del estado social”.
En el concepto de autoridad, está comprendido el momento de la coerción,
que se expresa en forma del mando, de la ley vinculante bajo pena de sanciones,
pero mando no es sinónimo de arbitrio. Aquí más bien la autoridad está entendi-
OM
da con la atribución de legitimidad. Además: la autoridad (entendida como poder
legítimo) no se expresa siempre, indispensablemente, en la forma de mando. A
menudo se ejercita, suspendiendo la sanción, buscando el compromiso, aceptan-
do negociaciones. Se configura así un conjunto de actitudes de la autoridad que
se pueden adscribir a una lógica negociadora de mercado.
“En definitiva, la lógica de mercado se vuelve enteramente comprensible solo
si se reenvía a una situación lógicamente distinta. Es decir a un sistema de auto-
ridad que gobierna las reglas del mercado, asi, de acuerdo mutuo, la autoridad,
.C
en el desenvolvimiento concreto de sus roles, utiliza también las lógicas de merca-
do. La autoridad no se legitima solamente en la capacidad de mando, sino tam-
bién en la transacción. La expresión “intercambio político”, intenta fijar una si-
tuación híbrida, móvil, media, que no sólo combina, sino que hace posibles los
DD
dos sistemas de acción: autoridad-mercado. La calificación de “político”, referida
al intercambio se justifica por el hecho de que considera “bienes de autoridad”
que tienen la forma del mando (leyes, normas administrativas), pero éstos solo se
vuelven eficaces, es decir, obtienen obediencia y consenso solo porque están con-
tratados, reconocidos, a través de la forma de mercado”. (Rusconi)
Resulta claro de la lectura de éste pasaje, el tono polémico y las precisiones
de Rusconi, respecto a los oponentes citados. Así, resulta clara la insuficiencia
LA
Todo ello con la acotación de la presencia del Estado, primero como partici-
pante y legitimador de la contratación (el Estado como “contraparte”) en cuanto
es el propio Estado quien intercambia “bienes” (los que no eran negociables en la
lógica del mercado tradicional), los “bienes de autoridad”; y en segundo lugar su
actuación de “garante” de que todos los sujetos accedan al intercambio político.
De lo cual se desprende una tercera y nueva función de ese Estado, que es
aquella de “institucionalizar los mecanismos de acción que regulan la interven-
OM
ción de los sujetos colectivos en el intercambio”.
Proceso que en su contextualidad, Rusconi ha llamado”arquitectura de la
estabilidad” y que reenvía de modo fuerte a su cotejo con el modelo de Easton,
para analizar la posibilidad que éste modelo, llene alguna de las lagunas de aquel.
Más concretamente, la inserción de múltiples actores incidiendo en el umbral
decisorio de Easton, en cuanto veamos al intercambio “como compromiso” de
diversos actores, ámbitos y especialidades del sistema político.
En suma, se delinea el trazado “microfísico”, a que alude Foucault cuando
.C
sugiere descartar “al rey y la ley”, (aceptado expresamente en Rusconi, al ir más
allá de las formas para entender el intercambio), como explicaciones determi-
nantes y, analizar en consecuencia el tejido social como interconexión de
capilaridades plurales, en el sentido nuevamente de la obra de Foucault o en la
DD
de B. Arditi, con su propuesta de una “nueva gramática”.
LA
FI
PARTE III:
LA POLÍTICA Y LAS TEORÍAS ECONÓMICAS
DE LA POLÍTICA
OM
Ubicación temática
Con un lenguaje muy duro, Adam Przeworski (1987), sostiene que: “...las
ciencias sociales están hoy bloqueadas por una ofensiva como no se había visto
desde 1890: una tendencia deliberada a imponer el monopolio del método econó-
mico a todos los estudios de la sociedad...”.
En su opinión, esta ofensiva economicista consiste de aportar los
.C
“microfundamentos” de los fenómenos sociales que se pretende explicar y, que
dicho en sus palabras supone “...basar todas las teorías de la sociedad en las
acciones racionales de los individuos orientadas hacia un fin...”. Hoy se impone
entonces, en todos los ámbitos de las ciencias sociales, la perspectiva de la acción
racional, apoyada en el supuesto común proveniente de la microeconomía, de
DD
que las acciones individuales son racionales en sentido instrumental y egoístas.
El “casus belli” iniciado por Przeworski, introduce esta presentación opuesta
a esa afirmación del “bloqueo” existente en las ciencias sociales, y que defiende
como altamente estimulantes para el ámbito de investigación en tierras
politológicas, el estímulo, los desafíos y las nuevas vetas explicativas descubier-
tas por las corrientes económicas. Y de modo particular, el tema a tratar en éste
LA
OM
to de los individuos interactuando en la sociedad, puede ser analizable como el
de un conjunto de participantes, que maximizan su utilidad desde el ángulo de
sus preferencias normales y estables, acumulando una cantidad razonable de
información y diversos inputs, que recogen desde los mercados en que son agen-
tes en su vida diaria.
El paso adelante de esta escuela, vista la esterilidad explicativa de los mode-
los macroeconómicos de los 50 y 60, está marcado por el movimiento de “cruzar
el puente analítico”, que supone considerar en el estudio económico, que las mis-
.C
mas personas que actúan en el espacio privado de la sociedad civil y del mercado,
son las mismas que intervienen en el espacio público de la decisión política.
Efectuado ese “cruce”, la hipótesis y la metodología a aplicar en el espacio de
las relaciones sociales, será idéntico para las cuestiones públicas y privadas y la
DD
presuposición básica de ésta teoría consistirá de admitir la existencia de una
única estructura de decisión en el ámbito político, que introduce un modelo de-
mocrático en el que “los gobernantes son los mismos ciudadanos gobernados”.
(Cfe. Salinas).
En consecuencia, este modelo democrático, absorbiendo por la maniobra ana-
lizada, los presupuestos de maximización utilitarista, propios de cualquier rela-
ción económica entre individuos “libres”, asume que los miembros de la sociedad
LA
convengan entre sí y sin coacción, que determinadas áreas del todo social sean
gestionadas a través de la “elección pública”, la que supone ciertamente la ins-
tauración de mínimos de coacción para su eficacia y efectividad.
En su corta vida, datable en menos de 30 años de desarrollo, esta escuela,
enancada entre la Economía y la Política, avanza en diversos frentes de las cien-
cias sociales y particularmente, entre los que nos interesan de modo directo, la
FI
incluso del socialismo, esta escuela destaca por su original oferta de analizar
todo el entorno interactivo de la política en tanto que “intercambio”- semejante
al de la actividad del mercado- en que las transacciones con sus mutuas conce-
siones, son vistas desde las posiciones iniciales de los agentes que intervienen
dichos actos.
Resulta evidente que este “intercambio” involucra, en consecuencia a agen-
tes con intereses diversos, que a un mismo tiempo, pretenden obtener las máxi-
mas ventajas, a través de sus decisiones.
Metodología. Presupuestos
OM
confrontación del individuo con las alternativas que enfrenta en su vida cotidia-
na y su elección entre ellas...”.
Desde este “primer presupuesto”, se intentan presentar “los hechos colecti-
vos”, a partir de las acciones individuales, con lo que de modo expreso se está
dejando fuera de su campo de influencia la permeabilidad de determinismos es-
tructurales y, maximizando en consecuencia la posibilidad de cada individuo de
tomar decisiones voluntarias, naturalmente que, dentro del prospecto existente
de alternativas, resultante de las normas institucionales vigentes y de la
.C
interactividad con el comportamiento de los otros sujetos.
En suma, los sujetos activos de la “elección racional”, no son las naciones,
razas, clases o géneros, sino siempre los individuos dotados de razón que a tra-
vés de sus estrategias y decisiones, buscar arribar de modo consciente al logro de
DD
“su propio interés”. (Buchanan et al).
Especificando así su campo de pertenencia y afirmando su vocación “positi-
vista” en el sentido ya referido, resulta evidente que éste primer supuesto, asu-
me como predominante el “egoísmo” humano, evitando disociaciones normativas
difíciles de sostener. En efecto, elimina la posible disociación, de difícil proban-
za, de que en la búsqueda de sus intereses privados el individuo privilegia su
comportamiento autointeresado (ej. en lo económico) y que en cambio ese mismo
LA
posición concerniente a los fines últimos o criterios que deben dirigir su elección”.
(Buchanan cit.)
OM
el proceso político, sino que esta hipótesis “egoísta” proporciona una fuerte fun-
ción empírica. (J. Elster). Así, señalan, puede o no ser realista y ello sólo se
puede determinar por una comparación de algunas de las implicaciones analíti-
cas positivas, con los hechos observables en le mundo real.
En consecuencia, el método analítico presentado por medio de este “postula-
do individualista”, sugiere que toda la teoría se resuelve finalmente en conside-
raciones a las que hace frente el individuo, en cuanto agente decisor en su vida
cotidiana, e implica su “problema de elección” y sus medios u oportunidades para
.C
resolver el problema que enfrente. (Buchanan-Tullock cit.).
De este razonamiento se sigue con claridad, que la acción colectiva resulta de
la acción colectiva de los individuos: “...cuando optan por cumplir determinados
objetivos colectivamente, en vez de individualmente...”. Y en esta concepción, el
DD
Estado es visto exclusivamente como el “conjunto de procesos” o como el aparato
mediante el cual la acción colectiva tiene lugar...En suma, como un instrumento
que ha sido construído por los hombres”.
Reiterando la noción central de que el “autointerés individual” es sólo un
principio teórico, sujeto a contrastación según el caso, podemos adelantar algu-
nos supuestos de acciones “egoístas” o de “autointerés”, que justifican el análisis
de éstos extremos:
LA
1. Esta teoría supone, que los ciudadanos participan en política para satisfa-
cer sus preferencias y en particular para obtener la provisión de bienes
públicos, como leyes, decisiones administrativas y servicios sociales que
les favorezcan.
2. Supone además, que los políticos persiguen el acceso al poder, concibien-
do a éste como el instrumento para la realización de sus fines o ideales o
FI
privados del quehacer social, en cuanto la “acción colectiva”, como la “acción pri-
vada”, se encuentran motivadas por fines que son concebidos individualmente y
en consecuencia toda la acción social procede después que se lleva a cabo un
“cálculo mental”, por parte de un individuo o un conjunto de individuos.
En la base política, este presupuesto, en la visión de Buchanan, define la
“relación política” en términos de cooperación, a diferencia de las concepciones
totalizadoras del Estado, basadas en la idea de Dominación de grupos poderosos
OM
que imponen su voluntad a los individuos.
El parteaguas original de ésta escuela, contra el enfoque clásico de la “elec-
ción colectiva”, radica en que su enfoque “económico”, considera a la toma de
decisiones políticas, como análoga a la determinación individual que existe en
una relación real de intercambio (en una compraventa, cada individuo desea
asegurarse los términos de maximización de su intercambio y, de ello nadie con-
cluye que los intereses de los contratantes sean recíprocamente exclusivos y que
uno deba prevalecer sobre el otro).
.C
Por el contrario, el enfoque clásico ignora la posibilidad de cuantificar los
intereses del individuo, en cuanto estos, individuales y grupales son mutuamen-
te excluyentes y, la “voluntad” de la mayoría y de la minoría no pueden prevale-
cer al mismo tiempo.
DD
Segundo Presupuesto: la racionalidad del individuo en su elección
OM
gar, permaneciendo las otras cosas invariables. Por el contrario, si la cuota
impositiva se incrementa y se permite elegir al individuo, éste seleccionará un
nivel más reducido de la actividad colectiva. De un modo paralelo, pueden dedu-
cirse las proposiciones de la demanda-renta. Si la renta del individuo aumenta y
su presión fiscal no, él tenderá a optar por tener más “bienes públicos”.
No obstante la aceptabilidad casi intuitiva de esta propuesta económica, puede
ser engañosa si se generaliza aceleradamente, y se aplica de modo total a la
colectividad como unidad, en vez de a los individuos, por cuanto, es elemental
.C
entender que los “bienes públicos”, solo pueden definirse en términos de evalua-
ciones del individuo. Así, en caso que un individuo vaya a votar favorablemente
un gasto público para que el Ministerio del Interior designe más policías, lo hará
cuando se baje el salario de los policías. En tanto en la misma hipótesis, otro
DD
individuo puede considerar que no es necesario designar más policías, sino ra-
cionalizar su desempeño a través de cuerpos de élite reducidos y altamente
tecnologizados.
La consecuencia evidente de este tipo de razonamiento, reside en que las
decisiones del grupo, serán el resultado de la suma de decisiones individuales,
cuando éstas se combinan -a través de una regla aceptada pòr todos- en una
toma de decisiones. Sin embargo, las reglas de la toma de decisiones bajo las que
LA
poradas en las reglas de toma de decisiones. Por lo que se infiere claramente que
los resultados de la acción colectiva “...no indican directamente nada sobre el
comportamiento de cualquier individuo medio o representativo”. (Buchanan).
Del comportamiento del individuo en el proceso político, resulta, del razona-
miento seguido, un quantum de incertidumbre, que no es obviable en cuanto no
hay direccionalidad entre la elección del individuo y la acción o decisión final. El
individuo, cualquiera sea el tipo de regla general que defina el proceso de toma
OM
de decisiones, no puede conocer de antemano el resultado final, en el momento
en que opta su vía de acción que conducirá a través de la “regla”, a la decisión
final.
Es éste un quantum no determinable de incertidumbre, pero por cierto alto
en casi toda elección de naturaleza política, cualquiera sea la forma que
asuma(nacional, departamental, sindical), el que ciertamente limita el entorno
de validez de cualquier modelo teórico basado en la hipótesis del comportamien-
to racional del individuo.
.C
La necesidad de reducir el entorno de incertidumbre
OM
miento racional del individuo produzcan un resultado tan fructífero al aplicarse
a los procesos de la elección colectiva como el obtenido con modelos semejantes
aplicados a elecciones del mercado”. (Buchanan, cit.: 66).
Porque no hay que olvidar que en definitiva, en el caso de las decisiones
colectivas, las decisiones resultan de un proceso “político” (colectivo), por el que
resultan seleccionadas preferencias de determinadas personas y se imponen como
decisión autoritaria para toda la sociedad y se adoptan los medios para satisfa-
cer esas preferencias ganadoras (más impuestos para el ejemplo de aumentar el
.C
número de efectivos policiales). Lo que nos remite a la cuestión más general de
que en la política hay dos dimensiones conectadas: la del consenso y la de la
coerción.
DD
Un análisis de caso: “la racionalidad del votante”
Esta es una de las preguntas que podemos efectuarnos como centrales, luego
de la lectura de la obra de Downs, que se construye políticamente desde la exis-
FI
tencia de dos tipos centrales de actores: los votantes y los partidos políticos.
Con clara resonancia del valor del “mercado”, construye el espesor de sus
actores, al expresar que: “En nuestro modelo, los políticos nunca buscan cargos
en el gobierno como medio de llevar a cabo políticas particulares, su única meta
es cosechar las recompensas implícitas en ocupar el cargo”. Si es obvia la simili-
OM
tancias en nuestro votante-y también en muchos otros-vemos que no obstante
ser una actividad ciertamente no racional, y que conforme a esta teoría debería
registrar un porcentaje de votación bajo, la realidad nos muestra, por el contra-
rio, que éste es alto o muy alto.
Pero, veamos la jerarquización de variantes que presenta la teoría ecónomica
de Downs: en una gradación general, los ciudadanos que viven en un régimen
democrático, valoran fuertemente esta situación y creen que de votar pocos por
éste, puede caer. Por tanto, Downs entiende que existe en éste voto, un “costo de
.C
corto plazo”, frente a un claro “beneficio a largo plazo.
Se critica este avance de Downs sosteniendo que es una falacia, en cuanto no
explica que en definitiva, los beneficios a largo plazo (mantenimiento del siste-
ma democrático) deben depender de que el individuo renuncie “...a los de corto
DD
plazo”, máxime dicen sus críticos, cuando como el propio Downs reconoce: “El
individuo obtendrá de hecho esa recompensa (vivir en una democracia) aún cuando
él, personalmente no vote, siempre que un número suficiente de ciudadanos lo
haga”.
Parecería que ese voto como “contribución”, que haría nuestro individuo “a
largo plazo”, no encaja en el “tipo de racionalidad” con que trabaja Downs. (Cfe.
crítica de B. Barry. cit) que requeriría un afinado cálculo para nuestro individuo
LA
tendencia en personas de alto status, de participar por “deber cívico”, por cuanto
son ellas quienes más se benefician con el statu quo.
Donde parece tener más asidero el reclamo a Downs por parte de sus críticos,
es en el campo de la verificabilidad de sus conclusiones, base de la teoría analíti-
ca que venimos analizando, y que en ésta última cuestión parece difícil de lograr,
más allá “...de establecer los valores infiriéndolos de la conducta observada...pero
existe un infinito número de posibles tríos de valores para cada persona y no hay
manera de elegir entre ellos...” (B. Barry).
En conexión de posiciones, ciertamente que Buchanan estaría de acuerdo
con Downs, en cuanto sostiene: “...cada persona extiende su propio comporta-
miento con vistas a asegurar (defender)su cuota de X hasta el límite en el cual el
OM
Esta “información libre”, aunque diferencialmente disponible, puede ser apro-
vechada por todos y por tanto es posible inferir de ello, que favorece alta partici-
pación ciudadana, en cuanto los costos de acceder a ella son extremadamente
bajos.
A partir de ésta “información política libre”, resultan posibles varias deduc-
ciones -en el campo temático que analizamos- de la relación costo-beneficio en
política:
1. Se puede deducir que en circunscripciones con alto porcentaje de electores,
.C
el coste de adquirir información sobre el impacto probable del voto propio,
sería mayor que en las circunscripciones con menor número de electores,
por lo que se puede deducir que cuanto mayor sea la circunscripción, me-
nor será la participación.
DD
2. También es deducible y verificable que cuanto más reñida piense la gente
que va a ser la elección, es tanto más probable que la participación sea
elevada, en tanto en ésta situación, el voto marginal tiene mayor oportu-
nidad de ser decisorio.
3. También se infiere del modelo de Downs, que a medida que aumenta con el
tiempo el número de electores, o sea a medida que se integran al circuito
las capas sociales más bajas, la participación decrecerá, ya que el coste de
LA
PARTE IV:
LA POLÍTICA COMO CONFLICTO
María L. Aguerre1
OM
brinda una primera aproximación: la dicotomía entre “política de conflicto” y
“política de compromiso”, un instrumento de análisis valioso para comprender
con más claridad los dos universos intelectuales que caracterizaron el mundo
occidental desde la aparición de la revolución industrial, -datación quizá un tan-
to arbitraria pero al mismo tiempo significativa- hasta el final del siglo XX. Lo
que da sentido a esta división, es la idea de qué es la política para ambos bandos,
entre los autores que se inclinan por considerar a la política como una lucha
entre opiniones e intereses contrapuestos e irreconciliables, que sólo tendrá fin
.C
con la eliminación física del opositor y, los que ven a la política como una cons-
tante negociación entre grupos e individuos en la sociedad, nunca totalmente
satisfechos de los resultados pero buscando acuerdos permanentes para alcan-
zar la paz social como meta.
DD
Nos referiremos en este capítulo, a los primeros, los autores que de una
forma u otra tuvieron influencia en las ideologías políticas totalitarias en auge
durante el siglo pasado, -un siglo que se caracterizó por un grado de politización
extremo a juicio de los historiadores-, y que además fueron protagonistas total o
parcialmente de los acontecimientos en que se vio envuelta la humanidad. Una
época de guerras y de conflictos que costaron la vida de millones de personas en
LA
todo el mundo y, que tuvieron como objetivo imponer un orden social presunta-
mente superior y presuntamente ideal, empleando la violencia.
Abordaremos principalmente a dos actores y teóricos de la política como con-
flicto, por su relevancia y porque su influencia fue casi paralela en el tiempo:
Carl Schmitt, el constitucionalista y jurista alemán vinculado al Partido Nacio-
nal Socialista y a Lénin, el animador principal de la revolución rusa de 1917,
FI
1
María L. Aguerre. Licenciada en Filosofía y Ciencia Política. Desarrolla docencia en la Facultada
de Derecho en las Cátedras de Historia de las Ideas y Ciencia Política.
OM
parte del resultado de la acción de los Aliados durante la última gran conflagra-
ción mundial, donde por razones estratégicas de defensa contra el ataque de la
Alemania nazi actuaron conjuntamente Inglaterra, EEUU y la Unión Soviética
contra las potencias del Eje, Alemania, Italia y Japón.
Los individuos tienen intereses opuestos por su situación en las relaciones
económicas, a menudo los más difíciles de conciliar, pero también en otros aspec-
tos: culturales, religiosos, étnicos, o simplemente de valoración sobre lo que es la
“vida buena”, en el significado de los clásicos griegos, el logro de la felicidad en la
.C
convivencia social mediante aplicación de la justicia. Demás está decir que en
las democracias modernas no hay un solo bien común, sino muchos posibles bie-
nes que se manifiestan a través de fuerzas sociales, que construyen políticas
públicas por medio de reglas estipuladas con anterioridad y que todos respetan.
DD
Los elementos comunes a las teorías del conflicto que las convierten en opo-
sitoras a las teorías del compromiso, los definiríamos del siguiente modo:
a) La presencia cercana o lejana físicamente de un enemigo a eliminar. El
enemigo puede ser una colectividad política o un grupo humano, que por
su sola existencia o por el lugar privilegiado que ocupa dentro del estado
o fuera de los límites estatales, se opone a otro grupo del que lo separan
diferencias percibidas como irreconciliables, aún cuando éste último no
LA
se declare enemigo. El grupo a eliminar puede ser por lo tanto, otro colec-
tivo político o una clase social como tal.
b) La justificación de la violencia como instrumento válido para obtener re-
sultados de carácter político, tanto relacionados al orden interno o al más
amplio de la sociedad internacional. El uso de la fuerza ha sido una cons-
tante en la historia y aplicada en muy distintas circunstancias, pero lo
FI
OM
es sinónimo de igualdad y de unidad absoluta, donde no tiene cabida la
oposición.
e) El rol central adjudicado a los mitos. Estos adquieren distintas formas
según la propia ideología lo considere relevante para sus propósitos. En
Schmitt observamos la importancia extrema que da en su teoría a la figu-
ra del “leader”, que es quien decide en un momento crucial para la
sobrevivencia de la comunidad, porque una “situación de excepción” re-
quiere también de un hombre excepcional. El líder es un personaje repre-
.C
sentativo de la comunidad, de su misma sangre, que toma el lugar de éste
para decidir su destino, como un Dios omnipotente. Se pueden hacer com-
paraciones con el Leviatán de Hobbes.
Para Lenin, quien sigue con fe dogmática las ideas de Marx, el proleta-
DD
riado es la clase social predestinada en el mundo industrializado, a con-
quistar para los hombres la libertad absoluta, donde cada individuo sin
la opresión capitalista, trabajará cómo y donde le parezca mejor y dispon-
drá de su tiempo libremente. Una vez liquidada la estructura de clases y
el órgano encargado de ejercer la represión para mantener los intereses
de una clase explotadora, que no es otro que el Estado, el mundo entrará
lentamente en esa situación ideal de convivencia pacífica e igualdad, sin
LA
revolución.
f) La flexibilidad que en ambos casos se atribuyen a las leyes. Es lo opuesto
al Estado de Derecho occidental, donde para proteger los derechos y las
libertades de los individuos, las normas deben ser conocidas por todos y
sólo pueden ser cambiadas siguiendo procedimientos previamente esta-
OM
pos sociales herederos de la cultura Iluminista y de la Revolución Francesa, que
miraron con optimismo el futuro, como una era de progreso sin fin. Auguraban el
crecimiento de la riqueza por los beneficios de la industria, de la ciencia y la
técnica; sin embargo en el último cuarto del siglo XIX, vieron como esos proyec-
tos se derrumbaron ante las frecuentes crisis del capitalismo, -que ellos en parte
no podían prever debido a los escasos conocimientos alcanzados por la ciencia
económica de la época-; y se enfrentaron al desastre no previsto de la primer
Guerra Mundial. Eso fue demasiado para los europeos, que empiezan a descreer
.C
de la razón, su victoria era una promesa incumplida. Descorazonados, dirigen su
atención hacia nuevas filosofías cuyo interés es la intuición, el impulso vital, el
culto de la vida, se deja de confiar en la razón como un instrumento de dominio
del hombre sobre el mundo y su propio destino; predomina lo irracional sobre lo
DD
racional, lo concreto sobre lo abstracto, lo absurdo sobre la lógica, la existencia
sobre la esencia. Es una época de confusión y de escepticismo general.
La propia existencia en un interminable presente es lo único que podemos
conocer, el hombre se encuentra aislado por las incertidumbres de un mundo
exterior que le es ajeno y casi siempre amenazante, que lo puede destruir y des-
hacer sus sueños. Es un mundo que también lo limita, porque toda vez que hace
una elección en su vida, elimina todas las otras posibilidades que pudieron darse
LA
y sobre las que ya no podrá volver en el futuro. Es además un mundo que irrumpe
muchas veces de una manera inesperada y negativa. Todo análisis filosófico es
por tanto un análisis de la propia existencia, un volver sobre si mismo, la exis-
tencia es “el ser”.
Para Schmitt esta situación existencial del hombre, se repite en las comuni-
dades humanas. Los pueblos tienen un ciclo vital como los seres humanos: na-
FI
b) C. Schmitt: el teórico
miraba a quien era capaz de tomar decisiones en los momentos difíciles, cuando
los problemas parecían superar a los políticos de partido. Fue uno de los críticos
más decididos hacia la constitución de Weimar, establecida en 1919, una vez
finalizada la 1er. Guerra Mundial, con la viva esperanza de encaminar a Alema-
nia hacia la democracia liberal. A pesar de gozar de la aprobación de importan-
tes sectores intelectuales, esta Constitución liberal no pudo afianzarse por dife-
rentes e importantes motivos, como la carencia de una mínima cultura democrá-
OM
tica entre la población alemana y la inexperiencia de políticos improvisados. Esta
situación de debilidad institucional fue aprovechada por la derecha conservado-
ra y por las izquierdas revolucionarias para fomentar el desorden y crearse una
oportunidad política a su favor.
Respecto a su período dentro del Nacional-Socialismo, habría una primera
etapa de intensa colaboración con el nuevo régimen en el período señalado, sien-
do nombrado a instancias de su protector Göring, Consejero de Estado de Prusia
y con una activa participación en textos legislativos. A esta etapa corresponden
.C
obras como “Estado, movimiento, pueblo” (1933), donde aparece el Partido como
el elemento dinámico, el Estado, como el elemento estático y el pueblo como sec-
tor apolítico que debe ser conducido. Cuando el 30 de junio de 1934 se produce la
sangrienta purga de los elementos más radicales del Partido nazi, que reclama-
DD
ban el cumplimiento de los aspectos más socializantes del programa, Schmitt
escribe un breve texto titulado “El Führer protege el Derecho”, donde defiende a
Hitler y justifica las ejecuciones realizadas. Pero en 1936 cae en desgracia por la
publicación de un artículo en la revista de las S. A. y en adelante se dedicará a su
actividad como profesor universitario y publicando obras menos comprometidas.
Schmitt también fue reivindicado por la izquierda marxista italiana después
de la década del 70, por sus opiniones favorables a la lucha de clases y su crítica
LA
en los crímenes de guerra. Cuando quedó en libertad, fue llamado por Stalin al
Kremlin, debido al interés que habían despertado sus ideas en el dirigente sovié-
tico.
Continuó escribiendo hasta el final de su vida, alternando trabajos políticos
como “Teoría del Partisano”, donde realiza un estudio de la historia de la guerra
no convencional o “guerra de guerrillas”, con la reedición de algunas de sus obras
más relevantes como su “Teología política”, donde habiendo hecho la opción por el
decisionismo político, exalta el pensamiento contrarrevolucionario en contraste
con la democracia romántica incapaz de tomar decisiones y obras jurídicas como
“El nomos de la tierra en el derecho de gentes del Derecho Público Europeo”.
Refugiado en su pueblo natal, en los primeros años de esta última y larga
etapa, Schmitt estuvo aislado, escribiendo bajo seudónimo pequeños trabajos,
pero con el tiempo tuvo el apoyo de discípulos y volvió a conectarse con el mundo
académico alemán.
Falleció muy longevo en 1988 a la edad de 98 años en Plettenberg, su pueblo
natal.
c) La esencia de lo político
OM
Schmitt se aparta de la idea admitida en su época, sobre que el estado es
sinónimo de política. Esta sería para él una tautología sin valor, puesto que la
política ha precedido al Estado o a cualquier otra forma de organización del po-
der desde siempre; por consiguiente lo que resulta importante es saber qué es la
política en sí misma, Schmitt encuentra la esencia de lo político en la dicotomía
“amigo-enemigo”, que al igual que otras dicotomías, son utilizadas por el hombre
para realizar valoraciones de los hechos, como en el caso de la ética, donde los
juicios se refieren a lo bueno o lo malo; en el estética, entre lo bello y lo feo; o en
.C
la economía entre lo rentable o lo no rentable. Tomando en cuenta siempre que
la dicotomía de lo político es la más importante de todas las otras posibles, por-
que es la que comprende a toda la comunidad como un solo cuerpo y lo constituye
en una unidad política y, la que en definitiva marcará su destino entre triunfar o
DD
desaparecer como comunidad.
Schmitt afirma: “El Estado es el status político de un pueblo organizado so-
bre un territorio delimitado”, es decir el estado es la situación en que se encuen-
tra un pueblo en un momento determinado de su historia y debe decidir sobre su
propia existencia. Si quiere sobrevivir deberá optar por eliminar a quien se le
opone, de lo contrario perecerá como pueblo y se formarán otras comunidades
diferentes. A Schmitt no le interesa demasiado la política de partido, donde las
LA
muy difundida en Alemania desde el siglo XIX, pero que tomará impulso con la
llegada del hitlerismo. Ya sea porque el territorio habitable no le es suficiente
para su mantenimiento o porque otro pueblo amenaza su propio habitat, deberá
luchar por su espacio vital, uniéndose a otros para defenderse o atacar al pueblo
que se le presenta como obstáculo a su expansión territorial.
caso no puede impedir que otro pueblo lo declare enemigo y se verá arrastrado a
la violencia de la guerra de todas maneras. Tampoco nadie puede predecir lo que
va a suceder si se decide a luchar, porque en una guerra se resulta victorioso o se
muere, pero ninguna de esas especulaciones es importante en el momento de
tomar una decisión, que no depende estrictamente de la capacidad bélica, sino
de la voluntad de un pueblo a luchar por su propia existencia.
La afirmación de Schmitt es que la decisión de combatir o de unirse a otro
OM
pueblo constituye la esencia de lo político, el momento culminante, porque de esa
decisión depende el futuro de la comunidad; todas las otras decisiones de natu-
raleza más o menos política, de oposición entre grupos o entre partidos son de
carácter secundario.
Hay en Schmitt un sentimiento trágico del destino de la existencia humana,
puesto que parte de una consideración antropológica muy negativa acerca de lo
que es capaz de hacer el hombre librado a sus propios impulsos. Tenderá siem-
pre a deslizarse hacia el mal, hacia la destrucción del otro; este pensamiento es
.C
compartido por autores clásicos como Maquivelo, Hegel, Hobbes, de quien era
gran admirador y le dedicó un estudio muy interesante a este último, titulado
“El Leviatán en la Teoría de Tomás Hobbes” (1938). Esta idea estaría relaciona-
da en el caso de Schmitt con el “pecado original” y la caída del hombre que ha
DD
perdido su ingenuidad natural y resulta consciente del bien y el mal que es capaz
de causar. Es un autor con una fuerte imprompta religiosa, que ha adaptado la
teología cristiana a la historia real del hombre, como también lo hiciera Hegel
con la filosofía. Es conocida la tesis de Schmitt según la cual “todos los conceptos
significativos de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos
secularizados”. Si hacemos una analogía antropológica, así como en el cristianis-
mo el dogma del pecado original sirve para explicar la corrupción del alma hu-
LA
mana, sólo las teorías que asuman la naturaleza peligrosa del sujeto podrán dar
cuenta de la política, ya que la oposición amigo-enemigo es consecuencia de este
principio. Por esa razón sería absurdo pensar en “la paz perpetua”, de la que
hablaba Kant, es imposible creer que se puedan eliminar completamente los
conflictos históricos, puesto que es algo que sólo tiene sentido cuando pensamos
más allá de la historia real. Sólo la religión estará en condiciones de prometer la
FI
salvación, la disolución del conflicto, puesto que el Reino de Dios no tiene nada
que ver con las categorías humanas. Todo lo que podemos hacer es reconocer que
los conflictos son intrínsecos a nuestra naturaleza y, por lo tanto aceptar la nece-
sidad de la autoridad del Estado para contenerlos, para frenarlos.
d) La democracia en C. Schmitt
Schmitt tiene una idea organicista de la comunidad política, esta sería justa-
mente la característica que le permite diferenciarse de otras comunidades y to-
mar sus decisiones libremente. Su pensamiento político lo lleva a sospechar del
pluralismo liberal, que propiciaría a su entender la división del Estado y, procu-
ra por el contrario justificar la homogeneidad y la unidad de la sociedad y el
estado. Contrariamente al concepto de democracia generalizado en occidente,
democracia significa para Schmitt igualdad en las convicciones, porque la socie-
dad no podría perdurar sin un consenso político general; para él, el parlamenta-
rismo y la oposición de los partidos llevan inexorablemente una semilla de divi-
sión. Postula la democracia como identidad entre la voluntad popular y la ley y
OM
convicciones comunes o por relaciones de sangre y dentro del cual se ha deste-
rrado lo heterogéneo. Schmitt lo plantea de esta forma en el prólogo de “ El
Estado de derecho burgués” (1928): “Toda democracia descansa sobre el princi-
pio no sólo de la igualdad entre iguales, sino también sobre el tratamiento des-
igual de los diferentes. La democracia requiere, por lo tanto, primero, la homoge-
neidad, y, en segundo lugar –en caso de ser necesaria- la eliminación o erradica-
ción de lo heterogéneo”.
Este ideal rousseauniano de identidad entre gobernantes y gobernados, no
.C
puede cumplirse sin llegar a un estado totalitario, como el mismo lo indica, cuan-
do nos habla del “Estado total”(“El concepto de los político”, 1927) característico
de una sociedad democrática; en la nueva sociedad de masas, a diferencia de la
época liberal, el estado se inmiscuye en todos los aspectos de la sociedad ya que
DD
ésta reclama esa intromisión permanente, ningún ámbito de la acción humana
puede ser ajeno al interés estatal.
El estado moderno estaría en proceso de evolución y su tendencia sería hacia
el estado totalitario, con la consecuencia inevitable de pérdida de “amor por la
libertad” y la preferencia por la planificación de la sociedad. Schmitt se interna
en una confusión de resultados muy negativos, entre la democracia “de compro-
miso”, donde perduran las libertades y derechos de los ciudadanos, que no deben
LA
como de extremo peligro para el Estado, quien toma la decisión crea derecho,
porque ya no tienen necesaria validez las normas jurídicas anteriores y el sobe-
rano tampoco estará sujeto a las leyes civiles, pues como tiene el poder de hacer
y deshacer las normas, puede librarse de ellas cuando quiera. Expresa lo si-
guiente: “La existencia del Estado deja en este punto acreditada su superioridad
sobre la validez de la norma jurídica. La decisión se libera de todas las trabas
normativas y se torna absoluta, en sentido propio. Ante un caso excepcional, el
OM
Estado suspende el Derecho por virtud del derecho a la propia conservación”.
El Estado subsiste y el derecho pasa a un segundo plano. En esta perspecti-
va derecho y Estado no son equiparables, - como en el Estado de Derecho moder-
no - ya que el soberano, quien detenta el poder de decidir, puede suspender el
derecho para que el Estado subsista.
Para Schmitt, el soberano es un legislador, en el mismo sentido que el Le-
viatán para Hobbes, pues él hace las leyes y las interpreta, por lo tanto nadie
puede derogarlas, a excepción del propio soberano. De acuerdo a esto, el líder
.C
carismático, el Führer para Schmitt, se encuentra en la cúspide del poder esta-
tal, poseyendo en sus manos extensos poderes extraordinarios con los cuales
decidir.
Una diferencia con respecto a la formación del Soberano comparado a la teo-
DD
ría hobbesiana, es que el nacimiento del Estado no proviene de la celebración de
un contrato, sino de la aclamación por el pueblo, manifestándose así su total
identificación con el líder.
Aquí nos enfrentamos con una nueva dicotomía entre “gobierno legal” y “go-
bierno legítimo”, que por supuesto no tienen porqué estár separados en una de-
mocracia estable, pero que el autor maneja hábilmente para corroborar su tesis
muy apreciada por todos los regímenes autoritarios y populistas: que las estruc-
LA
OM
cias sociales como apropiado para obtener el mismo grado de certeza con que en
esa época se aceptaba la teoría de Newton sobre la física. La dialéctica había sido
concebida por el filósofo Hegel, como un nuevo método intelectual, cuyo centro
estaba constituido por una nueva lógica de síntesis destinada a demostrar la
relación necesaria entre el campo de los hechos y el campo de los valores, entre
la razón teórica y la razón práctica. Un instrumento metodológico para trascen-
der la lógica analítica de la ciencia experimental.
Luego de los estudios realizados sobre el pensamiento de su maestro Hegel,
.C
Marx había creído encontrar en la dialéctica hegeliana, reinsertada al mundo
material e incorporada a la teoría filosófica como “materialismo”, la clave para
conducir a las sociedades en la dirección histórica deseada; algo similar a una
llave maestra que permitía abrir todas las puertas, sortear todos los obstáculos,
DD
para relacionar el conocimiento con la acción, y lo que es más importante la
teoría política con la práctica.
Pero la dialéctica ¿puede considerarse un conocimiento científico? Porque si
este método no permite lograr la predicción del futuro con la certeza anunciada
por la teoría, todo el resto de la construcción se desmorona. Deja de ser un pro-
grama político para cuyo logro justifica emplear el mayor esfuerzo y para el cual
todos los medios empleados, aún los más violentos, puedan ser relativizados. ¿ O
LA
ral del hombre. Los principios de los que dependía el método histórico, fueron
especialmente desarrollados por Hegel; este método suponía que existe en la
naturaleza una ley de desarrollo que puede ser revelada mediante la exposición
adecuada del tema, mostrando la evolución de la sociedad o de cualquier fase de
la civilización. El objetivo del investigador, era revelar el orden lógicamente ne-
cesario escondido en el desarrollo histórico cuando éste es expuesto en su verda-
dera perspectiva; se trata de un orden inmanente a los hechos mismos y no im-
puesto por el investigador. La “necesidad” que se atribuía a la historia, requería
un método especial de conocimiento, y este era el método dialéctico. Hegel creía
que la dialéctica había descubierto una ley de síntesis inherente al mismo tiem-
po a la naturaleza de las cosas y a la naturaleza del espíritu. Para captar esa
OM
responsabilidad por los crímenes que pudieran cometer para acelerar los proce-
sos históricos. Los términos necesidad o inevitabilidad de la historia, se referían
a una especie de imperativo cósmico que crea y dirige el interés humano y lo
utiliza como medio para la realización de un fin. Esta visión tiene más en común
con la idea de “predestinación” de los protestantes calvinistas, que con la inves-
tigación científica.
Para Hegel la fuerza impulsora de la historia era un principio espiritual
autodesarrollado por las distintas naciones o colectivos sociales, y para Marx,
.C
que no creía en el “Espíritu Absoluto” hegeliano, las verdaderas fuerzas
impulsoras de la historia de las sociedades eran sus condiciones materiales. De
ahí que el término “materialismo” adquiriera tanta relevancia en el lenguaje
marxista, asimilándolo a la idea de científicidad; se trataba de un sistema de
DD
fuerzas productivas internas a la sociedad que se manifestaban en las formas de
producción económica y en las clases sociales producto de esas fuerzas. El meca-
nismo que ponía en movimiento el progreso era la lucha irreconciliable entre
esas unidades colectivas denominadas clases sociales. Consideraba esa lucha
como racionalmente necesaria, como una serie de etapas desenvolviéndose bajo
un plan lógico y con una meta final previsible. El aporte que hacía a la teoría
política, vinculaba a Marx a la ejecución de un gran proyecto político, dirigido a
LA
una causa superior que a través de la revolución social, permitiría a los trabaja-
dores liberarse de la explotación.
De estas dos fuentes, tomó Lenin el sustento de su accionar político en pos de
alcanzar el socialismo en toda Europa, mediante una revolución que suponía
permanente, hasta alcanzar toda la población del planeta, aunque pronto se con-
venciera por circunstancias adversas, que debía limitarla a Rusia.
FI
miento del socialismo. Al notar las múltiples oportunidades en que las “predic-
ciones” fracasaron y tomando en cuenta algunas indefiniciones de su teoría, que
provocan gran confusión por su falta de claridad, pretender que el “socialismo
marxista” es una teoría científica es por lo menos una exageración. El método
dialéctico es un instrumento válido para la filosofía, permite comprobar como
todo tipo de razonamiento tiene una contradicción, pero no se le reconoce como
un método científico en las ciencias sociales para predecir el futuro. En ese caso,
OM
la revolución proletaria “inevitable” y la desaparición del Estado, serían como
alguna vez lo consideraron sus propios autores, simples “hipótesis de trabajo”.
Lenin siempre se había sentido atraído por la necesidad de solucionar la
relación entre pensamiento y realidad y, puesto que estaba convencido de la
afirmación de Engels, de que “los filósofos sólo han interpretado el mundo y lo
que hay que hacer es transformarlo”, veía a la dialéctica como la clave para lo-
grar esa tan discutida unidad entre la teoría y praxis, que le permitiría poner en
obra la transformación social y no sólo proponerla.
.C
Lenin convirtió el método dialéctico, en un método universal aplicable a to-
das las ciencias. Por medio de ese método superior y siguiendo las líneas estable-
cidas por la teoría marxista, era posible acercarse cada vez más a la verdad
objetiva para solucionar no sólo los problemas de la política sino, todos los temas
DD
de la convivencia social. Finalmente ante cualquier controversia, era suficiente
con citar la autoridad de los textos y en adelante cualquier pretensión de apar-
tarse de la ortodoxia sería considerado una herejía2 .
Lenin, cuyo verdadero nombre era Vladímir Ilich Uliánov, nació en Simbirsk
LA
2
Sabine, G. Historia de la Teoría Política. F. C. E. 1987.
OM
Lenin no tuvo nada que ver con el derrocamiento del zar, que ni siquiera
había previsto, puesto que su llegada a Rusia se produjo un mes después de la
acción revolucionaria de marzo. Los representantes de los soviets de trabajado-
res y de los soldados, estaban de acuerdo en respetar el Gobierno Provisional
dirigido por el líder socialdemócrata Kerenski, hasta la aprobación de una cons-
titución democrática donde se respetaran las libertades individuales.
Pero Lenin que no estaba de acuerdo con mantener esa situación y, quería
continuar la lucha para alcanzar sus objetivos, promovió una rebelión armada
.C
contra el Gobierno Provisional, que culmina con la triunfante revolución de octu-
bre y la toma del Palacio de Invierno por las fuerzas bolcheviques. A partir de
ese momento se comienza a consolidar el poder del nuevo Estado soviético.
Asimismo comienza la etapa de quiebra de la legalidad como forma de go-
DD
bierno, en una situación de estado de excepción radical y permanente, el más
largo de la historia contemporánea.
Inició una persecución sistemática contra todos los grupos definidos como
contrarrevolucionarios por sus opiniones políticas, lo cual justificaba la expro-
piación, la deportación o la muerte de las personas, aún cuando éstas no hubie-
ran delinquido. No es de extrañar su predicación continua en la toma de rehenes
como forma de intimidar y sojuzgar a grupos políticos y sociales enteros. Le co-
LA
ideas marxistas, sobre las que ha depositado la fuerza adhesiva de una fe religio-
sa. La revolución social, la dictadura del proletariado como único grupo social
sin contradicciones capaz de proceder a la eliminación del capitalismo, la obten-
ción de la sociedad sin clases y la realización final del comunismo donde la extin-
ción del Estado, permitirían la muy simple “administración de las cosas”, fueron
dogmas sin fisuras para él, a cuya realización dirigió todas sus energías sin to-
mar en cuenta los medios para lograrlo. Las acusaciones que dirigió frecuente-
mente a sus opositores marxistas dentro del partido, se basaban en que sus afir-
maciones contradecían el sentido de las palabras de Marx en una interpretación
ajustada del texto, del mismo modo como algunos exégetas religiosos claman por
el cumplimiento correcto de la Biblia o del Corán y condenan la traición cometi-
da. Falleció en 1924, después de dos años de penosa enfermedad que lo mantuvo
alejado del gobierno.
OM
comenzado, y la inmensa mayoría de los trabajadores (80% de la fuerza de traba-
jo) eran campesinos. Estos anhelaban el reparto de las tierras de los grandes
propietarios, para trabajar en pequeñas parcelas de su propiedad, y nunca acep-
taron años más tarde la colectivización forzada llevada a cabo por Stalin. A fines
del siglo XIX algunos grupos de socialistas rusos, consideraron, la posibilidad de
llegar al socialismo por medio de un movimiento campesino que organizara de-
mocráticamente el trabajo de la tierra y, esta idea hasta fue considerada por Marx
como hipótesis para Rusia, aunque sin darle mayor credibilidad.
.C
Claramente no estaban dadas las condiciones en Rusia, para una revolución
proletaria de acuerdo a la teoría marxista; sin embargo en los aspectos pragmá-
ticos, Lenin demostró siempre que el marxismo era para él nada más que una
guía a tener en cuenta; no así desde luego en cuanto se trataba de la teoría que
DD
consideraba verdades irrefutables como ya expresamos. Para conducir los acon-
tecimientos se guiaba por su propia intuición, en un todo de acuerdo al método
dialéctico.
Por lo tanto, ya que no se podía confiar en la capacidad del proletariado para
cumplir su tarea histórica en la conducción del movimiento, tal como los hechos
lo habían demostrado en todos los países donde se hizo el intento, lo conveniente
era crear una vanguardia intelectual dentro del partido absolutamente identifi-
LA
OM
Después de tantos esfuerzos se volvía a una tiranía peor que la del zar, por-
que la actual ya no tenía el respeto a las normas tradicionales y los valores reli-
giosos que frenaban de algún modo la voluntad arbitraria del monarca; (Lenin se
ocupó de eliminar toda actividad religiosa, persiguiendo y asesinando a creyen-
tes y sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa rusa). Todas las seguridades anteriores
habían desaparecido, se estaba en un período de cambios rápidos, de peligro
frente a los enemigos externos e internos, las circunstancias hacían variar la
opinión de los dirigentes, predominaba la inseguridad económica y política, con
.C
un poder centralizado apoyado en un liderazgo poderoso, con una ideología
monolítica y omnipresente que no permitía el más mínimo resquicio de libertad
individual y donde el más mínimo error podía significar la muerte o los trabajos
forzados en los campos de concentración.
DD
Del mito del proletariado consciente, capaz de gobernar el mundo por su sola
buena voluntad, se pasaba ahora a la vanguardia iluminada, capaz de captar por
su genial intuición los mejores pasos hacia el comunismo.
Lenin resume del siguiente modo su pensamiento sobre el partido en 1902:
“...la organización de un partido socialdemócrata revolucionario ha de ser inevi-
tablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la lu-
cha económica. La organización de los obreros debe ser, primero profesional;
LA
en Moscú, para centralizar todos los partidos comunistas del mundo, eliminar
los partidos socialistas revisionistas y reformistas y exigir a los nuevos partidos,
fidelidad absoluta a sus directrices, de modo que la teoría y la práctica leninista
del partido revolucionario profesional, de militantes y no de simpatizantes, se
impuso en la izquierda revolucionaria. De ahí en adelante los partidos comunis-
tas fueron simples satélites del PCUS hasta 1991, en que desaparece junto con
la estructura política de la URSS.
tan apreciadas en la cultura liberal, estaban, -se decía en los círculos marxistas-
sólo destinadas a defender el bienestar de los ricos, porque los trabajadores se-
guían siendo pobres con o sin esta democracia.
En primer lugar, es necesario tomar en cuenta que el concepto democracia,
en la tradición liberal occidental es un concepto político, relacionado con las li-
bertades civiles, el derecho a ser juzgado por la ley, de forma igualitaria, cual-
quiera sea el sector social al que se pertenezca, a ser respetado en sus libertades
OM
por los poderes estatales que no pueden avasallar estos derechos intrínsecos al
hombre bajo ninguna excusa, a participar en la vida política de la comunidad en
la medida que las leyes lo permitan y a ser escuchado en sus demandas. Los
bienes materiales se logran a través de una política democrática.
Todos estos aspectos eran despreciados por los marxistas ortodoxos como
Lenin, y no podía ser de otra manera, cuando se auspiciaba el apoderamiento del
poder por la violencia por parte del proletariado para implantar un gobierno
autoritario, titulado como “dictadura del proletariado”, mediante el cual y por un
.C
período no determinado de tiempo, - a diferencia de lo que ocurría en la clásica
dictadura romana -, este grupo social aplicaría la fuerza para despojar de sus
bienes a los propietarios e integrarlos al patrimonio estatal, es decir, a la comu-
nidad en su conjunto. El respeto a la ley, a la persona humana, la participación
DD
libre en la política, etc. eran contradictorios con este proyecto y tenían que ser
denigrados.
La democracia para el leninismo, y de acuerdo a una teoría materialista de la
historia, debía vincularse con la igualdad económica. La verdadera democracia
estaba allí donde el hombre lograse librarse de la opresión capitalista, del patrón
y comenzara a disfrutar de una igualdad económica porque los medios de pro-
ducción serían todos estatales y mediante una planificación ordenada, cada uno
LA
OM
da de diversas maneras, por una persona que no atribuya ningún valor moral a
este régimen político y sólo opine que las libertades civiles, como la libertad de
expresión y de reunión, constituyen el medio más eficaz para llevar adelante la
prédica por la lucha de clases, para alentar el descontento, o que los países de-
mocráticos tienen debilidades que pueden ser aprovechadas para quien se pro-
ponga minarlas. Esta es la manera como Lenin consideró siempre la democracia,
como una simple “etapa necesaria”, un medio para hacer la revolución. Siempre
se dedicó a denigrar las instituciones y prácticas democráticas que conoció en
.C
occidente a las que calificaba de ficción e hipocresía.
En una revisión rápida de los acontecimientos históricos de la época nos en-
contramos con hechos muy elocuentes respecto a la tendencia abiertamente anti-
democrática de Lenin; los bolcheviques aprobaron realizar elecciones democráti-
DD
cas para elegir la Asamblea Constituyente el 7 de noviembre de 1917, apoyando
a los demás partidos, porque creían que ganarían fácilmente las elecciones, pero
cuando lograron una pobre votación de un 23%, decidieron disolver ese organis-
mo por la fuerza. En ese momento, el sector bolchevique de los activistas políti-
cos tenía aún un problema grave a resolver que era la existencia de otros parti-
dos socialistas, inclusive marxistas, con una interpretación diferente del rumbo
que debían tomar los acontecimientos. La política de Lenin se impuso después
LA
tas utópicos con Saint-Simón. Podría considerarse una expresión de deseo loa-
ble, en tanto se eliminara una forma de ejercicio de la coacción, un supuesto por
otra parte compartido por el movimiento anarquista. El problema está en conce-
bir y aceptar un período intermedio de “Dictadura del proletariado”, considerado
absolutamente necesario para emplear la violencia revolucionaria y perseguir a
ciertos grupos sociales y eventualmente eliminarlos; así como en considerar a
ese Estado en proceso de cambio hacia el comunismo, como una etapa de insegu-
ridad jurídica.
Aquí están presentes varios de los elementos de comparación que propusi-
mos al comienzo, entre los dos autores analizados: el empleo sistemático y sin
3
George Sabine “Historia de la Teoría Política”, F. C. E. 1987.
OM
no sólo no se pudo trascender la etapa de dictadura en 70 años de funcionamien-
to del régimen, sino que lo que se proponía como eliminación de la coacción esta-
tal, se convirtió en el más terrible totalitarismo de estado, donde ningún aspecto
de la vida humana quedó fuera de la planificación y la vigilancia de los miembros
del Partido.
El razonamiento de Lenin sobre la dictadura proletaria, se basaba en la acep-
tación de la tesis de que la revolución proletaria, como todas las revoluciones
históricas transfería el poder de una clase social a otra, e igual que en otros
.C
casos, el estado proletario emergente sería un instrumento de represión. El pro-
letariado “organizado como clase dominante”, al crear su propio aparato de vio-
lencia impone sus fines a los no-proletarios o a los semi-proletarios que perma-
nezcan en la sociedad. Como la dictadura del proletariado perseguía dos fines:
DD
no sólo debía someter a la clase explotadora, sino también crear las condiciones
para transformar la sociedad, es evidente que desde un principio Lenin concibió
esta etapa como la dictadura del Partido bolchevique.
Lenin escribió en el folleto “El Estado y la revolución”, cuando ya estaba
decidido a dar el salto hacia una revolución socialista, lo siguiente: “.... la dicta-
dura del proletariado implica una serie de restricciones impuestas a la libertad
de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimirlos
LA
por Marx en su análisis sobre “La guerra civil en Francia”, cuando coloca a los
acontecimientos ocurridos durante la Comuna de París de 1871, como un modelo
posible de cómo podría desarrollarse la nueva sociedad comunista. Durante la
Comuna, el proletariado de París organizó la ciudad de acuerdo a las enseñanzas
marxistas impartidas por sus sindicatos, pero ese cruento episodio sólo duró 72
OM
Conclusiones
.C
que pretendían que las ideas y las grandes personalidades individuales no te-
nían una relación causal con los acontecimientos históricos o por lo menos sólo
una influencia marginal. Esta apreciación se fundamentaba en que eran los
movimientos sociales, los cambios materiales ocurridos en la vida de los pueblos,
DD
los que alumbraban su historia y el desarrollo de los acontecimientos. Al investi-
gador le bastaba con estudiar estos aspectos materiales. Parece bastante sensa-
to pensar que esas afirmaciones se basaban en una visión hegeliana de la histo-
ria, donde los sucesos se desarrollaban por una necesidad intrínseca, una fuerza
inherente a las relaciones colectivas y que por supuesto, las trascendían. Hoy
estamos dispuestos a darle a cada una de las causa de los hechos históricos los
valores que correspondan.
LA
Una segunda apreciación es destacar que las grandes reformas del desarro-
llo humano, nunca son el fruto exclusivo de un pensamiento filosófico mesiánico
por mejor intencionado que esté su autor o autores, no hay intuiciones mágicas
de ningún taumaturgo político, que permitan indicar un atajo hacia un mundo
mejor. El futuro se hace con las buenas ideas, pero también con la participación
activa de las personas, teniendo en cuenta sus intereses, sus posibilidades rea-
FI
manente para lograr sus fines, creyendo que el fin justificaba siempre los me-
dios. Si podemos afirmar, que bajo el gobierno de Lenin y de Stalin, que perma-
necieron 35 años en el poder, entre ambos, se asesinó a mayor número de disi-
dentes que durante el período nazi, también debemos valorar que de no haber
mediado la detención del nazismo y su destrucción en el año 1945, hubiera podi-
do desplegar hasta sus últimas consecuencias las ideas totalitarias tal como es-
taban concebidas por Hitler, y es incalculable el daño que hubiera producido a la
humanidad.
Bibliografía
OM
Lenin (Vladimir Ilich Ulianov). “El Estado y la Revolución” En: Obras Escogidas
Vol. 2. Moscú. Editorial Progreso. 1981.
Lenin. “¿Qué hacer?” En: Obras Escogidas. Vol. 1. Moscú. Editorial Progreso. 1981.
Lenin. “Materialismo y empirio-criticismo” En: Obras Escogidas. Vol. 1. Moscú.
Editorial Progreso. 1981.
Schmitt, K. El concepto de lo político. Buenos Aires. Editorial Folios. 1984.
Schmitt, K. La dictadura. Madrid. Alianza Editorial. 1999.
Schmitt, K. Teoría de la Constitución. Madrid. Alianza Editorial. 1985.
.C
Schmitt, K. Teología Política. Berlín. Editorial Struhart y Cia. 1969.
DD
LA
FI
PARTE V:
LA POLÍTICA COMO “AMIGO – ENEMIGO”
OM
El análisis de esta teorización requiere, no sólo centrarla temporalmente como
emergente con particular fuerza en los albores del siglo XX, sino asumirla como
idea nuclear del pensar de algunos autores, que tratan de dilucidar cómo gestio-
nar la primacía de la política (politicocentrismo) en la sociedad.
De tal hipótesis, resulta evidente la existencia de hechos productores de una
disminución de la talla de la política como principio hegemónico, sujetándola a la
dependencia de los ámbitos que ella intentará colonizar, como la economía, la
.C
sociología y la cultura.
En esa andadura, la búsqueda “de primacía” de la política, supondrá en las
elaboraciones de Weber y Durkheim, entre otros, la necesidad de la construcción
de un “centro político”, a partir del cual se ejercieran funciones de control respec-
DD
to de la sociedad en su conjunto.
La situación política europea -y alemana en particular-a partir de 1918, de-
mostrará la tremenda dificultad para formar ese centro neurálgico de control,
fundado en el predominio de la “racionalidad”, que durante los tres decenios
siguientes no podrá emerger a causa del predominio de dos concepciones ideoló-
gicamente enemigas, que condensarán un período de predominio peculiar de la
LA
OM
organizaciones, en tanto que por otro lado, resaltaba la centralidad del Parla-
mento que a través de la actividad de los partidos políticos, se convertiría en un
potente mediador de intereses, tanto como en arena para el surgimiento de
liderazgos carismáticos.
Por la senda contraria a Weber, Schmitt -que era un “seguidor crítico” de
éste-, reclama enérgicamente el “poder de decisión” estatal, para enfrentar la
debilidad congénita de ese “estado liberal”, instaurado por la República de Weimar.
El “nuevo constitucionalismo”, con Schmitt como portavoz más connotado,
.C
ocupará totalmente el panorama teórico germano, con un discurso antisocialista
y antiparlamentario, centrado en la unidad tripartita entre estado, pueblo y
movimiento bajo el principio de la “jefatura” de un lider carismático. (Cfe. J.
Fijalkowski: 1966).
DD
La época de la estatalidad toca ahora a su fin
OM
estado es el status político de un pueblo organizado sobre un territorio determi-
nado.
Pero de ese modo se da sólo una primera descripción y no una definición
conceptual del estado: tampoco tenemos aquí necesidad de ella, puesto que nos
ocupamos de la “esencia de lo político”. Podemos dejar en suspenso la cuestión de
cual es la esencia del estado: una máquina o un organismo, una persona o una
institución, una sociedad o una continuidad.. .o tal vez una “serie fundamental
de procedimientos”. En base a su significado etimológico y a sus vicisitudes histó-
.C
ricas el estado es una situación, definida de una manera particular, de un pue-
blo, más precisamente la situación que sirve de criterio en el caso decisivo y cons-
tituye por ello el status exclusivo, frente a los muchos posibles status individuales
y colectivos.
DD
Sobre este punto no es posible decir más. Todos los caracteres de esta defini-
ción -status y pueblo- adquieren su significado gracias al ulterior carácter de “lo
político” y se convierten en incomprensibles si es mal entendida la esencia de esto
último”.
El concepto de lo político
LA
Escribe Schmitt que: “Es raro encontrar una clara definición de lo “político”.
Por lo general el término se emplea solo en sentido negativo, como contraposición
a otros conceptos, en antítesis como política y economía, política y moral, política
y derecho y luego en el interior del derecho de una nueva política y derecho civil,
y así sucesivamente. A través de contraposiciones negativas y a menudo también
polémicas como esta puede ciertamente indicarse, según el contexto y la situación
FI
concreta, algo suficientemente claro: pero ello no constituye de ningún modo una
definición del concepto específico. En general, “político” es asimilado, de una u
otra manera a “estatal” o al menos es referido al estado. Entonces el estado apa-
rece como algo político, pero lo político se presenta como algo estatal: se trata,
manifiestamente, de un círculo vicioso.
OM
política, a los criterios relativamente autónomos de las otras concepciones: bueno
y malo para la moral, bello y feo para la estética y así sucesivamente. En todo
caso es autónoma no en el sentido de que constituye un nuevo sector concreto
particular, sino en el sentido de que no está fundada ni sobre una ni sobre alguna
de las otras antítesis, ni es reductible a ellas...El significado de la distinción
amigo y enemigo es el de indicar el extremo grado de intensidad de una unión o
de una separación, de una asociación o de una disolución...No hay necesidad de
que el enemigo político sea moralmente malo, o estéticamente feo;no debe necesa-
.C
riamente presentarse como competidor económico ...El enemigo es simplemente el
otro, el extranjero (der fremde) y basta a su esencia que sea existencialmente, en
un sentido particularmente intensivo, algo otro o extranjero, de modo que, en el
caso extremo sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a
DD
través de un sistema de normas preestablecidas ni mediante la intervención de
un tercero “descomprometido” y por eso “imparcial…. ”
Los conceptos de amigo y enemigo deben ser tomados en su sentido concreto,
existencial, y no como metáforas o símbolos, no deben ser mezclados y debilitados
por concepciones económicas, morales y de otro tipo, y menos que nada ser enten-
didos en sentido individualista-privado, como expresión psicológica de sentimien-
tos y tendencias privadas. No son contraposiciones normativas o “puramente es-
LA
OM
lémico domina sobre todo el empleo linguístico del propio término “político”, ya
sea porque se califique al adversario como “no político” (en el sentido de ajeno al
mundo, carente en el plano de lo concreto) o, en cambio, por que se lo quiera
denunciar y descalificar por “político”, con el fin de plantearnos después a noso-
tros mismos como “no políticos” (en el sentido de puramente concretos, puramente
científicos, puramente morales...”).
De la lectura de este fragmento, resulta precisado claramente que para
Schmitt, las contraposiciones estatales cedieron su lugar al predominio de la
.C
política interna de cada estado y, que por tanto los relacionamientos “amigo-
enemigo” que nos refiere, son los que se producen al interior del estado y se
convierten en los verdaderos actores de los enfrentamientos armados en la for-
ma de “guerra civil”. Es evidente que pese a acampar en tiendas ideológicas
DD
encontradas a muerte, pero con idéntica lectura de la realidad, Schmitt participa
plenamente de la afirmación de Lenin en cuanto a que luego de la finalización de
la primera guerra mundial, una época había terminado y otra comenzaba, bajo el
signo de la “guerra civil a escala mundial”.
Otra cuestión que en su opinión debe ser tajantemente diferenciada, es aquella
que tiene que ver con una pretendida equivalencia entre “político”=“político par-
tidario”, al señalar que ésta: “...es posible desde el momento que la idea de una
LA
“política interna”...La posibilidad real de lucha, que debe estar siempre presente
para que se pueda hablar de política, se refiere entonces consiguientemente, en
razón de semejante “primacía de la política interna”, ya no a la guerra entre
unidades nacionales organizadas (estados o imperios) sino más bien a la guerra
civil.
ideal o deseable, debe, no obstante, existir como posibilidad real para que el con-
cepto de enemigo pueda mantener su significado.
Todo esto no quiere decir en absoluto, sin embargo, que la esencia de “lo polí-
tico” no sea otra cosa que la guerra sangrienta y que toda tratativa política deba
ser tratada como una batalla militar, ni que todo pueblo esté ininterrumpida-
mente contrapuesto a todos los demás en la alternativa de amigo o enemigo, ni
que la correcta elección política no pueda consistir justamente en evitar la gue-
OM
rra. La definición dada aquí de lo político no es ni belicista ni militarista, ni
imperialista ni pacifista. Ella no representa siquiera un intento de elevar la gue-
rra victoriosa y la revolución lograda a “ideal social”, puesto que la guerra y
revolución no son nada de “social” ni de “ideal”. La misma lucha militar, consi-
derada en sí, no es “la continuación de la política por otros medios”, como se
atribuye de modo extremadamente incorrecto, a la famosa máxima de von
Clausewitz, sino que tiene, en cuanto guerra, sus reglas y sus puntos de vist,
estratégicos, tácticos y de otro tipo, que sin embargo presuponen todos la existen-
.C
cia previa de la decisión política acerca de quien es el enemigo...La guerra no es
pues un fin o una meta, o tan solo el contenido de la política, sino que es un
presupuesto siempre presente como posibilidad real y que determina de modo
particular el pensamiento y la acción del hombre, provocando así un comporta-
DD
miento político específico”.
La necesidad de un mito
entre amigo y enemigo. Es desde esta posibilidad extrema que la vida del hombre
adquiere su tensión específicamente política...
Un mundo en el cual haya sido definitivamente dejada de lado y destruída la
posibilidad de una lucha de este tipo, sería ya un mundo sin la distinción entre
amigo y enemigo y como consecuencia de ello un mundo sin política...no habría
ninguna contraposición sobre la base de la cual se pudiese requerir a los hombres
FI
OM
empuja a un pueblo a cumplir “su misión histórica”, no reside en la correcta
reflexión racional, sino en la posesión de un mito que procede “...de las profundi-
dades de auténticos instintos vitales...”. A diferencia de Sorel, que alentaba el
mito de la “huelga general” en las masas del proletariado industrial, Schmitt,
partiendo del triunfo en Italia de Mussolini-discípulo de Sorel- optará por la
superioridad del “mito nacional”, sobre la variante del “mito socialista”. Así, en
la potencia de su mito, reside la coronación de toda su construcción intelectual,
en cuanto éste sería el cierre en su sistema de conformación de la conciencia
.C
política de ese pueblo, para alentar su capacidad de distinción entre amigo-ene-
migo.
No importa lo verdadero en su obra. Importa la obtención de la fuerza de una
acción política, embanderada desde una auténtica comunidad estatal, a su vez,
DD
exaltada desde un mito fundante irracional, que asegure la misión histórica del
país.
Resulta importante tener en cuenta, que sin perjuicio de la originalidad de la
construcción schmittiana, su postulado de la necesariedad de la “comunidad es-
tatal”-y su conexión con la idea de libertad-tiene fuerte arraigo en el pensamien-
to alemán y, correlativamente en el pueblo alemán a lo largo de su historia, al
punto que en importantes teóricos es concebida como: “...más en deberes que en
LA
“La guerra, en cuanto el medio político extremo, hace pues manifiesta la posi-
FI
OM
decisivo, o sea si toma en serio la lucha de clases y trata al adversario de clase
como enemigo real y lo combate, ya sea bajo la forma de una lucha de estado o en
forma de una guerra civil en el interior de un estado…. Si en el interior de un
estado el proletariado se adueña del poder político, entonces nace un estado pro-
letario, que no es una construcción política en menor medida que lo es un estado
nacional, o bien un estado clerical, comercial o militar, o un estado burocrático o
cualquier otra categoría de unidad política. Si se lograse reagrupar a la humani-
dad íntegra, en base a la contraposición proletario-burgués en cuanto amigo-
.C
enemigo, en estados capitalistas y proletarios, de modo que desaparezcan todos
los demás reagrupamientos de amigo-enemigo, se manifestaría entonces toda la
realidad de carácter “político” que éstos conceptos, sólo en apariencia “puramen-
te” económicos, han conservado.
DD
Toda su construcción, en este estadio de su exposición, lleva a interrogarnos,
como lo hace implícitamente Schmitt: ¿Cómo evitar la Guerra (civil)?.
El inicio de la reflexión, supone asumir su preocupación inicial, aquella de
construir un centro de poder, que elimine la pluralización de visiones contradic-
torias propias de “...una sociedad dominada por las meras relaciones...”, como las
define G. Simmel, afianzando en consecuencia la búsqueda de un nuevo concep-
to de poder, que conforme una nueva forma de estado, dotado de la capacidad de
LA
tal...”.
Ese es su reclamo para el momento que vive su país y que supone que la
respuesta a la interrogante planteada, se obtiene, si aplicamos hobbesianamente
el método “compositivo-resolutivo”, que supone la tarea de un relojero con aque-
lla pieza dañada: armar sus componentes en la secuencia debida y que respecto
de éste modelo admiten estas secuencias operacionales:
1. Recrear la unidad comunitaria del pueblo por medio de un mito nacio-
nal...
2. Que será acercado al pueblo a través de una élite...o un líder carismático...
3. Que manejará la esencia de este mito y actuará conduciéndo al pueblo
política y moralmente...
OM
9. A partir del cual se precisarán con “decisión”, las instancias de “lo políti-
co”...
10. En que el enemigo es visto como una “realidad concreta”...
11. Ante la cual “...el matar y el morir valen como una afirmación acorde con
el ser frente a una negación...”.
Finalmente, en su teorización no resulta claro el modo en que se determina
la enemistad y tampoco argumenta sobre quien decide sobre ello, aunque sí de
modo implícito, aunque no expreso, la respuesta es obvia.
.C
Debe marcarse pues, en su teoría, como consecuencia de lo anterior, la falta
de normatividad necesaria en la ciencia para definir presupuestos, y la preva-
lencia consecuente, de una absoluta “existencialidad” del concepto de amigo-ene-
migo, que sólo parece ser visualizable a través de la facticidad de la lucha.
DD
En este sentido su propuesta vista desde el ámbito de la ciencia política,
carece de cientificidad, en cuanto ha extraído “el uso” de sus términos del len-
guaje común: visualizar fácticamente al enemigo de esa comunidad que alienta
el mito soreliano de los “auténticos instintos vitales”, para superar en esa vía de
los hechos la degradación en que se encuentra el “sirviente burocrático armado”.
LA
FI
PARTE VI:
LA NEGACIÓN DE LA POLÍTICA
OM
La reflexión de K. Marx, (1818-1883), se estructura desde la lectura negativa
que hace de su mundo contemporáneo, regido por el “Estado Liberal” y la econo-
mía de “libre mercado”. La Europa en que vive Marx se encuentra dominada por
la lucha signada por la búsqueda de mayor participación, dentro de un proceso
que incorpora la coexistencia de dos grandes operadores políticos: liberalismo y
democracia.
Sin perjuicio que hacia finales del siglo XIX, el liberalismo asume algunas
.C
banderas democráticas como propias, lo que supondrá cierta asimilación concep-
tual entre esos conceptos, en los decenios anteriores, el enfrentamiento entre
ambas nociones fue muy fuerte, resumiéndose para el liberalismo en l a consig-
na “un burgués un voto”, en tanto que para la línea democrática era la de “un
DD
hombre un voto”.
Marx, en su primera etapa, la de “Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”,
plantea la “enajenación” del individuo -presuponiendo la causa de ésta, en el
“modo de producción capitalista- en su relación con el poder político y, el desa-
rrollo posterior de su obra estructurada a partir de su visión “sociocéntrica”, se
articulará en parte importante en los ejes “conflicto” y” negación de la política”.
LA
Si bien es natural que todo sistema sea productor de conflictos, las formas
específicas que nos interesan en este capítulo, son aquellas que inducen una alta
condensación de violencia a partir de la fuerza de construcciones teóricas, en un
marco histórico determinado: (nazismo, fascismo, comunismo, son ejemplos clá-
sicos de potenciación del concepto de conflicto).
Importa privilegiar en esta línea de exposición la cuestión de la “Lucha de
Clases”, que Marx presenta en “El Manifiesto del Partido Comunista”: “La histo-
ria de todas las sociedades que han existido hasta ahora, es la historia de la
lucha de clases”.
No obstante, la evolución del pensamiento de K. Marx requiere precisar que
“la crítica de la política”, precede temporalmente a su “crítica de la economía”.
Así, el Marx que reflexiona hasta sus “Manuscritos de 1844”, es un Marx que
aún alentaba por soluciones democráticas, no obstante los signos de crisis pre-
sentes en, “La Cuestión Judía” (1843), en que señalaba: “...ya no se trata de per-
cibir que es la sociedad civil la que se vierte en la “totalidad” del Estado...sino por
el contrario, la sociedad y cada uno de sus miembros singulares deben recuperar
y absorber sus fuerzas propias...fuerzas que se desprendieron de “ellos”, para cons-
tituir el poder separado del Estado Político”.
OM
Ya corre en esas obras “tempranas”, el germen de un programa revoluciona-
rio, que se proyecta avizorando la idea de la abolición de un Estado, que está
separado de la sociedad y ajeno a sus necesidades. Esta posición -la del “primer
Marx”- precede en lo temporal, no sólo al “materialismo histórico”, sino a su
“etapa comunista”, pero no la abandonará incluso hasta en la obra sobre la Co-
muna de París de 1871.
Será en 1845, en “La Ideología Alemana”, que Marx incorporará una “nueva
problemática”, como lo es la reproducción de las condiciones sociales de la pro-
.C
ducción, que en cuanto fenómenos históricos, son sólo diversas y complejas for-
mas de la existencia de clases. Todos sus textos de éste período llevan incorpora-
da la impronta de la tesis del materialismo histórico, que supone la lucha coti-
diana de los trabajadores en la producción, lo que asegura las condiciones del
DD
trabajo necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo y “...su lucha
política inédita que aspira no a una nueva dominación de clases, sino a la aboli-
ción de la relación salarial misma por la toma del poder del Estado...”.
Avanzando la complejidad, será en “Miseria de la Filosofía” (1847), que enun-
ciará la cuestión de la: “...sustitución de la antigua sociedad civil por una asocia-
ción que excluirá a las clases y su antagonismo...”, delineando al proletariado
como clase diferente, al protagonizar esa nueva forma de asociación, que tendrá
LA
OM
trumentos productivos ocupan las diversas clases sociales y que ocasiona que los
intereses de una clase sean contrapuestos a los de otra y en el caso concreto del
modo de producción capitalista, consiste de la ganancia que obtiene la burguesía
por la parte del producto que es sustraída al productor directo. La historia ha
enseñado a Marx -tesis que no es compartida desde muchos estudios
antropológicos e históricos- que en las primeras formaciones humanas, ”tribales”,
no existía la división en clases, por el hecho de la no existencia de propiedad
privada ni de excedentes de producción: las clases nacerán en consecuencia cuando
.C
una clase, la de los “no productores” viva de la producción de otros.
Esta lectura de Marx se conecta con aquella de la “situación de los indivi-
duos”: “...las personas hacen la historia...”, pero no en “...circunstancias de su
propia elección...puesto que éstas normalmente ... están dadas y se transmiten
DD
desde el pasado...” (18 Brumario).
De aquí resulta central en su obra: “...comprender todos los fundamentos de
la historia...” porque con ellos se accede a la comprensión sobre la alienación
existente sobre los actos de creatividad humana, analizados desde la “formación
social” y el “modo de producción” en que se producen. La ecuación establece que:
el “modo de producción” refiere a la estructura de la sociedad, en tanto las “rela-
ciones sociales de producción”, definen en cada época la forma dominante de
LA
producción de excedente.
En el caso capitalista, adopta la forma de “plusvalía”, que resulta del proceso
desarrollado desde que los “capitalistas” poseen los medios de producción, y los
asalariados venden su “fuerza de trabajo” en el mercado.
Esta es la base económica del conflicto de intereses de clase, que ascenderá
al nivel político, en caso de que se convierta en un conflicto generalizado que
FI
OM
En consecuencia, esa toma del “poder político”, supone el “fin” de la política
en cuanto conduce a una sociedad sin clases y por tanto sin política. Se busca el
fin de la política por medios políticos, en el entendido de dos presupuestos funda-
mentales:
1. La “temporalidad”, “breve”-aunque nunca precisada-que Marx pronosti-
ca a la “dictadura del proletariado” y
2. La posterior apuesta de Lenin a que esa “dictadura del proletariado”: “...ya
no es un Estado en el verdadero sentido de la palabra...”.
.C
De los textos analizados resulta clara la enemistad absoluta con la idea de
“la política” en tanto disciplina autónoma, imposibilitada de atender la libertad
de los individuos como resultado de la propia dinámica capitalista, que la aleja
de la cuestión social y la reconvierte en una mera disciplina de cuestiones
DD
institucionales al servicio de la clase dominante.
Desde el enfoque marxista, la política es un aspecto de la vida social general,
por lo que tanto las instituciones políticas como las luchas políticas sociales, sólo
pueden estudiarse y entenderse como conflictos que refieren a todo el conjunto
social: “En la producción social de su vida, los hombres entran en relaciones defi-
nidas que son indispensables e independientes de su voluntad, relaciones de pro-
LA
ducción que corresponden a una etapa definida del desarrollo de sus fuerzas pro-
ductivas materiales. La suma total de estas relaciones de producción constituye
la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se eleva la super-
estructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de
conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proce-
so vital social, político e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres
FI
OM
Si sus tesis suponen la democratización del Estado y de la sociedad, la inte-
rrogante central refiere a: ¿cuál sería la estructura y organización del poder po-
lítico luego de abolida la fase capitalista?
Toda su obra presupone la convivencia paradojal de la eliminación de la polí-
tica a través de medios políticos, desde que el logro de la sociedad sin clases,
consiste de la conquista del poder por el proletariado.
Su reflexión, no es nada precisa en ésta cuestión y en pocas ocasiones define
.C
el “socialismo” o el “comunismo”, tal vez porque pensaba que “la música del
futuro”no debía ser compuesta por adelantado.
Así, en el “Manifiesto”, señalaba: “Cuando en el transcurso de este desarrollo
hayan desaparecido las distinciones de clase y toda la producción se haya con-
DD
centrado en las manos de una extensa asociación de toda la nación, el poder
político perderá su carácter político. El poder político, en sentido estricto...es sen-
cillamente el poder organizado de una clase para oprimir a las demás. Si el pro-
letariado en su lucha contra la burguesía, se ve obligado por las fuerzas de las
circunstacias, a organizarse como clase;sí, mediante una revolución se convierte
en la clase gobernante y, como tal, suprime por la fuerza las viejas condiciones de
producción, habrá suprimido entonces con estas condiciones, las condiciones para
LA
Toda esta teorización no realizada por Marx, pero basada en esas iluminacio-
nes utópicas referidas, requeriría para cumplimiento determinado tipo de desa-
rrollo de la sociedad:
1. Que no se trate de un país subdesarrollado aquel en que se lleve a cabo la
experiencia revolucionaria. (Pensar el caso de la Rusia en que se produce
la revolución bolchevique).
2. Que exista una efectiva relación de armonía entre los “agentes revolucio-
OM
narios” y la diversidad de movimientos sociales y de la sociedad en gene-
ral. (Pensar nuevamente el mismo caso).
3. Que el progresivo asentamiento no se vea perturbado-al menos inmedia-
tamente-por vecinos hostiles o fuerzas opositoras internas contrarrevo-
lucionarias. (Nuevamente, el caso de la revolución bolchevique se inserta
en una Rusia participante de una guerra mundial y con la oposición in-
terna menchevique).
4. De los tres items anteriores resalta que no deben existir conflictos políticos
.C
o económicos o contradicciones sociales de cualquier clase.
5. Asimismo no debería existir el egoísmo humano en ésta nueva sociedad.
La enumeración podría continuar con dificultades crecientes, que poca rela-
ción guardarían con el realismo de Marx: “En efecto, cada nueva clase que pasa a
DD
ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve obligada, para poder sacar
adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés co-
mún de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo en
términos ideales, a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar estas
ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta...”. (La Ideología
Alemana).
Ciertamente la empresa más allá de sus fracasos constatados, parece de im-
LA
posible realización.
FI
PARTE VII:
LA POLÍTICA COMO DECISIONES COLECTIVIZADAS
SOBERANAS
OM
Cuando el común de los individuos se interroga, piensa o discute, sobre qué
es la política, tiende a identificar ésta actividad con el “espacio público”, el espa-
cio de “la estatalidad”, sea éste, institucional, parlamentario o partidario, y ge-
neralmente lo hace asumiendo su posición de observador, ubicado en la sociedad
civil;desde su “espacio privado”.
De este modo, se conforma una visión reduccionista de la política, que refie-
re concretamente a una “crisis de identidad” de ésta, en cuanto quedan fuera de
.C
su dominio gran número de actividades humanas colectivas, hecho que se ve
reforzado por la “división del trabajo” en las ciencias sociales, que ha consignado
su estudio a disciplinas tales como como la economía, la sociología, la antropolo-
gía y la historia. (cfe. A. Leftwich: 1987).
Ciertamente que ambas cuestiones, la opinión vulgar reduccionista referida
DD
y la pérdida de terrenos por parte de la academia politológica, en aras de la
“interdisciplinariedad” y, también de fuertes vocaciones “imperialistas” de esas
otras disciplinas-son negativas para una explicativa coherente de las cuestiones
(políticas) de nuestra sociedad.
En ésta línea de reflexión, en que se enfrentan posiciones con diversos anclajes
teóricos-amplios y restrictivos- respecto de la “identidad de la política”, destaca
LA
se argumenta, por ejemplo, que el poder político es aquel poder coercitivo que mo-
nopoliza el uso legal de la fuerza, esta individuación presupone que el aparato
estatal dispone de niveles y estructuras destinadas a ello. Puede parecer que de
este modo se vuelve a la identificación -que se considera superada- entre la esfera
política y la esfera del Estado. Pero no es exactamente así.
Cuanto más nos alejamos del formato de la polis y de la pequeña ciudad-comu-
nidad, las aglomeraciones humanas adquieren en mayor medida una
OM
estructuración vertical, altimétrica. Esta verticalidad era hasta tal punto extraña
a la idea griega de política como para haber sido teorizada durante milenios (como
se ha visto) con el vocabulario latino; mediante términos como principatus,
dominiun, regnum, gubernaculum, imperium, potestas y otros similares. El hecho
de que toda esta terminología confluya en el siglo XIX en el término “política”
constituye por lo tanto una impresionante inversión de la perspectiva. Hoy noso-
tros adscribimos una dimensión vertical a una palabra que denotaba, por el con-
trario una dimensión horizontal. Como consecuencia de esta nueva disposición la
.C
dimensión horizontal acaba por atribuirse a la sociología, y paralelamente, la
esfera de la política se eleva y restringe, en el sentido en que se reconduce a una
actividad de gobierno y, en concreto, a la esfera del Estado. Pero esta redefinición,
que respetaba bastante bien la realidad del siglo XIX, se revela en el siglo XX como
DD
demasiado angosta, demasiado limitada. En realidad nosotros registramos un
hecho nuevo: la democratización, y en todo caso, la masificación, de la política.
Las masas, desde siempre extrañas, excluidas o presentes sólo a intervalos, entran
en política, y entran de modo estable, para quedarse…”.
La ubicuidad de la política
LA
OM
“En líneas generales el punto a afirmar es que no debemos confundir los re-
cursos del poder, o las influencias sobre el poder, con el tener poder; así como
debemos de distinguir el cómo del dónde se genera el poder político, del cómo y
dónde se ejerce. Una vez señaladas estas distinciones la dificultad de determinar
los “límites” del sistema político se resume en la diferencia entre acepción laxa y
acepción estricta del concepto de política.
La difusión de la política no sucede, por otra parte, sólo en el nivel de base, en
.C
el nivel del demos. La encontramos también en los vértices, en el nivel de las
élites. De hecho, las democracias se estructuran como “poliarquías” competitivas
con una amplia diseminación pluralista. Hasta aquí no hay problema en el sen-
tido de que la noción de sistema político posee la elasticidad necesaria para abar-
DD
car una vasta y variopinta diseminación del poder. El problema se plantea por el
hecho de que entre estos vértices sobresalen las estructuras verticales que no son
políticas pero que siguen siendo potentísimas, como en el caso de las “corporacio-
nes gigantes”. Pero también en relación a esta dificultad debemos recordar que
condicionar gigantes, o incluso que los potenciales sindicales, resulten influyen-
tes, de ello no se desprende que su poder sea “soberano”, es decir, superpuesto al
poder político. Mientras que un sistema político se mantiene las órdenes princi-
LA
pales y vinculantes erga omnes son y siguen siendo los mandatos emanados en
los niveles políticos. Unicamente las decisiones políticas -no importa si bajo for-
ma de leyes o no- se aplican con fuerza a la generalidad de los ciudadanos. Y si
por decisiones colectivizadas se entienden aquellas decisiones que se sustraen a
la discrecionalidad de los particulares, entonces las decisiones políticas pueden
definirse como las decisiones colectivizadas soberanas a las cuales es más difícil
FI
¿Autonomía de la política?
tica está caracterizada por un movimiento ascendente, de modo que los sistemas
de democracias política resultan sistemas “reflectantes” y típicamente receptivos
de una demanda que sale desde abajo. Su límite, porque este hilo explicativo se
rompe en relación a los sistemas dictatoriales, que se denominan “de extracción”
precisamente porque están caracterizados por una verticalidad descendente, por
un predominio de los mandatos que descienden desde lo alto. En resumen, las
reducciones sociológicas aplanan la política, en el sentido de que su verticalidad
OM
resulta una variable dependiente: dependiente, precisamente, del sistema social y
de las estructuras socio-económicas. Este aplanamiento es plausible, decía, en el
caso de los sistemas que “reflejan” un poder popular; pero es altamente improba-
ble en los sistemas políticos caracterizados por una fuerte verticalidad. En parti-
cular la sociologización de la política no logra explicar el funcionamiento de los
sistemas dictatoriales, de aquellos sistemas en los cuales los mandatos no son en
modo alguno reconducibles a demandas ascendentes, y no por otra cosa, sino por
que los sistemas dictatoriales impiden la formación autónoma y la libre expre-
.C
sión de la demanda social.
La forma extrema de negación de la autonomía de la política no es, por lo
general, la sociológica: proviene, más bien, de la filosofía marxiana. En esta últi-
ma perspectiva no se apunta únicamente a la heteronomía de la política sino,
DD
más drásticamente, a la negación de la política. En la concepción
económico-materialista de la historia la política es una “superestructura” no sólo
en el sentido de que refleja las fuerzas y las formas de producción, sino también
en el sentido de que es un epifenómeno destinado a extinguirse. En la sociedad
comunista -preveía Marx- el Estado viene a menos, y con ello desaparece la coer-
ción del hombre sobre el hombre. Pero si una filosofía de la historia ha de valo-
rarse en base a los acontecimientos históricos que ha generado, basta con cons-
LA
distintas formas. Puede apoyar la tesis de quien reduce la política a otra cosa,
subordinándola de distintas formas al sistema social y a las fuerzas económicas:
la tesis de la heteronomía, pero también, en su forma extrema, de la negación de
la política. O bien puede apoyar la tesis inversa, la tesis de quien observa que el
mundo nunca ha estado tan “politizado” como hoy; una tesis que no afirma nece-
sariamente el dominio o la primacía de la política, pero que ciertamente reivindi-
ca su autonomía. En medio de estas tesis opuestas se sitúan las incertidumbres
de identificabilidad, la dificultad de ubicar la política. A esta dificultad puede
añadirse una tercera tesis, aquella que ve en la difuminación, y por lo tanto en la
falta de potenciación de la política, un eclipse de lo político (pero no una
heteronomía). Tres tesis entonces: 1) heteronomía o incluso extinción; 2) autono-
OM
explicativo de los “procesos políticos”, que según nos dice, no pueden explicarse
desde el “ámbito Estado”. Desde allí su propuesta se asemeja a la de Easton-al
recurrir expresamente a la noción de “sistema político”, y señalar -en sintonía
con aquél- que las decisiones “son políticas”, por ser “decisiones colectivizadas
soberanas”, al haber sido tomadas por “un personal” que se sitúa en los niveles
políticos.
Es a éste centro expositivo, que se ha atacado frecuentemente, desde que
vuelve a resumir la política en un perímetro institucional, donde las decisiones
.C
resultan de la voluntad del personal político, tema que a su vez remite a la cues-
tión mayor de la llamada “crisis de la representación política. Se sostiene-más
allá de las teorías que analizamos en este capítulo-que la política no es un ámbi-
to separado de vida y actividad pública, sino que, por el contrario, la política
DD
abarca todas las actividades de cooperación y conflicto, dentro y entre las socie-
dades, por medio de las cuales la especie humana organiza el uso, la producción
y la distribución de los recursos humanos, los naturales y otros, en el transcurso
de la producción y reproducción de su vida biológica y social.
Asimismo se sostiene en ésta línea crítica, que esas “decisiones soberanas”
no explican la política “...por cuanto han existido -y existen-muchas sociedades
en la historia humana que no han tenido ámbitos institucionales de gobierno,
LA
separados de manera formal, y parece tan extraño como limitante tener que con-
cluir que por lo tanto son sociedades que no han tenido política...”. (A. Leftwich).
Toca ahora al lector, explicar la validez de la primera línea de crítica, (Leftwich),
esbozada desde una lectura amplia de la política, que parece soslayar la necesi-
dad de la existencia de un centro decisional como el que presuponen necesaria-
mente, tanto el modelo de Sartori como el de Easton;sin perjuicio de interrogar-
FI
OM
.C
DD
LA
FI
CAPÍTULO V
OM
El sinuoso camino recorrido para la construcción del “Estado-Nación” y, del
nuevo “Príncipe” -que será “el pueblo”- actuando como Estado-Nación, acercando
la naciente idea secular de soberanía, reconoce una múltiple dimensionalidad,
que se presenta a modo de prólogo, al capítulo mayor dedicado al Estado por la
Prof. María L. Aguerre.
Una dimensión de la lógica del proceso de conformación del estado moderno,
se constata en el período absolutista por la alta concentración del poder, obteni-
.C
do por medio de la guerra, que permitirá el monopolio de la fuerza en un territo-
rio determinado.
Esa lógica, que N. Elias (1987), denomina “mecanismo de monopolio”, es la
resultante de este largo proceso que venimos de referir, por el que: “…se arrebata
DD
a individuos aislados la libre disposición sobre los medios militares que se reserva
el poder central... y lo mismo sucede con la facultad de recabar impuestos o sobre
la propiedad. Ambos monopolios son simultáneos y se sostienen mutuamente…”.
En la misma clave teórica, enseña Weber(1977), que sólo a partir de la cons-
titución “…de este monopolio permanente del poder central y de este aparato es-
pecializado de dominación -el aparato administrativo permanente- alcanzan las
unidades políticas el carácter de “Estados…”.
LA
Esencialmente, por la fuerza del monarca, que elimina poderes feudales, je-
FI
OM
y al mismo tiempo como sustrato insuprimible de todas las relaciones y de todas
las instituciones de poder”.
.C
representativo o popular, respecto de esas grandes masas de “soldados-súdbitos”,
levados para la guerra, que lucharán hasta convertirse en “soldados-ciudada-
nos”. (Cfe. D. Held: 1997).
Esta nueva “lógica”, encastra perfectamente con aquella de la guerra como
DD
formato preliminar de posteriores instancias representativas, dado que históri-
camente, como señala R. Dahl (1991): “Los países con ejércitos masivos... anun-
ciaron la era de las revoluciones democráticas. Bajo estas condiciones históricas,
en que la tecnología y la organización militar fueron más favorables que nunca
para la democratización...las instituciones de la Poliarquía se impusieron en un
país tras otro…”.
Ampliando la mirada más allá de ese ámbito de “extracción” de individuos y
LA
recursos para la guerra, resulta evidente que: “...era mayor la necesidad de los
gobernantes de negociar con sus súdbitos y conquistar su apoyo...(por lo
que)...creció la reciprocidad entre gobernantes y gobernados y, cuanto mayor era
la reciprocidad, mejores eran las oportunidades de los sectores subordinados para
ejercer influencia sobre sus gobernantes”. (Held: cit.).
Este nuevo sistema de influencias y presiones desde la sociedad civil, se ejer-
FI
ce a efectos de lograr avances en sus derechos, tanto civiles como políticos, que
modificarán progresivamente la naturaleza y estructura del Estado, hasta lle-
gar a las primeras formas de democracia liberal, a través principalmente de la
acción y alianza de sindicatos, clase obrera y clases medias.
OM
¿Fue la irresistible expansión del capital, la determinante de las formas y
contornos del Estado Moderno?
No es este ciertamente el espacio para dilucidar a fondo esta cuestión, no
obstante es posible analizar a Occidente a partir del año 1000, como el foco de
emergencia de un continuo de”globalización”, que requerirá “capacidades estata-
les” y “organizaciones” (entendidas como las “capacidades extractivas” del régi-
men), que pudiesen operar a escala mundial.
A vía de ejemplo, las potencias navales y las rivalidades en las colonias,
.C
muestran una nueva andadura en la que Europa, queda conectada a un sistema
global de relaciones comerciales y productivas.
Resulta de principio, que el capital tiene vocación internacional y no puede
ser acotado por fronteras nacionales, pero: “...a la vez es inútil especular con que
DD
el capitalismo podía haber florecido sin el papel activo del Estado Moderno”. (I.
Wallerstein: 1988).
No obstante, precisa este autor que en su concepción: “...los Estados son ins-
tituciones creadas que reflejan las necesidades de las fuerzas de las clases que
actúan en la economía mundial. Pero no se crean en el vacío, sino en el marco de
un sistema interestatal. De hecho, este sistema interestatal, es el marco dentro del
cual se definen los Estados”. (I. Wallerstein. 1980).
LA
OM
complejas variables que implica ésta cuestión y, que debemos cotejar con aquella
de la “guerra”.
En cualquiera de las tesis contrapuestas, la guerra, que se libró para elimi-
nar enclaves territoriales opositores a la unificación estatal, ahora se presenta
en diversa filigrana, al orientarse hacia objetivos económicos.
A partir del siglo XVII, el éxito militar y el económico, se vinculan como
nunca antes en la historia, sostiene Paul Kennedy (1989).
Sin perjuicio de la posición por la que se opte, siempre será polémica la pre-
.C
valencia de una u otra explicación, en cuanto resulta incontestable el hecho de
que: “...la emergencia del capitalismo introdujo un cambio fundamental en el
orden mundial: hizo posible, por primera vez en la historia que se concretaran
conexiones genuinamente globales entre estados y sociedades;penetró en los rin-
DD
cones más remotos del mundo e imprimió profundos cambios sobre la dinámica y
la naturaleza del poder político”. (D. Held: cit.).
Si a mediados del siglo XV ya “...la ciudad reina...”, por la fuerza de sus me-
dios para incidir sobre las entonces emergentes formaciones estatales y sobre
las mentalidades, las mutaciones del siglo XVIII, operarán “...el aumento del
poder de los municipios, la instauración de una era de mercaderes, el agrava-
miento de las diferencias sociales...” (Zumthor).
Será una consecuencia central de estos hechos, que las ciudades pasen a
FI
convertirse en “espacios profanos”, sin perjuicio que las Iglesias continuarán in-
cidiendo a través de sus escuelas, hasta entrado el siglo XX en la alfabetización
popular.
En este contexto, no puede obviarse por su importancia, que desde 1760, se
está produciendo una revolución en la “alfabetización discursiva”, a partir de una
OM
ción-coordinación del Estado-absolutista o constitucional- con la sociedad civil,
entendida globalmente: “...como el terreno de los conflictos económicos, ideológi-
cos, sociales y religiosos, respecto de los cuales el Estado tiene la tarea de resol-
verlos, ya sea mediándolos o suprimiéndolos, como la base de la que parten las
demandas respecto de las cuales el sistema político está obligado a dar respues-
tas ”(Bobbio: 1986).
En otros términos, se verifica como escribe Foucault: “...el paso de un arte de
gobierno a una ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la
.C
soberanía a otro dominado por las técnicas de gobierno...se opera en el siglo XVIII
en torno a la población y en torno al nacimiento de la economía política”.
las Clases de 1764 a 1914, sostiene la tesis ecléctica, que parecía desprenderse
como más operativa que las versiones analizadas hasta ahora: “El Capitalismo y
los Estados conviven en el mundo y se influyen mutuamente”.
Presenta en su obra, seis estrategias para visualizar ese diverso tipo de rela-
cionamiento e influencias recíprocas:
1. “Laissez Faire”:
“El Estado se limita a ratificar (o es incapaz de cambiar) las condiciones del
mercado, sin tratar de modificarlo autoritariamente”.
2. “Proteccionismo nacional:
“El Estado interfiere autoritariamente en las condiciones del mercado para
proteger su propia autonomia, aunque lo hace de forma pragmática y pacífica...”.
3. Dominación Mercantilista:
“El Estado intenta controlar los mercados internacionales, controlando
autoritariamente la mayor cantidad posible de recursos mediante sanciones di-
plomáticas o demostraciones de fuerza, aunque no suele recurrir a la guerra o la
expansión territorial”.
Si bien es cierto que gran parte de la economía política internacional de los
estados combina a menudo distintos grados de las tres estrategias, Mann agrega
que existen otras tres clases de política económica que comportan una mayor
agresividad:
4. “Imperialismo Económico”:
“El Estado conquista un territorio determinado para explotarlo económica-
mente”.
5. “Imperialismo Social: ”
OM
En este caso la necesidad no es tanto conquistar nuevos pueblos o territorios,
sino dominar los ya existentes. Se trata de distraer la atención sobre el conflicto
entre las clases u otros grupos del territorio estatal.
6. ”Imperialismo Geopolítico”.
“La conquista de un territorio determinado por parte de un Estado es en este
caso un fin en si mismo”.
Esta variedad de estrategias posibles remarcan el entrelazamiento entre los
diversos “tipos” y así se entienden casos como el “laissez faire” en Gran Bretaña,
.C
que logra mantener esa política en lo interno, al tiempo que a través de otras
estrategias, forma un Imperio para imponer sus condiciones en el comercio in-
ternacional y, a la inversa el caso de la Alemania hitleriana, que adopta la estra-
tegia de imperialismo geopolítico de dominio del mundo, sin prestar atención a
DD
la economía.
LA
FI
CAPITULO VI
El Estado
María L. Aguerre
OM
LA FORMACIÓN DEL ESTADO MODERNO
.C
Pero históricamente, los hombres han cambiado el marco de organización de
su vida comunitaria para adaptarse a nuevos desafíos. Encontramos la unión
tribal de varias familias, las ciudades-estado (polis), los imperios, los regímenes
feudales y el Estado, desde hace 500 años. La ciudad-estado por ejemplo, fue el
DD
orden social más difundido en la antigüedad, se trataba de núcleos urbanos rela-
tivamente poco poblados, con recintos amurallados. No es extraño que en este
ámbito de convivencia cara a cara, hayan surgido los primeros ensayos de una
política democrática, tanto en la península griega como en la itálica, cuando las
querellas entre los habitantes más ricos y los más pobres se hicieron tan dramá-
ticas, que fue necesario para evitar la guerra civil, cambiar las reglas de juego de
la política interna hacia formas más participativas.
LA
der político sobre los habitantes. Estas formas policéntricas de la política han
sido comunes en muchos lugares del planeta en diferentes momentos históricos,
la particularidad que vamos a estudiar a continuación es el origen de los Estados
en Europa en los siglos XV y XVI, una estructura cuyo éxito aseguró su transfor-
mación y permanencia posterior.
a) El régimen feudal
sí. Estos reinos no son unidades de poder, la coerción pública está dispersa en
multitud de centros, cada uno de los cuales tiene a su cabeza un señor feudal,
conformando una pirámide cuyo vínculo interno son las relaciones de vasallaje.
Los pactos de vasallaje son alianzas privadas celebradas entre señores de menor
rango con otros más poderosos, hasta llegar a una cúspide donde habitualmente
se encuentra el monarca, aunque no en todos los casos. Los reyes no se vinculan
directamente con sus súbditos sino, con los señores feudales con quienes tienen
OM
una relación personal y jerárquica, cuyo compromiso principal es asistir con leal-
tad al rey cuando este necesita ayuda en la guerra. Estos señores sin embargo no
obedecen obligatoriamente al monarca en cuanto a rendir cuentas de la adminis-
tración de los feudos, y cada uno gobierna como le parece en sus propias tierras
sólo limitados por la costumbre: impone normas de trabajo para los campesinos,
imparte justicia y por supuesto recauda los tributos debidos por su protección.
Como contrapartida está obligado a defender a esa población de los enemigos
externos por medio de las armas y a darles refugio en su castillo-fortaleza en
.C
caso de peligro. El feudalismo se caracteriza por un marcado policentrismo en el
ejercicio del poder político.
El monarca por su parte actúa como una señor feudal más en sus propias
tierras que le pertenecen patrimonialmente, y con ese patrimonio privado de-
DD
fiende su derecho a la corona y sus pretensiones de influencia en el resto del
reino, pero es una situación de carácter más bien honorífico, porque en verdad
depende del cumplimiento de la palabra empeñada por sus vasallos. Estos con-
curren en auxilio del rey, acompañados de otros señores de menor rango cuando
son convocados, usando de su propio patrimonio, con sus armas, sus caballos,
sus armaduras y los escuderos que puedan equipar de su feudo. Se trata de
ejércitos privados, irregulares, y la ayuda de los caballeros en formar estos ejér-
LA
citos dependerá del interés que tenga para ellos la acción militar emprendida.
Otra característica de estas mesnadas feudales, es que pueden combatir a su
frente señores pertenecientes a distintos reinos, porque aún la idea de nación no
está incorporada (José Antonio de Gabriel, E. Trotta, 1998).
La aparición del Estado en Europa, corresponde en cambio a un proceso his-
tórico inverso al del derrumbe de los imperios, cuando los territorios antes divi-
FI
b. 1. Diferentes perspectivas
dencia. Para despojar a los antiguos detentadores del poder político deberán va-
lerse al principio de ejércitos mercenarios, mediante préstamos otorgados por
un nuevo sector social de ricos habitantes de las ciudades libres, dueños del
capital financiero. Estas ciudades tuvieron un desarrollo extraordinario a partir
del siglo XII, debido al crecimiento del comercio. Cuando los reyes fortalecidos
políticamente y con el apoyo de los comerciantes de los pequeños burgos y ciuda-
des, logren establecer una red para el cobro de impuestos en todo el territorio,
OM
utilizarán un ejército de soldados nacionales pagos de las arcas del estado, mu-
cho más eficaces en la lucha que los ejércitos mercenarios.
Como sucede en los casos de transformaciones políticas tan complejas, no se
puede señalar una sola causa para desencadenar el proceso hacia el estado na-
cional. Sin duda los factores no fueron únicamente económicos, algunos fueron
sociales, culturales y religiosos. Se señala por ejemplo, el debilitamiento del Pa-
pado que había ejercido durante la Edad Media un poder espiritual ecuménico
unificando toda la cristiandad. Luego del vacío de poder que siguió al derrumbe
.C
del Imperio Romano en el siglo V de nuestra era, el Papa había heredado esa
visión de universalidad imperial; como vicario de Cristo en la tierra coronaba a
los reyes cristianos según su arbitrio, colocando en una situación de dependen-
cia el poder temporal al poder espiritual de la Iglesia. Pero esta superioridad
DD
espiritual se había desgastado con las luchas internas de la grey cristiana y las
guerras protagonizadas por los Papas para reconquistar los territorios papales,
convirtiéndolo en uno de tantos príncipes gobernando en sus propias tierras.
Algunos monarcas deseosos de acabar con esa situación de menoscabo de su
soberanía, aprovecharon esta debilidad para sublevarse contra el poder eclesiás-
tico y adoptaron las creencias protestantes, dando lugar a la creación de Iglesias
nacionales, férreamente subordinadas al poder temporal del rey.
LA
OM
nas con todo su aporte para la filosofía, el arte y la ciencia.
Se comienza a percibir un mundo diferente que les pertenecía, puesto que se
trataba de una época brillante de la cultura europea. Este descubrimiento abrió
un interés renovado por el “hombre” como centro del mundo y sus relaciones
terrenales. Los cambios son muy intensos: los estudiosos se desinteresan de la
filosofía escolástica y sus interminables silogismos para probar la existencia de
Dios, y ahora se preocupan por conocer los secretos de la física, la mecánica, la
matemática y la geometría; los artistas en Italia vuelven a la figura humana y la
.C
perfección de sus formas para expresar el mundo en que viven; los príncipes se
preocupan por mantener sus reinos a cualquier precio sin preocuparse de su
salvación personal y no escatiman crueldades a la hora de imponer su poder.
El hombre común no deja de preocuparse por la vida eterna, pero el centro de
DD
su vida se desplaza hacia el descubrimiento de sus propias potencialidades, es-
pecialmente de lo que puede hacer con su propio entendimiento. A todo este
proceso han ayudado sin duda otros factores, que se acoplaron sucesiva o con-
juntamente, como el descubrimiento de América, con todas las nuevas perspecti-
vas, comerciales, científicas y culturales que despertó; el movimiento de Refor-
ma religiosa, que no sólo quebró el poder ecuménico del Papado, sino que dio al
hombre una visión muy alentadora sobre su capacidad para interpretar los tex-
LA
de elaborar asimismo un plan para lograr esos objetivos. Toda la vida se raciona-
liza y el hombre se convierte verdaderamente en el centro de su propio mundo.
No espera todo de la magia o de la intervención divina, sino que su vida se cons-
truye en principio como resultado de su propio esfuerzo.
El ascenso de occidente como vanguardia de la civilización y la formación
estatal como expresión política de ese ascenso, serían el resultado del proceso
creciente de racionalización. ¿Qué factores favorecen a la formación estatal?: los
proyectos de conquista de nuevas tierras, de ampliación del comercio internacio-
nal, de apetencia por productos exóticos hasta entonces desconocidos que co-
mienzan a integrar los hábitos cotidianos de los europeos, la invención de nue-
vas tecnologías para mejorar la producción y las condiciones de vida. Se abre un
mundo pleno de posibilidades a explorar y el hombre deja de estar atado a la
tierra y a los límites estrechos del pequeño entorno que abarcaba su vista, y un
mundo ilimitado se expone ante él, al alcance de su audacia y de sus condiciones
intelectuales recientemente descubiertas.
OM
talismo. (Weber, M. F. C. E., 1972)
Los estados compiten entre sí por los éxitos económicos y por el capital nece-
sario para llevar adelante sus emprendimientos cada vez más audaces. Ese es el
incentivo que favorece los intereses nacionales de cada estado, la posibilidad de
competir exitosamente en esa carrera por un posicionamiento favorable entre
las naciones europeas y del resto del mundo y que obviamente se traduce en
mayor aceptación y legitimidad de la población.
Por consiguiente tanto el Estado como el capitalismo van sufriendo transfor-
.C
maciones muy importantes. Se dan saltos en las ideas políticas que permiten el
pasaje de regímenes de Monarquía Absoluta, a Estados Liberales con plena vi-
gencia de los derechos y libertades de los individuos y de la norma jurídica, y
luego nuevamente movimientos revolucionarios en la filosofía política y en la
DD
práctica que marcan el pasaje a los Estados Sociales o de Bienestar.
Lo mismo ocurre con las formas de la economía, Weber como todos los econo-
mistas modernos, afirman que la forma que hoy consideramos como “capitalis-
mo”, era muy diferente a las relaciones económicas que predominaron al comien-
zo de este proceso de transformación en el siglo XV y XVI. En un principio lo que
se dio fue un crecimiento del comercio internacional y un primer proyecto de
política económica por parte de los gobiernos en el sentido de mejorar sus ganan-
LA
compitan entre sí en un mercado libre por el lucro esperado. Hasta ese momento,
afirma Weber, había subsistido un tipo de economía mal llamada capitalista,
porque era un capitalismo de aventura para explotar a los pueblos coloniales, de
proteccionismo estatal que devenía siempre en pérdidas para las arcas del Esta-
do, de privilegios otorgados a miembros de la nobleza o allegados a la Corte para
invertir en monopolios, que no ofrecían ningún riesgo para los beneficiarios.
Recién cuando el capitalismo se refiere a una empresa racional de lucro, que
percibe una oportunidad de ganancia, arriesga su capital para lograrlo y compite
en el mercado por un lugar en base a la eficiencia, ha alcanzado su naturaleza
auténtica. Esa transformación se opera cuando llegan a dirigir la inversión de
capitales, individuos con una mentalidad libre, competitiva, con voluntad de su-
peración, e interesados en el éxito económico de su trabajo. Sobre ese nuevo tipo
Weber dedica un estudio muy profundo a investigar como las ideas purita-
nas, en especial las de aquellas sectas ascéticas vinculadas al calvinismo, fueron
OM
principales promotoras de la transformación al capitalismo. Le dedica un libro
titulado “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, donde despliega su
gran erudición en relación a las sectas religiosas protestantes y llega a la conclu-
sión que el sentido ascético del trabajo profesional para los puritanos, fue el
elemento más determinante en el vuelco al capitalismo.
Weber analiza como para los calvinistas, no sólo la “gracia divina” para la
salvación eterna “no se gana por las obras”, por las buenas acciones como creían
los católicos, sino que por una decisión unilateral e impredecible de Dios, éste
.C
podía favorecer a uno o a otro creyente según su voluntad, y condenar su alma a
la pena eterna o a su salvación. Lutero y Calvino habían tomado esta idea de un
Dios tiránico y antojadizo del antiguo testamento; lo cual aterrorizaba a sus se-
guidores y los obsesionaba por la búsqueda de señales por las cuales el Señor
DD
pudiera dar una pauta de lo que los esperaba después de la muerte. La única
posibilidad con la que contaba el creyente era dedicarse con todo fervor a su
trabajo y si era exitoso en el mismo, mucho mejor. Porque ese esfuerzo no sólo
estaba de acuerdo al “plan divino” de que el hombre trabajara para el bien de la
comunidad, - así lo manifestaban insistentemente los predicadores puritanos -
sino que podía constituirse en una señal de Dios en el sentido de que esa persona
era un “elegido” de la gracia divina. El resultado de esa angustiosa preocupación
LA
que los pioneros del capitalismo naciente fueron todos convencidos puritanos de
Inglaterra y Holanda.
La tesis del autor inglés contemporáneo Michael Mann con amplia difusión
en el ambiente académico, permitiría explicar por factores políticos e
institucionales la evolución del Estado moderno, desde sus albores hasta la ac-
tualidad. Según Mann la guerra permanente con los reinos vecinos, en unidades
territoriales de tamaño intermedio, ni tan pequeños como las ciudades-estado,
ni tan grandes como los imperios les da una permanente inseguridad y la necesi-
dad de buscar apoyos dentro de sus propios reinos. La situación de relativa debi-
lidad de los monarcas impidió volver al poder despótico de los emperadores, por-
que los reyes necesitados de hacer la guerra casi permanentemente, tanto ofen-
siva como defensiva, y no disponiendo de suficientes recursos, acudían a nego-
ciar en la sociedad con los que poseían el dinero. Aquí aparece el rol institucional
de los Parlamentos (nombre genérico que terminará por imponerse siglos más
tarde), nacidos en plena Edad Media en el siglo XI. Eran grupos que representa-
ban a los principales sectores sociales de la época, la nobleza, el clero y el tercer
estado, llamados por el monarca para negociar los impuestos, a cambio de cier-
tas concesiones como: mayor autonomía para las ciudades, privilegios para el
ejercicio del comercio, etc. . Los reyes no tenían posibilidades de imponerse como
los antiguos emperadores con los tributos, por lo tanto debían llegar a compro-
misos con sus súbditos más representativos. A consecuencia de estas convocato-
OM
rias la situación con el transcurso del tiempo significó un cambio muy importan-
te en el ejercicio de la política. El poder del príncipe no será más despótico, sino
un poder infraestructural producto de una red de acuerdos y compromisos con la
sociedad. El caso de Inglaterra después de la Guerra Civil de 1688 fue paradig-
mático en ese sentido. Este es el tipo de poder de que gozan los estados actual-
mente, aún aquellos en los cuales la práctica es relativamente autoritaria (José
Antonio de Gabriel, E. Trotta, 2000).
En resumen, el proceso definitivo de formación del Estado como institución
.C
tiene un alto grado de abstracción cuya comprensión sólo pudo lograrse a partir
de la modernidad, cuando los hombres alcanzaron una idea de la institucionalidad
no anclada en la relación personal. Anteriormente obedecían a leyes creadas por
un legislador de carácter divino, porque así era venerado, como un dios, o por
DD
una relación de piedad con su señor, cuya autoridad estaba santificada por la
tradición; a partir de la teoría de Hobbes, y afirmadas en la práctica las ideas
liberales luego de la Revolución Francesa, el estado se convierte en un Estado de
Derecho, con leyes impersonales, universales y permanentes por encima de los
magistrados que las hagan cumplir.
ciones, por el uso abusivo de la fuerza o por cualquier otra causa. Por tratarse de
organizaciones complejas, los estados disponen de una administración centrali-
zada bajo las órdenes de los gobernantes; d) soberanía nacional. Los juristas
reclaman la idea de soberanía, puesto que los estados tienen autodeterminación
o dejan de existir como tales.
El estado es un fenómeno relativamente tardío en la historia de la humani-
dad, ya que los primeros recién se consolidan en el siglo XV. Francia, Inglaterra,
España con los Reyes Católicos que logran en 1492 la unificación definitiva de
los reinos ibéricos, fueron la avanzada en la transformación. La expansión colo-
nial europea producida en los siglos siguientes por los cinco continentes y como
consecuencia de sucesivas oleadas de descolonización posterior, generaliza esta
forma institucional como modelo universal en el siglo XX. En la actualidad las
OM
nos al mismo, que mantienen dentro de fronteras más de una nación, luego los
acuerdos se rompen por una conmoción política y las naciones se separan en
otros tantos estados independientes. Como ejemplos recientes podemos citar la
independización de las antiguas repúblicas que formaban el bloque de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) las cuales en 1991 se separan del
poder imperialista de Moscú, con la caída del régimen comunista; o de Yugoeslavia,
resultado de la voluntad de las grandes potencias en La Liga de las Naciones,
después de la 1ª. Guerra Mundial, que a mediados de los 90 estalla en una cruen-
.C
ta guerra civil, dividiéndose en cinco nuevas comunidades políticas. Por otra
parte los estados sufren pérdida de soberanía en la toma de decisiones cuando
adhieren a conglomerados mayores de cooperación económica multiestatal. La
organización que ha llegado a un mayor grado de unidad supraestatal es la Unión
DD
Europea, consolidando un Consejo, un Parlamento, un Tribunal de justicia y
otros órganos de apoyo; el resto de las organizaciones multilaterales que busca-
ban ese objetivo no han avanzado más que en la creación de una Zona de Libre
Comercio o han fracasado. No obstante, muchos autores consideran la formación
de agrupaciones estatales más amplias como una tendencia firme para el futuro.
Existen pactos regionales como el de la Comunidad de Estado Independientes
(CEI), entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania, un intento de crear nuevas formas
LA
b) Estado y nación
FI
Si bien nos referimos con frecuencia al Estado Nacional como una realidad
donde estado y nación “conforman” una unidad, se trata de conceptos diferentes y
no siempre han estado unidos. Un estado no puede existir sin por lo menos una
nación, pero una nación puede no tener estado; siempre encontraremos pequeñas
o grandes comunidades humanas con una impronta cultural fuerte sin territorio
propio. Por otra parte algunos estados contienen en su seno dos o más naciones.
Una nación es una comunidad unida por lazos múltiples: étnicos, religiosos,
históricos con antepasados y héroes comunes, lenguaje, cultura, etc., a veces
están presentes todos estos elementos a la vez. En cambio un estado, es un acto
de decisión política, donde un pueblo que ocupa determinado territorio decide
vivir como una unidad política independiente de ahí en más y se da un gobierno
y normas para regular la relación de los gobernantes entre sí y con los goberna-
dos. Por otra parte ese sistema unitario puede albergar varias nacionalidades,
las que podrán convivir en armonía siempre y cuando los gobernantes logren
crear una mística superior de valores a los cuales todos puedan adherir, de lo
contrario es muy probable se produzca el fracaso del mismo.
OM
La idea que predominó durante mucho tiempo, acerca del nacimiento de los
estados como resultado de un pasado común, donde se habrían entretejido vín-
culos muy fuertes, sólo es aplicable a algunos países europeos y asiáticos; fre-
cuentemente se da la sucesión inversa, el estado precediendo la formación de
una identidad nacional. El caso uruguayo es un buen ejemplo. Cuando se firma
el 27 de agosto de 1828, el Tratado Preliminar de Paz, otorgándole la indepen-
dencia definitiva al Uruguay, la nacionalidad oriental como ente diferenciado de
los demás integrantes del ex virreinato del Río de la Plata daba sus primeros
.C
pasos. Los orientales tenían un sentido claro de autonomía en el gobierno, de
soberanía del pueblo que se había adueñado del espíritu popular a través del
discurso artiguista, siempre dentro de una constitución federal. Uruguay como
estado independiente sólo había sido esbozado como proyecto político en el pen-
DD
samiento de algunos dirigentes políticos y militares. Muchas fueron las dificul-
tades que enfrentaron para lograr una organización perdurable y cortar los in-
numerables lazos que la unían a los estados vecinos; las primeras décadas si-
guientes a la independencia fueron de afirmación de la nacionalidad.
c) Estado y sociedad
LA
es decir la forma como se referían los griegos a la “polis”. Esta palabra encerraba
en su significado todo el desenvolvimiento de la vida pública del hombre, lo que
equivale a decir de prácticamente todas sus actividades, porque con excepción de
la vida doméstica (oikos) todo lo demás tenían como escenario la ciudad, la polis.
Durante todo ese tiempo que duró dos milenios, el estado era el momento
poder coactivo para imponer el orden y ahí saltamos al período estatal identifica-
do como un momento superior en cuanto a los logros de una vida civilizada,
compatible con el progreso científico, técnico y cultural, -si exceptuamos de la
lista a Rousseau-, para quien esta situación se invierte.
Los economistas ingleses como Adam Schmit y David Ricardo y los
“fisiócratas” franceses a fines del siglo XVIII van a terminar de separar estas
dos instancias, con sus propias determinaciones: por un lado la sociedad civil,
OM
una situación de igualdad donde los hombres desarrollan su vida comunitaria en
relaciones horizontales, regidos por las normas del Derecho Privado, y por otro,
el Estado, un aparato artificial creado por el hombre para solucionar aquellos
problemas que los individuos no pueden enfrentar o no es conveniente hacerlo
aisladamente, como pueden ser las relaciones internacionales, la defensa de las
fronteras de los enemigos externos, o la imposición del orden interno. De ahora
en adelante y durante todo el siglo XIX el momento más importante es el de la
sociedad civil, porque al descubrirse las leyes naturales que la rigen, el hombre
.C
está en condiciones siguiendo estas reglas que son las de la economía, de poder
vivir sin el poder coactivo del estado, relegado ahora a asuntos excepcionales.
Las leyes de oferta y demanda que rigen el mercado, permitirían a los hombres
desarrollar su vida plenamente, porque estas leyes naturales son isomórficas a
DD
las leyes de la razón humana y eso nos permite conocerlas y aplicarlas en nues-
tro beneficio. Estos economistas afirmaban que, de acuerdo a un modelo teórico
perfecto, si estas normas que son también de la razón, se aplicaran por todos de
manera estricta y tuvieran además los hombres toda la información necesaria
para sus transacciones comerciales, se llegaría al ideal de una economía en per-
fecto equilibrio, sin pobres ni ricos.
Más adelante habremos de ampliar la información sobre este punto, el cual
LA
Cuando definimos al estado como una unidad de poder político, en donde las
decisiones llegan a los individuos que habitan hasta los límites de sus propias
fronteras, estamos considerando en primer término una unidad jurídica y tam-
bién una unidad social, cultural, de individuos que mantienen su lealtad a ese
grupo humano al que lo unen múltiples lazos de carácter histórico, familiar, eco-
OM
nómicos, emotivos o de conveniencia y tienen la voluntad de permanecer en esa
situación. Distinto es cuando nos referimos al tipo de organización interna, por-
que las administraciones estatales son cada vez más complejas y más extendi-
das para brindar servicios de muy distinta índole. Estos servicios son brindados
por agencias diferentes que tienen una especialidad funcional y si bien todas
están regidas por el derecho público, también gozan de diversos grados de des-
centralización del poder central, de acuerdo a la importancia que se atribuya a
dicho órgano. Pueden depender directamente del Poder Ejecutivo, o tener una
.C
descentralización administrativa que asume por lo menos 3 formas: desconcen-
tración, mediana descentralización, o muy amplia descentralización como es el
caso de los Entes Autónomos en nuestro país; cada una con una amplia gama de
particularidades, pero todas vinculadas en último término con el poder central.
DD
Lo que constituye una diferencia cualitativa es cuando existen unidades te-
rritoriales con algún grado de autogobierno. Los estados de grandes dimensio-
nes han debido en alguna instancia de su proceso de formación tomar la decisión
de adoptar una constitución unitaria o federal. En esos momentos se forman
bandos de opinión opuestos, entre los que buscan la unidad del estado, por enci-
ma de cualquier otro logro en vista a evitar posibles divisiones; y quienes argu-
mentan que la articulación de una estructura federal favorecería la dispersión
LA
OM
miento de las sociedades modernas. Sin embargo, no fue original en cuanto la
palabra estado había figurado en las obras de otros autores de los Siglos XV y
XVI. Seguramente Maquivelo no la habría utilizado sino se hubiera definido su
significado con anterioridad, puesto que “El Principe” no pretendía ser un estu-
dio científico.
La idea de estado o “situación” proviene de la separación del primer término
de la expresión “status rei pubblicae” El segundo término, “res pubblica”, era la
frase tradicional con que los escritores romanos designaban al conjunto de las
.C
instituciones políticas de Roma; al carecer el latín de un nombre genérico que se
refiriera al mismo tiempo a las dos formas de gobierno conocidas, el reino y la
república, se percibió la utilidad de usar el término “estado” para referirse a
ambas formas institucionales, de ahí su éxito que a través de cambios no del todo
DD
claros pasó de un significado genérico de situación a un significado específico de
posesión permanente y exclusiva de un territorio y un poder de mando sobre sus
habitantes.
En cuanto a las definiciones de Estado nos referiremos en primer término a
las proporcionadas por un estudioso de la Ciencia del Derecho. El proceso de
juridización del Estado culmina en Alemania con Hans Kelsen en su “Teoría
General del Derecho y del Estado”(1922) para el cual el Estado se resuelve total-
LA
OM
ridad ejecutiva”. Esta estructura organizativa, independiente de los grupos so-
ciales, es la base de la autonomía real o por lo menos potencial del estado, que le
permite no tener el control directo de ninguna clase social dominante.
Desde la tradición política europea Norberto Bobbio señala que las dos fuen-
tes principales para el estudio del estado son: la historia de las instituciones
.C
políticas y la historia de las teorías políticas, ambas se resumen por tanto en la
historia, pero no deben ser confundidas. Para conocer las leyes y los cambios
sucesivos de las instituciones de un estado habrá que explorar los escritos de los
historiadores juristas, cuyas historias del derecho son importantes porque sus
DD
autores frecuentemente tuvieron participación directa en los asuntos de Estado.
Pero para comprender los mecanismos complejos en que son instituidas o
modificadas las relaciones de poder en un sistema político, es muy importante
conocer las historia de las teorías políticas, porque si bien no son una descripción
de la realidad, nos enfrentamos a una forma idealizada de cómo ve el autor una
determinada época y cuáles son los objetivos perseguidos con los cambios pro-
puestos.
LA
ticas pero ninguna teórica. Aparecen los llamados “socialistas utópicos”, herede-
ros intelectuales de Rousseau, que ponen su acento no en el individuo, sino en la
sociedad. Desde el conde de Saint-Simón y sus discípulos ya se pone a discusión
la idea de que el futuro es de la sociedad convenientemente organizada por los
industriales, en donde el Estado ya no será necesario porque no tiene ninguna
tarea para cumplir y por tanto debe desaparecer.
Karl Marx sigue en este aspecto a Saint-Simon; realiza un análisis científico
OM
del capitalismo, se vuelca luego a la filosofía hegeliana para referirse al desen-
volvimiento histórico de la humanidad, cuyo camino ineluctable llevaría a las
sociedades al comunismo. Su teoría del materialismo dialéctico, culmina con una
utopía, de ninguna manera justificable desde un punto de vista científico: la
desaparición paulatina del Estado. Por otra parte Marx no trata de explicar con
precisión la manera como se produciría esta desaparición, tarea naturalmente
imposible; pero es un presupuesto que acompaña a todos los teóricos continuado-
res del marxismo, como el final feliz de una historia de la humanidad: el fin de
.C
las diferencias entre los hombres, de la violencia y del Estado. Estos aspectos no
científicos de su teoría repetidos incansablemente terminaron por convertirla en
una creencia de carácter no político sino religioso, donde sus discípulos tomaban
sus palabras por creencias incontrastables, y los textos motivo de una interpre-
DD
tación hermenéutica permanente.
Ya a fines del siglo XIX y principios del XX, la teoría del Estado tiene un
importante repunte en Alemania, donde a decir verdad nunca había dejado de
ser un centro de interés en el estudio de la política. Los juristas incorporan el
estudio del Estado dentro del Derecho Constitucional, como un fenómeno jurídi-
co. Se trataba en verdad de un esfuerzo desesperado por la búsqueda del pueblo
alemán o “volk” como entidad orgánica, en tanto la formación de una comunidad
LA
política unitaria había sido muy tardía. Se consideraba la política como sinónimo
de Estado y al mismo tiempo el concepto daba fundamento a lo que aspiraba a
ser una ciencia de la política.
En toda la Europa continental la noción de Estado conservó tradicionalmen-
te un peso importante en la teoría, aún cuando los autores no dejaban de distin-
guir entre estado y gobierno; el primero era supremo, divino, omnipotente en
FI
OM
der dentro de la democracia representativa. Es preciso destacar en esta rápida
reseña de los comienzos de la ciencia política moderna que en la época a que nos
referimos, la teoría política se consideraba, - desde Aristóteles hasta el momento
pre-behaviorista - como una especulación normativa, o como una mera forma de
contar la historia del pasado. La idea de Estado recibía las peores críticas por los
malos resultados que había tenido en la historia real el uso político exagerado
del concepto Estado; no tenemos más que recordar los estados totalitarios y la
saga de horror y violencia que la exaltación indebida del Estado tenía en esos
.C
momentos para la humanidad (John Gunnell: “La declinación del Estado y los
orígenes del pluralismo estadounidense”, 1995).
El marco behaviorista fue lo suficientemente amplio para dar cabida a dis-
tintas investigaciones concretas y teorías especializadas en una etapa especial-
DD
mente rica para la ciencia política. Haremos especial mención de David Easton,
quien en el año 1953 presentó su libro “El Sistema Político” cuyo éxito influyó
sobre toda una generación posterior. Easton sugirió centrar las investigaciones
en torno al concepto de “sistema político”, refiriéndose al conjunto de los compor-
tamiento políticos, y definiendo la política como “asignación autoritaria de valo-
res”. La palabra Estado se eliminaba de su vocabulario, siendo sustituida por la
idea más abarcativa de “sistema político”.
LA
Para Dahl no existiría un centro organizado fuerte como para concentrar todo el
poder por encima de los otros grupos sociales, sino por el contrario cada indivi-
duo pertenecería a diferentes agrupamientos. Y cada uno de esos grupos tendría
un poder relativo en los asuntos de su interés, y el Estado sería uno más, ocu-
pándose de los temas políticos de la comunidad, quizá el más amplio, pero no
necesariamente el más poderoso. Estados Unidos por lo tanto no sería una de-
mocracia de mayorías sino de muchas minorías. El pluralismo tuvo varios segui-
dores entre la intelectualidad norteamericana y su período de expansión se ex-
tendió hasta la década de los 70 aproximadamente.
Una vez que se agotó la influencia del “conductismo” ninguna teoría ha vuel-
to a ocupar su lugar como paradigma; podríamos afirmar que el estudio de la
política está dividido en parcelas y cada autor toma para sus investigaciones la
teoría más cercana a sus presupuestos ideológicos o científicos.
Bibliografía
OM
De Castro, R. Temas claves de Ciencia Política. Madrid. Gestión 2000. 1995.
Skocpol, T. Los estados y las revoluciones sociales. México. Fondo de Cultura Eco-
nómica. 1984.
Weber, M. Economía y sociedad. México. Fondo de Cultura Económica. 1972.
Weber, M. La ética protestante y el espírtu del capitalismo. Barcelona. Península.
1979.
.C
DD
LA
FI
CAPÍTULO VII
El Estado Liberal
María L. Aguerre
OM
El liberalismo y su permanencia en la política moderna
Este capítulo trata en primer lugar de los principios que incorpora el libera-
lismo como conjunto de ideas significativas y trascendentes a la corriente de
pensamiento occidental y en forma secundaria, de los períodos históricos en que
esas ideas se concretaron de manera más o menos firme en diversos regímenes,
hasta finalizar el siglo XIX. Corresponde esta última parte a una revisión de
.C
algunas interpretaciones de acuerdo a diferentes autores, de lo que es o debe ser
un estado regido por principios liberales, interpretaciones necesariamente cam-
biantes porque no hay un principio de causalidad que una los acontecimientos
sociales, religiosos, culturales y políticos de una sociedad de una manera lineal,
DD
sino que los acontecimientos sinuosos de las historias particulares en las comu-
nidades políticas muestran formas de adaptación singulares e interesantes.
Ninguna de estas formas de adaptación del concepto liberal quita trascen-
dencia, a nuestro entender, a la centralidad que el núcleo de las ideas liberales
ha mantenido a lo largo de la historia moderna, no solo en los relativamente
largos períodos de tiempo en que se impusieron los relatos intelectuales a que
hacíamos referencia. Su aparición en el Siglo XVII indica el inicio de la moderni-
LA
OM
los seres humanos. En cambio la individualidad es la condición humana funda-
mental, con la cual nadie puede estar en desacuerdo y cuando hablamos de la
individualidad de alguien apreciamos una valoración positiva en la actuación
social, económica y política de las personas. La exaltación del “individualismo”
como algo intrínseco al ser humano, aparece por primera vez en la obra de Thomas
Hobbes como un elemento central de su teoría, pero Hobbes no era liberal
(Guilherme Melquior. ”Liberalismo viejo y nuevo”).
Los pensadores liberales entienden la sociedad, el Estado y la economía como
.C
la sumatoria de las acciones de los individuos, por eso creemos más acertado
considerar al ser humano como individualidad dentro de un contexto; sin descar-
tar que algunos teóricos liberales se acercaron a la posición hobbesiana.
Desde muy temprano en la historia de occidente se manifestaron las corrien-
DD
tes de pensamiento fundantes de la individualidad y de los derechos políticos
que le son inherentes, por eso haremos una rápida revisión de los orígenes de
esos conceptos.
OM
ticamente. Lograron unificar los valores de la tradición clásica griega con las
virtudes originales romanas, como “dominio de si mismo”, “devoción al deber” y
“espíritu público” de que se enorgullecían los romanos. La escuela se vio benefi-
ciada por el aporte de filósofos como Cicerón y Séneca.
Los estoicos romanos compartían la creencia de que todos los hombres son
hermanos y miembros de una común familia humana, en la que la racionalidad
les hace semejantes a Dios. De ahí que existan algunas normas de moral, justi-
cia y racionalidad de la conducta obligatorias para todos los hombres, que son las
.C
mismas en todas partes y obligan simultáneamente a todos los hombres y a to-
das las naciones; no porque estén incluidas necesariamente en las normas del
derecho positivo o porque sea pasible su incumplimiento de una sanción, sino
porque son intrínsecamente justas y merecedoras de respeto. En su libro “La
DD
República” Cicerón expresa: “Existe pues, una verdadera ley, la recta razón con-
gruente con la naturaleza. Que se extiende a todos los hombres y es constante y
eterna; sus mandatos llaman al deber y sus prohibiciones apartan el mal. No es
lícito tratar de modificar esta ley, ni permisible abrogarla parcialmente y es im-
posible anularla por entero. Ni el senado ni el pueblo pueden absolvernos del
cumplimento de esta ley, ni se requiere nadie que la explique o interprete” (George
Sabine. Idem anterior).
LA
En los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano, la idea del derecho
natural se mantuvo latente en la doctrina cristiana que adoptó gran parte de los
presupuestos estoicos. A partir aproximadamente del siglo XIII la preocupación
por la vida política y sus instituciones retoma nuevo aliento en los escritos de
filósofos y ensayistas.
En el siglo XVII comienza un proceso de liberación de la teología respecto de
FI
OM
del hombre como ser social. Altusio concebía la asociación como un hecho intrín-
seco a la naturaleza humana que no debía nada a la autoridad religiosa. El con-
trato en este autor tiene un papel específicamente político en las relaciones en-
tre el gobernante y su pueblo, y un sentido sociológico cuando se trata de la
explicación del contrato de cualquier otro grupo; ya que había para Altusio cinco
tipos de contrato: la familia, las corporaciones voluntarias, las asociaciones loca-
les, la provincia y el Estado. El último, El Estado, es la mayor asociación de la
serie y se diferencia de las otras asociaciones por la existencia de un poder sobe-
.C
rano. Ese poder soberano, Altusio lo hacía residir en el pueblo como cuerpo. Esta
soberanía no podía separarse del pueblo, era “inalienable”, por lo tanto no podía
pasar jamás a una familia o clase gobernante. Este poder revertía al pueblo, en
caso de que quien lo ejerciera lo perdiera por cualquier razón. La teoría de Altusio
DD
es la primera expresión clara y contundente de la soberanía popular y del con-
sentimiento en la formación del estado.
El segundo autor Hugo Grocio, es holandés de origen y protestante calvinis-
ta, se distinguió en la ciencia del derecho por su concepción de un derecho que
regulaba las relaciones entre los “estados”. Su libro “De jure belli ac pacis” (1625)
planteada una solución convincente para el problema de la lucha entre los esta-
dos recién conformados en el siglo XVI. Las normas de convivencia entre estados
LA
Thomas Hobbes
OM
tante aporte para incorporar a la política europea en la “modernidad”. En primer
lugar, señalar el paso que lleva de las formas tradicionales de mantener las co-
munidades políticas basándose en normas legitimadas por la costumbre, hacia
el Estado de Derecho; y en segundo lugar, la participación de los hombres, indi-
vidualmente considerados, en la construcción del orden político.
Algunos de los elementos manejados por Hobbes como el Derecho Natural y
el Contrato Social eran referentes de la tradición de la filosofía política occiden-
tal, pero en este caso fueron incorporados dentro de una visión filosófica perso-
.C
nal, caracterizada por una gran precisión de lenguaje y un manejo lógico deduc-
tivo de su teoría absolutamente novedoso, puesto que consistió en apropiarse de
un método usado únicamente en las ciencias naturales para aplicarlo rigurosa-
mente en una materia social. Por supuesto que Hobbes comprendía los riesgos
DD
de esta opción, por eso nos informa con claridad desde el principio de “El Le-
viatán” que su método deductivo y los resultados a los que llega, a pesar de su
perfección lógica, son ideales como las figuras geométricas, para las cuales el
método matemático era una herramienta útil. Pero Hobbes consideraba no solo
los beneficios que se podrían lograr con el resultado de emplear el método deduc-
tivo, también buscaba que el rigor y la precisión del razonamiento mismo, fuese
una justificación suficiente para sus contemporáneos ingleses, y comprendieran
LA
pueblo tuviera claro cuales eran sus deberes y derechos. Cualquiera fuera el
régimen de gobierno que imperara, sea de uno, varios o todos, era el soberano el
que tenía el derecho de exigir total obediencia. La obligatoriedad del cumpli-
miento de las leyes no es diferente en nuestros Estados de Derecho modernos,
producto de un gobierno representativo elegido por el pueblo.
OM
riores acepta abandonar el Estado de naturaleza por la vida cívica. Una versión
extrema del más crudo individualismo que ya había sido señalada por Grocio
como una posibilidad; que las sociedades fueran el fruto de la “prudencia” y no de
la racionalidad del derecho natural.
a) Acontecimientos históricos
.C
Hemos dividido esta parte del relato en dos segmentos: uno, con los aconteci-
mientos históricos que ambientan el nacimiento de la teoría liberal con los suce-
sos beligerantes que desembocaron en la Revolución Gloriosa de 1688 y su reso-
DD
lución pacífica. Y un segundo, donde se analizan los principios de la famosa teo-
ría de Locke.
La guerra civil desencadenada en Inglaterra a partir de 1640 fue la conse-
cuencia de dos controversias cruzadas entre si, originadas en el siglo anterior y
que no pudieron ser resueltas mediante el andamiaje teórico de que disponían.
Por un lado las luchas religiosas entabladas entre las sectas separatistas del
protestantismo y las autoridades oficiales de la Iglesia Anglicana. Amparados
LA
por las ideas reformistas de Lutero y Calvino sobre la libre interpretación de los
textos bíblicos, numerosos predicadores habían logrado despertar el entusiasmo
religioso de sus adeptos, constituyendo otras tantas sectas que disputaban entre
si por la aceptación de su propia interpretación como la única verdad. Estos
libres pensadores no dudaban ni por un momento que la verdadera religión de-
bía ser universal, como en los tiempos de la Iglesia Católica que ellos habían
FI
OM
a los acuerdos firmados entre Juan sin Tierra y la nobleza en 1215 – actuaron
con gran habilidad y lograron gobernar como monarcas absolutos manteniendo
la paz. Para solucionar a su favor la competencia con el papado por el poder
temporal del reino, un monarca de la casa Tudor, Enrique VIII, había roto con la
Iglesia Católica proclamándose protestante e instaurado una Iglesia nacional.
Situó a las autoridades de la Iglesia Anglicana de manera totalmente depen-
diente de la monarquía; el rey nombraba las jerarquías religiosas y autorizaba
los clérigos. Las tierras de las comunidades eclesiásticas católicas fueron expro-
.C
piadas y vendidas a comerciantes y pequeños propietarios agrícolas, conformán-
dose una nueva clase de pequeños propietarios de campos: la “gentry”. Era un
grupo social enriquecido situado por debajo de la nobleza terrateniente y como
directos beneficiarios de la situación constituyeron un apoyo importante para el
DD
monarca.
Sin embargo, Enrique VIII al elegir a un sector del protestantismo como re-
ligión oficial del Estado, consagraba la supremacía de una interpretación de las
Sagradas Escrituras y daba la espalda a las sectas más radicales e intransigen-
tes: los “puritanos”, que impugnarán más tarde, la religión del Estado y al propio
Estado (Tomás Várnagy “El pensamiento político de John Locke y el surgimien-
to del liberalismo”). Los puritanos eran una vertiente del calvinismo que tenían
LA
ambas funciones de gobierno eran muy vagas e indeterminadas pero nadie hasta
ese momento las había cuestionado.
El primer Estuardo, Jacobo I (1603-1625) era partidario del poder absoluto y
creía en el derecho divino de los monarcas para ocupar el trono. Su acción resultó
muy negativa, otorgó monopolios a sus favoritos, trabando la ya menguada liber-
tad comercial y provocó la ruptura de la nobleza con los sectores comerciantes
que reclamaban más libertad económica (Tomás Várnagy. Idem anterior).
Con su hijo Carlos I (1625-1649) las cosas empeoraron y aumentaron los
enfrentamientos con el Parlamento. En 1628 el Parlamento redactó una Petición
de Derechos en la cual reclamaba la prohibición de tributos sin su consentimien-
to, y el encarcelamiento sin juicio. Como respuesta Carlos disolvió el Parlamento
en 1629 e implantó la monarquía absoluta.
OM
fue apoyado por la nobleza, los grandes terratenientes y los anglicanos; en cam-
bio el Parlamento contó con el apoyo de la “gentry”, la clase media comercial e
industrial de los puritanos.
El ejército vencedor al mando de Oliverio Cromwell compuesto por aguerridos
puritanos respaldaron la creación de la República (Commonwealth) y también
tomaron la decisión de cortarle la cabeza al rey Carlos I en 1649, ante la tozudez
del monarca por negarse a aceptar las propuestas de los cabecillas del ejército
revolucionario. Situación por demás escandalosa visto el prestigio de la institu-
.C
ción monárquica en la época. Como los disturbios internos no pudieron ser domi-
nados, Cromwell se convirtió en dictador y a su muerte heredó el mando su hijo.
Estos hechos no podían convencer a los ingleses que habían combatido por sus
libertades y resolvieron hacer regresar al trono al hijo del decapitado Carlos I.
DD
Es interesante observar como esos años de guerra se convirtieron en un cri-
sol donde se forjaron las más diversas ideas sobre todas las formas posibles de
ordenamiento para una comunidad política y aparecieron a la opinión pública en
los más variados formatos: libros, panfletos, artículos periodísticos, hojas impre-
sas y cartas. Una exuberancia de propuestas nunca igualada ni antes ni después
salieron a la luz, desde las más conservadoras, defendiendo la monarquía abso-
luta, -entre las que se destaca por su claridad y precisión “El Leviatán” de Hobbes-
LA
, hasta las expresiones más a la izquierda del espectro político, como los peque-
ños grupos igualitaristas de los “niveladores” y los radicales “diggers” (cavadores)
llamados también comunistas. Es en ese momento de florecimiento intelectual
cuando aparece la corriente republicanista de admiradores de las repúblicas
antiguas.
Los problemas quedaron congelados sin solución clara durante el período de
FI
las leyes requerirían la aprobación de las dos Cámaras para su sanción definiti-
va. En segundo lugar, se aseguraba la independencia de la Justicia, ya que en
adelante la Corona no podría destituir a los jueces, quienes ejercían una función
vitalicia. Estas medidas significaban simplemente colocar la institución parla-
mentaria, representante del pueblo, en un lugar superior a la monarquía y esta
solución no fue puesta nunca más en entredicho. Se garantizaron los derechos
individuales y de las corporaciones municipales, con carta de privilegio contra
OM
las extralimitaciones del poder ejecutivo. En relación al problema religioso se
permitía a los disidentes protestantes el libre ejercicio de sus respectivos cultos,
no así a los católicos que tenían muy restringido inclusive sus derechos civiles y
políticos. Sin duda era una tolerancia muy limitada pero fue un paso importante
dadas las pasiones que animaron la guerra civil, y con el tiempo las libertades
crecieron, aunque justo es decir que la tolerancia religiosa aceptada por todos,
tardó más de dos siglos en llegar a todos los credos. Al acuerdo suscrito por los
nuevos príncipes se le llamó “Declaración de Derechos” pero tenía las caracterís-
.C
ticas de una Constitución por lo que se la considera la primer Constitución libe-
ral moderna.
ordenados los rasgos más importantes de una nueva época en la cultura política
de Inglaterra con capacidad de expansión a todo el mundo occidental. Locke te-
nía conciencia del parteaguas que significó la revolución inglesa y los acuerdos
firmados entre los gobernantes y los representantes del pueblo en 1689. Y defen-
dió esas actuaciones porque era un ferviente liberal, convencido de la bondad de
disfrutar de la paz en un ámbito de entendimiento entre los ciudadanos donde se
respetasen los derechos de cada uno. La preservación de la vida, la libertad de
OM
actuar sin trabas para cumplir sus deseos y fines personales en busca de la feli-
cidad, así como el respeto de los bienes privados considerados como parte inte-
grante de la persona humana, constituían derechos que no podían ser vulnera-
dos en ningún caso si se quería conservar la paz social.
Si dejamos de lado el primer Tratado, que tuvo un carácter circunstancial
para contrarrestar los argumentos de los partidarios de la monarquía absoluta
sobre el derecho divino de los reyes, habremos de dedicarnos al Segundo Tratado
donde aparecen cuidadosamente expuestos los argumentos para justificar sus
.C
ideas liberales. Se analizan por separado los temas fundamentales del libro.
En tal caso tanto las ciencias lógicas como la ética podrían desprenderse del
simple razonamiento y sus principios comportarse como axiomas evidentes por
sí mismos.
El principal contrincante intelectual de Locke era Hobbes, pero su lógica
que partía del egoísmo individual llevaba a la monarquía absoluta, justamente
lo que Locke rechazaba y quería evitar; por lo tanto debía apoyarse en una natu-
raleza humana capaz de convivir pacíficamente en una sociedad guiada por los
principios racionales de la ley natural, anterior a cualquier derecho positivo. La
razón natural le enseña al hombre a respetar a los demás seres humanos, a sus
bienes y a cumplir sus promesas. Hay implícita en la teoría lockeana una antro-
pología basada en la naturaleza buena y sociable del hombre. El estado en que se
encuentran naturalmente los individuos es “un estado de completa libertad para
ordenar sus actos y para disponer de sus propiedades y de sus personas como
mejor le parezca, dentro de los límites de la ley natural, sin necesidad de pedir
permiso y sin depender de la voluntad de otra persona” (Cap. II, 4). El poder
político sólo es aceptable para hacer respetar las leyes naturales a los díscolos
capaces de transgredirlas y principalmente para crear un juez imparcial capaz
de dirimir en los casos en que esas transgresiones se produjeran. Los bienes se
respetan porque son una defensa personal en cuanto protegen al mismo tiempo
OM
la libertad y la sobrevivencia, algo similar a lo que hoy podemos obtener con la
Seguridad Social.
Para Josep Colomer (“Ilustración y Liberalismo en Gran Bretaña) aún cuan-
do en la teoría lockeana del Derecho Natural persiste un interés egoísta del hom-
bre porque cada uno persigue fines personales, se trata de una racionalidad “na-
turalista”, que permite una solución armónica de las conductas individuales,
más en consonancia con la antigua idea del derecho natural. Por otra parte,
Locke utiliza un concepto de poder diferente a Hobbes, mucho más moderno,
.C
según el cual el poder no es una entidad estable que reside en las instituciones o
en posiciones determinadas, sino una relación entre hombres por la que unos
pueden conseguir de los otros la realización de ciertas acciones cooperativas, que
varían de una sociedad a otra. Con esta idea de poder-relación sería posible con-
DD
seguir comportamientos de cooperación y no sólo de dominación y conflicto como
resultaba del poder ilimitado de la teoría hobbesiana.
El concepto de “consenso” de Locke es muy diferente del que resulta de la
obligación hacia un monarca absoluto de derecho divino, o de la obediencia por
coerción en un gobierno tiránico que se consigue por la amenaza de violencia, por
engaño o por manipulación de los gobernados, o aún de la obediencia como con-
secuencia de un cálculo egoísta por temor a la muerte. Para Locke el consenso a
LA
bernantes, se trataba de una tarea que encargaban a alguien para que ejerciera
ese poder a favor de la comunidad civil y que por esa razón era revocable.
Para confirmar la idea de consentimiento Locke apela a diversos ejemplos
históricos que muestran fehacientemente como los hombres que eran libres, igua-
les e independientes por naturaleza no podían ser arrancados de esa situación
sin que medie su consentimiento. En este tema Locke debe concentrarse contra
los argumentos favorables al estado paternalista, que trata a los hombres como
OM
individuos que no han llegado a la edad de la razón y necesitan de un rey, un
partido o cualquier otro grupo mesiánico para saber lo que les conviene. El con-
sentimiento es un valor político de extraordinaria permanencia en las legislacio-
nes modernas. Por esa razón Locke se opone a las definiciones de libertad como
“una facultad de hacer lo que le place” y de no ser trabado por ninguna ley, un
argumento favorito de los monárquicos y también de Hobbes, quien define de un
modo similar la libertad, como un desborde que sólo puede ser contenido por un
poder inmensamente grande y tiránico. Es el miedo a la libertad de los tempera-
.C
mentos autoritarios.
En la Inglaterra del siglo XVII era muy controvertida la idea de que la auto-
ridad del monarca se fundara en el consentimiento de los súbditos. Altusio lo
había planteado en su “Política Methodice” pero su obra no tuvo amplia difusión,
DD
ni generó hechos políticos. La permanencia de Locke como secretario y consejero
de un político prominente como el conde de Shaftesbury, para quien escribió
múltiples informes y discursos fue de capital importancia en los sucesos poste-
riores, porque se unieron la convicción del hombre de acción y un discurso inte-
lectual de gran envergadura.
sa respecto a los poderes de los gobernantes para realizar el bien común: “quien
tiene en sus manos el poder legislativo o supremo de un Estado hállase en la
obligación de gobernar mediante leyes fijas y establecidas, promulgadas y cono-
cidas por el pueblo, no debe hacerlo por decretos extemporáneos” (Cap. IX, 131).
Aquí Locke se muestra a favor de la solución dada al conflicto en Inglaterra,
rebelión sólo puede tener una justificación moral para conservar esos derechos.
En cuanto a quienes pueden intervenir en estas acciones, Locke nos dice que
la rebelión puede proceder de la mayoría del pueblo, o bien puede ser impulsada
por cada individuo (porque puede ser imposible a esa mayoría llevar adelante
sus propósitos), siempre que actúe por interés del pueblo y logre su aprobación,
además de promover un contrato alternativo basado en el consenso. Ahora bien,
desestima cualquier rebelión si no tiene el apoyo activo o tácito de la mayoría del
OM
pueblo, pero este último argumento no se puede probar deductivamente sólo
puede tener comprobación empírica, por lo tanto es tautológico.
.C
algunas veces pero al mismo tiempo afirmaba que los súbditos debían sufrir esas
vejaciones con paciencia y humildad; la rebelión sólo se justificaba en casos ex-
tremos después de largo tiempo de iniquidades por parte de los gobernantes.
Para Locke se requerían entonces algunas prevenciones: propone un poder divi-
DD
dido en tres partes equilibradas entre sí. El poder legislativo es la autoridad
suprema, porque ninguna ley puede tener fuerza para ser cumplida sin la apro-
bación del poder elegido y nombrado por el pueblo. Al mismo tiempo Locke con-
sidera que el poder legislativo no puede estar unido al ejecutivo: “pues sería una
tentación demasiado fuerte para la debilidad humana, que tiene tendencia a
aferrarse al poder, confiar la tarea de ejecutar las leyes a las mismas personas
que tienen la misión de hacerlas. Ello daría lugar a que eludiesen la obediencia a
LA
esas mismas leyes hechas por ellos, o que las redactase y aplicasen de acuerdo
con sus intereses particulares, llegando por ello a que esos intereses fuesen dis-
tintos de los del resto de la comunidad” (Cap. XII. 143).
Luego se refiere a un tercer poder natural, el poder federativo, al cual atri-
buye las relaciones exteriores, que lleva consigo el derecho a la guerra y a la paz
y el de constituir pactos y alianzas. Aunque admite que este poder federativo es
FI
OM
Las garantías pensadas por Locke se vieron reforzadas notablemente por el
acento puesto por Montesquieu en la separación de poderes. Montesquieu era un
gran admirador del pragmático sistema político inglés y un gran apasionado por
la libertad de la que carecía Francia por completo; durante su residencia en In-
glaterra le fue sugerida la idea de que la libertad puede ser el resultado de una
organización adecuada del estado y no producto de la virtud cívica como en las
antiguas repúblicas. En su libro “El Espíritu de las leyes” (1748), Montesquieu
atribuye la libertad de que gozaba Inglaterra a la separación de los poderes le-
.C
gislativo, ejecutivo y judicial y a la existencia de frenos y contrapesos entre ellos,
estableciendo esa doctrina como dogma del constitucionalismo liberal. En ver-
dad, el gran acierto de Montesquieu fue haber separado el poder judicial de los
otros poderes. Su influencia en este sentido fue enorme como lo acreditan las
DD
declaraciones de derechos de las constituciones norteamericana, francesa y lati-
noamericanas. (George Sabine. Idem anterior).
Estos principios de libertad individual, consentimiento de los gobernados al
poder político, obediencia de las leyes por los gobernantes y separación de pode-
res, son el núcleo del pensamiento liberal desde entonces; en la medida que la
libertad política se extendió en Inglaterra, otros pueblos comprendieron que el
ejercicio de la libertad era posible y fueron adoptando esos principios, quizá de-
LA
a) La libertad política
FI
coerción externa y por eso violar las normas establecidas, pero esta noción tiene
varias dimensiones algunas de carácter político y otras estrictamente persona-
les. Si lo aplicamos específicamente al ámbito político podríamos decir con Sartori
que no es la idea del hombre que sigue siendo libre espiritualmente aunque esté
encadenado, sino precisamente la de aquel que no puede ser encarcelado en el
ejercicio de sus libertades naturales. ¿Cuáles serían esas libertades individua-
les? Siguiendo a Guilherme Melquior (“Liberalismo viejo y nuevo”) habría cuatro
formas fundamentales de cómo ese liberalismo se fue encarnando a lo largo de la
historia: 1) la primera más antigua o básica sería la de poder realizar aquello a
lo que se tiene derecho por parte de la propia dignidad humana. Es aquello que
se reclama aún cuando el individuo no goce de un status de absoluta libertad,
como el que está encarcelado con justicia por un delito cometido, pero tiene dere-
cho a ser tratado con el decoro que indica la costumbre y las normas mínimas de
la dignidad humana, derecho a su defensa, su asistencia y un trato humanizado.
Este tipo de libertad es la que un individuo en la civilización moderna espera
encontrar en el ejercicio de cualquier rol o trabajo social, protegidos por la ley o
la costumbre: es “la libertad como derecho”.
2) La segunda es la libertad política de las antiguas democracias griegas, la
posibilidad de intervenir en el gobierno de la ciudad. En la antigüedad las polis
OM
griegas y romanas fueron una excepción sólo reservada para algunos hombres;
hoy, la participación de los ciudadanos en los asuntos de la comunidad en los
estados modernos de occidente es un principio generalizado para todos.
3) Más tarde en el tiempo aparece la “libertad de conciencia y de creencia”.
Es la Reforma religiosa la que abre las posibilidades de esta libertad, aunque no
estuvo en la intención de Lutero ni de Calvino llegar a ese resultado. Por el
contrario, ellos mantuvieron la idea de la iglesia universal para la interpretación
de las Sagradas Escrituras, sin los dogmas de la Iglesia Católica, pero los acon-
.C
tecimientos históricos resultaron muy diferentes; se abrió un amplísimo campo
para nuevas interpretaciones luchando por la supremacía y como consecuencia
el despliegue de la libertad intelectual secularizada para sostener la propia ima-
gen del mundo. Se transformó en el derecho de opinión, tal como lo conocemos en
DD
la prensa libre, en la libertad de cátedra y en cualquier otra área intelectual o
artística.
Todas estas formas de libertad enumeradas están implícitas en la teoría
lockeana.
4) El último tipo de libertad es la de vivir como a cada uno le guste, la de
desplegar sus propias posibilidades personales. El hombre moderno no sólo es
consciente de que puede actuar como ciudadano y manifestar sus opiniones por
LA
cualquier medio al que tenga acceso, sino que también quiere llevar adelante su
proyecto de vida como le parece. La realización de ese proyecto no siempre está
relacionado con el “bien común” o con una creencia religiosa sino que se trata de
una elección de vida personal. Se trata de la “libertad de autorrealización” desa-
rrollada en la obra del filósofo liberal alemán Guillermo de Humboltd y en la de
Kant a fines del siglo XVIII y posteriormente por John Stuart Mill en su ensayo
FI
“Sobre la libertad”.
Podemos hacer referencia a una clasificación que ha hecho un amplio camino
en la Ciencia Política por haber sido discutida por varios politólogos prestigio-
sos, es el binomio de “libertad negativa” y “libertad positiva”. La libertad positi-
va sería, en una interpretación clásica, la libertad característica del liberalismo,
OM
un ejercicio activo. La idea de Rousseau de libertad, el hombre es libre cuando
participa de la realización de la voluntad general en la Asamblea, un acto positivo
de su voluntad, aunque limitado para la libertad humana individual. Por el con-
trario los críticos de la libertad positiva, olvidan que la libertad negativa no com-
pleta las dimensiones psicológicas que rigen la libertad de elección, y la libertad
negativa necesita en ocasiones de la libertad positiva. La “libertad contra” la coer-
ción es una libertad que garantiza una esfera privada en la cual uno es dueño de
sí mismo; sin embargo este tipo de libertad no es el que más interesa a determina-
.C
dos grupos sociales, porque su margen de decisión está reducido a lo estrictamen-
te personal y aspiran a un margen mayor de decisión.
De acuerdo a Bobbio, la libertad como independencia y la libertad como auto-
nomía comparten un espacio común porque ambas implican autodeterminación,
DD
de tal modo que la historia ha generado una progresiva integración de los dos
tipos de libertad. Cuando el individuo debe decidir por sí mismo algo que le com-
pete, debe dejarse a su arbitrio (libertad negativa) y cuando debe participar en
una decisión colectiva está ejerciendo una libertad positiva o democrática.
Algo que no puede soslayarse es que las dos formas de libertad son necesa-
rias y ninguna de las dos puede predominar sobre la otra. Para un demócrata
dogmático el imperativo esencial será que el colectivo se gobierne a sí mismo,
LA
puede anular los objetivos de los propios participantes. El hombre liberal debe
preocuparse por limitar el poder de coerción de cualquier gobierno. La democra-
cia es en definitiva el mejor régimen que ofrece nuestro tiempo, porque garanti-
za la permanencia de los derechos liberales de los hombres.
OM
tismo respectivamente; sus palabras sólo son comprensibles desde la posición de
quien quiere consolidar la paz difícilmente lograda, y es al mismo tiempo conoce-
dor del rechazo popular que provocaban esos grupos por razones políticas.
Debemos considerar dos aportes importantes relacionados a la tolerancia en
estos escritos de Locke: 1) En primer lugar rechaza la unión de la iglesia con el
estado. En una iglesia los miembros obedecen las normas internas, pero no tiene
poder coactivo. “Estimo que una iglesia es una sociedad voluntaria de hombres
unidos por acuerdo mutuo con el objeto de rendir culto públicamente a Dios de la
.C
manera que ellos juzgan aceptable a Él y eficaz para la salvación de sus almas”.
El estado en cambio es una institución secular cuyo poder se limita al cuidado
“de los intereses civiles de los hombres y nada tiene que ver con el mundo veni-
dero”; “…no me incumbe inquirir sobre el poder o la dignidad del clero. Solamen-
DD
te diré que, de donde quiera que provenga su autoridad, como es eclesiástica
debe estar confinada dentro de los límites de la Iglesia y no puede de manera
alguna extenderse a los negocios civiles, porque la Iglesia en sí es algo absoluta-
mente distinto y separado del Estado”.
En este punto mantiene una opinión diametralmente opuesta a Hobbes, quien
consideraba no sólo que el poder político podía imponer una religión sino que el
propio soberano (el príncipe) debía ser el jefe supremo de la misma.
LA
para promover la salvación del alma de otro hombre, pero debe prescindir de
toda fuerza o coacción”.
La “Carta de la Tolerancia” podemos considerarla como instrumento desti-
nado a un fin superior, en donde la libertad como derecho natural se amplía en
libertad de conciencia.
c) La igualdad política
OM
La igualdad liberal es la igualdad ante la ley. Es el resultado de los diferen-
tes tipos de igualdad que encontramos en los textos de Locke y de sus predeceso-
res. A la igualdad de todos los hombres de los estoicos por ser seres razonables
semejantes a Dios, se agrega la igualdad del hombre natural que se manifiesta
en la voluntad de apoderarse de todos los bienes a su alcance para satisfacer sus
deseos, porque todos tienen iguales derechos a los mismos y que requiere una
voluntad tiránica para limitar los desbordes (Hobbes); en Locke la igualdad del
.C
hombre natural se transforma en igualdad de consentimiento voluntario de to-
dos los hombres para crear la ley que los rige a todos, pero que también los hace
iguales frente al derecho. Es la derrota de las diferencias de clases o estamentos,
establecidos por la costumbre, que se habían adueñado de la vida del hombre
DD
medieval y que ahora la modernidad ha disipado.
No se trata de una pretensión de igualdad total o sustancial puesto que la
naturaleza ha hecho a los hombres diferentes. A esa igualdad liberal se agregará
más adelante la “igualdad de oportunidades”, cuando los hechos históricos indi-
quen que no es suficiente apoyar una igualdad abstracta de la ley, porque hay
fuerzas poderosas que limitan la libertad de las personas y se requiere la acción
activa del derecho en casos particulares, para restablecer la igualdad de los hom-
LA
bres.
La teoría de Locke expuso por primera vez la idea de la política como consen-
so, como compromiso, como un acuerdo permanente de todos los ciudadanos, que
FI
son naturalmente diferentes, con ideas distintas sobre que es el bien común,
pero que sin embargo pueden convivir pacíficamente. Se requiere la aplicación
permanente de la discusión racional y responsable para resolver las diferencias.
Donde antes se consideraba la necesidad del gobierno fuerte, tiránico para impo-
ner una solución a los conflictos (Hobbes), ahora se admite que los hombres pue-
den tener distintas visiones o intereses, pero igualmente pueden convivir y esa
es la base de todo gobierno liberal y democrático.
De la consideración de la racionalidad naturalista en que el hombre busca la
armonía entre todos los participantes de la comunidad, porque todos están inte-
resados en que los otros tengan determinados comportamientos y de una razo-
nable aceptación de las diferencias, nace el consenso. Existe un reconocido opti-
mismo liberal en esa posición de que es posible siempre llegar a arreglos pacífi-
cos entre los hombres mediante negociaciones y acuerdos. Si se consideraran las
diferencias, como posiciones irreconciliables, la solución no puede ser otra más
que la guerra de unos contra otros, donde habrá vencidos y vencedores.
Desde nuestro punto de vista puede ser la idea que suscite más controversia
porque ha cosechado siempre muchas oposiciones; aceptar la política como com-
OM
ETAPAS SIGNIFICATIVAS EN LA EVOLUCIÓN DEL LIBERALISMO
Introducción
Esta segunda parte resume los trabajos de autores como José Guilherme
Merquior y Raymond Aron que han tenido la preocupación de poner la historia
del liberalismo en la discusión académica, o en el contexto de la historia general
.C
del pensamiento como George Sabine. La teoría liberal quedó en parte oculta por
la avalancha del pensamiento socialista durante las primeras cuatro décadas de
la posguerra; durante ese período la discusión estaba centrada más bien en la
actividad estatal, en cuan cerca estaban las sociedades occidentales del socialis-
DD
mo y si ese era su destino inexorable, así como los temas relacionados a la demo-
cracia. Sin negar la importancia que tenían esos tópicos en las circunstancias
dadas, creemos que se soslayaron los temas teóricos del liberalismo en cuanto
nuestras democracias son por definición democracias liberales y la democracia
tal como se la entiende en el mundo occidental es el resultado lógico de la filoso-
fía liberal.
La definición de cada una de las etapas es de nuestra responsabilidad.
LA
Nos referimos en este item a los autores posteriores a Locke que contribuye-
ron al establecimiento definitivo de lo que los historiadores denominan Estado
FI
mocrático. Las ideas liberales hicieron un largo recorrido recién iniciado el siglo
XVIII con la influencia de los intelectuales de la Ilustración, tanto la llamada
Ilustración Escocesa, en la cual descollaron el filósofo David Hume, los econo-
mistas Adam Smith y Adam Ferguson y algo más tarde David Ricardo; como la
Ilustración Francesa, hasta su culminación con la Revolución Francesa de am-
plia difusión en todo el continente europeo y americano.
En ese movimiento de ideas liberales contra el Antiguo Régimen en Francia,
encontramos a Montesquieu, Voltaire, Diderot, D´Alembert, Condorcet, Holbach
y Helvecio como principales exponentes, quienes partiendo de distintos puntos
de vista e intereses científicos, se volcaron a la filosofía política y social. Guillermo
de Humboltd con una brillante actuación en la Ilustración Alemana. Esos filóso-
OM
no sólo material sino también espiritual de toda la humanidad y en tercer térmi-
no, un acentuado anticlericalismo que a veces se convertía en rotundo ateísmo.
.C
tas y economistas liberales.
Las formidables fuerzas sociales que desató la liberación de las rígidas tra-
bas económicas del Antiguo Régimen en Inglaterra, producto de las transforma-
ciones políticas, mostraron un desarrollo creciente de la sociedad y de su econo-
DD
mía. La promesa de un crecimiento aún mayor y progresivo se empieza a ver a
mediados del siglo XVIII. Fue en ese ámbito auspicioso, removedor de descubri-
mientos científicos y colonización de nuevas tierras, donde Smith concibió una
especulación filosófica sobre el futuro de su propia civilización de manera pro-
metedora. La suya era ya una sociedad de clases medias que comenzaban a con-
solidarse por el desarrollo industrial y comercial.
Se descuenta en la presentación de cualquier producto teórico referido a
LA
materia social que no puede tener la relativa estabilidad con que cuentan las
ciencias físicas, pero la obra de Smith sin duda sirvió de soporte teórico a varias
generaciones de economistas que creyeron en el liberalismo económico.
Su famoso libro “Investigación de la naturaleza y causa de la Riqueza de las
Naciones” (1776), conocido simplemente como “La Riqueza de las naciones”, tra-
ta de los problemas que ocupaban a los estadistas ingleses y a los hombres de
FI
OM
trabajen absolutamente, consumiendo acaso diez veces o ciento más que aquella
mayor parte de los que trabajan, el producto entero del trabajo común de la
sociedad toda es tan superabundante y fecundo que basta para proveer con pro-
fusión a toda la comunidad, y un trabajador por pobre que sea y de clase más
abatida, como sea frugal e industrioso, pueden gozar de mayor cantidad de pro-
visiones necesarias y útiles para la vida que la que en su situación es capaz de
adquirir un salvaje de aquellas naciones incultas”. El secreto de la superioridad
está en la mayor productividad de la división del trabajo. La defensa de la pros-
.C
peridad y la abundancia se oponía a la ética frugal de las virtudes cívicas predi-
cada por admiradores del republicanismo antiguo. Aún más, apoyaba el consu-
mo de artículos de lujo por algunos pocos porque eso redundaba en vigorizar la
economía y creaba riqueza general, aunque desigualmente repartida, una idea
DD
muy controvertida en su época y criticada por razones de orden moral.
Smith defendía una ética principista basada en el trabajo, aunque en una
obra anterior titulada “Teoría de los sentimientos morales” había considerado
otro principio: que el bienestar social era la consecuencia de muchos actos egoís-
tas, en que todos perseguían su interés particular, pero al final la acción de todos
conducía a la prosperidad general y en último término a la armonía social.
Smith adhería a la idea iluminista de que el comercio era un gran camino
LA
para el mejoramiento humano. En “La Riqueza de las naciones” dice: “El comer-
cio y las manufacturas introdujeron gradualmente el orden y el buen gobierno, y
con ellos la libertad y la seguridad de los individuos, entre los habitantes del
país, que antes vivían casi en estado de continua guerra con sus vecinos y de
servil dependencia de sus superiores”. Con ello produce un cambio de valores
sociales al colocar como superior el modelo de actividad del trabajador manual y
FI
tructura social era menos injusta que la predecesora, ya que permitía a todos sus
miembros disfrutar de igual acceso a los medios de subsistencia, debido a la
difusión general de la riqueza.
Con relación a la libertad, Smith creía que la sociedad comercial significaba
un acrecimiento en la libertad del hombre, desligándose así de la subordinación
personal de las relaciones sociales en las sociedades tradicionales agrarias. No
obstante, era consciente de que esas nuevas relaciones económicas producían
una situación opresiva para ciertos sectores sociales.
A pesar de haber sido muy controvertida la teoría sigue despertando interés
por cuanto aún hoy constituye el esqueleto de la organización de las economías
contemporáneas, y algunos de sus presupuestos fundamentales siguen vigentes
- aunque acotados por las normas -, tanto a nivel interno como en el comercio
OM
humanas, que tanta influencia tienen en las conductas de los hombres. Más tar-
de, David Ricardo con su libro “Principios de economía política” (1817) terminó
de dar a la economía política su formulación clásica, pero tampoco un laissez
faire dogmático. El laissez faire rígido fue predicado después por no economistas
como Herbert Spencer.
.C
El liberalismo inglés, a diferencia de lo que ocurría en Francia, fue siempre
una tendencia hacia el logro del bienestar general de toda la comunidad nacional
y esa inclinación se hizo consciente y explícita. El liberalismo de Jeremy Bentham
y los utilitaristas que le siguieron, se convirtieron en un puente intelectual entre
DD
el individualismo de ese primer período que era la herencia de la etapa revolu-
cionaria, hasta el reconocimiento por autores posteriores, de la realidad y el va-
lor de los intereses sociales en la segunda mitad del siglo XIX, y fueron al mismo
tiempo un referente en la historia del liberalismo.
Jeremy Bentham (1748-1832) centró su mayor interés intelectual en las re-
formas legales, absolutamente necesarias para borrar las rémoras del régimen
anterior, si se pretendía entrar de lleno en una institucionalidad liberal; escribió
LA
en tal sentido varios libros de jurisprudencia que lo hicieron famoso por su es-
fuerzo verdaderamente titánico.
Era un empirista y por tanto descreía por completo de los derechos naturales
de Locke, tampoco consideraba que la base de un buen gobierno fuera el contrato
social, un acuerdo que podía violarse con total facilidad.
Bentham debía entonces refundar el liberalismo sobre bases diferentes; in-
FI
trodujo una filosofía política que no llegó a profundizar demasiado, pero que era
psicológica y ética al mismo tiempo: creía que el placer y el dolor son susceptibles
de ser medidos, compensando una cantidad dada de uno con el equivalente del
otro; que además pueden ser sumados, de tal modo que puede por ejemplo calcu-
larse la suma de los placeres, que definirá como la mayor felicidad de un indivi-
mayor felicidad podía ser utilizado para producir el mayor bien a través de la
legislación y el derecho. Algo que se le ha reprochado siempre a Bentham es que
ese principio conduce a la aceptación de un individualismo extremo, colocando al
ser individual como centro de interés de toda política en detrimento de los inte-
reses sociales.
Munido de su teoría de la naturaleza humana que él suponía aplicable a
todos los tiempos y lugares, Bentham propuso múltiples reformas del derecho
OM
penal, procesal y civil, y con su juriprudencia se modernizó completamente la
administración de justicia.
La jurisprudencia de Bentham fue una de las realizaciones intelectuales más
fecundas del siglo XIX; la filosofía liberal del derecho se inspiró casi totalmente
en su obra.
Bentahm compartía la mentalidad antiaristocrática de su maestro Helvecio,
era partidario de la igualdad. Estaba convencido que el derecho podía tender a la
distribución equitativa de la propiedad o por lo menos evitar las desigualdades
.C
arbitrarias, pero su sentido común tampoco le permitía olvidar la desigualdad
natural que existe entre los hombres; no creía en la utopía de que la política
pudiera dirigir la vida entera de una sociedad o cambiar las inclinaciones de la
naturaleza humana.
DD
Los elementos liberales de la filosofía de Bentham se pueden apreciar en
algunas de sus premisas como: “un hombre vale lo mismo que cualquier otro
hombre”.
Su discípulo, el también utilitarista James Mill, fue aún más radical, propo-
nía extender el sufragio a toda la comunidad (sufragio universal) con sólo inha-
bilitaciones temporales mientras la educación pudiera producir un electorado
capacitado.
LA
ta, de que si todos los hombres buscan razonablemente sus intereses individua-
les, resultaría el mayor bien del mayor número. Al igual que su maestro Bentham
su filosofía estaba basada en una percepción personal del placer, y no en los
derechos de la razón del iusnaturalismo por lo cual resultaba extremadamente
individualista.
El liberalismo de los radicales filosóficos constituyó una fuerza intelectual de
enorme importancia práctica en la política del siglo XIX. Estos utilitaristas radi-
cales no llegaron a constituirse en partido político, pero fueron un sector rele-
vante en el momento de formación del Partido Liberal inglés en 1846. Disemina-
ron ideas con las que contribuyeron a efectuar cambios en la estructura política
y en la legislación: a reformar la administración pública y el proceso judicial que
se hicieron más eficientes y democráticos; rechazaron las restricciones obsoletas
OM
su teoría del gobierno sacar conclusiones con una visión más amplia de las res-
ponsabilidades para el bienestar general.
c) El liberalismo en Francia
.C
encabezados por Robespierre impulsaron al pueblo con su encendida retórica, a
cometer hechos de inusitada crueldad. Quienes habían mirado con simpatía la
revolución para terminar con las injusticias del Antiguo Régimen vieron con
horror los sucesos y se apartaron prudentemente de los mismos. Como esperada
DD
respuesta a la situación de desorden revolucionario difícilmente controlable, asu-
me el gobierno Napoléon Bonaparte de manera dictatorial y limita las libertades
que ahora son más formales que reales.
La experiencia de todos esos acontecimientos para los sectores que adherían
a los principios liberales de libertad, derechos del hombre y constitucionalismo
que habían aportado resultados tan positivos en Inglaterra y EEUU, los inclinó
a pensar que no podía barrerse con el régimen anterior en forma total, debían
LA
posición personal se hizo más segura. Mantenían firmemente los ideales del go-
bierno constitucional y de las libertades personales, beneficios que había aporta-
do la Revolución y no querían renunciar a ellos, pero al mismo tiempo sentían
temor por las reivindicaciones radicales de los sectores populares y fueron parti-
darios de limitar su intervención directa en los asuntos públicos.
OM
soberanamente de la existencia de los individuos. Hay, al contrario, una parte de
la vida humana que es, por naturaleza individual e independiente y que queda al
margen de toda competencia social. ”. Es claro que su contrincante intelectual es
Rousseau y su pretensión de una voluntad general ilimitada e infalible. “El asen-
timiento de la mayoría no basta en todos los casos para legitimar sus actos; hay
actos que es imposible sancionar;.... le faltaría la legitimidad, aunque se tratase
de toda la nación y hubiere un solo ciudadano oprimido”.
Constant tuvo el mérito teórico de dejar plasmada la diferencia entre la “li-
.C
bertad de los antiguos” y “la libertad de los modernos”, en la que se basa precisa-
mente la diferencia clásica entre libertad democrática y libertad liberal. Los ciu-
dadanos griegos y romanos participaban en la asamblea de las decisiones públi-
cas, aprobaban leyes, dictaban sentencias, controlaban las cuentas, etc. pero al
DD
mismo tiempo esa actividad la consideraban compatible con una sumisión total a
las decisiones del colectivo, que en muchas ocasiones tomaba decisiones capri-
chosas que vulneraban la vida y la libertad de los ciudadanos. Al hombre moder-
no en cambio, le interesa la seguridad de su vida privada, de su independencia y
bienestar y mucho menos la grandeza del estado. “La libertad es el derecho que
cada uno tiene a estar sometido sólo a las leyes, a no ser detenido, encarcelado,
ni condenado a muerte o molestado en cualquier forma que sea.... es el derecho
LA
OM
mente. Su oposición a la política de impuestos, propuesta por el imperio británi-
co parecía un poco desproporcionada por su magnitud, pero estaba basada en el
viejo principio “whig” “ningún impuesto sin representación” y los norteamerica-
nos que estaban inadecuadamente representados en el Parlamento inglés, con-
sideraban que sólo debían atender los reclamos impositivos incorporados por las
asambleas de los gobiernos locales.
El segundo de los “Dos Tratados sobre el Gobierno Civil” de John Locke se
constituyó en una vigorosa justificación de la revolución de 1776, basada en el
.C
argumento de los derechos naturales. Los participantes de la revolución norte-
americana se basaban en el principio de que todos los seres humanos eran igua-
les en sus “derechos” otorgados por el Creador y que la única finalidad justa de
un gobierno era mantener a la sociedad en la situación de que todos gozaran tan
DD
ampliamente de los mismos como fuera posible. Como la libertad era el más
preciado de esos derechos, el gobierno debía estar limitado a un ámbito restrin-
gido de acción, únicamente para impedir la transgresión por parte de otros indi-
viduos a sus respectivas libertades; y como por otra parte todas esas personas
eran racionales el gobierno debía apoyarse en el asentimiento de los gobernados.
El movimiento revolucionario fue resultado directo de la mala relación man-
tenida con el gobierno de la metrópolis, relación que se deterioró rápidamente a
LA
partir de la segunda mitad del siglo XVIII, pero también de manera indirecta
con la aceleración de las tendencias democráticas al incorporarse al movimiento
revolucionario las categorías más bajas de la pirámide social, lo cual elevó la
importancia del problema sobre quien debía desempeñar el gobierno propio; el
temor de las transgresiones de la autoridad británica a los gobiernos locales se
transformó en concepto determinante del emergente republicanismo norteame-
FI
ricano.
Los norteamericanos de todas las clases sociales comenzaron a sentir la esti-
mulante posibilidad de edificar una sociedad nueva e independiente basada en
los derechos naturales y en los principios democráticos de la retórica revoluciona-
ria. Ese sentimiento se expandió con rapidez como quedó demostrado por la gran
1
La información pertenece al libro de Charles Sellers, May Henry y Neil McMillen “Sinopsis
Histórica de los EEUU”. Buenos Aires. Editorial Fraterna. 1988.
OM
sus justos poderes del consentimiento de los gobernados. Que cuando quiera que
cualquier forma de Gobierno se torna destructora de estas finalidades es Dere-
cho del Pueblo alterarla o abolirla”.
Derrotada la autoridad británica por las armas, los norteamericanos estaban
en libertad de celebrar el acto que está en la base de todo gobierno legítimo de
acuerdo con la teoría liberal: un nuevo “contrato social”. Los trece estados así
creados adoptaron cartas constitucionales explícitamente republicanas que ase-
guraban protección para futuras violaciones a la libertad. Jefferson afirmó en la
.C
oportunidad que el objeto del debate era un reordenamiento de la constitución
política, la tarea de dar forma a una sociedad virtuosa de hombres independien-
tes que vivieran en armonía e igualdad bajo las instituciones republicanas.
La novedad de las constituciones escritas no tenía precendentes, porque el
DD
enmarañado volumen de leyes en el continente europeo, sólo era manejado por
los juristas y además en Inglaterra las normas eran costumbres no escritas; era
una prueba inequívoca de que se tenía la voluntad de que las limitaciones al
poder gubernamental y los derechos de los ciudadanos quedaran claramente
descriptos.
Las constituciones de los Estados de la Confederación recién establecida re-
flejaron uniformemente desconfianza en el poder gubernamental, de manera
LA
los cuales ningún gobierno podía privarlos legítimamente. Todas procuraron re-
ducir al mínimo el peligro del poder arbitrario proveyendo “verificaciones y equi-
librios” y una separación de poderes en la propia estructura del gobierno, si-
guiendo las indicaciones de Montesquieu. Las funciones ejecutivas, legislativas
y judiciales eran desempeñadas por cuerpos separados y, con pocas excepciones,
las legislaturas fueron divididas en dos cámaras concebidas para que se contro-
laran recíprocamente. El Senado, por consentimiento común, estaría integrado
por los más sabios y mejores de la sociedad y debía servir para limitar los exce-
sos a que se pudiera llegar en la cámara de representantes, mucho más numero-
sa y que reflejaba directamente la voluntad popular. Se hacía claramente predo-
minante el poder del parlamento sobre el de los gobernadores, elegidos anual-
mente por las legislaturas. Junto a las limitaciones del poder gubernamental,
las constituciones tendían hacia un gobierno más representativo, todos los car-
gos eran electivos, porque el republicanismo liberal amplió la idea lockeana de la
comunidad (commonwelth); la voluntad de una representación más real que vir-
tual se reflejaba en la realización anual de elecciones, requisito de residencia
tanto para representantes como para votantes y voto en distritos electorales pro-
porcionales que otorgaran representación a pueblos de lugares lejanos. Aunque
ninguna constitución otorgó en esta etapa el sufragio universal a los “blancos” de
sexo masculino, estas cartas fundamentales ampliaron el derecho al voto, supri-
miendo la exigencia de propiedad como era costumbre en la etapa colonial o
incluyendo en el padrón electoral a la mayoría de los contribuyentes. El primer
Estado en proclamar el voto universal fue el de Maryland, mediante enmiendas
OM
a su Constitución en 1801 y 1809. Ninguna constitución otorgó el voto a la mujer,
pero como consecuencia de estos hechos y su particular situación durante el en-
frentamiento bélico, sus libertades se fueron ampliando. El origen del temprano
feminismo norteamericano puede rastrearse en la famosa carta de Abigail Adams
“Recuerde a las damas” de 1776.
La población negra quedó fuera de la representación, la esclavitud se fue
aboliendo gradualmente en los estados norteños, bajo la ideología revolucionaria
del republicanismo, pero quedó enquistada en los estados del sur hasta que la
.C
guerra barrió estas diferencias.
Una consecuencia de estos cambios institucionales fue la de permitir una
movilización social intensa, dando más oportunidades económicas a sectores
medios y mayor participación ciudadana en la conducción de los asuntos públi-
DD
cos.
El republicanismo moderno fue una corriente que emerge como tantas otras
en la asombrosa fecundidad de ideas de la Guerra Civil inglesa. La primera
manifestación de idealismo republicano nació en los libros de James Harrington,
principalmente en su utopía “Oceana” (1656), escrita en los tiempos de la repú-
blica tiránica de Cromwell, aunque irónicamente su publicación coincidió con la
restauración monárquica. Estaba inspirada en la gran admiración de su autor
LA
por las repúblicas antiguas, principalmente la de Roma y la del pueblo judío. Era
una admiración compartida por buena parte de la intelectualidad europea, que
veían en las antiguas repúblicas griegas y romana un ejemplo de virtud cívica
pero que al mismo tiempo consideraban como ejemplos difícilmente imitables.
Harrington fue el único observador de la Revolución puritana que tuvo una apre-
ciación de las causas sociales que había tras de ella. Por su inclinación a los
FI
OM
te Jefferson. La gente de campo era más desconfiada de los poderes económicos
del comercio en las ciudades y veía en esta conducta un potencial peligro para la
democracia. Para estos pequeños propietarios de la tierra en su mayoría analfa-
betos y ortodoxos del protestantismo, que comparaban su vida con la que ellos
mismos o sus antepasados habían vivido como campesinos en Europa, los bene-
ficios alcanzados con la propiedad de la tierra, les daban la idea de haber alcan-
zado la utopía americana. Consideraban el modo de vida del granjero moralmen-
te superior a todos los restantes, desconfiaban de cualquier pretensión de supe-
.C
rioridad. La vida pública virtuosa era su principal preocupación. En consecuen-
cia deseaban que se mantuviera el gobierno tan descentralizado como fuese posi-
ble, al costo más bajo y sometido a prueba de elecciones frecuentes y democráti-
cas. Se inclinaban por mantener la Confederación entre los Estados, con una
DD
débil o nula intervención en la política interna de los mismos.
El otro sector en cambio, menos numeroso pero más influyente era el grupo
que veía el futuro norteamericano en términos de un general crecimiento de la
economía. Estaba concentrado en las ciudades, integrado por profesionales, co-
merciantes, grupos de educación más elevada y más cosmopolitas; aunque tam-
bién lo integraban granjeros y plantadores ubicados a distancias relativamente
cercanas a los medios de transporte y de las ciudades, y visualizaban su futuro
LA
Entre los años 1780 y 1788, se produjo esa controversia de ideas que culmi-
nó con la aprobación de la Constitución Federal, creando un gobierno nacional,
con poderes amplios, aunque no arrolladores de los gobiernos estatales que con-
tinuaban vigentes con sus propios legislativos y gobernadores. La nueva Consti-
tución mantenía las pautas generales que habían inspirado a los estados en los
momentos de su independencia, aunque sí creaba un ejecutivo fuerte cuyos po-
deres, podrían prestarse a abusos.
Los Federalistas con la creación de una gran república federal estaban in-
tentando equilibrar la libertad y la justicia, entendían que la república norte-
americana por su tamaño y por su sistema tenía que ser muy diferente de las
antiguas democracias. La argumentación se basaba en que mientras en las pe-
queñas repúblicas de la antigüedad se pasaba por alto el problema de la justicia
a favor del bien común o bien general, como había tomado en cuenta Rousseau
en su “Contrato Social”, las sociedades civilizadas no podían evitar un alto grado
de diversidad y por lo tanto tenían que asegurar el bien de cada una de las par-
tes, es decir, la justicia. Al ampliar el ámbito político al gobierno federal “se
incluye una mayor variedad de partidos y de intereses” decía Madison, con lo
que se hace menos probable la opresión de los derechos de algunos por la mayo-
ría.
OM
Los Federalistas tenían claro que se apartaban del republicanismo clásico,
así como de las tradiciones del protestantismo sobre la virtud cívica, pero reali-
zaban una síntesis entre el republicanismo jeffersoniano democrático y el libera-
lismo de Locke de la búsqueda de la libertad individual y la protección de la
propiedad que están en el centro de la visión moral del republicanismo moderno.
Las presiones centralizadoras culminaron en la nueva Carta Fundamental
de 1787, aceptada por todos los estados intervinientes, pero los temores por la
autoridad gubernamental centralizada y por la pérdida de la libertad individual
.C
siguieron siendo el núcleo del imaginario popular norteamericano.
más representativo, por lo tanto viajó a EEUU. para ver de cerca la situación
real de esa primer gran nación que se consideraba a sí misma como democrática.
Luego de una estadía de dos años publicó en 1840 su libro “La Democracia en
América” destinado a tener un eco inmenso en las generaciones posteriores prin-
cipalmente en EEUU. Una de sus mayores sorpresas fue comprobar la energía
cívica del pueblo norteamericano que formaba espontáneamente asociaciones de
FI
todo tipo por medio de las cuales participaba en la política local y en las decisio-
nes colectivas. En la introducción dice: “Entre las cosas nuevas que durante mi
estancia en los Estados Unidos llamaron mi atención, ninguna me sorprendió
tanto como la igualdad de condiciones. Sin dificultad descubrí la prodigiosa in-
fluencia que este primer hecho ejerce sobre la marcha de la sociedad, pues da a
la opinión pública una cierta dirección, un determinado giro a las leyes, máxi-
mas nuevas a los gobernantes y costumbres peculiares a los gobernados”.
Para Tocqueville era el ámbito de un proceso absolutamente inédito y de
máxima importancia. Debemos recordar que para la mayoría de sus contemporá-
neos europeos, el concepto de democracia significaba mal gobierno, una experien-
cia fracasada de la antigüedad. Lo propio de la democracia norteamericana se
podía expresar del modo siguiente: los norteamericanos “nacieron iguales en lu-
gar de llegar a serlo”. De tal manera que en ese país la igualdad democrática creó
las instituciones políticas apropiadas que han demostrado su flexibilidad y su
estabilidad. La “igualdad”, característica del nuevo estado social, para Tocqueville
no era una hipótesis como acontecía en Francia y como la percibían los teóricos
liberales que se esforzaban por los aspectos institucionales en virtud de los cuales
OM
Tocqueville no confiaba demasiado en los efectos civilizadores del comercio
para crear orden, paz y moderación social, como así lo creían Montesquieu y la
Ilustración, sino en los efectos de la democracia; esa pasión que animaba a los
pueblos jóvenes como el americano que tenía ante sus ojos, y pensaba sería la
llama que había de permanecer y prosperar en el futuro. La democracia es pues
esencialmente para Tocqueville la negación de la aristocracia, -a la cual él mis-
mo pertenecía por nacimiento-, la desaparición de los órdenes o clases privilegia-
das, de las distinciones y jerarquías impuestas, era en cambio una tendencia
.C
hacia la igualdad económica, a la uniformidad en las maneras de vivir. Tampoco
temía a la aristocracia que pudiera resultar del crecimiento industrial. La pros-
peridad y la competencia estimulan el aumento de la desigualdad dentro de esa
clase particular, pero si bien era cierto que hombres muy ricos contrastaban con
DD
la gran sociedad cada vez más igualitaria, no creía que pudieran convertirse en
una auténtica aristocracia, ni formasen el símbolo de lo que terminaría siendo la
gran sociedad “porque esos ricos no tienen espíritu, ni objetos comunes, ni tradi-
ción, ni esperanzas en común. Existen miembros pero no hay cuerpo”.
Tocqueville tuvo especial cuidado en no romper el nexo entre la definición
del “estado social”, de la definición política de democracia. En “El Antiguo Régi-
men y la revolución” hace una cuidadosa separación de un régimen autoritario
LA
hacerles percibir y sentir en todo momento que la patria está por encima y en
torno a todos ellos...” (“La Democracia en América”).
Tocqueville define a la sociedad moderna no por la industria, ni por el capita-
lismo como otros autores, sino por la “igualdad de condiciones” por el aspecto
social de la democracia. Pero la nueva igualdad era además un “proceso” del cual
resultaba muy difícil vislumbrar el término. A diferencia de otros autores de su
misma época como Conte o Marx, no hace pronósticos con pretensión de verdad
OM
sobre el futuro, sino que es un “probabilista”. No anuncia un movimiento irresis-
tible hacia un régimen determinado, sino que deja sí establecido que algunas
instituciones como la aristocracia terrateniente ha muerto, pero no existe una
determinación necesaria del régimen político por el estado democrático de la
sociedad. La superestructura política podrá ser despótica o liberal y eso depen-
derá de las circunstancias y de los hombres, el que predomine una u otra alter-
nativa.
Aunque no prestó demasiada atención al proceso de industrialización, perci-
.C
bió con carácter premonitorio que la aceleración de este proceso tendería a mag-
nificar los efectos “no liberales” de los nuevos estados, en la medida que tendería
a debilitar la posición del trabajador, en el sentido de que cuanto más progresara
la división del trabajo más dependientes se harían los trabajadores de la maqui-
DD
naria (un antecedente de la idea de “alienación” de Marx). Pero al mismo tiempo
consideraba muy probable que eso provocaría una mayor unidad de los mismos y
una mayor presión hacia el Estado, que finalmente intervendría a favor de la
nivelación de la sociedad.
Tocqueville también descubrió algunos peligros en la democracia, que no se
reducían al despotismo por parte del estado, sino algo intrínseco, que él llamó
“conformismo de la opinión” como una nueva amenaza a la libertad. En “La De-
LA
OM
1873).
El rol fundamental que correspondió a Stuart Mill fue la modernización de la
teoría liberal tal como había sido formulada por el radicalismo filosófico inglés.
Debía romper el aislacionismo intelectual en que estaba sumido y ponerlo en
contacto con la perspectiva de otras clases sociales, de las corrientes de pensa-
miento europeo y de los nuevos campos de investigación científica promovidos
por el positivismo de Conte.
La teoría del liberalismo político y ético de Stuart Mill se desarrollaron prin-
.C
cipalmente en su ensayo “Sobre la libertad” y en “El Gobierno Representativo”;
permanecía en líneas generales dentro de los temas propios de la filosofía políti-
ca inglesa. Sin embargo impuso algunos cambios y enmiendas importantes, en
cuanto percibía algunos defectos que podían resumirse en lo siguiente: en pri-
DD
mer lugar, la política y la economía de los liberales clásicos partían de unas
cuantas leyes generales de la naturaleza humana, consideradas universalmente
iguales en todo tiempo y lugar, sin tomar en cuenta la conducta política y econó-
mica de los hombres de las sociedades particulares en las distintas épocas y con
diferentes sistemas legislativos. Por eso no daban suficiente importancia a las
instituciones, como un nexo entre la psicología individual y la práctica concreta
de cada sociedad en un momento determinado. En segundo lugar, como las insti-
LA
peos y por parte de distintos partidos e ideologías, habían implantado leyes fabriles
limitando los horarios de trabajo y la ocupación de mujeres y niños. Esta legisla-
ción avanzó tanto que puede decirse que en Inglaterra al menos al terminar el
tercer cuarto de siglo, la legislación había abandonado toda fidelidad al indivi-
dualismo proclamado por la economía clásica. Toda esta nueva legislación con-
OM
tos adelantados a su tiempo: la reforma agraria como solución para la cuestión
irlandesa y cooperativas de productores para democratizar la propiedad.
Su contribución más reconocida y duradera al pensamiento político estuvo
contenida en el ensayo “Sobre la Libertad” (1859). En este texto aborda la idea de
que los pueblos no tuvieron necesidad de limitar su propio poder mientras el
gobierno popular no era más que algo remoto, sobre lo que no se hacía más que
soñar. Pero cuando llegaron las repúblicas democráticas, puede suceder que el
pueblo “puede desear oprimir a una parte de sí mismo y las precauciones son tan
.C
útiles contra esto como contra cualquier otro abuso del poder”. No hay dificultad
en incluir a “la tiranía de la mayoría entre los males, contra los cuales debe
ponerse en guardia la sociedad”. Para eso Stuart Mill debe establecer un criterio
exacto para separar la independencia individual de la intervención social: “La
DD
única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la socie-
dad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él,
su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuer-
po y espíritu el individuo es soberano”.
Stuart Mill creía que los utilitaristas liberales de la generación anterior ha-
bían deseado un gobierno liberal porque pensaban que era un gobierno eficiente,
pero no movidos por el deseo de libertad como un valor ético. Por eso imprimió a
LA
instituciones para que realmente se realicen los mismos. Creía por supuesto que
la libertad intelectual y políticas son beneficiosas en general para la sociedad
que las permite y para el individuo que las goza, pero su argumento no era utili-
tario; el verdadero argumento a favor de la libertad política no era su eficacia,
sino que produce y da cabida a un carácter moral elevado, intrínsecamente hu-
mano y civilizado.
Consideraba que en las circunstancias en que se vivía en Inglaterra no era el
problema de la libertad política lo que estaba en cuestionamiento, sino que sus
argumentos a favor de la libertad debían dirigirse a la sociedad, para moldear
una opinión pública tolerante, que valore la diferencia de puntos de vista, que no
ahogue con su conservadurismo la creatividad individual y recoja las nuevas
ideas como una fuente de descubrimiento. Esta era una posibilidad que no había
preocupado a la vieja guardia liberal, que estaba convencida que dando leyes
adecuadas para una reforma de la representación, la extensión del sufragio y un
mejor nivel para la educación publica se resolvían todos los problemas de la li-
bertad política.
OM
populares en los asuntos públicos.
Con este último apartado no pretendemos dar por concluida la historia del
pensamiento liberal, sino de una etapa histórica en la cual los teóricos liberales
incorporan la problemática de los derechos sociales que habían sido dejados de
lado o desconocidos en su trascendencia real por autores clásicos anteriores. No
.C
porque hubiera un desconocimiento del concepto democrático de participación
popular en los asuntos públicos, una idea que se manejaba desde la antigüedad
por la tradición estoica, y estaba implícita en los derechos naturales de Locke y
en la participación en el Contrato Social; las ideas liberales eran universalistas
DD
por definición porque se referían al hombre como ente individual capaz de unirse
racionalmente con otros hombres para formar comunidades políticas. La discri-
minación entre la tendencia democrática popular y el conservadurismo teórico
aparece en el siglo XIX como liberalismo conservador, o simplemente como mo-
vimientos conservadores no liberales, a la luz de acontecimientos y experiencias
históricas diferentes, en el continente europeo y en América Latina, cuando se
constituyen estados liberales en poblaciones que arrastraban formas consuetu-
LA
tas, que tenían claras las enseñanzas de Locke sobre sus derechos inalienables,
que habían traído a la tierra de promisión, para liberarse del yugo que aún sub-
sistía en su país.
En resumen hubo un liberalismo clásico que se desarrolló con discuros con-
ceptuales diferentes. Los teóricos liberales que hablaron el lenguaje de los dere-
OM
Hobhouse.
Thomas Hill Green (1836-1882), hijo de un clérigo protestante, realizó una
verdadera redefinición del liberalismo y llegó a tener mucha influencia antes de
la primera Guerra Mundial, a pesar de su temprano fallecimiento.
Green no aceptaba una descripción de lo humano en que el conocimiento se
reduce a sensaciones como el empirismo o la moralidad a impulsos de placer y
dolor, como querían los utilitaristas. Insistía en que la acción racional es dictada
por la voluntad y la elección es una forma que va más allá de la mera obediencia
.C
al deseo o la pasión.
Para Green los fines racionales de la conducta implican la comprensión de
que cuando hablamos de la libertad como algo invalorable, estamos pensando en
el poder positivo de hacer cosas valiosas. Se oponía al empleo exclusivo de la idea
DD
de libertad negativa, en el sentido de ausencia de impedimentos, “libertad de” o
“contra”, y se inclinaba por una apreciación mayor de la “libertad para”.
Green innovó el liberalismo en relación al Estado; no era una minimalista
como lo habían sido los liberales clásicos, que pensaban que el estado debía dejar
en libertad a los ciudadanos para dedicarse a sus propios asuntos y la interven-
ción sólo se concebía para resguardar la seguridad de los individuos. Estaba
interesado en responder a la objeción válida de que una libertad como la postula-
LA
pación moral en la vida social era para Green la más alta forma de desarrollo
personal y crear la posibilidad de esa participación era el fin de una sociedad
liberal. La filosofía que animaba a Green tenia un componente religioso, de fra-
ternidad cristiana.
En su conferencia de 1880 titulada: “La legislación liberal y el libre contra-
OM
modo de vida humano para el mayor número de personas.
En consecuencia infería que en el centro de la filosofía liberal debe estar la
idea de un bienestar humano capaz de ser compartido por todos y que sirva de
norma a la legislación. Para eso no es valedera únicamente la libertad individual
o la menor restricción posible a la libre elección, porque toda elección se realiza
en un contexto o situación dada. Por lo tanto la libertad tiene una dimensión
social y otra individual.
Su propósito era mejorar el acceso a “la igualdad de oportunidades” para
.C
todos, lo cual significaba eliminar los obstáculos a través de reformas que permi-
tieran a cada vez más individuos disfrutar de más libertades. -
Para Green un gobierno liberal es imposible salvo en una sociedad donde la
legislación y la política pública respondan continuamente a una opinión pública
DD
ilustrada y moralmente sensible. Era para Green la verdad contenida en la filo-
sofía del derecho natural, confrontar a la ley con un ideal de justicia, equidad y
humanidad, al que siempre debía aproximarse la ley positiva. Para que el go-
bierno sea realmente liberal debe haber una reciprocidad entre la ley y la moral.
El juicio moral de la sociedad es el medio indispensable para que el gobierno
actúe de la mejor forma posible. Pero ese juicio moral no debe estar localizado
como en Rousseau, en la “voluntad general”; porque ninguna institución social
LA
es infalible; sino que una sociedad liberal debía por el contrario, permitir la li-
bertad de juicio de los individuos y aumentar la posibilidad de que esos juicios se
respeten.
Con este planteamiento Green terminó con la rígida separación entre Esta-
do no interventor y la sociedad civil. Su liberalismo fue la aceptación del estado
como factor positivo utilizable en todos los casos en que se comprobara que el
FI
estado contribuía con su legislación al bienestar general, sin generar males peo-
res de los que evitaba. Estaba interesado en la expansión legislativa en materia
de política de salud pública, en normas sobre vivienda y en el control del contra-
to de trabajo.
Green no fue partidario del laissez- faire, pero tampoco renegó de la propie-
OM
(1815-1910); republicanos positivistas, dirigentes de la 3ra. República Francesa
como: Jules Ferry (1832-1893) y León Gambetta (1838-1882).
El choque entre fuerzas intelectuales de los republicanos liberales y las fuer-
zas reaccionarias se reagruparon y se mostraron claramente alrededor del caso
Dreyfus, un problema donde a la exaltación del patriotismo se mezcló una acti-
tud racista para condenar al militar Dreyfus acusado de alta traición.
Dentro del liberalismo social, encontramos a Emilio Durkheim (1858-1917)
fundador de la escuela francesa de sociología; quería promover diversas formas
.C
de solidaridad social, sin desatender la libertad. La lealtad general de la escuela
durkheimiana a la personalidad individual fue una matriz de los valores moder-
nos en Francia.
Por último, el teórico jurídico León Duguit (1859-1928) criticó el tema ale-
DD
mán favorito de origen hegeliano, de considerar al Estado como un ente supe-
rior. En el concepto de Estado de Duguit el “imperium” de la soberanía estatal
había sido sustituido por la función de “servicio público” del Estado.
El liberalismo social propiamente dicho floreció en Inglaterra en los prime-
ros años del siglo XX, con dos autores, seguidores de Green; John Hobson (1858-
1940) periodista, ensayista, pertenecía al ala izquierda del Partido Liberal. En
su libro más conocido: “El liberalismo” (1902) escrito para condenar la guerra de
LA
país y paz en el exterior. Lo que Hobson pedía era algo muy similar a lo que
después se denominó Estado de Bienestar: transporte público; eliminación de
los monopolios; una red nacional de escuelas públicas y cierto grado de propie-
dad pública del suelo que permitiera viviendas decentes. El capitalismo no tenía
que ser sustituido, porque una vez regulado se transformaba en un sistema eco-
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Introducción
Política y Ciencia Política
Luis Mª Delio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
La Ciencia Política como “derecho político” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
OM
Proyección de la tradición hispana en el Río de la Plata . . . . . . . . . . 22
Las novedades de la Ciencia Política en el siglo XX . . . . . . . . . . . . . 29
Capítulo I
La política. ¿De qué hablamos, cuando hablamos de política? . . .
Gloria Canclini . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
La sociedad conformadora de la política. Alcance de esta afirmación 35
La política: el poder y la fuerza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
.C
El pacto: fundamento de la sociedad política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
Especificidad de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
La autonomía de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
Criterios para especificar la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
DD
El poder y el derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Capítulo II
La teoría del Estado y la acción política en la perspectiva de la
acción sobrena
Luis Barrios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
LA
Capítulo III
Ideologías e imaginarios sociales. La política como construcción
conflictiva
Juan Calanchini Urroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Capítulo IV
Teorías de la política
Juan Calanchini Urroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
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Identificación del sistema político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
La asignación autoritaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Parte II: La política como intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Juan Calanchini Urroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Lógica de mercado y lógica de autoridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Definiendo el “bien político” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
Delimitando el intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
.C
Parte III: La política y las teorías económicas de la política . . . . 88
Juan Calanchini Urroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
Ubicación temática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
Campo de acción y sus actores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
DD
Metodología. Presupuestos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Primer Presupuesto: el individualismo metodológico . . . . . . . . . . . . 90
¿Qué reglas para la acción del individuo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Segundo Presupuesto: la racionalidad del individuo en su elección 92
La racionalidad instrumental del individuo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
La decisión: componente individual de incertidumbre . . . . . . . . . . . 93
LA
Capítulo V
OM
El camino a la formación del Estado Nación
Juan Calanchini Urroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Causas de la formación del Estado - Nación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Por la Lógica de la Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Por la lógica de la “negociación-incorporación” de las masas . . . . . . 140
Por la lógica de la fuerza de los “nacionalismos nacientes” . . . . . . . 140
Por la lógica del Capital . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Por la dinámica de la Sociedad Civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
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Por la crisis de legitimidad de las formas tradicionales . . . . . . . . . . 143
Por la necesidad de convivencia de Capitalismo y Estado . . . . . . . . 143
Capítulo VI
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El Estado
María L. Aguerre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
La formación del estado moderno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
La Formación del Estado en Occidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
Característica del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Diferentes abordajes para el estudio del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . 157
LA
Capítulo VII
El Estado Liberal
María L. Aguerre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
El liberalismo y su permanencia en la política moderna . . . . . . . . . 161
1) La formación del liberalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162
El iusnaturalismo en la filosofía política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162
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