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Lección 3

Las señas de identidad del Estado

1. La soberanía de la Constitución
El primer principio sobre el que se asienta el ordenamiento jurídico español es el de la
soberanía de la Constitución.
Este concepto de soberanía se relaciona con la idea de un poder último, pues no existe
ningún poder por encima de él y un poder legítimo, ya que es un poder aceptado por su
origen y desarrollo.
Este principio hace referencia, principalmente, a la supremacía de la Constitución sobre
todos los poderes constituidos, siendo el poder constituido toda ley o reglamento que
emana del poder constituyente.
Esto se ve representado en la pirámide de Kelsen, que establece una jerarquía de poderes
(normas):

En nuestro país, exceptuando el breve período de la Segunda República, el ordenamiento


jurídico del Estado Constitucional se ha basado sin excepción en el principio de la primacía
de la ley. La Constitución era, indiscutiblemente, un documento político muy importante,
pero, a diferencia de la ley, no tenía el valor de norma jurídica, por lo que era bastante
irrelevante para el mundo del derecho.

Esta tradición se rompe con la Constitución de 1978, que declara la soberanía de la


Constitución.

La Constitución es soberana, pues todos los poderes públicos sin excepción están sometidos
a ella, y son susceptibles de ser controlados o anulados si no se adecuan a lo que ella
determina.
Por tanto, la Constitución es documento político, pero también norma jurídica. Es una
norma inmediatamente aplicable y alegable ante los Tribunales de Justicia como fuente
de derechos y obligaciones.

En el continente europeo, en el que el Estado Constitucional tiene que afirmarse frente a


la Monarquía Absoluta, la cuestión de la soberanía se convertirá en una de las cuestiones
básicas tanto en el proceso de imposición del Estado como forma política, como en el
proceso de su organización jurídica.

En lo que afecta al momento político del problema, la soberanía del Estado, la unidad del
poder estatal que no admite competidores, es algo que se afirma de manera inequívoca y
que deja de ser una cuestión debatida en cuanto el Estado Constitucional se impone como
forma política.

Sin embargo, en lo que se refiere al aspecto jurídico-constitucional (determinación de la


titularidad de la soberanía dentro del Estado), la disputa va a ser permanente a lo largo de
todo el siglo XIX, alternándose las Constituciones basadas en el principio de la soberanía
nacional con las que defienden la soberanía compartida del Rey con las Cortes.

Este tema quedaría zanjado al terminar la Primera Guerra Mundial. En las Constituciones
europeas contemporáneas se hará una mención expresa a la fundamentación democrática
del poder y al lugar de residencia de la soberanía. Por lo general, la fórmula que se ha
seguido es la de la afirmación pura y simple de la soberanía popular (todos los poderes
derivan del pueblo).

Sin embargo, la Constitución de 1978, siguiendo el modelo francés, opta por una solución
que combina la soberanía popular con la soberanía nacional. Esto se puede ver en el art.
1.2 CE: “La soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes
del Estado”. Este principio de legitimidad democrática es la base de toda nuestra
ordenación jurídico-política.

En cuanto a la soberanía popular, ésta está íntimamente relacionada con la idea de poder
constituyente, instrumento a través del cual la nación decide organizarse políticamente y
ordenarse jurídicamente, reclamando para sí misma la posición de centro de poder
originario, autónomo e incondicionado.

Dicho esto, la titularidad del poder constituyente va a corresponder al pueblo (“no puede
existir otro elemento soberano más que el pueblo español”).
El poder constituyente es un poder originario y único, pues su fundamento está en sí
mismo. Está vinculado a la idea de contrato social, ya que renunciamos a parte de nuestra
autonomía para obtener, a cambio, seguridad. El Estado nos va a reconocer y garantizar
ciertos derechos (libertad, igualdad ante la ley, etc) a cambio de que renunciemos a parte
de nuestra autonomía.
Es un poder incondicionado frente al cual no existen límites y es legítimo, pues es aceptado
por todos/as (surge del pueblo y su ejercicio está controlado por el mismo). Es un poder,
por tanto, previo al Derecho, transforma la Política en Derecho.

El surgimiento de un nuevo poder, el poder constituyente, dejará atrás la Constitución


consuetudinaria, basada en las costumbres, para dar paso a la Constitución racional-
normativa, en la que se aceptan una serie de normas. Esta Constitución consiste en una
ordenación racionalizada (textos coherentes), que se hace en un solo momento, abarca
toda la vida del Estado (no hay ningún poder previo ni posterior a la Constitución) y
pretende permanecer en el tiempo.

Dicha Constitución va a convertirse en la norma suprema del ordenamiento jurídico, como


veíamos anteriormente. Para garantizar su aplicación y su supremacía se establece un
control de constitucionalidad de la Ley, llevado a cabo por el Tribunal Constitucional, y un
procedimiento de reforma muy rígido, pues la Constitución solo puede ser reformada a
través del proceso que la propia Constitución establece.

En definitiva, podemos decir que la soberanía de la Constitución supone una expresión


inequívoca de la legitimación democrática del poder por parte del auténtico poder
soberano, el pueblo. Esto tiene un aspecto negativo, que es la ausencia de un órgano
soberano, y uno positivo, que es la estructuración democrática del Estado.

2. El Estado social y democrático de Derecho

Esta es la fórmula que utiliza el constituyente español para abrir el articulado de la


Constitución (art. 1.1), estableciendo que “España se constituye en un Estado social y
democrático de Derecho”.

Es una fórmula compleja compuesta por dos fórmulas simples: Estado democrático de
Derecho y Estado social de Derecho. Es conveniente, e incluso imprescindible, descomponer
la fórmula y analizar separadamente los dos elementos de la misma.

El Estado democrático de Derecho (legitimación democrática del poder)

El concepto de Estado democrático de Derecho es el concepto en el que culmina una larga


evolución histórica.
Cada fase del Estado de Derecho ha supuesto una conquista, hasta llegar a esta última que
recoge nuestra Constitución: “Estado democrático de Derecho”.
En dicho proceso de concreción del concepto de Estado de Derecho se pueden distinguir 3
momentos fundamentales:
1. Orígenes del Estado Constitucional. La lucha por el Estado de Derecho es la lucha
por la limitación del poder del Estado mediante la utilización de principios jurídicos
racionales. En este período, es muy importante la reivindicación de que toda
intervención en la libertad y la propiedad de los ciudadanos debe ser decidida
mediante ley, y que dicha ley ha de ser aprobada conjuntamente por el Monarca y el
Parlamento. Así como el reconocimiento de los derechos ciudadanos fundamentales,
libertad civil, igualdad jurídica, libertad de prensa…

2. El elemento que se incorpora en este período es el de la extensión del control


judicial a la actividad administrativa, para reducir y eliminar las inmunidades de
poder (protección de los ciudadanos frente a la actividad administrativas).

3. Esta última fase se inicia con el constitucionalismo democrático posterior a la


Primera Guerra Mundial. El problema del Estado de Derecho pasa a ser la
legitimación democrática del poder del Estado. Se debe hacer realidad el principio
de que “todo poder procede del pueblo” para hablar en sentido estricto de Estado de
Derecho.

Estado de Derecho y Estado democrático se convierten a partir de este momento en


términos idénticos. Un Estado que no sea democrático, es, por definición, un Estado que no
es de Derecho. Esto es porque el Estado de Derecho se fundamenta en el principio
democrático, constituyendo el fundamento de todo el edificio constitucional.

El estado social de derecho (legitimación derivada de la finalidad de garantizar el


bienestar de toda la población).

Aunque conceptualmente el Estado ha sido siempre un producto del “contrato social” entre
todos los ciudadanos, históricamente, fue durante toda la fase de su imposición inicial un
poder representativo de solo una parte de la sociedad (manipulación electoral, sufragio
censitario, etc).

El Estado Social de Derecho puede definirse como un Estado con capacidad para
intervenir en la esfera social y económica, tanto para atender necesidades sociales, como
para armonizar la economía a través de las políticas de bienestar. El Estado asume el
cumplimiento de ciertos fines de justicia social (igualdad, solidaridad ...), desarrollando
una actuación positiva de carácter intervencionista.

Así se comienzan a constitucionalizar los derechos sociales (sindicación, huelga, etc), se


amplía el ámbito de las libertades públicas (asociación, reunión, etc) e incluso aparecen
nuevos derechos que exigen actuaciones positivas del Estado para su realización
(vivienda, sanidad, educación, etc).

Con este intervencionismo se pretende conseguir un Estado de Bienestar o “Welfare State”


donde las necesidades sociales puedan ser solventadas por los poderes públicos. Se
desarrollan funciones de asistencia social para ayudar a los sectores sociales más
necesitados a través de políticas públicas o programas de intervención. Por lo tanto, el
Estado se responsabiliza de la procura existencial de cada ciudadano.

Ante situaciones de “menesterosidad social” (carencia de ciertos bienes y servicios que se


necesitan), el Estado Social se encarga de atender a la procura existencial de los
ciudadanos.
El contenido de la procura existencial varía según las condiciones económicas del Estado,
pero existe un contenido mínimo: desarrollo de equipamientos comunitarios (escuelas,
transportes, etc), seguridad en aspectos vitales para la sociedad nacional (control
alimentario, defensa, orden público medio ambiente, etc) y una serie de prestaciones
sociales (pensiones, salario social mínimo y revisable, políticas frente a las desigualdades
económicas, etc).

Además, al mismo tiempo que aumenta el intervencionismo público crecen los


mecanismos de control, como la figura del Defensor del Pueblo, que intenta amparar al
ciudadano ante el gran poder que presentan los aparatos administrativos del Estado, o los
Tribunales Constitucionales y los instrumentos de control jurisdiccional de la
Administración.

Finalmente, volviendo al Estado de Bienestar, si hablamos de sus transformaciones


debemos tener en cuenta 3 etapas: de crecimiento, de crisis y de soluciones.
En su fase de crecimiento se da la mejora de las prestaciones de la clase trabajadoras, que
fueron realmente el origen de este Estado de Bienestar.

Posteriormente, el Welfare state sufrirá una crisis con tres dimensiones: crisis fiscal
(estrictamente financiera, más gasto social que ingresos públicos disponibles), crisis de
legitimación (el aumento del intervencionismo público no va acompañado del de la
participación ciudadana) y crisis de racionalidad (incapacidad del Estado para responder a
la enorme complejidad del sistema).

Finalmente, ante esta crisis surgen diferentes soluciones.


Por un lado, los neoliberales defendían la desaparición del Estado de Bienestar, liberando
al Estado de sus responsabilidades y volviendo éste a las funciones mínimas. Sin embargo,
una doctrina más científica explica que la solución no es eliminar o reducir el Estado de
Bienestar, sino reestructurarlo en base a pautas de mayor eficacia y mejor funcionamiento.

El Estado Social se constitucionaliza, primero, con el reconocimiento de ciertos derechos


sociales (Constitución española de 1931) y, posteriormente, con un reconocimiento del
mismo como modalidad del Estado.

En la CE:
- España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho que propugna como
valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el
pluralismo político.
- Corresponde a los poderes público promover las condiciones para que la libertad y la
igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas... y facilitar
la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”.

3. El Estado de las Autonomías

A lo largo del proceso constituyente de 1978 hubo numerosos puntos de encuentro entre
las diferentes formaciones políticas que en él participaron. Uno de ellos tenía que ver con la
estructura del Estado, pues la Constitución tenía que hacer compatible el poder central del
Estado con el de unidades territoriales de ámbito inferior.

Para ser una cuestión decisiva, hay que reconocer que el constituyente no la dejó
claramente resuelta, por lo que se hace referencia a la ambigüedad del Título VIII de la
Constitución: “De la organización territorial del Estado”. Lo que sí sabía con certeza es lo
que NO quería: el mantenimiento de la estructura unitaria y centralista del Estado español
de los dos últimos siglos.

Buena prueba de ello es que, al iniciarse el proceso constituyente, el Gobierno aprueba por
Decreto-Ley regímenes provisionales de autonomía (Preautonomías), lo que anunciaba el
régimen de autonomía que iban a tener las regiones de España una vez aprobada la
Constitución.

Tipos de Estado según la ordenación jurídica del poder entorno al elemento territorio:

1. Unitario: Se produce una unificación del poder, suprimiéndose todos los poderes
políticos ajenos a la estructura estatal unitaria, unificación de la población,
suprimiéndose todas las diferencias jurídicas entre los ciudadanos y unificación del
territorio, suprimiéndose las divisiones y aduanas internas.

2. Descentralizado:

2.1 Federal: articulado en unidades territoriales que presentan un alto grado de autonomía,
estas unidades participan en la formación de la voluntad de la Federación a través de una
2a cámara parlamentaria, elementos garantizados en una Constitución rígida y presenta un
mecanismo organizado de resolución de conflictos territoriales. Ejemplo: Estados Unidos.

2.2 Autonómico: combinación del Estado federal y unitario. Basado en el principio de


unidad (art.2 CE), siendo la autonomía un poder limitado por el principio de igualdad
(fijación de condiciones básicas comunes e igual acceso a la capacidad para decidir cuándo
y cómo ejercer la autonomía), el principio de solidaridad (no se pueden lesionar los
intereses generales, existe el deber de auxilio recíproco) y el principio de lealtad
constitucional. Ejemplo: España (más federal que unitario).

4. El Estado integrado en la comunidad internacional


Las relaciones entre los Estados están definidas por los principios de igualdad jurídica y
libertad personal en el ordenamiento internacional.
Los Estados soberanos e independientes como sujetos del Derecho Internacional.

En el mundo cada vez existen más Estados soberanos e independientes. Pero dichos Estados
son cada vez más dependientes en su vida real de las relaciones con los demás Estados
(interdependencia estatal).
Las relaciones internacionales se han convertido en un elemento de vital importancia para
el avance y prosperidad de los Estados contemporáneos.

A pesar de que las Constituciones sean normas que se centran en la ordenación jurídica del
Estado hacia el interior, es cada vez más frecuente que éstas tengan en cuenta la “posición
internacional del Estado” y contemplen las posibles limitaciones a la soberanía, derivadas
de la necesaria convivencia con los demás Estados en el ámbito internacional.

Una de esas limitaciones es la propia soberanía de la Constitución. El texto constitucional


supone un límite tanto para la acción interior como la acción exterior del Estado. Por ello,
la Constitución dispone de un artículo que establece que “la celebración de un tratado
internacional que contenga estipulaciones contrarias a la Constitución exigirá la previa
revisión constitucional”.

La incorporación de España a la Unión Europea hizo que la Constitución incluyese el art.,


explica que será una Ley Orgánica la que autorice la celebración de tratados por los que se
atribuya a una organización internacional el ejercicio de competencias derivadas de la
Constitución.

Lo importante en esto es que la Constitución española contiene una fórmula que permite al
legislador orgánico (LO) limitar la soberanía del Estado español mediante la transferencia
de una parte de la misma a una organización supranacional.

La materia constitucional que ha experimentado un proceso más acusado de


“internacionalización” ha sido la que respecta a los derechos fundamentales. Podemos decir
que este es el terreno en el que más ha progresado la formación de una “opinión pública
internacional”.

5. El estado aconfesional

En España, la expresión colectiva del sentimiento religioso ha tenido y sigue teniendo un


protagonista fundamental, la Iglesia Católica.
Así lo pone de manifiesto la propia Constitución, que además de reconocer la
aconfesionalidad del Estado y la consiguiente neutralidad del poder público en su relación
con las diferentes confesiones religiosas, hace una referencia explícita a la Iglesia Católica,
con la que se meantendrán relaciones de cooperación así como con las demás confesiones.
En teoría, todas las confesiones religiosas son iguales para el Estado. En la práctica, la
Iglesia Católica ocupa una posición dominante en la expresión del sentimiento religioso en
la sociedad española. Esto hace que las relaciones entre el poder político y las confesiones
religiosas sean, de manera casi exclusiva, las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado
español.

La gran tensión que puede llegarse a dar entre el Estado y la Iglesia Católica nace de la
propia naturaleza social del hombre, integrado simultáneamente en una comunidad política
necesaria (el Estado) y en una comunidad religiosa opcional (la Iglesia Católica). Las
exigencias de una y otra pueden ser contradictorias.

Aprender a convivir con dicha tensión ha sido un proceso particularmente difícil en España.
Por ello, el constituyente español de 1978 ha intentado alcanzar un equilibrio en la materia
estableciendo una serie de principios:
-La libertad religiosa, que permite el reconocimiento de las confesiones no católicas.
-La no confesionalidad del Estado, que exige la neutralidad religiosa de los poderes
públicos.
-La igualdad jurídica, que excluye toda discriminación o privilegio basado en la religión.
- El establecimiento de relaciones de cooperación con “la Iglesia Católica y demás
confesiones religiosas”.
Haciendo referencia a las relaciones con la Iglesia Católica, debemos mencionar los cuatro
acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede, que prevén una serie de espacios de
colaboración en asuntos jurídicos, económicos, culturales y religiosos.

6. El modelo económico del Estado

El Estado Constitucional se va a organizar en torno a la idea de que “la propiedad no es el


fundamento de la actividad humana libre, sino que es la actividad humana libre el
fundamento de la propiedad”.

El término Constitución Económica nace después de la Primera Guerra Mundial para


defender la propiedad privada (1789) frente a la posible socialización de la misma (1917).

Actualmente, este concepto hace referencia al conjunto de normas constitucionales


destinadas a proporcionar el marco jurídico fundamental para la estructura y
funcionamiento de la actividad económica. Por lo que, como puede verse, ha dejado de ser
un concepto polémico y ha pasado a ser un concepto descriptivo.

La Constitución española de 1978 ha diseñado un sistema económico adaptado a nuestra


nueva realidad histórica, la economía social de mercado. En este nuevo sistema se garantiza
el derecho a la propiedad privada (art. 33 CE) y se reconoce la libertad de empresa (art.
38). Para su control, la CE contempla una serie de técnicas de intervención estatal,
recogidas, principalmente, entre los arts. 128 y 131 (subordinación de la riqueza al interés
general, la iniciativa pública en la actividad económica, planificación económica, etc).
El sistema económico que establece la Constitución es, por tanto, un sistema capitalista
configurado por una serie de limitaciones. Puede deducirse un marco normativo unitario y
sistemático, característico de un modelo capitalista avanzado, en el que se consagra el
principio general y unitario de mercado y se prevén una serie de instrumentos legales de
intervención pública en la economía, cuya utilización queda remitida a la voluntad política
de los órganos competentes.

7. Otras señas de identidad del Estado

1. La lengua como seña de identidad (art. 3 CE): “el castellano es la lengua oficial del
Estado”, siendo las demás lenguas españolas oficiales en sus respectivas Comunidades
Autónomas.
2. La bandera como seña de identidad (art. 4 CE): “...está formada por tres franjas
horizontales, roja, amarilla y roja...”.
3. El escudo de España no ha sido constitucionalizado como seña de identidad del Estado,
aunque sí ha sido objeto de regulación por Ley Orgánica.
4. Y, finalmente, la capitalidad del Estado (art. 5): “La capital del Estado es la villa de
Madrid”.

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