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DERECHO Y PODER
Sin embargo, atendiendo a la realidad histórica nadie niega en la actualidad que Derecho
y Política se superponen, se influyen recíprocamente y resisten al establecimiento de
límites claros de separación entre ambas esferas. Es evidente también que en el mundo
moderno se ha ido produciendo una progresiva conexión entre la realidad jurídica y la
realidad del Poder. Suele afirmarse que con propiedad sólo puede plantearse la relación
Derecho-Poder a partir de dos conceptos históricos: el Derecho moderno y el Estado,
forma moderna del poder político, puesto que la concepción medieval del Derecho y la
forma medieval del poder político no permiten un planteamiento adecuado de dicha
relación (González Vicén). Frente al pluralismo político medieval, el concepto de
soberanía, que Bodino definiera como “poder absoluto y perpetuo de una república”, es
el concepto unificador del poder político moderno, y, dado que entre los principales
atributos de la soberanía se encuentra el de producir normas jurídicas, puede decirse que
con Bodino se inicia de modo riguroso la relación Derecho-Poder anunciada por
Maquiavelo (Peces-Barba)
Sin entrar ahora a examinar los elementos de la polémica entre las diferentes posturas
sobre el tema, lo que parece claro es que valorar la relación entre Derecho y Poder supone
reconocer que la justicia del Derecho es inseparable de la legitimidad del Poder, que si
queremos saber cuál es el Derecho justo debemos plantearnos cuál es el Poder legítimo.
Se reconoce en términos generales que mientras el Poder sin derecho es ciego, el Derecho
sin Poder está vacío. A partir de aquí, la diferencia entre el Derecho Público tradicional y
la teoría normativa del Derecho reside sobre todo en un diferente enfoque del problema:
para el primero la cuestión sustancial es la legitimidad del Poder, para la segunda la
efectividad del sistema normativo (Bobbio). Así se afirma que la norma fundamental tiene
en una teoría normativa del Derecho la misma función que la soberanía en una teoría
política del Derecho: la función de cerrar el sistema, pues el poder soberano es el poder
de los poderes y la norma fundamental es la norma de las normas tal y como veremos al
analizar el concepto de Ordenamiento jurídico.
Desde una u otra perspectiva se coincide en señalar que para la existencia de un poder
legítimo, o para la efectividad del sistema normativo, la fórmula del Estado de Derecho
proporciona los elementos estructurales imprescindibles. La relación Derecho-Poder tal
como se viene desarrollando en el moderno constitucionalismo se irá perfilando al
analizar el concepto de Estado de Derecho y los modelos teórico-prácticos de
organización en que se manifiesta.
2. EL ESTADO DE DERECHO
2.1 Orígenes y caracteres
Aunque es muy difícil precisar el concepto de Estado en general, tal como hemos señalado
parece admitirse que se trata de un concepto histórico con el que se alude a la forma de
organización política surgida en Europa en los inicios de la Edad Moderna. En el Estado
moderno el poder está centralizado y de él emana el conjunto de normas jurídicas
destinadas a resolver los conflictos de una sociedad que ya ha alcanzado cierta
complejidad. Así, Estado y Derecho aparecen estrechamente vinculados en el sentido de
que todo Estado produce un Derecho, crea un orden jurídico, dicta leyes. Para que un
Estado pueda calificarse como Estado de Derecho no basta, sin embargo, con esta
vinculación. El Estado, por el mero hecho de contener un sistema de legalidad, por
producir una serie de leyes, no es Estado de Derecho. Hay que tener bien en cuenta este
punto: “no todo Estado es Estado de Derecho” (E. Díaz). El Estado de Derecho supone la
limitación del poder del Estado por el Derecho, la regulación y control por la ley de los
poderes y actividades estatales.
El “imperio de la ley” es el primer rasgo distintivo del Estado de Derecho; se podría incluso
llegar a decir que es su rango definitorio, pero siempre y cuando la ley cumpla dos
condiciones fundamentales: que sea expresión de la voluntad general y que se oriente a
la defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos. Para el cumplimiento de estas
dos condiciones el imperio de la ley ha de situarse en el contexto político basada en la
división de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, donde la actuación de la
Administración respete la primacía de la ley garantizada por el control jurisdiccional.
El Estado de Derecho, es, por consiguiente, una forma determinada de Estado, con una
serie de características o elementos diferenciales respecto a otros tipos de Estado. Como
realidad histórica, el Estado de Derecho surge en la Revolución francesa de 1789 y es, ante
todo, el resultado de la reacción contra el antiguo régimen absolutista. Acabar con este
régimen es el objetivo de todos los movimientos políticos y sectores doctrinales que
contribuyen a la formulación teórica y creación histórica de los Estados de Derecho. Para
comprender por qué nace y qué es el Estado de Derecho hay que conocer la situación
anterior, es decir, el Estado absoluto o Estado-policía.
En el desarrollo histórico de las formas estatales, la etapa del Estado moderno en la que
la forma de Gobierno es la monarquía absoluta se conoce efectivamente con el nombre
de Estado-policía. Esta expresión, que contiene un sentido peyorativo, es acuñada por los
historiadores alemanes del siglo XIX para definir el antiguo régimen absolutista. En el
Ancien Régime la configuración del Estado realizada por la monarquía supone la
concentración de poderes en la figura del monarca y correlativamente el ejercicio
arbitrario de los mismos. El Estado-policía o Estado absoluto, contra el que se alzan los
revolucionarios franceses, queda plasmado gráficamente en las palabras que dirige a Luis
XIV uno de sus cortesanos: “Todos vuestros súbditos os deben su persona, sus bienes, su
sangre, sin tener derecho a pretender nada. Sacrificando todo lo que ellos tienen cumplen
su deber y no os dan nada, porque todo es vuestro”.
Para poner fin a esta situación, para acabar con la arbitrariedad y garantizar la libertad
individual, el Estado debe proveerse de las notas antes apuntadas convirtiéndose en
Estado de Derecho. Así pues, los elementos del Estado de Derecho serán en términos
generales los siguientes: imperio de la ley, entendiendo la ley como emanación de la
voluntad general; orientación de la ley a la defensa de los derechos y libertades
fundamentales; división de poderes y la legalidad de la actividad administrativa. Los
diversos modelos teórico-prácticos de organización en que estos objetivos se manifiestan,
y que a continuación describiremos, muestran las diferentes posibilidades de realización
de las notas que configuran el Estado de Derecho de forma general, aunque cuando
hablemos del Estado Constitucional observaremos que algunas de estas notas ya son casi
irreconocibles respecto a su sentido original.
Con la expresión Estado liberal de Derecho se alude al modelo de Estado de Derecho que
resulta del contexto socio-económico e ideológico del liberalismo clásico, es decir, es el
Estado de Derecho tal como se presenta desde su nacimiento en la Revolución francesa
hasta la primera guerra mundial en que comienzan a esbozarse los rasgos del Estado social
de Derecho.
Sin embargo, aunque la ley se pretende expresión de la voluntad popular, uno de los
rasgos específicos del Estado liberal es la existencia de formas de sufragio restringido,
generalmente de carácter censitario, es decir, limitando el derecho de voto a los que
pagan una cierta cantidad de impuestos o “censo”. El verdadero cuerpo electoral se
restringe a una minoría de ciudadanos: la burguesía, cuya voluntad se identifica con la
voluntad general. El monopolio de la vida política lo ostenta el burgués mientras quedan
al margen de los asuntos públicos tanto los hombres no propietarios como todas las
mujeres. De esta manera se produce una división entre ciudadanos “activos” y “pasivos”,
entre el país “legal” y el país “real” (A. Hauriou).
Se podría llegar a pensar que la ausencia de sufragio universal quiebra la idea de soberanía
popular, la que residen en todos y cada uno de los ciudadanos, hasta el punto de
desvirtuar la propia esencia del concepto de Estado de Derecho. Ahora bien, en el Estado
liberal, a pesar de esta deficiente realización de la voluntad general, se invierte
sustancialmente la situación del absolutismo y la ley aparece al menos formal y
parcialmente como creación de un órgano de representación popular libremente
nombrado.
Algo parecido ocurre con la segunda nota del Estado de Derecho: la orientación de la ley
a la defensa de los derechos y libertades fundamentales. La exigencia de que el Estado no
invada la esfera de la intimidad personal y respete los derechos del hombre parte de la
creencia en que la dignidad y la libertad humana están por encima del Estado. Desde esta
creencia Kant elabora su doctrina jurídico-política pudiendo considerarse la más
importante fundamentación del Estado liberal de Derecho. Para Kant el Estado tiene
como finalidad la garantía de la libertad, no de la felicidad; se trata de garantizar la libertad
a cada uno mediante la ley, la libertad privada para que cada uno busque la felicidad a su
modo. Precisamente eso es lo que le separa del Estado paternalista, despótico, que
pretende proporcionar la felicidad a sus súbditos y por ello los tiraniza (J. de Lucas).
En la obra kantiana se percibe la grandeza y la miseria del Estado liberal que si bien
proclama como fines del Derecho la justicia, la igualdad y la libertad, algunas de sus
propuestas hacen imposible la consecución practica de tales fines y especialmente el de
la igualdad (Ballesteros).
Volviendo a nuestro contexto jurídico, según dijimos paginas atrás, para que la ley
aparezca como expresión de la voluntad general y para que se oriente a la defensa de los
derechos y libertades fundamentales, se considera imprescindible la estructuración entre
los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial en el Estado liberal de Derecho es el tercer
aspecto del mismo que nos interesa conocer.
El esquema que divide los poderes del Estado en legislativo, ejecutivo y judicial fue
diseñado por Montesquieu siguiendo a Locke. Las funciones que en principio se atribuyen
a cada uno de ellos son a grandes rasgos los siguientes: al legislativo la función legislativa
de creación de las leyes, al ejecutivo la función ejecutiva de aplicación de leyes y al judicial
la función judicial, sustancialmente diferente de la anterior, de aplicación de las leyes al
caso concreto resolviendo los conflictos que se le plantean. Se trata más de distribuir las
funciones y de evitar intromisiones de un poder en las funciones de otro, que de separar
rígidamente los poderes. La separación de poderes fue una formula decisiva para acabar
con el poder omnímodo del Estado según la famosa máxima de Montesquieu “detener el
poder con el poder”. Así, en su origen, el principio de la división de poderes pretende
evitar la concentración de los mismos en manos sobre todo del titular del ejecutivo. Al
estar separados los tres poderes y actuar independientemente, equilibran sus fuerzas y
se limitan y controlan entre sí. Ello redunda en beneficio de la libertad de los ciudadanos
y del respeto de sus derechos, ya que se intenta proteger a los ciudadanos de los abusos
que se derivan de la acumulación del poder en un solo órgano.
La supremacía de la ley, factor decisivo como hemos visto para que pueda hablarse de
Estado de Derecho, rompe de algún modo el equilibrio entre los poderes del Estado. El
legislativo se sitúa sobre el ejecutivo y sobre el judicial. La función legislativa de creación
del Derecho prima sobre las otras dos funciones. El poder legislativo se caracteriza por
esta posición de predominio y el poder judicial debe caracterizarse ante todo por su
independencia respecto a las presiones tanto del legislativo como del ejecutivo. La
seguridad, libertad y derechos de los ciudadanos dependen en gran medida de la
autenticidad de esta independencia a la hora de juzgar.
No hay que perder de vista en ningún momento que el Estado social es, en efecto una
modalidad del estado de derecho lo que significa que, a pesar de los cambios respecto a
la etapa anterior, subsisten los elementos configuradores del estado de derecho antes
señalados: Imperio de la ley como producto de un órgano popular representativo,
garantía de los derechos y libertades fundamentales, división de poderes y sometimiento
de la administración al principio de legalidad. Se trata de atender a una serie de exigencias
de justicia social sin renunciar a la defensa de las libertades tradicionales de carácter
individual, desde una perspectiva que haga posible compatibilizar los principios de
libertad y solidaridad antes contrapuestos según señala Mortati. El estado social se basa,
por consiguiente, en la conciencia de la necesidad de liberar al hombre no solo del miedo
a la opresión y la tiranía, tal como había hecho el estado liberal, sino también de la
menesterosidad social, del hambre, de la miseria y de la incultura (Ballesteros). Este punto
debe ser tenido en cuenta para que el estado social quede claramente diferenciado de
cualquier forma de totalitarismo fascista, que nunca puede entrar en los esquemas
teórico-prácticos del Estado de Derecho.
Pero la idea del estado social es anterior a esta primera consagración constitucional. La
formulación como tal del noción devastado social de derecho se debe a Herman Heller
que en su famoso y premonitorio escrito de 1929 “¿Estado de Derecho o Dictadura?
“Afirma que, frente a la anarquía económica y la dictadura fascista la solución no está en
renunciar al estado de derecho sino en darle un contenido económico y social, en realizar
dentro de su marco un nuevo orden laboral y de distribución de bienes. Con ello, Heller
manifiesta su continuidad respecto a la perspectiva socialista democrática que se remonta
a mediados del siglo XIX configuras decisivas para comprender el ambiente en que surgen
los derechos sociales, como en Francia Louis Blanc y en Alemania Ferdinand Lassalle de
quien cabe recordar sus emblemáticas frases sobre el fin de la vieja idea Burguesa del
“Estado, vigilante nocturno” simple celador de seguridad y propiedades, y la
reivindicación como “La verdadera naturaleza moral del estado” de su función de creación
de las condiciones sociales suficientes para ser efectiva la libertad del ser humano (peces-
barba). Por otro lado, hay que destacar la influencia del Lorenz Von Stein, que concibe las
reformas sociales como una opción alternativas a la revolución política (García Pelayo) en
un intento de compaginar el progreso de las clases menos privilegiadas con la
conservación de las instituciones más tradicionales.
Así, mientras que el socialismo democrático y el movimiento obrero, surgidos para
denunciar los conflictos de clase a que había dado lugar el estado liberal, influyeron
notablemente en la incorporación de los derechos sociales a los textos constitucionales,
también el pensamiento liberal más progresista fue decisivo a la hora de sentar las bases
del estado social de derecho, de modo muy particular la obra de Keynes que define las
grandes líneas del Welfare State o estado del bienestar. El estado social, aunque no puede
identificarse con el estado de bienestar se caracteriza por buscar como principal objetivo
la consecución de un bienestar social general. La forma de producción capitalista se hace
compatible con esta objetivo a través de uan serie de medidas que vienen a corregir las
injusticias del mercado, esto es, vienen a cuestionar el que los poderes públicos hayan
permitido el desarrollo libre de las leyes de la producción que ha generado enormes
desigualdades sociales y económicas en el estado liberal. Las condiciones del capitalismo
permiten introducir estas medidas correctivas con las que se tendera al bienestar general.
En el Estado social la asunción por los órganos del poder público de medidas para regular
la esfera de las relaciones económicas y el reparto de los recursos que se ha sustraído en
gran parte al contraste de los intereses privados, ha supuesto importantes cambios en el
Derecho, que ejercita funciones no solo protectoras y represivas sino también
promocionales y distributivas. El estado deja de ser predominantemente aparato de
represión, para pasar a ser fundamentalmente aparato de prestación, lo que supone un
cambio de funciones del Estado y del Derecho, sobre todo, el paso a la función
promocional, en que ha profundizado de modo particular Norberto Bobbio.
La primera de sus funciones es sin duda, determinante para identificar al Estado social
respecto al Estado liberal basado en la separación Estado-sociedad. Frente a esta situación
de pretendida separación Estado-sociedad, suele afirmarse que a partir de la segunda
guerra mundial, mediante diversas técnicas, se va consolidando un doble fenómeno de
socialización del Estado y estatalización de la sociedad. En el propio ámbito de la sociedad,
el individuo ha de proceder a constituirse de los grupos empresariales y de las
organizaciones sindicales. La incapacidad de dar respuestas a múltiples demandas e
intereses en el marco de las relaciones sociales conducirá a estos grupos y organizaciones
a insertarse en el juego de la disolución de la distinción tradicional entre lo público y lo
privado (de Vega). En este aspecto profundizaremos a lo largo de la primera parte del
capítulo dedicado a abordar la relación de Derecho público-Derecho privado.
Por otra parte, el nuevo vinculo Estado-sociedad se manifiesta, con palabras de Guarino,
en el paso del Estado limitado al Estado responsable, que se preocupa de los efectos de
orden económico y social que los actos jurídico- públicos han de inducir y no solo de los
efectos jurídicos. Tal transformación supone que la legitimidad de la acción estatal se
mida principalmente en el Estado actual por su eficacia, por su capacidad de conseguir y
mantener unas determinadas condiciones de vida, lo cual acarrea redefinir la posición y
el significado de la Administración en el complejo estatal (Parejo Alfonso). En esta función
de remodelación social se plasman las virtualidades y contradicciones presentes en el
Estado social de Derecho, que pretende, como se establece en el artículo 9.2 de nuestra
Constitución, remover los obstáculos en el camino hacia la libertad y la igualdad sin alterar
sustancialmente el momento de la producción que singulariza al sistema capitalista.
La constitucionalización de la cláusula del Estado Social, con preceptos tan ambiciosos
como el 9.2 de la constitución española o el 3.2 de la constitución italiana, conlleva un
cambio decisivo en el propio papel y sentido de la constitución que se convierte en una
norma judicialmente eficaz. Como es sabido, frente al constitucionalismo americano, en
el que siempre se ha considerado que las normas contenidas en la constitución son
Derecho, en el continente europeo hasta bien entrado el siglo XX los textos
constitucionales, divididos en parte orgánica y parte dogmática se limitaban al
establecimiento de los órganos superiores del Estado y la definición de una serie de
derechos con que garantizar la libertad individual y limitar el poder. Fuera de este ámbito,
la constitución carecía de valor normativo específico, contenía principios programáticos
pero no el orden jurídico básico de la comunidad. La nueva orientación del
constitucionalismo europeo mantendrá ya la supremacía normativa de la constitución; se
considera que la totalidad de sus preceptos vincula jurídicamente y es inmune frente a
cualquier norma u orden contraria a sus mandatos.
En cuanto a la faceta del Estado social como Estado asistencial, el también llamado Estado
obrero o estado benefactor, hay que señalar que, mientras en su vertiente de
intervención el Estado actúa en el orden de la gestión pública de la economía, en la
vertiente a través de un plan general y complejo de transferencias de capital. En esta
decisiva faceta del Estado social pueden distinguirse dos funciones principales: la primera
consistente en generar empleo, determinar legalmente las condiciones de contratación
laboral y regular el régimen salarial mínimo; la segunda consistente propiamente en
otorgar prestaciones en un complejo sistema de seguridad social y subsidios de
desempleo, que ha supuesto un continuo incremento de actividades, subsidios
subvenciones, a cubrir con un gasto social insuficiente (Cotarelo). Estas funciones del
Estado asistencial se proyectan en el reconocimiento y protección de derechos sociales,
sobre los que volveremos más adelante en el capítulo dedicado a los derechos humanos.
Los objetivos propuestos por el Estado social se han visto en gran medida obstaculizados
por múltiples factores económicos, políticos y jurídicos, que han llevado a su tan invocada
crisis. La crisis económica de los años setenta pone ya en cuestión la doctrina de Keynes
y el conjunto de ideas que hacía aceptable a los diversos agentes sociales el papel que el
Estado tenía en la economía, así como las medidas redistributivas y sociales. Desde
entonces, no ha dejado de intensificarse el fenómeno del debilitamiento de la imagen del
Estado soberano que dicta las leyes y dispone del monopolio de la fuerza para hacerlas
respetar y de su sustitución por la imagen pluralista y policéntrica de un Estado que
desempeña la función de mediador, de garante, y a veces de simple espectador en la
oposición entre grupos, organizaciones, asociaciones políticas, económicas y sociales que
se disputan el terreno y que son a veces más fuertes que el propio Estado. Se trata, ante
todo, de una crisis de gobernalidad, es decir, de la capacidad de dar respuesta adecuada
a las demandas que la sociedad dirige de modo cada vez más intenso y urgente a los
órganos del poder, y la creciente apatía política estrechamente ligada a la falta de
credibilidad de los partidos.
Ante la nueva situación, se ha ido esbozando la tesis del Estado Constitucional que se
plantea como una nueva forma de estructuración del poder estatal fundada sobre el
principio de la “soberanía de la constitución”. Pero el Estado constitucional no se presenta
como superación del Estado Social, sino más bien como manifestación de sus exigencias
y de sus tensiones internas. Es decir, mientras que el Estado social aparecía como una
modalidad de Estado de Derecho que trataba de superar los déficits del Estado liberal, en
el paso al Estado constitucional nos situamos en otro plano, no como alternativa al Estado
social, sino como descripción de las transformaciones sufridas a lo largo de la evolución
del Estado de Derecho, transformaciones que parecen llegar al límite en que sus notas
básicas ya son casi irreconocibles. Así, el estado constitucional siempre aparece opuesto
al estado de derecho decimonónico, es decir, al estado liberal, no al estado social, ya que
el estado social de derecho al ser permeable a las exigencias sociales es ya incompatible
con el inmovilismo normativo e institucional a que conducía la idea de seguridad jurídica
que se encontraba en los orígenes de estado de derecho. Como indica Pereza Luño, la
propia noción de seguridad jurídica adopta un sentido dinámico que implica la aceptación
tacita de la cláusula rebus sic stantibus como criterio básico de la política legislativa. El
legislador del estado social de derecho no puede congelar el sistema jurídico en normas
ajenas al apremio de la historia. Ello no solo por exigencias de justicia sino también de
seguridad jurídica. Podría decirse que el estado se mantiene en la tensión, muchas veces
insostenible, entre el principio de legalidad y el criterio de la eficiencia.
Por consiguiente, el estado constitucional puede ser visto bien como el fruto de la
evolución del estado de derecho o bien como una nueva fórmula que viene a sustituir un
sistema de estructuración del poder desbordado por la dinámica de los cambios sociales
y por el incremento de la pluralidad en todos los ámbitos, es decir una forma que intenta
dar cuenta de los importantes problemas planteados por los cambios reales para los que
no se encontraba respuesta en el marco del estado de derecho. La expresión “Estado
constitucional” define el intento de explicar las novedades que implica el
constitucionalismo contemporáneo respecto a la situación del siglo pasado, pues como
ya hemos visto en el apartado anterior, la mayor parte de las constituciones de nuestro
siglo, especialmente después de la segunda guerra mundial, son Constituciones rígidas
que tienen carácter normativo, no meramente programático, y que han creado y
transformado ciertas instituciones del Estado con la alteración consiguiente de los
elementos básicos del Estado de Derecho. El imperio de la ley, la posición de los derechos
fundamentales, la división de poderes y el sometimiento de la Administración al principio
de la legalidad han adquirido un nuevo sentido y se han visto directamente afectados por
la creación de una nueva figura de control: los Tribunales o Cortes constitucionales, que
deben velar por la correcta aplicación y protección de la Constitución.
En efecto, como consecuencia de todo el proceso descrito al hablar del Estado social, se
va produciendo la crisis de la vinculación de la Administración a la ley previa. La
administración resulta incontrolable en su pretendida sumisión al principio de legalidad.
El poder ejecutivo recobra una gran preponderancia en la dirección política, económica y
social dada la superación, por parte del aparato estatal, de su función “garantizadora” y
de la asunción de tareas de gestión directa de grandes intereses públicos. Así tanto el
poder legislativo como el ejecutivo e incluso el judicial participan en los procesos de
formación de las decisiones políticas.
Como hemos anticipado, el Estado constitucional aparece aquí como la fórmula que
intenta describir y poner remedio a esta situación a través de la previsión de un Derecho
superior a la ley, la Constitución, dotada de fuerza obligatoria incluso para el legislador.
No se trata de negar o de acabar con el proceso de desformalización del Derecho, sino de
ponerlo bajo control a través del sometimiento del estado al texto y la praxis
constitucionales. El objetivo es contener, orientar, los desarrollos contradictorios de la
producción del Derecho. El problema de la unidad del ordenamiento solo se puede cifrar
en unos conjuntos de principios y valores constitucionales superiores sobre los que es más
fácil obtener un consenso social suficientemente amplio. Como señala Zagrebelsky, el
pluralismo no degenera en anarquía normativa si, más allá de las diferentes estrategias
particulares de los grupos sociales, hay un acuerdo general sobre algunos aspectos
estructurales de la convivencia política y social que quedan consagrados en un texto que
está por encima de la concurrencia de fuentes y de los intereses de cada ley en concreto.
La ley, que era la que ostentaba la auténtica soberanía en el siglo pasado cede el paso a
la constitución. El mundo del Derecho, los derechos y la justicia, ya no se reducen a lo
dispuesto por la ley.
La constitución contiene el conjunto de reglas del juego que ordenan la dinámica social y
se convierte en la fuente capaz de dotar de unidad y coherencia al sistema político-
jurídico. La constitución ya no tiene por objeto solo la distribución formal del poder entre
los distintos órganos estatales, sino que está dotada de un contenido material,
singularmente principios y derechos, que condicionan la validez de las normas inferiores.
Se ha producido la llamada “sustencialización” o “rematerialización” de los documentos
constitucionales (M. La Torre), que expresa la idea de que la constitución encarna un
“orden de valores” o una “unidad material”. La constitución es fuente del Derecho en el
sentido pleno de la expresión es decir origen mediato e inmediato de derechos y
obligaciones, y no solo fuente de las fuentes (F. Rubio). El constitucionalismo moderno ha
incorporado gran parte de los contenidos o valores de justicia elaborados por el
iusnaturalismo racionalista e ilustrado (L. Ferrajoli). Las Constituciones fijan los límites
sustanciales a la actividad legislativa y al resto de instancias públicas y privadas que
influyen en las tomas de decisiones. Entre las normas materiales de la Constitución, que
marcan los límites y los objetivos a seguir, destacan los derechos fundamentales, que son
los criterios básicos de la normatividad y que han de dirigir todas las esferas de las
relaciones sociales. Su eficacia frente a todos, es decir, tanto en el ámbito público como
en el terreno económico y social, supone una transformación importante respecto al
papel que les era asignado en el Estado liberal. Sobre esta cuestión volveremos de forma
pormenorizada en el capítulo 12.
Ahora basta con señalar que el tema de los derechos representaba un punto de encuentro
en las transformaciones constitucionales que se dieron a la vista de las posibilidades
reales de caer en regímenes totalitarios en países donde ya se había llegado a su
reconocimiento formal. Los totalitarismos habían surgido de ideologías que negaban valor
a la vida personal separada de la totalidad del Estado. El renacimiento de los derechos
humanos después de la segunda guerra mundial, tuviera o no un sentido iusnaturalista,
trataba de evitar la repetición de las aberraciones producidas en parte por la ausencia de
un terreno común, intangible e innegociable, de valores y principios objetivos. El derecho
debería recuperar un ámbito indiscutible, que pudiera tomarse como un punto de partida.
La solución consistió en la constitucionalización de los derechos, una solución que se
apartaba de la tradición estatalista del Estado de derecho, donde los derechos, aun
estando presentes en la constitución, tenían, como veíamos, un carácter meramente
programático, no operante sin desarrollo legislativo. En el constitucionalismo europeo
contemporáneo los derechos tienen una posición podríamos decir intermedia entre el
papel asignado tradicionalmente en la concepción francesa, estatalista y legislativa, y la
concepción americana, preestatalista y jurisdiccional. Tanto la ley como los derechos
tienen su dignidad constitucional (G. Zagrebelsky). Los derechos adquieren valor jurídico
positivo desde el momento en que aparecen plasmados en el texto constitucional, que
tiene valor normativo y eficacia sin necesidad de desarrollo legislativo. En caso de
conflicto entre los derechos y la ley, prevalecen los derechos, y ahí desarrolla toda su
función la figura del Tribunal Constitucional.
También los jueces ordinarios se ven vinculados por los preceptos constitucionales
adquiriendo un papel muy distinto al asignado en el Estado Liberal, donde la función
judicial era secundaria y la actividad de los juristas se entendía como un simple servicio a
la ley. En el estado constitucional, los jueces desarrollan una importante tarea de
aplicación de la Constitución que incluye la potestad de enjuiciamiento de la
constitucionalidad de las leyes a aplicar y la interpretación constitucional de todo el
ordenamiento jurídico. Por otra parte, se observa una creciente judicialización de la vida
social. Se han acrecentado las expectativas generales de justicia material y se da una
fuerte demanda de tutela efectiva de derechos tanto individuales como colectivos (C.
García Pascual).
Como explica Prieto Sanchís, la tesis del estado constitucional ofrece argumentos contra
la posición del juez como sujeto “neutro” que realiza una tarea mecánica o subjuntiva al
aplicar la norma al caso, pero también contra la posición contraria del juez que goza de
una relativa pero irremediable discrecionalidad dado que toda norma adolece de una
vaguedad congénita, de una zona de penumbra en la que siempre resultara dudosa la
correcta subsunción del caso. La base de la justicia constitucional se encuentra en el
concepto de razonabilidad. Concepto que resulta más necesario cuanto más nos alejamos
de las reglas y nos acercamos a los principios, pues ante ellos el papel que asume el
intérprete sólo es aceptable si el juez proporciona una buena justificación. Pero nos
encontramos ante cuestiones de gran envergadura, como la relativa a las funciones de los
principios o al tema de la decisión jurídica y la justificación racional, que serán analizadas
con atención en otros capítulos del libro a los que remitimos en este momento.
Aunque, como dijimos páginas atrás, los conceptos de estado y de derecho se encuentran
estrechamente vinculados en la edad moderna y de un modo especial en el estado de derecho
que acabamos de analizar, lo cierto es también que en la actualidad la idea de estado nacional
sufre una crisis profunda por razones muy diversas que lleva a buscar otras fórmulas de
estructuración del poder político con repercusiones indudables en el ámbito jurídico. La
situación propicia que algunos lleguen a pensar que la época del estado soberano puede haber
pasado ya (N. MacCormick)
Tanto en la esfera supraestatal como en la infraestatal, es decir en una esfera más amplia y más
restringida que la del estado-nación, se pone hoyen tela de juicio el protagonismo de los órganos
estatales, que durante varios siglos han centralizado el poder decisorio en el terreno político,
jurídico y en gran parte también en el económico, sobre todo a partir del surgimiento del estado
social de derecho.
Nos encontramos en una situación de crisis de la estructura jurídico-política estatal y, por tanto,
en una situación de transición hacia nuevos modelos de organización del poder político y nuevas
instituciones de cooperación. La fórmula del federalismo, que es la expresión de diversidad y
heterogeneidad, aparece hoy como una de las alternativas al estado nacional, que por el
contrario ha homogeneizado todas las comunidades existentes en su territorio y ha
uniformizado las costumbres y culturas. Los partidarios de la solución federalista mencionan
entre sus ventajas que la relación entre diversas comunidades integradoras del sistema federal
se fundamenta en la noción de no- subordinación, y que los niveles de decisión se corresponden
con las dimensiones de las comunidades y la envergadura de las tareas propuestas posibilitando
una mayor participación de los ciudadanos. (G. Jáuregui)