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DESPUÉS DE LA LLUVIA

por

Santiago de Arena

PERSONAJES

ELLA / ÉL

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ACTO ÚNICO

Tarde nublada. Cocineta en el departamento de Ella. Ella termina de llenar la


cafetera. Se encuentra visiblemente nerviosa. Se arrepiente luego de haber
guardado un recipiente en la alacena, lo toma de nuevo y agrega un poco más de
grano. Mira la hora. Guarda de nuevo el recipiente del café y, con absoluta
precaución, toma un frasquito del rincón de la alacena. Se muestra indecisa,
pareciera que lo va a guardar de nueva cuenta sin usarlo. Finalmente, cubriéndose
la boca con las palmas, cierra los ojos y suspira. Destapa lentamente, vierte un par
de pequeñas cucharadas en la mezcla que prepara y al momento se oyen truenos
alejados en el cielo. El sonido del estruendo la congela. Mira la hora. Aún más
nerviosa, llena el depósito del agua y pone a andar la cafetera. Guarda el frasquito
y la cuchara en los bolsillos de su saco y se retira. Se oye una puerta que se abre
y, justo antes de escuchar que se cierra, se apaga la luz. Ya en tinieblas,
comienza a llover.

PENUMBRA

Ha caído la noche y persiste el rumor de la lluvia. Pequeño salón comedor en el


departamento de Ella. Se oye el repicar de un juego de llaves y el girar de unos
cerrojos que se abren. Las voces del Él y Ella se aproximan en la obscuridad.

Él: ¿Estás segura de que no tienes problema?

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Ella: ¡Te digo que ya estaba por dormirme! (Se enciende la luz) Cancelaron una
cita y me quedó la tarde libre. Ya no pensaba salir a esta hora; pero, de
pronto, recordé que tenía que bajar a la tienda. Hasta dejé puesto el café…

Él: ¡Oye, qué pena! ¿Y qué es lo que ibas a buscar? Ya no dejé que terminaras
con tus compras… Si quieres te acompaño a conseguir lo que…

Ella: ¡No te apures! Ya no importa. Lo importante es que ya estamos aquí. Mejor


quítate esos trapos para que pueda ponerlos a secar, no te va a hacer nada
bien el quedarte mojado.

Él se quita la bufanda y va soltando los botones de su abrigo, pero al notar que


Ella lo observa atentamente, se detiene. Ella reacciona, busca un modo de ocultar
su nerviosismo y da la espalda pretextando buscar una toalla de cocina.

Él: (Esforzándose por parecer natural) Pues, entonces tuve suerte de


encontrarte para no morir ahogado. Como ves le sigo huyendo a los
paraguas.

Él entrega sus prendas y Ella, luego de ofrecerle una toalla, las coloca en los
respaldos de las sillas que no serán ocupadas.

Gracias. ¡Oye, qué linda está tu casa! ¿Dices que apenas te mudaste para
acá?

Ella: Justo la tarde del día de San Juan. Fue decisión de última hora, aunque
creo que tuve suerte al conseguir arrendamiento en esta época del año.
Pero, ¿a ti que te trae por estos rumbos?

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Él: (Sin reparar en lo que dice) Vine a afinar unos detalles del… (Luego de una
pausa en la que ha cobrado conciencia de sus palabras)…del banquete.

Ella: Entonces, ¿es verdad que te casas?

Él: (Buscando no marcar una intensión en sus palabras) A fin de mes. ¿Cómo
lo sabes?

Ella: Ya lo ves. Creo que es el riesgo de obstinarme en vivir en la misma ciudad


y seguir frecuentando los mismos lugares.

Él: (Reflexivo) Supongo que así es.

Ella: ¡Tranquilo! En verdad me da gusto por ti… También entiendo que no me


hayas avisado de tu boda.

Él: (Contrariado) Oye, gracias por todo, pero creo que esto no está
funcionando. (Hace ademán de retirarse).

Ella: (Intentando detenerle) ¡No exageres! Además ya me habías aceptado el


café. Deja al menos que termine de llover.

Él se detiene.

Mejor ayúdame a arreglar la mesa. (Señalando la alacena) Guardo las


tazas en la puerta de la izquierda, pero sólo saca la tuya.

Él: ¿Sólo una?

Ella: Por favor. (Sirviendo una copa de tinto) Yo prefiero una copa de tinto, ésta
es una ocasión especial.

Él: (Con acento distraído, mientras busca en la alacena) ¿No será que no
quieres probar de tu propio veneno?
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Ella: (Visiblemente ofendida por las palabras de Él) Prefiero el vino.

Él: Oye, disculpa. No quise hacerte sentir mal.

Ella: ¡En verdad que no hemos cambiado! Siempre acabamos realizando lo


contrario de las cosas que queremos realizar. Tú siempre acabas por decir
lo que no quieres…

Él: (Arrepentido) Oye…

Ella: …y yo siempre agoto mis recursos por tratar de hacerte un bien.

Él: (Por primera vez establece contacto físico con Ella y la toma de brazo) Por
favor, olvida lo que dije. Espero puedas comprender que no es sencillo
asimilar este momento que parece como un vuelco en el tiempo, como el
guión de un drama extraño. ¿Te das cuenta? Después de casi un año de no
vernos coincidimos de repente a nuestras vidas como náufragos sujetos a
la tabla de una mesa, intentando protegernos de la lluvia y mezclando
nuevamente a los aromas de tu vino y mi café. (Reflexionando) Como lo
hicimos aquel día…

Ella: (Conmovida) ¿También te acuerdas?

PENUMBRA

Una tarde de lluvia tres años atrás. Ella y Él se encuentran sentados a la mesa de
servicio de algún café.

Ella: (Tomando asiento en la mesa que Él ocupa) ¡Qué vergüenza! Pero te juro
que tan solo será mientras que llega la persona a la que espero.

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Él: No te apures, no iba a dejar que te quedaras salpicándote en la entrada
cada vez que se abriera la puerta.

Ella: Los demás sí iban a hacerlo.

Él: Pues parece que yo no soy los demás.

Al momento en que se escucha el rumor de la lluvia Ella gira la cabeza intentando


ubicar algo en la distancia. Poco a poco recupera su postura original con una
mueca de abandono.

Él: ¿Todavía no es quien esperas?

Ella: (Bebe de su copa y agita lentamente la cabeza mientras intenta transformar


en un esbozo de sonrisa a una mueca de dolor) No.

Él: ¡No te angusties! Todo el mundo se retrasa con la lluvia…

Ella: No va a llegar.

Él: ¡Claro que sí! Sólo es cuestión de que termine de llover.

Ella: De verdad. No va a llegar.

Él: No digas eso. ¿Por qué no intentas avisarle que te encuentras


esperando...?

Ella: (Intentando atenuar su amargura) Yo sé que nadie va a llegar. (Luchando


por dominar su emoción) Ya no contesta a mis llamadas. Ya no responde a
mis mensajes.

Él: (Confundido) ¿Cómo? ¿Por qué?

Ella: Lo más seguro es que tampoco le interese averiguar en dónde estoy.

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Él: ¿No iban a verse?

Ella: (Después de llevar nuevamente la copa a sus labios para poder dominar su
emoción) Terminamos hace un mes. Vas a pensar que estoy demente, pero
hoy hubiéramos cumplido ya medio año de estar juntos. Yo había planeado
celebrar en este sitio, aunque no pude reservar ninguna mesa. Al final es
que no quise renunciar a la esperanza en que quizá nos volveríamos a
encontrar viniendo aquí.

Él: Te comprendo, el amor cuando es amor comete errores.

Ella: (Con una risa resignada) Sé que es mentira, pero gracias por mostrarte
solidario.

Él: (Con seriedad) De verdad que te comprendo.

Ella: (Bebe de su copa tratando de cambiar el tono de la charla) No lo creo.

Él: Yo también he conocido al desencanto.

Ella: ¿Y refugias al dolor en una taza de café?

Él: Ya no lo hago. He aprendido que lo que una vez imaginamos que era amor
puede volverse la evidencia más tangible de su ausencia.

Ella: Suena bonito. ¿Eres artista?

Él: Escritor. O al menos eso es lo que intento.

Ella: Pues si escribes como hablas puede ser que lo consigas.

Él: ¿Es un cumplido?

Ella: Una verdad.

Él: (Sonrojado) ¡Qué hermoso halago!

Ella: Pues te ves bastante bien para cargar con el peso de un duelo.

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Él: Todo ha sido obra del tiempo, la distancia nos enseña a domar la pasión, el
silencio nos resigna a querer sin deseo.

Ella: ¿Y tú la quieres todavía?

Él: Descubrí cuánto la amaba cuando ya no había manera de volver.

Ella: Típico. Debió ser duro.

Él: Tú lo has dicho. Muchas veces el amor se manifiesta de ese modo,


descubrimos sus raíces justamente en el momento en que no hay forma de
mirarlo florecer; aunque al igual que a las palabras, intentamos sepultar a
las semillas de un afecto que termina germinando en su propio silencio.

Ella: (Interesada) ¿Duraron mucho tiempo juntos?

Él: (Después de llevar la taza a sus labios) Solamente el necesario.

Ella: ¿El necesario para qué?

Él: Para dejarnos cicatrices indelebles, para aceptar que al descubrirnos


separados habría huecos imposibles de llenar.

Ella: ¿Sufrieron mucho al separarse?

Él: Yo hablo por mí.

Ella: (Cada vez con mayor interés) ¿Vivieron juntos?

Él: Un verano.

Ella: ¿Y cómo hiciste para dar por terminado a tu dolor?

Él: Descubrí que cuando entregas tu existencia sin buscar guardarte nada para
dar en un futuro que tal vez nunca se cumpla, no existe cosa que se seque
más pronto que el llanto.

Ella: Por lo menos te quedó la certidumbre de que un día fuiste feliz.

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Él: (Después de volver a beber) Tú lo has dicho.

Ella: ¡Qué maduro! Y supongo que después de haberte dado por completo no te
quedan emociones que añorar.

Él: La distancia y el silencio te convencen de que el odio y el amor son


engaños del tiempo.

Ella: (Intrigada) ¿Llegaste a odiarla?

Él: Llegué a odiar la sensación que me dejaba el darme cuenta de su ausencia.

Ella: ¿Ella fue quien se marchó?

Él: Nunca la pude convencer que no lo hiciera.

Ella: ¿Intentaste detenerla?

Él: Varias veces.

Ella: Yo no lo haría. Si alguna vez tú decidieras alejarte de mi vida yo jamás


correría tras de ti.

Él: (Con ironía) Pues te agradezco la advertencia. (Vuelve a beber)

Ella: (Llevando la copa a sus labios) ¿Llevas mucho tiempo solo?

Él: Pues creo que el justo y necesario para no querer estarlo más.

Ella: (Provocativa) Y… ¿Qué es lo que esperas encontrar en alguna mujer?

Él: Pues espero… (Luego de una pausa en la que ha conseguido encontrar su


respuesta mirando al vacío) En realidad no espero nada, creo que todo se
reduce a las pequeñas coincidencias que definen al momento de un
encuentro.

Ella: (Retirando la copa de sus labios) Continúa…

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Él: Pues creo que es obvio, la belleza verdadera siempre llega a nuestra vida
con cartilla de imprevista. (Reaccionando al gesto de aprobación de Ella)
No es frase mía, la leí en una novela.

Ella: ¿Buscas sólo la belleza?

Él: ¡Claro que no! Además ese es un tema demasiado subjetivo; aunque
supongo que para alguien como tú no deberá significar ningún problema.

Ella: (Abierta, provocativa) Con el riesgo de que suene subjetivo, ¿cuáles son los
requisitos que le exiges a quien quieres para ti?

Él: No hay requisitos, basta sólo coincidir en convicción y preferencias.

Ella: Pero, debes de tener algún ideal.

Él: En cuanto al físico no creo, a veces basta con mirar al resultado de la suma
de los rasgos de algún gesto para hallarte de repente enamorado. Aunque
me agradan las personas que conocen lo que son, que están seguras de
saber qué es lo que quieren y que saben lo que deben realizar para
alcanzarlo.

Ella: ¿Ella era así?

Él: Por eso fue que no dudé al enamorarme.

Ella: ¿No lo dudaste? ¿Entonces piensas que tenemos la absoluta libertad de


decidir a quién amamos?

Él: Nunca somos responsables del amor que provocamos, aunque tenemos
que dar cuentas del amor que nos toca entregar.

Ella: (Después de una pausa en la que ha reflexionado en la respuesta recibida)


Y… ¿Qué es lo que ahora más extrañas al pensar en esos días?

Él: (Después de haber bebido lentamente) Es curioso, pero me encuentro cada


vez más convencido de que no la extraño a ella, es más bien el añorar la
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sensación de plenitud que me dejaba el saberme a su lado. Especialmente,
los domingos…

Ella: ¿Los domingos?

Él: Las mañanas de domingo despertaba convencido de que nada me


apremiaba a que tuviera que romper con el encanto de sentirla junto a mí.
Juntos podíamos esperar a que llegara el mediodía sin levantarnos de la
cama. ¡No hablo de sexo solamente! Me refiero a la perfecta convicción de
plenitud que puede darte una segura compañía.

Ella: Y… ¿Ahora te sientes incompleto?

Él: En realidad siento que no. Me angustia más no estar seguro si las cosas
que ahora tengo que ofrecer son del nivel de lo que puedo recibir de quien
se atreva a estar conmigo.

Ella: Pues creo que sólo encontraremos la respuesta si dejamos de vivir en


soledad.

Él: (Divertido) Sonó curioso.

Ella: ¿Qué cosa?

Él: Que lo dijeras en plural.

Ella: Es que ahora veo que nos hallamos en la misma situación.

Él: ¿Ahora me crees cuando te digo que te entiendo?

Ella: (Contundente) No volveré a dudar de ti. Y estoy segura de que pronto


encontrarás quien amanezca los domingos a tu lado.

Él: Así será, compartiré de nueva cuenta mi existencia a quien se encuentre


convencida de querer compartirse conmigo. (Luego de una pausa en la que
ha terminado de vaciar el contenido de su taza) Y… ¿Cómo es él?

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Ella: (Despectiva, terminando el contenido de su copa) Creo que ya no tiene
caso el recordarlo. (Mirando alrededor) ¿Te has dado cuenta? Ahora ya
casi estamos solos.

Él: No me fijé en qué momento dejó de llover. Creo que ya es tarde.

Ella: (Con cierta inquietud) ¿Ya tienes que irte? ¿Ya no quieres más café?

Él: (Como en secreto) No es que tenga que marcharme, pero creo que ya se
encuentran por cerrar este lugar.

Ella: (Siguiendo el juego) Pues si tú quieres nos movemos a otro sitio.

Él: Sería genial, ya nada más deja que pida la cuenta. (Se levanta de su
asiento e intenta retirarse)

Ella: (Levantándose también, antes de que Él pueda alejarse) ¡Oye!

Él se detiene y se vuelve hacia Ella.

(Decidida, después de una breve pausa en que ha tomado fuerza de su


interior) Mañana es domingo.

Él regresa lentamente junto a Ella y después de un momento en que parecen


descubrirse uno en el otro, finalmente se besan.

PENUMBRA

Tarde nublada. Pequeño salón comedor en el departamento de Ella. Ella y Él se


hallan sentados a la mesa ocupando extremos opuestos. Él tiene enfrente una

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taza de café y Ella una copa de tinto. En el centro de la mesa, como intentando
reforzar el equilibrio del espacio, hay una jarra cafetera del lado de Ella y una
botella descorchada del lado de Él.

Él: ¿Fue por venganza?

Ella: ¿Qué cosa?

Él: Que te atrevieras a abordarme de ese modo.

Ella: (Apenada) ¡Claro que no! Fue algo más serio. Mucho más verdadero.

Él: Y… ¿Alguna vez podré saberlo?

Ella: Yo pensé que para ti ya estaba claro.

Él: Pues creo que aún no conozco tu versión de esa verdad.

Ella: Deberías de recordar que las mujeres mantenemos una extraña relación
con las verdades, sobre todo con aquellas que permiten descifrar nuestros
más íntimos deseos.

Él: (Arrogante) ¿Fui entonces fruto de un deseo?

Ella: (Con ironía) ¿Aún te empeñas en seguir con el romance permanente y


enfermizo que mantienes con tu ego?

Él: (Cortante) ¿Nuevamente intentarás analizarme?

Ella: (Secamente) Puedes estar plenamente seguro de que ya no lo haré más.

Él: (Con marcada ironía) ¿Por qué será que no puedo creerte?

Ella: (Conciliadora, después de llevarse la copa a los labios) Fue algo más fuerte
que nosotros.

Él: ¿Qué cosa?


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Ella: Lo que me hizo abandonarme a tu presencia.

Él: (Sarcástico) ¡Pero, acababas de llegar! Además, fue la primera vez que
hablamos.

Ella: (Mirando profundamente al vacío) Fue mi destino.

Él se lleva la taza a los labios mientras intenta seguir atentamente las palabras de
Ella.

(Intentando contener un dejo profundo de nostalgia) Aquella tarde, cuando


llegué a la recepción de ese café, busqué en el libro de registros esperando
que él hubiese reservado alguna mesa para dos; y en su lugar hallé tu
nombre. Al momento de leerlo, algo me dijo que me hallaba destinada a
compartir algo contigo. Aunque no supe descifrar lo que a partir de ese
momento ocurriría con nuestras vidas.

Él: (Contrariado) Pero tú no me conocías.

Ella: (Tiernamente) Pues supongo que al destino no le importan los detalles.

Él: (Intentando contener su emoción) Si estaba escrito en el destino que


debíamos de encontrarnos esa tarde… ¿Entonces qué nos pasó?

Ella: (Conmovida) Fue tal vez que no estuvimos a su altura. (Después de una
pausa) ¿Más café?

PENUMBRA

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Noche después de una tarde lluviosa. Habitación de un hotel. Ella y Él entran a la
habitación intentando eludir las circunstancias que los han llevado hasta ese lugar.
Él se encuentra más nervioso que Ella, quien parece dominar mucho mejor la
situación. De cuando en cuando se escucha el rumor de los autos llegar desde
lejos y los ruidos apagados y distantes de la noche en la ciudad humedecida por la
lluvia.

Él: (Ubicando el lugar en donde se encuentra el apagador, enciende la luz y


coloca la llave de la habitación sobre algún buró) Pues ya llegamos, es aquí
a donde me vengo a distraer cada que puedo. (Intentando corregir sus
palabras) ¡No!, ¡no!, ¡no! ¡No pienses mal! Llego a venir cuando el horario
de salida del trabajo no me deja regresar hasta mi casa. ¿Ya te dije que
trabajo en el periódico del centro? Me dedico a corregir pruebas al cierre de
edición y a veces dejo la oficina cuando ya han cerrado el metro, y en vez
de pagar el importe de un taxi vengo aquí. Casi siempre me ha tocado
ocupar este cuarto. (Tratando de guardar la calma) Me encanta espiar a la
ciudad desde esta altura cuando ya se halla dormida. (Cada vez más
nervioso, señalando por el espacio de la ventana mientras ubica a los
lugares que enumera) La Central de Correos. El Salón del Congreso. El
Museo Nacional. ¡Mira! ¡Asómate! Se puede ver el ventanal de mi despacho
desde aquí, es el que tiene la luz encendida en el último piso. ¡Oye, creo
que ese es mi jefe! No es cierto, es broma.

Ella: (Aproximándose a Él, intentando acortar la distancia que los separa) Oye…

Él: (Escapando del encuentro, casi presa de un ataque de nervios) Y también


se puede ver a las estrellas cuando el cielo se despeja como ahora.

Ella: Oye…

Él: ¡Mira! Esas seis que están juntitas son la reina Casiopea. ¿No conoces su
leyenda? Era una reina vanidosa que…
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Ella: (Tratando de tranquilizarlo) ¡Oye! Te prometo que conozco la ciudad…

Él: (Avergonzado) Disculpa… Yo…

Ella: Y que no vine aquí contigo solamente para ver constelaciones vanidosas
que me observan desde el cielo.

Él: Sí, lo sé… Perdón… Pero es que yo…

Ella: Tranquilo.

Al abrigo de un abrazo Ella consigue relajarlo. Poco a poco aumenta la intensidad


de su contacto. Caricias y besos. Ella comienza a desvestirse, Él se aleja
buscando observarla mejor. Ella, consciente del efecto que provoca, prosigue
hasta quedar casi desnuda. Él se aproxima y la acaricia suavemente como
intentando convencerse de que todo es realidad. Ella se deja recorrer por esas
manos. Al momento en el que intenta despojarlo de la ropa Él se retira confundido
y apaga la luz.

Él: (Alejándose de Ella y apagando la luz) Mejor así.

Tímidamente, Él comienza a desvestirse hasta quedar en calzoncillos. Poco a


poco recuperan las caricias y los besos y, perdiendo el equilibrio en un abrazo, se
dejan caer finalmente en la cama. Luego de algunos escarceos Él nuevamente se
detiene confundido.

Ella: ¿Qué pasa?

Él: ¡Creo que esto no está funcionando!

Ella: ¡Tranquilo!

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Él: (Avergonzado) Perdóname, pero es que hace mucho que yo no…

Ella: No te preocupes, está bien…

Él: (Angustiado) ¡No! ¡No me digas que está bien cuando sabemos que es
mentira!

Ella: ¡Oye! Cálmate… Al menos podemos…

Él: (Se levanta y enciende la luz) ¡No me digas que al menos podemos…! ¡No
caigamos en absurdos conformismos!

Ella: Pues alterarte no creo que te ayude.

Él: (Herido en su orgullo) No te burles.

Ella: ¡No me burlo! Pero es que… En serio… No me importa que no puedas…

Él: (Con entusiasmo) ¡Agua fría!

Ella: ¿Qué?

Él: (Alejándose) Dame un minuto. (Toma una toalla y sale apresurado de la


habitación. Vuelve a entrar de inmediato y apaga la luz) Mejor así.

Se escucha el rumor del agua de una regadera. Ella se levanta y recorre el


espacio de la habitación. En medio de la obscuridad, observa las luces de la
ciudad desde la ventana y ordena la ropa que había quedado esparcida por la
alfombra. Tiernamente, se viste la camisa de Él, aspira su aroma y se mira en el
espejo. El rumor de la ducha se apaga. Ella vuelve a desvestirse, acomoda la
camisa entre la ropa, regresa a su puesto en la cama y espera.

Él: (Desde la ducha) ¡Ya voy! ¿Sigues ahí?

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Ella: ¡Ajá!

Él vuelve con el cuerpo humedecido y con la toalla sujetada a la cintura.


Lentamente se tumba en la cama y reanudan poco a poco las caricias y los besos.

Él: Creo que ahora sí.

Ella: (Con la voz entrecortada) Creo que sí.

PENUMBRA

Medianoche después de una tarde lluviosa. La misma habitación de hotel. Ella y Él


se encuentran recostados en la cama, iluminados bajo el halo de una luz difusa. Él
la abraza dulcemente y Ella se acuna sobre su pecho.

Ella: ¡Qué bárbaro eres!

Él: ¿Tú crees que sí?

Ella: Sabías que no podía negarme a llegar hasta aquí.

Él: ¿Eso es un reclamo?

Ella: ¡Claro que no! Aunque sabías que me encontraba vulnerable.

Él: ¿Y por eso te dejaste convencer?

Ella: No fue sólo por eso.

Él: ¿Entonces?
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Ella: Me llamaste la atención desde el momento en que te vi.

Él: Vas a hacer que me sonroje.

Ella: Yo sé que no, sé que tu dulce timidez es solamente un mecanismo de


defensa. Me has dejado descubrirte; y ahora sé que por debajo de esa linda
cortesía que te acompaña hay una fuerza aún más sincera.

Él: Pero, si apenas me conoces.

Ella: Pues aunque no te has dado cuenta me has mostrado los aspectos más
auténticos de ti.

Él: (Con ternura e incredulidad) ¿Ah, sí?

Ella: Por supuesto. Las personas son más francas en la mesa y en la cama. Sin
darte cuenta me has dejado contemplar tu desnudez.

Él: Y… ¿Y te ha gustado?

Ella: No tengo queja.

Él: (Suspirando y abrazándola) Muchas gracias.

Ella: ¿Y eso por qué?

Él: Por decir esas cosas de mí. Por estar aquí conmigo.

Ella: Había olvidado que esto fuera tan hermoso.

Él: (Después de dudar un momento) ¿Te sentiste así con él?

Ella: Es un poco inoportuna tu pregunta, ¿no lo crees?

Él: Quería saber.

Ella: Pues, a veces. Aunque siempre terminaba destruyendo nuestros ratos


agradables.

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Él: ¿Él o tú?

Ella: Creo que los dos.

Él: ¿Actuaban mal?

Ella: Siempre fue infiel. Yo no lo culpo, me advirtió desde un principio que lo


haría. Y yo pensé que lograría cargar con ese peso a mis espaldas. Pero el
saber que cada vez que me besaba podía estarle recordando a la saliva de
alguien más fue destruyendo mi propia confianza. Aunque siempre dijo que
me amaba.

Él: Y… ¿Era sincero?

Ella: No lo sé. Aunque ahora tengo más que claro que hay variantes del amor
que no se hicieron para mí.

Él: Algunas veces el amor adopta rostros que no estamos preparados a


observar a plena luz.

Ella: Pues el tuyo me resulta encantador en la penumbra.

Se besan y se abrazan nuevamente hasta que Él se detiene de pronto y la mira


fijamente.

Él: ¿Y tú qué cosa estás buscando?

Ella: Yo tampoco busco nada. (Con intensión provocativa) Porque sospecho que
ya lo encontré.

Se besan nuevamente y se dejan llevar por un juego de caricias cada vez más
intenso hasta el momento en que el timbre de un teléfono móvil los pone en alerta.

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Él: ¿Eres tú?

Ella: Creo que sí.

Ella se cubre con la sábana y se levanta, busca apresurada entre su ropa y,


finalmente, logra contestar. Paulatinamente se aleja hacia el baño buscando una
mayor privacidad. Él se incorpora y se sienta a la orilla de la cama mientras
escucha los murmullos velados de la conversación. Después de un breve discurso
de palabras poco audibles Ella vuelve, enciende la luz y se queda un momento sin
saber cómo reaccionar.

Él: ¿Todo bien?

Ella: ¡Era él! Llegó a buscarme después de la lluvia.

Ella comienza a vestirse.

Él: (Confundido) ¿Qué vas a hacer?

Ella: Tengo que irme.

Él: (Buscando encontrarse con la mirada de Ella) ¿Estás segura?

Ella: (Derrumbándose a la orilla de la cama) ¡No lo sé!

PENUMBRA

Tarde nublada. Pequeño salón comedor en el departamento de Ella. Ella y Él se


hallan sentados a la mesa ocupando extremos opuestos. Él tiene enfrente una
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taza de café y Ella una copa de tinto. En el centro de la mesa, como intentando
reforzar el equilibrio del espacio, hay una jarra cafetera del lado de Ella y una
botella descorchada del lado de Él.

Él: (Después de un instante de silencio, con un tono neutral) Ya no volviste.


Imaginé que te hallaría del otro lado de la cama al despertar.

Ella: Era un ciclo que tenía que concluir.

Él: ¿A poco crees que es realidad esa utopía de cerrar ciclos?

Ella: Lo hice con él.

Él: Pues te llevaste un año entero intentando terminar con ese amor.

Ella: Ya no era amor, eran las últimas cenizas de una insana dependencia.
Debía sanar mi corazón.

Él: Y mientras tanto jugabas conmigo.

Ella: Yo jamás jugué contigo, siempre supiste la existencia de alguien más.


(Moderando su tono e intentando sonar más conciliadora) Pero eso es parte
del pasado. Y… “Del pasado… no debemos conservar a las cenizas, sino al
fuego.”

Él: (Pronunciando la frase a la par)…no debemos conservar a las cenizas, sino


al fuego.”

Ella: (Complacida) Sin duda es una de tus frases más logradas. (Después de
dudarlo un momento) ¿Más café?

Él: Gracias, todavía tengo. ¿Te digo un secreto? Nunca se lo he contado a


nadie, pero esa frase fue un completo plagio.

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Ella: (Sorprendida) ¿En serio? Pues ese plagio te logró abrir muchas puertas en
su tiempo.

Él: Es sencillo en un lugar en donde nadie acostumbra leer más que las cosas
que no tienen importancia. La mitad del mundo vive sumergida en la
ignorancia, la mitad restante ignora que lo ignora. (Lleva la taza a sus labios
mientras Ella lo observa conmovida)

Ella: ¿Nunca nadie se dio cuenta?

Él: ¿Tú que piensas? Nuestras vidas se reducen a una eterna sucesión de
antiguos plagios, al final de cada historia descubrimos que no somos más
que el eco de palabras que remiten a palabras ya emitidas.

Ella: (Alargando su copa hacia Él) ¡Pues salud por el autor que más admiro!

Él: Ya no tengo café. No te levantes. Yo me sirvo.

Él vuelve a llenar su taza y tropieza al regresar a su lugar.

Ella: ¿Todo bien?

Él consigue sostenerse del respaldo de una silla

Él: Es curioso, de repente me sentí un poco mareado, pero supongo que no es


nada.

Ella: (Atenta a los movimientos de Él) ¿Entonces aún sigues dudando que se
puedan cerrar ciclos?

Él: (Tomando asiento nuevamente) Creo que esa es una realidad casi
imposible de alcanzar. No estoy seguro de que tal sea su objetivo, pero la
ausencia nos redime de las cosas que una vez pudimos ser.

Ella: ¿Como ahora?

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Él: (Con firmeza) Como antes.

Ella: ¿Y cómo puedes explicar a este momento?

Él: (Retomando la calma después de una pausa) Me gustaría que fuera el fin
de nuestra historia.

Ella: (Con dignidad) ¿El fin? ¿Así de fácil? ¿No recuerdas cuántas veces
repetimos un encuentro sin podernos atrever a terminar?

Él: Creo que ahora puedo confesarlo, tu presencia me causaba una adicción.

Ella: Que disfrutabas cada vez que lo querías.

Él: Que controlaba con tus múltiples ausencias.

Ella: Yo sigo aquí.

Él: (Con firmeza) Pero yo no. (Retomando la calma después de una pausa)
Sabes que falta solamente una semana para...

Ella: Sé que no conseguiré poner en riesgo tu costumbre de cumplir con tu


palabra y con tus votos de lealtad. No te apures, te prometo que hago todo
lo posible por borrar a tu presencia finalmente de mi vida. Jamás
volveremos a vernos.

Él: Sabes que soy un anticuado. De no ser por el azar que hubo esta tarde…
Nuestro acuerdo era guardar a la distancia que acordamos mantener entre
nosotros. Yo he cumplido con mi parte al limitar mis movimientos sin salir de
la ciudad. No sabía que ahora vivieras nuevamente por aquí.

Ella: ¿En verdad crees que nuestro encuentro ha sido fruto del azar?

Él: (Recapacitando) Tienes razón… ¡Fue también un 28 de junio!

Ella: (Con nostalgia) Después de una tarde de lluvia.

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Él: (Reflexivo) Es curiosa la forma en que puede cambiar una historia con tan
solo variar un detalle.

Ella: Y que cosas que fueron costumbre lo dejen de pronto de ser.

Él: ¿Entonces todo lo planeaste?

Ella: Solamente ayudaba al destino.

Él: Sabes bien que yo no creo que haya un destino establecido, nuestras vidas
se construyen a partir de las costumbres que aceptamos adquirir.

Ella: (Con firmeza) ¡Nosotros tuvimos costumbres!

Él: (Con añoranza, abandonándose al recuerdo) Fue una costumbre el


aprender a descubrir el despertar de mis mañanas porque estabas junto a
mí.

Ella: (Recuperando la calma) Y que dejáramos abierta nuestra brecha esperando


a que el tiempo volviera a pasar.

Él: (Con una mueca de nostalgia) Y duramos tres años así.

Ella: (Secamente, después de una pausa) Pero al final me abandonaste.

Él: (Evasivo) Fue lo mejor.

Ella: Creo que de tanto conjurar al desamor éste termina por llamar a nuestra
puerta.

Él: No me culpes, era el tema de la pieza que escribía.

Ella: Lo curioso es que acabamos convirtiendo tu ficción en realidad. Aunque al


final valió la pena.

Él: ¿Por qué lo dices?

Ella: Me enteré que fue premiada.

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Él: ¿Lo supiste?

Ella: Son los riesgos que se adquieren al volver a la misma ciudad.

Él: (Después de llevarse la taza a los labios) Pues entonces, creo que ha sido
muy injusta mi victoria. Nunca hubo créditos directos para ti.

Ella: (Conteniendo alguna mueca de amargura) No digas eso, tal vez me puedas
compensar de otra manera. (Después de una pausa) ¿Más café?

Él asiente, Ella se apura a tomar la cafetera.

(Conmovida, mientras sirve el café) Yo tampoco cumplí mi promesa. Te juré


que cada vez que recibieras algún premio haría llegar hasta tus manos una
nota y una flor.

Él: (Luchando por contener un dejo de dolor) Ya no sigas.

Ella: Y que al momento en que volvieras a tu casa, abrirías lentamente la puerta


y me dirías que recibiste mis regalos.

Él: (Vivamente conmovido) Parecía un futuro hermoso.

Ella: (Con amargura) Pero lo echamos a perder cuando te fuiste.

Él se pone en pie y deambula lentamente en torno a la mesa.

Él: Me alejé porque debajo de esa dicha germinaba la semilla de un viejo dolor.

Ella: ¡Pero jamás me lo dijiste!

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Él: Nunca pude superar el temor de perderte de nuevo.

Ella: Y preferiste destruir nuestro presente. (Con sarcasmo) Al escritor le hicieron


falta las palabras necesarias para dar a su historia un buen fin.

Él: (Con firmeza) Fue lo mejor.

Él busca refrescar su garganta con un sorbo de café.

Ella: (Intentando contener su emoción) ¿Para quién? ¿Para quién fue lo mejor?

Él: (Recobrando el control, luego de raspar su garganta para recuperar la voz)


Adelanté sólo un momento lo que estaba destinado a suceder.

Ella: (Incorporándose con emoción) ¿Y tú que sabes del destino? ¿Quién eres tú
para afirmar que eras el único en sufrir? ¡Por una vez di la verdad! Tuviste
miedo de aceptar que eras feliz. Te negaste a mantener aquella dicha que
pensabas que no merecías.

Él: (Casi con un hilo de voz) Me negué a que nos siguieran asfixiando los
detalles que no estábamos dispuestos a cambiar.

Ella: (Comenzando a llorar) Y te empeñaste en convencerme de que no


teníamos ya nada en común.

Él: (Con violencia) ¡Porque pensé que eso ocurría! (Vuelve el rostro con un
dejo de amargura)

Él intenta retirarse, pero al escuchar la respuesta de Ella se detiene.

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Ella: (Con un tono de reproche) Odio tu forma de evadir la madurez.

Él: (Siguiendo el juego) Odio tu ambigua tiranía hacia mi persona.

Ella: Y tu fatal debilidad por quedar bien.

Él: Y tu rosario de sospechas y de celos infundados.

Ella: (Volviendo a la calma) Tu manera de llorar por cualquier cosa.

Él: Tu absurdo gusto por dormir en el cine.

Ella: (Convirtiendo su reproche en una frase de ternura) Tu vicio eterno de


escribir sobre la cama.

Él: (Derrotado, sosteniéndose al respaldo de la silla) Y tu costumbre de acabar


siempre en mi almohada.

Ella: (Acercándose a Él) A pesar del calor.

Él: (Con una sonrisa de amargura) Y la falta de espacio.

Ella: (Buscando lograr un contacto) Tu manera indescriptible de vestir.

Él: (Cerrando los ojos, luchando por seguir en pie) Y tu completa irreverencia.

Ella: (Buscando abrazarle) Tu obsesiva educación.

Él: (Conmovido) Y tu perpetua rebeldía.

Ella: (Buscando el roce de sus labios) Tu confianza irremediable en los demás.

Él: (Dejándose hacer, mirándola de frente) Tu manera de saberme convencer.

Ella: (Cada vez más cerca de sus labios) Tu compañía.

Él la rechaza, consiguiendo controlar la situación.

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Él: Ya ha dejado de llover. Debo marcharme.

Ella: (Intentando detenerlo) ¿Ya no quieres más café?

Él: Lo siento, tengo miedo de invocar viejos fantasmas.

Ella: (Conmovida, casi suplicando) Te prometo que ya no vas a volver a sentir


miedo.

Él: Cada quien debe de emprender su propio vuelo.

Ella: (Intentando resignarse) Alguna vez me lo dijiste: “Jamás esperes ver volar a
quien se espanta de sus alas.”

Él: (Con firmeza) Creo que no es justo causarnos un nuevo dolor, es un riesgo
que no merecemos.

Ella: (Con una voz insensible) Ya no habrá más dolor.

Él: Lo siento mucho, pero es momento de aceptar a destiempo que pudiendo


ser todo, decidimos ser nada.

Ella: (Con absoluta frialdad) Tienes razón, llegó el momento de asumir nuestro
destino.

Él busca recoger su abrigo pero al momento de dar el primer paso sus piernas
vacilan.

Él: (Carraspeando la garganta) Tengo nauseas.

Ella: Y aceptar de una vez que ya no somos nada.

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Él tropieza nuevamente, intenta en vano liberarse del veneno que le quema la
garganta.

Él: (Angustiado, aferrándose al respaldo de la silla) ¡El café!

Él se desploma. Ella baja lentamente la mirada, da dos pasos hacia atrás, mete la
mano en el bolsillo de su saco y observa el frasco que escondió mientras los cubre
la penumbra.

FIN

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