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Obra

El Incendio.

Seudónimo
Rachel

Personajes:
Ella/Carolina
Él/Andrés
Joven/Malena
Psiquiatra

ESCENA 1 – EN DOS ALAS

Un escenario a oscuras. Lentamente las luces aumentan su intensidad, mientras


ella empuja con esfuerzo un sillón, ubicándolo en uno de los laterales. Luego una
mesa, unas sillas, ubicándolos en el espacio de la escenografía, junto a uno de
los laterales, bajo esa luz mortecina.
Deja algunos juguetes rotos, que mira, y va y viene. Unas galletas que rompe
sobre la mesa. Luego unas manchas salpicadas de chocolatada en caja.
Mientras acomoda todos los objetos, y deja esa imagen inicial de casa venida a
menos, la escena se va iluminando, al ritmo de una música instrumental
desconocida. Una luz expresionista, al modo de El Zoo de Cristal, de Tennessee.
La música es de ruptura, algunos golpes de muebles corriéndose. Todo se
acomoda con cierta torpeza y violencia, mientras escuchamos el monólogo de
Ella.
Ella: Lo esperaba, pero ya sabía. Todo salió mal antes de que se fuera. En su
rostro lo vi, cuando se despidió de mi hijo se volvió hacia mí y me miró. La mirada
era de quien le sacaron su cara y la tiraron al tacho de la basura.
Toma el basurero y comienza a vaciarlo en diferentes lugares de la casa, hasta
salpicar ese líquido verduzco frente a la mesa.
Ella: (Continuando) Habíamos tomado nuestra última botella de vino. Quise que
fuera especial, pero estaba picado. Lo tomamos y habló de que volvería, y no
volvió. Fueron esos meses, esos días y noches donde lo lejano se volvió lejano, y
su rostro no aparecía en las llamadas, y las charlas. Decía todo lo que le aburría
el día, y ese trabajo en una falsa tierra prometida. Le dije que la nieve no me
gustaba. Tampoco el frío, y se fue igual. Se fue con un beso que se rompió en el
llanto de un niño. Y lloramos… Pero vimos una serie… La noche de cuatro o cinco
capítulos… Me reí de ese hombrecito que… todos se ríen cuando pone la cara
así… Él no se ríe, el hombrecito. (Se sienta. Y luego de una pausa) Hoy lo fuimos
a buscar. Las dos alas parecían no poder despegar más luego del cansancio del
viaje. Nadie habitaba nada. El mundo se había detenido, como ese avión y sus
turbinas viejas. Bajó esa señora, y ese hombre de traje gris, y pensé que no
llegaría más, y casi sonreía con mi hijo. Pero mi hijo abrió mucho los ojos y vimos
su cuerpo gastado. Bajó las escaleras, él y su trabajo perdido. Apenas una maleta,
y una bolsa negra. Tengo una página del libro marcada. Dice algo como “el
constante tironeo entre confiar en lo que tenía que ser o agotar opciones yendo
en busca de lo que uno quiere”. Ahí está ese cuerpo, sin la cara. En la basura, y
sale ahí afuera, y se arrastra y nos abraza cuando llega, y no se espera lo que ya
sabemos, y se sube al auto, sin hablar, y mira sin conocer las calles vacías, las
caras… Los ojos que apenas dejan ver los ojos debajo de barbijos improvisados.
Se levanta del sillón y va hacia la mesa, volviendo a romper más galletas a golpes
de puño, y desparramándolas por el sillón y el suelo. Abre una botella de cerveza,
y toma un poco, tirando un poco sobre el sillón, y luego unas gotas sobre la mesa.
Deja la botella apoyada.
Ella: Y llega, y luego de comer hace dormir al hijo con un cuento lento que ya
sabemos, y finalmente lo despierto. Y vamos a la habitación, sin saber ya cómo
desnudarnos, dónde besarnos. Y nos acostamos, recuerdo que tiene la piel seca
como una lagartija, sus manos no paran donde inicio palabras, siento que traje
un desconocido a mi cama y los pelos de su barba me molestan, sus manos no
me mojan el sexo. No estoy ahí cuando me coge. Se da cuenta, y nada termina.
(Suspira) Se va hasta el bolso y saca esos cigarrillos que prende junto a la
ventana. Es la última vez que le digo que no fume por el niño que duerme,
solamente apura el cigarrillo. Y se duerme no sé dónde, pero no en la habitación.
(Pausa) En la mañana ya se ha ido, pero vuelve después del almuerzo sin ese
otro trabajo, y nosotros ya nos fuimos, y descubre el camión lleno de las cosas
que fueron de dos. Y le dejo la tarjeta de la abogada. Y lo veo de nuevo y está
igual, sin ese rostro. Y me sentí libre de irme. Y me fui libre, y lo dejé en todo ese
espacio lleno de basura, y cuerpos que deambulan sin más que ojos. (Hacia
afuera, gritando) Ya voy…

ESCENA 2: ANTES DEL INCENDIO

El Hombre camina en círculos, dentro de la casa. Limpia la mesa con el brazo.

Hombre: (Al público) El hombre mira la tarjeta… (Para él) Miro la tarjeta. (Al
público) Se da cuenta que el camión arranca. (Para él) Me doy cuenta que se
alejan. (Al público) Queda solo con una gata sola, en una casa sola. (Para él) Me
quedo solo…
Se mueve lento, dentro de la casa, como tratando de reconocer ese nuevo lugar.
Hombre: (Sigue) En una casa sola, en medio de este caos, con una gata blanca.
Y le grito a esa gata que acariciaba mi hijo mirando por la ventana hacia la pileta
del barrio, con las manos llenas de manteca y dulce de leche. Y busco esa gata
porque sino la casa queda vacía, y no hay nada de lo que fue… Y la obra
comienza, en un momento justo donde el mundo sigue girando y el sueño termina.
(Para el público) Toma unas pastillas. ¿Por qué vuelve a tomar unas pastillas?
Se enciende la luz sobre uno de los laterales, dibujando un círculo sobre el
Psiquiatra. El Hombre se sienta en el sillón, como si estuviera en una consulta.
Psiquiatra: ¿Qué va a hacer cuando la abogada lo llame por teléfono.
Hombre: Cuando la abogada me llame por teléfono… ¿Usted habló con Carolina?
Psiquiatra: ¿Con quién?
Hombre: Con Carolina. Mi mujer.
Psiquiatra: Lo que hablamos queda en la consulta. ¿Quiere contar cómo se
siente?
Hombre: No empecemos…
Psiquiatra: Usted dijo que le dejaron la tarjeta de una abogada que lo iba a llamar.
¿No se lo vio venir?
Hombre: Las cosas no salieron como habían prometido. Y ellos no se pudieron ir,
y acá todo estaba cerrado, y nadie quiere… ¿Sabe lo que son las listas negras?
Si todo se terminaba… Pasé un año sin un abrazo.
Psiquiatra: Ahora está en este lugar ahora… ¿Para qué volver? ¿Pensó que
pasaría cuando llegara?
Hombre: Hablábamos todos los días por teléfono. Pero en octubre se olvidaron de
mi cumpleaños. Y esa noche le dije a mi hijo que se había olvidado de mí, y me
dijo que soy chiquito papá.
Psiquiatra: ¿Tiene familia en la ciudad?
Hombre: ¿Cuántas debo tomar? ¿Un medio?
El psiquiatra anota en una libretita.
Psiquiatra: Le voy a recomendar una terapeuta para que lo acompañe.
Hombre: Quiero estar solo.
La luz sobre el psiquiatra disminuye lentamente, hasta dejarlo en la oscuridad.
Psiquiatra: (Casi a oscuras) Tome una pastilla completa.
El hombre se levanta del sillón, y busca por detrás, y en lugares cercanos. Va
hacia la heladera y saca una botella de agua casi vacía.
Hombre: Toma la pastilla. Se descubre todo sucio, vacío, una cama grande, la
botella de agua en la heladera. La pastilla y el círculo ese donde come la gata.
Prende un cigarrillo.
El hombre busca un cigarrillo y lo enciende mecánicamente.
Hombre: Tiene que salir de su casa, se lleva una botella y la comida del gato.

Apagón

ESCENA 3 – COMBUSTIBLE PARA EL FUEGO

El hombre camina hacia las cercanías de la pileta comunitaria.


Hombre: (Para el público) La ve de espaldas. (Para él) La vi de espaldas, cerca
del cantero de la pileta. Creía que era ella, pero no era ella. Me dio vergüenza que
me viera con el plato de la gata, y la botella y el cigarrillo.
Da una calada y apaga el cigarrillo, acercándose junto a la entrada de la pileta.
Hombre: (Al público) Pero no era ella. No es ella, dije. Y empieza la escena. El
mundo se termina, y la escena comienza.
Se enciende una luz sobre la pileta. Una joven de veintipocos años.
Hombre: (Al público) La vio desde lejos, creyó que era Carolina. Tenía el pelo de
Carolina, y cuando volteó, tenía los ojos de Carolina. Marrones como el silencio.
La joven está sentada en la vereda junto a la pileta, tiene poco más de veinte años,
y viste un buzo y unos pantalones cortos de jean, cortados de una pierna más
larga de la otra, ambas sucias y con la tela un poco rotosa. A pesar del frío de la
noche de otoño apenas lleva zapatillas sin medias.
No hay luna posible, pero los faroles iluminan casas a lo lejos, y el contorno de la
pileta.
Cuando el hombre la descubre, ella se vuelve hacia la pileta, primero incómoda.
Él deja la comida de la gata a un costado a un costado, y se abandona sobre las
reposeras.
Diremos que la joven se llama Malena, está fumando alejada del mundo. La brisa
y el humo del cigarrillo chimenean en el ambiente.
El hombre, diremos que se llama Andrés, deja la botella a un costado, perdido en
su hacer. La saluda con la mano.
Malena: ¿Se perdió la gata de nuevo?
Andrés busca la botella y se la pasa. Se queda esperando, ante la pasividad de la
joven.
Malena: ¿No se supone que no debemos compartir cosas? Ah, cierto. Perdón.
Está eso de siempre he confiado en la generosidad de los extraños. (Finalmente
toma la botella) No vi un gato. Una gata tampoco. Tampoco quedan perros en este
lugar. Algunas ratas, pero en este barrio les dicen cuises. Criaturas asustadizas.
No me despiertan ni la más mínima ternura, como a muchos que tienen esos
perros peludos como cuises. (Se detiene en él, como hablando para sí misma)
¿Cuántos años tenés? ¿Vas a la secundaria? ¿Por qué tenés el brazo vendado?
Estirándose, recibe la botella y toma un trago.
Andrés: ¿Por qué tenés esa venda?
Ella abre la mochila, le pasa un cigarrillo armado y se prende uno, soltando el
humo en un momento.
Malena: Diecisiete casi veintitrés, voy a la secundaria provincial. De hecho vengo
de clases recién, con gente de tu edad. Debería estar estudiando para recibirme
y ser la doctora del barrio.
Andrés: No viste pasar la gata. (Encendiendo el cigarrillo) Es blanca y tiene…
Malena: (Viéndolo toser, son una sonrisa infantil) Con un collar negro… No…
(Poniéndose seria) A quién le importan las notas a esta altura… El mundo se fue
a la mierda, y seguimos pensando en seguir esas órdenes…
El hombre sigue tosiendo.
Andrés: (Componiéndose del cigarrillo) La escuela está sobrevalorada.
Malena: Entre otras cosas.
Andrés: ¿No queda nada por aprender?
Malena: ¿Qué habría que aprender?
Andrés: (Fumando, finalmente sin tos) Nada… Yo terminé la escuela, la
universidad, y me dediqué igual durante años a convencer a todos de algo que
no…
Malena: (Gesticulando, imitándolo con ironía) ¿Y es verdad? Ese algo que…
Andrés: (Fuma de nuevo, poniéndose serio) No, claro que no. Es como meter el
caballo de Troya… Pero no es nada, está vacío. Troya está a salvo.
Malena: Apareció el intelectual. Fumando un cigarrillo… de marihuana, con una
desconocida. (Lo mira) Y se quedó mirándola un segundo, como una ironía de la
modernidad. Y él quiso que ella le dijera vamos. Y pensó, cuando le tomó la mano
(se acerca y la toma), cuando había sido a última vez que alguien acarició esos
dedos, o rodeo su cuerpo en un abrazo.
Malena se levanta, casi lo roza, y pasa para abrir la alberca de la pileta.
Malena: El cuidador está enamorado de mí.
Se cuelan a la entrada de la pileta.
Andrés: Y el brazo… ¿Qué pasó en el brazo?
Malena; Estuve en Troya… Pero volví antes de que se metiera el caballo, y esas
cosas de chicos…Yo soy más tipo Clitemnestra, en sus mejores versiones.
(Sacude un palo que estaba trabando la puerta de entrada). Segundas nupcias,
luego del inútil de Tántalo, que nombre. Clitemnestra se parte en dos cuando
llevan a su hija para sacrificarla, y espera que llegue ese hijo de puta de
Agamenón. Calma sus fiebres con Egisto, pobre tontito, y planea la venganza.
Alfombra roja para recibir a ese marido que le repugna. Lo mete en el baño, y
zas… El agua se tiñe de rojo. Vienen las furias, y se armó el bardo.
Andrés: (Encendiendo de nuevo el cigarrillo) Parece que contaras mi vida, aunque
espero que no lleguen las furias. Ni abogadas…
Malena: (Sacudiendo el palo como una espada) Las furias ya pasaron. No le digas
a nadie, pero me mordieron el brazo.
Andrés se detiene en ese brazo, pero ella no se deja mirar. Lo empuja dentro de
la alberca, hasta la vereda de la pileta.

ESCENA 4 – FUEGO EN EL AGUA

La piscina rodeada de una cerca perimetral. Una boya con el cloro flota detenida
junto a un costado. Malena busca en su mochila, toma la llave y el candado y los
guarda.
Andrés se detiene junto a ella, tratando de identificar hacia dónde va toda la
situación.
Malena: Ya te dije, el cuidador está enamorado de mí. Le gusta que lo vea
limpiando la pileta por la tarde. Pasa siempre el limpiador de un lado al otro, como
solamente moviendo las hojas, sacándolas a pasear. Por eso el agua sigue sucia
todo el verano.
Se arrima junto a la pileta, manteniendo el cigarrillo en su boca. Ella se detiene
junto a la botella, y la levanta tomando un trago de golpe, aunque algo se escapa
de la boca, mientras mete un pie al agua, tanteando la temperatura. Junto a él, se
sienta para quitarse el buzo ante una mirada atenta, interesada súbitamente en la
proximidad. Malena saca el brazo vendado con dificultad, corriéndose un poco sus
vendas. Luego se quita las zapatillas y el pantalón.
Malena: (Mientras se quita la ropa) Vos sos de los que no miran…
Meten los pies en la pileta. Andrés busca los cigarrillos apretados en su bolsillo.
Le pasa uno y se lo enciende, con cierta comodidad.
Malena: … Por eso se te escapa la gata en medio de la noche.
Se moja los brazos, y se huele el agua media podrida. Descubre que Andrés la
mira con cierta extrañeza y perturbación.
Malena: (Volviéndose hacia él) Tengo treinta años, pero no le digas a nadie… Y
un brazo de ochenta. Se va a morir antes que yo. Tengo que aprovechar de tocar
todo lo que pueda en estos meses, antes de que…, pummm (gestualiza una gran
caída del brazo, como si fuera una bomba).
Andrés la mira sin saber qué decir, en una mezcla de extrañeza e incomodidad.
Malena: (descubriéndolo) No hace falta todo el teatro de miradas. Sé cómo se
siente que tengan lástima de vos.
Él se levanta, y se vuelve hacia la pileta.
Malena: (Jugando) Oh, Oh, no tengas lástima de mí, Agamenón. (Sonando
artificial) Tengo un cuchillo escondido para cuando estés dentro del agua.
Andrés: (Fumando) ¿Por qué razón sentiría lástima por vos?
Malena: (Prende su cigarrillo) Tenés más o menos cuarenta. Sos parte de la
generación de la culpa. (Volviendo al tono anterior) Solamente quería ver qué cara
ponías… ¿Esa botella es propiedad privada?
Ven detrás de la pileta una sombra y luego se escucha la gata. Malena se pone
de pie, deja la botella a un costado, buscando detrás de unos arbustos. Levanta
una gata blanca, cubierta de mugre y pasto.
Apagón.

ESCENA 5 – EL FUEGO

Las luces se encienden sobre el comedor de la casa, donde ellos ingresan y se


ubican cerca del sillón. Malena mira a un costado, y deja la gata cerca de la
entrada, tirando la mochila a un lado.
Malena: ¿Cómo fue el antes de irte?
Andrés: Mis viejos me dijeron que era un error enorme irme a trabajar tan lejos.
Malena: El trabajo… (Se pone más sincera que nunca) Decime algo que sea de
verdad.
Andrés: (Tomando de la botella) Soy divorciado. Hace menos de veinticuatro
horas.
Malena: ¿O separado? (Se queda esperando) ¿La seguías amando a ella?
Andrés suspira, y se levanta.
Andrés: Tendría que fumarme otro de los tuyos.
Malena: Están en la mochila.
Busca en la mochila de ella, apoyándola sobre la mesa.
Andrés: ¿Algún interesado en vos?
Malena: Algunos, pienso. El de la pileta es el, cómo se dice…
Andrés: (Sin escuchar) A tu edad todas las mujeres preferían evitarme.
Malena: (Jugando) Oh, lo lamento muchísimo.
Andrés se vuelve hacia ella. Pero recién después de un rato, sin saber qué hacer,
le pasa la botella.
Andrés: ¿Querés cambiarte? Tenés la ropa toda mojada.
Malena: (Irónica) Creí que te gustaba verme el cuerpo pegoteado.
Es un chiste que no tiene efecto en él. Andrés le busca una remera.
Andrés: (Sentándose) ¿A qué vinimos a mi casa?
Malena: Una pregunta extraña la tuya. (Se quita la ropa y se pone la remera) No
pensé en eso. Sólo me dedico a rescatar gatas perdidas.
Andrés: Esto se está poniendo raro.
Malena: Hace una hora que se puso raro. (Mira hacia un costado, atrás) ¿Estas
tres valijas sin desarmar? ¿Pensás irte pronto?
Él parece no escuchar. Busca unos vasos, que pone sobre la mesa sucia de
galletas y chocolatada.
Malena: (Jugando) Mido un metro sesenta y tengo un brazo lastimado. Realmente
estoy en condiciones de obligarte a hacer algo que no quieras hacer.
Andrés vuelve a sentarse junto a él. En aquel momento se descubren. Malena
busca su mano. Lo busca, entrelaza sus manos y luego sus dedos. Lo lleva detrás
del sillón, aunque él se niega.
Se ilumina la luz detrás del sillón. Ellos toman postura diferente, y corren el sillón
fuera del escenario. Vuelven y se sientan en el colchón.
Malena: (Mirándolo) ¿Querés saber quién soy? No me escribió Navokov. (Pausa)
No sé quién es Navokov, igual.
Ándrés se queda en sus ojos, y luego se deja caer en el colchón.
Malena: (Siguiendo) La primera novela que leí estaba con tu nombre.
Andrés: (Suspirando) Un castigo ejemplar.
Malena: Fue la única novela que le leí. La primera vez que no me sentí tan sola.
Andrés: ¿Todavía se consigue?
Malena: La biblioteca de la escuela.
Andrés: Lectura obligada…
Malena: Algo así. O empezó algo así. Pero después fueron palabras que me
llevaron a otras palabras… Y a otras palabras… Y de golpe citabas a una escritora
de mi edad.
Andrés: No me acuerdo…
Malena: ¿Nada? ¿De verdad?
Andrés: Fue en otra vida…
Malena: La misma vida.
Andrés: ¿Qué frase?
Malena: El frío te hizo mal a la memoria.
Andrés. (Luego de un instante) El incendio…
Malena: (Repentinamente alegre) El incendio… Lo otro eran simulacros… Vos
sos… ta-ta-ta. Eso. Me imaginé siendo el incendio de alguien… Bueno, empecé
como gimnasta, y ahora soy clavadista. Me quitan los pájaros… La mayoría,
menos los búhos. Guardo las entradas de todas las películas que vi en mi vida…
Y guardo tu libro… (Lo mira) Aunque ya no te acuerdes de lo que contaste.
Él lleva su mano, sin querer, casi en el muslo de ella. A Malena le da miedo y se
corre.
Malena: (Algo temerosa de la situación que parece avanzar) Qué dirían esos
padres tuyos si me vieran acá.
Andrés: ¿Qué dirían los tuyos?
Malena: (Sonríe, pero casi seria) Mi papá te metería un tiro en la cabeza sin
pensarlo.
Andrés busca el brazo de ella, tomándolo con torpeza.
Andrés: ¿Qué te pasó en el brazo?
Malena: ¿Recién ahora vas a preguntar? Pasó tu tiempo.
Andrés: ¿Cuándo fue mi turno para saber?
Malena: (Irónica) No sabés nada de mi vida de mierda.
Andrés: (Sin soltarle el brazo) ¿Creés en Dios como tu papá y tu mamá?
Malena: ¿Por qué mis viejos?
Andrés: Una hija de pastores de una religión protestante.
Malena cambia su expresión, como si comenzara a sentirse cómoda.
Malena: Me estás sorprendiendo, gruñón.
Lo mira un instante, como revelándose. Se levanta y busca en su mochila,
revolviendo las cosas, casi a oscuras.
Malena: (Volviéndose, intentando sonar natural) ¿Tenés un preservativo, aunque
sea…?
Él no puede evitar sonrojarse, y se tira hacia atrás en el colchón. Se estira en el
colchón, hasta atrás.
Andrés: En la mesa de luz todavía quedan. Le queden unos meses antes de
vencer.
Malena va hasta la mesa de luz, saca la cajita de preservativos, cortando uno y
dejándolo junto al velador. Enciende esa luz mortecina, y guarda la caja. Se queda
mirándolo unos segundos.
Malena: (Mirándolo tirado, sin ganas) Voy a baño. Me cae mal el vodka.
Sale de escena. Al rato se escucha que está vomitando. Él se sienta al borde del
sillón.
Ella sale del baño, limpiándose la cara.
Malena: (Un poco mareada) Me cae mal el alcohol.
Andrés va hasta la cocina. Trae un vaso, abre un sobre de sales digestivas, y lo
mueve dentro del agua, como si revolviera. Se acerca a ella, sosteniéndolo
mientras aún chispea hacia fuera del agua.
Ella descubre el gesto. Le toma la mano con el vaso. Se acerca, intempestiva, y
le da un beso en los labios, como agradeciendo. Se toma el agua.
Andrés: No te lavaste los dientes.
Ella le deja el vaso, y lo besa de nuevo, rápido, casi infantil.
Malena: Vos tampoco.
Se toma todo el vaso de agua y deja el vaso en el piso.
Malena: (Desde la cama) No es mi primera ve.
Se quita el pantalón, ante la mirada de Andrés. Luego deja las zapatillas a un lado,
y lo espera sentada en el colchón.
Malena: (Extrañada) ¿Qué te pasa por la cabeza en este momento?
Andrés: (Sincero) Te parecés mucho a ella.
Malena: (Entrando en un juego extraño) ¿Seguís casado? No sabía. Pasaste en
estos meses por esta casa? (Sincerándose, pero en el juego) Una vez pasé.
Estaba con alguien, bailando. Me quedé fumando en la ventana. No se ve mucha
gente bailando en este barrio.
Andrés: Me imagino.
Malena: Otra vez vino alguien en invierno… Y luego cuando se hizo más tarde…
(Él espera) Al rato se prendió la luz de esta habitación.
Andrés: Ésta…
Malena: (Dándose cuenta del efecto de sus palabras) Ésta…
Andrés levanta el vaso y lo lleva a la cocina.
Andrés: Me imagino. (Mirando la ropa de ella en la silla. Las gotas cayendo) Tu
remera está totalmente mojada.
Malena: ¿Querés que me viste y me vaya?
Andrés le lleva agua a la gata, saliendo por un lateral. Vuelve con la gata en los
brazos, y la deja junto a la puerta. Él sonríe por primera vez. Ella sonrié de verlo
así.
Malena: (Levantándose, enérgica) Esto merece un festejo.
Busca sus cigarrillos en la mochila.
Andrés: ¿De dónde los sacás?
Lo prende y se lo pasa.
Malena: (Tirando el humo) Me los hace traer mi papá de Uruguay.
Andrés: (En sorna) Medicinales.
Malena: Eso dice. O lo hace para justificar que fumo. Le doy esa tranquilidad.
Se sienta junto a ella.
Andrés: ¿Qué te pasó en el brazo?
Malena: Volvemos al pasado. (Suspira y toma el cigarrillo) ¿Qué hacés solito en
esta cama con una gata blanca que le gusta vivir como escapista en un barrio
burgués?
Andrés: Creí que tenías el barrio controlado.
Malena: A veces tengo que vivir mi vida.
Andrés: (Pasándole el cigarrillo) Fumando a escondidas.
Malena fuma.
Malena: ¿Por qué se fue?
Andrés: ¿Por qué hablaría de eso?
Malena: La extrañas…
Andrés: ¿A Carolina? Viví un año sin ella.
Malena: No te preguntaba eso.
Andrés: ¿Cómo se puede extrañar a quién no te necesita?
Malena: (Tanteando) ¿Amor?
Andrés: ¿Cuántos años tenés?
Malena: (Fumando) ¿Me vas a juzgar por mi experiencia?
Andrés: ¿Te enamoraste de alguien?
Malena: ¡Cómo creés que me hice esto en el brazo!
Andrés: No quiero imaginarme
Malena: (Pasándole el cigarrillo) ¿Te digo…? Ya no tenés ganas.
Andrés: ¿Vas a contarme algo de verdad?
Malena: (Jugando) Te confesé mis secretos más profundos como observadora.
Él la escruta, no dando crédito a sus palabras.
Malena: El baile, con otro hombre. La noche… Después la habitación y todo eso
que tu mente podrida y tus celos insinuaron.
Andrés: ¿Imaginaron, querés decir?
Malena. Exacto. Que tus celos insinuaron. (Fuma) Que cuánto cogieron y eso…
Andrés: (Mirándola a los ojos) No puedo creerte.
Malena: Soy una persona confiable. (Fuma) Y vos, ¿cuántos hijos dejaste
abandonados en el sur?
Él se levanta.
Andrés: También soy una persona confiable.
Malena: Muy confiable, digamos. Pero con un pedazo de carne entre las piernas.
Andrés: ¿Miraste por la ventana, también?
Malena: (Tirando el humo hacia el público) En la pileta. Con el brazo sano. Un
tanteo psicológico, digamos
Ella le pasa el cigarrillo. Él da una calada y lo apaga. Se acerca más al colchón.
Malena levanta el brazo lastimado, lento, con cierto dolor. Acercándolo. Levanta
más su mano, acercándola con cierta precaución y euforia al sexo de Andrés.
La gata sale del escenario, escapándose.
Malena: (Mirándolo a los ojos) ¿Esto será el incendio?
Él no responde, nervioso. Ella apoya su mano, y lo acaricia, lento. Mientras las
luces descienden su intensidad, Malena le abre el pantalón con lentitud.
Apagón.

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