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Un hombre cuida de su novia que sufre una profunda depresión tras la muerte de su hijo en un accidente. A pesar de sus esfuerzos por ayudarla, su novia le dice que desea morir para acabar con su dolor constante. Esto causa que el hombre se derrumbe emocionalmente al comprender el sufrimiento por el que atraviesa su novia y darse cuenta de que sus intentos por salvarla la están arrastrando a él también a la oscuridad.
Descripción original:
Título original
Cuentos desteñidos - EL ÚLTIMO DESEO - Agustin Valchar
Un hombre cuida de su novia que sufre una profunda depresión tras la muerte de su hijo en un accidente. A pesar de sus esfuerzos por ayudarla, su novia le dice que desea morir para acabar con su dolor constante. Esto causa que el hombre se derrumbe emocionalmente al comprender el sufrimiento por el que atraviesa su novia y darse cuenta de que sus intentos por salvarla la están arrastrando a él también a la oscuridad.
Un hombre cuida de su novia que sufre una profunda depresión tras la muerte de su hijo en un accidente. A pesar de sus esfuerzos por ayudarla, su novia le dice que desea morir para acabar con su dolor constante. Esto causa que el hombre se derrumbe emocionalmente al comprender el sufrimiento por el que atraviesa su novia y darse cuenta de que sus intentos por salvarla la están arrastrando a él también a la oscuridad.
Los días caían tan rápido que ni siquiera se diferenciaban entre
sí. Un manojo de tiempo desvanecido entre las cosas que no tienen
permitido permanecer. Ella se sentaba en el borde de su cama para observar taciturna como todo aquello que parecía importarle era desterrado al pasado. Los colores no tenían identidad en su lúgubre habitación. La poca luz que lograba pasar entre las rendijas no era suficiente para dotarlos con ello. El polvo sobre el suelo, los pañuelos con lágrimas, la ropa desordenada sobre una silla, las botellas arrojadas a su suerte a un costado del lecho; eran un conjunto de situaciones que declaraban la falta de energía, el peso de una mente desamparada.
La puerta se abrió, una figura masculina cruzó el umbral con
cuidado. Al aclararse la imagen se vio un rostro sonriente, en sus manos traía una bandeja con un plato de carne y algo de ensalada, también un vaso con jugo de manzana. —Ya despertaste. Aún dormías cuando llegué. Te traje un poco de comida —anunció mientras tomaba asiento junto a su novia. Le entregó la bandeja y le dejó un beso sobre el cabello. Ella esbozó una pequeña sonrisa de agradecimiento. —Se ve delicioso. —Hice lo que pude —deslizó su mano sobre el pelo de la chica y la acarició mientras ella daba pequeños bocados. Repitió el cariño sobre la espalda hasta que el plato quedó casi vacío. Tras apartar los trastos, la tomó suavemente por el mentón y con delicadeza logró que lo mirara— ¿Has vuelto a llorar anoche? —Un poco —se apartó, ocultando sus ojos hinchados por el llanto. Pero el volvió a tomar su rostro, casi obligando a que sus miradas se enfrenten. —Aun así te ves hermosa —y besó los labios de su amada antes de retirarse. Tras el sonido de encaje de la cerradura ella volvió a acostarse abrazada a la almohada. El trayecto hasta la cocina tenía mucha más luz. Pues las persianas fuera del cuarto no estaban obligadas a ocultar el sol. Eso le permitió a él comprobar que lo del plato casi vacío fue solo una sensación, pues la comida apenas había sido probada. No era algo nuevo. Cruzó la casa hasta el lavaplatos y se dispuso a esa tarea. Detrás, en una punta de la mesa muy concentrada en su teléfono se hallaba su madre. —Otro día sin comer —dijo la anciana. —Así parece —contestó el hijo con semblante inerte. —¿Cuánto tiempo hace que está así? —Ya casi son cuatro meses. —Es demasiado, deberías dejarla. —No te pedí ningún consejo, madre. —Mírate. Te estás desviviendo por alguien que ni siquiera le importas. No es saludable para ti. —¡Era mi hijo también! El dolor que siente es mío también. No voy a dejarla sola. Estaré con ella mientras se recupera y volveremos a hacer nuestra vida, como podamos. —El accidente no fue culpa tuya. Fue su negligencia la qu… —¡¿Ya vas a empezar?! ¡Mejor vete! No tengo ganas de escucharte. —Está bien, hijo. Me iré. Pero recuerda esto, ya he visto como terminan estás situaciones. Tú crees que la sacarás de ese abismo, pero si ella no está dispuesta a salir todos tus esfuerzos se volverán en tu contra y serás arrastrado a esa oscuridad. No al revés.
La tarde se le hizo fugaz al distraerse con las tareas del hogar.
Logró cortar el césped justo antes de que esta cerrara por completo. Era difícil ver en su rostro una sonrisa si no era con su novia al frente. Mientras guardaba las maquinas en el garaje se detuvo frente a una pequeña bicicleta infantil con los rayos destrozados y doblegados, el cuadro aplastado; se detuvo sin quererlo realmente, fue el impacto del recuerdo lo que hizo que sus piernas frenaran, casi como su corazón ante la presencia de esas memorias. Él estaba trabajando en una oficina de una empresa promedio cuando llegó la llamada de su novia. La voz del otro lado era la de una mujer hecha pedazos, “solo me distraje un segundo, cuando volteé a ver el camión ya había pasado” repetía entre sollozos. El rostro de su hijo de cuatro años había desparecido entre un puñado de carne sin forma. La rueda del vehículo aplastó el cráneo como si fuera un huevo. No tenía una certeza que pudiera justificar la razón por la que aún conservaba la pequeña bici, cada vez que la tenía en frente revivía esas imágenes en su cabeza como si estuvieran ocurriendo en ese mismo momento. Tal vez era un recordatorio de la fortaleza que necesita tener para sostenerse en pie.
Subió hasta la habitación luego de abrir la ducha. No perdió
demasiado tiempo en quitarle vestuario pues se pasaba el día acostada en ropa interior. La llevó en brazos hasta la bañera donde la colocó con gentileza. La limpió con agua tibia mientras ella solo se permitía abrazar sus propias rodillas. Tras vestirla con un pijama perfumado con su aroma preferido y cepillar su cabello. Buscó una cena para dos y se sentaron juntos a comer. Por la noche el apetito acumulado durante el día hacía que ella comiera normalmente. Nunca lo miraba, él tenía que llamar su atención o tomar su rostro para que lo hiciera. En el alma de la chica habitaba una profunda culpa que solo provocaba vergüenza al encontrar los ojos del hombre cuyo hijo había dejado morir. Eso se combinaba con su propio dolor y hacían una bomba emocional que estallaba frecuentemente en un mar de lágrimas. —¿Sabes? —habló él— Estaba pensando que quizás, hoy podría dormir contigo. Las noches son duras para mí también, tal vez si me dejas quedarme conti… —¡Ya te dije que no! —Pero, mi amor, yo solo quiero abrazarte. —¡No, no, no! ¡Vete! —No quiero irme, solo quiero acompañar a mi novia en su due… —¡Sal de la puta habitación! ¡AHORA! —Escúchame un segundo, por favor —él hablaba desde el marco de la puerta con medio pie afuera en señal de paz, pero el síntoma de la ira no parecía ceder en la consciencia de su pareja. —¡¿Qué eres, sordo o estúpido?! ¡VETE! —la chica alzó un plato desparramando los restos de comida sobre el colchón y con un gesto amenazante volvió a repetir su deseo de soledad. —Cariño, tranquilizate, hablemos —pero lejos de acatar esa súplica ella arrojó el plato junto a un estruendoso grito de furia. El otro tuvo que cerrar la puerta con rapidez para evitar el impacto y el objeto se partió en cientos de trozos al chocar.
Él no se apartó del lugar, se sentó sobre el pasillo y recostó su
espalda sobre la madera de la puerta. Al cabo de unos minutos sus oídos percibieron los lamentos desgarradores de su mujer del otro lado. No pudo con eso, también lloró en silencio hasta quedarse dormido ahí mismo. Ella no se durmió, solo descargó todo el dolor posible. El tiempo para ella era irreconocible, de modo que pasaron algunos minutos u horas, absurda la precisión. Al cabo de un rato, su atención fue capturada por los trozos de vidrios desparramados. Al acercarse los dedos de su pie tocaron algunos, los observó impasible. Levantó el que para ella era el más grande, apoyó la punta sobre su muñeca y disfrutó la presión ejercida sobre una de las venas que resaltaba. Su deseo más profundo era apretar más, hacer que reviente y morir. Sin embargo, no tuvo el valor para ese cometido, hecho que le causó una profunda frustración. Imbuida en esa emoción arremetió con su pie descalzo sobre los vidrios rotos, y el bullicio de ese contexto no le permitió al hombre quedarse dormido ni impasible, entró inmediatamente para apartarla lejos del desorden. La planta del pie sangraba notablemente y algunos pequeños fragmentos estaban clavados en la carne. Pese a los intentos de ella para no ser socorrida, él tomó su pierna con fuerza para quitar las esquirlas. —Ya deberías calmarte, necesitamos hablar, y no me iré de aquí hasta que lo hagamos —había una convicción en esas palabras que le hicieron entender que estaba acorralada, no podría evitar el diálogo. —Yo… —las palabras costaron un poco, nunca es fácil decir en voz alta el deseo de acabar con todo— Yo quiero morirme. Pero no tengo el valor de hacerlo. —Entiendo —dijo él al tiempo que sentía su corazón estrujarse—. Debemos buscar ayuda entonces, puedo conseguir una cita con algún profesional mañana mismo. Iremos juntos. —No, en serio necesito irme —contestó al tiempo que tomaba a su novio por el mentón para que la mirará a los ojos, era la primera vez en meses que la iniciativa fue de ella. Lejos de conmoverse, un gran terror circuló por los nervios del muchacho, pues está vez no solo pudo ver una honda tristeza en los ojos de su amada, sino que además, ante el deseo de morir, había esperanza. Una sincera. —Amor, puedo comprender que estés muy triste, yo también lo estoy, pero esa no es una solución. Me destroza que digas eso. —No, no creo que lo comprendas. A ti te asusta la idea de que yo fallezca, te entristece, lo acabas de admitir. Pues entonces es obvio que no puedes entender, para mí esa idea no resulta nada aterradora, muy lejos de eso me despierta alegría, ilusión. —Entonces permíteme buscar ayuda profesional. —¡No me entiendes! ¡No quiero un loquero! ¡Quiero acabar con este dolor constante que nunca se va! —¡¿Quieres suicidarte?! —el grito del muchacho salió desquebrajado, culpa de la tristeza, la bronca y la impotencia que le causaba ver todos sus esfuerzos desestimados— ¡Pues has lo que quieras! Luego de eso solo pudo aislarse en el baño y llorar, tan desconsoladamente como lo haría un niño, incapaz de contener el dolor. Por momentos se detenía, aunque solo eran instantes, pequeños oasis de tranquilidad en medio de un desierto de angustia. Las palabras de ella regresaban a su mente con los recuerdos de su niño, tanta desazón contenida estaba haciendo erupción sin que él pudiera hacer nada. No fue capaz de poner freno a una sola lágrima. La noche pasó inadvertida. Y no se había movido del baño. Pudo comprender casi por casualidad lo que intentaba explicarle su anciana madre. Y solo gracias a su fuerte capacidad reflexiva. Era él el que estaba perdiendo las ganas, ya no quería ponerse de pie, solo quedarse allí tirado todo el día, ni siquiera le importó cuando la alarma para el trabajo anunció la madrugada. Únicamente pudo inmutarlo un poco, no demasiado, el sonido de la puerta abriéndose. Movió la cabeza y vio a su novia. —Solo quiero hacer pis —anunció mientras se sentaba en el inodoro— ¿Has estado aquí toda la noche? —Sí. —Te ves fatal. —¿Qué mierda quieres? Termina de hacer eso y vete. —No quería lastimarte. Lo siento. —Realmente no creo que te importe. Pensé que ya estarías muerta, ¿no? —Me gustaría. Ojalá pudieras entenderme. —Te entiendo —esta vez fue ella la sorprendida—. Yo estoy sufriendo exactamente lo mismo que tú. Recuerda que también era mi hijo. Entiendo perfectamente el dolor que tienes. Y también estoy exhausto, de todo. Ya no soporto verte sufrir, mi amor. —¿Qué estás diciendo? —Que si ya quieres partir, te apoyaré. —Gracias —respondió la muchacha mientras se limpiaba. El viaje en auto fue de tres horas de absoluto silencio. Una parte del trayecto era sobre tierra, la que no fue muy amable con el vehículo. A ninguno de los dos les importó. Una vez alcanzado el límite tuvieron que continuar a pie. Se trataba de uno de los bosques más densos, no solo del país, sino del continente. Podría decirse que ese fue solo el comienzo del viaje, ya que luego se adentraron en el lugar durante otras doce horas. Algunos de sus fin de semana los usaban para acampar, por lo que ambos tenían experiencia en ese tipo de caminatas, reconocían los senderos seguros y estaban atentos a los peligros que pudieran esconderse detrás de cada árbol. Aunque para el objetivo que tenían poco parecía importar la seguridad. —¿Qué harás cuando regreses? —quiso saber la novia mientras se abría paso entre unos arbustos. —No tengo idea, tal vez me emborrache hasta desmallarme. —En serio agradezco que hagas esto por mí. Estoy segura que no existe nadie capaz de amarme como tú lo haces. —Yo también estoy seguro de eso. La muchacha observó a su novio, se dio cuenta que había arreglado su barba de esa manera que a ella le gusta. No era algo que frecuentara usar. Estaba feliz, por fin iba a morir y lo haría en los brazos del hombre que ama. —Ya hemos caminado por horas —anunció ella. —Sí, si no me equivoco ya debemos estar unos sesenta kilómetros lejos de todo. —Así es. Hay muchos casos de personas desaparecidas en este bosque, no creo que me encuentren aquí. Además, tú puedes esconder mi cuerpo para que sea aún más difícil. Él no respondió, la situación era tan surrealista que parecía haber perdido las emociones, la insensibilidad le resultó extremadamente necesaria. Buscó asiento sobre una rama y dando la espalda a su mujer abrió la cantimplora. La brisa libre de la naturaleza esbozaba en el entorno una tranquilidad que parecía burlarse de su contexto. —¿Vas a darme la espalda? —Solo hazlo rápido. —Pensé que al menos me abrazar… —Pensaste mal. Termina con esto de una vez.
Algo en su interior se estaba rompiendo silenciosamente, no
es que no quisiera acompañarla, o mirarla, es que simplemente no podía. No era capaz de hacerlo. La actitud indiferente lejos estaba de ser malvada, solo era el miedo y el dolor que no le permitían voltearse. Fueron los segundos más extensos. El silencio de ella se hacía más escabroso con cada uno que pasaba. Mientras más transcurrían, más era la necesidad de girar, las dudas comenzaron a ser mortíferas, ¿ya lo hizo?, ¿no lo hizo?, ¿me doy la vuelta? Luego unos pequeños quejidos penetraron por sus orejas y le confirmaron la tragedia, todo su cuerpo empezó a temblar. Detrás de él, a unos pocos pasos, la mujer que amaba, esa que le había dado los momentos más hermosos, las alegrías más puras, la felicidad completa; esa mujer que él había amado tanto, se estaba quitando la vida. Fue en la incisión más profunda, esa que cortó la vena, donde ella gritó ruidosamente. Ese alarido vestido con la voz de su novia aturdió todos los nervios del muchacho, y su cuerpo se movió solo. Por instinto se lanzó hacía atrás. Lo que encontró fue una imagen desgarradora, los brazos de ella estaban completamente bañados de sangre, no fue un solo corte, fueron decenas. La tomó entre sus brazos con una firmeza conmovedora, como si estuviera tratando de aferrar su vida, como si con sus brazos pudiera sostener ese aliento que partía con cada gota de sangre que caía en el suelo. La chica obtuvo cierto sosiego, pues ella deseaba ese abrazo final. Miró a su amado a la cara mientras el dolor desaparecía, las heridas de sus brazos comenzaban a ser una simple sensación apagándose entre una calma abismal. Se sintió segura. En ese instante, no fue una película, pero sí volvieron a su memoria muchos recuerdos felices que la persona que tenía en frente le había regalado. Desde los primeros besos, pasando por los pequeños detalles, hasta los cuidados más difíciles. Y estando allí sumergida entre esos brazos, se dio cuenta que había olvidado esa sensación, se había recluido tanto en sí misma, le había otorgado tanto poder a la tristeza, que no supo recordar el poder curativo de un abrazo. Entendió que solo necesitaba aceptar ese amor, lo deseaba más que nunca. En sus alientos finales reconoció una trágica verdad. —Cariño —dijo la chica mientras se esforzó para levantar su brazo y poder acariciar el rostro de su novio—. Yo… —la voz era muy débil, por lo que él tuvo que acercar su oído, como si le estuvieran revelando un secreto— Yo quiero vivir. Y entonces se desvaneció, el cuerpo duplicó su peso y simplemente se apagó. Envuelto en un torbellino de miseria emocional, el joven gritó hasta romper su garganta, pues no había forma, estaban demasiado lejos del mundo, a kilómetros de cualquier civilización, no era posible, aunque él lo deseaba con todo su corazón, no hubiera podido cumplir el último deseo de su amada.