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Los días caían tan rápido que ni siquiera se diferenciaban entre

sí. Un manojo de tiempo desvanecido entre las cosas que no tienen


permitido permanecer. Ella se sentaba en el borde de su cama para
observar taciturna como todo aquello que parecía importarle era
desterrado al pasado.
Los colores no tenían identidad en su lúgubre habitación. La
poca luz que lograba pasar entre las rendijas no era suficiente para
dotarlos con ello. El polvo sobre el suelo, los pañuelos con lágrimas,
la ropa desordenada sobre una silla, las botellas arrojadas a su
suerte a un costado del lecho; eran un conjunto de situaciones que
declaraban la falta de energía, el peso de una mente desamparada.

La puerta se abrió, una figura masculina cruzó el umbral con


cuidado. Al aclararse la imagen se vio un rostro sonriente, en sus
manos traía una bandeja con un plato de carne y algo de ensalada,
también un vaso con jugo de manzana.
—Ya despertaste. Aún dormías cuando llegué. Te traje un poco
de comida —anunció mientras tomaba asiento junto a su novia. Le
entregó la bandeja y le dejó un beso sobre el cabello. Ella esbozó
una pequeña sonrisa de agradecimiento.
—Se ve delicioso.
—Hice lo que pude —deslizó su mano sobre el pelo de la chica
y la acarició mientras ella daba pequeños bocados. Repitió el cariño
sobre la espalda hasta que el plato quedó casi vacío. Tras apartar los
trastos, la tomó suavemente por el mentón y con delicadeza logró
que lo mirara— ¿Has vuelto a llorar anoche?
—Un poco —se apartó, ocultando sus ojos hinchados por el
llanto. Pero el volvió a tomar su rostro, casi obligando a que sus
miradas se enfrenten.
—Aun así te ves hermosa —y besó los labios de su amada
antes de retirarse. Tras el sonido de encaje de la cerradura ella volvió
a acostarse abrazada a la almohada.
El trayecto hasta la cocina tenía mucha más luz. Pues las
persianas fuera del cuarto no estaban obligadas a ocultar el sol. Eso
le permitió a él comprobar que lo del plato casi vacío fue solo una
sensación, pues la comida apenas había sido probada. No era algo
nuevo.
Cruzó la casa hasta el lavaplatos y se dispuso a esa tarea.
Detrás, en una punta de la mesa muy concentrada en su teléfono se
hallaba su madre.
—Otro día sin comer —dijo la anciana.
—Así parece —contestó el hijo con semblante inerte.
—¿Cuánto tiempo hace que está así?
—Ya casi son cuatro meses.
—Es demasiado, deberías dejarla.
—No te pedí ningún consejo, madre.
—Mírate. Te estás desviviendo por alguien que ni siquiera le
importas. No es saludable para ti.
—¡Era mi hijo también! El dolor que siente es mío también. No
voy a dejarla sola. Estaré con ella mientras se recupera y volveremos
a hacer nuestra vida, como podamos.
—El accidente no fue culpa tuya. Fue su negligencia la qu…
—¡¿Ya vas a empezar?! ¡Mejor vete! No tengo ganas de
escucharte.
—Está bien, hijo. Me iré. Pero recuerda esto, ya he visto como
terminan estás situaciones. Tú crees que la sacarás de ese abismo,
pero si ella no está dispuesta a salir todos tus esfuerzos se volverán
en tu contra y serás arrastrado a esa oscuridad. No al revés.

La tarde se le hizo fugaz al distraerse con las tareas del hogar.


Logró cortar el césped justo antes de que esta cerrara por completo.
Era difícil ver en su rostro una sonrisa si no era con su novia al frente.
Mientras guardaba las maquinas en el garaje se detuvo frente a una
pequeña bicicleta infantil con los rayos destrozados y doblegados, el
cuadro aplastado; se detuvo sin quererlo realmente, fue el impacto
del recuerdo lo que hizo que sus piernas frenaran, casi como su
corazón ante la presencia de esas memorias.
Él estaba trabajando en una oficina de una empresa promedio
cuando llegó la llamada de su novia. La voz del otro lado era la de
una mujer hecha pedazos, “solo me distraje un segundo, cuando
volteé a ver el camión ya había pasado” repetía entre sollozos. El
rostro de su hijo de cuatro años había desparecido entre un puñado
de carne sin forma. La rueda del vehículo aplastó el cráneo como si
fuera un huevo.
No tenía una certeza que pudiera justificar la razón por la que
aún conservaba la pequeña bici, cada vez que la tenía en frente
revivía esas imágenes en su cabeza como si estuvieran ocurriendo
en ese mismo momento. Tal vez era un recordatorio de la fortaleza
que necesita tener para sostenerse en pie.

Subió hasta la habitación luego de abrir la ducha. No perdió


demasiado tiempo en quitarle vestuario pues se pasaba el día
acostada en ropa interior. La llevó en brazos hasta la bañera donde
la colocó con gentileza. La limpió con agua tibia mientras ella solo se
permitía abrazar sus propias rodillas. Tras vestirla con un pijama
perfumado con su aroma preferido y cepillar su cabello. Buscó una
cena para dos y se sentaron juntos a comer. Por la noche el apetito
acumulado durante el día hacía que ella comiera normalmente.
Nunca lo miraba, él tenía que llamar su atención o tomar su
rostro para que lo hiciera. En el alma de la chica habitaba una
profunda culpa que solo provocaba vergüenza al encontrar los ojos
del hombre cuyo hijo había dejado morir. Eso se combinaba con su
propio dolor y hacían una bomba emocional que estallaba
frecuentemente en un mar de lágrimas.
—¿Sabes? —habló él— Estaba pensando que quizás, hoy
podría dormir contigo. Las noches son duras para mí también, tal vez
si me dejas quedarme conti…
—¡Ya te dije que no!
—Pero, mi amor, yo solo quiero abrazarte.
—¡No, no, no! ¡Vete!
—No quiero irme, solo quiero acompañar a mi novia en su
due…
—¡Sal de la puta habitación! ¡AHORA!
—Escúchame un segundo, por favor —él hablaba desde el
marco de la puerta con medio pie afuera en señal de paz, pero el
síntoma de la ira no parecía ceder en la consciencia de su pareja.
—¡¿Qué eres, sordo o estúpido?! ¡VETE! —la chica alzó un
plato desparramando los restos de comida sobre el colchón y con un
gesto amenazante volvió a repetir su deseo de soledad.
—Cariño, tranquilizate, hablemos —pero lejos de acatar esa
súplica ella arrojó el plato junto a un estruendoso grito de furia. El
otro tuvo que cerrar la puerta con rapidez para evitar el impacto y
el objeto se partió en cientos de trozos al chocar.

Él no se apartó del lugar, se sentó sobre el pasillo y recostó su


espalda sobre la madera de la puerta. Al cabo de unos minutos sus
oídos percibieron los lamentos desgarradores de su mujer del otro
lado. No pudo con eso, también lloró en silencio hasta quedarse
dormido ahí mismo.
Ella no se durmió, solo descargó todo el dolor posible. El
tiempo para ella era irreconocible, de modo que pasaron algunos
minutos u horas, absurda la precisión. Al cabo de un rato, su
atención fue capturada por los trozos de vidrios desparramados.
Al acercarse los dedos de su pie tocaron algunos, los observó
impasible. Levantó el que para ella era el más grande, apoyó la punta
sobre su muñeca y disfrutó la presión ejercida sobre una de las venas
que resaltaba. Su deseo más profundo era apretar más, hacer que
reviente y morir. Sin embargo, no tuvo el valor para ese cometido,
hecho que le causó una profunda frustración. Imbuida en esa
emoción arremetió con su pie descalzo sobre los vidrios rotos, y el
bullicio de ese contexto no le permitió al hombre quedarse dormido
ni impasible, entró inmediatamente para apartarla lejos del
desorden. La planta del pie sangraba notablemente y algunos
pequeños fragmentos estaban clavados en la carne. Pese a los
intentos de ella para no ser socorrida, él tomó su pierna con fuerza
para quitar las esquirlas.
—Ya deberías calmarte, necesitamos hablar, y no me iré de
aquí hasta que lo hagamos —había una convicción en esas palabras
que le hicieron entender que estaba acorralada, no podría evitar el
diálogo.
—Yo… —las palabras costaron un poco, nunca es fácil decir en
voz alta el deseo de acabar con todo— Yo quiero morirme. Pero no
tengo el valor de hacerlo.
—Entiendo —dijo él al tiempo que sentía su corazón
estrujarse—. Debemos buscar ayuda entonces, puedo conseguir
una cita con algún profesional mañana mismo. Iremos juntos.
—No, en serio necesito irme —contestó al tiempo que tomaba
a su novio por el mentón para que la mirará a los ojos, era la primera
vez en meses que la iniciativa fue de ella. Lejos de conmoverse, un
gran terror circuló por los nervios del muchacho, pues está vez no
solo pudo ver una honda tristeza en los ojos de su amada, sino que
además, ante el deseo de morir, había esperanza. Una sincera.
—Amor, puedo comprender que estés muy triste, yo también
lo estoy, pero esa no es una solución. Me destroza que digas eso.
—No, no creo que lo comprendas. A ti te asusta la idea de que
yo fallezca, te entristece, lo acabas de admitir. Pues entonces es
obvio que no puedes entender, para mí esa idea no resulta nada
aterradora, muy lejos de eso me despierta alegría, ilusión.
—Entonces permíteme buscar ayuda profesional.
—¡No me entiendes! ¡No quiero un loquero! ¡Quiero acabar
con este dolor constante que nunca se va!
—¡¿Quieres suicidarte?! —el grito del muchacho salió
desquebrajado, culpa de la tristeza, la bronca y la impotencia que le
causaba ver todos sus esfuerzos desestimados— ¡Pues has lo que
quieras!
Luego de eso solo pudo aislarse en el baño y llorar, tan
desconsoladamente como lo haría un niño, incapaz de contener el
dolor. Por momentos se detenía, aunque solo eran instantes,
pequeños oasis de tranquilidad en medio de un desierto de angustia.
Las palabras de ella regresaban a su mente con los recuerdos de su
niño, tanta desazón contenida estaba haciendo erupción sin que él
pudiera hacer nada. No fue capaz de poner freno a una sola lágrima.
La noche pasó inadvertida. Y no se había movido del baño.
Pudo comprender casi por casualidad lo que intentaba explicarle su
anciana madre. Y solo gracias a su fuerte capacidad reflexiva. Era él
el que estaba perdiendo las ganas, ya no quería ponerse de pie, solo
quedarse allí tirado todo el día, ni siquiera le importó cuando la
alarma para el trabajo anunció la madrugada.
Únicamente pudo inmutarlo un poco, no demasiado, el sonido
de la puerta abriéndose. Movió la cabeza y vio a su novia.
—Solo quiero hacer pis —anunció mientras se sentaba en el
inodoro— ¿Has estado aquí toda la noche?
—Sí.
—Te ves fatal.
—¿Qué mierda quieres? Termina de hacer eso y vete.
—No quería lastimarte. Lo siento.
—Realmente no creo que te importe. Pensé que ya estarías
muerta, ¿no?
—Me gustaría. Ojalá pudieras entenderme.
—Te entiendo —esta vez fue ella la sorprendida—. Yo estoy
sufriendo exactamente lo mismo que tú. Recuerda que también era
mi hijo. Entiendo perfectamente el dolor que tienes. Y también
estoy exhausto, de todo. Ya no soporto verte sufrir, mi amor.
—¿Qué estás diciendo?
—Que si ya quieres partir, te apoyaré.
—Gracias —respondió la muchacha mientras se limpiaba.
El viaje en auto fue de tres horas de absoluto silencio. Una
parte del trayecto era sobre tierra, la que no fue muy amable con el
vehículo. A ninguno de los dos les importó. Una vez alcanzado el
límite tuvieron que continuar a pie. Se trataba de uno de los bosques
más densos, no solo del país, sino del continente.
Podría decirse que ese fue solo el comienzo del viaje, ya que
luego se adentraron en el lugar durante otras doce horas. Algunos
de sus fin de semana los usaban para acampar, por lo que ambos
tenían experiencia en ese tipo de caminatas, reconocían los
senderos seguros y estaban atentos a los peligros que pudieran
esconderse detrás de cada árbol. Aunque para el objetivo que tenían
poco parecía importar la seguridad.
—¿Qué harás cuando regreses? —quiso saber la novia
mientras se abría paso entre unos arbustos.
—No tengo idea, tal vez me emborrache hasta desmallarme.
—En serio agradezco que hagas esto por mí. Estoy segura que
no existe nadie capaz de amarme como tú lo haces.
—Yo también estoy seguro de eso.
La muchacha observó a su novio, se dio cuenta que había
arreglado su barba de esa manera que a ella le gusta. No era algo
que frecuentara usar. Estaba feliz, por fin iba a morir y lo haría en
los brazos del hombre que ama.
—Ya hemos caminado por horas —anunció ella.
—Sí, si no me equivoco ya debemos estar unos sesenta
kilómetros lejos de todo.
—Así es. Hay muchos casos de personas desaparecidas en este
bosque, no creo que me encuentren aquí. Además, tú puedes
esconder mi cuerpo para que sea aún más difícil.
Él no respondió, la situación era tan surrealista que parecía
haber perdido las emociones, la insensibilidad le resultó
extremadamente necesaria. Buscó asiento sobre una rama y dando
la espalda a su mujer abrió la cantimplora. La brisa libre de la
naturaleza esbozaba en el entorno una tranquilidad que parecía
burlarse de su contexto.
—¿Vas a darme la espalda?
—Solo hazlo rápido.
—Pensé que al menos me abrazar…
—Pensaste mal. Termina con esto de una vez.

Algo en su interior se estaba rompiendo silenciosamente, no


es que no quisiera acompañarla, o mirarla, es que simplemente no
podía. No era capaz de hacerlo. La actitud indiferente lejos estaba
de ser malvada, solo era el miedo y el dolor que no le permitían
voltearse.
Fueron los segundos más extensos. El silencio de ella se hacía
más escabroso con cada uno que pasaba. Mientras más transcurrían,
más era la necesidad de girar, las dudas comenzaron a ser mortíferas,
¿ya lo hizo?, ¿no lo hizo?, ¿me doy la vuelta?
Luego unos pequeños quejidos penetraron por sus orejas y le
confirmaron la tragedia, todo su cuerpo empezó a temblar. Detrás
de él, a unos pocos pasos, la mujer que amaba, esa que le había dado
los momentos más hermosos, las alegrías más puras, la felicidad
completa; esa mujer que él había amado tanto, se estaba quitando
la vida.
Fue en la incisión más profunda, esa que cortó la vena, donde
ella gritó ruidosamente. Ese alarido vestido con la voz de su novia
aturdió todos los nervios del muchacho, y su cuerpo se movió solo.
Por instinto se lanzó hacía atrás. Lo que encontró fue una imagen
desgarradora, los brazos de ella estaban completamente bañados
de sangre, no fue un solo corte, fueron decenas.
La tomó entre sus brazos con una firmeza conmovedora, como
si estuviera tratando de aferrar su vida, como si con sus brazos
pudiera sostener ese aliento que partía con cada gota de sangre que
caía en el suelo.
La chica obtuvo cierto sosiego, pues ella deseaba ese abrazo
final. Miró a su amado a la cara mientras el dolor desaparecía, las
heridas de sus brazos comenzaban a ser una simple sensación
apagándose entre una calma abismal. Se sintió segura.
En ese instante, no fue una película, pero sí volvieron a su
memoria muchos recuerdos felices que la persona que tenía en
frente le había regalado. Desde los primeros besos, pasando por los
pequeños detalles, hasta los cuidados más difíciles. Y estando allí
sumergida entre esos brazos, se dio cuenta que había olvidado esa
sensación, se había recluido tanto en sí misma, le había otorgado
tanto poder a la tristeza, que no supo recordar el poder curativo de
un abrazo. Entendió que solo necesitaba aceptar ese amor, lo
deseaba más que nunca. En sus alientos finales reconoció una
trágica verdad.
—Cariño —dijo la chica mientras se esforzó para levantar su
brazo y poder acariciar el rostro de su novio—. Yo… —la voz era muy
débil, por lo que él tuvo que acercar su oído, como si le estuvieran
revelando un secreto— Yo quiero vivir.
Y entonces se desvaneció, el cuerpo duplicó su peso y
simplemente se apagó. Envuelto en un torbellino de miseria
emocional, el joven gritó hasta romper su garganta, pues no había
forma, estaban demasiado lejos del mundo, a kilómetros de
cualquier civilización, no era posible, aunque él lo deseaba con todo
su corazón, no hubiera podido cumplir el último deseo de su amada.

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