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UVAS
De Mateo Vázquez.
Personajes.

Él. Ella.
La obra está escrita entre diálogos y una narrativa que ayude al lector, director o
actores a imaginar los espacios, atmosferas y todo lo que rodea la puesta en escena.

Cuando el público entre a la sala deberá sentir un ambiente completamente


decembrino, la casa estará llena de adornos de navidad y un colgable que Feliz
Año Nuevo que contraste con la expresión de una pareja de casados estancados en
la monotonía.

12 UVAS.

Ella y El están sentados uno frente al otro, en cada extremo de la mesa. Podemos
ver los restos de una cena que se antojaba deliciosa; sin embargo el tedio sepulta
cualquier expresión de cariño o amor. Ella limpia delicadamente la comisura de
sus labios, cada movimiento en ella es cuidado, preciso, sin margen de error al
doblar una servilleta, acomodar los cubiertos, incluso su sentado la hace parecer
una escultura viviente.

Él por su parte parece destinado a la indiferencia. Ninguna mueca en su rostro le


da algún tipo de brillo; ningún gesto, ningún movimiento, más que el de llevar una
copa de vino su boca. Viste un traje gris, luce sobrio, elegantemente abstraído de la
escena donde se encuentra.

A ratos se miran, se gritan con el silencio de sus miradas, se quisieran disparar un


balazo con cada parpadeo. El tiempo no transcurre, solo agoniza entre estas dos
vidas que un día se unieron y ahora no saben cómo separarse.

Ella: ¿Te gusto?

Él la mira indiferentemente, solo un segundo, cómo si no hubiera externado


palabra alguna continúa bebiendo su vino.

Ella recibe su silencio como una aguja que se clava en medio de su pecho. Una
punzada que recorre su espina dorsal y al final sale disfrazada de una sonrisa
discreta.
Ella: Seguramente si, sé que es tu favorita.

Él asiente con la cabeza en señal de agradecimiento, da un sorbo más a la copa de


vino.

Ella mecánicamente recoge los platos y todo lo que está en la mesa, con orden
impecable sabe acomodarlos, hace una especie de pirámide físicamente perfecta,
todo está en equilibrio, todo está perfectamente trazado para ser llevado a lavar.
Sale a la cocina. Se escuchan los trastes colocándose en el lavavajillas. Sale de la
cocina, se sienta de nuevo en su silla e inmediatamente adopta la postura con la
que el público la vio por vez primera.

Ella dispone a servirse de nuevo una copa de vino, sin embargo, Él no la deja; basta
solo un pequeño roce de su mano contra la de ella para detenerla en su intento de
seguir bebiendo. Ella baja la mirada, acomoda su vestido, su peinado, acomoda lo
poco que queda de ella.

Ella: Tienes razón. Será mejor dejar de beber.

Él se levanta de su silla, se dirige al estéreo y tiene planes de poner su disco


favorito para esta temporada del año. Elige entre su colección un disco, abre la
cajilla, saca el disco y cuando lo intenta poner, ella lo interrumpe con un abrazo
por la espalda.

Ella: ¿Y si mejor hacemos otra cosa?

Él no repara en seguir poniendo su disco. Se escuchan unos villancicos en inglés,


monótonos, haciendo más gris la atmosfera.

Ella se sienta una vez más en la silla, totalmente abatida por el hartazgo.

Ella: Supongo que lo bueno es que ya está por acabarse este año.

Él: Así es.

Ella: Vaya, por lo menos en algo estamos de acuerdo.

Silencio largo, como si el silencio fuera quién les está gritando en su cara.

Ella revisa su reloj, están a punto de dar las doce. Sale rápidamente hacia la cocina
y cuando regresa trae consigo un par de copas con doce uvas.
Ella: Ven amor, ya casi sonarán las campanas.

Él: Prefiero irme a dormir

Ella: ¿Qué? Por lo menos cómetelas conmigo, es la tradición.

Él se sienta al otro lado del comedor, extiende su mano hacia ella como
obligándola a cumplir con esta tradición.

Ella: ahora hay que esperar unos segundos…

Suenan las campanas… haciendo eco y delatando el vacío que hay entre los dos.
Ambos se miran mientras se escuchan las primeras campanadas.

Ella: Pues empecemos.

Él le ha ganado y comenzó a comer sus uvas mientras ella decía la frase. Las come
una por una, sin prisa. Ella al verlo comienza a hacer lo propio. Se detiene en la
tercera.

Ella: ¿Por qué seguimos aquí?

Él: Tú eres la de las respuestas.

Ella: Pero…

Él: No tengo idea.

Esas palabras hacen eco dentro de Ella, la congelan, la dejan al borde de soltar una
lágrima.

Ella: Propongo pedir los deseos juntos.

ÉL: Ya pasaron las campanadas.

Ella: No importa, anda, tenemos que hacer algo para salir de todo este aislamiento.

Él: Comienza tú.

Ella: No, hazlo mejor tú. Quiero escucharte. Quiero saber qué piensas.

Él guarda silencio, diciéndolo todo tan solo con el su mudez.


Ella: Dejémoslo a la suerte entonces. ¿Un volado?

Él: Madura.

Ella no le hace caso y saca de su bolso una moneda, la cual la echa a volar y la
atrapa en el aire.

Ella: Águila.

Él: No pienso hacerlo.

Ella: ¿Tienes algo mejor que hacer?

Él se convence, un tanto renuente toma una de las uvas.

ÉL: Deseo… que el próximo año no estemos aquí.

Ella: ¿Qué?

ÉL: Ya lo dije, te toca a ti.

Ella duda en seguir con la dinámica, pero toma un suspiro de valor y continúa.

Ella: Deseo… que no volvamos a equivocarnos de nuevo.

ÉL: ¿A qué te refieres?

Ella: Ya lo dije, te toca.

Él: Deseo un cambio de vida.

Ella: Deseo… de todo corazón… volver a ser libre.

ÉL: Concedido.

Ella: ¿Qué?

ÉL: Que te lo concedo ¿Quieres ser libre, no?

Ella: Ya deja de jugar, por favor.

ÉL: No estoy jugando, te lo digo en serio. Las puertas están abiertas.

Ella: Era broma, mejor vayamos a dormir.


Él: No, sabes, ya me está gustando todo esto. Es más, repito. Deseo que mi mujer
tenga las agallas para irse de la casa.

Ella: Cállate.

ÉL: Deseo que mi mujer tenga los huevos para confesarme que me ha engañado
por meses con su jefe.

Ella queda atónita ante la declaración de él.

Él: Deseo también, que conozca a mi nueva amante.

Ella: ¡Ya basta! ¿Qué te pasa?

Él: ¿Por qué? Solo te estoy diciendo mis deseos, estoy haciendo lo que me pediste.

Ella: Eres un imbécil.

Él: Pero nunca mentiroso. ¿Me vas a decir que no lo tienes?

Ella guarda silencio.

Él: Por lo menos ten los huevos de aceptarlo.

Ella: Ya lo dijiste, ¿Qué más puedo decir?

Él: Que lo sientes, que te arrepientes, que eres una puta.

Ella: ¿Una puta? Tú eres un hijo de la chingada, Te imaginas estar con una persona
que nunca muestra el menor rastro de gratitud por todo lo que haces por ella. He
estado los mejores años de mi vida a tu lado, sacrificando todo para hacerte feliz.

Él: ¿Así que eres la víctima?

Ella: No, solo soy una mujer que reaccionó ante lo que la vida le ponía enfrente.

Él: Y preferiste quedarte con esa persona que arruinó tu vida, a seguir delante por
ti misma.

Ella: Por amor. Es una estupidez claro, pero lo hice por amor. Por amor aguanté
cada día de silencio, cada momento de soledad durmiendo a tu lado. Por amor
busque sexo con alguien más, por amor decidí seguir contigo, porque a pesar de
todo no dejo de quererte, llámame estúpida, llámame como quieras. Tuve un
amante un par de meses, cogimos como adolescentes, lo hicimos en todos los
lugares de esta casa, me hizo suya en los mejores moteles, me trató como quiso.
Pero al final me hartó. No es eso lo que me hace quedarme con una persona. No
solo se trata de sexo. Te elegí porque creí que eras un buen hombre, que serías
buen esposo y buen padre. Porque estaba orgullosa de ti.

Él ahora queda impávido por la respuesta de ella, no sabe si creer o no, así que lo
único que puede hacer es tomar una uva más y comérsela lentamente.

Ella: Ahora me toca a mí. Deseo conocer a la amante en turno de mi marido.

ÉL la mira incrédulamente.

Ella: Deseo que nos llevemos bien, que formemos una nueva relación los tres.

Él: Estas loca.

Ella: ¿Ahora quien no tiene huevos? Por qué no le dices a Bárbara que venga a
cenar, que venga y disfrute una copa de vino con nosotros.

Él: Ya basta.

Ella: Por Dios, ¿Que no era lo que querías? Que al final se destapara la cloaca.
Felicidades, lo has logrado, ahora sabemos lo que queremos, lo que tenemos,
sabemos lo que realmente somos. ¿Qué más podemos desear?

Ambos se sientan en sus sillas. Ambos están devastados. Ambos están petrificados
por todo lo que ha sucedido.

Ella toma su última uva, la mira como si se tratara de un espejo. Al final se la come
de un bocado

Ella: Bueno si ya no hay más deseos, creo que es todo. Con permiso.

Ella sale con dirección a su cuarto.

Él queda congelado. Mira su copa, mira la mesa que había dispuesto ella, mira
todo lo que han formado al paso del tiempo, mira el retrato de su boda, mira su
anillo de compromiso. Todo este tiempo y espacio es solo para él.
Ella regresa con una pequeña maleta y abrigada, lista para marcharse.

Él sin siquiera voltear a mirarla.

Él: No te vayas.

Ella: ¿Perdón?

ÉL: Que no te vayas. No sé cómo pedírtelo, no sé qué decirte y ni siquiera tengo la


cara para mirarte a los ojos. Solo, no te vayas.

Ella: Era mi deseo, y tú lo quisiste cumplir. Simplemente estoy haciendo lo que se


debe hacer.

Él: Por favor, escúchame.

Ella: ¿Ahora sí? Por favor, no te engañes, ni intentes engañarme, siempre has sido
poco detallista, incluso poco afectivo, pero desde hace semanas te comportas como
si hubieras perdido al amor de tu vida. Y parece ser que así fue ¿no? Bárbara está
de viaje en Brasil, quizá allá consiga a alguien más para poder exprimirle el dinero.

ÉL: Y tu cómo lo…

Ella: Mira, las mujeres nos enteramos de todo, no necesita explicación. Llegué a
sentirme culpable ¿sabes? Pero ahora que lo pienso, mi deseo también te
beneficiará a ti. Al irme de aquí, puedes hacer lo que más necesites, puedes ir a
buscarla, puedes ir tras el verdadero amor.

Él: ¿Para qué? El verdadero amor lo estoy perdiendo justo en este momento.

Ella: Por favor, no te engañes...

Él: No lo hago, esa mujer solo estuvo conmigo por el dinero, me quitó todo lo que
tenía; ahora veo que se llevó lo más valioso.

Ella se dirige a la puerta, gira la perilla.

Él: Estuve un año con una mujer que me complacía en la cama, hizo todo lo que le
pedí; pero tenías razón. No lo es todo. No me ama, nunca lo hizo y lo que
realmente me hizo tanto daño, fue darme cuenta que no dejaba de sentirme solo.
Me sentí solo también cuando estaba aquí contigo, pero no era tu culpa. Te miraba
y pensaba que justamente me habías dejado los mejores años de tu vida. No supe
reaccionar ante eso, no supe pedirte perdón, no supe asumir mi culpa. Fui un
idiota al culparte. Que te vaya bien.

Ella solamente termina de abrir la puerta y se despide con una mirada de él.

Él quedó de pie mirando la puerta. Mirándose a sí mismo derrotado.

Él se sienta de nuevo en su silla; ha quedado una última uva.

Él: Deseo… una última oportunidad.

Él se levanta de su asiento, comienza a apagar las luces, el estéreo, lo poco que


queda de vida en su casa.

Justo cuando está por irse a su habitación, ella entra intempestivamente.

Sus miradas colisionan como la primera vez en que se vieron.

Ella: Lo siento, solo regresé por mi cartera.

Él se abalanza sobre de ella. La besa apasionadamente. Desabotona rápidamente su


abrigo, abre el cierre de su vestido, ella hace lo propio con el pantalón y la camisa
de él. Ambos se funden en una serie de besos y caricias apasionadas.

Ella: Eres un pendejo, ¿Lo sabías?

ÉL: El más grande.

Ella: ¿Te sigo gustando?

Él: ¿Tú qué crees?

Ella: No tengo idea, tal vez solo quieras cogerme y mañana correr tras de ella…

ÉL: No digas tonterías, me gustas más que cuando te conocí. Sí, soy un pendejo,
pero tengo la fortuna de tenerte a mi lado.

Ella: ¿Sabes que te amo?

Él: No hace falta que lo digas.

Ella: Creo que aún quedan uvas… ¿Quieres pedir otros doce deseos?
Él: Solo si me dejas cumplir primero los tuyos.

Ambos terminan prácticamente desnudos y a punto de hacer el amor.

Oscuro.

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