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LA PARUSÍA
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"Creo que la obra de Russell es uno de los importantes tratados sobre escatología
bíblica disponibles para la iglesia en la actualidad. Los puntos de controversia
discutidos en esta obra con respecto a las referencias del marco de tiempo de la
Parusía en el Nuevo Testamento son de importancia vital, no sólo para la
escatología, sino también para el futuro debate sobre la credibilidad de las
Sagradas Escrituras". (Dr. R. C. Sproul, president de los Ministerios Ligonier).
"En vista de las maravillosas y penetrantes observaciones del Dr. Russell, ningún
estudiante serio de la escatología bíblica debería intentar construir un esquema
sistemático de sucesos apocalípticos sin consultar primero esta obra del siglo
diecinueve, La Parusía". Walt Hibbard, presidente de Great Christian Books).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
CONTENIDO
Prefacio .................................................................................................................. 19
Parte I .................................................................................................................... 28
La Venida del Hijo del Hombre (La Parusía) Durante la vida de Los
Apóstoles............................................................................................................... 39
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La Venida Del Hijo Del Hombre [La Parusía] Antes De Que Pasara Aquella
Generación ............................................................................................................ 67
I. Preguntas De Los Discípulos .......................................................................... 79
II. Respuesta De Nuestro Señor A Los Discípulos .......................................... 80
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Los Muertos En Cristo Han De Ser Presentados Junto Con Los Vivos En La
Parusía ................................................................................................................. 213
Expectativa De La Futura Bienaventuranza En La Parusía ......................... 215
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Cercanía Del Juicio Y Del Fin De Todas Las Cosas ....................................... 296
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Nota A: Reuss Acerca Del "Número De La Bestia" (Apoc. 13:18) ............... 510
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PREFACIO
Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la
prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida
del Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento.
Apenas si hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de
Juan, en el que la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la
bendita esperanza de la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y
solemnidad; fue mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los primeros
cristianos; y fue creída firmemente y esperada ansiosamente por las iglesias de la
era primitiva.
No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros
cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa
esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los corazones
en la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos creyentes.
Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y credos, debe
admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha dejado de ser
una creencia viva y práctica.
Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los
apresurados vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a
interpretar la profecía, y el consiguiente discrédito por el fracaso de sus
predicciones, sin duda han disuadido a hombres reverentes y sensatos de
adentrarse en la investigación de 'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay
razones para pensar que la crítica racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo
alguna vez el propósito de que las predicciones del Nuevo Testamento tuvieran
cumplimiento literal o histórico.
Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea que
haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era
apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en épocas
subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al borde de una
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Notas:
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EL LIBRO DE MALAQUÍAS
Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel por
medio de Malaquías'.
Cap. 3:5.- "Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los
hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su
salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y a los que hacen injusticia al
extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos".
Cap. 4:1.- "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los
soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los
abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama".
Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los
términos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente
crisis en la historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo
rebelde. "Viene el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de Jehová".
Que este "día" se refiere a cierto período y a un suceso específico no admite duda.
Ya había sido predicho, y precisamente con las mismas palabras, por el profeta Joel
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(2:31): "El día grande y espantoso de Jehová". Y encontraremos una clara referencia
a él en el discurso del apóstol Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:20). Pero el
período queda definido más precisamente por la notable declaración de Malaquías
en 4:5: "He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová,
grande y terrible". La declaración explícita de nuestro Señor de que el Elías
predicho no es otro que su precursor, Juan el Bautista (Mat. 11:14), nos permite
establecer el momento y el suceso a los que se hace referencia como "el día de
Jehová. grande y terrible". El suceso no debe ser buscado a gran distancia del
período de Juan el Bautista. Es decir, la alusión al juicio de la nación judía, cuando
su ciudad y su templo fueron destruidos, y la estructura entera del estado mosaico
fue disuelta.
Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías predicen la aparición de Juan el
Bautista como el precursor de nuestro Señor, pero en términos muy diferentes.
Isaías le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el
desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro
Dios". (Isa. 40:3). Malaquías representa a Juan como el precursor del Juez venidero:
"He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y
vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del
pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos".
(Mal. 3:1).
Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que siguen
inmediatamente después, y que describen la alarma y la consternación causadas
por su aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá
estar en pie cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).
No puede decirse que este lenguaje es apropiado para la primera venida de Cristo;
pero es altamente apropiado para su segunda venida. Hay una clara alusión a este
pasaje en Apoc. 6:17, donde "los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los
capitanes," etc. son representados como ocultándose "del rostro de aquél que está
sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, diciendo: El gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?" Nada puede estar más claro que "el día de
su venida" en Mal. 3:2 es el mismo que "el día de Jehová, grande y terrible" de 4:5,
y que ambos responden al "gran día de su ira" en Apoc. 6:17. Por lo tanto,
concluimos que el profeta Malaquías habla, no del primer advenimiento de nuestro
Señor, sino del segundo.
Esto queda probado además por el hecho significativo de que, en 3:1, el Señor es
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misión del segundo Elías tiene éxito en ganar los corazones del pueblo, la
catástrofe inminente puede ser alejada, después de todo (3:3, 16-18; 4:2, 3, 5).
Hengstenberg observa: "Todas las cosas imaginables están incluídas en esta sola
palabra"; (2) y cita el comentario de Vitringa sobre este pasaje: "No cabe duda de
que Dios quería decir que entregaría a una segura destrucción tanto a los
obstinados transgresores de la ley como a su ciudad, y que debían sufrir el extremo
castigo de su justicia, como dirigentes consagrados a Dios, sin ninguna esperanza de
obtener favor o perdón".
Tal es la terrible maldición que dejó suspendida sobre la tierra de Israel el espíritu
profético en el momento de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es
importante observar que todo esto hace referencia clara y específica a la tierra de
Israel. El mensaje del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los de
Israel; la venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con
maldición es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta manifiestamente a una
específica catástrofe local y nacional, de la cual la tierra de Israel habría de ser el
escenario, y sus culpables habitantes las víctimas. La historia registra el
cumplimiento de la profecía, en exacta correspondencia con el tiempo, el lugar, y
las circunstancias, en la ruina que devastó a la nación judía durante el período de
la destrucción de Jerusalén.
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Los cuatro siglos que transcurren entre la conclusión del Antiguo Testamento y el
principio del Nuevo están en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,
sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de Josefo, que fue un período
agitado en los anales judíos. Judea fue, por turnos, vasalla de las grandes
monarquías que la circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un
intervalo de independencia bajo los príncipes macabeos. Pero, aunque durante este
período la nación pasó por grandes sufrimientos, y produjo algunos ilustres
ejemplos de patriotismo y de piedad, en vano buscamos algún oráculo divino, o
algún mensajero inspirado, que declarase la palabra de Dios. Israel podía decir en
verdad: "No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay
quien sepa hasta cuándo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos no dejaron
de ejercer una poderosa influencia en el carácter de la nación. Durante este
período, se establecieron sinagogas por todo el territorio, y el conocimiento de las
Escrituras se extendió ampliamente. Surgieron las grandes escuelas religiosas de
los fariseos y de los saduceos, cuyos dos grupos profesaban ser expositores y
defensores de la ley de Moisés. En gran número, los judíos se asentaron en las
grandes ciudades de Egipto, Asia Menor, Grecia, e Italia, llevando consigo y a
todas partes el culto de la sinagoga y la Septuaginta, la traducción griega del
Antiguo Testamento. Sobre todo, la nación acariciaba en lo más recóndito de su
corazón la esperanza de un libertador venidero, un heredero de la casa real de
David, que debía ser el rey teocrático, el liberador de Israel de la dominación
gentil, cuyo reino fuera tan feliz y glorioso que mereciera llamarse "el reino de los
cielos". Pero, en su mayor parte, el concepto popular del rey venidero era terrenal y
carnal. En cuatrocientos años, no había habido ningún mejoramiento en la
condición moral del pueblo y, entre el formalismo de los fariseos y el escepticismo
de los saduceos, la verdadera religión se había hundido hasta llegar a su punto
más bajo. Sin embargo, todavía había un fiel remanente que tenía conceptos más
verdaderos del reino de los cielos, y "que esperaba la redención en Israel". Al
acercarse el tiempo, hubo indicios del regreso del espíritu profético, y presagios de
que el prometido liberador estaba cerca. A Simeón se le aseguró que, antes de
morir, vería al "ungido de Jehová"; parece que una indicación parecida se le había
hecho a la anciana profetisa Ana. Es razonable suponer que tales revelaciones
deben haber despertado gran expectación en los corazones de muchos, y les
prepararon para el pregón que poco después se oyó en el desierto de Judea:
"Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". Nuevamente se había
levantado profeta en Israel, y "el Señor había visitado a su pueblo".
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Notas:
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Notas:
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1. Que Él proclamó que una gran crisis, o consumación, llamada "el reino de los
cielos", se había acercado.
2. Que esta consumación, aunque cercana, no habría de tener lugar durante el
curso de su vida, ni durante algunos años después de su muerte.
3. Que sus discípulos, o por lo menos algunos de ellos, podían esperar presenciar
la llegada de esta consumación.
Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una
discusión más completa en un tiempo futuro.
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Mat. 12:38-46 (compárese con Lucas 11:16, 24-36): "Entonces respondieron algunos
de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de tí señal. Él
respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no
le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre
del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de
la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio
con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación
de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del sur se levantará en el
juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra
para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar.
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo haya. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida, y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala
generación".
"Mas, ¿a qué compararé esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo
que no escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta
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Tal era la terrible condición hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro
Señor pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía no había llegado, pero
ya estaba plenamente a la vista. El espíritu inmundo no había regresado a su casa
todavía, pero estaba en camino. Como observa Stier: "En el período entre la
ascensión de Cristo y la destrucción de Jerusalén, especialmente hacia el fin de ella,
podríamos decir que esta nación aparece como poseída por siete mil demonios". (5)
¿No es éste un cumplimiento adecuado y completo de la predicción del Salvador?
¿Tenemos la más ligera justificación para, o la más ligera necesidad de, decir que
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significa alguna otra cosa, o algo más que esto? ¿Qué razón hay para suponer un
cumplimiento adicional y futuro de sus palabras? ¿No es un virtual descrédito de
la profecía buscar algo más que el sentido obvio que apunta tan claramente a una
catástrofe inminente que estaba a punto de acontecerle a aquella generación?
Seguramente mostramos la mayor reverencia a la palabra de Dios cuando
aceptamos implícitamente sus obvias enseñanzas, y rehusamos las especulaciones
injustificadas y meramente humanas que los críticos y los teólogos han extraído de
su propia fantasía. Concluimos, entonces, que, en el escandaloso libertinaje de la
época, y las señaladas calamidades que, antes de que terminara, destruirían al
pueblo judío, tenemos el testimonio histórico del exhaustivo cumplimiento de esta
profecía.
Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de
los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales
cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó
la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los
hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente".
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por las legiones de Tito. Josefo nos cuenta cómo, en la agonía final del sitio, la
sangre de los sacerdotes que oficiaban fue derramada al pie del altar de los
sacrificios. Los soldados romanos fueron los ejecutores del juicio divino; y al caer al
suelo el templo y la torre, sepultaron en sus ruinas muchas víctimas de la
impenitencia y la incredulidad. Es satisfactorio descubrir que tanto Alford como
Stier reconocen la alusión histórica en este pasaje. El primero observa: la fuerza se
pierde en la versión inglesa "likewise", [parecida], que debería traducirse "in like
manner" [de la misma manera], como de hecho pereció el pueblo judío por la
espada de los romanos". (6)
Lucas 13:6-9: "Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada
en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para
qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala
todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto,
bien; y si no, la cortarás después".
No hay duda de que, en ésta como en otras parábolas, hay principios generales
aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de
vista su referencia original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen
perderse en la búsqueda de significados recónditos y místicos en los detalles
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Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era inminente
- una catástrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles -
de acuerdo con la profecía de Malaquías, de que "el día grande y terrible de
Jehová" habría de seguir a la venida del segundo Elías. Llegamos, por lo tanto, a la
conclusión de que esta discriminación entre justos e impíos, este recoger el trigo en
el granero, y quemar la cizaña en el horno de fuego, se refieren a la misma
catástrofe, es decir, a la ira que vino sobre aquella misma generación, cuando
Jerusalén se convirtió, literalmente, en un "horno de fuego", y la era del judaísmo
terminó en "el día grande y terrible de Jehová".
Esta conclusión está apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre
esta gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Señor
representa la separación entre los justos y los impíos como la característica de la
gran consumación que se llama "el reino de Dios". Pero se había declarado que el
reino estaba a las puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos
delante de nosotros se refieren, no a un remoto suceso todavía en el futuro, sino a
uno que, en el tiempo de nuestro Salvador, estaba cerca.
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Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto
os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga
el Hijo del Hombre".
En este pasaje encontramos la primera mención clara de aquel gran suceso al cual
veremos que aluden con tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus
apóstoles, es decir, su segunda venida, o Parusía. En realidad, se puede preguntar,
como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente a esta porción de la
historia del evangelio. (9) Pero, dejando de lado la pregunta por el momento,
preguntémonos qué es realmente la venida de la que se habla aquí.
¿Puede ser, como sugiere Lange, que Jesús habría de seguir tan rápidamente a sus
mensajeros en su circuito evangelístico como para alcanzarles antes de que se
terminara? ¿Se refiere, como piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas,
separadas entre sí por millares de años: la una comparativamente cercana, la otra
indefinidamente remota? ¿O debemos aceptar, con Michaelis y Mayor, el
significado claro y obvio que indican las palabras mismas? La interpretación de
Lange es ciertamente inaceptable. ¿Quién puede dudar de lo que significa aquí "la
venida del Hijo", lo que significa en todo otro lugar, y que esta es la fórmula
mediante la cual se expresa la Parusía, la segunda venida de Cristo? Esta frase
tiene un significado definido y constante, tanto como su crucifixión, o su
resurrección, y no admite ninguna otra interpretación en este lugar. Pero, ¿no
puede tener una doble referencia: primera, al juicio inminente de Jerusalén, y
segunda, a la destrucción final del mundo, siendo la primera considerada como
simbólica de la segunda? Alford sostiene el doble significado, y es severo con los
que vacilan en aceptarlo. Nos dice lo que él cree que Cristo quiso decir; pero, por
otra parte, tenemos que considerar lo que Él dijo. ¿Están seguros los defensores del
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doble sentido de que Él quiso decir más de lo que dijo? Miremos sus palabras.
¿Puede algo ser más específico y más definido en cuanto a personas, el lugar, el
tiempo, y las circunstancias que esta predicción de nuestro Señor? Es a los doce que
él habla; son las ciudades de Israel las que han de evangelizar; el tema es su pronta
venida; y el tiempo está tan cerca que antes de que la obra de ellos esté terminada
Su venida tendrá lugar. Pero si se nos ha de decir que éste no es el significado, ni
siquiera la mitad de él, y que esto incluye otra venida, a otros evangelistas, a otras
épocas, y otras tierras - una venida que, después de dieciocho siglos, todavía es
futura, y quizás remota - entonces surge la pregunta:
¿Qué no puede significar la Escritura? El sentido gramatical de las palabras ya no
es suficiente para la interpretación; la Escritura es un acertijo que debe adivinarse,
un oráculo que pronuncia respuestas ambiguas; y nadie puede estar seguro, sin
una revelación especial, de que entiende lo que lee. Por lo tanto, estamos a
dispuestos a concordar con Meyer en que esta doble referencia "no es sino una
evasión forzada y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo que
dicen, que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de
evangelizar el país de Israel, la venida del Señor tendría lugar.
Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La venida a
la que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación judía; y el
significado es, que los apóstoles apenas tendrían tiempo, antes de que sobreviniera
la catástrofe, de ir por el país advirtiendo al pueblo que se salvara de la destrucción
de una generación desgraciada; de modo que no podían darse el lujo de demorarse
en ninguna localidad después de que sus habitantes hubiesen escuchado y
rechazado el mensaje".
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mi gloria; ni será la suerte de todos los que están aquí morir durante el intervalo. El
Señor podría haber dicho que sólo dos de los de ese círculo morirían hasta
entonces, es decir, Él mismo y Judas. Pero, en su sabiduría, escogió la expresión:
"Algunos de los que están aquí no gustarán de la muerte", para darles exactamente
la medida de esperanza y ansiosa expectación que necesitaban". (12)
Baste decir que tal interpretación de las palabras de nuestro Salvador jamás podría
haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosímil,
intrincada, y artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la
interpretación tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría la
resurrección de Cristo ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los
santos ángeles, en Su reino, y para juicio? ¿O cómo podemos suponer que Cristo,
hablando de un suceso que habría de tener lugar más o menos en veinte meses,
diría: "De cierto os digo: Algunos de los que están aquí no gustarán la muerte hasta
que vean el reino de Dios?" La forma misma de la expresión muestra que el suceso
del que se habla no podría ser dentro del espacio de unos pocos meses, ni siquiera
dentro de algunos años: es un modo de hablar, que indica que no todos los
presentes vivirían para presenciar el suceso del que se habla; que no muchos lo
harían; pero que algunos sí. Es exactamente el modo de hablar que encajaría en un
intervalo de treinta o cuarenta años, cuando la mayoría de las personas entonces
presentes habrían fallecido, pero algunos sobrevivirían y presenciarían el suceso
de referencia.
Más razonablemente, Alford y Stier entienden el pasaje como que se refiere a "la
destrucción de Jerusalén y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante la
aniquilación del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su
interpretación con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra "venida final",
de la cual la destrucción de Jerusalén habría de ser "tipo y señal". De esto, sin
embargo, no se da ningún atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas. La
verdad es que no puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje
ambiguo. A los judíos les dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"
(Juan 2:19), pero el evangelista tiene cuidado de añadir: "Pero él hablaba del
templo de su cuerpo". Así que cuando Jesús habló de "ríos de agua viva que
correrán del interior del creyente", Juan añade una nota explicativa: "Esto dijo del
espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el Señor alude a la manera de su
propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra", el evangelista
añade: "Y decía esto, dando a entender de qué muerte iba a morir" (Juan 12:33). Por
lo tanto, es razonable suponer que, si los evangelistas hubiesen conocido un
significado más profundo y oculto de las predicciones de Cristo, habrían dado
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alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve a inferir que su
significado aparente no es su sentido pleno y verdadero. No hay, en verdad,
ninguna ambigüedad en cuanto a la venida a la que se alude en el pasaje bajo
consideración en este momento. No es una de varias posibles venidas, sino el
único, el único y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por
nuestro Señor, tan constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en
gloria; su venida en juicio; su venida en su reino; la venida del reino de Dios. No es
un proceso, sino un acto. No es lo mismo que "la destrucción de Jerusalén" - ese es
otro suceso relacionado y contemporáneo; pero los dos no deben ser confundidos
el uno con el otro. El Nuevo Testamento conoce de sólo una Parusía, una venida en
gloria del Señor Jesucristo. Es un completo abuso del idioma hablar de varios
sentidos en los cuales puede ocurrir la venida de Cristo -- como en su propia
resurrección; en el día de Pentecostés; en la destrucción de Jerusalén; en la muerte
de un creyente; y en varias épocas providenciales. Esta no es la costumbre en el
Nuevo Testamento, ni es lenguaje exacto bajo ningún punto de vista. Por sí solo,
este pasaje contiene tantas importantes verdades con respecto a la Parusía, que
puede decirse que cubre todo el tema; y, correctamente usado, se descubrirá que es
la clave para la verdadera interpretación de la doctrina del Nuevo Testamento
sobre este tema. Concluimos entonces:
1. Que la venida de la que se habla aquí es la Parusía, la segunda venida del
Señor Jesucristo.
2. Que el modo de su venida habría de ser glorioso - "en su gloria", "en la gloria de
su Paddre", "con los santos ángeles".
4. Que su venida sería la consumación del "reino de Dios"; el final de la época; "la
venida del reino de Dios con poder".
5. Que nuestro Salvador había declarado expresamente que esta venida estaba
cerca. Lange observa correctamente que las palabras están "colocadas
enfáticamente al principio de la oración; no es un simple futuro, sino que
significan: El acontecimiento es inminente que Él vendrá; está a punto de venir".
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6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta predicción habrían
de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir, su venida en
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gloria.
Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró que la Parusía, o la gloriosa venida
de Cristo, ocurriría dentro de los límites de la generación que entonces existía, una
conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.
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Lucas 18:1-8: "También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre,
y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni
respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él,
diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero
después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a
hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que
viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez
injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?
¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" El carácter intensamente
práctico y de actualidad, si podemos llamarlo así, de los discursos de nuestro
Señor, es una característica de sus enseñanzas que, aunque pasada por alto a
menudo, requiere que no se le pierda de vista. Él hablaba a su propio pueblo, en su
propio tiempo. Era el mensajero de Dios para Israel; y, aunque es muy cierto que
sus palabras son para todos los hombres en todo tiempo, se aplicaban principal y
directamente a su propia generación. Por no prestar atención a este hecho, a
muchos expositores se les ha escapado por completo la intención de la parábola
delante de nosotros. En sus manos, se convierte en una predicción vaga e
indefinida de una vindicación de los justos, en algún período más o menos remoto,
pero sin ninguna aplicación especial al pueblo y al tiempo de nuestro Señor
mismo. Seguramente, lo que sea esta parábola para nosotros o para las edades
futuras, tenía una aplicación estrecha y directa para los discípulos a los cuales se
les dirigió originalmente. El Señor estaba a punto de dejar a sus discípulos "como
ovejas en medio de lobos"; habrían de ser perseguidos y afligidos, y odiados por
todos los hombres, por amor a su Maestro; y podría muy bien ocurrir que el valor
les faltara, y que sus corazones desmayaran. En esta parábola, el Salvador les
anima a "orar siempre, y no desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede hacer
la oración perseverante, aún con los hombres. Si la importunidad de una pobre
viuda podía constreñir a un juez sin principios para que le hiciera justicia, cuánto
más no sería conmovido Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios hijos
para que se les repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los detalles de la
parábola, como hacen algunos expositores, es suficiente subrayar su gran moraleja.
Es ésta. Los perseguidos hijos de Dios serían vengados con seguridad y prontitud.
Dios les vindicaría, y pronto. Pero, ¿cuándo? El punto en el tiempo no ha sido
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dejado indefinido. Es "cuando venga el Hijo del hombre". La Parusía habría de ser
la hora de reparación y liberación del sufriente pueblo de Dios.
La reflexión de nuestro Señor al final del versículo ocho merece particular atención.
"Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" En este punto,
debemos regresar a los hechos ya mencionados con respecto al ministerio de Juan
el Bautista. Hemos visto cuán oscuro y ominoso era el punto de vista del profeta
que predicaba arrepentimiento a Israel. Era el precursor del "día grande y terrible
de Jehová"; era el segundo Elías enviado para proclamar la venida de aquél que
"heriría la tierra con maldición". La reflexión de nuestro Señor indica que él preveía
que el arrepentimiento, lo único que podría evitar el desastre de la nación, no sería
buscado. No habría fe en Dios, ni en sus promesas, ni en sus amenazas. Por lo
tanto, el día del Señor sería el "día de retribución" (Lucas 21:22).
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Notas:
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9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería ser pasada por alto.
Parece inexplicable que nuestro Señor, en una ocasión como ésta, cuando envió a
los doce en una misión corta, aparentemente dentro de un distrito limitado, del
cual habrían de regresar en corto tiempo, les hablase de su venida como
alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece apenas apropiado para
ese período en particular, y que corresponde más a un encargo subsiguiente, es
decir, el que está registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26;
Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una comparación de estos pasajes hará mucho
para satisfacer a cualquier mente sincera de que el párrafo entero (Mat. 10:16-23)
ha sido traspuesto de su conexión original e insertado en la primera misión que
nuestro Señor encomendó a sus discípulos. Encontramos las mismas palabras
relativas a la persecución de los apóstoles, que serían entregados a los concilios,
azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes, etc., que están
registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por Marcos y Lucas a un
período subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay
ninguna evidencia de que los discípulos sufrieran semejante tratamiento durante
su primera gira evangelística. Hay, por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo
permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto pertenecen al discurso del Monte
de los Olivos. Esto eliminaría la dificultad que el pasaje presenta en la relación que
aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al lenguaje que, tal como está,
no es fácil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los evangelios
sinópticos relatan todos los acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo
tanto, tiene que haber mayor exactitud cronológica en uno que en otro. Stier dice:
"Mateo es descuidado en la cronología de los detalles" (Reden Jesu, vol. iii, p. US).
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Neander, hablando de esta misma comisión, dice: "Es evidente que Mateo conecta
muchas cosas con las instrucciones dadas a los apóstoles en vista de su primer
viaje, que cronológicamente corresponde a más tarde". (Life of Christ, _ 174, nota
b); y nuevamente, hablando de la comisión encomendada a los setenta, como
aparece registrada en Lucas, dice: "Según Lucas, toda la característica coherencia
de todo lo que habló Cristo, con las circunstancias (tan superiores a la disposición
de Mateo)", etc. (Life of Christ, _204, nota 1). El Dr. Blaike observa:
"Se entiende generalmente que Mateo dispuso su narración más por temas y
lugares que cronológicamente" (Bible History, p. 372).
16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "¿Hallará fe en la tierra?" "Es evidente
que la palabra a menudo significa, no la tierra en general, sino algún territorio en
particular o país, como en Hechos 7:3, 4, 11, y en otros innumerables lugares. Y el
contexto aquí lo limita al significado menos extenso. Es evidente que los creyentes
hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de las persecuciones y las angustias.
Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4; 2:6".
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griego) debe entenderse que significa "esta creencia", o la creencia en una verdad
particular que Él había estado inculcando, a saber, que Dios a su debido tiempo
vengaría a sus elegidos, y castigaría señaladamente a sus opresores; y (el griego)
debe significar "el territorio", a saber, Judea. Las palabras pueden traducirse de un
modo o del otro -- la tierra como planeta o el territorio; pero es evidente que éste
último les da un significado más definido, y les une más estrechamente con las que
ls preceden. (Campbell sobre los Evangelios, vol. ii, p. 384). La enseñanza de esta
instructiva parábola no está agotada en manera alguna; y encontraremos que arroja
luz inesperada sobre un pasaje muy oscuro, en una futura etapa de esta
investigación. Mientras tanto, podemos referirnos a 2 Tesa. 1:4-10, que proporciona
un notable comentario sobre la parábola entera, y muestra la conexión entre la
Parusía y la venganza de los elegidos.
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Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por
cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se
manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano,
para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas,
y le dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y
enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre
nosotros. Aconteció que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante
él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había
negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez
minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás
autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido
cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro,
diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo;
porque tuve miedo de tí, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no
pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia
boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que
siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que
al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban
presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron:
Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al
que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que
no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí".
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La parábola de las minas fue pronunciada por nuestro Señor para corregir una
errónea expectativa de parte de sus discípulos, de que "el reino de Dios" estaba a
punto de comenzar en seguida. No es de sorprenderse que hayan caído en este
error. Juan el Bautista había anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jesús
mismo había proclamado el mismo hecho; y les había comisionado para que lo
publicaran por las ciudades y aldeas de Galilea. Como patriotas israelitas, se
retorcían bajo el yugo de Roma, y anhelaban las antiguas libertades de la nación.
Como piadosos hijos de Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas en
él. Y había otros sentimientos menos nobles que tenían cabida en sus mentes.
¿No era su propio Maestro el Hijo de David, el rey que vendría? ¿Qué no podrían
esperar ellos, que eran sus seguidores y sus amigos? Esto les hacía competir entre
ellos por el lugar de honor en el reino. Esto hizo que los hijos de Zebedeo ansiaran
obtener la promesa de las posiciones más honorables, a la derecha y a la izquierda
de Jesús, cuando él asumiera la soberanía. Y ahora se acercaban a Jerusalén. El gran
festival nacional de la Pascua se acercaba; todo Israel acudía a la Santa Ciudad; y
no había ninguna persona allí que no ansiara ver a Jesús de Nazaret. ¿Qué más
probable que el entusiasmo popular pondría a su Maestro en el trono de su padre
David? Lo que deseaban, eso creían; y "pensaban que el reino de Dios aparecería
inmediatamente".
Pero el Señor refrenó sus entusiastas esperanzas y les indicó, en una parábola, que
cierto intervalo debía transcurrir antes de que se cumplieran sus expectativas.
Tomando como base de la parábola un incidente bien conocido de la historia judía
reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la
sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo empleó como
ilustración apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno en
gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una tarea
que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser diligentes y fieles, hasta
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Nada puede ser mejor que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en
realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo, puede ser bueno
insertar sus observaciones. "En esta parábola, en vista de las circunstancias en las
cuales fue pronunciada, y de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones
especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión, su regreso para juzgar a
la rebelde nación teocrática, y para consumar su dominio. Describe a un gran
hombre que viaja a la corte distante del poderoso emperador para recibir de él
autoridad sobre sus conciudadanos, y regresar con poder real. Así, Cristo no fue
reconocido inmediatamente en su posición real, sino que primero debía abandonar
la tierra, dejar a sus agentes para que adelantaran su reino, ascender al cielo, ser
nombrado rey teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el poder que se le
disputaba". (2)
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Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu
paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando
tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te
estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí
piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
Aquí pisamos terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz como
la historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación del doble sentido ha
propuesto descubrir aquí nada que no sea Jerusalén y la desolación que se
aproximaba.
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"Oíd otra parábola. Hubo "Un hombre plantó una "Un hombre plantó una
un hombre, padre de viña, la cercó de vallado, viña, la arrendó a
familia, el cual plantó cavó un lagar, edificó labradores, y se ausentó
una viña, la cercó de una torre, y la arrendó a por mucho tiempo.
vallado, cavó en ella un unos labradores, y se fue
lagar, edificó una torre, y lejos. Y a su tiempo envió un
la arrendó a unos siervo a los labradores,
labradores, y se fue lejos. Y a su tiempo envió un para que le diesen del
Y cuando se acercó el siervo a los labradores, fruto de la viña; pero los
tiempo de los frutos, para que recibiese de labradores le golpearon, y
envió sus siervos a los éstos el fruto de la viña. le enviaron con las manos
labradores, para que Mas ellos, tomándole, le vacías.
recibiesen sus frutos. Mas golpearon, y le enviaron
los labradores, tomando con las manos vacías. Volvió a enviar otro
a los siervos, a uno siervo; mas ellos a éste
golpearon, a otro Volvió a enviarles otro también, golpeado y
mataron, y a otro siervo; pero afrentado, le enviaron
apedrearon. Envió de apedréandole, le hirieron con las manos vacías.
nuevo a otros siervos, en la cabeza, y también le
más que los primeros; e enviaron afrentado. Y Volvió a enviar un tercer
hicieron con ellos de la volvió a enviar otro, y a siervo; mas ellos también
misma manera. éste mataron; y a otros a éste echaron fuera,
muchos, golpeando a herido.
Finalmente les envió su unos y matando a otros.
hijo, diciendo: Tendrán Entonces el señor de la
respeto a mi hijo. Mas los Por último, teniendo aún viña dijo: ¿Qué haré?
labradores, cuando un hijo suyo, amado, le Enviaré a mi hijo amado;
vieron al hijo, dijeron envió también a ellos, quizás cuando le vean a
entre sí: Este es el diciendo: Tendrán él, le tendrán respeto.
heredero; venid, respeto a mi hijo. Mas Mas los labradores, al
matémosle, y aquellos labradores verle, discutían entre sí,
apoderémonos de su dijeron entre sí: Este es el diciendo: Este es el
heredad. Y tomándole, le heredero; venid, heredero; venid,
echaron fuera de la viña, matémosle, y la heredad matémosle, para que la
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Esta parábola, registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas, apenas
necesita intérpretación. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado
manifiesta para ser puesta en duda. La viña es la tierra de Israel; el señor de la viña
es el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado hijo es el
Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos rebeldes y perversos; el castigo es
la catástrofe venidera en la Parusía, cuando, como bien lo expresa Neander, "la
relación teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras naciones que
produzcan los frutos correspondientes". (2)
Aquí tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres
venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida
continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil años, y puede continuar por
dos mil años más, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el
texto, ni en ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola
partícula de autoridad bíblica, inventado en virtud de una teoría de interpretación
de doble o triple sentido.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Es lamentable que esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por
las frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una
admisión importante. Sin duda, aquí encontramos efectivamente "una clave
importante de las profecías de nuestro Señor", pero la clave maestra es la que ya
hemos encontrado en Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino muchos
otros dichos oscuros en los oráculos proféticos.
Esta parábola guarda un gran parecido con la de la Gran Cena de Lucas 14. Es
posible que las dos parábolas sean sólo versiones diferentes del mismo original. La
cuestión, sin embargo, no afecta la discusión actual, y no puede probarse que estas
parábolas no fueron pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de ambas
es la misma; pero la naturaleza de la parábola registrada por Mateo es más
claramente escatológica que la de Lucas. Apunta claramente a la cercana
consumación del "reino de los cielos". La venganza que el rey tomó de los asesinos
de su hijo y contra su ciudad fija la aplicación a Jerusalén y a los judíos. Los
ejércitos romanos no eran sino los ejecutores de la justicia divina; y Jerusalén
pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.
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En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una referencia parcial y
primaria a Israel y a Jerusalén, Alford también encuentra que se extiende mucho
más allá de su alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales
es pasado, y termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto se abre con el
versículo 11, que todavía está en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel y de
Jerusalén no proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras de
nuestro Señor. Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo mismo - sencillas,
claras, y nada ambiguas; por la otra, la especulación conjetural del crítico, sin una
chispa de evidencia ni autoridad de la palabra de Dios. Algunos se mofarán
diciendo que exponer la parábola de acuerdo con su sencillo significado histórico
es poco profundo, superficial, y poco espiritual, y tratan de encontrar en ella
significados ulteriores y ocultos, enigmas oscuros y profundos, profundidades
místicas, que nadie sino los teólogos pueden explorar - ¡esto es perspicacia crítica,
aguda penetración, gran espiritualidad! En nuestra opinión, todo este atribuir
hipótesis humanas y dobles sentidos a las predicciones de nuestro Señor es
completamente incompatible con la crítica sobria, o con la verdadera reverencia
por la palabra de Dios; esto no es crítica, sino misticismo, y oscurece la verdad, en
vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser considerados superficiales y poco
profundos, nos aferraremos a las sencillas enseñanzas de las palabras de la Biblia,
haciendo oídos sordos a todas las especulaciones fantásticas y conjeturales de
origen meramente humano, no importa cuán instruída o digna sea la dirección de
donde vengan.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relación diferente, y en
una ocasión diferente, de las de Mateo. Si nuestro Señor pronunció las mismas
palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por
Lucas de su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La primera
hipótesis no parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crítica. Los
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La Parusía J.S.Rusell 1878
apotegmas y dichos cortos parabólicos, como "muchos son los llamados pero pocos
los escogidos", "los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos", pueden
haberse repetido en varias ocasiones; pero difícilmente puede imaginarse que
discursos relacionados y detallados, como el Sermón del Monte, el discurso
profético sobre el Monte de los Olivos, y esta acusación contra los escribas y
fariseos, hayan sido repetidos palabra por palabra en diferentes ocasiones. Como
ya hemos visto, es un error buscar un estricto orden cronológico en las narraciones
de los evangelistas; se admite de modo general que ellos algunas veces ponían
juntos hechos que tenían una relación natural, de manera bastante independiente
del orden cronológico en que ocurrieron.
Stier dice de la cronología de Lucas en general: "Dos cosas están suficientemente
claras: Primera, que él menciona ocurrencias individuales sin tener en cuenta
estrictamente la cronología, aún repitiendo e intercalando algunas cosas
registradas en otros lugares", etc.
Neander hace la siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes
narrados por Lucas en la conversación de la mesa (cap. 11), Lucas inserta allí este
anuncio profético, cuya correcta posición se encuentra en Mateo". (5) Sin embargo,
no podemos concordar con la opinión de Neander, de que "este discurso, como
aparece en Mat. 23, contiene muchos pasajes pronunciados en otras ocasiones" (6).
Nos parece imposible leer el capítulo veintitrés de Mateo sin percibir que es un
discurso continuo y relacionado, pronunciado en una ocasión, derivándose sus
diferentes partes de, y siguiéndose, las unas a las otras naturalmente. Su misma
estructura, que consiste de siete ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que
pretendían ser santos y eran los guías ciegos del pueblo - y la solemne ocasión en
la que fue pronunciado, siendo el discurso público filial
[sic] de nuestro Señor - obligan irresistiblemente la conclusión de que es un todo
completo, y que Mateo nos da la forma original del discurso.
Pero dilucidar esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más
importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio público en
términos casi idénticos a aquellos con los cuales su precursor se dirigía a la misma
clase de gentes: "¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la
condenación del infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita.
Evidentemente, es la deliberada adopción de las palabras del Bautista, cuando
habló de la "ira venidera". Israel había rechazado asimismo el severo llamado al
arrepentimiento que le había hecho el segundo Elías, y las tiernas amonestaciones
del Cordero de Dios. La medida de su culpa estaba casi llena, y el "día de la ira"
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La Parusía J.S.Rusell 1878
llegaba rápidamente.
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas, y apedreas a los que te son profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina junta sus tus hijos, como la gallina a sus polluelos
polluelos debajo de las alas, y no debajo de sus alas, y no quisiste! He
quisiste! He aquí vuestra casa os es aquí, vuestra casa os es dejada desierta;
dejada desierta. Porque os digo que y os digo que no me veréis, hasta que
desde ahora no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito
digáis: Bendito el que viene en el el que viene en el nombre del Señor".
nombre del Señor".
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Pero, ¿cómo debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta frase: "Bendito el que
viene en el nombre del Señor" es la fórmula reconocida que empleaban los judíos al
hablar de la venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve, ungido
de Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal. 118:26. Por lo tanto,
vendría un momento en que esta salutación sería apropiada. El Señor que salía del
templo retornaría a su templo una vez más. Más que esto, aquella misma generación
presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender claramente en la forma del lenguaje
del Salvador: "No me veréis más hasta que digáis", etc. - palabras que estarían
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palabras, Judea y su pueblo fueron abrumados por el diluvio de ira predicho por el
Señor. Su tierra fue asolada; su casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos con
ella, fueron sumergidos en una ruina común.
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Quizás la manera más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a
favor de un doble significado en este discurso profético sea presentar el esquema o
plan de la profecía propuesto por el Dr. Lange, y adoptado por muchos notables
expositores.
"En armonía con el estilo apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en
una serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal
manera, que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse
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aún más de cerca a la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso entero del
mundo hasta el fin, en sus características generales (vers. 4-14). El segundo da las
señales de la destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma
destrucción como señal y principio del juicio del mundo, que desde ese día en
adelante continúa en silenciosos y reprimidos días de juicio hasta el fin (ver. 15-
28). El tercero describe el súbito fin del mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44).
Luego sigue una serie de parábolas y símiles, en las cuales el Señor pinta el juicio
mismo, que se desarrolla en una sucesión orgánica de varios actos. En el último
acto, Cristo revela su majestad judicial universal. El Cap. 24:45-51 presenta el juicio
sobre los siervos de Cristo, o el clero. Cap. 25:1-13 (las vírgenes prudentes y las
vírgenes fatuas) presenta el juicio sobre la iglesia, o el pueblo. Luego sigue el juicio
sobre los miembros individuales de la iglesia (ver. 14-30). Finalmente, los vers. 31-
46 introducen el juicio universal del mundo". (11)
No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":
"1. La venida del Señor para juzgar al judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la
degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las naciones
paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la segunda venida
de Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son registradas exactamente
por Mateo como saliendo de la boca de Cristo". (12)
1. Puede hacerse una objeción, in limine, a los principios envueltos en este método
de interpretar la Escritura. ¿Debemos buscar significados dobles, triples, y
múltiples, profecías dentro de profecías, y misterios envueltos en misterios, donde
podríamos razonablemente haber esperado una respuesta sencilla a una pregunta
sencilla? ¿Puede alguien estar seguro de entender las Escrituras si éstas son
enigmáticas u obscuras? ¿Es ésta la manera en que el Salvador enseñaba a sus
discípulos, dejando que tanteasen el camino a través de intrincados laberintos, que
irresistiblemente sugieren la astronomía ptolemaica - "Ciclo y epiciclo, orbe en
orbe"? Ciertamente, una revelación tan ambigua y obscura puede difícilmente
llamarse revelación, y más parece un oráculo de Delfos, o una sibila de Cuma, que
la enseñanza de Aquél a quien el pueblo escuchaba gustosamente. (13)
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Se supone por lo general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre sí por
un largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "¿Cuándo serán estas
cosas?", se refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la tercera
preguntas, "¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", se refería a sucesos
muy posteriores a la destrucción de Jerusalén y que, de hecho, todavía no han
tenido lugar. Se supone que la respuesta de nuestro Señor se conforma a esta triple
pregunta, y que esto da forma a su discurso entero. Ahora, considérese cuán
completamente improbable es que los discípulos tuvieran en sus mentes algún
esquema del futuro, como si fuera un mapa. Sabemos que ellos acababan de ser
sacudidos y quedar estupefactos por la predicción de su Maestro tocante a la total
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5. Ciertamente puede objetarse que, aun admitiendo que los apóstoles hayan
estado ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los acontecimientos de
su propio tiempo, no hay razón para que el Señor no excediera los límites de la
visión de ellos y no extendiera una mirada profética hacia los siglos de un futuro
distante. No hay duda de que podía hacerlo; pero, en ese caso, deberíamos esperar
algún atisbo o sugerencia de ese hecho; alguna línea bien definida entre el futuro
inmediato y el indefinidamente remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén y su día
de condenación, al mundo y su día del juicio, sería sólo razonable buscar alguna
frase como "Después de muchos días", o "Sucederá después de estas cosas", que
marcara la transición. Pero en vano buscamos alguna indicación de este tipo. Son
por entero insatisfactorios los intentos de los expositores de trazar líneas de
transición en esta profecía, mostrando dónde deja de hablar de Jerusalén e Israel y
pasa a hablar de acontecimientos remotos y generaciones que todavía no habían
nacido. Nada puede ser más arbitrario que las divisiones que se intentan
establecer; no soportan ni el examen de un momento, y son incompatibles con las
expresas afirmaciones de la profecía misma. ¿Puede creerse que algunos
expositores encuentran un punto de transición en Mateo 24:29, donde las propias
palabras de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible la idea misma por medio
de su propia observación sobre el tiempo, pues dice "inmediatamente"? Si, en
presencia de tal autoridad, puede hacerse una sugerencia tan precipitada, ¿qué no
puede esperarse en casos señalados con menos fuerza? Pero, la verdad es que
todos los intentos de establecer divisiones y transiciones imaginarias en la profecía
fracasan de modo notable. Que cualquier lector imparcial y honesto juzgue el
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esquema del Dr. Lange, que puede ser considerado representante de la escuela de
los expositores del doble sentido, en su distribución de este discurso de nuestro
Señor, y diga si es posible discernir algún vestigio de una división natural donde él
traza líneas de transición. Su primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la titula
¡Cómo! ¿Es concebible que nuestro Señor, a punto de responder a los corazones
ansiosos y palpitantes, llenos de ansiedad por las calamidades que Él decía eran
inminentes, comenzara hablando del "fin del mundo en general"? Ellos pensaban
en el templo y el futuro inmediato. ¿Hablaría Jesús del mundo y del tiempo
indefinidamente remoto? Pero, ¿hay algo en esta primera sección que no sea
aplicable a los discípulos mismos y a su tiempo? ¿Hay algo que no ocurrió
realmente en su propio tiempo? "Sí," se dirá, "el evangelio del reino no se ha
predicado todavía a todo el mundo por testimonio a todas las naciones". Pero
tenemos este mismo hecho atestiguado por Pablo (Col. 1:5, 6): "La palabra
verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo",
etc.; y nuevamente (Col. 1:23): "El evangelio que habéis oído, el cual se predica en
toda la creación que está debajo del cielo". Existía, pues, en el tiempo de los
apóstoles, tal difusión mundial del evangelio como para satisfacer las predicciones
del Salvador: "Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo"
(oikemene).
Pero la objeción decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero
está dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellos verían, de lo que ellos harían, de
lo que ellos sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y experiencia, y
no se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio invisible en una
época muy distante en el futuro lejano, que aún hoy no ha tenido lugar en la tierra.
La siguiente división de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22, se
titula
Sin detenernos a investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que por
fin se introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la transición de "el fin del
mundo" a la invasión de Judea y al sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos haber
dado tan súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para ellos, o es
inteligible en la actualidad? Pero, obsérvese el punto de transición, como lo fija
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Lange en el vers. 15: "Por tanto, cuando veáis la abominación desoladora", etc. Esto
ciertamente no es transición, sino continuidad: todo lo que precede conduce
a este punto; las guerras, las hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los
martirios; todo esto preparaba y era la introducción para el "fin"; esto es, para la
catástrofe final que habría de sobrevenir a la ciudad, al templo, y a la nación de
Israel.
Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama
Habiendo hecho la transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción
de Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra transición, de la destrucción
de Jerusalén al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto
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después de la aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los cuales
eran amonestados los discípulos. Esta alusión a "falsos Cristos" debería haberle
ahorrado al crítico el error en que ha caído, y haberle indicado el período al cual se
refiere la predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o transición?
No hay rastro ni señal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje expreso de nuestro
Señor excluye en absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues dice:
"Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días", etc. Esta nota en
cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe perentoriamente suponer cualquier
interrupción o hiato en la continuidad de su discurso.
Pero hemos ido bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y nada
crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos para efectuar una exégesis
prematura de alguna porción de su contenido. Lo que argumentamos es a favor de
la unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del capítulo
veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible. El tema es la
próxima consumación de la época, con los acontecimientos acompañantes y
concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación perversa", que
comprendían la invasión por los ejércitos romanos, el sitio y la captura de
Jerusalén, la destrucción total del templo, las terribles calamidades del pueblo.
Junto con esto encontramos la verdadera Parusía, o venida del Hijo del hombre, el
derramamiento judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la liberación y la
recompensa de los fieles. De principio a fin, estos dos capítulos forman un discurso
continuo, consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido considerado por los
discípulos, a los cuales fue dirigido; y así, en ausencia de cualquier atisbo o
indicación en contrario en el registro, nos sentimos vinculados a él.
Ese fue un suceso que formó una época en el gobierno divino del mundo. La
economía mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza en
medio de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había existido por casi dieciséis
siglos, que había sido el medio de comunicación divinamente instituido entre Dios
y el hombre, y cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios en la tierra,
había demostrado ser un comparativo fracaso por medio de la incapacidad moral
del pueblo de Israel, estaba condenada a llegar a su fin en medio de la más terrífica
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Ahora estamos preparados para entrar en un examen más particular del contenido
de este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan concisamente como sea
posible.
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Notas:
7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que está omitida por el Codice Sinaítico y
Vaticano.
13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de Doble Sentido.
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"Cuando Jesús salió del "Saliendo Jesús del "Y a unos que hablaban
templo y se iba, se templo, le dijo uno de sus de que el templo estaba
acercaron sus discípulos discípulos: Maestro, mira adornado de hermosas
para mostrarle los qué piedras, y qué piedras y ofrendas
edificios del templo. edificios. votivas, dijo:
Respondiendo él, les dijo:
Jesús, respondiendo, le En cuanto a estas cosas
¿Veis todo esto? De cierto dijo: ¿Ves estos grandes que veis, días vendrán en
os digo, que no quedará edificios? No quedará que no quedará piedra
aquí piedra sobre piedra, piedra sobre piedra, que sobre piedra, que no sea
que no sea derribada. no sea derribada. destruida.
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venida, y del fin del mundo [época]?" Aquí nuevamente es el tiempo y la señal lo
que forma el tema de la pregunta. No hay razón en absoluto para suponer que en
sus mentes consideraban la destrucción del templo, la venida del Señor, y el fin de
la época, como tres acontecimientos distintos o ampliamente separados entre sí;
sino que, por el contrario, es completamente natural suponer que los consideraban
a todos ellos como coincidentes y contemporáneos. Qué idea precisa tenían con
respecto al fin de la época y a los acontecimientos conectados con él, no lo
sabemos; pero sí sabemos que estaban acostumbrados a oir hablar a su Maestro de
que vendría nuevamente con su reino, en su gloria, y durante la vida de algunos
de ellos. También le habían oído hablar del "fin del siglo"; y es evidente que
relacionaban su "venida" con el fin de la época. Por lo tanto, los tres puntos
abarcados por su pregunta, como los presenta Mateo, eran considerados por ellos
como contemporáneos; por eso, no encontramos ninguna diferencia práctica en los
términos de la pregunta de los discípulos como está registrada por los autores de
los evangelios sinópticos.
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Es imposible leer esta sección sin percibir su clara referencia al período entre la
crucifixión de nuestro Señor y la destrucción de Jerusalén. Cada una de las
palabras fue dirigida a los discípulos, y solamente a ellos. Imaginar que el
"vosotros" de este discurso se aplica, no a los discípulos a quienes Jesús hablaba,
sino a algunas personas desconocidas y todavía inexistentes en una lejana época en
el futuro es una suposición tan absurda que no merece que se le preste atención
seria.
El Señor dio a entender a sus discípulos que tales calamidades precederían el "fin".
Pero no eran sus antecedentes inmediatos. Eran el "principio del fin"; pero "todavía
no es el fin".
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Aquí puede ser adecuado recordar la observación de tiempo, dada a los discípulos
en una ocasión anterior como indicación de la venida de nuestro Señor: "De cierto
os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga
el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta declaración con la predicción
que tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la perfecta consistencia de las dos
afirmaciones, y también el "terminus ad quem" en ambas. En un caso, es la
evangelización del territorio de Israel; en el otro, la evangelización de Imperio
Romano al cual se hace referencia como el precursor de la Parusía. Ambas
afirmaciones son verdaderas. Ocuparía el espacio de una generación llevar las
buenas nuevas a cada ciudad en Israel. Los apóstoles no tenían mucho tiempo para
su misión en su propio país, pues tenían en sus manos una misión tan vasta en
territorio extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en sentido popular el
lenguaje empleado por Pablo, así como por nuestro Señor, y no sería justo llevarlo
al extremo de la letra. La amplia difusión del evangelio tanto en Israel como a
través del Imperio Romano es suficiente para justificar la predicción de nuestro
Señor.
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pueden creer fácilmente todos los que han leído la horrorosa narración en las
páginas de Josefo. Es notable que el historiador comienza su relato de la guerra
judía con la afirmación de "que, en su opinión, la suma del sufrimiento humano
desde el principio del mundo sería ligero en comparación con el de los judíos". (4)
Pero, por qué hablar del hambre como despreciable restricción en el uso de lo
inanimado, cuando estoy a punto de relatar un caso de ella para el cual, en la
historia de los griegos y los bárbaros, no se encuentra paralelo, y que es tan
horrible de relatar e increíble de oír? Ciertamente, con gusto habría omitido
mencionar lo sucedido, no fuera a ser que las generaciones futuras pensaran que
yo me ocupaba de lo maravilloso, si no tuviese innumerables testigos entre mis
contemporáneos. Además, haría a mi pueblo un flaco favor si suprimiera la
narración de las calamidades que en realidad sufrió". (5)
Que nuestro Señor tenía en mente los horrores que habrían de descender sobre los
judíos durante el sitio, y no ningún acontecimiento subsiguiente al final del
tiempo, es perfectamente claro por las palabras finales del versículo 21: "Ni la
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habrá".
Lo mismo es cierto con respecto a la sección que ahora nos ocupa. La mera primera
palabra indica continuidad. "Entonces" [to,te], y cada una de las palabras
subsiguientes está claramente dirigida a los discípulos mismos, para su
advertencia e instrucción personales. Es claro que nuestro Señor les da indicios de
lo que ocurriría en breve, o por lo menos lo que podían esperar ver con sus propios
ojos si estaban vivos. Es una vívida representación de lo que en realidad ocurrió en
los últimos días de la comunidad judía. Los desdichados judíos, y especialmente el
pueblo de Jerusalén, eran alentados con falsas esperanzas por impostores
especiosos que infestaban el país y trajeron ruina sobre sus miserables primos. Tal
era el engaño producido por las jactanciosas pretensiones de estos impostores que,
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como nos enteramos por Josefo, cuando el templo estaba de veras en llamas, una
vasta multitud del pueblo engañado cayó víctima de su credulidad. El historiador
judío afirma:
"De tan grande multitud, ni uno solo escapó. Su destrucción fue causada por un
falso profeta, que en aquel día proclamó a los que permanecían en la ciudad, que
'Dios les había mandado que subieran al templo, donde recibirían las señales de su
liberación'. En ese tiempo había muchos profetas sobornados por los tiranos para
que engañaran al pueblo, diciéndoles que esperaran ayuda de Dios, para que
hubiese menos deserciones, y para que los que no tenían ni temor ni control fueran
alentados con esperanzas. Bajo la presión de la calamidad, el hombre en seguida
cede a la persuasión, pero cuando el engañador le presenta la liberación de males
apremiantes, entonces el sufriente es completamente influido por la esperanza. Fue
así como los impostores y pretendidos mensajeros del cielo engañaron a los
desdichados en aquel tiempo". (6)
Nuestro Señor advierte a sus discípulos que su venida a aquella escena de juicio
sería conspicua y repentina como el relámpago, que se revela y parece estar en
todas partes al mismo tiempo. "Porque", añade, "dondequiera que estuviere el
cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas". Esto es, dondequiera que se
encontraran los culpables y devotos hijos de Israel, allí les abrumarían los
destructores ministros de la ira, las legiones romanas.
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puede ser más forzado ni antinatural que hacer que la expresión incluya, como
hace Lange, a "todas las razas y todos los pueblos" del globo terráqueo. El sentido
restringido de la palabra (gh) [=tierra] en el Nuevo Testamento es común; y cuando
está conectada, como lo está aquí, con la palabra "tribus" [fulaii], su limitación a la
tierra de Israel es obvia. Esta es la posición adoptada por el Dr. Campbell y Moses
Stuart, y en realidad se explica por sí sola. Encontramos una expresión similar en
Zac. 12:12 - "Todas las familias [tribus] de la tierra", donde su sentido restringido
es obvio e indiscutible. Los dos pasajes son, de hecho, exactamente paralelos, y
nada podría ser más confuso que entender la frase como si incluyera a "todas las
razas de la tierra". La estructura del discurso, pues, resiste inflexiblemente la
suposición de un cambio de tema. Tiempo, lugar, circunstancias, todo continúa lo
mismo. Por lo tanto, es con no fingido asombro que encontramos a Dean Alford
comentando de la siguiente manera: "Toda la dificultad que se ha supuesto que
esta palabra [inmediatamente - e.uqe,wj] involucra ha surgido de confundir el
cumplimiento de la profecía con su cumplimiento último. La importante inserción
en los ver. 23, 24 de Lucas 21 nos muestra que la 'tribulación' [qliyij] incluye a
o.rgh. e,n tw/law tou,tw (ira sobre este pueblo), qur todavía está siendo infligida, y
el hollamiento de Jerusalén por los gentiles, continúa todavía; e inmediatamente
después de aquella tribulación, que sucederá cuando se llene la copa de iniquidad de los
gentiles, y cuando este evangelio haya sido predicado por testimonio, y rechazado por los
gentiles, sucederá la venida del Señor mismo ... (La expresión en Marcos indica
igualmente un intervalo considerable - en aquellos días después de aquella
tribulación). Siendo conocidos de Él el hecho de su venida y sus circunstancias
acompañantes, pero desconocido el tiempo exacto, habla sin tener en cuenta el
intervalo, que sería empleado en espera de Él hasta que todas las cosas sean
puestas bajo sus pies", etc. (7)
Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En
realidad, no es la explicación de una profecía cuanto una profecía hecha por el
propio comentarista. Primero, está la hipótesis sin fundamento de su doble
sentido, su cumplimiento parcial y su cumplimiento final, para lo cual no hay
fundamento en el texto, sino que es una mera suposición arbitraria y gratuita.
Luego, tenemos su "tribulación", no "acortada", como declara el Señor, sino
prolongada, de modo que todavía continúa en la actualidad. Cuando se hace que la
palabra "inmediatamente" se refiera a un período que todavía no ha llegado, de
modo que entre el ver. 28 y el ver. 29, donde el ojo por sí solo no puede percibir
ningún rastro de línea de transición, el crítico intercala un inmenso período de más
de dieciocho siglos, con la posibilidad de duración infinita, además. Más todavía.
Tenemos una contradicción implícita de la afirmación de Pablo de que el evangelio
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fue predicado "en todo el mundo" (Col. 1:5, 23), y la suposición de que el evangelio
ha de ser rechazado por los gentiles. Luego el comentarista descubre que Marcos
sugiere un "considerable intervalo", mientras que Marcos dice expresamente "en
aquellos días, después de aquella tribulación" [en ekeinaij taij hmeraij meta thn
qliyin ekeinhn], imposibilitando en absoluto cualquier intervalo, y por último
tenemos lo que parece una excusa por la veracidad de la predicción, con el
argumento de que nuestro Señor, no sabiendo el momento en que tendría lugar su
venida, "habla sin tener en cuenta el intervalo", etc.
Pero, se nos contesta, el carácter del lenguaje de nuestro Señor en este pasaje
requiere esta aplicación a una grande y terrible catástrofe que está todavía en el
futuro, y puede entenderse correctamente nada menos que de la disolución total
de la estructura del universo y del fin todas las cosas. ¿Cómo puede alguien
pretender, se dice, que el sol se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su
resplandor, que las estrellas han caído del cielo, que el Hijo del hombre ha sido
visto en las nubes del cielo con poder y gran gloria? ¿Ocurrieron estos fenómenos
en la destrucción de Jerusalén, o pueden aplicarse a cualquier cosa menos la
consumación de todas las cosas?
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"He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la
tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas de los cielos y sus
luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor....
Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, en la indignación de
Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira" (Isa. 13:9, 10, 13).
Se verá en seguida que las imágenes empleadas en este pasaje son casi idénticas a
las de nuestro Señor. Por lo tanto, si estos símbolos eran correctos para representar
la caída de Babilonia, ¿por qué serían incorrectos para describir una catástrofe aun
mayor, la destrucción de Jerusalén?
"Y los montes se disolverán por la sangre de ellos... Y todo el ejército de los cielos se
disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro; y caerá todo su ejército, como se cae la
hoja de la parra, y como se cae la de la higuera. Porque en los cielos se embriagará mi
espada; he aquí que descenderá sobre Edom en juicio, y sobre el pueblo de mi anatema", etc.
(Isa. 34:4,5).
Aquí tenemos nuevamente las mismas imágenes usadas por nuestro Señor en su
discurso profético. Y si la suerte de Bosra pudo ser descrita correctamente en un
lenguaje tan elevado, ¿por qué debe considerarse extravagante emplear términos
similares al describir la suerte de Jerusalén?
Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Señor" para juzgar y
castigar a Samaria y a Jerusalén - una venida para juicio que incuestionabblemente
había tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro Salvador - ¡y con qué
magnífico lenguaje representa esta escena!
"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra. Y se
derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera delante del fuego,
como las aguas que corren por un precipicio" (Miq. 1: 3,4).
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Pero podemos ir más allá, y afirmar que la imágenes son, no sólo apropiadas al
aplicárselas a la destrucción de Jerusalén, sino que esta es su aplicación verdadera
y exclusiva. No encontramos ningún vestigio ni indicación de que nuestro Señor
tuviese en mente ningún significado ulterior u oculto. Pero sí encontramos que
difícilmente hay algún rasgo de esta sublime y tremenda descripción que Él mismo
ya no hubiese anticipado, y fijado en su aplicación a un suceso particular y a un
tiempo en particular. Compare el lector cuidadosamente la descripción que se da
en el pasaje que nos ocupa, del "Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo,
con poder y gran gloria" (Mat. 24:30) (9) con la declaración de nuestro Señor (Mat.
16:27) - "Porque el Hijo del Hombre vendrá; en la gloria de su Padre con sus
ángeles" - un acontecimiento que Él afirma expresamente sería presenciado por
algunos de los discípulos que entonces vivían. Nuevamente, el enviar a sus ángeles
a reunir a los escogidos corresponde exactamente a la representación de lo que
tendría lugar en la "siega" al final del eón, como se describe en las parábolas de la
cizaña y la red (Mat. 12:41-50). "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y
recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a todos los que hacen
iniquidad". "Así será al fin del siglo [eón]: saldrán los ángeles, y apartarán a los
malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego". Aquí la profecía y la
parábola representan la misma escena, el mismo período: ambos hablan del fin de
la era o época, no del fin del mundo o del universo material; y ambos hablan de la
gran época judicial diciendo que se ha acercado. Con cuánta claridad Lucas, en su
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registro de la profecía del Monte de los Olivos, representa la gran catástrofe como
ocurriendo durante la vida de los discípulos: "Cuando estas cosas comiencen a
suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca"
(Lucas 21:28). ¿No fueron dichas estas palabras a los discípulos, que escuchaban el
discurso? ¿No se les aplicaban a ellos? ¿Hay en alguna parte una sospecha siquiera
de que se referían a otro auditorio, a miles de años de distancia, y no al ansioso
grupo que bebía las palabras de Jesús? Ciertamente, tal hipótesis lleva colgada al
frente su propia refutación.
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"DE CIERTO OS DIGO, QUE NO PASARÁ ESTA GENERACIÓN SIN QUE TODO
ESTO ACONTEZCA"
Uno supondría razonablemente que, después de una nota de tiempo tan clara y
expresa, no habría lugar para la controversia. Nuestro Señor mismo ha dirimido la
cuestión. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderían sus
palabras en el sentido de que la catástrofe predicha ocurriría durante la vida de la
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Sin embargo, lejos de aceptar esta decisión de nuestro Salvador como final, los
comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural y
sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no
ocurrieron así en aquella generación, la palabra generación (genea) no puede
significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o
aquel período particular, los contemporáneos de nuestro Señor. Afirmar que estas
cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo más.
Pero entendemos que a los gramáticos les toca no ser aprensivos de posibles
consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin peligro,
podemos dejar que las predicciones de nuestro Señor se cuiden por sí solas; a
nosotros nos toca tratar de entenderlas.
Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como "raza,
o "nación", y que las palabras de nuestro Señor sólo significan que la raza o nación
judía no pasaría, o no perecería, sino hasta que ocurrieran las predicciones que
Jesús había pronunciado. Este es el significado que Lange, Stier, Alford, y muchos
otros expositores, le atribuyen a la palabra, y que es sostenido con conspicua
capacidad y copiosa erudición por Dorner en su tratado "Do Oratione Christi
Eschatologica". No hay duda de que es verdad que la palabra genea, como muchas
otras, tiene diferentes matices de significado, y que, a veces, en la Septuaginta y los
autores clásicos, puede referirse a una nación o a una raza.
Pero creemos que es demostrable, sin sombra de duda, que la expresión "esta
generación", tan a menudo empleada por nuestro Señor, siempre se refiere única y
exclusivamente a sus contemporáneos, el pueblo judío de su propia época. Puede dejarse
sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito en griego o no, decidir si
esto es o no así. Pero, como el punto es de gran importancia, puede ser deseable
aducir las pruebas de este aserto.
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2. "¿A qué compararé esta generación?" (Mat. 11:6). Aquí admiten Lange y Stier
que la palabra se refiere a "la última generación de Israel entonces existente" (Lange, in
loc, Stier, vol. ii, 98).
En estos cuatro pasajes, Dorner trata de establecer que nuestro Señor no está
hablando de sus contemporáneos, los hombres de su propia época. "Porque" - dice
- "los gentiles (los habitantes de Nínive y la reina del Sur) se oponen a los judíos;
por lo tanto, "esta generación" [h, genea.a[uth] "debe significar la nación o raza de los
judíos" (Dorner, Orat. Christ. Esch., p. 81). Su argumento, sin embargo, no es
convincente. Ciertamente la generación que demandaba señal era la que entonces
existía; ¿y puede suponerse que era contra cualquier otra generación, diferente de
la que resistía predicaciones como la de Juan el Butista y de Cristo, que los gentiles
habrían de levantarse en juicio? Hay una sola interpretación posible de las palabras
de nuestro Señor, y es la de que sus palabras se refieren a su propios perversos e
incrédulos contemporáneos.
4. "Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas" (Lucas
11:50, 51).
Aquí Dorner mismo admite que es de la generación existente (hoc ipsum hominum
ovum) de la que se dicen estas palabras (p. 41).
6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generación" (Lucas 17:25). Sólo es necesario citar estos pasajes para establecer que
Jesús sólo se refiere a la generación particular que rechazó al Mesías.
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Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresión "esta generación" en los
dichos de nuestro Señor, y estos ejemplos establecen, más allá de todo
cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante
declaración que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptáramos la
traducción propuesta, y aceptáramos que genea significa raza, ¿qué propósito o
significado tendría entonces la predicción? ¿Puede alguien creer que la afirmación
que nuestro Señor hizo tan solemnemente: "De cierto os digo", etc. no equivale más
que a esto: "La raza hebrea no se habrá extinguido sino hasta que todas estas cosas
se hayan cumplido"? Imaginemos a un profeta en nuestro propio tiempo
prediciendo una gran catástrofe en la cual Londres sería destruido, la catedral de
San Pablo y las Cámaras del Parlamento serían arrasadas, y se perpetraría una
terrible matanza de los habitantes; y que cuando se le preguntase: "¿Cuándo
sucederán estas cosas?" contestase: "¡La raza anglosajona no se extinguirá sino
hasta que todas estas cosas se hayan cumplido!" ¿Sería ésta una respuesta
satisfactoria? ¿No sería una respuesta como ésta considerada como despectiva para
el profeta, y como una afrenta para sus oyentes? ¿No tendrían ellos razón para
decir: "¡No hay peligro en profetizar cuando el suceso es colocado a una
interminable distancia!"? Pero la mera suposición de tal sentido en la predicción de
nuestro Señor demuestra que es un reductio ad absurdum. ¿Era para esto que los
discípulos debían esperar y velar? ¿Era ésta la lección que enseñaba la parábola de
la higuera? ¿No era sino hasta que la raza judía estuviese a punto de extinguirse
que ellos debían "erguirse, y levantar sus cabezas"? Una hipótesis tal es su propia
refutación.
Les había dicho que, antes de que hubiesen completado su misión apostólica a las
ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendría (Mat. 10:23). Había declarado que
toda la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre
de Zacarías, sería requerida de aquella generación (Mat. 23:35, 36). Era, por lo tanto,
de aquella generación de la cual hablaba. Jamás debe olvidarse que había algo
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Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre
una generación. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una
década o un siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinición o elasticidad, pero
dentro de ciertos límites, digamos de treinta o cuarenta años. En el libro de
Números, encontramos que la generación que provocó que el Señor le excluyera de
la tierra de Canaán, y que fue condenada a caer en el desierto, habría de morir en
el espacio de cuarenta años. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta años estuve
disgustado con la nación". En la tabla genealógica que da Mateo, tenemos
información para estimar la duración de una generación. Allí encontramos que
"desde la deportación a Babilonia hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat.
1:17). Ahora, se dice que la fecha de la cautividad, en el reino de Sedequías, fue
cerca del año 586 a. C., lo cual, dividido entre catorce, da cuarentaiún años y
fracción como duración promedio de cada generación. La guerra judía bajo el
emperador Nerón estalló en el año 66 d. C., y suponiendo que nuestro Señor haya
tenido como treinta y tres años de edad cuando fue crucificado, esto nos daría un
espacio de como treinta y tres años en que las señales que anunciaban la
aproximación del "fin" comenzaron "a suceder". La destrucción del templo y la
ciudad de Jerusalén tuvo lugar en septiembre del año 70 d. C., esto es, como treinta
y siete años después de la profecía del Monte de los Olivos, un espacio de tiempo
que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan corto que sea
inapropiado decir: "No pasará esta generación", etc., ni tan largo que exceda la
duración de la vida de muchos que podrían haber visto y oído al Salvador, o la
vida de los mismos discípulos.
"Aquella generación" ciertamente habría estado pasando, pero no habría pasado por
completo.
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Aunque nuestro Señor ha definido los límites de tiempo dentro de los cuales
tendría lugar la consumación predicha, queda un cierto grado de indefinición con
respecto al momento de su llegada. Él no especifica la fecha exacta, ni "la hora, ni el
día", ni siquiera el mes del año. Esto no significa que la cuestión entera del tiempo
haya quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La
consumación habría de caer dentro del término de la generación existente, pero la
hora precisa en que el campanazo de condenación sonaría no fue revelada a
hombre, ni a ángel, ni (lo que es aún más extraño) al mismo Hijo del hombre. Era el
secreto que el Padre "puso en su sola potestad". Sin duda, había suficientes razones
para esta reserva. Haber especificado "el día y la hora" - haber dicho: "En el año
treinta y siete, en el mes sexto, al octavo día del mes, la ciudad será tomada y el
templo destruido a fuego" - no sólo habría sido inconsistente con la manera de la
profecía, sino que habría quitado una de las más fuertes motivaciones para la
vigilancia constante y la oración - la incertidumbre del momento preciso.
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"Mas como en los días de Noé, así será "Como fue en los días de Noé, así
la venida del Hijo del Hombre. Porque también será en los días del Hijo del
como en los días antes del diluvio Hombre. Comían, bebían, se casaban y
estaban comiendo y bebiendo, se daban en casamiento, hasta el día en
casándose y dándose en casamiento, que entró Noé en el arca, y vino el
hasta el día en que Noé entró en el diluvio y los destruyó a todos.
arca, y no entendieron hasta que vino Asimismo como sucedió en los días de
el diluvio y se los llevó a todos, así Lot; comían, bedbían, compraban,
será también la venida del Hijo del vendían, plantaban, edificaban; mas el
Hombre. Entonces estarán dos en el día en que Lot salió de Sodoma, llovió
campo; el uno será tomado, y el otro del cielo fuego y azufre, y los destruyó
será dejado. Dos mujeres estarán a todos. Así será el día en que el Hijo
moliendo en un molino; la una será del Hombre se manifieste. En aquel día,
tomada, y la otra dejada. Velad, pues, el que esté en la azotea, y sus bienes en
porque no sabéis a qué hora ha de casa, no descienda a tomarlos; y el que
venir vuestro Señor". en el campo, asimismo no vuelva atrás.
Acordaos de la mujer de Lot. Todo el
que procure salvar su vida, la perderá;
y todo el que la pierda, la salvará. Os
digo que en aquella noche estarán dos
en una cama; el uno será tomado, y el
otro será dejado. Dos mujeres estarán
moliendo juntas; la una será tomada, y
la otra dejada. Dos estarán en el campo;
el uno será tomado, y el otro dejado. Y
respondiendo, le dijeron: ¿Dónde,
Señor? Él les dijo: Donde estuviere el
cuerpo muerto, allí se juntarán también
las águilas".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Todas las representaciones dadas por nuestro Señor de la catástrofe venidera y sus
acontecimientos concomitantes implican que tomarían a los hombres por sorpresa.
Así como el diluvio vino de repente sobre los antediluvianos, y la tormenta de
fuego y azufre cayó sobre las ciudades de la llanura, así también la catástrofe final
alcanzaría a Jerusalén y a Judea a una hora inesperada, cuando los negocios y los
placeres de la vida ocupasen las manos y los corazones de los hombres. En Lucas
17, tenemos tenemos el registro más completo del discurso de nuestro Señor sobre
este punto. Si el pasaje de Lucas fue traspuesto por él desde su conexión original, o
si nuestro Señor pronunció las mismas palabras en ocasiones separadas, no es
asunto que nos concierna particularmente aquí. Neander es de opinión que "Lucas
proporciona la conexión natural de estas palabras", y que en Mateo "están puestas
con muchos otros pasajes similares que se refieren a la última crisis". (11) Dudamos
de esto; pero, soslayando esta cuestión, una cosa es indudable, a saber, que tanto
Mateo como Lucas describen la misma cosa, el mismo período, la misma catástrofe.
Es sorprendente encontrar a Alford afirmando, en relación con el pasaje de Lucas:
"No hay una sola palabra en todo esto acerca de la destrucción de Jerusalén". Sería
más correcto decir: "Cada una de las palabras en este pasaje habla de la destrucción
de Jerusalén". Obsérvese la nota de tiempo tan claramente marcada por nuestro
Señor: "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generación" (Lucas 17:25). ¿Cuál otra catástrofe pertenece al período de esa
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La Parusía J.S.Rusell 1878
En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profecía del Monte de los
Olivos, y no puede negarse que la terminación es natural y apropiada. Sin
embargo, en el evangelio de Mateo tenemos una serie de parábolas añadidas al
discurso de nuestro Señor, como las que Él solía emplear para enseñar a la gente.
Nos llama la atención como un poco singular el hecho de que nuestro Señor
hablase a sus discípulos en parábolas, especialmente en esta ocasión; y no es poco
lo que hay que decir en favor de la opinión de Neander, que "era peculiar que el
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La Parusía J.S.Rusell 1878
editor de nuestro Mateo en griego dispusiese juntos los dichos similares de Jesús,
aunque hubiesen sido pronunciados en diferentes ocasiones y en diferentes
circunstancias. Por lo tanto, no es necesario que nos asombremos si encontramos
imposible trazar líneas de distinción en este discurso con entera exactitud; ni es
necesario que tal resultado nos lleve a interpretaciones forzadas, inconsistentes con
la verdad, y con el amor de la verdad. Es mucho más fácil hacer tales distinciones
en el relato de Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de dificultades. Al comparar
Mateo con Lucas, sin embargo, podemos trazar el origen de la mayoría de estas
dificultades al hecho de haber mezclado juntas diferentes porciones, cuando los
discursos de Cristo fueron dispuestos en colecciones". (13)
Pero, sin discutir esta cuestión, es muy evidente que las parábolas registradas por
Mateo en relación con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en
esta ocasión particular, están estrictamente relacionadas con el tema; mientras que,
si este es su verdadero lugar en la narración, su relación con el asunto que nos
ocupa es aún más estrecho e íntimo.
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"Pero sabed esto, que si el "Es como el hombre que, "Pero sabed esto, que s
padre de familia supiese a yéndose lejos, dejó su supiese el padre de
qué hora el ladrón habría casa, y dio autoridad a familia a qué hora el
de venir, velaría, y no sus siervos, y a cada uno ladrón había de venir,
dejaría minar su casa. Por su obra, y al portero velaría ciertamente, y no
tanto, también vosotros mandó que velase. dejaría velar su casa.
estad preparados; poque Vosotros, pues, también
el Hijo del Hombre estad preparados, porque
Velad, pues, porque no
vendrá a la hora que no a la hora que no penséis,
sabéis cuándo vendrá el
pensáis. ¿Quién es, pues, el Hijo del Hombre
señor de la casa; si al
el siervo fiel y prudente, vendrá. Entonces Pedro le
anochecer, o a la
al cual puso su señor dijo: Señor, ¿dices esta
medianoche, o al canto
sobre su casa para que les parábola a nosotros, o
del gallo, o a la mañana;
dé el alimento a tiempo? también a todos? Y dijo el
para que cuando venga
Bienaventurado aquel Señor: ¿Quién es el
de repente, no os halle
siervo al cual, cuando su mayordomo fiel y
durmiendo. Y lo que a
señor venga, le halle prudente al cual su señor
vosotros digo, a todos
haciendo así. De cierto os pondrá sobre su casa, para
digo: Velad".
digo que sobre todos sus que a tiempo les de su
bienes le pondrá. ración? Bienaventurado
aquel siervo al cual,
cuando su señor venga, le
Pero si aquel siervo malo
halle haciendo así. En
dijere en su corazón: Mi
verdad os digo que le
señor tarda en venir; y
pondrá sobre todos sus
comenzare a golpear a sus
bienes. Mas si aquel siervo
consiervos, y aun a comer
dijere en su corazón: Mi
y a beber con los
señor tarda en venir; y
borrachos, vendrá el señor
comenzare a golpear a los
de aquel siervo en día que
criados y a las criadas, y a
éste no espera, y a la hora
comer y beber y
en que no sabe, y lo
embriagarse, vendrá el
castigará duramente, y
señor de aquel siervo en
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Se verá que este dicho parabólico de nuestro Señor está registrado en una relación
bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin embargo, es
demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en dos ocasiones
diferentes. La más ligera atención satisfará al lector de que el informe de Lucas es
el más completo y circunstancial, y que él le asigna su verdadera posición
cronológica. Esto se ve por el hecho de que la pregunta de Pedro, registrada sólo
por Lucas, dio lugar a las observaciones concluyentes de nuestro Señor, las cuales,
como las presenta Mateo sin este eslabón, parecen algo incoherentes y abruptas.
Además, apenas podemos suponer que Pedro, conversando en privado con sólo
otros tres discípulos en compañía del Señor, preguntase: "¿Dices esta palabra a
nosotros, o también a todos?" - una pregunta que era de lo más natural cuando,
como nos lo dice Lucas, Jesús hablaba a sus discípulos en presencia de una gran
multitud. (Lucas 12:1). Es digno de notarse también que en Marcos 13:34-37, donde
podemos detectar trazas de esta parábola, la pregunta de Pedro es contestada
claramente: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad", una afirmación que
estaría fuera de lugar cuando nuestro Señor hablaba a cuatro personas, pero
bastante apropiada cuando hablaba a una multitud.
No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo las
palabras de Jesús, pronunciadas en otra ocasión, y que ilustran admirablemente la
necesidad de velar en vista de la venida del Señor, las insertase en este discurso
escatológico. Stier sugiere que Marcos da un breve resumen de Mateo 24:43, con las
dos parábolas del siervo, Mat. 24:45-51 y 24:14, y aún con un ligero eco de la
parábola de las vírgenes. (14) No tenemos más razón para esperar una disposición
estrictamente cronológica en los evangelistas que informes estrictamente al pie de
la letra: ni lo uno ni lo otro entraba en sus planes.
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diferentes de las que Él había estado hablando desde el principio. No hay ningún
hiato, ninguna interrupción, en la continuidad del discurso; ninguna indicación de
pasar del gran acontecimiento que absorbía los pensamientos de los discípulos a
otro en el muy distante futuro. Parece increíble que cualquier juicio crítico eligiera
a Mateo 24:43 como el comienzo de un nuevo tema de discurso. Y sin embargo,
esto es lo que hace el Dr. Ed. Robinson, que dice: "Aquí nuestro Señor hace una
transición, y procede a hablar de su venida final en el día del juicio. Esto se ve por
el hecho de que la materia de estas secciones es añadida por Mateo después de que
Marcos y Lucas han concluído sus informes paralelos relativos a la catástrofe judía;
y aquí Mateo comienza, con el vers. 43, el discurso que Lucas ha presentado en otra
ocasión, Lucas 12:39, etc." (15) Pero no hay la más leve sombra de ninguna
transición. El instrumento más fino no consigue trazar ninguna línea divisoria
entre las partes del discurso, y asignar una porción al juicio de la nación judía y
otra al juicio de la raza humana. No hay transición, sino continuación, en el ver. 43.
Nada pueder ser más consecutivo y concatenado. "Velad, pues", les dice nuestro
Señor a los discípulos en el ver. 42, "porque no sabéis a qué hora ha de venir
vuestro Señor". "Por tanto, también vosotros estad preparados", les dice en el ver.
44, "porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis". La sugerencia de
que un nuevo tema, que se refiere a un suceso totalmente diferente, en una época
muy distante en el tiempo, se introduce aquí, es completamente arbitraria y sin
fundamento.
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Notas:
9. Los fenómenos descritos por nuestro Señor como que acompañan la Parusía
(ver. 29) no pueden explicarse con los portentos y prodigios que, según Josefo,
precedieron la toma de Jerusalén (Jewish War, bk. vi.c.v. § 3). Que por lo menos
algunos de esos portentos aparecieron realmente allí no parece haber razón para
dudarlo, y sirven para verificar la predicción de Lucas 21:11: "Habrá terror y
grandes señales en el cielo".
10. La nota en la obra de Robinson "Armonía de los Cuatro Evangelios", parte vii, §
128, es excelente. "Esta generación", etc. Estas palabras (genea) no pueden
entenderse (como algunos han explicado) como que se refieren a la nación judía o a
la raza humana. El significado es que no todos los hombres de aquella época
morirían (Véase Mat. 16:28, en el párr. 74) antes de que la profecía se cumpliera, lo
cual comenzó a ocurrir treinta y siete años después de que se pronunció, en la
destrucción de Jerusalén", etc.
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(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los enemigos
de Cristo
Mateo 25:1-13. Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y
cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y
tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó
un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes
se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes:
Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes
respondieron diciendo: Para que no nos falte también a nosotros y a vosotras, id
más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas
iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las
bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo:
¡Señor, señor, ábrenos! Más él, respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os
conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre
ha de venir".
Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen
enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la
consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta
transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo
que comienza en este punto.
Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus
discípulos han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e
inminente a una lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y
miles de años? Si fuese así, seguramente podríamos esperar alguna indicación muy
clara del cambio de tema. Pero no hay absolutamente ninguna. Por el contrario, la
suposición de que un nuevo tema es introducido por esta parábola queda
completamente impedida por los términos expresos con los cuales la parábola
comienza y termina. Comienza con una nota de tiempo muy explícita: "Tote",
entonces, en aquel tiempo. No hay absolutamente ningún hiato entre el final del
capítulo 24 y el comienzo del capítulo 25. El eslabón "entonces" lleva adelante el
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Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso
anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la
consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que
existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan
natural.
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Mateo 25:14-30: Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos,
llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y
a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había
recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos.
Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había
recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de
mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y
llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo:
Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos
sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que
había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he
ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre
poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero
llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres
hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo
cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.
Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde
no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero
a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses.
Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le
será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al
siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes".
En esta parábola encontramos una evidente continuación del mismo tema, aunque
presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parábola precedente era
vigilancia; la de la ésta es diligencia. Difícilmente puede decirse que en esta
parábola se ha introducido un nuevo elemento, porque la representación de la
venida de Cristo como un tiempo de juicio corre a través de todo el discurso
profético de nuestro Señor. Es este hecho lo que da propósito y urgencia al
llamado, a menudo reiterado, a ser vigilantes. No sólo habría de ser un tiempo de
juicio para Jerusalén e Israel, sino hasta para los discípulos mismos de Cristo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
También ellos tenían que "estar de pie delante del Hijo del hombre". Había peligro
de que "aquel día" viniera sobre ellos sin que estuvieran preparados y estando
descuidados. Esta asociación de juicio con la Parusía aparece en la parábola del
señor de la casa, y todavía más en la de los siervos buenos y malos. Queda
expresada aún más vívidamente en la parábola de las vírgenes prudentes y las
vírgenes insensatas, y tiene todavía mayor prominencia en la parábola de los
talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si puede decirse, de las ovejas
y los carneros.
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Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante
de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su
izquierda.
Hasta este punto, hemos encontrado que el discurso de Jesús sobre el Monte de los
Olivos es una profecía conectada y continua, que se refiere únicamente a la gran
catástrofe que se cernía sobre la nación judía, y que habría de tener lugar, según la
predicción de nuestro Señor, antes de que pasara la generación que existía. Ahora,
sin embargo, encontramos un pasaje que, en opinión de casi todos los
comentaristas, no puede entenderse como que se refiere a Jerusalén o Israel, sino a
toda la raza humana y a la consumación de todas las cosas. Si el consenso de los
expositores puede establecer una interpretación, sin duda este pasaje debe ser
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La Parusía J.S.Rusell 1878
considerado como que se aparta por completo del tema de las preguntas de los
discípulos, y describe la última escena de todas en la historia del mundo.
Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a
impugnar la interpretación de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que
el pasaje, no sólo es parte integral de la profecía, sino que pertenece por entero al
tema del discurso de nuestro Señor, el juicio de Israel y el fin de la era [judía].
2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Señor (Mat.
24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en la
abarcante declaración: "De cierto os digo: No pasará esta generación, sin que todo
esto acontezca" (Mat. 24:34).
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"Porque el Hijo del Hombre vendrá en "Cuando el Hijo del Hombre venga en
la gloria de su Padre con sus ángeles, y su gloria, y todos los santos ángeles
entonces pagará a cada uno según sus con él, entonces se sentará en su trono
obras. de gloria, y serán reunidas delante de
"De cierto os digo que hay algunos de él todas las naciones", etc.
los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino".
g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc., habría de
tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban allí presentes. Esto fija la
ocurrencia de la Parusía dentro de los límites de una vida humana, estando así en
perfecto acuerdo con el período definido por nuestro Señor en su discurso
profético. "No pasará esta generación", etc.
Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo del
hombre de Mat. 25 como idéntica a aquella a la que se hace referencia en Mat. 16,
que algunos discípulos habrían de vivir para presenciar.
Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a la
conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas las
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cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío. 4. Pero
todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión "todas las
naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque
Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22,
hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen acortados,
nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación" estaba limitada a
Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresión usada en
relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo bastante amplia para
incluir a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en realidad la
entienden.
Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la
comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no
parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la
población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone
comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar
al mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el
ocuparse de ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no
transmitieron ninguna idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton
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observa: "No fue sino hasta 14 años después de la ascensión de nuestro Señor
cuando Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Y no hay
ninguna evidencia de que, durante ese período, los otros apóstoles traspasaron los
límites de Judea". (1)
El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las mentes
de los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más atónitos
que el descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios
arrepentimiento para vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de "reunirse
con incircuncisos y comer con ellos", no parece que él defendiese su conducta
apelando a los términos de la comisión apostólica. Si la frase "todas las naciones"
hubiese sido entendida por los discípulos en su sentido literal y más abarcante, es
difícil imaginar cómo habrían dejado de reconocer una vez el carácter universal del
evangelio y su comisión de predicarlo a judíos y gentiles por igual. Se necesitó una
clara revelación del cielo para vencer los prejuicios judíos de los apóstoles, y darles
a conocer el misterio de "que los gentiles son coherederos y miembros del mismo
cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio"
(Efesios 3:6).
5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta
descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa
el juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos y
los impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente ofrecieron a
los sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda conducta
virtuosa, toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas, y sólo se
toman en cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los angustiados
discípulos. No es de sorprenderse que esta circunstancia haya causado gran
perplejidad tanto a teólogos como a lectores en general. ¿Es ésta la doctrina de
Pablo? ¿Es ésta la base para la justificación delante de Dios que se establece en el
Nuevo Testamento? ¿Debemos llegar a la conclusión de que el destino eterno de la
raza humana, desde Adán hasta el último hombre, dependerá finalmente de su
caridad y su simpatía hacia los perseguidos y sufrientes discípulos de Cristo?
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo
homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla confusa
e ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos voces, y
que señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una representación clara,
consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la nación teocrática al final de la
era judía o del período judío. La teoría de interpretación que considera este
discurso como típico del juicio final de la raza humana, y de una catástrofe
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Aún más insostenible es la hipótesis de un doble significado que corre a través del
todo; una hipótesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o en el
lector, y da un poder de discreción tan grande al crítico ingenioso que parece
completamente incompatible con la reverencia debida a la Palabra de Dios.
La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte
luz por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta
profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que había
propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición que,
habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del
Nuevo Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve
en la exégesis, quoad interpretación profética, que aquí se da de las tres porciones
de este capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual reemplazarla, y
algunos de los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como siempre. Me
pregunto mucho si el estudio exhaustivo de la profecía de la Escritura me volverá
más y más desconfiado de toda sistematización humana, y menos dispuesto a
correr el riesgo de hacer un fuerte aserto sobre cualquier porción del tema". (Julio
de 1855). En la cuarta edición, Alford añade: "Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es
una sinceridad altamente honorable para el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si,
con toda la luz y la experiencia de dieciocho siglos, la profecía del Monte de los
Olivos todavía continúa siendo un enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido
inteligible para los discípulos, que la escucharon ansiosamente de los labios del
Maestro? ¿Podemos suponer que, en ese momento, él les hablaría en acertijos
ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran pan les daría una piedra? Imposible. No
hay razón para creer que los discípulos eran incapaces de comprender las palabras
de Jesús, y, si estas palabras han sido malinterpretadas en tiempos posteriores, es
porque un método de interpretación falso y antinatural ha oscurecido y
desfigurado lo que en sí mismo es bastante luminoso y simple. Es cosa de
sorprenderse que los expositores hayan demostrado tal indiferencia hacia las
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La Parusía J.S.Rusell 1878
expresas limitaciones de tiempo establecidas por nuestro Señor; que se les haya
dado significados forzados y antinaturales a palabras como ai,w n genea.ente,j, etc.;
que se hayan trazado líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y
en general, que se haya sometido a la profecía a un tratamiento que no sería
tolerado en la crítica de ningún clásico griego o latino. Permítase solamente que el
lenguaje de la Escritura sea tratado con justicia común, e interpretado por los
principios de la gramática y el sentido común, y quedará eliminada gran parte de
la oscuridad y de los malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la substancia
mismas de la verdad. (2).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo infeliz, que no conoció el
tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin paralelo en los anales
del mundo.
Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado
como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a
los cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver
más en la profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es
demasiado magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser satisfechas
por un suceso tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción de Jerusalén.
Ya hemos tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera grandeza de
ese acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas objeciones es la
expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero de este discurso
profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo esto
acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que pueden ser
verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito, Suetonio, o
Josefo, o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre fue visto
viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó a las
naciones a este tribunal, y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay una
región en la cual no pueden entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no
pueden contemplar los misterios de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay también
una gran porción de la profecía que puede ser verificada, y que puede ser
ampliamente verificada. Hasta un atacante del cristianismo, que impugna el
conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a admitir que "la porción
relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente definida, y corresponde
muy de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual cumplimiento de la
parte de la profecía que entra en el campo de la observación humana garantiza la
verdad del resto, que no cae dentro de esa esfera. En la secuela de esta discusión,
descubriremos que los sucesos que ahora parecen increíbles a muchos eran la
confiada expectación y la esperanza de la era apostólica, y que los primeros
cristianos estaban plenamente persuadidos de su realidad y su cercanía.
Quedamos, pues, en este dilema: O las palabras de Jesús han fallado, y las
esperanzas de sus discípulos han sido falsificadas, o de lo contrario esas palabras y
esas esperanzas se han cumplido, y la profecía se ha cumplido plenamente en
todas sus partes. Una cosa es cierta. La veracidad de nuestro Señor queda
comprometida con la afirmación de que la totalidad y cada una de las partes de los
acontecimientos contenidos en esta profecía habrían de tener lugar antes del fin de
la generación existente. Si algún lenguaje puede reclamar para sí el ser preciso y
definido, es el que nuestro Señor emplea para marcar los límites del tiempo dentro
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La Parusía J.S.Rusell 1878
del cual se cumplirían sus palabras. Nuestro Señor guarda silencio sobre
cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones, en otras épocas, que puedan
haber en el futuro. Él habla de su propia nación culpable, y de su venida judicial al
final de la era, como habían predicho a menudo y claramente Malaquías, Juan el
Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus palabras han de ser tenidas por
responsables; más allá de esto es mera especulación humana, las hipótesis de los
teólogos, sin ninguna base segura en la Escritura.
Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada
crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada;
así que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro
que transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida
consideración por los principios de interpretación, nos prohiben imponer
construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las
palabras de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las
expresas y precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una Parusía; un
fin de la era; una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación".
Protestamos contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente que
se recomienda a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre está
viniendo a los que esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en cada
crisis de la gran historia humana. En revoluciones, en reformas, y en las crisis de
nuestra historia individual. Para cada uno de nosotros, hay un advenimiento del
Señor, tan a menudo como se nos presentan nuevos y mayores aspectos de la
verdad, o somos llamados a entrar en deberes nuevos y quizás más laboriosos y
emocionantes". (6) De esta manera, podría ser más difícil decir lo que no es una
"venida del Señor". Pero, al convertirla en cualquier cosa y en todas las cosas, la
convertimos en nada. Está vacía de toda precisión y realidad. No hay razón para
que la encarnación, la crucifixión, y la resurrección no puedan, de manera similar,
llegar a ser transacciones comunes y diarias, así como la Parusía. Una cosa es decir
que los principios del gobierno divino son eternos e inmutables, y que, por lo
tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una época, hará en circunstancias similares
a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es decir que esta profecía tiene dos
significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para el mundo y la consumación
final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que "las palabras de Cristo,
como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un desarrollo infinito,
reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto no implica que la
profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía ingeniosa, o que tenga
sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado aparente y natural del
lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la Escritura es, no intentar lo que
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Notas:
"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una
referencia del lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en
nuestro sentido de estos términos. Los que sostienen este punto de vista intentan
de varias maneras deshacerse de las dificultades que surgen de estas limitaciones.
Algunos asignan a (e.nqe,nj) el significado de súbitamente, como lo emplea la
Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje, el propósito del
escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro suceso
más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera
disponer de la palabra (nqe,wj), con tal de que permaneciera la subsiguiente
limitación a "esta generación". Y en esto también otros han tratado de referir genea
a la raza de los judíos, o a los discípulos de Cristo, no sólo sin el más ligero
fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía. Todos estos
intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han
sido abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".
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"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51,
está íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece
proporcionar suficiente base para considerar que este pasaje también se refiere al
juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24, por lo tanto, el Dr. Robinson cree que nuestro
Señor abandona por completo el tema de Jerusalén y entra en un tema nuevo, el
juicio del mundo.
En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la
falsa premisa con la cual comienza, o sea, la suposición de que la parábola de las
ovejas y los cabritos se refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado
que no hay ningún nuevo comienzo en Mat. 24:48.
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"Jesús le dijo: Tú lo has "Y Jesús le dijo: Yo soy; y "Pero desde ahora el Hijo
dicho; y además os digo, veréis al Hijo del Hombre del Hombre se sentará a
que desde ahora veréis al sentado a la diestra del la diestra del poder de
Hijo del Hombre sentado poder de Dios, y Dios".
a la diestra del poder de viniendo en las nubes del
Dios, y viniendo en las cielo".
nubes del cielo".
La respuesta de nuestro Salvador a la solemne orden del sumo sacerdote para que
declarase bajo juramento es la repetición, casi palabra por palabra, de lo que Jesús
había declarado a los discípulos en el Monte de los Olivos: "Verán al Hijo del
Hombre viniendo viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria" (Mat.
24:30). Son, evidentemente, el mismo suceso y el mismo período a los que se hace
referencia. El lenguaje implica que las personas a las que Jesús se dirige, o algunas
de ellas, presenciarían el acontecimiento predicho. La expresión: "Veréis" no sería
apropiada si se refiriera a algo que ninguno de los oyentes viviría para
presenciarlo, y que no tendría lugar por miles de años. Nuestro Señor, pues, les
dijo a sus jueces que ellos, o algunos de ellos, vivirían para verle venir en juicio, o
viniendo en su reino. Esta declaración está en armonía con lo que nuestro Salvador
dijo a sus discípulos: "El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus
ángeles ... De cierto os digo, que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su
reino" (Mat. 16:27,28). Algunos de sus discípulos, y algunos de sus jueces, vivirían
lo suficiente para presenciar aquella gran consumación, menos de cuarenta años
después, cuando el Hijo del Hombre vendría en su reino a ejecutar los juicios de
Dios sobre la nación culpable. Esto es precisamente lo que afirma la profecía del
Monte de los Olivos: "No pasará esta generación", etc. Nuevamente aquí no
tenemos ni oscuridad ni ambigüedad. Pero, ¿puede decirse otro tanto de la
interpretación que hace que las palabras de nuestro Señor se refieran a un tiempo
todavía futuro, y un suceso que todavía no ha tenido lugar? ¿Puede decirse otro
tanto de la interpretación que encuentra en esta escena, que el Sanedrín judío
habría de presenciar, no un suceso dintinto y particular, sino un proceso
prolongado y continuo, que comenzó en la resurrección de Cristo, que continúa
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Lucas 23:27-31. "Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y
hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los
vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a
decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en
el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?" Aquí tenemos una
afirmación tan clara, tan definida en cada punto que puede fijar su referencia -
tiempo, lugar, personas, circunstancias - que no queda lugar para la incertidumbre.
Apunta a un tiempo que no estaba muy distante, sino a las puertas - "vendrán días"
- un tiempo que las personas a las cuales se hablaba y sus niños vivirían para
presenciar; un tiempo de gran tribulación, que caería con particular severidad
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sobre las mujeres y los niños; un tiempo cuando, en la agonía de su terror, las
multitudes desesperadas clamarían a los montes y a los collados para que cayeran
sobre ellos y les cubrieran.
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Lucas 23:42. "Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". El único
punto que nos concierne en este memorable incidente es la referencia que el
malhechor hizo a la venida de nuestro Señor en su reino". Cualquiera sea el modo
en que había adquirido este conocimiento, reconoció en el rechazado Profeta que
estaba a su lado al Rey de Israel, el Hijo de Dios. Creía que, a pesar de que Israel lo
había rechazado y crucificado, un día vendría otra vez "en su reino". ¡Maravillosa
fe en un hombre como éste y en un momento como éste! Si el ladrón en la cruz
hubiese escuchado el testimonio de Jesús delante del sumo sacerdote, o si hubiese
sabido lo que Jesús había dicho a sus discípulos, de que "algunos de ellos no verían
muerte hasta que hubiesen visto al Hijo del hombre viniendo en su reino",
podríamos explicarnos mejor su fe y su oración. De todos modos, no podría haber
habido más inteligencia y precisión en el lenguaje de un discípulo que en las
palabras de este "tizón arrebatado del incendio". No tenemos modo de saber qué
idea tenía el malhechor con respecto al tiempo de esa venida - si la había concebido
como cercana o como distante; pero es presumible que la consideraba cercana. Un
moribundo difícilmente oraría para que fuese recordado en alguna época distante,
después de que hubiesen pasado siglos y milenios. En esa crisis, sólo lo inminente
o lo inmediato podría estar en sus pensamientos. Una cosa parece segura: la más
inverosímil de todas las interpretaciones es la que representaría su oración como
todavía sin contestar, y la "venida" de la cual hablaba como todavía entre los
sucesos de un futuro desconocido.
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LA COMISIÓN APOSTÓLICA
"Por tanto, id, y haced "Y les dijo: Id por todo el "Y que se predicase en su
discípulos a todas las mundo y predicad el nombre el arrepentimiento
naciones, bautizándolos evangelio a toda y el perdón de pecados en
en el nombre del Padre, criatura". todas las naciones,
del Hijo, y del Espíritu comenzando desde
Santo; enseñándoles que "Y ellos, saliendo, Jerusalén".
guarden todas las cosas predicaron en todas
que os he mandado; y he partes, ayudándoles el
aquí yo estoy con Señor y confirmando la
vosotros todos los días, palabra con las señales
hasta el fin del mundo. que la seguían. Amén".
Amén".
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conocer igualmente por medio de los sentidos. Pero los aceptamos por la fe en su
palabra, que declaró: "De cierto os digo, todas estas cosas vendrán sobre esta
generación"; y nuevamente: "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin
que se cumplan todas estas cosas". "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán". El cumplimiento literal de todo lo que cae dentro de la esfera de la
observación humana es garante de la credibilidad del resto, que pertenece al
ámbito de lo invisible y lo espiritual.
Notas:
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En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las
otras las alusiones a la Parusía registradas por los evangelistas; y a menudo hemos
encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto
evangelio con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola
alusión a la Parusía en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible,
por todas las razones, considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y
encontraremos que las referencias al tema de nuestra investigación, aunque no
muchas en número, son muy importantes y están llenas de interés.
Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí
mismo; y también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del
Hombre.
"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29) se
refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que los
versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual a los
que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya
había comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y pecados
estaban a punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espíritu divino
actuando en las almas de los hombres para que predicasen el evangelio de Cristo.
Este poder vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al cual
también había sido entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez
supremo (ver. 27).
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Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se
refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es
fuerte la presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor
habla aquí de la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no
estaban distantes, pero tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora
viene", etc.
Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me
diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".
Juan 6:40: "Yo le resucitaré en el día postrero". Juan 6:44: "Yo le resucitaré en el día
postrero".
Juan 11:24: "Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero". Juan 12:48:
"La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".
En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca encontramos
la expresión "el día postrero", aunque encontramos sus equivalentes, "aquel día" y
"el día del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se
refieren al mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es contemporáneo con
"el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e inferimos que "el día postrero" es sólo
otra forma de la expresión "el fin del tiempo" o Peón. La Parusía también está
representada constantemente como coincidente en el tiempo con "el fin del
tiempo", de modo que todos estos grandes sucesos, la Parusía, la resurrección de
los muertos, el juicio, y el día postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que
el fin del tiempo no es, como se imagina generalmente, el fin del mundo, o la
destrucción total de la tierra, sino la terminación de la economía judía; y puesto
que nuestro Señor mismo clara y frecuentemente coloca ese suceso dentro de los
límites de la generación existente, llegamos a la conclusión de que la Parusía, la
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Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio, es
la enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente, y, al
avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de esta
conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos con
expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la útima hora", que
evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales,
sin embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado. Mientras
tanto, sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e
imparcialmente sopese la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la
misma palabra de inspiración.
Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera". Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido
juzgado". Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado
una gran crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la
cruz era un momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el
mal, entre el Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que
el resultado de la muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el
establecimiento del reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de
Satanás.
No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no
satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor
con respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el
juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No es
suficiente decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro
distante era como si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el juicio
del mundo y la expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y que por
lo tanto podrían ser considerados como hechos consumados. Tampoco es
suficiente decir que, desde el momento en que se ofreció el gran sacrificio de la
cruz, el poder y la influencia de Satanás comenzaron a menguar, y tiene que
disminuir constantemente hasta que él sea finalmente aniquilado. El lenguaje de
nuestro Señor apunta manifiestamente a una transacción judicial grande y final,
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La Parusía J.S.Rusell 1878
que pronto habría de tener lugar. Pero juicio es un acto que difícilmente puede
concebirse como extendiéndose sobre un período indefinido, y especialmente
cuando está restringida por la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el
tiempo. La frase "echado fuera", también, es evidentemente una alusión a la
expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu inmundo. Pero
esto indica un acto súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso gradual y
prolongado. Ninguna figura podría ser menos apropiada para describir la lenta
decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsión de un
demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace
que las palabras de nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de
transcurridos muchos siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que
todavía no se ha efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no habría de tener
lugar por miles de años, como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión" de
Satanás, que habría de ser el resultado de un proceso lento y prolongado.
Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de este
mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era
inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece haber
estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial cuando "el
Hijo del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran "cosecha"
al final del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de "recoger de su reino
todas las cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la palabra
ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede restringida a una tierra o
una nación, puede replicarse que kosmoj se emplea aquí, como en algunos otros
pasajes, especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido ético que
como expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan 2:15; v.14).
Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese
"ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí
en adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que
ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de
Israel. La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto
culminante de apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la suerte
de "aquella generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la
destrucción de Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el pronunciamiento de la
sentencia y la ejecución del criminal; y de la misma manera, nuestro Señor, cuando
abandonó el templo por última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada
desierta", aunque su desolación no tuvo lugar realmente sino hasta casi cuarenta
años más tarde, pudo decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque un espacio
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Puede objetarse que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la expulsión
de Satanás, debería estar marcado por alguna muy palpable disminución del poder
del diablo sobre los hombres. La objeción es razonable, y puede rebatirse con la
afirmación de que sí existe evidencia de la disminución de la influencia satánica en
el mundo. La historia de los tiempos de nuestro Salvador proporciona prueba
abundante del ejercicio de un poder sobre las almas y cuerpos de hombres que
entonces estaban poseídos por Satanás, un poder que felizmente es desconocido en
nuestros días. La misteriosa influencia llamada "posesión demoníaca" se atribuye
siempre en la Escritura a los agentes satánicos; y era una de las credenciales de la
comisión divina de nuestro Señor que Él, "por el poder de Dios, echaba fuera
demonios". ¿En qué período cesó de manifestarse la sujeción de los hombres al
poder demoníaco? Era común en los días de nuestro Señor: continuó durante la
época de los apóstoles, porque tenemos muchas alusiones al hecho de que ellos
echaban fuera espíritus inmundos; pero no tenemos evidencia de que esta sujeción
continuó existiendo en los tiempos post-apostólicos. El fenómeno ha desaparecido
tan completamente que, para muchos, su anterior existencia es increíble, y la
resuelven con una superstición popular, o con una teoría no científica de
enfermedad mental - una explicación que es totalmentee incompatible con las
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una
declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.
Cuando los setenta discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron con
regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro: "Señor,
aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al responderles,
Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", una expresión que es
casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este mundo será echado
fuera", y sobre la cual Neander hace las siguientes sugestivas observaciones:
"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo,
de endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra,
así también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del poder
conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder:
'Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo del poder que
hasta ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva de su
espíritu expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a su obra
redentora después de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de Dios
avanzando triunfante sobre el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'.
Lo veía antes de que los discípulos trajeran su informe de las maravillas que
habían llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas obras aisladas,
él veía la sola gran obra de la cual las de ellos eran sólo señales particulares e
individuales - la victoria, completamente ejecutada, sobre el gran poder del mal
que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que
merecen particular atención:
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sus observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las palabras apuntan
claramente a una gran transacción judicial, que tiene lugar en un punto particular
del tiempo, que ese tiempo estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el
resultado de la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período los
podemos encontrar sólo en la gran catástrofe tan vívidamente presentada por
nuestro Señor en su discurso profético, y por lo tanto, no podemos titubear al
entender que sus palabras se refieren a aquel suceso memorable.
Ninguna otra explicación satisface los requisitos de la declaración: "Ahora es el
juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera".
Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo".
Juan 14:18: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros". Juan 14:28: "Voy, y vengo
a vosotros".
Juan 16:16: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis;
porque yo voy al Padre".
Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a los
comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa de la
dificultad de ellos: porque es muy difícil creer que significan lo que parecen decir.
Se ha supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su cercana
partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los días", a la consumación de la
historia humana; y que, en otros, se refiere a su ausencia temporal durante el
intervalo entre su crucifixión y su resurrección.
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"El venir otra vez del Señor no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso
del Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en juicio, sino el
gran complejo de todo esto, cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí mismo
adonde él esté. Este ercomaise inicia (ver. 18) en su resurrección; continúa (ver. 23)
en la vida espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado; progresa aún más
cuando cada uno, por medio de la muerte, es arrebatado para estar con Él (Fil.
1:23); se completa plenamente en su venida en gloria, cuando estarán con Él para
siempre (1 Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección". (3)
¡Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ercomai! Pero, si ercomai tiene
tal variedad y complejidad de significados, por qué no npayw y porenomai? ¿Por
qué no debería tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"? De la
misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido los discípulos
el lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje tenía un "gran complejo" de
significados? ¿O cómo puede esperarse que hombres sencillos capten jamás el
significado de las Escrituras si las expresiones más simples son tan intrincadas y
desconcertantes?
Que este esperado regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a
una distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo
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"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre"
(Juan 16:28).
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"Vendré otra vez, y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis" (Juan 14:3).
Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
Sígueme tú".
Sería unútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que
hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen
ver algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el
tema las encontrarán en las referencias de Lange. (5)
Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las
dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a
reconocer, en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro
del espacio de la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor la
certeza de que vendría en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus
enemigos y a recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la
generación que entonces existía en la tierra, parece haber una repugnancia casi
invencible, de parte de los teólogos, a aceptar las palabras de Jesús en su sentido
obvio y sencillo. Persisten en suponer que Él debe haber querido decir alguna otra
cosa o algo más. Admítase una vez lo que es innegable, que nuestro Señor mismo
declaró que su venida habría de tener lugar durante la vida de algunos de sus
discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a Simón
Pedro con qué muerte habría de glorificar a Dios, y Pedro, con característica
impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el destino del discípulo amado, en
quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio una respuesta explícita a esta
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La Parusía J.S.Rusell 1878
pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los discípulos entendieron que
su respuesta quería decir que Juan viviría para ver el regreso de Jesús. "Si quiero
que él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy significativo. Supone como
posible que Juan viviera hasta la venida del Señor. Es más, lo sugiere como probable,
aunque no lo afirma como cierto. Los discípulos lo interpretaron como que Juan no
moriría en absoluto. El evangelista mismo ni afirma ni niega lo correcto de esta
interpretación, sino que se contenta con repetir las palabras de Jesús: "Si quiero que
él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una circunstancia del mayor interés
que sabemos cómo se entendieron generalmente las palabras de Jesús en ese
momento en la hermandad de los discípulos. Evidentemente, llegaron a la
conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de Jesús; y dedujeron que,
en ese caso, él no moriría en absoluto. Es esta última inferencia la que Juan se
guarda de hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece admitirlo sin
duda. Si esto implicaba, además, que no moriría en absoluto, era un punto dudoso
que las palabras de Jesús no decidieron.
Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o irrazonable
como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo
con la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la exención de
muerte. Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos [moriremos], pero
todos seremos transformados" (1 Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la
posibilidad de estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que
habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15). Expresaba su propia
preferencia personal de no "ser desnudados [de la vestimenta del cuerpo], sino
revestidos [con la vestimenta espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino ser
transformados (2 Cor. 5:4). Los discípulos podrían estar justificados en esta
creencia por las palabras de Jesús en la noche de la cena pascual: "Vendré otra vez,
y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían ellos suponer que esto significaba la
muerte? O ellos pueden haber recordado las palabras de Él en el Monte de los
Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus
escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había asegurado, tendría lugar antes de que
pasara la actual generación. No estaban, pues, por completo sin preparación para
recibir un anuncio como el que el Señor hizo con respecto a Juan. (6).
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2. Que las palabras de nuestro Señor indican la posibilidad de que, en efecto, fuera así.
3. Que los discípulos entendieron la respuesta de nuestro Señor como implicando que
Juan no moriría en absoluto.
4. Que el mismo Juan no da ninguna señal de que hubiese nada increíble ni imposible
en la inferencia, aunque no lo declara categóricamente.
5. Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción de
Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de aquel eón o aquella era.
6. Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro del
período de la presente generación.
Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la Parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner en
un solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este
importante tema.
2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios está
a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.
3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero rechazaron
su mensaje, son amenazadas con una destrucción más intolerable que la de
Sodoma y Gomorra.
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5. Jesús preedice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [sunteleia ton aiwnos], una
frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de la era, es
decir, de la dispensación judía.
10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que su
venida sería dentro de "poco".
11. La profecía del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo, que
se refiere exclusivamente a la destrucción de Jerusalén e Israel, que se acercaba, de
acuerdo con la expresa afirmación de nuestro Señor (Mat. 24:34; Mar. 13:30; Luc.
21:32).
12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos
pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.
14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que
viviría para presenciar su venida.
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Notas:
1. Algunos intérpretes prefieren entender "los muertos" del versículo 25 como que
se refieren a casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro
de Betania, personas literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la vida
por Jesús. Entienden que el argumento de Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis
de la obra maravillosa que he llevado a cabo en este hombre indefenso, pero
vosotros veréis maravillas mucho mayores. Llegará el momento en que llamaré
aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día mi poder efectuará
una obra aun más poderosa: porque viene la hora en que todos los que están en la
tumba saldrán al oir mi llamado, y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J.
Brown. Discursos y dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la
ventaja de la consistencia al dar el mismo sentido de la palabra "muertos" durante
todo el pasaje; pero parece imposible admitir que nuestro Señor esté hablando en
el versículo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya ha pasado de muerte a
vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a la
justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la interpretación
generalmente aceptada, en relación con los versículos 24 y 25, en el sentido de que
se refieren a los espiritualmente muertos, y en relación con los versículos 28 y 29,
en el sentido de que se refieren a los corporalmente muertos.
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APÉNDICE A LA PARTE I
"La observación del Dr. Owen está llena de buen sentido".- "Si la Escritura tiene
más de un significado, no tiene ningún sentido en absoluto". "Y es tan aplicable a
las profecías como a cualquier otra porción de la Escritura"- Dr. John Brown,
Sufferings and Glories of the Messiah, p. 5, note.
¿Qué libro en el mundo tiene doble sentido, a menos que sea un libro que contenga
enigmas a propósito? Y hasta un libro así no tiene sino un solo significado
verdadero. Los oráculos paganos podían realmente decir: "Aio te, Pyrrhe, Romanos
vincere posse"; pero, ¿puede un equívoco tal ser admisible en los oráculos del Dios
viviente? Y si un sentido literal y un sentido oculto pueden transmitirse a la misma
vez y con las mismas palabras, ¿quién que no sea inspirado puede decirnos cuál es
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que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en
su reino" (Mat. 16:28); "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las
ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23); "Si quiero
que él quede hasta que yo venga, ¿qué a tí?" (Juan 21:23), y los pasajes
correspondientes en los otros sinópticos.
"Si, pues, Jesús no dijo estas cosas, los evangelios deben ser extrañamente
inexactos. Si las dijo, su facultad profética no puede haber sido lo que Hutton cree.
De que todos sus discípulos tenían esta esperanza errónea, y la sostenían con la
supuesta autoridad de su Maestro, no puede haber ninguna duda en absoluto.
(Véase 1 Cor. 10:11, 15:51; Fil. 14:5; 1 Tesa. 14:15; Sant. 5:8; 1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:18;
Apoc. 1:13; 22:7,0,12). La verdad es que Hutton reconoce esto por lo menos tan
franca y plenamente como lo hemos dicho".- W. R. Greg, en Contemporary
Review, Nov. 1876.
Para los que sostienen que nuestro Señor predijo el fin del mundo antes de que
pasara aquella generación, las objeciones del escéptico presentan una formidable
dificultad - insuperable de veras, sin recurrir a evasiones forzadas y antinaturales,
o admisiones que son fatales para la autoridad y la inspiración de las narraciones
evangélicas. Nosotros, por el contrario, reconocemos plenamente la construcción
de sentido común que adelanta Greg sobre el lenguaje de Jesús, y la no menos
obvia aceptación de ese significado por parte de los apóstoles. Pero llegamos a una
conclusión directamente contraria a la del crítico, y apelamos a la profecía del
Monte de los Olivos como señalado ejemplo y demostración de la visión
sobrenatural del Señor.
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PARTE II
Hechos 1:11. - "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá como le habéis visto ir al cielo".
La expresión "así vendrá" no debe ser enfatizada demasiado. Hay puntos obvios de
diferencia entre la manera de su ascensión y la Parusía. Se fue solo, y sin esplendor
visible: habría de regresar en gloria con sus ángeles. Las palabras, sin embargo, dan
a entender que su venida sería visible y personal, lo cual excluiría la interpretación
que la considera como providencial, o espiritual. La visibilidad de la Parusía está
apoyada por la enseñanza uniforme de los apóstoles y la creencia de los primeros
cristianos: "Todo ojo le verá" (Apoc. 1:7).
No hay indicación de tiempo en esta promesa final, pero es sólo razonable suponer
que los discípulos la considerarían como dirigida a ellos, y que ellos abrigarían la
esperanza de verle pronto otra vez, según las propias palabras de Él: "Un poquito,
y me veréis". Esta creencia les llevó de vuelta a Jerusalén con gran gozo. ¿Es creíble
que ellos habrían podido experimentar este regocijo si hubiesen concebido que su
venida no tendría lugar durante dieciocho siglos? ¿O podemos suponer que su
gozo descansaba en un engaño? No hay conclusión posible sino la que sostiene que
la creencia de los discípulos estaba bien fundada, y que la Parusía estaba a las
puertas.
Hechos 2:16-20.- "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días,
dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras
hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán
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sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y
señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y
manifiesto".
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predicha, y ahora era inminente. La misma generación que había visto, rechazado,
y crucificado al Rey, presenciaría el cumplimiento de sus advertencias cuando
Jerusalén perecería en "sangre y fuego, y vapor de humo".
Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".
Este versículo fija la referencia del discurso del apóstol. Era la generación existente
cuya destrucción venidera él preveía, y fue de la participación en su destino de lo
que urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del Bautista:
"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber duda del significado
de "genea"; era aquella "generación perversa", que estaba colmando la medida de
su predecesora, la nación perversa e incorregible sobre la cual pendía el juicio.
Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos señalar otro ejemplo de una
proposición universal que debe tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés no fue
literalmente universal, sino indiscriminada y general en comparación con
ocasiones anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan larga
muestra cómo puede justificarse una limitación similar en expresiones como "todas
las naciones", "toda criatura", y "todo el mundo".
Hechos 3:19-21. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados
vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,
y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario
que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que
habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".
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Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período en que podrían esperarse estas
bendiciones ofrecidas? ¿Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La nota de
tiempo aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de Cristo está
especificada como el período en que estas gloriosas expectativas han de convertirse
en realidad. Nada puede ser más claro que la conexión y la coincidencia de estos
sucesos, la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la restauración de todas las
cosas. Esto armoniza con la uniforme representación que se da en la escatología del
Nuevo Testamento: la Parusía, el fin del tiempo, la consumación del reino de Dios,
la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, todos sincronizan. Encontrar la fecha
de uno es establecer la fecha de todos. Ya hemos visto cuán definidamente fue
fijado el tiempo del cumplimiento de algunos de estos sucesos. El Hijo del hombre
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan terrible como la destrucción
de Jerusalén estar asociada con tiempos de refrigerio o restauración? La medalla
tenía dos lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia
cambiarían los "tiempos de refrigerio" en "días de retribución". Si ellos
"menospreciaban las riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de
Dios, entonces, en vez de restauración, habría destrucción; y en vez del día de
salvación, habría "día de ira, y revelación del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).
Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo "vino la ira sobre ellos al máximo";
y sabemos cómo ocurrió todo en el período señalado y predicho, al "fin del
tiempo", dentro de los límites de aquella generación.
Así, podemos definir el período al cual hace alusión el apóstol en este pasaje, y
llegar a la conclusión de que coincide con la Parusía.
Somos conducidos a la misma conclusión por otro camino. En Mateo 19:28, nuestro
Señor declara a sus discípulos: "De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc. Ya hemos comentado este
pasaje, pero es bueno observar otra vez que la "regeneración" [paliggenesia] en
Mateo es el equivalente preciso de la "restauración" [apokastastasij] de Hechos. Lo
que se quiere decir con la regeneración es claro más allá de toda sombra de duda,
porque es el tiempo "cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria".
Pero este es el período cuando venga a juzgar a la nación culpable (Mat. 25:31). No
hay posibilidad de equivocar el tiempo; no hay ninguna dificultad en identificar el
suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de Israel.
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Hechos 17:31. "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó".
Ya hemos visto que se dclara que el Señor Jesucristo es constituído Juez de los
hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio es
la Parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la Parusía habría de ocurrir
dentro del término de la generación que entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el
juicio como cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una
confirmación incidental pero inadvertida de este hecho. Las palabras "él juzgará"
no expresa un simple futuro, sino un futuro rápido, mellei krinein, está a punto de
juzgar, o juzgará pronto. Este matiz de significado no se conserva en nuestra
versión de habla inglesa, pero no carece de importancia.
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INTRODUCCIÓN
Hemos visto cómo la Parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios
de principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al
comienzo mismo de su ministerio, y es el último pronunciamiento de Jesús
registrado por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias al
suceso en varias formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la Parusía
está asociada generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la destrucción
del templo y la ciudad de Jerusalén. La razón de esta asociación de la venida de
Cristo con el juicio de Israel es muy evidente. La Parusía era el suceso culminante
en lo que puede llamarse la historia mesiánica, o el gobierno teocrático del pueblo
judío. La encarnación y la misión del Hijo de Dios, aunque tenían una relación
general con la raza humana entera, tenía al mismo tiempo una relación especial y
peculiar con la nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en verdad el
"segundo Adán", la nueva Cabeza y el nuevo Representante de la raza, pero, antes
de eso, era el Hijo de David y el Rey de Israel. Su propia y declarada visión de su
misión era que era, primero que todo, especial para el pueblo escogido: "No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mat. 15:24). El título mismo
que reclamaba para sí, "Cristo", el Mesías, o el Ungido, indicaba su relación con el
judaísmo y la teocracia, porque le reconocía como verdadero Rey, venido en la
plenitud del tiempo "a los suyos", para tomar posesión del trono de su padre
David. Este especial carácter judaico de la misión del Señor Jesús es
constantemente reconocido en el Nuevo Testamento, aunque es ignorado por los
teólogos y casi olvidado por los cristianos en general. Pablo hace mucho énfasis en
esto.
"Pues os digo que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,
podríamos muy bien añadir: "para cumplir las amenazas" también. La frase "el
reino de Dios" es claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia
especial y única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en cierto sentido peculiar a
esa nación solamente (Deut. 7:6; Amós 3:2). Veremos que "el reino de Dios" está
representado como llegando a su consumación en el período de la destrucción de
Jerusalén.
Ese suceso marca el desenlace del gran plan de la providencia, o economía, divina,
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hecho sobre el cual ellos tenían el más amplio medio de información, y obre el cual
profesaban hablar con autoridad como órganos de inspiración divina, ¿qué
confianza podía tenérseles con respecto a otros temas, que por su naturaleza eran
2
obscuros, abstrusos, y misteriosos? Nadie que tenga alguna fe en la certeza que el
Salvador dio a sus discípulos de que enviaría al Espíritu Santo "para guiarles a
toda verdad" y para "recordarles todas las cosas que les había dicho" puede dudar
que la autoridad con que los apóstoles hablaban concerniente a la Parusía es igual
a la de nuestro Señor mismo. La hipótesis de que puede hacerse una distinción
entre lo que ellos creían y enseñaban sobre este tema, y lo que creían y enseñaban
sobre otros temas, no soporta ni el más ligero examen. La totalidad de la enseñanza
de los discípulos descansa en el mismo fundamento, y ese fundamento es el mismo
sobre el cual descansa la doctrina de Cristo mismo.
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I Tes. 1:9,10. "Os convertísteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera".
Este pasaje es interesante en que muestra muy claramente el lugar que la esperada
venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias apostólicas. Estaba en
primera fila; era una de las principales verdades del evangelio. Pablo describe la
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La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús, quien nos libra de
la ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamación de Juan el Bautista:
"Huid de la ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere aquí a la
retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo que él tenía
en mente era una catástrofe particular y predicha. "La ira venidera" [horgh h
ercomenh] de este pasaje es idéntica a la "ira venidera" [orgh mellousa] del segundo
Elías; es idéntica a los "días de retribución" y a la "ira sobre este pueblo" predichas
por nuestro Señor, Lucas 26:23. Es "el día de la ira y de la revelación del justo juicio
de Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies irae" siempre se
destaca clara y visiblemente durante todo el Nuevo Testamento. Ahora no estaba
distante, y, aunque Judea podría ser el centro de la tormenta, el ciclón del juicio
arrasaría otras regiones y afectaría a multitudes que, como los tesalonicenses,
podrían haber pensado que estaban fuera de su alcance. Sabemos por Josefo cómo
el estallido de la guerra de los judíos fue la señal para la masacre y el exterminio en
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cada ciudad en que habitantes judíos se habían asentado. Fue a esta ubicuidad de
la "ira venidera" a la que se refirió nuestro Señor cuando dijo: "Donde esté el
cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas" (Lucas 17:37). Aquí nuevamente, como
con tanta frecuencia hemos tenido ocasión de observar, la Parusía está asociada
con el juicio.
En los versículos 15 y 16, podemos detectar una alusión bien clara en el lenguaje
del apóstol a las acusaciones de nuestro Señor contra "aquella generación malvada
(Mat. 23:31,32,36).
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1 Tes. 2:19. "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe?
¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?"
La uniforme enseñanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habría de ser
tan fatal para los enemigos de Cristo habría de ser favorable para sus amigos. Por
todas partes, los más malévolos opositores y perseguidores del cristianismo fueron
los judíos; la aniquilación de la nacionalidad judía, por tanto, eliminó al más
formidable antagonista del evangelio y trajo reposo y alivio a los sufridos
cristianos. Nuestro Señor había dicho a los discípulos, hablando de esta catástrofe
que se aproximaba: "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad
vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca" (Lucas 21:28). Pero esta
explicación está lejos de agotar el significado entero de tales pasajes. No puede
dudarse de que la Parusía, en todas partes, está representada como la corona de las
esperanzas y aspiraciones cristianas; cuando ellos "heredarían el reino" y "entrarían
en el gozo de su Señor". Tal es la clara enseñanza tanto de Cristo como de sus
apóstoles, y la encontramos claramente expresada en las palabras de Pablo que
ahora tenemos delante. La Parusía habría de ser la consumación de la gloria y la
felicidad para los fieles, y el apóstol buscaba "su corona" en la "venida" de Cristo.
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Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo
implica el tenor entero del lenguaje del apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona
de gozo? ¿Están sus conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios
que venga del cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad delante de Dios"?
¿Todavía no han sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles delante de
él? Porque ésta habría de ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no antes. Si, por lo
tanto, ese suceso nunca hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido de su ansiosa
expectativa y su esperanza? Si ellos hubieran podido saber que cientos y miles de
años tenían que transcurrir lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en la fe haberse
llenado de alegría con el pensamiento de la gloria venidera? Pero, en la suposición
de que la Parusía estaba a las puertas; que todos ellos podían esperar presenciar su
llegada, entonces, cuán natural e inteligible se vuelven esta ansiosa expectación y
esta esperanza. Que tanto el apóstol como los tesalonicenses creían que "la venida
del Señor estaba cerca" es tan evidente que apenas requiere algún argumento para
probarlo. La única pregunta es: ¿Estaban equivocados, o no?
Puede añadirse una observación sobre la palabra que concluye la frase: "Agioi",
santo, puede referise a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto para
establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente capítulo (ver. 14), se nos dice
que a los que durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece referirse a la
resurrección de los santos que duermen en sus tumbas, más bien que a su venida
desde el cielo con Él. Por lo tanto, estamos impedidos de referir agioi a los muertos
en Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es representado como
asistido por sus ángeles.
"Él vendrá con sus ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38); "con
los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ángeles con él" (Mat. 25:31).
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1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que
duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a
los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor; que
nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no
precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con
voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire,y así estaremos siempre con el Señor".
Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la partida de sus amigos en
Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes de
la venida del Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre los
muertos, así también, cuando regresara en gloria, resucitaría de sus tumbas a sus
discípulos que dormían.
Segundo, les informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos que
vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían ninguna ventaja sobre,
los fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.
1. El descenso del Señor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios.
170
La Parusía J.S.Rusell 1878
"Entonces, sin duda alguna, él mismo esperaba estar vivo, junto con la mayoría de
aquellos a quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos aceptar, ni
por un momento, la evasión de Teodoreto y la mayoría de los antiguos
comentaristas (es decir, que el apóstol no habla de él mismo personalmente, sino
de los que estuvieran vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras en
su significado único, sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que
habremos quedado" [oi zwntej oi perileipomenoi] son una clase que se distingue
de "los que duermen" [oi koimhqentej], estando todavía en la carne cuando Cristo
venga, en cuya clase, anteponiendo como prefijo "nosotros" [h,me/ij], incluye a sus
lectores y se incluye a sí mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros
pasajes, especialmente 2 Cor. 5 [7].
Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta esperanza, Alford lo trata como un
error, pues continúa diciendo:
"Ni es necesario que se sorprenda ningún cristiano de que los apóstoles, en esta
cuestión de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a engaño
con respecto a un día del cual se dice tan solemnemente que nadie conoce su
tiempo señalado, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente"
(Marcos 13:32).
"La iglesia primitiva, y hasta los apóstoles mismos, esperaban que su Señor viniera
otra vez en aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa esperanza, pero,
estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo de allí ninguna conclusión
práctica errónea".
171
La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero la pregunta es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus esperanzas? ¿No
estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No había predicho el Señor
expresamente su propia venida dentro de los límites de la generación existente?
¿No había conectado su venida con la destrucción del templo y la subversión del
gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus discípulos que dentro de
"un poco" le verían de nuevo? ¿No había declarado que algunos de ellos vivirían
para presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario encontrar
excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen actuado bajo
engaño? Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro. Habría sido
realmente extraño que, después de todas las exhortaciones que habían recibido de
estar alerta, de velar, de vivir continuamente esperando la Parusía, los apóstoles no
hubiesen creído confiadamente en la pronta venida de Jesús, y no hubiesen
enseñado a otros a hacer lo mismo. Pero parecería que Pablo hace descansar sus
explicaciones a los tesalonicenses en la autoridad de una especial comunicación
divina a él mismo. "Esto os digo por palabra del Señor", etc. Esto puede
difícilmente significar que el Señor lo había predicho así en su discurso profético
en el Monte de los Olivos, porque ninguna declaración de esta clase aparece
registrada; por lo tanto, debe referirse a una revelación que él mismo había
recibido. ¿Cómo, entonces, podría equivocarse en sus esperanzas? Es extraño que
en sus días existiera tan grande incredulidad con respecto al sencillo significado de
las expresas afirmaciones de nuestro Señor sobre este tema. Cumplido o no,
acertado o equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni incertidumbre en su
lenguaje. Puede decirse que no tenemos ninguna evidencia de que tales hechos
hayan ocurrido como se describe aquí - el descenso del Señor con aclamación, el
sonar de la trompeta, la resurrección de los muertos que duermen, el
arrebatamiento de los santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que estos hechos son
cognoscibles por los sentidos? ¿Está su lugar en la región de lo material y lo
visible? Como ya hemos dicho, sabemos y estamos seguros de que una gran parte
de los sucesos predichos por nuestro Señor, y esperados por sus apóstoles, en
realidad ocurrieron en aquella misma crisis llamada "el fin de la época". No hay
diferencia de opinión concerniente a la destrucción del templo, el derrumbe de la
ciudad, la matanza sin paralelo de la gente, la extinción de la nacionalidad, el fin
de la dispensación legal. Pero la Parusía está inseparablemente ligada a la
destrucción de Jerusalén; y, de manera semejante, la resurrección de los muertos, y
el juicio de la "generación malvada", a la Parusía. Son partes diferentes de una gran
catástrofe; escenas diferentes de un gran drama. Nosotros aceptamos los hechos
verificados por el historiador por la palabra de un hombre; han de titubear los
cristianos en aceptar los hechos que están garantizados por la palabra del Señor?
172
La Parusía J.S.Rusell 1878
1 Tes. 5:1-10. "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,
hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día
del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que
aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos
del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los
demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, y los que se
embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, qe somos del día, seamos
sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de
salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar
salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para
que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él".
Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para ningunas personas
en particular es lanzar un aire de irrealidad sobre sus exhortaciones, contra el cual
se revuelve la crítica reverente. Ciertamente se refería a las mismas personas a las
cuales escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en ningunas otras. No
podemos aceptar la sugerencia de Bengel de que "nosotros los que vivimos, los que
hayamos quedado" son sólo personajes imaginarios, como los nombres de Cayo y
Ticio (Juan Pérez y Ricardo Perico); porque nadie puede leer esta epístola sin ser
consciente de la cálida adhesión personal y el afecto hacia los individuos que se
respiran en cada línea. Concluimos, por lo tanto, que el todo tenía que ver, directa
y actualmente, con la posición real y las expectativas de las personas a las cuales
está dirigida la epístola.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1 Tes. 5:23. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo".
Notas:
2. Gnomon, in loc.
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4. Gnomon, in loc.
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La Segunda Epístola a los Tesalonicenses parece haber sido escrita poco después
de la Primera, para corregir el malentendido en que algunos habían incurrido con
respecto al tiempo de la Parusía, ya fuera por una errónea interpretación de la carta
anterior del apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida comunicación que
circulaba entre ellos haciendo ver que era de él. De esta epístola aprendemos la
naturaleza precisa del error que habían cometido algunos de los tesalonicenses en
relación con que el tiempo de la Parusía había llegado en realidad. A consecuencia
de esta opinión, algunos habían comenzado a descuidar sus ocupaciones seculares
y a subsistir de la caridad ajena. Para detener los males que pudieran surgir, o que
habían surgido, de tales impresiones erróneas, Pablo escribió esta segunda
epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que todavía no habían tenido lugar,
tenían que preceder al "día del Señor". Sin embargo, no hay nada en la epístola que
indique que la Parusía era un suceso distante, sino todo lo contrario.
2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando
se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de
fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
evangelio de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en
aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que
creyeron".
Por las alusiones al comienzo de esta epístola, es obvio que los tesalonicenses
sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores
judíos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les habían unido (Hechos
17:5). El apóstol les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el
Señor Jesús, lo cual traería reposo para ellos y retribución para sus enemigos. Esto
concuerda perfectamente con las representaciones que se hacen constantemente
con respecto a la Parusía - de que sería un tiempo de juicio para los impíos y de
recompensa para los justos. El apóstol parece no anticipar el "reposo" del cual
habla hasta la Parusía, "cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. De ello
se sigue que Pablo concebía el reposo como muy cercano; pues, si la revelación del
Señor Jesús fuera un acontecimiento todavía en el futuro, entonces deberíamos
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La Parusía J.S.Rusell 1878
concluir que ni el apóstol ni los sufrientes cristianos han entrado todavía en ese
reposo. Se observará que no se dice que la muerte ha de traerles reposo, sino "el
apocalipsis" del Señor Jesús desde el cielo; una clara prueba de que el apóstol no
consideraba ese apocalipsis como un suceso distante. Que este "apocalipsis", o
revelación del Señor Jesús desde el cielo, es idéntico a la Parusía predicha por
nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna prueba. Es "el día del
Señor" (Lucas 17:24). "el día en que el Hijo del hombre es revelado" (Lucas 17:30),
"el día que será revelado en fuego" (1 Cor. 3:13); "el día que arderá como un horno"
(Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible" (Mal. 4:5). Es el día cuando "el Hijo
del hombre venga en la gloria de su Padre con sus ángeles, para recompensar a
cada uno según sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez más, es el día concerniente al
cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que hay algunos de los que están
aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre
viniendo en su reino" (Mat. 16:28).
Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas
partes en el Nuevo Testamento, que la Parusía, el día del juicio de Israel, y la
terminación de la dispensación judía, no era un suceso distante, sino que estaba
dentro de los límites de la generación que rechazó al Mesías.
Se objetará: ¿Qué tenía eso que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo
podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción de la nacionalidad judía, o el fin
de la economía judía, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea como
Tesalónica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta objeción,
ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos incumbiría
forzar una interpretación de ellas que no les correspondiese. Debe permitírseles a
las Escrituras hablar por sí mismas - una libertad que muchos no desean
concederles. Pero, con relación a la relación entre la Parusía y los cristianos en
Tesalónica, o fuera de Judea en general, no puede negarse que el lenguaje de este
pasaje, como el de muchos otros, indica que fue un suceso en el cual todos tenían
un interés profundo y personal. Ni es suficiente decir que los más encarnizados
antagonistas del evangelio en Tesalónica eran judíos, y que la revuelta judía fue la
señal para la matanza de los habitantes judíos en casi todas las ciudades del
imperio. Puede que esto sea verdad, pero no es toda la verdad, según la enseñanza
apostólica. Debemos admitir, por lo tanto, que, como se desarrolla el esquema
escatológico del Nuevo Testamento, se hace evidente que la Parusía y los sucesos
que la acompañan no se relacionaban con Judea exclusivamente, sino que tenían
un aspecto ecuménico o mundial, de modo que los cristianos de todas partes
podían buscarla y anhelarla, y saludar su llegada como el día de triunfo y de
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1. La Apostasía
2. La Revelación del Hombre de Pecado
2 Tes. 2:1-12. "Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra
reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de
vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por
carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie
os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía,
y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se
levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en
el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que
cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo
que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en
acción el misterio de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta
que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a
quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de
su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y
señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para lo que se
pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto
Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la
injusticia".
Pocos pasajes han preocupado y desconcertado más a los comentaristas, o han sido
considerados hasta la fecha como sumergidos en mayor oscuridad, que el que
tenemos delante de nosotros. No hay razón, sin embargo, para suponer que era
ininteligible para los tesalonicenses, pues se refiere a cuestiones que habían sido
tema de frecuentes conversaciones entre ellos y el apóstol, y posiblemente no poco
de la obscuridad de la que se quejan los expositores surge del hecho de que, para
los tesalonicenses, sólo era necesario dar indicios, más bien que explicaciones
completas.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
El apóstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los
tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es
evidente que el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la Parusía? No
hay duda de que hay aquí una referencia a las propias palabras de nuestro Señor,
Mat. 26:31: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus
escogidos de los cuatro vientos", etc. El [juntarán] en el evangelio es evidentemente
la [reunión] de la epístola; y tenemos otra referencia al mismo suceso y al mismo
período en 1 Tes. 4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo", etc. Luego, esto no puede
ser otra cosa que el llamado a los muertos y a los vivos a comparecer ante el
tribunal de Cristo.
"Si Pablo se refiere aquí a su epístola anterior - que podría entenderse fácilmente
como que enseñaba que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del
apóstol mismo de que él no se proponía enseñar tal cosa".
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¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso que una distinción como ésta? ¿Qué
puede ser más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por medio del cual
se le hace decir sí y no; afirmar y negar; declarar que un suceso está cercano y
distante, al mismo tiempo? ¿Quién pretendería interpretar la Escritura si ella
hablara un lenguaje tan ambiguo como éste?
El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1 Ped.
4:17), observa: "Hay alguna diferencia en las palabras, porque significa se acerca, ya
ha comenzado".
Bengel dice:
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"Parecía que los tesalonicenses, o algunos de entre ellos, habían concebido de este
pasaje (1 Tes. 4:15-17) una opinión (y eso no muy fuera de lo natural) que la
venida de Cristo habría de tener lugar instantáneamente, y ese convencimiento
había producido, como bien podría haberlo hecho, mucha agitación en la iglesia".
"Que el día del Señor venga"; añadiendo la siguiente nota: "Literalmente, 'está
presente'. Así se usa siempre el verbo en el Nuevo Testamento".
"El día del Señor está presente (no 'está cerca') ocurre seis veces en el Nuevo
Testamento, y siempre en el sentido de estar presente. Pablo no podría haber escrito
lo contrario, ni podría el Espíritu haber hablado otra cosa por medio de él. La
enseñanza de los apóstoles era, y la del Espíritu Santo ha sido en todas las épocas,
que el día del Señor está cerca. Pero estos tesalonicenses se imaginaban que ya
había llegado, y en consecuencia, estaban abandonando todas la ocupaciones de la
vida y cayendo en otras irregularidades, como si el día de gracia hubiese
terminado".
El mismo malentendido general que prevalece hoy día con respecto al significado
de este versículo hace que entenderlo correctamente sea de la mayor importancia.
En el tercer versículo, el apóstol indica que "el día de Cristo" debe ser precedido
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La Parusía J.S.Rusell 1878
por dos sucesos: (1) La llegada de la apostasía, y (2) la manifestación del hombre de
pecado".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
LA APOSTASÍA
EL HOMBRE DE PECADO
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, ¿por qué no habla el apóstol francamente? ¿Por qué esta reserva y esta
reticencia al sugerir oscuramente lo que no menciona por nombre? No era por
ignorancia; no podría ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna poderosa
razón para esta extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza? ¿Por qué
acostumbraba, como él dice, hablar tan francamente sobre el tema en privado, y
luego escribir tan oscuramente en su epístola? Obviamente, porque era peligroso ser
más explícito. Por una parte, una indicación era suficiente, pues todos podían
entender su significado; por la otra, hacer más que una indicación era peligroso,
porque nombrar a una persona podría haberles comprometido, a él y a ellos.
Entonces, ¿de qué dirección podría venir el peligro de usar una libertad de
expresión demasiado grande? Sólo había dos direcciones de las cuales los
cristianos de la era apostólica tenían justa causa para sentir aprensión -- el
fanatismo de los judíos y los ccelos de los romanos. Hasta ahora, el evangelio había
sufrido mayormente de los primeros; por todas partes, los judíos eran los
instigadores de "agitar a los gentiles contra los hermanos". Pero el poder de Roma
era celoso, y los judíos sabían bien cómo despertar esos celos; en la misma
Tesalónica, habían levantado el clamor: "Todos éstos se oponen a los decretos de
César". ¿Cuál de estas causas, pues, puede haber sellado los labios del apóstol?
Temor de los judíos, no, pues nada que él pudiera decir probablemente volvería
más encarnizada su hostilidad; ni tenían los judíos ninguna autoridad civil directa
con la cual perjudicar la causa cristiana. Llegamos a la conclusión, pues, de que era
del poder romano del que el apóstol percibía peligro, y que su reticencia era
ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses en la sospecha de
descontento y sedición.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
2. Evidentemente, no es una persona privada, sino una persona pública. Los poderes
con los que está investido implican esto.
4. Es pagano, no judío.
10. El estorbo era una persona; era conocida para los tesalonicenses; y pronto sería
quitada de en medio.
Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede haber alguna dificultad al
identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? ¿Había tres
hombres en el Imperio Romano que respondían a esta descripción? ¿Había dos?
Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando el apóstol escribió, estaba en
los escalones del trono imperial -- poco más, y se sentaba sobre el trrono del
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La Parusía J.S.Rusell 1878
En seguida será evidente para todos los lectores que todas las características de
este espantoso retrato pertenecen a Nerón; pero es notable cuán exacta es la
correspondencia, especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros.
Es un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más alto en el
estado; es pagano, no judío; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las leyes.
Pero, cuán notables son las indicaciones que apuntan hacia Nerón en el año en que
esta epístola se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En ese tiempo Nerón
no se había "manifestado" todavía; su verdadero carácter no había sido revelado;
todavía no había accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía, y le estorbaba
al hijo de Agripina. Pero ese obstáculo fue pronto eliminado. En menos de un año,
probablemente, después de que la epístola de Pablo fue recibida por los
tesalonicenses, Claudio fue "quitado de en medio", víctima de la letal costumbre de
la infame Agripina, y siendo su hijo también cómplice del asesinato, según
Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad ya estaba en operación"; la influencia de
Nerón debe haber sido poderosa en los últimos días del desdichado Claudio;
probablemente ya se estaban fraguando los mismos complots que prepararon el
camino para el ascenso al trono por parte de los asesinos. Algunos meses más tarde
verían el advenimiento al trono del mundo por parte de un bellaco cuyo nombre
ha quedado en la picota de la eterna infamia como el más brutal de los tiranos y el
más vil de los hombres.
"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa; era
una deidad en la tierra; y el culto que se le rendía era un culto verdadero. Es un
pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas
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estas enormidades parecen haber asqueado a los romanos menos que el haber
prostituído la púrpura imperial tocando públicamente como músico en escena y
como auriga en el circo. Su degradante falta de dignidad y su insaciable apetito por
el aplauso vulgar arrancaba lágrimas de sus consejeros y los siervos de su casa, que
le veían asesinar sin remordimiento a sus parientes más cercanos".
Pero hay probablemente otra razón para que Nerón haya sido marcado con este
epíteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea.
Ya se le había aplicado a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e
impiedad, sino también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío.
No habría sido posible pronunciar un nombre más odioso a oídos judíos que el de
Antíoco Epífanes. Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel, el
profanador del templo, el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el libro
primero de los Macabeos, encontramos el nombre "el hombre pecador" [] dado a
Antíoco (1 Mac. 2:48,62), y parece muy probable que el personaje que nos ocupa
estaba destinado a sufrir una suerte similar a la de Antíoco, el implacable tirano y
perseguidor que se convirtió en monumento a la ira de Dios.
"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad de Cristo no viene, a menos que se
cumpla (en el hombre de pecado) lo que Daniel predijo de Antíoco; la predicción es
más apropiada del hombre de pecado, que corresponde a Antíoco, y es peor que
él".
Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué preocuparía tanto al apóstol y a los
cristianos de Tesalónica la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No hay
que ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo
que primero desató todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de
cristiano. Fue por medio de él que se derramarían torrentes de sangre inocente y se
infligirían las más intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este
sanguinario tribunal que Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y
fueron los labios de este tribunal que habrían de proferir la sentencia que le
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condenaba a una muerte violenta. Pero, más que esto, fue bajo Nerón, y por
órdenes suyas, que se inició la guerra final de los judíos, y que se abrió el capítulo
más oscuro en los anales de Israel, un capítulo que terminó con el sitio y la captura
de Jerusalén, la destrucción del templo, y la extinción del sistema nacional. Esta era
la consumación predicha por nuestro Señor como "el fin del tiempo" [] y la "venida
de su reino". La revelación del hombre de pecado, pues, como antecedente de la
Parusía, era una cuestión que concernía profundamente a todos y cada uno de los
discípulos cristianos.
Ahora podemos entender por qué el apóstol usó tanta cautela al escribir sobre un
tema como éste. No fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por
motivos prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había en Tesalónica muchos
ojos fisgones y muchas lenguas calumniadoras, que sólo esperaban una
oportunidad para denunciar a los cristianos como hombres desafectos y sediciosos,
secretos maquinadores contra la autoridad de César. Escribir abiertamente sobre
estos temas sería indiscreto y peligroso en el más alto grado.
Ni era necesario, porque ellos habían discutido estos asuntos antes en más de una
conversación en privado. "¿No os acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba
todavía con vosotros, os decía esto?". Más que atisbos eran innecesarios para los
tesalonicenses, porque ellos tenían una clave de lo que él quería decir, una clave
que los lectores subsiguientes no tenían. Ni hay que asombrarse mucho si la
oscuridad ha rodeado la enseñanza del apóstol sobre este tema. Sucesos que para
los contemporáneos están llenos de intenso interés, a menudo no sólo carecen de
interés sino que se vuelven ininteligibles para la posteridad. Y sin embargo, es un
poco extraño que la muy obvia referencia a la historia contemporánea, y a Nerón,
haya sido pasada por alto de modo tan general. Esta es la más antigua
interpretación del pasaje en relación con el hombre de pecado. Crisóstomo,
comentando el misterio de inquidad, dice: "Él (Pablo) habla aquí de Nerón como tipo
del anticristo; porque él también deseaba ser considerado dios". A esta opinión se
refieren también Agustín, Teodoreto, y otros. Bengel, refiriéndose al obstáculo
contra la manifestación del hombre de pecado, dice: "Los antiguos creían que
Claudio era este obstáculo: de aquí que parezca que ellos consideraban a Nerón, el
sucesor de Claudio, el hombre de pecado. Moses Stuart ha reunido a gran número
de autoridades para identificar a Nerón como el hombre de pecado. Stuart observa:
"La idea de que Nerón era el hombre de pecado mencionado por Pablo, y el anticristo
mencionado tan a menudo en las epístolas de Juan, prevaleció extensamente y por
mucho tiempo en la iglesia primitiva". Y nuevamente: "Agustín dice: '¿Qué
significa la declaración de que el misterio de iniquidad ya está en operación? ...
Algunos suponen que esto se refiere al emperador romano, y que, por lo tanto,
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Se cree que las dos epístolas a la iglesia de Corinto fueron escritas en el mismo año
(57 D. C.). El contenido es más variado que el de las Epístolas a los Tesalonicenses,
pero encontramos muchas alusiones a la esperada venida del Señor. Esa era la
consumación a la cual, según Pablo, se apresuraban todas las cosas, y la que
esperaban ansiosos todos los cristianos. Está representada como el día decisivo en
que todas las dudas y dificultades del presente se resolverían y todas sus
injusticias serían corregidas. Que este gran acontecimiento era considerado por el
apóstol como inminente queda implícito en cada alusión al tema, mientras que en
varios pasajes se afirma expresamente en otras tantas palabras.
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No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este
período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una gran
crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa para el
sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y
perseguidores de Dios.
1 Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará,
pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno sea cual sea, el fuego la
probará".
En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día de
discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se
compara a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con
trabajadores empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la
iglesia de Dios, cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el
apóstol) había echado en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar
bien la clase de material con el cual él construyó sobre ese único fundamento: es
decir, qué clase de individuos introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios.
Venía el día que sometería a prueba la calidad de la obra de cada uno: debía pasar
por una prueba ardiente; y en ese abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles
tendrían que perecer, mientras que los buenos y los leales permanecerían
incólumes. El constructor imprudente podría ciertamente escapar, pero su obra
sería destruída, y él perdería la recompensa de la cual habría podido disfrutar si
hubiese construido con mejores materiales.
No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el día
de Cristo, la Parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la
pregunta: ¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es
figurado: el edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo
tanto, que el fuego es figurado también. Las cualidades morales no son probadas de
la misma manera que las substancias materiales. El apóstol enseña que se acerca un
escrutinio material de la obra de la vida del obrero cristiano. El "que tiene ojos
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La Parusía J.S.Rusell 1878
como llama de fuego" viene para "escudriñar la mente y los corazones, y dar a cada
uno según sus obras" (Apoc. 2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan estas
representaciones del "día del Señor" con las palabras proféticas de Malaquías:
"¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Porque él es como fuego
purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un horno, y todos los
soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3; 4:1). De manera
semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo como "revelado
en fuego", "Quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat. 3:12). Véase
también 2 Tesa. 1:7,8, etc.
Entonces, puesto que la Parusía coincide en un punto del tiempo con la destrucción
de Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se alude aquí - el
día que será revelado en fuego - es también contemporáneo con aquel suceso. De lo
contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha llegado, somos llevados a
la conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno" no ha tenido lugar todavía;
que ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la obra de Apolos, Cefas, o
Pablo, o de sus compañeros obreros; todavía hay que establecer con qué clase de
material construyó cada uno el templo de Dios; que los obreros no han recibido su
recompensa todavía. Porque el gran día de prueba no ha llegado todavía, y el
fuego no ha probado la obra de cada uno para saberse de qué clase es. Pero esto es
reductio ad absurdum, y demuestra que tal hipótesis es insostenible.
1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el
cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los
corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".
1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".
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1 Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que
los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no
llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si
no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque
la apariencia de este mundo se pasa".
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1 Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a
quienes han llegado los fines de los siglos].
La frase "los fines de los siglos" [] equivale a "el fin del siglo" [], y a "el fin" []. Todas
se refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación, judía, que
ahora se acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta algunos de los
incidentes históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensación, pues
servían de advertencia para los que vivían cerca de su terminación. Evidentemente,
Pablo consideraba la historia primitiva de la dispensación, especialmente por
cuanto era sobrenatural, como de carácter típico y educativo. "Estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a
quienes han alcanzado los fines de los siglos". Esto no sólo afirma el carácter típico
de la economía judía, sino que demuestra que el apóstol la consideraba a punto de
expirar.
Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de
Cristo era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en la
existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una
expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a
juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el fin del
siglo. Es la Parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así. Se creyó
que ese suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo, o de los
siglos, había llegado.
Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es
considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una
manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un
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La Parusía J.S.Rusell 1878
También, nos aventuramos a rogar la sinceridad judicial del lector. Puede que se le
haga una demanda de paciencia que al principio apenas pueda estar preparado
para satisfacer. Las antiguas tradiciones y las opiniones preconcebidas no tienen
paciencia con las contradicciones, y hasta la verdad puede a menudo estar en
peligro de ser desdeñada como tontería sólo porque es novedosa. El lector puede
tener la seguridad de que cada palabra se expresará con toda honestidad, después
de haber agotado todos los esfuerzos para descubrir el verdadero significado del
texto, y con un espíritu de lealtad y sometimiento a la suprema autoridad de las
Escrituras. No le toca al intérprete vindicar los dichos de la inspiración; todo su
cuidado debería consistir en descubrir cuáles son esos dichos.
..........
1 Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego
los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque
preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus
pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas
las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas
a él, claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que
todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le
sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".
Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición
detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la Parusía, parece
necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio
ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo Jesús
de entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del
cristianismo mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura
entera cae al suelo. En el breve resumen de las verdades fundamentales del
evangelio, resumen que fue dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se
hizo énfasis especial en el hecho de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en
la cual descansaba. Era "según las Escrituras". Fue confirmada por el positivo
testimonio de testigos presenciales: "Y apareció a Cefas, y después a los doce.
Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez", la mayoría de los cuales
estaban vivos todavía cuando el apóstol escribió. Después de eso, fue visto por
Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al último de todos, me apareció a mí". El
énfasis puesto en la palabra apareció no puede dejar de ser subrayada. La evidencia
es irresistible; es demostración ocular, testificada, no por uno, ni por dos, sino por
una multitud de testigos, hombres que no mentirían, y que no podían ser
engañados.
Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay
resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal
podía ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que
ellos cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol muestra
que los principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento para ellos es
un reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en blanco, en el cual no
hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad apostólica, ninguna
vida futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han cavado el terreno bajo sus
propios pies, y se han quedado sin un Salvador, en tinieblas y en desesperación.
Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la resurrección
de Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el apóstol les
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este
extraño escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en
Tesalónica. Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían entregado
a la desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes de la
venida del Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que excluía
a los fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la
revelación de Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores
declarando que los santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino
que serán levantados otra vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los vivos,
en la presencia y el gozo del Señor.
Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia de
Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas fueran de
la misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los cristianos era
estar vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada una calamidad.
Pero no habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes de que habría
una resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no sabían, o no creían.
Pablo trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en Corinto como error; y es muy
probable que, entre una gente tan engreída y tan pragmática como los corintios,
esta opinión asumiera una forma más decidida y más peligrosa. Puede observarse
también que el apóstol trata el caso de los tesalonicenses con mucho del mismo
razonamiento con que trata el de los corintios, es decir, con una apelación al hecho
de la resurrección de Cristo: "Si creemos que Cristo murió y resucitó", etc. (1 Tes.
4:14). Ambos casos, pues, son muy similares, si no precisamente paralelos.
Podemos imaginar fácilmente que, para los primeros cristianos, que a menudo
sufrían encarnizada persecución, y que observaban ávidamente esperando la
venida del Señor, debe haber sido un doloroso chasco ser arrebatados por la
muerte antes del cumplimiento de sus esperanzas. Añádase a esto la dificultad que
la idea de la resurrección de los muertos presentaría naturalmente a los conversos
gentiles (1 Cor. 15:35). Era una doctrina de la cual se burlaban los filósofos de
Atenas; que hizo exclamar a Festo: "Estás loco, Pablo", y que los científicos de aquel
tiempo declararon absurda, una cosa "imposible hasta para Dios".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro. Así
como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo
precede y garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los
que son de Cristo EN SU VENIDA".
Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que es,
de hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la Parusía debía
ser seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes. Él
viene "para despertar a los que duermen". La Primera Epístola a los Tesalonicenses
proporciona el hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor mismo con voz de
mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los
muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tes. 4:16,17).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
24:3). Pero hemos visto que esta última frase se refiere, no al "fin del mundo", ni a
la destrucción de la tierra material, sino al fin de la época, o dispensación, que en
ese momento estaba a punto de expirar. Concluimos, pues, que "el fin" del cual
habla Pablo en 1 Cor. 15:24 es la misma y grande época que tan continua y
prominentemente se mantiene a la vista tanto en los evangelios como en las
epístolas, cuando todo el sistema civil y eclesiástico de Israel, con su ciudad, su
templo, su nacionalidad, y su ley fueron barridos de la existencia por una
tremenda oleada de juicio.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es fatal
para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición del
dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No
contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la
falacia de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo puede
significar que, en la Parusía, al dominio de la muerte sobre todos los hombres se le
puso fin en todas partes y para siempre, se deduce que, o que él estaba errado al
hacer semejante aserto, o que la interpretación que le hace decir esto está errada.
Que él afirma que, en la Parusía (el tiempo que es defendido incontrovertiblemente
en el Nuevo Testamento como contemporáneo con la destrucción de Jerusalén), la
muerte será destruida, es lo que nadie puede negar en toda justicia; pero no se
deduce que hemos de entender esa expresión en un sentido absolutamente
ilimitado y universal. La raza humana no dejó de existir en sus condiciones
terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el mundo no llegó a su fin en ese
entonces; los hombres continuaron naciendo y muriendo según las leyes de la
naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir aquel período como el fin de
una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión de una dispensación, y el
juicio de los que habían sido puestos bajo aquella dispensación. La totalidad de los
sujetos a aquella dispensación (el reino de los cielos), tanto los vivos como los
muertos, debían, según la representación de Cristo y sus apóstoles, ser convocados
delante del Rey teocrático sentado en el trono de su gloria. Aquel era el período
predicho y señalado de aquella gran transacción judicial que se nos presenta en la
descripción parabólica de las ovejas y los cabritos (Mat. 25:31, etc)., cuyas señales
externas y visibles qudaron estampadas indeleblemente en los anales del tiempo
por la terrible catástrofe que borró a Israel de su lugar entre las naciones de la
tierra.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1 Cor. 15:51. "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles y nosotros seremos transformados".
Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y pone
el todo en armonía con 1 Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que estaba
comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le había
hecho a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún pronunciamiento del
Salvador que haya sido registrado, ni encontramos ninguna declaración
correspondiente en ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta para nosotros
es: ¿A quiénes se refiere al apóstol cuando dice: "No todos dormiremos", etc.? ¿Es a
ciertas personas hipotéticas que vivirían en alguna época o algún tiempo distante,
o está pensando en los corintios y en él mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro
distante cuando es seguro que él consideraba la Parusía como inminente? ¿Por qué
no se refería a él mismo y a los corintios cuando su común esperanza y expectación
era que vivirían para presenciar la Parusía? No hay una razón concebible, pues, de
por qué se apartó de la correcta fuerza gramatical del lenguaje. Cuando el apóstol
dice "nosotros", sin duda quiere decir los cristianos de Corinto y él mismo. Alford
aprueba esta conclusión plenamente: "Nosotros los que vivimos y quedamos hasta
la venida del Señor" - en cuyo número el apóstol creía firmemente que él mismo
debía estar. (Véase 2 Cor. 5:1 y ss. Y las notas)".
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La suma de todo esto es que el apóstol evidentemente contempla el suceso del cual
está hablando como cercano y a las puertas: ha de ocurrir en sus propios días, antes
de que expire el término natural de la vida. ¿Y no es esto precisamente lo que
hemos encontrado en todas las referencias del Nuevo Testamento al tiempo de la
Parusía? De ese suceso nunca se habla como si estuviera distante, sino siempre
como inminente. Se mira hacia él, se vela por él, se le espera. Algunos hasta se
apresuran a llegar a la conclusión de que ha llegado, pero su precipitud es
detenida por el apóstol, que demuestra que ciertos antecedentes tienen que ocurrir
primero. Llegamos a la conclusión, pues, de que, cuando Pablo dijo: "No todos
dormiremos", se refería a sí mismo y a los cristianos de Corinto, los cuales, cuando
recibieron esta carta y leyeron estas palabras, sólo pudieron interpretarlas de una
manera, es decir, que muchos, quizás la mayoría, posiblemente todos ellos, vivirían
para presenciar la consumación de lo que él predijo.
Pero se repetirá la objeción: ¿Cómo podría tener lugar todo esto sin que se notase o
se registrase? Primero, en relación con la resurrección de los muertos, debe
considerarse cuán poco sabemos de sus condiciones y características. ¿Tiene que
ser observada? ¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales? "Resucitará
cuerpo espiritual". ¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado, manipulado? No
estamos seguros de que el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la mano pueda asir
lo inmaterial. Por el contrario, la presunción y las probabilidades son de que no.
Toda esta resurrección de los muertos y la transmutación de los vivos tienen lugar
en la región de lo espiritual, a la cual los espectadores e informadores terrenales no
pueden entrar, y no podrían ver nada si entraran. Puede necesitarse un milagro
para permitir que el ojo vea lo invisible sin ayuda. El profeta vio en Dotán el monte
lleno de "carruajes de fuego, y caballos de fuego", pero el siervo del profeta no veía
nada, hasta que Eliseo oró: "Señor, abre sus ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El
primer mártir cristiano, lleno del Espíritu Santo, "vio la gloria de Dios, y a Jesús de
pie a la diestra de Dios", pero ninguno de entre la multitud que le rodeaba
contempló esta visión (Hechos 7:56). En el camino a Damasco, Saulo de Tarso vio
"a Aquél", pero sus compañeros de viaje no vieron a nadie (Hechos 9:7). No es
improbable que los conceptos tradicionales y materialistas de la resureección -
tumbas que se abren y cuerpos que emergen - prejuicien la imaginación sobre este
tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de que nuestros órganos materiales
pueden aprehender sólo objetos materiales.
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Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber
tenido lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico,
irracional, ni imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello nada
antibíblico, y esto es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué dicen las
Escrituras?" ¿Afirma claramente o da a entender el lenguaje de Pablo que todo esto
sólo está a punto de tener lugar, dentro de su propia vida y de la de aquellos a los
cuales escribe? Ninguna mente sincera y desapasionada negará que es así. Ya sea
que esté en lo cierto o que esté equivocado, el apóstol confía en esta representación
de la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y la transformación de los
santos vivos, dentro de la vida natural de los corintios y de él mismo. Se nos
presenta, pues, este dilema:
1. O el apóstol fue guiado por el Espíritu de Dios, y los sucesos que él predijo
ocurrieron; o
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Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues
tiene que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que
experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la
venida del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es
notable que hay otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la
Parusía, y sus transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat.
24:31). Así también Pablo en 1 Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de
mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la pregunta:
¿Por qué la final trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras trompetas o
señales precedentes, y se nos recuerda irresistiblemente la visión apocalíptica, en la
cual siete ángeles son representados como haciendo sonar otras tantas trompetas,
cada una de las cuales es la señal para el derramamiento de juicios y ayes sobre la
tierra. Por supuesto, la séptima trompeta es la última, y es una cuestión interesante
qué conexión puede haber entre la revelación en la epístola y la visión en
Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen) considera que es un refinamiento
de la palabra final para identificarla con la séptima trompeta del Apocalipsis; pero
su propia sugerencia, de que es la final "en un sentido amplio y popular" parece
mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos abstenemos de entrar en una
discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos contentamos con la sola
observación de que el sonar de la séptima trompeta en Apocalipsis está en realidad
conectada con el tiempo del juicio de los muertos (Apoc. 11:18). El tema entero
aparecerá delante de nosotros en una etapa subsiguiente de la investigación, y
ahora seguimos adelante, sólo tomando nota del hecho de que aquí encontramos
un enlace indubitable entre el elemento profético en las Epístolas y el de
Apocalipsis.
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2 Cor. 1:13, 14. "Hasta el fin"; "el día del Señor Jesús".
"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran
consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual
avanzaban tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo
Testamento, como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat. 24:6,14;
1 Cor. 15:24; Heb. 3:16; 6:11, etc.
En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo
de gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan
cercano que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las censuras
sobre los humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1 Cor. 4:5).
Cuando llegara ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los unos con los
otros. ¿Puede suponerse que él podría pensar en ese día de otro modo que como
muy cercano? ¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo? Porque, si el día del
Señor estuviera todavía en el futuro, también debería estarlo el regocijo.
2 Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos
resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".
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Ya hemos visto (1 Tes. 4:15 y 1 Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la esperanza de
que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la venida del Señor".
En esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relación con él
mismo hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre la
Primera Epístola y la Segunda había sido tal que le llevó a temer una muerte
súbita. (Véase cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho perder la
esperanza de vivir, y probablemente pensaba que no podría calcular escapar a la
maligna hostilidad de sus enemigos por mucho más tiempo. Ahora tenía "la
sentencia de muerte en sí mismo"; llevaba "en su cuerpo la muerte del Señor Jesús",
y pensaba que sería "siempre entregado para muerte por amor a Jesús".
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2 Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los
cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial; pues aquí seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque
asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no
quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por
la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras
del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que
estamos en el cuerpo, estamos ausentes en el Señor (porque por fe andamos, no por
vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al
Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables.
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo,
para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo,
sea bueno o sea malo".
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"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para
quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y
concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la
muerte en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar el
mero acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que este
cuerpo mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".
Así, el apóstol trae la cuestión entera a una encrucijada personal y práctica. Todos
por igual van camino al tribunal de Cristo, y allí todos se encontrarán finalmente.
Algunos morirían antes de la venida del Señor, y algunos podrían vivir para
presenciar ese acontecimiento; pero todos serían reunidos allí, en el tribunal, y ser
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aceptados y aprobados allí era, después de todo, una cuestión más importante que
vivir o morir; "dormir en el Señor", o ser "transformados" sin pasar por los dolores
de la disolución. El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto cuán
cercana e inminente se creía que era aquella comparecencia. Que toda esta fe y toda
esta esperanza sinceras, acariciadas y enseñadas por los inspirados apóstoles de
Cristo, fuese, después de todo, una mera falacia y un engaño, parece una
intolerable suposición, fatal para la credibilidad y la autoridad de la doctrina
apostólica.
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Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del
presente siglo malo".
El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor
Jesucristo como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por
supuesto al mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es
equivalente a la frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación
perversa" (Mat. 2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está
pasando, y a punto de ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).
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Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se
presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la
Jerusalén terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la
Jerusalén que es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba; la
Jerusalén que es madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre.
Descubriremos que este contraste nos será de no poco valor para establecer el
significado de algunos de los símbolos del Apocalipsis.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número, pero
son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que con
toda certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era
apostólica; y el hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión al
acontecimiento.
EL DÍA DE LA IRA
Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí
mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual
pagará a cada uno conforme a sus obras".
Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán
juzgados; en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres,
conforme a mi evangelio".
No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del
justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día
grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera"
(Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el
acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que cae
dentro del período de la generación existente, cuando el Hijo del hombre, el Juez
designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).
LA ESCATOLOGÍA DE PABLO
Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que está a
punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la
manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no
por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque
también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a
una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también
220
La Parusía J.S.Rusell 1878
Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo,
oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y
claro. No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de
un venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una
liberación que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería
libertad y gloria para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la creación
entera. La llegada de aquella consumación era esperada y deseada ansiosamente,
no sólo por los que, como el apóstol mismo, tenían la esperanza de una herencia
interminable y gloriosa arriba, sino por la creación que sufre cargas y gime en
general, por la cual estaban rodeados. Tan estimulante era la perspectiva de la
emancipación venidera que, en vista de ella, el apóstol pudo decir: "Pues tengo por
cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse"; o, como dice un pasaje similar:
"Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17).
221
La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran que
abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada, racional e
irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto, la tormenta,
y el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo natural. Pero esto
parece demasiado vago y general para el argumento del apóstol. Es evidente que el
suceso sólo puede referirse a seres conscientes, voluntarios, racionales, y morales.
Tiene "intenso anhelo"; tiene su "propia voluntad"; tiene "esperanza"; es capaz de
ser "sujetado a vanidad"; de ser "librado de corrupción"; de participar en "la gloria
de los hijos de Dios". Estas características excluyen la creación inanimada e
irracional, e incluyen a la raza humana en su totalidad. Además, la antítesis en el
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La Parusía J.S.Rusell 1878
versículo 23 entre la creación como un todo y "nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu", sería muy antinatural e imperfecta si no diferenciara a los
cristianos, no de las bestias y las plantas, sino de otros hombres. El verdadero
contraste ocurre entre los que tienen las primicias del Espíritu y los que no las tienen; y
sería manifiestamente incongruente hablar de la creación irracional e inanimada
como que "no tiene el Espíritu". Hacer que el apóstol se refiera aquí a la naturaleza
universal puede ser admisible quizás como poesía, pero estaría bastante fuera de
lugar en un argumento sobrio y serio. Entendemos, pues, que se refiere a la raza
humana y a la humanidad en términos generales; el significado que tiene la palabra
en pasajes tales como Mar. 16:15: "Predicad el evangelio a toda criatura" []; Col.
1:23. "El cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo" [].
Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud
ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la
liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente que
en el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más profunda
corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía bajo la
carga de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y misterioso
sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y en alguna
parte, la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la descripción del
apóstol a las condiciones morales y sociales del pueblo judío en este período, no
necesita ninguna prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud romana. Suspiraban
ansiosamente por el prometido Libertador. El caso de los griegos y los romanos no
era muy diferente, como lo prueban llamativamente los siguientes pasajes de
Conybeare y Howson; en verdad, podrían haber sido escritos como un comentario
sobre el pasaje que tenemos delante.
"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período,
en la corrupción más baja; ... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de esta
corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la
intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si
los males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran
escala para el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo
futuro, la debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda
de lo alto; y debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una
corrupción de la cual no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de
Aquél que "llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores".
Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:
"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier
223
La Parusía J.S.Rusell 1878
real principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue
deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando
Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del gobierno externo,
con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él. Los escritos de
Tácito y de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se enconaba en
todos los niveles, lo mismo en el Senado que en la familia. La antigua sobriedad de
modales, y la antigua fe en la mayor parte de la religión romana, habían
desaparecido. Los licenciosos credos y las licenciosas prácticas de Grecia y del
Oriente habían inundado a Italia y a Occidente, y el Panteón era sólo el
monumento a un acomodamiento entre una multitud de supersticiones
decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo una notable tolerancia, y
es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo compartiese las ventajas
de ello. Pero, aún así, el genio de los tiempos era básicamente tanto cruel como
profano, y los apóstoles pronto quedaron expuestos a una encarnizada
persecución. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que el evangelio
da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana gemía por la
mejor paz de un "reino que no era de este mundo".
La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos
224
La Parusía J.S.Rusell 1878
del apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor estaba a
punto de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar recompensa
y salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies. Pero la Parusía
había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno divino del
hombre. Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel. Disolvió el pacto
entre Jehová y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto nuevo y mejor, que
abarcaba a toda la humanidad. El cristianismo es la proclamación de la universal
paternidad de Dios, pero la nueva era no fue inaugurada plenamente sino hasta
que el estrecho reino teocrático local fue superado, y el Rey teocrático renunció a
su jurisdicción y la entregó en las manos del Padre. Entonces la exclusiva relación
nacional entre Dios y un solo pueblo fue disuelta, o se fundió con el sistema
abarcante y mundial en el cual "no hay judío ni griego, ni circunciso ni
incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo ni libre, sino sólo el Hombre. Cristo
había hecho de todos los hombres Uno, "para que Dios sea todo en todos". Esta es
ciertamente una adecuada respuesta a los gemidos y trabajos de la sufriente y
oprimida humanidad; la perspectiva de tal consumación puede ser representada
bien con la alborada de un día de redención. Era nada menos que abrir las puertas
de la misericordia para la humanidad; era la emancipación de la raza humana de la
desesperación que le aplastaba hasta hundirle en una corrupción y una
degradación cada vez más profundas; era introducirles "a la gloriosa libertad de los
hijos de Dios"; conferir a los gentiles, "ajenos a la comunidad de Israel y extranjeros
a los pactos de la promesa", los privilegios de la "ciudadanía de los santos", y
hacerles "miembros de la casa de Dios".
225
La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la
muerte expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura que
se aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin embargo, el
Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba incompleta
hasta la llegada de la Parusía. Se observará que, en el versículo veintitrés, el
apóstol se representa a sí mismo y a los otros creyentes como esperando todavía el
. Aun los hijos de Dios habían recibido solamente las arras y las primicias, y no la
plena cosecha de su condición de hijos. Aquello no sería completamente suyo sino
hasta la venida del Señor, cuando "los santos que estaban vivos y habían quedado"
cambiarían el presente cuerpo mortal y corruptible por una casa no hecha de
manos, eterna, en los cielos. La Parusía era la proclamación pública y formal de
que la dispensación mesiánica o teocrática había llegado a su fin; y que el nuevo
orden, en el cual Dios era todo en todos, había sido inaugurado. Hasta que el juicio
de Israel tuvo lugar, todas las cosas no habían sido puestas bajo Cristo, el rey
teocrático; sus enemigos todavía no habían sido puestos bajo sus pies. Hasta ese
momento, podía decirse de la adopción [] que "le pertenecía a Israel". Cuando al
apóstol escribió esta epístola, Cristo estaba esperando que "sus enemigos fueran
puestos debajo de sus pies". Había todavía algo incompleto en su obra, hasta que
toda la estructura y la urdimbre del judaísmo fueron barridas. Este hecho aparece
claramente resaltado en la Epístola a los Hebreos. El escritor afirma que "aún no se
había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte
del tabernáculo estuviese en pie". Dice que este tabernáculo es "símbolo para el
tiempo presente" - sirve a un propósito temporal - hassta el tiempo de la reforma,
esto es, la introducción de un nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de gran
importancia en relación con esta discusión, y las siguientes observaciones de
Conybeare y Howson presentan su significado muy claramente:
Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo
sería superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió susbsistir juntos
por un tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del
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La Parusía J.S.Rusell 1878
juicio. Aunque, pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los
hombres, sin distinción, a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi
eliminadas por la muerte de Cristo en la cruz, la demostración formal y final de
que "el camino al Lugar Santísimo" estaba abierto de par en par para toda la
humanidad, no ocurrió sino hasta que la estructura entera de la economía mosaica,
con su ritual, y el templo, la ciudad, y el pueblo fueron repudiados pública y
solemnemente, y el judaísmo, con todo lo que le pertenecía, fue barrido para
siempre.
Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual
reposa mucha obscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue
sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en
esperanza", etc. La interpretación común de estas palabras es que "la creación
visible ha sido puesta bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por su
propia elección, sino por un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin
esperanza".
Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar que
no exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la naturaleza
del mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco la
naturaleza de la liberación que se espera de ese mal.
Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han
especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad []. ¿Qué es
esta vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un judío.
Para el tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la
Septuaginta emplea para denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos son
"vanidades ilusorias" (Sal. 31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el leño"; los
ídolos "vanidad son, obra vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imágenes de
talla, todos ellos son vanidad" (Isa. 44:9). Casi que la la palabra se ha separado para
este uso especial. Lo mismo puede decirse de su uso en el Nuevo Testamento. En
Listra, Pablo imploraba que el pueblo se "convirtiera de aquellas vanidades [], es
decir, del culto a los ídolos, para servir al Dios vivo (Hechos 14:15). En esta misma
epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso notable del uso de la palabra, en que Pablo,
dando razón de la apostasía de la raza humana y su alejamiento de Dios, la explica
por el hecho de que "se envanecieron" en sus razonamientos []; un pasaje en que
Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros, reconoce la alusión al culto idólatra.
Sólo es necesario mirar el pasaje para ver su relación con el origen y la prevalencia
de la idolatría (véase también Efe. 4:17). Aquí retrocede a Rom. 1:21, y nos
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios
("por causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la
Palabra de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa tres
veces este hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma
apostasía (Rom. 1:24,26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto
judicial. Encontramos una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32. "Dios
sujetó a todos en desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena de la
doctrina de que Dios entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia de
su pecado. Por eso, puede decirse que la sujeción de la raza humana al mal de la
idolatría no era simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial
de la divina justicia.
Rom. 13:11,12. "Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del
sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando
creímos". No es posible que palabras algunas expresen más claramente la
convicción del apóstol de que la gran liberación había llegado. Sería absurdo
considerar, con Moses Stuart, que este lenguaje se refiere a la cercana aproximación
de la muerte y la eternidad. En ese caso, el apóstol habría dicho: "El día ha pasado,
la noche ha llegado". Pero este no es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la
228
La Parusía J.S.Rusell 1878
"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su
Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer
pleno, como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo
que también es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto
advenimiento del Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que
al hombre le gusta imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en
parte en la circunstancia de que el Salvador a menudo había hecho la amonestación
de que en todo momento había que estar preparados para la crisis en cuestión, y
también, según el usus loquendi de los profetas, había descrito el período como
aproximándose rápidamente".
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio
del apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí
de:
"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean
trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
que, porque Pablo corrige en los Tesalonicenses el error de imaginar que estaba
inmediatamente a las puertas (o hasta que ya había llegado), él mismo no la esperaba
tan pronto, está seguramente fuera de lugar".
"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de Cristo.
Por otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes defienden esta
referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna otra
posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange, aunque evita
cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la referencia a la
bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la Parusía. Esta opinión gana
terreno entre los exégetas anglosajones".
Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales como
cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se
nos dice que:
"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el
día decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para
mantener a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin
referencia a la cercanía o distancia cronológica a ese suceso".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero hay por lo menos una alusión muy clara a la Parusía en la cual el apóstol
habla de la esperada consumación.
Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados en él en gloria".
LA IRA VENIDERA
Col. 3:6. "Cosas [la idolatría, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) ¿Qué se quiere
decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) ¿Cuál es el período designado como
"la dispensación del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha de tener lugar este
"reunir todas las cosas en Cristo"?
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, puede preguntarse, ¿cómo puede el hecho de recibir a los gentiles en los
privilegios de Israel ser llamado la reunión de todas las cosas, tanto las que están en
los cielos como las que están en la tierra?
Algunos críticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en éste y
en otros pasajes deben entenderse en un sentido limitado y, por decirlo así, técnico.
Para la mente judía, la nación del pacto, el pueblo peculiar de Dios, podría ser
llamado apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados gentiles, que
estaban fuera del pacto, pertenecían a una condición inferior, terrenal. Esta es la
posición de Locke en su nota sobre este pasaje:
"Que Pablo debió usar "cielo" y "tierra" para los judíos y los gentiles no se
considerará tan extraño si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nación de
los judíos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello en
nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos" quiere
significar claramente los grandes hombres de la nación judía. Ni es éste el único
lugar en esta epístola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretación de cielo y
tierra. Quien lea los primeros quince versículos del cap. 3 y sopese las expresiones
cuidadosamente, y observe la dirección del pensamiento del apóstol en ellos, no
encontrará que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por "familia en los
cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de cristianos, compuesto de
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La Parusía J.S.Rusell 1878
judíos y gentiles, que todavía viven promiscuamente entre estas dos clases de
pueblos que continuaron en su incredulidad. Sin embargo, no estoy seguro de esta
interpretación, sino que la ofrezco como una cuestión de investigación a los que
creen que una búsqueda imparcial del verdadero significado de las Sagradas
Escrituras es la mejor forma de emplear el tiempo de que disponen".
Parece, pues, que hay justificación bíblica para entender "las cosas que están en los
cielos y las que están en la tierra" en el sentido indicado por Locke, judíos y gentiles.
Es posible, sin embargo, que las palabras apunten a una comprensión más amplia
y a una consumación más gloriosa. Ellas pueden indicar que la raza humana,
separada de Dios y de todos los seres santos, y dividida por la mutua enemistad y
el mutuo alejamiento, estaba destinada, por el misericordioso de Dios, a unirse
nuevamente, bajo una Cabeza común, el Señor Jesucristo, con el único Dios y
Padre de la humanidad, y con todos los seres santos y felices en el cielo. Según este
punto de vista, todo el universo inteligente habría de ser puesto bajo un dominio,
el de Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la mayor consumación
que se nos presenta en otras tantas formas en el Nuevo Testamento. Es la
"regeneración" [] de Mat. 19:28; los "tiempos de refrigerio" []; y "los tiempos de la
restauración de todas las cosas" [] de Hechos 3:19,21; "la sujeción de todas las cosas
a Cristo" de 1 Cor. 15:28; la "reconciliación de todas las cosas con Dios" [] de Col.
236
La Parusía J.S.Rusell 1878
1:20; el "tiempo de reforma" [] de Heb. 9:10; el " " -- "la nueva era" -- de Efe. 1:21.
Todas éstas son sólo diferentes formas y expresiones de la misma cosa, y todas
apuntan a la misma gran era venidera; y, sin titubear, a esta categoría podemos
asignar la frase "la dispensación de la plenitud de los tiempos", y "reunir todas las
cosas en Cristo".
Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado
públicamente, era necesario que la relación exclusiva y limitada de Dios con una
sola nación fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia
debía ser hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios:
"para que Dios pudiese ser todo en todos".
Tenemos las más explícitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las
designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneración es
"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de la
"restitución de todas las cosas" son cuando "Dios envíe a Jesucristo"; la "sujeción de
todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras palabras, todos
estos sucesos coinciden con la Parusía; y éste, por lo tanto, es el período de la
"reunificación de todas las cosas" bajo Cristo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
EL DÍA DE REDENCIÓN
Efe. 1:13,14. "El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida".
Efe. 4:30. "El Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención".
Estos dos pasajes apuntan obviamente al mismo suceso y al mismo período. ¿Cuál
es la redención de que se habla aquí -- la redención de la posesión adquirida? El
antiguo Israel es llamado la herencia de Jehová (Deut. 32:9); y del pueblo de Dios
se dice que es su herencia (Efe. 1:11, traducción de Alford). Aquí, sin embargo, no
es la herencia de Dios, sino nuestra herencia, a la que se hace referencia; y esa
herencia todavía no está en posesión, sino en perspectiva; la prenda o las arras de
ella (es decir, el Espíritu Santo) habiendo sido recibidas. Por tanto, nos vemos
obligados a entender por herencia la futura gloria y felicidad que esperan al
cristiano en el cielo. Esta, entonces, es la herencia, y también la posesión adquirida,
porque ambas se refieren a la misma cosa. Obviamente, es algo futuro, pero no
distante, pues ya ha sido adquirido, aunque todavía no ha sido poseído. Guardaba
la misma relación para los cristianos de Éfeso que la tierra de Canaán para los
antiguos israelitas en el desierto. Era el reposo prometido, al cual esperaban vivir
para entrar. El día en que el Señor Jesús se revelase desde el cielo era el día de
redención que las iglesias apostólicas esperaban. Nuestro Señor había predicho las
señales de la aproximación de ese día. "Cuando estas cosas comiencen a suceder,
erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca". También
había declarado que la generación actual no pasaría hasta que todo se hubiese
cumplido. (Luc. 21:28,32). El día de redención, pues, se acercaba, según ellos.
De la misma manera, Pablo, escribiendo a los cristianos en Roma, habla del ansioso
anhelo con el cual "esperaban la adopción o la redención de su cuerpo de la
esclavitud de la corrupción" Rom.- 8:23). Este pasaje es precisamente paralelo a Efe.
1:14 y a 4:30. Hay la misma herencia, las mismas arras de ella, la misma redención
plena en perspectiva. El cambio del cuerpo material y mortal en un cuerpo
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gloria".
"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre el
mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".
Quizás sería más correcto decir que se refiere a la cercana salvación de estos
creyentes gentiles, y su glorificación con Cristo; porque esta es la consumación que
es contemplada siempre en el Nuevo Testamento como cercana (Rom. 13:11).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
EL DÍA DE CRISTO
Fil. 1:6. "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo".
Fil. 1:10. "A fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo".
Evidentemente, el día de Cristo es considerado por el apóstol como la consumación
de la disciplina moral y el período de prueba de los creyentes. No puede haber
duda de que él tiene en mente el día de la venida del Señor, cuando Él "dé a cada
uno según sus obras". Suponiendo que el día de Cristo esté todavía en el futuro, se
deduce que la disciplina moral de los filipenses no se ha completado todavía; que
su tiempo de prueba no ha concluido; y que la buena obra comenzada en ellos
todavía no ha sido perfeccionada.
La nota de Alford sobre este pasaje (cap. 1:6) merece ser notada: "Esto supone la
cercanía de la venida del Señor. Aquí, como en otros lugares, los comentaristas han
tratado de escapar de esta inferencia", etc. Esto es justo; pero la inferencia del
propio Alford, de que Pablo estaba errado, es igualmente insostenible.
LA EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la
humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.
240
La Parusía J.S.Rusell 1878
CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Aquí el apóstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Señor
está cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena
convicción de la cercanía de la venida de Cristo es incompatible con el debido
respeto al claro significado de las palabras; poner esta convicción como un error es
incompatible con el debido respeto por su autoridad e inspiración apostólicas.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia,
prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que
con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la
verdad". Una de las señales que nuestro Señor predijo que estaría entre las
precursoras de la gran catástrofe que habría de abrumar al sistema y al pueblo
judío era la general y ominosa apostasía de la fe, que se manifestaría entre los
profesos discípulos de Cristo. La referencia de nuestro Señor a esta apostasía,
aunque clara y directa, no es tan minuciosa y detallada como la descripción que de
ella encontramos en las epístolas de Pablo; de aquí que infiramos, como también
sugiere el lenguaje del primer versículo de este capítulo, que a los apóstoles se les
habían hecho las subsiguientes revelaciones de su naturaleza y sus características.
En 2 Tesa. 2:3, Pablo la designa como "la apostasía" que rápidamente presenta los
lineamientos del "hombre de pecado". Ya hemos señalado la diferencia entre "la
apostasía" y "el hombre de pecado", y que confundirlos ha sido un error común,
pero egregio. En la secuela, descubriremos que la descripción que Pablo hace de la
apostasía es tan minuciosa como la que hace del "hombre de pecado", para
permitirnos a la una tan rápidamente como al otro.
242
La Parusía J.S.Rusell 1878
El Fin
Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo".
Mat. 24:6. "Pero aún no es el fin" (Mar. 13:9; Luc. 21:9).
Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mar. 13:13).
Mat. 24:14. "Y entonces vendrá el fin".
1 Cor. 1:8. "El cual también os confirmará hasta el fin".
1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos".
1 Cor. 15:24. "Luego el fin".
Heb. 3:6. "Firme hasta el fin".
Heb. 3:14. "Firme hasta el fin".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin".
1 Ped. 4:7. "El fin de todas las cosas se acerca".
Apoc. 2:26. "El que guardare mis obras hasta el fin".
243
La Parusía J.S.Rusell 1878
[epescatoutvncronwn].
2 Ped. 3:3. "En los postreros días vendrán burladores" [epescatoutvnhmerwn].
1 Juan 2:18. "Ya es el último tiempo" [escathwra].
Judas 18. "En el postrer tiempo habrá burladores" [enescatycrony].
El Día
Mat. 25:13. "No sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Luc. 17:30. "El día en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Rom. 2:16. "El día en que Dios juzgará por Jesucristo".
1 Cor. 3:13. "El día la declarará".
Aquel Día
El Día de Dios
244
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El Gran Día
El Día de la Ira
Mat. 10:15. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 11:22. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 11:24. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..."
Mat. 12:36. "De ella darán cuenta en el día del juicio".
2 Ped. 2:9. "Para ser castigados en el día del juicio".
2 Ped. 3:7. "Guardados para el fuego en el día del juicio".
1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".
El Día de la Redención
El Día Postrero
Juan 6:39. "Sino que lo resucite en el día postrero".
Juan 6:40. "Yo le resucitaré en el día postrero".
Juan 6:44. "Yo le resucitaré en el día postrero".
Juan 6:54. "Yo le resucitaré en el día postrero".
Juan 11:24. "Resucitará en la resurrección, en el día postrero".
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últimos tiempos" está indicado en las Escrituras del Nuevo Testamento, o sea, la
duración de la vida de la generación que rechazó a Cristo.
4. Esto nos trae al período de la destrucción de Jerusalén, como el que marca "el fin del
siglo", "el día del Señor", "el fin". Es decir, la
Venida del Señor, o la Parusía.
DESCRIPCIÓN DE LA APOSTASÍA
Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del período de la
apostasía, es apropiado seguir un método similar con respecto a los pasajes que
describen las características y la naturaleza de la apostasía misma. Esta fatal
defección arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo
Testamento, desde el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos, y aún antes, hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cómo, al
aproximarse el tiempo de su desarrollo y su manifestación, la sombra se vuelve
más y más oscura, hasta que alcanza las más profundas tinieblas en la revelación
del anticristo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Falsos hermanos
Gál. 2:4 "Falsos hermanos introducidos a escondidas".
"Fijaos en los que causan divisiones y tropiezos
contra la doctrina que habéis aprendido, y
Engañadores y Rom. apartaos de ellos. Tales personas no sirven a
cismáticos 16:17,18 nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios
vientres, y con suaves palabras y lisonjas
engañan los corazones de los ingenuos".
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Por una consideración y una comparación de estos pasajes, se echa de ver que:
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2. Puede objetarse que el período llamado "los postreros tiempos", o "los últimos
días", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todavía futuro.
Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente
que no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual él
hablaba. Es manifiesto que los síntomas de la apostasía ya habían comenzado a
mostrarse, y que todo el tenor de la exhortación del apóstol implica que los males
especificados serían observados por Timoteo (1 Tim. 6:20,21).
Nada puede ser más seguro que los apóstoles consideraban que ellos vivían en "los
postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasión de ver esto claramente
demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos
bajo el encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatológica se
refieren a la misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [sunteleiatouaivnoz], de lo
cual nuestro Señor hablaba tan a menudo. La apostasía era la predicha precursora
del fin.
252
La Parusía J.S.Rusell 1878
TIMOTEO Y LA PARUSÍA
Esto implica que Timoteo podría esperar vivir hasta que aquel suceso tuviese
lugar. El apóstol no dice: "Guarda este mandamiento entre tanto que vivas", ni
"Guárdalo hasta tu muerte", sino "hasta la aparición de Jesucristo". Estas
expresiones no son en modo alguno equivalentes. La "aparición" [epifaneia] es
idéntica a la Parusía, un suceso que Pablo y Timoteo creían por igual que estaba
cerca.
"Podemos decir con justicia que, cualquier impresión traicionada por las palabras
de que la venida del Señor ocurriría durante la vida de Timoteo, queda depurada y
corregida por la expresión kairoizidioiz [su propio tiempo] del versículo siguiente".
¡En otras palabras, la errónea opinión de una oración es corregida por la cautelosa
vaguedad de la siguiente! ¿Es posible aceptar tal declaración? ¿Hay algo en
kairoizidioiz que justifique tal comentario? ¿O es tal estimación del lenguaje del
apóstol compatible con una creencia en su inspiración? No fue ninguna
"impresión" lo que el apóstol "traicionó", sino una convicción y una certeza
fundadas en las expresas promesas de Cristo y las revelacions de su Espíritu.
"Por pasajes como éste vemos que la era apostólica sostenía lo que debería ser la
actitud de todas las épocas, una constante expectación por el regreso del Señor".
Pero, si esta expectación no era más que una falsa impresión, ¿no es la actitud de
ellos más bien una advertencia que un ejemplo? Ahora vemos (suponiendo que la
Parusía nunca tuvo lugar) que ellos acariciaban una vana esperanza y vivían en la
creencia de un engaño. Y si estaban equivocados en ésta, la más confiada y
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La Parusía J.S.Rusell 1878
LA APOSTASÍA MANIFESTÁNDOSE YA
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con piel de oveja" ya estaban devorando el rebaño. Por lo tanto, ubicar la apostasía
en una era post-apostólica es pasar por alto la obvia enseñanza de la epístola. Era
un mal presente, no distante, lo que el apóstol desaprobaba: la peste había
comenzado en el campamento.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
2 Tim. 1:12. "Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".
2 Tim. 1:18. "Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel
día".
2 Tim. 4:8. "La corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".
En todos estos pasajes, la alusión es al "día del Señor", el día por excelencia; el día de
su aparición; la Parusía.
Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel día" como muy
cercano en ese momento. En espera de él, prorrumpe en júbilo triunfante, como si
estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida". ¡Cuán evidentemente son esperados,
como muy cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su corona, "aquel día",
y la aparición del Señor! ¿Diremos que su espera era demasiado optimista? ¿Que el
día todavía no ha llegado? ¿Que su corona todavía está guardada? ¿Que Onesíforo
todavía no ha alcanzado misericordia? Esta suposición es increíble.
2 Tim. 3:1-8. "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto
natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo
bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de
Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos
evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las
mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Éstas
siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y
de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a
la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Evidentemente, "los postreros días" de este pasaje son idénticos a "los postreros
tiempos" de 1 Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El
intento de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que
Bengel parece sancionar, es, pues, inútil. Es apenas necesario añadir que "los
postreros días" eran los días del propio apóstol, el tiempo que era presente
entonces. Él está hablando, no de un futuro distante, sino de un tiempo que ya
comenzaba; porque es claro que él traza el cuadro de los caracteres descritos de la
vida. Las indicaciones de la apostasía venidera ya eran evidentes. "De éstos son los
que", etc. (vers. 6). Se supone que Timoteo se encontraría con aquellos tiempos, y
con aquellos hombres malvados de los cuales le exhorta a alejarse. La siguiente
nota de Conybeare y Howson se acerca mucho a la verdad, aunque no llega a la
verdad total:
Esta explicación final es la que no puede admitir nadie que crea que los apóstoles
hablaron y escribieron por el poder del Espíritu Santo; y, a pesar de la opinión casi
unánime de sus críticos de que seguramente estaban errados, nosotros estamos con
los apóstoles antes que con sus críticos.
"Mayormente, el apóstol escribió y habló de ella (la venida del Señor) como que
tendría lugar pronto, no sin muchas y suficientes señales, sin embargo,
proporcionadas por el Espíritu, de un intervalo, no corto, que transcurriría
primero". Pero, ¿cómo ocurriría pronto un suceso, y sin embargo, ocurriría primero
un período largo? O, ¿debemos suponer que el Espíritu Santo enseñó una cosa
mientras los apóstoles escribían y hablaban otra? Si ellos dijeron lo que dijeron con
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2 Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina".
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EN ESPERA DE LA PARUSÍA
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Está fuera del ámbito de esta investigación discutir la cuestión de quién escribió la
Epístola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la Epístola
a los Romanos, y pocos de los que están familiarizados con el estilo de Pablo
afirmarán que no lo ha hecho, su espíritu y su enseñanza son esencialmente
paulinos, y podemos con justicia considerarla como uno de los más preciosos
legados de la era apostólica. Su valor como clave del significado de la economía
levítica y como contribución a la doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya
sea que se la atribuyamos a Bernabé o a Apolo, o a cualquier otro colaborador de
Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no como palabra de hombre, sino como la
palabra de Dios, que lo es en verdad".
Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo".
La frase "en estos postreros días" o "en estos últimos días" muestra que el escritor
consideraba el tiempo de la encarnación y el ministerio de Cristo como el período
final de una dispensación o era. Encontramos una expresión algo similar en el cap.
9:26. "Ahora, en la consumación de los siglos" [episunteleiatwnaiwnwn], en que la
referencia es a la encarnación y al sacrificio expiatorio de Cristo. Una era antigua,
llámese mosaica, judaica, o del Antiguo Testamento, estaba terminando ahora;
muchas cosas que habían parecido inamovibles y eternas estaban a punto de
desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los postreros tiempos" habían llegado.
261
La Parusía J.S.Rusell 1878
Puede decirse, sin embargo, que, aunque la palabra sí significa principalmente una
edad, en este caso el sentido de este pasaje requiere obviamente que traduzcamos
aiwnaz como mundos. Debe reconocerse que suena grosero a nuestros oídos decir:
"Dios hizo los mundos por medio de Jesucristo" y muy simple y natural decir: "Él
hizo el mundo"; pero, cuando consideramos que el escritor de esta epístola no
concebía mundos en el sentido en el cual nosotros usamos ahora esa expresión, esto
quizás modifique nuestra opinión. Somos muy propensos a acreditarle al autor
nuestras ideas astronómicas, y a suponer que él se refiere al sol, la luna, y las
estrellas como otros tantos mundos. Pero no tenemos ninguna razón para creer que
él tenía alguna idea como ésa. Los cuerpos celestes eran para él luces, no mundos.
Con las edades, sin embargo, el autor de esta epístola, como hombre de letras, debe
haber estado completamente familiarizado.
Entonces, ¿qué quiso decir con que Dios hizo el universo [las edades]? Éstas eran
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La Parusía J.S.Rusell 1878
las grandes eras, o épocas de tiempo, que la Suprema Sabiduría había ordenado y
dispuesto; los períodos del mundo, como podemos llamarlos, que constituían actos
en el gran drama de la Providencia. Parece haber una alusión a este ordenamiento
de las edades, o períodos mundiales, en Hechos 17:26: "Les ha prefijado el orden de
los tiempos" [orisazprostetagmenouzkairouz]; como también en Efe. 1:10: "La
dispensación del cumplimiento de los tiempos". Se inclina fuertemente a favor de
este punto de vista el hecho de que es sustancialmente la adoptada por los padres
griegos.
Heb. 2:5. "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual
estamos hablando".
Este pasaje aclara el tema aún más. Aquí tenemos una de las eras - el mundo
venidero - es decir, no un mundo material, sino un sistema u orden de cosas
análogo a la dispensación mosaica. Hay una evidente comparación o contraste
entre la economía mosaica y el estado nuevo o cristiano. La primera fue puesta bajo
la administración de ángeles; era "la palabra hablada por ángeles"; "por disposición
de ángeles" (Hechos 7:53); fue "ordenada por medio de ángeles en mano de un
mediador" (Gál. 3:19). Pero la nueva edad, el reino de los cielos, fue administrado
por uno mayor que los ángeles, el mismo Hijo de Dios; prueba de la superioridad
de la dispensación cristiana sobre la judía.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Heb. 3:14. "Con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza".
Ya hemos tenido ocasión de observar la significativa frase "el fin", como se usa en
el Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin de la
edad. Alford observa correctamente:
"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del
Señor, que es llamada constantemente por este nombre".
Heb. 4:1-11. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar
en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a
nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó
el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que
hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi
ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la
fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó
Dios de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez aquí: No entrarán en mi
reposo. Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes
primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia,
otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de
David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.
Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por
tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su
reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos,
pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de
desobediencia".
264
La Parusía J.S.Rusell 1878
la plena confianza en Dios. Tales interpretaciones, sin embargo, erran por completo
el punto del argumento, y son más glosas ingeniosas que deducciones legítimas.
¿Cuál es la dirección del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor es
advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia
poniendo ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra, el
castigo por la desobediencia. Tenía a la mano un ejemplo señalado, memorable
para todos los israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canaán por sus padres a
consecuencia de su incredulidad. Habían provocado al Señor para que jurase en su
ira: "No entrarán en mi reposo".
Según el punto de vista del escritor, había una notable correspondencia entre la
situación de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la
situación de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la
promesa del reposo. Para hacer más clara esta correspondencia, el escritor muestra
que el reposo prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de Dios ahora,
eran realmente una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canaán no era en
modo alguno el todo, ni siquiera la parte principal, del prometido reposo de Dios.
El escritor prueba esto demostrando que, mucho después de que los israelitas se
establecieron en Canaán, el Señor, por boca de David, en el Salmo 95, repite
virtualmente la promesa hecha a los israelitas en el desierto, y le dice al pueblo: "Si
oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones". La repetición de la orden
implica la repetición de la promesa, y también de la amenaza; como si Dios
estuviese diciendo: "Crean, y entrarán en mi reposo. No crean, y no entrarán en mi
reposo". De aquí se sigue que hay un reposo además y más allá del reposo de
Canaán.
Luego sigue la explicación del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de Dios",
que Él llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la tierra de
Canaán, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual leemos en el
relato de la creación, cuando Dios efectivamente reposó de toda "su obra que había
hecho" (Gén. 2:2,3). Este era el sábado de Dios, el reposo que Él santificó y llamó su
reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo, sabático, celestial - al
que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de Dios, Canaán era sin
duda el tipo, pues aquél era el reposo de los israelitas después de los peligros y las
fatigas del desierto; pero la posesión de Canaán estaba lejos de agotar el pleno
significado de la promesa, y por lo tanto el reposo todavía permanecía, y era
guardado en reserva para el pueblo de Dios. "Por tanto, queda un reposo para el
pueblo de Dios".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Dios", pues aquí tanto el Padre como el Hijo guardan el sábado eterno. Puede
añadirse que esta interpretación nos alivia del sentido de incongruencia que se
siente al comparar la cesación de los trabajos del cristiano con la cesación de la
obra de la creación por parte de Dios; es también perfectamente relevante al
argumento en el contexto.
No sólo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningún otro, como
lo demuestra muy bien Alford. (Véase el Testamento Griego, in loc.). Ahora
podemos ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra las
fatales consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del ejemplo
de los antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenían una gran promesa de entrar en el
reposo de Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero aquella
promesa de reposo todavía se ofrece, y todavía se puede perder. Fue ofrecida a
Israel nuevamente en el tiempo de David y por boca de él; no se agotó por la
entrada de los israelitas en Canaán (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la promesa se
refería al estado celestial, el reposo de Dios mismo, cuando Él guardó el sábado
después de la obra de la creación (cap. 4:3-5). Pero Cristo también guarda su
sábado, habiendo cesado de la obra de redención, como el Padre cesó de la obra de
la creación (cap. 4:10). Queda, pues, todavía un sábado, o reposo celestial, para el
pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos, pues, entrar en aquel reposo de Cristo y de
Dios, amonestados contra la incredulidad y la desobediencia por el ejemplo del
antiguo Israel (cap. 4:11).
Heb. 9:26. "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde
el principio del mundo [kosmou] ; pero ahora, en la consumación de los siglos
[aiwnwn], se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para
quitar de en medio el pecado".
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EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA
Heb. 9:28. "Y aparecerá por segunda vez, sn relación con el pecado, para salvar a
los que le esperan".
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LA PARUSÍA SE ACERCA
Heb. 10:25. "Exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca".
Por supuesto, "el día" significa "el día del Señor", el tiempo de su aparición, la
Parusía. Ahora se había acercado; no podían verla acercándose. Sin duda, las
indicaciones de su aproximación predicha po nuestro Señor eran evidentes, y sus
discípulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veáis que suceden
estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto
tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:
"Aquel día, en su sentido grande y final, siempre está cerca, siempre listo para
irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivían en realidad cerca de uno de
aquellos grandes tipos y anticipaciones de él, la destrucción de la Santa Ciudad".
Los cristianos hebreos vivían cerca de la verdadera Parusía que nuestro Señor
predijo, y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generación. No es
verdad que la Parusía "está siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la
iglesia". Esto no es más cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su crucifixión,
o su resurrección están siempre listas para irrumpir. La Parusía era tan
distintamente un suceso específico, con su lugar apropiado en el tiempo, como la
encarnación o la crucifixión; y hacer de ella una forma fantasma, que aparece y
desaparece, siempre viniendo pero nunca llegando, distante y cercana, pasada y
futura, es vaciar la palabra de todo significado. Creemos que Cristo, en su discurso
profético, tenía a la vista un suceso pleno; un suceso con un lugar en la historia y la
cronología; un suceso cuyo período Él mismo indicó claramente, no ciertamente la
hora, ni el día, ni siquiera el año preciso, pero dentro de límites bien definidos, el
período de la generación existente. Tal era, manifiestamente, la creencia del escritor
de esta epístola. Para él, la Parusía era un acontecimiento bien definido, cuya
aproximación podía ver; ni puede detectarse en su lenguaje, ni en el lenguaje de
ninguna de las epístolas, ningún rastro de doble sentido, ni de una Parusía parcial
o preliminar, sino de una Parusía grande y final.
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LA PARUSÍA INMINENTE
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Heb. 11:39,40. "Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe,
no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros,
para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".
271
La Parusía J.S.Rusell 1878
Este es un hecho que vale la pena considerar. Hasta ese momento, de acuerdo con
el autor de esta epístola, los santos del Antiguo Testamento habían estado
esperando, y todavía esperaban, el cumplimiento de la gran promesa que Dios
había hecho a Abraham y a su simiente, y todavía no habían recibido la herencia,
ni habían entrado en la patria mejor, ni habían visto la ciudad construida por Dios,
que tenía fundamentos. ¿Cómo era esto? ¿Cuál podría ser la causa de la larga
demora? ¿Qué obstáculo les impedía la entrada al pleno goce de su herencia? La
pregunta ha sido anticipada y contestada. "Aún no se había manifestado el camino
al Lugar Santísimo", como lo indicaba la continuada existencia del templo y sus
servicios (cap. 9:8). El acceso al lugar de santidad y privilegio no se permitió sino
hasta que se hubo abierto el camino mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, el
gran Sumo Sacerdote, el Mediador del nuevo pacto; no podía conferir un título
perfecto a sus súbditos por el cual pudieran ser admitidos para entrar en posesión
de la herencia (cap. 9:9). El mero ritual no podía quitar las barreras que el pecado
había erigido entre Dios y el hombre; y por lo tanto no había entrada, ni siquiera
para los fieles bajo el antiguo pacto, en los plenos privilegios de la condición de
santos e hijos. Pero esta barrera fue quitada por el sacrificio perfecto del gran Sumo
Sacerdote. "El Mediador del nuevo pacto", mediante la ofrenda de sí mismo a Dios,
redimió las transgresiones cometidas bajo el pacto antiguo, o la economía mosaica,
librando así a los súbditos de aquel pacto de sus incapacidades, y haciéndole
competente para que los escogidos "recibieran la promesa de la herencia eterna"
(cap. 9:11-15).
272
La Parusía J.S.Rusell 1878
camino hacia el Lugar Santísimo, pudiesen entrar, junto con nosotros, en posesión
de la herencia prometida.
Hay una notable correspondencia entre el argumento contenido en este pasaje y las
afimaciones de Pablo en sus epístolas a los gálatas y a los romanos, que sirve para
arrojar luz adicional sobre todo el tema, pero también para probar cuán
enteramente paulino es el argumento de Hebreos. Seleccionamos algunos de los
principales pensamientos en Gál. 3 a manera de ilustración.
Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No
dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo".
Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la
concedió a Abraham mediante la promesa".
Ver. 19. "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las
273
La Parusía J.S.Rusell 1878
transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.
Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es
por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".
Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados
para aquella fe que iba a ser revelada".
Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos según la promesa".
Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propósito que Pablo tiene en
mente al escribir a los gálatas, se verá cuán notablemente apoyan sus afirmaciones
las de la Epístola a los Hebreos.
Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".
Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia
en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Tomando juntos todos estos pasajes, podemos deducir de ellos las siguientes
conclusiones:
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero, puede objetarse: Si ya ha venido la simiente "a quien fueron hechas las
promesas"; si ya se ofreció el sacrificio del Calvario; si el gran Sumo Sacerdote ha
rasgado el velo y quitado el muro; si se ha abierto el camino al Lugar Santísimo,
¿no se sigue que la posesión de la herencia sería otorgada inmediatamente a los
santos del AT, y que ellos entrarían en el reposo prometido junto con el Redentor
resucitado y triunfante?
Este es el punto de vista que han adoptado muchos teólogos, que fijan la
resurrección de Cristo como el período de avance y de gloria de los santos del AT.
Pero es claro que la doctrina apostólica fija ese período en la Parusía, y esto por la
razón dada en la Epístola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran Sumo
Sacerdote había ofrecido su único sacrificio por el pecado; aunque se había sentado
a la diestra de Dios, su triunfo todavía no había llegado plenamente. Todavía
estaba "esperando de ahí en adelante a que sus enemigos fuesen puestos por
estrado de sus pies". Al mismo efecto es la declaración de Pablo en 1 Cor. 15:22. La
consumación se alcanza en etapas sucesivas; primera, la resurrección de Cristo;
después, los que son de Cristo, en su venida; luego, "el fin". El edificio no fue
coronado sino hasta la Parusía, cuando el Hijo del hombre vino en su reino, y sus
enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue la consumación, el fin, cuando el
gobierno mesiánico delegado habría de cesar; lo ceremonial, local, y temporal
habría de fundirse con lo espiritual, universal, y eterno; cuando Dios fuese
revelado como el Padre, no de una nación, sino del hombre; cuando todas las
distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y "Dios fuese todo en todos".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Mientras tanto, cuando esta epístola se escribió, el sistema mosaico parecía intacto:
"el tabernáculo exterior" todavía estaba en pie; el judaísmo, aunque era un tronco
hueco, cuyo corazón se había deteriorado totalmente, todavía tenía una semblanza
de vigor, pero había llegado la hora en que la economía entera habría de ser
suprimida. Un diluvio de ira estaba a punto de derramarse sobre la tierra y
abrumar la ciudad, el templo, y la nación; el juicio de los impenitentes y el pueblo
apóstata tendría lugar, y los santos del AT, con los creyentes en Cristo, juntos
"entrarían en el reposo" y "heredarían el reino preparado para ellos desde la
fundación del mundo".
Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusión a las opiniones de
algunos de los más eminentes expositores en relación con él.
El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un
versículo extremadamente difícil, sobre cuyo significado ha habido multitud de
conjeturas", y expresa su opinión de que "la cosa mejor" reservada para los
cristianos no es una recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreció
también a los santos de la antigüedad.
"Tengo, pues", añade, "que adoptar otra exégesis del pasaje entero, que refiere
epaggelian [la promesa] a la prometida bendición del Mesías. Interpreto, pues, el
pasaje entero de esta manera: Los santos de la antigüedad perseveraron en su fe,
aunque el Mesías les era conocido sólo por la promesa. Nosotros estamos más
obligados que ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con
respecto al Mesías, colocándonos en una condición mejor adaptada a la
perseverancia que ellos. Tanto es nuestra condición preferible a la de ellos que
hasta podemos decir que, sin la bendición de que disfrutamos, su felicidad no
podría haberse completado. En otras palabras, la venida del Mesías era esencial
para la consumación de su felicidad en gloria, es decir, era necesaria para su
teleiosiz".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Se verá que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La
epaggelia no es el Mesías, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo.
Además, no capta la relación del tema con el tiempo entonces presente, y que toda
la fuerza del argumento reside en el hecho de que estaba cercano el momento en
que la gran promesa de Dios se cumpliría.
"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el
advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los santos
del AT en una bendición mayor y más perfecta, una inferencia que nos impone la
Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfección dependía de
nuestra perfección; su perfección y la nuestra fueron introducidas al mismo
tiempo, cuando Cristo 'por una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los
santificados'. De manera que el resultado con relación a ellos es que sus espíritus,
desde el tiempo en que Cristo descendió al Hades y ascendió al cielo, disfrutan de
la bienaventuranza celestial, y esperan, junto con todos los que han seguido a su
glorificado Sumo Sacerdote dentro del velo, la resurrección de sus cuerpos, la
regeneración, la renovación de todas las cosas".
Esta explicación, aunque en algunos respectos no está lejos de la verdad, es
inconsistente con las afirmaciones de la epístola, pues supone que los santos del
AT todavía esperan su completa felicidad, y reducen hasta a los creyentes del NT a
la misma condición de espera de una consumación todavía futura. ¿Qué sucede,
entonces, con kreittonti, la "alguna cosa mejor" que Dios, según el escritor, había
provisto para los cristianos? La ventaja a la que él tanta importancia le da
desaparece por completo. Y si la Parusía nunca tuvo lugar, los creyentes del NT no
tienen ninguna ventaja en absoluto sobre los santos de la antigüedad.
El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos que
han partido antes del advenimiento de Cristo:
"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizás fueron en parte
trasladados a una esfera superior de vida; pero, como la salvación completa sólo se
alcanza por medio de la unión con Cristo, cuyo Espíritu, que mora en el interior,
vivificará también nuestros cuerpos recién glorificados, así también los padres que
se reunieron con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo, como Él
mismo dijo de Abraham, que se regocijó de ver Su día".
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"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenían una admisión más cercana a
la presencia de Dios que aquella de la cual habían disfrutado antes. Estaban en el
cielo delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al
Lugar Santísimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y están
representados".
Mucho de lo que es verdad está mezclado aquí con algo erróneo. Todas estas
opiniones concuerdan en la conclusión de que la obra redentora de Cristo tuvo una
poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de ellas
aprehendió el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epístola, de que
no fue sino hasta que el entramado externo del judaísmo fue barrido, y Cristo
había venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los creyentes,
bien del AT o del NT, y que la Parusía fue el tiempo señalado para que ambos
grupos entraran juntos en posesión del "reposo de Dios".
Heb. 12:18-24. "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que
ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la
trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les
hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia
tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se
veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al
monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de
muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están
inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos
perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla
mejor que la de Abel".
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Aquí se presenta una pregunta interesante. ¿De qué fuente extrajo el escritor esta
vívida descripción de la herencia celestial? Por supuesto, es fácil decir: Es un
pronunciamiento original del Espíritu, que habló a los profetas. Pero el autor de la
epístola evidentemente escribe como si los cristianos hebreos supiesen y estuviesen
familiarizados con las cosas de las cuales él habla. Es evidente que el cuadro del
monte Sinaí y sus circunstancias acompañantes se derivan del libro de Éxodo; y si
encontramos los materiales para el cuadro del monte Sinaí listos y a la mano en
cualquier libro particular del NT, no es incorrecto suponer que la descripción fue
tomada de allí. Ahora bien, la verdad es que encontramos cada uno de los
elementos de esta descripción en el libro de Apocalipsis; y cuando el lector
compara cada característica separada de la escena presentada en la epístola con su
contraparte en el Apocalipsis, le será fácil juzgar si la correspondencia puede o no
puede ser sincera, y cuál es el cuadro original:
Monte de Sion Apoc. 14:1
La ciudad del Dios viviente Apoc. 3:12; 21:10
La Jerusalén celestial Apoc. 3:12; 21:10
La innumerable compañía de ángeles Apoc. 5:11; 7:11
La asamblea general y la iglesia de los primogénitos Apoc. 3:12; 7:4; 14:1-4
Dios, el Juez de todos Apoc. 20:11,12
Los espíritus de los justos hechos perfectos Apoc. 14:5
Jesús, el mediador del nuevo pacto Apoc. 5:6-9
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La Parusía J.S.Rusell 1878
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El paralelo, o más bien el contraste, entre la situación de los antiguos israelitas que
se acercaron a Dios en Sinaí y la de los cristianos hebreos que esperaban la Parusía
es llevado aún más adelante aquí con el propósito de instar a los últimos a soportar
y a perseverar. Si era peligroso desestimar las palabras habladas desde el Monte
Sinaí - la voz de Dios por boca de Moisés - cuánto más peligroso es dar la espalda a
Aquél que habla desde el cielo, la voz de Dios por medio de su Hijo. La voz desde
el Sinaí estremeció la tierra (Éx. 19:18; Sal. 68:8); pero una convulsión más terrible
estaba cerca, por medio de la cual, no sólo la tierra, sino también el cielo, habrían
de ser removidos finalmente y para siempre.
"Es claramente erróneo entender, con algunos intérpretes, esta conmoción como el
mero derrumbe del judaísmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa que se
cumplirá durante la economía cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso
cumplimiento".
"El período que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no será sino
uno, sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".
Pero, si es así, seguramente la catástrofe debe haber sido inmediata porque, sobre
la suposición de que pertenece al futuro distante, el intervalo debe ser por
necesidad muy largo, y divisible en muchos períodos, como años, décadas, siglos,
y hasta milenios.
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"Que el pasaje respeta los cambios que serían introducidos por la venida del
Mesías, y la nueva dispensación que Él iniciaría, es evidente por la lectura de
Hageo 2:7-9. Tal lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes
cambios que han de tener lugar. Así lo explica el apóstol, en el mismo versículo
siguiente. (Comp. Isa. 13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).
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Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la
gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de la
epístola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los
fieles siervos de Cristo creían que estaban a punto de entrar, y ninguna
consideración estaba más calculada para fortalecer a los débiles y confirmar a los
vacilantes. "Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor".
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EXPECTATIVA DE LA PARUSÍA
Heb. 13:14. "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la
por venir".
"Este versículo llega al lector con un tono solemne, considerando cuán corto fue el
tiempo que duró en realidad la menousapoliz [ciudad duradera], y cuán pronto la
destrucción de Jerusalén puso fin al sistema judío, que se suponía sería tan
duradero".
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Sant. 5:1,3. - "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullaad por las miserias que os
vendrán. ... Habéis acumulado tesoros para los días postreros".
Esta osada acusación contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en
los últimos días el estado judío nos recuerda las advetencias del profeta Malaquías:
"Vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y los
adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al
jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no
teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 3:5). Aquel juicio se
acercaba ahora, y el juez "estaba delante de la puerta". Nada puede ser más franco
que ewl reconocimiento que hace Alford de la importancia histórica de esta
conminación, y su expresa referencia a los tiempos del apóstol. Dando razón de la
ausencia de cualquier exhortación directa a la penitencia en esta denuncia, dice:
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"Los últimos días (es decir, los últimos días antes de la venida del Señor), etc." Es
interesante descubrir que el Dr. Manton, un teólogo que vivió en los días en que
una exégesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposición de laEscritura era
cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran perspicacia el
significado histórico de ésta y otras alusiones de Santiago a la Parusía. Por ejemplo,
acerca de la cláusula: "El moho de ellos devorará vuestras carnes como fuego",
Monton dice:
"Posiblemente haya aquí alguna alusión latente a la manera en que ocurrió la ruina
de Jerusalén, en la cual muchos miles de personas perecieron a causa del fuego".
Nuevamente, acerca de la cláusula: "Habéis acumulado tesoros para los días
postreros", observa: "No hay ninguna razón convincente para que tomemos esto en
sentido metafórico, especialmente puesto que, con amplio permiso del contexto, el
propósito del apóstol, y el estado de cosas en aquellos tiempos, podemos conservar
lo literal. Por lo tanto, debo entender las palabras simplemente como una
intimación de sus próximos juicios; así que me parece que el apóstol grava la
vanidad de ellos al atesorar y acumular riquezas cuando aquellos días de
dispersión, fatales para la comunidad judía, estaban a punto de sobrecogerles".
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CERCANÍA DE LA PARUSÍA
Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor".
Sant. 5:8. "La venida del Señor se acerca".
Sant. 5:9. "He aquí, el juez está delante de la puerta".
"¿Qué se quiere decir aquí? (Sant. 5:7). ¿Cualquier venida particular de Cristo, o su
solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los cristianos
primitivos creían que ambas ocurrirían juntas. 1. Puede referirse a la venida
particular de Cristo a juzgar a estos hombres impíos. Esta epístola se escribió
aproximadamente treinta años después de la muerte de Cristo, y sólo transcurrió
un corto tiempo entre ese suceso y los últimos momentos de Jerusalén, de modo
que hasta la venida del Señor significa hasta la destrucción de Jerusalén, que
también se expresa en alguna otra parte como la venida, si hemos de creer a
Crisóstomo y Ecumenio acerca de Juan 21:22: 'Si quiero que quede hasta yo venga',
esto es, dicen ellos, venga a la destrucción de Jerusalén".
Acerca del versículo octavo: "Porque la venida del Señor se acerca", Manton
observa:
"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos
años, y entonces todo se perdió; y probablemente eso es lo que los apóstoles
quieren decir cuando hablan tan a menudo de la cercanía de la venida de Cristo.
Pero, se dirá: ¿Cómo podría esto ser propuesto como argumento de paciencia a los
piadosos hebreos que Cristo vendría y destruiría el templo y la ciudad? Respondo:
(1) El tiempo del solemne proceso judicial de Cristo contra los judíos fue el tiempo
en que Él se defendió con honor de sus adversarios, y el escándalo y el reproche de
su muerte habían pasado. (2) La proximidad de su juicio general terminó la
persecución; y cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los incrédulos
perecían por la espada romana", etc.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Acerca del vers. 9: "He aquí, el juez está delante de la puerta", Manton descarta por
completo el doble sentido, y da la siguiente explicación irreprochable:
"Había dicho antes: 'La venida del Señor se acerca'; ahora añade que 'está delante
de la puerta', una frase que no sólo implica la certeza, sino lo súbito, del juicio.
Véase Mat. 24:33: 'Sabed que está cerca, aún a las puertas', de modo que esta frase
da a entender también la rapidez de la ruina de los judíos".
Es fácil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didáctico y
edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposición de
teólogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que
una exégesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apóstol en este caso no
necesita ninguna explicación, pues habla por sí solo. Muestra la actitud de
expectativa y la esperanza con la que las iglesias apostólicas esperaban la
manifestación del regreso de su Señor. Una iglesia perseguida necsitaba
pacienciabajo las injusticias infligidas por sus opresores. Su clamor era: ¡Oh, Señor!
¿Hasta cuándo? Se consolaban con la certeza de que el día de liberación estaba
cerca; "el juez", el vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la puerta". "Aún
un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará". ¿Cómo es posible
reconciliar esta confiada esperanza de una liberación casi inmediata con una
consumación todavía futura después de que hubiesen pasado dieciocho siglos? No
hay sino dos alternativas posibles: o Santiago y los otros apóstoles estaban
burdamente engañados en su esperanza de la Parusía, o aquel acontecimiento sí
ocurrió, de acuerdo con su esperanza y la predicción del Señor, al final de la era
judía. Si adoptamos esta última alternativa, la única compatible con la fe cristiana,
tenemos que aceptar la inferencia de que la Parusía era la gloriosa aparición del
Señor Jesucristo para abolir la dispensación mosaica, ejecutar juicio sobre la nación
culpable, y recibir a su fiel pueblo en su reino y su gloria celestiales.
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Es necesario leer esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en que
se escribió y de las personas a quienes se les escribió. Cualesquiera sean sus usos y
las lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su relación
primaria y especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.
1 Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero".
Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e
implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4,
tenemos una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan
grande de la Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que
queda para el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la
herencia reservada en el cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes
como muy cercana. La salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que esta
"salvación" significa es muy evidente; no es la glorificación personal de las almas
individuales a la muerte, sino una liberación grande y colectiva, en la cual el
pueblo de Dios ha de participar de modo general: una salvación como la que Dios
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La Parusía J.S.Rusell 1878
ejecutó para Israel a las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma
palabra con referencia a esta misma consumación próxima: "Ahora está nuestra
salvación más cerca que cuando creímos" (Rom. 13:11).
La gran liberación general no era un suceso distante, estaba ahora "preparada para
ser revelada", en la misma víspera de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la
palabra etoimhn [preparada] es más fuerte que melousan. Entender esto como que
se refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por uno a la hora de la
muerte, o como la entrada a un estado celestial que todavía no ha sido concedido,
es absolutamente repugnante al claro sentido de las palabras.
La salvación está lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora", el
tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasión de observar que los
apóstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban
que estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder reconciliarse con
los hechos, si su crédito como fieles y autorizados testigos ha de mantenerse.
Estaban justificados en su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período
final de la era o época judía. En el versículo veinte de este capítulo encontramos
que se da la misma designación al tiempo de la encarnación de Cristo: "Quien fue
manifestado en los postreros tiempos [al final de los tiempos] por amor de
vosotros". Decir que el apóstol considera el período entero desde el principio de la
dispensación del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo en gloria, en una
época futura y posiblemente todavía distante, como un corto tiempo llamado los
últimos días, es una interpretación sumamente antinatural y forzada. Es evidente
que el apóstol habla de un período de crisis, y hacer que una crisis se extienda por
miles de años es violentar, no sólo el sentido gramatical de las palabras, sino la
naturaleza de las cosas.
A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso del
Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la encarnación de Cristo y
la destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era
[episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para
quitar de en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este
período entero de alrededor de setenta años se considera como "el tiempo
postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento más fuerte cuando la
guerra de los judíos, el principio del fin, estaba a punto de estallar, si ya no había
comenzado.
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1 Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".
1 Ped. 1:13. "Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado".
1 Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,
pero vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus
encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la
paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.
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hecho, en un sentido, varios miles de años antes, en los días de Noé? Además, la
traducción "siendo vivificado en Espíritu" y "en el cual también", dando a entender
que el Espíritu Santo era el agente por medio del cual Cristo fue vivificado, y por
medio del cual predicó, etc., es claramente errónea. Debería ser: "Siendo a la
verdad muerto en [su] carne, pero vivificado en [su] espíritu", -- siendo la carne su
cuerpo, y el espíritu su alma. Luego el apóstol añade: "en el cual también", es decir,
en su espíritu humano. Además, como apunta Ellicot, poreuqeiz [habiendo ido]
"indica descendencia literal y local".
De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que
no hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte
en la cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que
han partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es
decir, los antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las advertencias
del profeta y perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es
ahora generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es la que está
incluida en el Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de Calvino; y
parece estar apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en armonía con
esta explicación. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:27-31), hay
una clara alusión al alma de Cristo en el Hades; también en Efe. 4:9): "Y eso de que
subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas
de la tierra?" Es difícil suponer que el entierro del cuerpo es todo lo que significan
las palabras de que descendió a las partes más bajas de la tierra.
Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor
descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El
apóstol dice: "Predicó [ekhruxen] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría
predicar sino alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los
términos de la comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a los
cautivos, y a los presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo
Horsley y de otros de que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos,
o por lo menos penitentes, que esperaban el período de su salvación plena, apenas
requiere ser refutada. Si algo está claro en relación con esta cuestión es que eran los
espíritus de los que habían perecido por su desobediencia, y en su desobediencia.
Como hace notar el obispo Ellicott, apeiqhsasin significa, no "los que fueron
desobedientes", sino "por cuanto fueron desobedientes".
Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes
como objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Hades, y por qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El obispo
Horsley acepta que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa a su
interpretación. Alford encuentra una razón, si le entendemos bien, en el modo en
que murieron. "La razón de mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros
pecadores parece ser su relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero esto
ciertamente es atribuir a esa institución una eficacia más allá de las más atrevidas
teorías de la regeneración bautismal. Nos aventuramos a sugerir que la verdadera
razón reside en la naturaleza de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el
diluvio. Aquél fue el fin de una época o era, y terminó en una catástrofe, pues la
época en progreso entonces estaba a punto de terminar. Los dos casos eran
análogos. Así como el diluvio fue el fin y la consumación de una era o un período
mundial anterior, así también la destrucción de Jerusalén y la abrogación de la
economía judía estaban a punto de poner fin al período mundial o era existente.
¿Qué puede ser más natural, en vísperas de una catástrofe como la que anticipaba
el apóstol, que hacer alusión a la catástrofe de una era enterior? ¿Qué puede ser
más pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación venidera" tenía un
efecto retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil ver la conexión de las
ideas en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la sunteleiatouaiwnoz del
tiempo de Noé; otra sunteleia estaba muy cerca. El "mundo antiguo, que entonces
era", pereció en las aguas bautismales del diluvio; el "mundo que ahora es" - el
orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban a punto de ser
inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12; 1 Cor. 3:13; 2 Tes. 1:7-10).
¿No era apropiado mostrar que la obra redentora de Cristo unía, y en realidad
cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia
adelante, al futuro?
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obispo Hersley muestra que la frase "las partes más bajas de la tierra" es la
designación correcta y acostumbrada del Hades. En el mismo pasaje, el apóstol
habla de la triunfante ascensión de Cristo con estas palabras: "Subiendo a lo alto,
llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres". ¿No arroja luz sobre esto
de "llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de Pedro con referencia a los
"espíritus encarcelados"? ¿No indica que el Salvador que regresó, habiendo
peleado la buena batalla y obtenido la victoria, disfrutó también del triunfo, y llevó
con él al cielo una gran multitud que había rescatado de la cautividad; los espíritus
encarcelados a los cuales llevó las alegres nuevas de la redención alcanzada; y
quienes, habiendo sido sacados de la cárcel, acompañaron a la casa de su Padre al
conquistador que regresaba, siendo al mismo tiempo los rescatados por su sangre
y los trofeos de su poder?
Antes de abandonar este tema, es bueno citar algunas opiniones de críticos bíblicos
con referencia a él.
Steiger, que trata el pasaje entero de una manera extremadamente franca y erudita,
dice:
"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en
relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se
manifestó a los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí es el
de una proclamación del evangelio entre los que habían muerto en incredulidad,
pero no sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La expresión enfulakh
(que el siríaco traduce como Seol; los padres la usan como sinónimo de Hades)
muestra que el discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació bajo la
muerte, entró al imperio de la muerte como conquistador, proclamando libertad a
sus súbditos encarcelados".
"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de
los comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan que
nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los
espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la
salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la
voz de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se menciona
a éstos más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de
gracia semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos podemos
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La Parusía J.S.Rusell 1878
imaginar - no lo sabemos".
"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a
predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e
inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de
nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa
opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no
comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".
Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para
ilustrar vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo que
será destruido es la muerte".
1 Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos
y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad
en oración".
No menos decisiva es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se acerca".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apóstol la concibe
como cercana, pues la considera motivo para velar en oración. Para captar toda la
fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la situación de estos cristianos
apostólicos. Al disminuir, año tras año, la distancia hacia la desaparición de la
generación que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la llegada de la
gran consumación predicha debe haberse vuelto más y más vívida en las mentes
de los creyentes cristianos. No nos toca a nosotros establecer cuáles eran sus
conceptos en cuanto a la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o si se
imaginaban o no que ella involucraba la disolución de toda la armazón y todo el
tejido del mundo material. Tenemos que ver, no con las opiniones privadas de los
apóstoles, sino con sus pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita
por nuestro Señor como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es
una cuestión abierta a debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de
todas sus afirmaciones. No puede haber duda de que, en un sentido judaico o
religioso, esto es, por lo que concernía al sistema nacional y eclesiástico del
judaísmo, "el fin de todas las cosas se acercaba". La destrucción de todo lo que
contemplaban los ojos de nuestro Señor mientras estaba sentado en el monte de los
Olivos se acercaba rápidamente. Esta es la clave de lo que quiere decir Pedro en
este pasaje, y proporciona la única explicación sostenible y bíblica.
"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el
fin', y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolución
de la economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos muy
minuciosamente, y nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la generación
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La Parusía J.S.Rusell 1878
existente antes de que se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'.
Éste habría de ser un período de sufrimiento para todos; de prueba, severa prueba,
para los seguidores de Cristo; de juicios terribles sobre sus opositores judíos, y de
glorioso triunfo para la religión de Jesús. A este período se hacen repetidas
referencias en las epístolas apostólicas. 'Conociendo el tiempo', dice el apóstol
Pablo, 'de que ya es hora de despertar del sueño, porque ahora está más cerca
nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada; se acerca el día'.
'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad firmes en vuetros corazones:
porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está delante de la puerta'. Las
predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy familiares a los oídos de
los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con una mezcla de asombro y
gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su cumplimiento:
"esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era peculiarmente natural que
Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a ellos con palabras similares a
las usadas por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos que,
sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y el templo, le habían oído
hacer estas predicciones.
"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos
eran exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera peculiar
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1 Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos
[kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios".
Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de
esta discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo
de la Parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar
examinarlo en absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la
escatología del Nuevo Testamento, y como no tenemos ningún derecho a
considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto
en silencio.
Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que,
aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores originales
de las epístolas. (Véase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada podría invocar
todo un tren de ideas en sus mentes, de manera que comprendieron fácilmente lo
que a nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10,
No. 1, advierte de esta dificultad en una correspondencia real que caiga en manos
de una tercera persona.
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ofensa que el cambio a la pureza de una conducta cristiana infirió a sus vecinos
paganos (vers. 2, 2, 4). Esta protesta silenciosa pero viviente contra la inmoralidad
del paganismo parece haber sido una de las causas de la antipatía general hacia el
evangelio, que encontró salida en calumniosas imputaciones contra los inocentes
cristianos: "Hablando mal de vosotros" (blasfhmountez). Pero estos calumniadores
y perseguidores pronto serían llamados a cuenta por Aquél que estaba a punto de
juzgar a los vivos y a los muertos (ver. 5). Se encontrará que es muy importante
tener presente esta introducción al argumento del apóstol, pues conduce a la
afirmación del ver. 6.
Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero
vivan en espíritu según Dios".
Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras.
¿Cuándo, dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes
eran los muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó?
¿Cómo podían los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo
podían vivir en espíritu según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio a
los muertos produjo este resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?
A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado el
evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando muertos
ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta sería una
solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol; pero esta
explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho muy simple
y sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las palabras mismas
rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza cuando dice:
"Si kai nekroiz euhggelisqh puede significar 'el evangelio fue predicado durante
sus vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna regla
fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".
Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los
espirtualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera,
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no discrimina una clase particular, pues todos los hombres están espiritualmente
muertos la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la
palabra nekroi [los muertos] un significado diferente del que tiene la misma
palabra en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Según esta interpretación, la palabra
"muertos" se usa literalmente en el ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero,
como dice Alford con justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra nekroiz del ver.
6 el mismo significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y
simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".
Aquella fue, sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también a
una clase particular de muertos, los antediluvianos que fueron desobedientes en
los días de Noé, y que fueron alcanzados por el juicio de Dios.
Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol, descubrimos que
esta aplicación de sus palabras de ninguna manera se ajusta a las personas
designadas como "los espíritus encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los
antediluvianos serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron por
la visita de Dios, no por el juicio o la acción de los hombres, y parece evidente que
la cláusula subsiguiente - "para que vivan en espíritu según Dios" - implica la
reversión de la condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos
mientras estaban en el cuerpo.
Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del caso.
Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les predicó el
evangelio después de haber muerto; una clase de los que fueron condenados a
muerte, mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres, pero que están
destinados a vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que esto sea consecuencia
de haberles sido predicado el evangelio después de haber muerto.
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"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido
muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y
clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas
y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras
blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se
completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de
ser muertos como ellos".
Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a
los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el
juicio del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra de
Dios, y por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración
que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola una laguna que
ha sido llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa de lo que condujo
a este euaggelion que se les llevó; se les asegura que en un poco de tiempo su causa
sería vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se le da a cada uno de ellos
"una vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria, y que seguramente es
equivalente a ser justificado por el juicio divino.
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Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así
interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a los
creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios; que,
aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre
hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría
prontamente, pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores ante
su tribunal. Esta era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás aún
más de la visión de las almas de los mártires bajo el altar, a la cual parece aludir
más particularmente el lenguaje del apóstol - "Porque para esto se hizo una
consoladora declaración aun a los muertos, para que, aunque habían sido condenados en la
carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran disfrutar de la vida eterna en su
espíritu, según el justo juicio de Dios".
Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los
cristianos estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un
fuego de prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo
tiempo predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que habría de preceder a
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la Parusía. Los apóstoles advirtieron a los discípulos: "Es necesario que a través de
muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo
les había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.
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1 Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si
primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al
evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el
impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios,
encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".
De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede
haber dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del
profeta Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados
encargados de ir por la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes
que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza se
les ordena comenzar la obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi
santuario". El apóstol ve esta visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio
debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una cuestión
de si, por la casa de Dios, el apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como
indicaría la profecía de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia cristiana.
Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su mente, y podrían haber
estado, pues ambas se estaban verificando en ese momento. La persecución de la
iglesia de Cristo ya había comenzado, como testifica la epístola, y el círculo de
sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de Jerusalén
condenados a la destrucción.
Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular e
inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna otra
explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas de la
historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la casa de
Dios y la disolución de la economía judía.
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Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este
pasaje:
"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los
cristianos primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta
epístola se escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de
juicio que terminó con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y que
nuestro Señor había predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la
referencia en la expresión del apóstol. Después de haber especificado guerras y
rumores de guerras, hambres, pestilencias, y terremotos, como síntomas del
'principio de dolores', nuestro Señor añade: 'Entonces os entregarán a tribulación, y
os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat.
24:9). 'Os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán', etc. (Mar. 13:9).
"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa, era
claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y cristianos,
'pues donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía
comenzar en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos con
dificultad se salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y muchos
no la soportarían. Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que
parecían justos no perseverarían hasta el fin, y por eso no se salvarían, etc. Algunos
han supuesto que la referencia es a la persecución por parte de Nerón, que
precedió por algunos años a las calamidades que acompañaron a las guerras de los
judíos y a la destrucción de Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1 Ped. vol. 7, p. 357.
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1 Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con
ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la
gloria que será revelada".
1 Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la
corona incorruptible de gloria". Todo en este capítulo indica la cercanía de la
consumación. Éste es el motivo de cada deber, para la fidelidad, la humildad, la
vigilancia, la paciencia. La gloria pronto será revelada [thz melloushz
apokalupteskai doxhz]; los fieles pastores ayudantes recibirán la corona
inmarcesible cuando sa manifieste el Príncipe de los pastores; los sufrimientos de
la iglesia perseguida han de continuar sólo "un poco más de tiempo" (ver. 10). Todo
indica una consumación grande y feliz que está a punto de ocurrir. ¿Hablaría el
apóstol de una esperada corona de gloria como motivo para la presente fidelidad si
dependiese de un suceso incierto y posiblemente muy distante en el tiempo? Pero
si el Príncipe de los pastores no se ha manifestado todavía, la corona de gloria
todavía no ha sido recibida. Está bastante claro que, como lo ve el apóstol, la
revelación de la gloria, la manifestación del Príncipe de los pastores, la recepción
de la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento, todo estaba en el futuro
inmediato. Si estaba errado en esto, ¿es digno de confianza en alguna cosa? De este
pasaje (ver. 11), observa Alford:
"Basándonos en este pasaje solamente, no quedaría claro si Pedro consideró la
venida del Señor como de ocurrencia probable en la vida de sus lectores o no; pero,
interpretado por la analogía de sus otras expresiones sobre el mismo tema, parece
que sí lo hizo".
Sin duda lo hizo; también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica; y
lo creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Señor.
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2 Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán burladores,
andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa
de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las
cosas permanecen así como desde el principio de la creación".
Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas personas
cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las promesas y
las amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero, es la
característica de estos hombres malvados de los "postreros días". Con la
descripción de estos incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor con
referencia al mismo período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe
en la tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al contestar el
argumento derivado de la estabilidad de la creación, se refiere a la catástrofe del
diluvio como ilustración del poder de Dios para destruir a los impíos: la misma
ilustración empleada por nuestro Señor al referirse al estado de cosas en la Parusía
(Mat. 24:37-39).
No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino de
una catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese momento
eran actuales (1 Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla existían
realmente (cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.
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ESCATOLOGÍA DE PEDRO
2 Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por
la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de
los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el
cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que
todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y
piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de
Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo
quemados, se fundirán!. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos
nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de la
disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la creación
material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece; y este es,
sin duda, el concepto popular de la consumación final que se espera ponga fin al
actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una mayor
familiarización con el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes para
modificar esta conclusión, y llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la
analogía de descripciones similares en los escritos proféticos. Primero, es evidente,
por la naturaleza del asunto, que esta conflagración universal, como puede
llamársele, era considerada por el apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de
todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumación estaba tan cercana que se
describe como un suceso al cual debían mirar "esperando y apresurándose" (ver.
12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que habla aquí el espíritu de profecía no
podría ser la destrucción o disolución literal del globo terráqueo y el universo
creado. Pero que, en el momento en que esta epístola se escribió, era inminente una
catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día del Señor", predicho por tanto
tiempo, estaba realmente cerca; que el día realmente llegó, rápidamente y de repente;
que vino "como ladrón en la noche"; que un llameante diluvio de ira y de juicio les
sobrevino al territorio culpable y a la naciónculpable de Israel, destruyendo y
disolviendo sus cosas terrenales y celestiales, es decir, sus instituciones temporales
y espirituales, es un hecho impreso indeleblemente en las páginas de la historia. El
momento para el cumplimiento de estas predicciones ahora había llegado, y
cuando el apóstol escribió fue para declarar que era el "tiempo postrero", y los
sarcasmos de los burladores estaban verificando los hechos. Por lo tanto, llegamos
a la inevitable conclusión de que era la catástrofe final de Judea y Jerusalén,
predicha por nuestro Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la cual se
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refieren los apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las imágenes
simbólicas que parecen dar a entender la disolución del universo material.
2 Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es
como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".
Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha
obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta
incompatible con una estricta consideración a la veracidad.
Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste
contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:
"Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4).
Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el sentimiento
del apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero seguramente sería el
colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética como un cálculo para
la divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por completo
las definiciones de tiempo en las predicciones y las promesas de Dios.
Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa para
desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun en
casos en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan
limitaciones tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje que
tenemos delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de tiempo,
de modo que pronto puede significar tarde, cercano puede significar distante, corto
puede significar largo, y viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus
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"guarda la verdad para siempre". Pero el apóstol no dice que, cuando el Señor
promete una cosa para hoy puede que no cumpla su promesa en mil años: eso sería
tardanza; eso sería violación de una promesa. El apóstol no dice que, porque Dios
es infinito y eterno, por lo tanto Él calcula con una aritmética diferente de la
nuestra, ni que nos habla con doble sentido, ni que usa dos diferentes pesas y
medidas en sus tratos con la humanidad. Lo opuesto es la verdad. Como
Hengstenberg observa con justeza: "El que habla a los hombres, debe hablarles de
acuerdo con los conceptos humanos, o de lo contrario, advertirles que no lo ha
hecho así".
Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más
fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy
cerca de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual
cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la
promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su
propia enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".
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LO REPENTINO DE LA PARUSÍA
2 Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche".
2 Ped. 3:12. "Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios". Que "el
día de Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones sinónimas que
hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para requerir prueba alguna.
Aquí encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado antes - la
actitud de expectación y ese sentido de la cercanía inminente de la Parusía que son
tan característicos de la era apostólica. Es increíble que todo esto esté basado en un
mero engaño, y que la iglesia cristiana entera, junto con los apóstoles, y el divino
Fundador del cristianismo en persona, estuviesen involucrados en un error
común. Las palabras no tienen ningún significado si una afirmación como ésta
puede referirse a algún suceso todavía futuro, y quizás distante, que no puede ser
"esperado" porque no está a la vista, ni se puede "apresurar" porque es
indefinidamente remoto.
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2 Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia".
El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva
creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de la
nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo al
reino de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y
nueva tierra el apóstol quiere decir un nuevo orden de cosas aquí entre los
hombres o un estado celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A
qué promesa se refiere el apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford
sugiere Isa. 65:17: "Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y
esto puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer
que el apóstol tiene en mente "el nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis,
donde encontramos la justicia presentada como la característica distintiva de la
nueva era. La nueva Jerusalén es la santa ciudad, en la cual "no entrará ninguna
cosa inmunda, o que hace abominación y mentira". No es más improbable que
Pedro se refiera a los escritos del apóstol Juan que a los del apóstol Pablo.
2 Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con
diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz".
2 Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para
salvación".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Señor debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban
la hora esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo,
oh Señor, santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de gracia;
era la "paciencia", makroqumia; no la "tardanza", sino: "no quiere que nadie
perezca". Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro Señor sobre
la viuda importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma demora
en la ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de Dios; la
consiguiente prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación al juicio de
Dios para el desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar
siempre y no desmayar" (Luc. 18:8).
2 Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría
que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de
estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los
indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia
perdición".
1. ¿A cuál epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación especial
con el tema de la Parusía? (Ver. 15).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
escrito", pues no hay ninguna razón para creer que Pedro dirigió esta epístola a los
tesalonicenses. Pero quizás la expresión no significa otra cosa sino que todas las
epístolas de Pablo eran propiedad común de la iglesia en general; de lo contrario,
la Epístolas a los Tesalonicenses responden bien a esta descripción de su contenido
por parte de Pedro. Encontramos en ellas alusiones a la venida del Señor; a lo
súbito de su venida; a la cercanía de su venida; a la liberación y al reposo que su
venida traería para los sufrientes discípulos de Cristo; y al deber de ser diligentes y
vigilantes ante la perspectiva del acontecimiento.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Los comentaristas están muy divididos acerca de cuándo, dónde, por quién, y a
quién fue escrita esta epístola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que
puede encontrarse en la epístola misma, y esto da amplio margen para diferencias
de opinión. Lange, que duda de la autenticidad de la epístola, dice que "tiene
bastante aire de haber sido compuesta antes de la destrucción de Jerusalén"; y
Lücke, que sostiene su autenticidad, es también de la opinión de que "puede haber
sido escrita poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente sincera
quedará satisfecha, después de un estudio cuidadoso de la evidencia interna, de
que, primero, la epístola es una producción legítima de Juan; segundo, de que fue
escrita en la víspera misma de la destrucción de Jerusalén. Es imposible pasar por
alto el hecho, con el cual nos encontramos por dondequiera en la epístola, de que el
escritor cree estar al borde de una solemne crisis, para la llegada de la cual insta a
sus lectores a estar preparados. Esto armoniza con todas las epístolas apostólicas, y
demuestra incontestablemente que todos sus autores compartían por igual la
creencia en la cercanía de la gran consumación.
1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos ... Hijitos, ya es el último tiempo [la
última hora]".
Durante esta investigación, a menudo hemos tenido ocasión de hacer notar cómo
hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se
acercaba rápidamente. También hemos visto a qué se refiere esa expresión. No al
final de la historia humana, no a la disolución final de la creación material; sino al
final de la era o dispensación judía, y a la abolición y la eliminación del orden de
cosas establecido y ordenado por la sabiduría divina bajo aquella economía. A
menudo se describe esta consumación con un lenguaje que parece implicar la
destrucción total de la creación visible. Éste es el caso notable en la segunda
epístola de Pedro, y lo mismo podría decirse quizás del lenguaje profético de
nuestro Señor en Mateo 24:24.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
La impresión del apóstol Juan de la cercanía del "fin" parece, si es posible, más
vívida que la de los otros apóstoles. Quizás cuando escribió estaba más cerca de la
crisis que ellos. Desde este punto de vista, vale la pena notar que hay una marcada
gradación en el lenguaje de las diferentes epístolas. Los últimos tiempos se
convierten en los últimos días, y ahora los últimos días se convierten en la última
hora [escath wra esti]. El período de expectativa y demora había terminado, y el
momento decisivo estaba cerca.
1 Juan 2:18. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido
muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo" [wra].
En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre" del
anticristo. Por sí mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha
comparativamente tardía de la epístola. Lo que en las epístolas de Pablo aparece
como una abstracción borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como
una persona, "el anticristo".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Hay, sin embargo, una formidable objeción a esta conclusión, es decir, que los
falsos cristos y los falsos profetas a los que aludía nuestro Señor parecen ser meros
impostores judíos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes víctimas, o
entusiastas fanáticos, engrendros de aquel semillero de frenesí religioso y político
en que Jerusalén se había convertido en los últimos días. Encontramos a estos
hombres vívidamente representados en los pasajes de Josefo, y no podemos
reconocer en ellos los rasgos del anticristo como son trazados por Juan. Eran
producto del judaísmo en su corrupción, y no del cristianismo. Pero el anticristo de
Juan es manifiestamente de origen cristiano. Esto es cierto por el testimonio del
apóstol mismo: "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros", etc. Esto prueba
que los oponentes anticristianos del evangelio en algún momento deben haber
hecho profesión de cristianismo, y después se volvieron apóstatas de la fe.
Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos
profetas de los últimos días de Jerusalén hayan podido ser apóstatas del
cristianismo; pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profecía de
nuestro Señor, ni en la historia de aquel tiempo.
Por otra parte, en los avisos apostólicos de la apostasía predicha, este rasgo de su
origen está marcado claramente. Ya hemos visto cómo Pablo, Pedro, y Juan
concuerdan en su descripción de la "apostasía" de los últimos días. (Véase una
sinopsis de pasajes relacionados con la apostasía, p. 251). Ni puede haber ninguna
duda razonable de que los apóstatas de los dos apóstoles anteriores son idénticos al
anticristo del último. Son semejantes en carácter, en origen, y en el tiempo de su
aparición. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son apóstastas de la fe;
pertenecen a los últimos días. Éstas son marcas de identidad demasiado
numerosas e impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto, estamos
justificados al concluir que el anticristo de Juan es idéntico a la apostasía predicha
por Pablo y por Pedro.
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"De acuerdo con este punto de vista, todavía esperamos que aparezca el hombre de
pecado en la plenitud del sentido profético, y además, que aparezca
inmediatamente antes de la venida del Señor".
Hay aquí, sin embargo, una extraña confusión de cosas que son enteramente
diferentes - "el hombre de pecado" y "la apostasía", el primero, sin duda una
persona, como ya hemos visto; la última, un principio, una herejía, manifestándose en
multitud de personas. Con esta declaración de Juan ante nosotros - "ahora han
surgido muchos anticristos" - es imposible considerar al anticristo como un solo
individuo. Es verdad que puede decirse que el anticristo podría estar personificado
en cada individuo que sostuvo el error anticristiano; pero esto es muy diferente de
decir que el error está encarnado y personificado en una persona en particular
como su cabeza y representante. La expresión "muchos anticristos" prueba que el
nombre no es designación exclusiva de ningún individuo.
Al tratar este mismo punto, observa: "No puede disimularse que, en varios detalles
importantes, los requisitos proféticos están muy lejos de haberse cumplido. Sólo
mencionaré dos - uno subjetivo, el otro objetivo. En el característico pasaje de 2
Tes. 2:4 ("que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios", etc.), el Papa
no cumple la profecía, y nunca la cumplió. Haciendo lugar para todas las notables
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coincidencias con la última parte del versículo que se han aducido tan
abundantemente, es imposible demostrar que el Papa cumple la primera parte -
mejor dicho, está tan lejos de ello que la abyecta adoración y sumisión a legomenoi
qeoi y sebasmata (todo lo que se llama Dios o es objeto de culto) ha sido siempre
una de sus más notables peculiaridades. La segunda objeción, de carácter externo e
histórico, es aún más decisiva. Si el papado fuera el anticristo, entonces la
manifestación ha tenido lugar, y ya ha durado por casi 1500 años, y todavía no ha
llegado el día del Señor, un día al cual, según los términos de nuestra profecía, tal
manifestación habría de preceder inmediatamente.
Pero el lenguaje del apóstol mismo es decisivo contra esta aplicación del nombre
anticristo. La verdad es que es difícil entender cómo tal interpretación pudo haber
echado raíces en vista de las expresas declaraciones del propio apóstol. El
anticristo de Juan no es una persona, ni una sucesión de personas, sino una doctrina,
o una herejía, claramente notada y descrita. Más que esto, se declara que ya existía y
se había manifestado en los propios días del apóstol. "Así AHORA han surgido
muchos anticristos"; "éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído
que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 2:18; 4:3). Esto debería ser
decisivo para todos los que se inclinan ante la autoridad de la Palabra de Dios. La
hipótesis de un anticristo personificado en un individuo que todavía ha de venir
no tiene base en las Escrituras; es una ficción de la imaginación, no una doctrina de
la Palabra de Dios.
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1 Juan 2:22. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este
es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".
1 Juan 4:1. "Amados, no creáis a todo espíritu. sino probad los espíritus si son de
Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".
1 Juan 4:3. "Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es
de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y
que ahora ya está en el mundo".
2 Juan 7. "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan
que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y en anticristo",
Aquí se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o,
como deberíamos decir más bien, la herejía o apostasía anticristiana. Por esta
descripción, se ve claramente:
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conclusión de que todo tuvo lugar de acuerdo con las Escrituras. No es fácil
establecer si los falsos profetas de los cuales dice Josefo que infestaban los últimos
momentos agónicos de la comunidad judía son idénticos a los falsos profetas de la
predicción de nuestro Señor y del anticristo de Juan. Pero el testimonio del apóstol
mismo es decisivo sobre la cuestión del anticristo. Aquí él es al mismo tiempo
tanto profeta como historiador, pues registra el hecho de que "así ahora han
surgido muchos anticristos", y "muchos profetas han salido por el mundo".
ESPERANZA DE LA PARUSÍA
1 Juan 2:28. "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste,
tengamos confianza, para que en su venida no nos aljemos de él avergonzados".
1 Juan 3:2. "Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es".
1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".
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EN LA EPÍSTOLA DE JUDAS
Es bastante evidente que esta descripción, que concuerda tan estrechamente con la
de 2 Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente común. Pero se destaca el
hecho simple y palpable de que una terrible degeneración y corrupción moral
habían infectado la vida social de "los últimos días". Es muy sugerente comparar el
estado moral del pueblo escogido en este período final de su historia nacional con
el descrito en las palabras del último de los profetas del Antiguo Testamento. La
nación estaba ahora en aquella misma condición que allí se declara como madura
para juicio. El segundo Elías no había podido hacer que el pueblo se volviera a la
justicia, y ahora el Mensajero del pacto estaba a punto de venir súbitamente a su
templo; el grande y terrible día de Jehová estaba cerca; y Dios estaba a punto de
herir la tierra con la maldición. (Mal. 4:5,6).
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APÉNDICE A LA PARTE II
No hay ninguna frase que ocurra con más frecuencia en el Nuevo Testamento que
"el reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en todas
partes; al comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en Mateo, la
última en Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio del reino"; los
discípulos son los "herederos del reino"; el gran objeto de esperanza y expectativa
es "la venida del reino". Es de esto de lo que Cristo mismo deriva su título de
"Rey". El reino de Dios, pues, es la médula misma del Nuevo Testamento.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Más de cuatro siglos después de esta adopción de los hijos de Abraham como el
pueblo del pacto de Dios, les encontramos en estado de vasallaje en Egipto,
gimiendo bajo la cruel esclavitud a la que estaban sometidos. Se nos dice que Dios
"escuchó sus gemidos, y se acordó de su pacto con Abraham, con Isaac, y con
Jacob". Levantó un campeón en la persona de Moisés, y le indicó que le dijera a los
hijos de Israel: "Yo soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de
Egipto; ... y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6: 6,7). Después de la
milagrosa redención en Egipto, la relación de pacto entre Jehová y los hijos de
Israel fue ratificada, pública y solemnemente, en el Monte Sinaí. Leemos que, "en el
mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto ... Y acampó allí
Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios, y Jehová lo llamó desde el monte,
diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros
vísteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he
traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros
seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y
vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa" (Éx. 19:3-6).
No puede haber ninguna duda de que la nación de Israel fue destinada para ser
depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la
tierra. Para este propósito fue constituida la nación, y puesta en una relación única
con el Altísimo, como ningún otro pueblo sostuvo jamás. Para garantizar el
cumplimiento de este propósito, el Señor mismo fue su Rey y ellos fueron sus
súbditos; mientras que todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas
hacían referencia a Dios, no sólo como Creador de todas las cosas, sino como
Soberano de la nación. Expresar y llevar a cabo esta idea del reinado de Dios sobre
Israel es el manifiesto propósito del aparato ceremonial de culto establecido en el
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La Parusía J.S.Rusell 1878
desierto: "Jehová hizo erigir una tienda real en el centro del campamento (donde
por lo general se erigían los pabellones de todos los reyes y capitanes), y la hizo
equipar con todo el esplendor de la realeza, como un palacio móvil. Estaba
dividido en tres compartimientos, en el más interior del cual estaba el trono real,
sostenido por querubines de oro; y el escabel del trono, un arca dorada que
contenía las tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el estado. En la
antecámara, había una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa real; y
ardía incienso precioso. La habitación exterior, o atrio, podría considerarse el
compartimiento culinario real, y allí se ejecutaba música, como la música de las
mesas festivas de los monarcas orientales. Dios escogió a los levitas como sus
cortesanos, oficiales de estado, y guardias de palacio; y a Aarón como oficial
principal de la corte y primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos
oficiales, Dios asignó uno de los diezmos que los hebreos debían entregar como
alquiler por el uso de la tierra. Finalmente, Dios requería que todos los varones
hebreos de edad apropiada se acercaran a su palacio cada año, durante las tres
grandes festividades anuales, con presentes, para rendir homenaje a su Rey; y
como estos días de renovación de su homenaje debían celebrarse con fiestas y
gozo, el segundo diezmo se gastaba en proporcionar el entretenimiento necesario
para estas ocasiones. Resumiendo, cada deber religioso era hecho una cuestión de
obligación política; y todas las leyes civiles, aún las más mínimas, estaban
fundadas de tal manera en la relación del pueblo con Dios, y tan entrelazadas con
sus deberes religiosos, que el hebreo no podía separar a su Dios de su Rey, y cada
ley le recordaba a ambos por igual. Por consiguiente, mientras la nación tuviese
existencia nacional, no podía perder por completo el conocimiento del verdadero
Dios, ni descontinuar su culto".
Tal era el gobierno instituido por Jehová entre los hijos de Israel - una verdadera
teocracia; la única teocracia verdadera que jamás existió sobre la tierra. Su carácter
nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular. Era
privilegio distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehová tu Dios
te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están
sobre la tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de todas las familias
de la tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho así con ninguna otra de las naciones" (Sal.
147:20). El Altísimo era el Señor de toda la tierra, pero era Rey de Israel en un
sentido completamente peculiar. Él era el Gobernante del pacto; ellos eran el
pueblo del pacto. Estaban bajo la más sagrada y solemne obligación de ser súbditos
leales a su invisible Soberano, de adorarle sólo a Él, y de ser fieles a su ley (Deut.
26:16-18). Como recompensa por su obediencia, tenían la promesa de ilimitada
prosperidad y grandeza nacional; habrían de ser "exaltados sobre todas las
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naciones que hizo, para loor y fama y gloria" (Deut. 26:19); mientras que, por otra
parte, el castigo por su deslealtad y su infidelidad era correspondientemente
terrible; la maldición del pacto quebrantado les alcanzaría en una señalada y
terrible retribución, que no tendría paralelo en la historia de la humanidad, pasada
o por venir. (Deut. 28).
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Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza y
sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raíz de tierra
seca"; "despreciado y desechado"; "varón de dolores, experimentado en
quebranto"; "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados";
"como cordero fue llevado al matadero"; "como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca"; "fue cortado de la tierra de los vivientes" (Isa. 53).
Se lo describe entrando a Jerusalén "humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un
pollino hijo de asna" (Zac. 9:9); "se quitará la vida al Mesías, mas no por sí" (Dan.
9:26); y entre los últimos pronunciamientos proféticos están algunos de los más
ominosos y sombríos de todos. El Señor, el Mensajero del pacto, el Rey esperado,
viene: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Viene el día ardiente como
un horno; el día de Jehová, grande y terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).
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Las antiguas profecías habían dado abundantes razones para esperar que el
invisible Rey teocrático sería revelado un día y habitaría con los hombres sobre la
tierra; que vendría, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en la
nación, y reunir a su pueblo alrededor del trono. Los capítulos iniciales del
evangelio de Lucas indican lo que creían los israelitas piadosos con respecto al
reino venidero del Mesías. Entendían que este reino tendría una especial relación
con Israel. "Éste será llamado grande", dijo el ángel de la anunciación, "y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". "Rabí",
exclamó el leal Natanael, cuando Dios se le reveló súbitamente a través de la
apariencia del joven campesino galileo, "tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de
Israel" (Juan 1:49). No es menos cierto que su venida se consideraba entonces como
cercana, y era esperada ansiosamente por hombres santos como Simeón, que
"esperaba la consolación de Israel", y al cual le había sido revelado que no "vería la
muerte antes que viese al Ungido del Señor" (Luc. 2:25,26). La verdad es que había
una creencia muy difundida, no sólo en Judea, sino por todo el Imperio Romano,
de que un gran príncipe o monarca estaba a punto de aparecer en la tierra, que
habría de inaugurar una nueva era. De esta expectativa tenemos evidencia en los
Anales de Tácito y el Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza acariciada por Israel
se había difundido, de una manera más o menos vaga y distorsionada, por todos
los territorios circunvecinos.
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Este trágico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto y
el Rey teocrático. El pacto había sido quebrantado a menudo antes, pero ahora era
repudiado públicamente y roto en pedazos. Se podría haber pensado que la
teocracia terminaría ahora; y casi lo hizo, pero su disolución formal fue suspendida
por un breve espacio de tiempo, para que la doble consumación del reino, que
envolvía la salvación de los fieles y la destrucción de los incrédulos, pudiera tener
lugar en el tiempo señalado. Este doble aspecto del reino teocrático es visible en
cada una de las partes de su historia. Fue a un tiempo éxito y fracaso; victoria y
derrota; trajo salvación para unos y destrucción para otros. Este doble carácter
había sido establecido claramente en las antiguas profecías, como en el notable
oráculo de Isaías 49. El Mesías se lamenta: "Por demás he trabajado, en vano y sin
provecho he consumido mis fuerzas", etc. La divina respuesta es: "Ahora, pues,
dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver
a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová,
y el Dios mío será mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para
levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te
di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra".
Para poner sólo otro ejemplo: en el libro de Malaquías encontramos este doble
aspecto del reino venidero, pues, aunque "viene el día ardiente como un horno", y
"todos los que hacen maldad serán estopa","a los que teméis mi nombre nacerá el
sol de justicia, y en sus alas traerá salvación" (Mal. 4:1,2). A pesar, pues, del
rechazo del rey y la pérdida del reino por parte de la masa del pueblo, todavía
habría una gloriosa consumación de la teocracia, trayendo honor y felicidad para
todos los que poseyeran la autoridad del Mesías y demostraran ser obedientes y
leales a su Rey.
¿Tenemos alguna información con la cual establecer con certeza el período de esta
consumación? ¿En qué momento puede decirse que el reino ha venido
plenamente? En la encarnación no, porque la proclamación de Jesús siempre fue: "El
reino de Dios se ha acercado". En la crucifixión no, porque la petición del ladrón
moribundo fue: "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". En la
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Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el
contrario: "Él es mediador de un mejor pacto". La terminación del reino teocrático
era la inauguración de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una natualeza
más duradera. Esta es la doctrina de la epístola a los Hebreos: "el trono del Hijo de
Dios es por siempre jamás" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de Dios es "para
siempre" (8:3); Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que "es mediador de
un mejor pacto" (8:6). La teocracia, como hemos visto, era limitada, exclusiva, y
nacional; pero llevaba en su seno el germen de una religión universal. Lo que Israel
perdió, el mundo lo ganó. Mientras la teocracia subsistía, había una nación
favorecida, y los gentiles, es decir, todo el mundo menos los judíos, estaban fuera
del reino, en posición de inferioridad, y, como a los perros, se les permitía, por
gracia, comer de las migajas que caían de la mesa del amo. La primera venida del
reino no eliminó por completo este estado de cosas; hasta el evangelio de la gracia
de Dios fluyó al principio por el antiguo y estrecho canal. Pablo reconoce el hecho
de que "Jesucristo era ministro de la circuncisión", y nuestro Señor mismo declaró:
"No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Durante años
después de que los apóstoles recibieron la comisión, no entendieron que se le
estaba enviando a los gentiles; ni consideraron al principio a los conversos paganos
como admisibles en la iglesia, excepto como judíos prosélitos. Es verdad que,
después de la conversión de Cornelio el centurión, los apóstoles se convencieron
de los límites más amplios del evangelio, y por todas partes Pablo proclamaba el
derrumbe de las barreras entre judíos y gentiles; pero es fácil ver que, mientras
existiese la nación teocrática, y permaneciese el templo con su sacerdocio,
sacrificios, y rituales, y continuase o pareciese continuar en vigencia la ley mosaica,
la distinción entre judíos y gentiles no podía borrarse. Pero la barrera se derrumbó
efectivamente cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nación fueron borrados
juntos, y la teocracia experimentó visiblemente la consumación final.
Ese acontecimiento fue, por decirlo así, la declaración formal y pública de que Dios
ya no era el Dios de los judíos solamente, sino que ahora era el Padre común de
todos los hombres; que ya no había una nación favorecida y un pueblo peculiar,
sino que la gracia de Dios se había "manifestado para salvación a todos los
hombres" (Tito 2:11); que lo local y limitado se había expandido hasta lo ecuménico
y lo universal, y que, en Cristo Jesús, "todos son uno" (Gál. 3:29). Esto es lo que
Pablo declara que es el significado de la rendición del reino por el Hijo de Dios en
manos del Padre: de aquí en adelante, cesan las relaciones exclusivas de Dios con
una sola nación, y Él se convierte en el Padre común de toda la familia humana,
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"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi
hijo, os saludan".
La interpretación común del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que está en
Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y
otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente la esposa del
apóstol. "Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo
mensaje de salutación una abstracción, de la cual se habla enigmáticamente, y un
hombre (Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado
de la iglesia; el peso de la gramática, del lado de la esposa.
Pero la cuestión más importante se relaciona con la identidad del lugar que aquí se
denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusión de que no
puede ser otra que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que
quedaba de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos listos a considerar
como muy probable que Pedro, en sus viajes apostólicos, rivalizaba con el apóstol a
los gentiles, e iba por todas partes predicando el evangelio a los judíos, como Pablo
lo hacía a los gentiles.
Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por
natural y sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en
su ancianidad, y acompañado por su esposa (si aceptamos la opinión de que es a
ella a quien se refiere la salutación), se encontrase en una región tan remota de
Judea, hay la importante consideración de que Babilonia no era en aquella época la
morada de una población judía. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el
reinado de Calígula (37-41 d. C.), los judíos habían sido expulsados de Babilonia, y
que había tenido lugar una gran matanza, que casi les había exterminado. Es
verdad que esta afirmación de Josefo se refiere a la región entera llamada
Babilonia, más bien que a la ciudad de Babilonia, y esto por la suficiente razón de
que, en tiempos de Josefo, Babilonia era un lugar tan deshabitado como lo es
ahora. En su Geografía Bíblica, Rosenmüller afirma que, en tiempos de Estrabón
(esto es, durante el reinado de Augusto), Babilonia estaba tan desierta que él le
aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta había dicho de Megalópolis en
Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". También Basnage, en su Historia de
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los Judíos, dice: "Babilonia declinaba en los días de Estrabón, y Plinio la representa
en el reinado de Vespasiano como una grande e ininterrumpida soledad".
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que ellos implican. Sin duda, Jerusalén parece también haber sido la residencia fija
del apóstol; Jerusalén, pues, es el lugar desde el cual podríamos esperar
encontrarle escribiendo y fechando sus epístolas dirigidas a las iglesias.
Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama Babilonia, debe haber sido la
morada permanente de la persona o la iglesia asociada con él mismo y con Marcos en
la salutación. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones h en
babulwni, lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la cual
uno puede ser designado". Si decidimos que la referencia es a una persona, se
seguirá que Babilonia era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija, y
esto, en el caso de la esposa de Pedro, sólo podía ser Jerusalén. Hasta donde se
puede deducir de la evidencia documental del Nuevo Testamento, la historia
apostólica muestra claramente que Pedro residía habitualmente en Jerusalén. No es
nada menos que una falacia popular suponer que todos los apóstoles eran
evangelistas como Pablo, y que viajaban por países extranjeros predicando el
evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha mostrado que "no fue sino
catorce años después de la ascensión de nuestro Señor que Pablo viajó por primera
vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia alguna de que, durante
este período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea". Pero, lo que
argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era Jerusalén.
Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales.
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Por último, inferimos, de una expresión incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba
en Jerusalén cuando escribió esta epístola. Dice que es tiempo de que el juicio
comience por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el templo; y
añade: "Si primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, ¿se habría expresado
así si en el momento en que escribió hubiese estado en Roma, o en Babilonia sobre
el Éufrates, o en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusalén? Ciertamente parece
de lo más natural suponer que, si el juicio comienza por el santuario, y también por
nosotros, tanto el lugar como las personas deben estar juntos. La visión de Ezequiel,
que da el prototipo de la escena de juicio, fija la localidad donde ha de comenzar la
matanza, y parece muy probable que la suerte venidera de la ciudad y el templo,
así como las aflicciones que habrían de sobrevenirles a los discípulos de Cristo,
estuviesen en la mente del apóstol. Wiesinger observa: "Apenas es posible que la
destrucción de Jerusalén hubiese pasado cuando se escribieron estas palabras; de
haber sido así, difícilmente se habría dicho, o kairoz tou arxasqai". No; no era
pasado, sino que el principio del fin ya era presente; el juicio parece haber
comenzado, como el Señor dijo que ocurriría, con los discípulos; y éste era el
seguro preludio de la ira que venía sobre los impíos "hasta lo máximo".
Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén, ¿por qué no lo dijo sin
ambigüedades? Puede haber habido, y sin duda había, razones prudenciales para
esta reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las había
cuando Pablo escribió a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal
ambigüedad para sus lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén ya era
conocida y reconocida entre los creyentes cristianos como la Babilonia mística?
Suponiendo, como tenemos derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar a
las iglesias apostólicas, consideramos sumamente probable que identificaran a la
"gran ciudad", cuya caída se describe en ese libro, "Babilonia la grande", como la
misma cuya caída se menciona en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos.
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Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión tendrá lugar en el
momento adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el
momento haber presentado argumentos para una causa probable, sobre bases
completamente independientes, en favor de que la Babilonia de la primera epístola
de Pedro no es otra que Jerusalén.
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Babilonia. Está concebida en el más alto estilo poético. Jehová de los ejércitos pasa
revista a las tropas para la batalla; se oye estruendo de ruido de reinos, de naciones
reunidas; se proclama que el día de Jehová está cerca; las estrellas de los cielos y
sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al nacer, la luna no dará su
resplandor; los cielos se estremecerán, y la tierra se moverá de su lugar. Se
observará que todas estas imágenes, cuyo cumplimiento literal involucraría la
destrucción de toda la creación material, se emplean para describir la destrucción
de Babilonia por los medos.
Nuevamente, en Isaías 24, tenemos una predicción de juicios a punto de caer sobre
la tierra de Israel; y entre otras representaciones de los ayes inminentes,
encontramos las siguientes: "Las ventanas de los cielos están abiertas; se
estremecen los fundamentos de la tierra; la tierra será enteramente vaciada, y
completamente saqueada; la tierra se destruyó, cayó; la tierra se tambaleará como
borracho, y será removida como choza de labrador; caerá y no se levantará más,"
etc. Todo esto simboliza la convulsión civil y social que estaba a punto de ocurrir
en la tierra de Israel.
En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular
Edom, o Idumea. La imágenes que emplea son de la descripción más sublime y
terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres. Todo el ejército
de los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército, como se cae la hoja
de la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirán en brea, y
su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día,
perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca
jamás pasará nadie por ella".
No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que sí; y
su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a la
verdad de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del
pueblo de Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El
Señor no ha dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los profetas.
Pero nadie pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían estos
derrumbes se verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la
descripción, y se usan simplemente para aumentar el efecto y para dar vividez y
grandeza a la escena.
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cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con nublado, y la
luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros brillantes del
cielo por tí, dice Jehová el Señor" (Eze. 32:7,8).
Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en
lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fénomenos naturales
para representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las imágenes,
que si se cumplieran darían como resultado la total disolución de la estructura del
globo terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad no pueden
significar otra cosa que la caída de una dinastía, la toma de una ciudad, o el
colapso de una nación.
El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición que
es substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al
suponer que hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la
profecía:
"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo
natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el
mundo natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político,
que consiste de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía; y
las cosas en ese mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y las
cosas que en ellos hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y
la tierra, con las cosas que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más bajas de
la tierra, llamadas Hades o infierno, la parte más baja y miserable de ellas. Grandes
terremotos, y el temblor del cielo y la tierra, representan el templor de reinos, para
confundirlos y derribarlos; la creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, la
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El apóstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos por
medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composición ni la sustancia del
uno ni de la otra fueron destruidos, sino sólo los hombres que vivían en la tierra; y
el apóstol nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que había entonces, y que fueron
destruidos por agua, distintos de los cielos y la tierra que había ahora, y que habrían de ser
consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la estructura visible del cielo y la
tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio como en los tiempos del apóstol, y
permanecen hasta la fecha; cuando todavía es cierto que los cielos y la tierra, de los
cuales hablaba, habrían de ser destruidos y consumidos por fuego en aquella
generación. Para aclarar nuestro fundamento, debemos, pues, considerar lo que el
apóstol quiere decir con cielos y tierra en estos dos lugares.
1. Es seguro que lo que el apóstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la
tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir con
los cielos y la tierra que habrían de ser consumidos y destruidos por el fuego (ver.
7); de lo contrario, no habría ninguna coherencia en el discurso del apóstol, ni
ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.
3. Luego, tenemos que considerar en qué sentido se dice de los hombres que viven
en el mundo que son el mundo, y los cielos y la tierra de él. Sólo insistiré en un
caso para este propósito entre muchos que pueden mencionarse: Isa. 51:15,16. El
tiempo en la obra mencionada aquí, de extender los cielos y echar los cimientos de
la tierra, fue llevada a cabo por Dios cuando agitó el mar (ver. 15) y dio la ley (ver.
16), y dijo a Sión: Pueblo mío eres tú; esto es, cuando sacó de Egipto a los hijos de
Israel, y en el desierto les formó en iglesia y estado; luego, extendió los cielos y
echó los cimientos de la tierra; esto es, produjo orden, y gobierno, y belleza de la
confusión en que se encontraban. Esto es extender los cielos y echar los
fundamentos del mundo. Y puesto que es entonces cuando se menciona la
destrucción de un estado y gobierno, es con ese lenguaje que parece hablar del fin
del mundo. Así ocurre con Isa. 34:4, que no es sino la destrucción del estado de
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Edom. Otro tanto se afirma del Imperio Romano (Apoc. 6:14), que los judíos
constantemente afirman que se quiere decir con Edom en los profetas. Y en la
predicción de nuestro Señor Jesucristo tocante a la destrucción de Jerusalén (Mateo
24). La hace con expresiones de la misma importancia. Es evidente, pues, que en
lenguaje profético y la manera de hablar, a menudo se entendían los cielos y la
tierra como el estado civil y religioso y la combinación de hombres en el mundo, y
los hombres de ella. Así ocurría con los cielos y la tierra de aquel mundo que
entonces fue destruido por el diluvio.
4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profecía de Pedro, con los cielos y la tierra
se quiere decir la venida del Señor, el día del juicio y la perdición de los impíos,
que en la destrucción de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el juicio último
y final del mundo, sino aquella total desolación y destrucción de la iglesia y el
estado judíos, que habría de tener lugar, para lo cual presentaré estas dos razones,
de muchas que podrían aducirse a partir del texto:
(1) Porque lo que sea que se menciona aquí debía tener peculiar influencia sobre
los hombres de aquella generación. Él habla de aquello que tenía que ver tanto con
los profanos burladores como con los burlados, y de que, como judíos, algunos de
ellos creían en la fe, y otros se oponían. Ahora bien, no había en aquella generación
ninguna preocupación particular, ni por aquel pecado, ni por aquellas burlas, en
cuanto al día del juicio en general; sino un alivio peculiar por el uno y un temor
peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destrucción de la nación judía;
además, había amplio testimonio tanto por el uno como por el otro del poder y el
dominio del Señor Jesucristo, que era el punto en disputa entre ellos.
(2) Pedro les dice, después de la destrucción y el juicio de que habla (ver. 7-13):
"Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva", etc.
Tenían esta esperanza. Pero, ¿cuál es esa promesa? ¿Dónde podemos encontrarla?
Bueno, la tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa. 65:17. Ahora
bien, ¿cuándo será que Dios creará estos nuevos cielos y esta nueva tierra, en los
cuales mora la justicia? Dice Pedro: "Será después de la venida del Señor, después
de aquel juicio y aquella destrucción de los impíos, que no obedecen al evangelio".
Pero ahora es evidente, a partir de este pasaje en Isaías, en 66:21,22, que esta es una
profecía para los tiempos evangélicos solamente; y que la extensión de estos
nuevos cielos no es sino la creación de las ordenanzas del evangelio que deben
permanecer para siempre. Lo mismo se expresa en Heb. 12:26-28.
Siendo éste el designio del lugar, no insistiré más sobre el contexto, sino que abriré
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*Sermón del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.
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¿Cómo pudo decir Juan que éste era el último tiempo? ¿No ha durado el mundo
casi mil ochocientos años desde que él lo abandonó? ¿No puede durar muchos
años más?
"Muchos les dirán que no sólo Juan, sino también Pablo y todos los apóstoles,
actuaban bajo el engaño de que el fin de todas las cosas se acercaba en su tiempo.
Los que así hablan no están en general dispuestos a subestimar la autoridad de
estos hombres; algunos adoptan esta opinión prácticamente, aunque puede que no
la expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bíblicos no se les permitía
jamás cometer errores ni siquiera en las cosas más insignificantes. Yo no digo eso;
no hará temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en nombres o
puntos cronológicos. Pero, si supusiera que ellos mismos habían sido conducidos
al error, y habían conducido al error a sus propios discípulos, en un tema tan
importante como este de Cristo viniendo en juicio, y de los últimos días, me
sentiría muy perplejo. Porque es un tema al que ellos se refieren constantemente.
Es parte de su más profunda fe. Se mezcla con todas sus exhortaciones prácticas. Si
se equivocaran aquí, no veo dónde pueden haber acertado.
"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad
para explicar el método de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las
naciones y los individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apóstoles,
durante su tiempo, y en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la
justicia que debemos a todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les
permitimos interpretarse a sí mismos, en vez de imponerles nuestras
interpretaciones, creo que entenderemos un poquito más de su obra y de la
nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente con respecto al juicio y el
fin que ellos esperaban en su día, sabremos qué posición ocupaban con respecto a
sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una concepción muy
vaga, débil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos cuáles son
nuestras necesidades por medio de las de ellos; cómo nos cumplirá Dios a nosotros
todas sus palabras por la manera que les cumplió a ellos Sus palabras.
"No es una idea nueva, sino muy antigua y común, la de que la historia del mundo
se divide en ciertos períodos grandes. En nuestros días, se les ha estado
imponiendo a hombres pensantes la convicción de que hay una amplia distinción
entre la historia antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre la
unidad y la universalidad de la historia moderna, en contraste con la división de la
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historia antigua en una serie de naciones que apenas tenían simpatías comunes. La
cuestión es dónde encontrar el límite entre estos dos períodos. Los estudiantes han
especulado mucho sobre éstos; la mayoría de estas especulaciones han sido
plausibles y sugieren verdades; algunas son muy confusas; ninguna, creo yo, es
satisfactoria. Una de las más populares, la que supone que la historia moderna
comienza cuando las tribus bárbaras se establecieron en Europa, sería bastante
fatal para la doctrina de M. Guizot. Porque ese establecimiento, aunque fue un
suceso muy importante e indispensable para la civilización moderna, rompía
temporalmente la unidad que había existido antes. Era como la reaparición de
aquella separación de tribus y razas, que él supone ha sido la característica especial
del mundo anterior.
"Ahora bien: ¿Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo
que cumpliría sus pretensiones si no pudiéramos encontrarla. Ella profesa
presentar los caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podríamos muy
bien contentarnos con que nos dijera muy poco de las leyes físicas; podríamos
contentarnos con que guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la ley
de gravedad. Puede que Dios tenga otros métodos para dar a conocer estos secretos
a sus criaturas. Pero lo que concierne al orden moral del mundo y al progreso
espiritual de los seres humanos cae directamente dentro de la esfera de la Biblia.
Nadie podría estar satisfecho con ella si guardase silencio con respecto a estos
últimos. En consecuencia, todos los que suponen que ella guarda silencio sobre
este punto, por mucha importancia que le atribuyan a lo que ellos llaman su
carácter religioso; por mucho que puedan suponer que sus mayores intereses
dependen de su creencia en sus oráculos, están obligados a tratarla como un libro
muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la mejor excusa a los que
dicen que no es un libro íntegro, como hemos creído que es, sino una colección de
los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes épocas, no muy consistentes
los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la más fuerte convicción en las
mentes de lectores ordinarios, así como en las de estudiantes, de que el libro sí nos
habla de cómo las épocas pasadas, y las por venir, tienen que ver con la develación
de los misterios de Dios - qué parte ha jugado un país y otro en Su gran drama -
hasta qué punto están convergiendo todas las líneas de su providencia. El inmenso
interés que ha despertado la profecía - un interés no destruido, ni siquiera
disminuido, por los numerosos desengaños que las teorías de los hombres sobre
ella han tenido que encontrar - es prueba de cuán profunda y cuán ampliamente
difundida es esta convicción. En vano tratan los teólogos de disuadir a lectores
sencillos y sinceros de que estudien las profecías insistiéndoles que no tienen
tiempo libre para tal actividad, y en que deberían ocuparse de cosas más prácticas.
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Si sus conciencias les indican que hay algún fundamento para sus advertencias,
todavía les parece que no podrían hacerles caso por completo. Están seguros de
que tienen algún interés en los destinos de su raza, así como en los destinos
individuales. No pueden separar el uno del otro; tienen que creer que hay luz en
alguna parte acerca de ambos. No me atrevo a desanimar a los que tienen tal
certidumbre. Si la sostenemos con fuerza, puede ser un gran intrumento para
sacarnos de nuestro egoísmo. Temo que la perdamos, como ciertamente la
perderemos si adquirimos el hábito de considerar la Biblia como un libro de
adivinanzas y acertijos, y de esperar sin descanso que ciertos sucesos externos
ocurran en ciertas fechas que hemos fijado como los que han predicho los apóstoles
y los profetas. La cura para tales desatinos, que son realmente muy serios, reside,
no en un descuido de la profecía, sino en una meditación más seria sobre ella;
recordando que la profecía no es un conjunto de predicciones sueltas, como los
dichos de un adivino, sino una revelación de Aquél cuyas salidas son desde la
eternidad; que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos, cuyas acciones en una
generación son establecidas por las mismas leyes que sus acciones en otra
generación.
"Si os hablara alguna vez del Apocalipsis de Juan, me explayaría mucho más sobre
este tema. Pero lo dicho es para introducir la observación de que la Biblia trata la
caída del sistema judío como el fin de un gran período en la historia humana y el
principio de otro. Juan el Bautista anuncia la presencia de Uno "en cuya mano está
el aventador; y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja
en fuego que nunca se apagará". Los evangelistas dicen que estas palabras quieren
decir que Jesús de Nazaret después bajó a las aguas del Jordán, y que, al salir de
ellas, fue declarado Hijo de Dios, sobre el cual descendió el Espíritu en forma
visible.
"Nosotros tenemos por costumbre separar a Jesús el Salvador de Jesús el Rey y
Juez. Ellos no. Nos dicen desde el comienzo que él llegó predicando el reino de los
cielos. Nos cuentan que llevaba a cabo acciones de juicio, así como actos de
liberación. Nos informan de las tremendas palabras que dirigía a los fariseos y a los
escribas, así como del evangelio que les predicaba a los publicanos y pecadores. Y
antes del fin de su ministerio, cuando sus discípulos le preguntaron acerca de los
edificios del templo, habló claramente de un juicio que Él, el Hijo del hombre,
ejecutaría antes de que se acabase aquella generación. Y para dejar claro que quería
que le entendiésemos estricta y literalmente, añadió: "El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán". Este discurso, que Mateo, Marcos, y Lucas nos
informan cuidadosamente, no es ajeno al resto de sus discursos y parábolas, ni al
resto de sus obras. Todos contienen la misma advertencia. Están llenos de gracia y
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"Este punto de vista bíblico del ordenamiento de los tiempos y las sazones
armoniza por completo con la conclusión a la que ha llegado M. Guizot mediante
la observación de los hechos. El nacimiento de nuestro Señor casi coincidió con el
establecimiento del Imperio Romano en la persona de Augusto César. Aquel
imperio aspiraba a aplastar a las naciones y a establecer una gran supremacía
mundial. La nación judía había sido testigo contra todos estos experimentos en el
mundo antiguo. Había caído bajo la tiranía babilónica, pero había surgido
nuevamente. Y el tiempo que siguió a su cautiverio fue el gran tiempo del
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"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quería decir con el último tiempo, si
hablaba el mismo lenguaje que nuestro Señor y los otros apóstoles hablaban. No
puedo decir qué cambios físicos hayan buscado él o ellos. En aquel tiempo se
observaron fenómenos físicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o cualquiera
de ellos suponía que estos cambios indicaban más alteraciones en la superficie o la
estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo sé; éstos no son los puntos
sobre los cuales busco información, si ellos la dieron. Que ellos no esperaban el fin
de la tierra - lo que nosotros llamamos la destrucción de la tierra - es claro a partir
de esto, que el nuevo reino del cual ellos hablaban habría de ser un reino en la
tierra así como un reino de los cielos. Pero su creencia de que un reino tal se había
establecido, y haría sentir su poder tan pronto la antigua nación hubiese sido
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dispersada, ha sido, creo yo, corroborada en abundancia por los hechos. No veo
cómo podemos entender la historia moderna correctamente sin aceptar esa
creencia".
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PARTE III
LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS
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Pero, ¿es inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se entendiera?
¿Fue un libro enviado por un apóstol a las iglesias de Asia Menor, con una
bendición para sus lectores, una mera jerigonza ininteligible, un enigma
inexplicable para ellos? Eso difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era
que el libro revelara los secretos de tiempos distantes, ¿no debería haber sido por
necesidad ininteligible para sus primeros lectores - y no sólo ininteligible, sino
hasta fuera de lugar e inútil? Si hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de
hunos y godos y sarracenos, de emperadores medievales y de papas, de la
Reforma protestante y de la Revolución Francesa, ¿qué posible interés o significado
podría tener para las iglesias cristianas de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea?
Especialmente cuando consideramos las circunstancias reales de aquellos
cristianos primitivos - muchos de ellos soportando crueles sufriimientos y penosas
persecuciones, y todos ellos esperando ansiosamente que se acercase la hora de
liberación que ahora estaba cercana - ¿qué propósito habría servido enviarles un
documento que se les instaba a leer y considerar, y que, sin embargo, se ocupaba
de acontecimientos históricos tan distantes que estaban fuera del alcance de sus
simpatías, y tan obscuro que aún hoy día los críticos más sagaces difícilmente
concuerdan sobre un solo punto de él? ¿Es concebible que un apóstol se burlase de
los sufrimientos de los perseguidos cristianos de su tiempo con oscuras parábolas
sobre épocas distantes? Si este libro tuviese realmente el propósito de ministrar fe y
consuelo a las mismas personas a las que fue enviado, tendría incuestionablemente
que tratar de asuntos en los cuales ellas estaban interesadas práctica y
personalmente. ¿Y no indica esta misma y obvia consideración la verdadera clave
del Apocalipsis? ¿No debe referirse por necesidad a cuestiones de historia contemporánea?
La única hipótesis sostenible y razonable es que fue destinado para ser entendido
por sus lectores originales, pero esto es tanto como decir que debe ocuparse de los
sucesos y transacciones de su propio tiempo, y ello dentro de un espacio de tiempo
comparativamente breve.
Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del libro.
Si hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y repetidamente en
Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera una
y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte que "el tiempo está
cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he aquí, vengo presto", "de cierto
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La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí
misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:
Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto".
Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y
guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca".
Cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le
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traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
"He aquí que viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Idou,
ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis o
el texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna
indicación de tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan
indefinida que puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este
pasaje puede que no sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba
decisiva de que el suceso al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica
"¡Maranatha!", "el Señor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a las
palabras de nuestro Señor en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la tierra",
etc., mostrando claramente que ambos pasajes se refieren al mismo período y al
mismo acontecimiento.
Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas".
Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado es
demasiado evidente como para que necesite una explicación.
Esta figura ya nos es conocida en relación con la Parusía. Pedro declaró que "el día
del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2 Ped. 3:10). Pablo escribió a los
tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá
así como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias
palabras de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó vigilancia por
medio de la parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí nuevamente, el
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momento y el suceso al que se hace referencia son los mismos en todos los pasajes,
y nuestro Señor declaró que estarían dentro de los límites de la generación que
entonces existía.
Cap. 21:5,6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas
todas las cosas ... Y me dijo: Hecho está".
Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de
los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto".
Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1),
abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el hecho
de que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.
Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía
entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad
como cercano.
Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa y positiva, de que
el Apocalipsis debía cumplirse dentro de un período muy breve. Este es su propio
testimonio, y a esta limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de
permitir al libro hablar por sí mismo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
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La Parusía J.S.Rusell 1878
3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de severas
pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el nombre
de cristianos, que se extendía por todo el mundo [oikoumenh - o sea el Imperio
Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los cristianos fue la
que tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C. Inferimos que esta
es la persecución que entonces era inminente, y que, por lo tanto, el Apocalipsis se
escribió antes de esa fecha.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Y aquí encontramos una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más
cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a saber, la total
ausencia en el evangelio de Juan de aquello que ocupa un lugar tan conspicuo en
los evangelios sinópticos - la gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos. El silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto que él era
uno de los cuatro discípulos favoritos que escucharon ese discurso; y sin embargo,
en su evangelio no encontramos ni el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto?
Puede decirse que los informes completos de esa profecía, presentados por los
otros evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella por parte de Juan;
pero, recordando el intenso interés del tema para el corazón de todo judío, y su
relación con las iglesias apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único
de los oyentes originales que dejó registro de los discursos de Cristo no haya hecho
mención de una predicción tan importante.
Pero la dificultad se explica si descubrimos que el Apocalipsis no es otra cosa que una
forma transfigurada de la profecía del Monte de los Olivos. Y creemos que esto es lo que
sucede. El Apocalipsis contiene la gran profecía de nuestro Señor expandida,
alegorizada, y si se nos permite decirlo, dramatizada. Los mismos hechos y
acontecimientos predichos en los evangelios aparecen en Apocalipsis, sólo que
envueltos en un ropaje más figurado y simbólico. Pasan delante de nosotros como
escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas e iluminadas, pero no por
eso menos reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se convierte en el
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La Parusía J.S.Rusell 1878
A primera vista, esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras más
la consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a
las siguientes palabras del Dr. Alford:
Aun una ligera comparación entre los dos documentos, la profecía y el Apocalipsis,
bastará para mostrar la correspondencia entre ellos. Los personajes dramáticos, si
podemos llamarles así - los símbolos que entran en la commposición de ambos -
son los mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y
principalmente, la Parusía; luego, guerras, hambrunas, pestilencia, terremotos;
falsos profetas y engañadores; señales y maravillas; el oscurecimiento del sol y de
la luna; las estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y cadáveres,
gran tribulación y ayes; convulsiones de la naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo
del hombre que viene en las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la
recompensa de los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente éstos los
elementos que componen el Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza
accidental; es coincidencia, es identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del
tema surge de la diferencia en el método de la revelación. La profecía está dirigida
al oído, y el Apocalipsis al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del
día, en medio de la vida real; el otro es una visión, contemplada en un estado de
éxtasis, revestida de imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de
objetos vistos en un sueño, que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria
antes de que pueda ser comprensible como hechos reales.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que la
disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan inteligible,
que abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades, naciones, e
incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su
estructura, más metódica en su disposición, más artística en su diseño. Ninguna
tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más estricta atención a las
leyes dramáticas. No es exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo
un libro escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si cada palabra
hubiese sido pesada en balanza antes de ser puesta por escrito". Y, sin embargo, el
plan de su construcción es sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete
gobierna todo a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de notar
cuatro de sus grandes divisiones, que se distinguen por este número místico - las
siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, y las siete copas. Puesto que cada
división tiene marcadas características con las cuales se indican claramente su
principio y su final, no es difícil trazar las líneas entre las varias divisiones.
Además de las cuatro ya especificadas, encontramos otras tres visiones, a saber, la
visión de la mujer vestida de sol, la visión de la gran ramera, y la visión de la
esposa. Estas completan el número místico siete, y forman la disposición clara y
bien definida en la cual cae naturalmente el contenido del Apocalipsis. Sería
ciertamente difícil inventar cualquier otra. Hay también un prefacio, o prólogo, al
principio del libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera que la disposición
entera queda como sigue:
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes divisiones
principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios, como se les
puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones. Descubriremos
que en las diferentes visiones hay una semejanza estructural común, y que, más
particularmente, cada división concluye con un final, o una catástrofe, que
representa un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se
emplean ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido
simbólico. Los números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al
cuadrado, se usan de esta sigificativa manera. De todos estos números místicos,
como puede llamárseles, el siete es el número dominante, que encontramos
ocurriendo continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos
aventuraremos a afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico, y nunca
en sentido literal y aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no
generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de
dignidad entre los judíos, el símbolo de totalidad o perfección, y significa todo de la
especie, o la clase más alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario dónde
ocurre este número para que requiera la composición de todas las unidades;
significa simplemente lo completo o la excelencia. Por eso tenemos siete iglesias,
siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus, siete lámparas, siete
cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes. Sería absurdo requerir el
valor aritmético exacto en todos estos casos, aunque sería imprudente afirmar que
es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el caso en que a primera vista parece
más manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias que se enumeran
particularmente, es posible que haya un simbolismo subyacente. Apenas puede
suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia Menor; puede haber habido
siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el número total, no sólo en
Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a ellas, se los dijo a todas. Se
descubrirá que, para la correcta interpretación del Apocalipsis, no es de poca
importancia tener presente el carácter simbólico de los números que se emplearon
en el libro con mayor frecuencia.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y
todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
Esta es la tesis de todo el discurso; el primer pronunciamiento profético del libro, y también
el último; la clave de la revelación entera.
Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo
24:30:
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"y los que le traspasaron". Los crucificcadores del Señor de la gloria son
"especialmente señalados de entre la muchedumbre que ve con temor las señales
del vengador que se aproxima".
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Caps. 1:10-20; 2, 3.
Es apenas necesario decir que no hay el más mínimo fundamento para la absurda
teoría que representa a estos delineamientos de la condición espiritual de las siete
iglesias como típicas de los estados sucesivos o las fases sucesivas de la iglesia
cristiana en otras tantas edades futuras. Tal hipótesis es incompatible con las
expresas limitaciones de tiempo establecidas en el contexto, e inconsistente con la
distintiva individualidad de las varias iglesias a las cuales se dirigen los mensajes.
Todo muestra que es del presente, y del futuro inmediato, de lo que trata el
Apocalipsis. Los primeros lectores de estas epístolas deben haber sentido que se
dirigían expresamente a ellos, y no a otras personas en otro tiempo. Sin duda, es
verdad que estas epístolas describen tipos de carácter que se pueden repetir, y se
repiten, continuamente, en generaciones sucesivas; pero esto no altera el hecho de
que tenían aplicación directa y personal para las iglesias especificadas, una
aplicación que jamás podría tener para ninguna otra.
369
La Parusía J.S.Rusell 1878
1. El membrete.
2. El estilo o título del escritor.
3. Una declaración judicial del estado o carácter de la iglesia a la que se dirige el
mensaje.
4. Una expresión de felicitación o de censura.
5. Una exhortación a la penitencia, o a la perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamación a todos de que deben oir lo que el Espíritu dice a cada una.
El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a las iglesias
es que en cada una de ellas encontramos una clara alusión a una crisis grande e
inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno según su
370
La Parusía J.S.Rusell 1878
obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una
esperada catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré pronto a tí" (2:5); a
Esmirna, "Sufrirás tribulación durante diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti
pronto" (2:16); a Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a Sardis,
"Vendré sobre tí como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He aquí, yo vengo pronto" (3:11);
a Laodicea, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es imposible concebir
que estas urgentes advertencias no tuviesen ningún significado especial para
aquéllos a quienes estaban dirigidas; que no significasen para ellos más que lo que
significan para nosotros; que se refieran a una consumación que no ha tenido lugar
todavía. Esto sería privar a las palabras de todo significado. ¿Qué puede ser más
evidente que, en estos pronunciamientos cortos, directos, y epigramáticos, todo es
intensamente evidente, apremiante, vehemente, como si no debiera perderse ni un
momento, y la negligencia pudiera ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser consistente
esta apasionada urgencia con una consumación lejana, que podría ocurrir en algún
distante período de tiempo, que después de mil ochocientos años está todavía en el
futuro? ¿Por qué recurrir a una explicación tan poco natural y tan insatisfactoria
cuando sabemos que hubo una consumación predicha y esperada que habría de
tener lugar en los días en que florecieron estas iglesias? Concluimos, pues, que el
período de recompensa y retribución al que se refieren estas epístolas a la iglesias
era el "día del Señor" que se acercaba - la Parusía, que el Salvador declaró tendría
lugar antes de que pasara la generación que presenció sus milagros y rechazó su
mensaje.
371
La Parusía J.S.Rusell 1878
INTRODUCCIÓN A LA VISIÓN
Caps. 4, 5
Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan al
vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
después de éstas". Son estas últimas las que ahora le van a ser reveladas al profeta;
siendo la frase "las que han de ser después de éstas" [a dei genesqai]
evidentemente sinónima de "las cosas que sucederán después de éstas" [a mellei
genesqai], indicando esta última expresión que el tiempo de su cumplimiento está
cercano.
Debemos pasar por alto la magnífica descripción de la celestial majestad, que nos
recuerda las sublimes visiones de Isaías y Ezequiel, y llegar a la escena que el
profeta contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro
escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ángel fuerte proclama
en alta voz: "¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Cuando nadie
está a la altura de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor porque el rollo
místico debe permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le hace uno de los
ancianos, de que "el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha prevalecido para
abrir el libro y desatar sus siete sellos". En consecuencia, en medio del culto de
adoración de la hueste celestial y de todo el universo creado, el León-Cordero
avanza hacia el trono, toma el libro de la mano derecha del que está sentado en él,
y procede a romper sucesivamente los sellos con que está atado.
Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen
sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el
trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en
alta voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar una
figura visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de la porción
372
La Parusía J.S.Rusell 1878
del rollo que se desenrolla. Se observará que hay una gradación manifiesta en el
carácter de estas representaciones emblemáticas, que aumentan en intensidad y
terror desde la primera hasta la última.
¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver su
naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los acompañantes
de la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a una pavorosa
catástrofe final y terminando en ella, una catástrofe en la que los elementos de la
naturaleza parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de ira" (cap. 6).
¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es un
compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma
imperial durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por
Constantino como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para
que vaguemos a través de las edades en busca de acontecimientos que
correspondan a estos símbolos. Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de
Asia no tenían ningún poder para hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a
estudiar y comprender estas visiones, que no son luminosas para nosotros ni
siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los intérpretes que proponen tales
soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas enseñanzas del libro mismo.
Los términos de la profecía nos impiden hacer todas estas vagas incursiones en la
historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo inminente, lo inmediato; a cosas
que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen intensamente a los lectores
originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está cerca". Con esta luz en la mano,
todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos en el tiempo y en las
circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos símbolos visionarios toman
forma hasta convertirse en hechos históricos ante nuestros ojos. El vidente está en
el umbral de la crisis largamente predicha y largamente esperada, para cuya
llegada el Salvador había preparado a sus discípulos en sus propios días y antes de
su partida. Así como la profecía que hizo en el Monte de los Olivos comienza con
guerras y rumores de guerras, y continúa hablando de "Jerusalén rodeada de
ejércitos", y "la abominación desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en
la aparente destrucción de la naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre
en las nubes de los cielos", así también procede la profecía del Apocalipsis según el
mismo método.
Aquí, entonces, la visión representa la cercana destrucción de Jerusalén y el juicio
del territorio culpable. Es "el último tiempo", y el discípulo amado, que escuchó la
profecía en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visión. Su corazón está
lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La tormenta de
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro
seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un
caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió
venciendo, y a vencer".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Cap. 6: 3, 4. "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía:
Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de
quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran
espada".
Este símbolo también habla por sí mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el
caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El arco
cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser terrible.
La paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es una
guerra tanto civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".
Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los
judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible
de Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los
romanos no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la
tierra; las facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas
contra las otras, de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió
contra su hermano". Este cambio del arco por la espada indica que los
combatientes ahora se habían acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto de
la misma tragedia.
Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el
escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [ek thz ghz]. Stuart ha
interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no
la tierra entera, sino la tierra de Palestina".
Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y
mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en
la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos
libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no
dañes el aceite ni el vino".
375
La Parusía J.S.Rusell 1878
"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenían de valor por una sola medida
de trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrándose en
los rincones más retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre, comían
el grano sin prepararlo; otros lo cocían según lo dictaban la necesidad y el temor.
No se ponía mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa a medio
cocer, la hacían pedazos".
Pero, ¿qué significa la orden: "No dañes el aceite ni el vino"? Esto ha causado
mucha perplejidad entre los comentaristas, porque esta orden parece no concordar
con la prevalencia del hambre. Si no nos equivocamos, Josefo nos permitirá
reconciliar esta aparente incongruencia.
Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que
tiranizaban al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de los
vasos sagrados del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de
sacrilegio cometido por el mismo cabecilla, que parece haber despertado una
profunda indignación y un profundo horror en la mente del historiador:-
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Esto sirve para explicar el uso de la palabra adikhshz [tratar injustamente con] en
esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford,
argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.
Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente
relatado por Josefo muestra cómo la palabra adikhshz se ajusta a cada una de las
formas de traducción. El acto de Juan era adikia en el sentido de desperdicio
desenfrenado.
Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que
decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía
por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta
parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las
fieras de la tierra".
La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las miserias
de la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el Hades ahora
siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro terribles juicios de
Dios", que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de Israel, "la espada, el
hambre, las fieras, y la pestilencia", son desatados nuevamente sobre la tierra, y a
causa de ellos, la cuarta parte de su población está condenada a perecer. Jamás
hubo una superabundancia de mortandad como en la guerra que culminó con el
sitio y la captura de Jerusalén. El mejor comentario sobre este pasaje debe
encontrarse en los registros de Josefo, como lo muestra la siguiente descripción:
"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para
los judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas, devoraba
al pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de mujeres con
sus criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos ya muertos.
Niños y jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el mercado, y
caían dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los que estaban
afectados no tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que todavía eran
sanos y vigorosos eran disuadidos por la multitud de los muertos y la
incertidumbre que pendía sobre ellos. Muchos morían mientras enterraban a otros,
y muchos se iban a los cementerios antes de que llegase la hora fatal.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando
Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró que,
desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon delante de
los muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a través de aquella
puerta, que le había sido confiada a él, ciento quince mil ochocientos ochenta
cadáveres? Toda esta multitud era de la clase más pobre. No es que tuviera que
contarlos, pero, habiéndosele confiado la distribución del fondo público, estaba
obligado a llevar la cuenta. El resto eran quemados por sus parientes. Sin embargo,
el entierro consistía meramente en sacarlos de sus casas y lanzarlos fuera de la
ciudad.
"Después de él, muchos de la clase más alta escaparon; y trajeron la noticia de que
seiscientos mil de las clases más humildes habían sido echados fuera a través de las
puertas. De los otros, era imposible establecer el número. Dijeron, sin embargo,
que, cuando ya no tenían fuerzas para sacar a los pobres, amontonaban los
cadáveres en las casas más grandes y cerraban las puertas: y que una medida de
trigo se vendía por un talento, y que todavía más tarde, cuando ya no se podía
recoger hierbas, estando la ciudad amurallada, algunos quedaban reducidos a una
angustia tal que rebuscaban en las cloacas y en el estiércol putrefacto del ganado, y
comían la basura; y aquello de lo cual anteriormente se hubiesen alejado asqueados
ahora se convertía en su alimento".
-- Traill´s Josephus, Jewish War, boook v, cap. xii: 3; cap. xiii: 7.
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Cap. 6:9-11. "Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que
habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que
tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero,
no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron
vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta
que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también
habían de ser muertos como ellos".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Esto es más que un
parecido: es identidad. En ambos caso encontramos los mismos querellantes: los
elegidos de Dios; apelan a Él para pedir justicia; en ambos casos, encontramos la
respuesta a la apelación: "Pronto les hará justicia"; en ambos casos encontramos la
escena de sus sufrimientos ubicada en el mismo lugar: "en la tierra" - es decir, la
tierra de Judea. La visión y la parábola ahora se complementan mutuamente la una
a la otra. La visión nos dice la causa del clamor por la venganza, y quiénes son los
que apelan, o sea, los discípulos de Jesús martirizados que han sellado su
testimonio con su sangre. La parábola indica el tiempo en que llegaría la
retribución: - "cuando venga el Hijo del hombre"; y de la misma manera, el hecho
triste de que, cuando la Parusía tuviese lugar, encontraría a Israel todavía
impenitente y todavía incrédula.
Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta ahora
había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6,
encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado
el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres,
pero vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se
hicieron sobre este pasaje en páginas anteriores, será suficiente aquí recapitular la
conclusión a la que se llegó en aquella oportunidad. La afirmación es realmente así:
"Porque, por esta causa, se les llevó un mensaje de consolación aun a los muertos,
para que ellos, aunque condenados en la carne por el juicio de los hombres, vivan
en el espíritu por el juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la vindicación de
los que, por el injusto juicio de los hombres, sufrieron la muerte por la verdad de
Dios; declara que habían sido consolados después de la muerte por la nuevas de
que, por el juicio divino, disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura
ninguna alusión a ninguna transacción de esta clase, excepto en el pasaje que
tenemos delante - la visión del quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente
todos los requisitos del caso. Aquí encontramos "los muertos" - los mártires
cristianos, que habían muerto por la fe; habían sido condenados en la carne por el
injusto juicio de los hombres. Se da a entender manifiestamente que habían
apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a su apelación, se les había
comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les dice que reposen por un
tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que han de ser muertos
como ellos; mientras que se les dan "túnicas blancas", señales de inocencia y
emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena bajo el quinto
sello corresponde exactamente a la alusión de Pedro y a la parábola de nuestro
Señor. Es importante, también, observar el lugar que ocupa esta escena en el drama
380
La Parusía J.S.Rusell 1878
Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto;
y el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre; y
las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos
cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un
pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los
reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo
siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y
decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro
de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día
de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?"
Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la
segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello, y
no bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le
hace el eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una manera
sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la visión de
las siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las visiones culmina
en una catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae destrucción sobre los
impíos y salvación para los justos.
Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible
escena ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con
referencia a los juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay,
pues, lugar para dudar ni por un momento del significado de la visión del sexto
sello; pero, mientras más de cerca se estudie cada símbolo, más claramente se verá
su relación con la gran catástrofe. Este es el "dies irae" - el hmera kuriakh - "el día
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Sin duda, parecerá una objeción a esta explicación el hecho de que la destrucción
de Jerusalén, por terrible que fuese, parece inadecuada como anti tipo de las
imágenes del sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profecía de nuestro
Señor, en que su propia autoridad establece la aplicación de las señales. En
realidad, se aplica a toda la profecía: porque la profecía es poesía, y poesía oriental
también, en la cual las espléndidas imágenes simbólicas son el ropaje del
pensamiento. Además, la objeción se basa en una estimación inadecuada del
verdadero significado y la verdadera importancia de la destrucción de Jerusalén.
Ese acontecimiento no es simplemente un trágico incidente histórico; no debe ser
mirado en la misma categoría que el sitio de Troya o la destrucción de Tiro o de
Cartago. Fue una gran época providencial; el fin de una era; el desenvolvimiento
de un gran período en el gobierno divino del mundo. La catástrofe material no fue
sino la señal externa y visible de una poderosa crisis en el reino de lo invisible y lo
espiritual.
Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos históricos que subyacen estos
símbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternación y el terror
descritos aquí como apoderándose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc.,
están en perfecta armonía con las escenas de los últimos días de Jerusalén como las
describe Josefo. Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [basileiz thz ghz]
se quiere decir los gobernantes de Judea, como podremos mostrar, encontramos que
la descripción profética corresponde maravillosamente a los hechos históricos.
Primero, la escena de la visión ocurre evidentemente en un país en que abundan
las cavernas rocosas y los escondrijos, lo cual, como bien se sabe, son característicos
de Judea. Las colinas de piedra caliza de ese país están literalmente llenas de
cavernas como un panal, que han sido cuevas de ladrones y refugios de fugitivos
desde tiempo inmemorial. Ewald reconoce "que aquí hay una referencia especial a
las peculiaridades de Palestina en cuanto a sus rocas y cavernas, que proporcionan
lugares de refugio para los fugitivos". (Citado por Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas
dos notas, la tierra, y su naturaleza geológica, fijan la ubicación de la escena.
Segundo, es un hecho atestiguado por Josefo que los últimos escondrijos de los
enloquecidos ciudadanos de Jerusalén eran las cavernas rocosas y los pasajes
subterráneos a los cuales huyeron buscando refugio después de la captura de la
ciudad:
"La última esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de
bandidos eran las excavaciones subterráneas, en las cuales no esperaban que se les
buscase si procuraban refugio en ellas. Después del colapso final de la ciudad,
cuando los romanos se hubiesen retirado, se proponían salir y buscar la seguridad
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La Parusía J.S.Rusell 1878
en la huída. Pero, después de todo, esto no fue sino un mero sueño, porque no
pudieron ocultarse de la observación de Dios ni de los romanos".
Aún más notable, si es posible, es el hecho mencionado por Josefo, de que Simón,
uno de los jefes de la rebelión, se ocultó, después de la captura de la ciudad, en uno
de estos escondrijos subterráneos. El incidente es relatado así por el historiador
judío:
"Este Simón, durante el sitio de Jerusalén, había ocupado la parte alta de la ciudad;
pero, cuando el ejército romano había pasado más allá de los muros y estaba
devastando la ciudad entera, Simón, acompañado por sus más fieles amigos, y
algunos picapedreros, con las herramientas de hierro requeridas por ellos en su
oficio, y con provisiones suficientes para muchos días, se dejó caer junto con todo
su grupo en una de las cavernas secretas, y avanzó por ella hasta donde lo
permitían las antiguas excavaciones. Aquí, habiendo encontrado terreno firme, lo
excavaron, con la esperanza de avanzar más lejos, y escapar, emergiendo en un
lugar seguro. Pero el resultado de las operaciones demostró que sus esperanzas
resultaron fallidas. Los mineros avanzaron lentamente y con dificultad, y las
provisiones, aunque administradas, estaban a punto de acabarse.
"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del
terror, se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura,
surgió de la tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo.
Efectivamente, al principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y quedaron
como petrificados; pero después, acercándose más, le exigieron que se identificara.
Simón rehusó hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos corrieron
rápidamente hasta Terencio Rufo, que había quedado al mando del ejército. Vino
Rufo, y después de oír de Simón toda la verdad, le puso en grilletes, y comunicó a
César los detalles de la captura ... Sin embargo, el hecho de haber surgido del
terreno condujo en ese tiempo al descubrimiento, en otras cavernas, de una vasta
multitud de los otros insurgentes. Al regresar César a Cesárea junto al mar, Simón
fue llevado a él en cadenas, y César ordenó que se le retuviera para el triunfo que
se preparaba para celebrar en Roma".
Cap. 7:1-17. "Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos
dela tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento
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alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro
ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran
voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la
tierra yal mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta
que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de
los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel", etc.
Se verá que, en cada catástrofe de este libro de visiones - y cada visión termina con
una catástrofe - hay dos partes, a saber, el juicio inflingido sobre los enemigos de
Cristo y la bendición conferida a sus siervos.
Ahora bien, bajo el sexto sello, donde está localizada la catástrofe de la visión, ya
hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios;
pero la otra parte, la liberación del pueblo de Dios, está representada en el capítulo
que tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que la
seguridad de los siervos de Cristo quede garantizada.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de
Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma
transacción en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de
sus propios días, es muy significativa. (1 Ped. 4:17).
Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro
Señor: "El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y
juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el
otro" (Mat. 24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de aquella
promesa. Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras las
tribus de la tierra están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para
esconderse en las cavernas y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del
ángel convoca al fiel remanente del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día
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Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se
especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular -
"los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos
tienen que representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período
apostólico. Pero, además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que
pertenecen a todas las nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta
clase, pues, tiene necesariamente que representar a la iglesia gentil del período
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La Parusía J.S.Rusell 1878
apostólico; los "incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo
del pacto, llamados a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las
promesas de Dios en Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta
representación implica que el peligro y la liberación simbolizados por el
sellamiento de los siervos de Dios no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La religión
de Jesús de Nazaret era una fe proscrita y perseguida en todo el Imperio Romano
antes de que estallase la guerra judía y se abrogase la economía judía. En
consecuencia, se dice que los redimidos en la visión, "la multitud con vestiduras
blancas", salen de una gran tribulación: una expresión que nos da una pista del
establecimiento del tiempo y de las personas a las que se hace referencia aquí.
Nuestro Señor, cuando predijo el tiempo de aflicción sin paralelo que habría de
preceder a la catástrofe de Jerusalén y de Judea, dice: "Porque habrá entonces gran
tribulación [qliyiz megalh], cual no la ha habido desde el principio del mundo
hasta ahora, ni la habrá", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la afirmación en el episodio:
"Estos son los que han salido de gran tribulación", hay una incuestionable alusión a
las palabras de nuestro Señor. Como apunta Alford, la traducción correcta es:
"Estos son los que han salido de la gran tribulación" [ek thz qliyewz thz megalhz],
siendo el artículo definido sumamente enfático, y la tribulación alude claramente a
la predicción en Mateo 24:21.
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CAPS. 8, 9, 10, 11
Cap. 8:1. "Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por
media hora".
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Cap. 8:7-12. "El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados
con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.
Ahora, los siete ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que las cuatro primeras
trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres restantes. Tienen
algo de indefinido, y los símbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Sin embargo, las tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las
cuatro primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero los símbolos son
menos indefinidos y parecen más susceptibles de una interpretación histórica. Los
juicios bajo las cuatro primeras trompetas están marcados por lo que podemos
llamar un carácter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas - la tercera
parte de los árboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del mar, la tercera
parte de los peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de los ríos, la
tercera parte del sol, la tercera parte de la luna, la tercera parte de las estrellas, la
tercera parte del día, la tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir una
verificación histórica de tales símbolos. Pero las trompetas restantes parecen entrar
más en el dominio de la relaidad y la historia; y, en consecuencia, descubriremos
que la Escritura y la historia contemporánea arrojan mucha luz sobre ellas. Que a
estas últimas trompetas se les atribuye una importancia especial es evidente por el
hecho de que son introducidas por una nota de advertencia: -
Cap. 8:13. "Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo, diciendo a gran
voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de
trompeta que están para sonar los tres ángeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas
observaciones.
Primera, el lector percibirá que el texto águila, no ángel. "Oí a un águila volar por en
medio del cielo". Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un llamativo
paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta. Como águila
viene contra la casa de Jehová, porque traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Segunda, el lector observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así también sucede aquí; gh
debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de Israel. Las
traducciones de gh como tierra, en vez de territorio, y de aiwnby como mundo, en vez
de era, han sido fuentes fructíferas de error y confusión en la interpretación del
Nuevo Testamento. Con singular inconsistencia, nuestros traductores han
traducido a gh, algunas veces como tierra, algunas veces como territorio, en
versículos casi consecutivos, oscureciendo el sentido grandemente. Así, en Lucas
21:23, traducen gh como tierra: "habrá gran calamidad en la tierra" [epi thzghz],
siendo compelidos a restringir el significado en la siguiente cláusula - "e ira sobre
este pueblo". Pero, en el siguiente versículo menos uno, donde se repite la misma
frase - "calamidad epi thz ghz" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que tenemos
delante, los ayes deben entenderse como denunciados, no sobre los habitantes del
globo, sino sobre los de la tierra, esto es, de Judea.
LA QUINTA TROMPETA
Cap. 9:1-12. "El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a
la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y
subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire
por el humo del pozo ... Y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la
tierra ... Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es
Abadón, y en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes
después de esto".
Sobre esta representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel interminable
de interpretaciones alegóricas e históricas de estas langostas que salen del abismo";
pero, aunque limpia el suelo del montón de especulaciones románticas con las
cuales ha sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su lugar.
Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no podemos sino
pensar que el principio de interpretación sobre el cual procedemos, y que tan
obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la
búsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención fija
en un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de tiempo
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La Parusía J.S.Rusell 1878
muy breve, es comparativamente fácil leer los símbolos, y todavía más satisfactorio
marcar su perfecta correspondencia con los hechos.
"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala
generación". (Mat. 12:43-45).
La frase final está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que había
rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en su última etapa de
impenitencia y obstinación, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado
habría de regresar finalmente reforzado por una legión.
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Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así, todo el infierno desatado
sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusalén en un pandemonio, habitación de
demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. (Apoc. 18:2).
LA SEXTA TROMPETA
Cap. 9:13-21. "El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que
tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río
Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la
hora, día, mes, y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número
de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número", etc.
La sexta trompeta es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí vienen
aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada está cercana: están en
camino: "vienen" [ercetai].
Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la precede. Ambas se
refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los
hombres; en ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura,
pero ambas parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la realidad,
y ser susceptibles, en parte al menos, de verificación histórica. El primer incidente
que sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro ángeles
que están atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice Alford:
"Todas las imágenes aquí han sido una crux interpretum en cuanto a quiénes son
estos ángeles, y que se indica por la localidad que se describe aquí". Es en estos
casos cruciales, que desafían la destreza de la mano más hábil para abrir la
cerradura, en que demostramos el poder de nuestra llave maestra. Fijémonos
primero en lo que parece más literal en la visión - "el gran río Éufrates". Eso, por lo
menos, difícilmente puede ser simbólico. Se dice que hay cuatro ángeles atados, no
en el río, sino junto a él [epi tw potamw]. Desatar estos cuatro ángeles libera una
vasta horda de jinetes armados, con las extrañas y antinaturales características
descritas en la visión. ¿Qué es lo verdadero y real que podemos deducir de estas
imágenes altamente elaboradas? ¿Cómo es que estos jinetes vienen de la región del
Éufrates? ¿Cómo es que hay cuatro ángeles atados junto a ese río? Ahora bien, se
recordará que la invasión de langostas vino del abismo del infierno; este ejército
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La Parusía J.S.Rusell 1878
invasor viene del Éufrates. Este hecho sirve para desenmarañar el misterio. El
ejército invasor que siguió a Tito hasta el sitio y la captura de Jerusalén fue traído
en gran medida de la región del Éufrates. Ese río formaba la frontera oriental del
Imperio Romano; y sabemos de cierto que esta frontera era guardada por cuatro
legiones, que estaban estacionadas regularmente allí. Concebimos estas cuatro
legiones como simbolizadas por los cuatro ángeles atados junto al río. "Desatar los
ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos pensar sino que el símbolo
es poético, pues es históricamente verdadero. Pero, se dirá, las legiones romanas no
consistían de caballería. Correcto; pero sabemos que, junto con los legionarios del
Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas auxiliares traídas de esa misma región.
Antíoco de Comágene que, como nos dice Tácito, era el más rico de todos los reyes
que se sometieron a la autoridad de Roma, envió un contingente a la guerra. Sus
dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus, también otro rey poderoso, cuyos
territorios estaban en la misma región, envió una fuerza para cooperar con el
ejército romano a las órdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de estos reyes
orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente de caballería; y es
completamente consistente con la naturaleza de la representación alegórica o
simbólica que en un libro como Apocalipsis estas feroces hordas extranjeras de
jinetes bárbaros asumiesen la apariencia presentada en la visión. Son
multitudinarias, monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, así les parecían a los
miserables "moradores de la tierra" a quienes estaban encargados de destruir. La
invasión puede describirse correctamente en el lenguaje análogo del profeta Isaías:
"Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de lejana
tierra, de lo postrero de los cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para
destruir toda la tierra" (Isa. 13:4,5).
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Finalmente, la correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido
ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos. Se declara que los
cuatro ángeles atados junto al Éufrates, y desatados por el ángel de la sexta
trompeta, han sido preparados, no para una hora, y un día, y un mes, y un año, sino
para la hora, día, mes, y año: es decir, destinados por la voluntad de Dios para una
obra especial, en una coyuntura particular; y en el tiempo señalado, fueron
desatados para cumplir su misión providencial. "La tercera parte de los hombres"
no significa la tercera parte de la raza humana, sino la tercera parte de los
"habitantes de la tierra" (cap. 8:13), sobre los cuales los ayes están a punto de caer.
I. Ahora podríamos haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como en
la visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la introducción de
episodios que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro
de la corriente principal de la narración.
Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con
el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas
de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y
el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo
clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.
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como el sol"; "sus pies como columnas de fuego"; "su voz como la de un león cuando
ruge"; todo esto se parece tan exactamente a la descripción en el cap. 1:10-16 que
apenas es posible llegar a cualquier otra conclusión sino que esta es una
manifestación del Señor mismo.
2. Pero aquí hay una correspondencia aún más notable entre la apariencia y la
acción de este "ángel poderoso" y la descripción que hace Pablo del arcángel en 1
Tes. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios". Aquí hay ciertamente una coincidencia muy singular. 1. El
ángel glorioso de Apocalipsis parece sin duda ser "el Señor mismo". 2. De ambos se
dice que "descienden del cielo". 3. En cada caso, está representado descendiendo
con "aclamación". 4. En cada caso, es la voz del "arcángel". 5. En cada caso, la
apariencia del ángel, o Salvador, está asociada con una trompeta. 6. También, el
momento de esta aparición parece ser el mismo: en Apocalipsis es en la víspera del
toque de la última trompeta, cuando "el misterio de Dios se habrá consumado";
mientras que en la epístola es en vísperas de "la gran consumación", o "el día del
Señor" (1 Tes. 5: 2).
5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel, sino del
arcángel, como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y familiar
para las personas a las cuales escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las Escrituras
alguna alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En ninguna parte,
excepto en este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que Apocalipsis era
conocido para los tesalonicenses, y que Pablo aludía a esta misma descripción.
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7. Por último, que el ángel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no otra
que el Señor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el cap. 11:3: "Y daré
a mis dos testigos que profeticen", etc., donde el que habla es evidentemente una
persona divina, y el mismo "ángel poderoso" que el profeta contempló
descendiendo del cielo.
El profeta, sin embargo, pasa a registrar lo que el ángel hizo y dijo. Con el pie
derecho en el mar y el izquierdo en la tierra, el ángel levanta su mano al cielo, y
jura por el que vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo ni
tregua. Es decir: "El fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar más; el
día de gracia está a punto de concluir; ya no se dará más tregua".
"En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el
misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas".
En otras palabras, la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá
la gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la aparición del arcángel
y el sonar de la séptima trompeta (que introduce la consumación) es sumamente
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En el pasaje que tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de esta
peculiar expresión "evangelizado" [enhggelisen], y en un examen más minucioso,
encontramos una alusión, clara y distinta, a esa misma comunicación hecha a los
muertos, a la que se refiere Pedro. El ángel de la visión jura:
"que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel,
cuando él comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él
lo anunció a sus siervos los profetas".
Aquí la cuestión se presenta sola: ¿Cuándo se hizo este anuncio consolador? Alford
contesta esta pregunta correctamente. En su nota sobre este versículo, dice: "que el
tiempo no sería más", es decir, no intervendría más; en alusión a la respuesta dada al
clamor de las almas de los mártires, cap. 6:11, kai erreqh avtoiz ina anapauswntai
eti cronon mikron. Esta serie entera de juicios anunciados por las trompetas ha sido
una respuesta a las oraciones de los santos, y ahora la venganza está a punto de
tener entero cumplimiento; cronoz ouketi estai: la espera señalada está cerca. Que
este es el significado queda demostrado por el todo en taiz hmeraiz, etc., que
sigue".
Luego, ¿a quién se le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus siervos
los profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap. 6:9, están
representados como "las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios, y
por el testimonio que tenían". Porque, ¿cuál es la función de un profeta? ¿No es la
de declarar la palabra del Señor, y dar testimonio en favor de la verdad? En el
capítulo 6, se les describe como "habiendo sido muertos", la suerte que Jesús
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predijo para sus siervos. "Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas;
y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis" (Mat. 23:34). Jerusalén era notoriamente
asesina de profetas. "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!" (Mat. 23:37).
"No es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc. 13:33). Era la sangre
de estos mártires la que había de ser requerida de "aquella generación", y ahora el
tiempo había llegado.
III. El libro abierto en la mano del ángel (cap. 10:8-11). El ángel poderoso está
representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No se nos informa de su
contenido, pero nos ayuda mucho en la interpretación de este símbolo la
manifiesta correspondencia entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en
Ezequiel 2, 3. En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El rollo en
Ezequiel corresponde al "librito". En la profecía, es "el Señor" quien sostiene el rollo
en la mano, y se lo da al profeta; una confirmación adicional del argumento de que
es el Señor quien, en Apocalipsis, sostiene en librito en su mano. Tanto en la
profecía como en Apocalipsis, el rollo o libro está abierto. En ambos, el rollo o libro
es comido por los profetas; en ambos, "era dulce en la boca" al comerlo. Sólo el
Apocalipsis afirma que se volvió amargo en el vientre; pero podemos inferir que la
misma característica se aplica igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas notables
correspondencias prueban suficientemente que la escena en la profecía de Ezequiel
es el prototipo de la visión en Apocalipsis. Pero el punto principal que debe
observarse es la naturaleza del contenido del librito, y esto podemos establecerlo por
su paralelo en la profecía. El rollo que Ezequiel vio "estaba escrito por delante y
por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes" (Eze. 2:10).
Deducimos, pues, que en ambos el contenido era amargo, porque Juan, como
Ezequiel, era el mensajero de ayes venideros para Israel, y esta misma visión
pertenece a las trompetas de ayes que hicieron sonar la señal del juicio.
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Cap. 11:1,2. "Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se
me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él.
Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido
entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses".
Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con historia
contemporánea, con hechos y cosas que existían en los días de Juan, ese algo lo
proporcionaría el pasaje que tenemos delante. Aquí tenemos evidencia clara y
distinta con respecto al tiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad y el templo de
Jerusalén; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en existencia cuando
el Apocalipsis se escribió, porque la visión que tenemos ante nosotros predice su
destrucción.
¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más infundado, que
interpretar una afirmación como ésta como símbolo de la Reforma Protestante y la
Iglesia de Roma? Tales interpretaciones son en realidad una humillante prueba de
la extravagancia y la credulidad de algunos hombres buenos; pero hacen un daño
incalculable al dar ejemplo de manejar de modo imprudente de la Palabra de Dios,
y hacer pasar las fantásticas especulaciones de los hombres por los verdaderos
pronunciamientos de Dios. No tenemos en absoluto ningún derecho a suponer que
aquí se quiere decir algo más o algo menos que la ciudad literal de Jerusalén y el
templo literal de Dios.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
En tales circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el tema. Que la
vara de medir o el cordel se emplea en la Escritura como emblema de destrucción
es indiscutible, en realidad con más frecuencia que de construcción. Unos pocos
ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que podría
ser la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el Seór su altar,
menospreció su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus
palacios; hicieron resonar su voz en la casa de Jehová como en día de fiesta. Jehová
determinó destruir el muro de la hija de Sión; extendió el cordel, no retrajo su mano
de la destrucción; hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el muro; fueron
desolados juntamente". Nuevamente, en la profecía de Isaías relativa a la
destrucción de Babilonia (cap. 34:11), leemos: "Se adueñarán de ella el pelícano y el
erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de
destrucción, y niveles de asolamiento". El profeta Amós también usa el mismo
emblema (Amós 7:6-9): "He aquí el Señor estaba sobre un muro hecho a plomo, y
en su mano una plomada de albañil. Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós? Y
dije: Una plomada de albañil. Y el Señor dijo: He aquí, yo pongo plomada de albañil en
medio de mi pueblo Israel; no lo toleraré más. Los lugares altos de Isaac serán
destruidos", etc. Otro pasaje muy sugerente ocurre en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto,
así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y
sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos. Y extenderé sobre Jerusalén
el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab". (Véase también Salmos 60:6;
Isaías 28:17).
Se observará que una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera del
templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón está asignado - "ha sido
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La Parusía J.S.Rusell 1878
entregado a los gentiles". El ppasaje dice así: "El patio que está fuera del templo
déjalo fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación.
Sabemos que había una porción de los recintos del templo llamada "el atrio de los
gentiles", pero ese difícilmente puede ser aquél al que se alude aquí, pues sería
extraño decir que el patio de los gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente,
también, que se dice que este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo
sacrílego, algo asociado con la afirmación: "Y hollarán la santa ciudad cuarenta y
dos meses". La razón, pues, de la exención de la medición del patio exterior es
probablemente que el lugar ya estaba profanado; estaba, pues, "dejado fuera",
rechazado, como que ya no era un lugar sagrado; era profano e inmundo, estando
en manos, y aún bajo los pies, de los gentiles.
¿Hay en la historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a estos
hechos? Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aquí el
historiador judío arroja una vívida luz sobre el escenario entero descrito en la
visión. Josefo nos cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo se
convirtió en ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo las diferentes facciones
luchaban por la posesión de esta ventajosa posición; y cómo Juan, uno de los jefes
rebeldes, defendía el templo con su grupo de bandidos llamados zelotes, mientras
Simón, otro cabecilla y rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice cómo la fuerza
idumea, que puede describirse correctamente como perteneciente a los gentiles,
entró en la ciudad amparada por la oscuridad de la noche, durante una distracción
causada por una terrorífica tormenta, y fue admitida por los zelotes, sus
confederados, dentro de los sagrados recintos del templo. Parece que, durante todo
el período del sitio, la ciudad y los atrios del templo estuvieron en posesión de
estos salvajes hombres sin ley de Edom, que llevaban con ellos la rapiña y el
derramamiento de sangre a dondequiera que iban. Fueron ellos los que en esta
ocasión asesinaron vilmente a Ananías y a Josué, dos de los sumos sacerdotes más
eminentes y venerables, un crimen al que Josefo atribuye la subsiguiente captura
de Jerusalén y el colapso de la comunidad judía. (Véase la obra de Traill Josefo,
libro 4, cap. 5, sec. 2).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
vecinos inmediatos de los judíos, viviendo muchos de ellos con los judíos, o al lado
de ellos, en la tierra de Palestina. Samaria era una eqnoz: Así lo eran también
Idumea, Batanea, Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase "todas las naciones" o
"todos los gentiles" se emplea a menudo en este sentido limitado para referirse a
las nacionalidades palestinas. Cuando nuestro Señor envió a los doce en su primer
viaje misionero, y les encargó que no fueran a los gentiles, ni entraran en ninguna
ciudad de los samaritanos, sino que fuesen más bien a las ovejas perdidas de la
casa de Israel, por gentiles no quería decir los griegos, ni los romanos, ni los
egipcios, ni los persas, sino los gentiles de casa, como podemos llamarles, a los
cuales los discípulos podían encontrar sin sobrepasar los límites de Palestina.
Algunas veces, corremos el peligro de ser confundidos por la aplicación de
nuestras modernas ideas geográficas y etnológicas al pensamiento y el lenguaje del
tiempo de nuestro Señor. Las ideas de los judíos eran más provinciales que
ecuménicas: su mundo era Palestina, y para ellos, "las naciones" o "los gentiles" a
menudo no significaba más que sus vecinos más cercanos que vivían en las
fronteras, y a veces dentro de las fronteras, de su propia tierra.
El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía de
nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que
los tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Señor habla
aquí del sitio y la captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión apocalíptica. No
puede ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a que Jerusalén sería
hollada por los gentiles es idéntica en significado al lenguaje de la visión: "Y
hollarán [los gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que referirse al
mismo acto y al mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es el
significado del otro. Puesto que, entonces, la alusión en Apocalipsis es a la violenta
y sacrílega ocupación de Jerusalén y del templo por las hordas de zelotes e
idumeos, llegamos a la conclusión de que nuestro Señor, en su predicción, alude al
mismo hecho histórico.
Pero, si es así, ¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles" en la
predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto generalmente que esta expresión
se refiere a algún período místico de duración desconocida que se extiende
posiblemente a siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha
completado. Pero, si esta interpretación no natural de las palabras ha de aplicarse a
la Escritura, es difícil ver para qué sirve especificar en absoluto algún período de
tiempo. Ciertamente es mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios entender
su lenguaje en el sentido de que tiene algún significado definido. ¿Y si "cuarenta y
dos meses" significa realmente cuarenta y dos meses, y nada más? Los tiempos de los
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La Parusía J.S.Rusell 1878
gentiles sólo pueden significar el tiempo durante el cual Jerusalén estuvo ocupada
por ellos. Ese tiempo se especifica claramente en Apocalipsis como cuarenta y dos
meses. Ahora bien, este es un período del cual se habla repetidamente en este libro
bajo diferentes designaciones. Es los "mil doscientos sesenta días" del versículo
siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la mitad de un tiempo" del cap. 12:14, es decir,
tres años y medio. Ahora bien, es evidente que este espacio de tiempo en la historia
de las naciones sería un punto insignificante; pero, para una chusma tumultuosa y
sin ley, controlar una gran ciudad por tal período sería algo portentoso y terrible.
No es probable que la ocupación de tal ciudad por una turba armada continúe por
edades y siglos: es un estado de cosas anormal que debe terminar prontamente.
Pero esto es exactamente lo que sucedió en los últimos días de Jerusalén. Durante
los tres años y medio que representan con suficiente exactitud la duración de la
guerra de los judíos, Jerusalén estuvo efectivamente en manos y bajo los pies de
una horda de rufianes, a quienes su propio compatriota describe como "esclavos, y
la escoria misma de la sociedad, los espurios y contaminados engendros de la
nación". Se puede decir que la última y fatal lucha comenzó cuando Vespasiano fue
enviado por Nerón, a la cabeza de sesenta mil hombres, a sofocar la rebelión. Esto
ocurrió a principios del año 67 A. D., y en agosto del año 70 A. D., la ciudad y el
templo eran un montón de humeantes ruinas.
Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son
sumamente importantes:
"Cuarenta y dos meses. Después de toda la investigación que he podido llevar a cabo, me
siento obligado a creer que el escritor se refiere a un período literal y definido, aunque no
tan exacto que un solo día, ni siquiera varios días, de variación interfiriese con la meta que
tiene en mente. Es verdad que la invasión de los romanos duró aproximadamente lo que
duró el período mencionado, hasta que Jerusalén fue tomada. Y aunque la ciudad no fue
sitiada por tanto tiempo, la metrópolis en este caso, como en otros innumerables casos en
ambos Testamentos, parece que se refiere al país de Judea. Durante la invasión de Judea por
los romanos, continuó el fiel testimonio de los perseguidos discípulos del cristianismo, hasta
que por fin fueron asesinados. La paciencia de Dios al diferir por tanto tiempo la
destrucción de los perseguidores se demuestra en esto, y especialmente su misericordia, al
continuar advirtiéndoles y reprochándoles. Este es un método de interpretación natural,
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sencillo, y fácil, por decir lo menos, un método que me siento constreñido a adoptar, aunque
no es difícil levantar objeciones contra él".
Cap. 11:3-13. "Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil doscientos
sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos,
sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles
daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a
fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para
convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.
Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra
contra ellos, y los vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la
grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también
nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones
verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y
los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán
regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los
moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu
de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre
los que los vieron. En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres;
y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".
Una de las puebas de una verdadera teoría de la interpretación es que debería ser
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una buena hipótesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del
Apocalipsis, abrirá todas las cerraduras. Si esta visión profética es, como creemos,
la reproducción y la expansión de la profecía en el Monte de los Olivos; y si hemos
de buscar los personajes dramáticos que aparecen en sus escenas dentro de los
límites de los períodos a los cuales se extiende esa profecía, entonces el área de
investigación queda muy restringida, y las probabilidades de descubrimiento
aumentan desproporcionadamente. En la investigación relativa a la identidad de
los dos testigos, quedamos constreñidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de
los datos son lo bastante precisos. Se verá que el período de su profecía antecede al
sonido de la séptima trompeta, esto es, justo antes de la catástrofe de Jerusalén. La
escena de su profecía tampoco se indica oscuramente: es "la gran ciudad, que en
sentido espiritual se llama Sodoma y Gomorra, donde también nuestro Señor fue
crucificado". A pesar de las objeciones de Alford, que en realidad no parecen tener
ningún peso, no puede haber ninguna duda razonable de que Jerusalén es el lugar
que se tiene en mente, según la opinión general de casi todos los comentaristas y
los obvios requisitos del pasaje. La pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que,
viviendo en la comunidad judía y en la ciudad de Jerusalén en los últimos días,
puede encontrarse que responden a la descripción de los dos testigos, como se da
en la visión? Esa descripción es tan marcada y minuciosa que su identificación no
debería ser difícil. Hay siete características principales:
"Los dos testigos, etc. Ninguna solución se ha proporcionado jamás para esta porción de la
profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos individuos - o son simbólicos -
dos individuos considerados como la concentración de principios y características, y esto ya
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sea por sí mismos, o como representantes de hombres que encarnaban estos principios y
estas características ... El artículo toiz parece como si los dos testigos fuesen bien conocidos,
y distintos en sus individualidades. El dusin es esencial a la profecía, y no debe ser
minimizado. Ninguna interpretación que no retenga y no haga resaltar este dualismo, bien
en individuos o en líneas características de testimonio, puede estar en lo correcto".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
1. Santiago
Como hecho real e histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió
en aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo de
Cristo, dotado con los dones de profecía y de milagros, que profetizaba vestido de
cilicio que selló su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de
Jerusalén en los días finales de la comunidad judía. Este era "Santiago, siervo de
Dios, y del Señor Jesucristo".
Veamos cómo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible
concebir una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la ley de
Moisés que el apóstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de Cristo
en Jerusalén. Su residencia habitual, si no su residencia fija, era allí: su relación con
la iglesia de Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de aquellos días tenía
más derecho a ser llamado un Elías. No era un cortesano untuoso, ni un
profetizador de cosas buenas, sino un asceta en sus hábitos, severo y osado en sus
denuncias del pecado, un hombre cuyas rodillas tenían callos, como los de un
camello, a fuerza de mucha oración, cuya impávida integridad y primitiva
santidad le ganaron, aun en aquella malvada ciudad, el apelativo de el Justo: ¿no
era ésta la manera en que se conducía un hombre que "atormentaba a los que
moran en la tierra", y respondía a la descripción de un testigo de Cristo? Todavía
podemos escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que mortificaban a
aquellos hombres orgullosos y codiciosos que "oprimían al obrero en su salario",
reprimendas que predecían la ira que vendría prontamente y que ahora estaba tan
cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán. Habéis acumulado
tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor probabilidad ser nombrado
uno de los testigos-profetas de los últimos días que Santiago de Jerusalén, "el
hermano del Señor"?
"Había necesidad del ministerio de Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo del
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antiguo pacto, era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del
Antiguo Testamento en su forma más pura entre los judíos para hacer la
conversión al evangelio, aun a la hora undécima, tan fácil para ellos como fuese
posible. Pero, cuando no quisieron escuchar la voz de este último mensajero de
paz, se agotó la medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio con
que por tanto tiempo habían sido amenazados. Y así se cumplió la misión de
Santiago. No habría de sobrevivir la destrucción de la Santa Ciudad y el templo.
Según Hegesipo, fue martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d. C.".
2. Pedro
Ahora bien, ¿qué otro apóstol además de Santiago tenía una reconocida conexión
con la iglesia de Jerusalén, habitaba declaradamente en esa ciudad, vivió hasta la
víspera de la disolución del sistema judío, sufrió una muerte de mártir, y la
experimentó en Jerusalén? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada
sugerir el nombre de Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero no es en
absoluto una adivinanza al azar, y solicitamos una franca consideración de los
argumentos a favor de esta sugerencia.
Si la residencia habitual o fija de Pedro era en Jerusalén; que había una relación
íntima, si no oficial, entre él y la iglesia de aquella ciudad; que Pedro estaba en
Jerusalén en la víspera de la revuelta judía: todas estas circunstancias harían muy
probable la suposición de que Pedro era el otro testigo asociado con Santiago.
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Juan apodado Marcos, como es lo más probable, sabemos que su residencia estaba
en Jerusalén, donde su madre tenía una casa. (Hechos 12:12).
16. Si se ve (como esperamos mostrar) que la Babilonia de 1 Pedro 5:
13 es en realidad Jerusalén, será una prueba decisiva de que el lugar habitual de
residencia de Pedro era en esa ciudad. Sin embargo, la evidencia completa de la
identidad de Babilonia con Jerusalén debe quedar en reserva hasta que lleguemos a
la consideración de Apoc. 16 y 17.
17. Una comparación entre las epístolas de Santiago y Pedro muestra que ambas
estaban dirigidas a la misma clase de personas, es decir, los creyentes judíos de la
dispersión. (Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1).
En relación con esta investigación, es muy sugerente encontrar a estos dos
apóstoles habitando en la misma ciudad, relacionados oficialmente con la misma
iglesia, asociados en la misma obra, dirigiéndose a creyentes judíos en tierras
extranjeras, y dando testimonio de las mismas grandes verdades a edad avanzada,
casi al final de sus vidas, y en la víspera de aquella gran catástrofe que enterró la
ciudad, el templo, y la nación en una ruina común.
18. Finalmente, puede afirmarse que, ya sea que estas probabilidades equivalgan o no a
una demostración, no puede mencionarse a nadie que responda más al carácter de
un testigo de Cristo en los últimos días de Jerusalén que Pedro. Por supuesto,
rechazamos como no históricas e inverosímiles las mentirosas leyendas de la
tradición que le asignan un obispado y un martirio en Roma. La impostura ha
recibido sólo un tratamiento respetuoso sólo a manos de críticos y comentaristas.
Es más que tiempo de que sea relegada al limbo de las fábulas, junto con otros
fraudes piadosos de la misma naturaleza. Creemos que ha sido probado que la
residencia declarada de Pedro era Jerusalén. Que vivió hasta el umbral de la
revuelta y la guerra judías es evidente por sus epístolas. Que sufrió una muerte de
mártir lo sabemos por la predicción de nuestro Señor; y en su caso podemos muy
bien decir que se aplicaría el proverbio: "No puede ser que un profeta perezca
fuera de Jerusalén". Al leer sus epístolas, y considerarlas como testimonio de uno
de los dos testigos apostólicos de Cristo en la ciudad condenada a muerte, se
imparte un nuevo énfasis a su misterioso pronunciamiento que anticipa su suerte y
la de su país: "Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero
comienza por nosotros ...". ¡Cuán espantosa la descripción de los tiempos malos y
los hombres malos, al contemplarlos en los últimos días, con sus propios ojos, en
Jerusalén! Aunque el último capítulo fuese el testimonio final del profeta-testigo de
la tierra y la ciudad culpables; el último clamor de advertencia antes de que
estallase la ardiente tormenta de venganza: "El día del Señor vendrá así como
ladrón en la noche", etc. (2 Pedro 3:10).
Ahora veamos hasta qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción
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apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como Santiago y Pedro.
Lo que los antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran para su
propia generación, especialmente para Jerusalén, el principal escenario de sus
vidas y trabajos. El período de su profecía es también notable; es por espacio de
mil doscientos sesenta días, o tres años y medio, representando la duración de la
guerra judía. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su mensaje es de juicio
venidero, la denuncia de la ira de Dios. Se les compara con los dos olivos y los dos
candelabros vistos en la visión de Zacarías: esto es, son "los dos ungidos", sobre
quienes ha sido derramado el Espíritu Santo, los alimentadores y las luces de la
iglesia cristiana, así como Zorobabel y Josué eran los alimentadores y las luces de
Israel en sus días. Son dotados de poderes milagrosos, una característica que no
debe ser justificada, y que se aplicará sólo a testigos apostólicos. Han de sellar su
testimonio con su sangre, y hasta ahora encontramos que Santiago y a Pedro
cumplen perfectamente las condiciones del problema. Estamos seguros de que
ambos fueron mártires de Cristo, y que eso ocurrió en los últimos días de la
comunidad judía.
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avanzar más.
Pero no dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de nosotros, y debe
dejarse que hagan su propia impresión en la mente del lector. No parece posible
resolver el todo por medio de una alegoría. Donde ya hemos encontrado tantos
hechos sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e irrazonable sublimar la
conclusión en una mera metáfora y un símbolo. Por lo tanto, abandonamos el tema
con esta sola observación: Por lo menos cuatro quintos de la descripción de
Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y nadie puede alegar
que el resto no puede ser igualmente apropiado.
Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir, el
enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando hayan
acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá, y los matará". Esta es la primera mención de un ser que ocupa un gran
espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la bestia que sube del
abismo". Aquí es presentada prolépticamente, esto es, por anticipación. Tendremos
mucho que decir en la secuela con respecto a este ser portentoso, y ahora sólo
aludimos al tema para hacer notar el hecho de que, cualquiera que sea el
significado del símbolo, apunta a un poderoso y letal antagonista de Cristo y su
pueblo; y que a este monstruo se le atribuye la muerte de los dos testigos.
Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres;
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No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión, aunque puede ser
así, sino para mostrar cuánto se parecen los símbolos a los hechos históricos reales.
Así termina la visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El segundo
ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".
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LA SÉPTIMA TROMPETA
Cap. 11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo,
que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo;
y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban
sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron
a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que
eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se
airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de
dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre,
a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y el
templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y
hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo".
Ahora llegamos a la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los
otros casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe - un acto de juicio
infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la felicidad de su
pueblo. Nos da mucho gusto citar aquí las observaciones de Dean Alford, que
capta correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de
visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se
reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en
el tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en la
anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es
verdad que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es
en una mera sucesión temporal: la involución y la inclusión son mucho más
profundas", etc.
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El primer resultado es la proclamación del reino de Dios. Este es el gran final hacia el
cual, de una u otra forma, tiende toda la acción de todas las visiones. Es el tema de
toda la profecía; el terminus ad quem de los evangelios, las epístolas, y el
Apocalipsis. El período de la venida del reino está marcado con toda claridad a
través de todo el Nuevo Testamento; está siempre asociado con "el final del
tiempo", o el fin de la dispensación judía [sunteleia tou aiwnoz], la resurrección, y
el juicio. La séptima trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que "el
misterio de Dios" está consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamación de
que el reino de Dios ha venido. El Mesías reina: "Ha puesto a todos sus enemigos
por estrado de sus pies".
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Cap. 12: 1,2. "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol. con
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando
encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento".
Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
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etc., sugiera a primera vista a la Virgen Madre y a su Hijo, que tan pronto nació fue
perseguido por los celos asesinos de Herodes, "que buscó al niño para destruirle",
y que ascendió al trono de Dios. Sin embargo, esta interpretación se derrumba en
seguida, porque es completamente incompatible con las subsiguientes
representaciones de la visión. No hay nada en la historia de María que corresponda
a la persecución de la mujer por el dragón; a su huida al desierto después de la
ascensión de su Hijo; al agua como un río arrojada por la serpiente para destruir a
la mujer, y a la guerra que se hace contra "el resto de la descendencia de ella".
Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está fuera de los límites que
Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo de
acción. No está entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos
retrotraídos para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de Cristo,
no estaríamos sobre terreno apocalíptico. Abandonar este terreno es viajar fuera
del registro, dejar la tierra firme de los hechos históricos, y lanzarnos por el mar sin
orillas de la conjetura, sin brújula y sin estrella.
Los emblemas con los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes ni
extravagantes si recordamos el lenguaje lenguaje con el que el profeta se dirige a
Israel: "Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha
nacido sobre tí", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como el sol,
que la luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con todo lo que se dice en
el Nuevo Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de Cristo.
Cap. 12: 3, 4. "También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón
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escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete diademas; y
su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la
tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de
devorar a su hijo tan pronto como naciese".
3. EL HIJO VARÓN
Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".
Alford afirma que "el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro". Dice
además que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se entienda
literal e históricamente, como el nacimiento que todos los cristianos conocen". Y sin
embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible que se quiera dar
a entender la Bienaventurada Virgen". Estas dos suposiciones son incompatibles, y
se destruyen mutuamente. A primera vista, sí parece natural suponer que se
quiere significar a Cristo, pero una consideración ulterior mostrará que no puede
ser así. Nunca se dice que la iglesia es la madre de Cristo, ni que Cristo es el hijo de
la iglesia. La iglesia es la novia, la esposa, el cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la
madre. Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la iglesia, pero nunca el hijo o el
niño. Él es el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En
una figura así, habría una incongruencia y una impropiedad que repugnan al
sentido de lo correcto.
Creemos que la clave de este símbolo debe encontrarse en el capítulo sesenta y seis
de Isaías, que es la fuente original de la cual se derivan las figuras. Jerusalén está
representada aquí como una mujer en dolores de parto, que da a luz a un hijo
varón (vers. 7, 8): "Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes que le viniesen
dolores, dio a luz hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Concebirá la tierra en un día?
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La Parusía J.S.Rusell 1878
¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz sus
hijos". Es imposible creer que la semejanza entre estos pasajes sea meramente
casual; y recibimos, pues, una gran ayuda en la interpretación de la visión de parte
de las representaciones análogas en la profecía. Así como en la profecía el hijo
varón, o los hijos de Sión, significa los fieles de la tierra o de Jerusalén, así también
el hijo varón nacido de la mujer perseguida en Apocalipsis denota los fieles
discípulos de Cristo en Judea, y hasta en Jerusalén misma. Esta explicación armoniza las
aparentes incongruencias del pasaje, y da un sentido inteligible y razonable a la
representación entera. La iglesia hebreo-cristiana está personificada como la madre
perseguida de un vástago perseguido; ella da a luz a un hijo varón, pero un hijo
varón es también una nación, según las palabras del profeta. Este hijo varón está
destinado a "regir a las naciones con vara de hierro, y es arrebatado para Dios y
para su trono". Estas afirmaciones les parecen a muchos sólo aplicables al Hijo de
Dios mismo; pero, en realidad, en Apocalipsis se afirma que son el privilegio y la
recompensa de todo discípulo fiel: "Al que venciere y guardare mis obras hasta el
fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro" (cap. 2:26,27);
"al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono" (3:21). No es, pues,
injustificable aplicar estas expresiones, por elevadas que sean, a los fieles
discípulos de Cristo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Nuestro Señor advirtió claramente a sus discípulos que, cuando vieran ciertas
señales específicas de la catástrofe que se aproximaba, especialmente cuando
vieran "a Jerusalén rodeada de ejércitos" y "la abominación desoladora en el lugar
santo", debían escapar sin pérdida de tiempo de la sentenciada ciudad, y "huir a las
montañas". Tan apresurada debía ser su huída que hasta debían renunciar a sus
pertenencias y preocuparse sólo por su seguridad personal (Mat. 24:15-18).
También tenemos el testimonio de Josefo de que muchos judíos, al principio de las
hostilidades con Roma, abandonaron Jerusalén como quien abandona un barco
que se hunde. Es presumible que la población cristiana, que había sido advertida
tan expresamente de lo que venía, salieran de la ciudad; y no parece haber razón
para poner en duda el hecho de que, como cuerpo, sí se retiraron, y buscaron
refugio en Perea, más allá del Jordán, un distrito del cual Josefo nos informa que es
generalmente desolado, y podría, por lo tanto, describirse correctamente como "el
desierto".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"el resto de la descendencia de ella", o sea, los discípulos en otras partes de la tierra
o del país.
"Creo que, considerando las analogías y el lenguaje usados, estoy mucho más
dispuesto a interpretar la persecución de la mujer por el dragón como las varias
persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que siguieron a la
ascensión, y su huida al desierto como la retirada gradual de la iglesia y sus
seguidores en Jerusalén y Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a
las montañas durante el sitio que se acercaba, comandados por nuestro Señor
mismo".
Es extraño que, habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan bien
al símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo que sin duda habría
resultado en una luminosa exposición del todo; pero es alejado por el fuego fatuo
de un compendio de historia universal de la iglesia en Apocalipsis, ignorando
inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con referencia al
período muy restringido dentro del cual debían cumplirse sus visiones.
Cap. 12:7-9. "Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no
prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran
dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al
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La Parusía J.S.Rusell 1878
mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él".
No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como las batallas de
Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien como una victoria moral y espiritual
de la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el
pecado y la incredulidad. Hay probablemente una íntima relación entre la
expulsión de Satanás a la que se hace referencia aquí y las palabras de nuestro
Señor a sus discípulos cuando volvieron con su informe de su exitosa misión como
evangelistas: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y
nuevamente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo
será echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez: "Para esto apareció el Hijo de Dios, para
deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8). Traducidos los símbolos al lenguaje
común, parecen significar que el progreso del cristianismo en el país despertó la
hostilidad de Satanás y sus emisarios, y condujo a una persecución más activa de
los discípulos de Cristo.
Cap. 12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la
salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque
ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante
de nuestro Dios día y noche".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda poco tiempo" porque
la consumación está ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer
guerra contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).
4. LA PRIMERA BESTIA
Cap. 13:1-10. "Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus
cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus
pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su
trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su
herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y
adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le
dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar
cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de
su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer
guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu,
pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos
nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en
cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto.
Aquí está la paciencia y la fe de los santos".
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Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es estaqh [él se
paró], es decir, el dragón. Esto no carece de importancia. El dragón, frustrado en su
intento de destruir a la mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar,
buscando con los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su servicio.
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1. Nadie le disputará el título de "bestia". Si hombre alguno mereció alguna vez ese
nombre, fue el monstruo brutal que desgració a la humanidad con sus notorias
crueldades y notorios crímenes. Pablo le aplica una designación similar: "Fui
librado de la boca del león" (2 Tim. 4:17).
2. La expresión "surge del mar" probablemente quiere decir que la bestia es una
potencia extranjera. Debemos considerarla desde un punto de vista judío; y en
Judea, Nerón sería, por supuesto, un soberano de más allá del mar.
3. Las siete cabezas y los diez cuernos coronados de la bestia son los símbolos de su
poder plenario y dominio universal.
4. Los nombres de blasfemia inscritos en sus cabezas significan la asunción de las
prerrogativas de la deidad.
5. La unión de las características de las cuatro bestias en la visión de Daniel indica que
el dominio de la bestia abarca los reinos representados en aquella visión.
6. La posesión del poder delegado por el dragón implica el sometimiento de la bestia
a los intereses de Satanás. Ella es la delegada del dragón.
7. El que una de sus cabezas fuese herida de muerte implica el violento fin del
individuo simbolizado por la bestia.
8. Se cae de su peso que el emperador romano recibiría el homenaje del mundo
entero, y que se le rendiría culto idólatra.
9. La historia nos cuenta que Nerón fue el primero de los emperadores que persiguió
a los cristianos.
10. La duración de aquella primera y encarnizada persecución concuerda con el
período de cuarenta y dos meses, o tres años y medio, mencionados en la visión.
(Si adoptamos la lectura del Codex Sinaiticus, "se le dio que hiciera su voluntad
por cuarenta y dos meses", implicaría evidentemente que su cruel política de
persecución estaría limitada a ese período. Ahora, en términos prácticos, la
persecución por Nerón comenzó en noviembre del año 64 d. C., y terminó con su
muerte en junio del año 68 d. C., esto es, con la mayor aproximación posible, tres
años y medio).
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EL NÚMERO DE LA BESTIA
Juan no escribía a los romanos, ni en latín, así que la primera forma puede ser
hecha a un lado en seguida. Sin embargo, escribía en griego, y para lectores bien
familiarizados con el idioma griego, aunque la mayoría de ellos eran
probablemente de sangre judía. Es probable que la mayoría de ellos pronunciarían
el temido nombre en seguida e instintivamente. En ese caso, se sentirían
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Pero si eso hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habría estado en la
superficie, patente y palpable para el más lerdo entendimiento. No se requeriría ni
sabiduría ni entendimiento para leer el enigma. El lector no debe intentar otro
método. Juan era hebreo, y aunque escribía en caracteres griegos, sus
pensamientos eran hebreos, y la forma hebrea del nombre y el título imperial le
eran familiares a él y a sus amigos hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de
Judea. Podría no ocurrírsele de modo natural al lector reflexivo calcular el valor de
las letras que expresaban el nombre del emperador en hebreo. Y el secreto sería
revelado:
N = 50 Q = 100
R = 200 S = 60
W=6 R = 200
N = 50
306 +360 = 666.
Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del
hombre que, de entre todos los que entonces vivían, merecía mejor ser llamado una
bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el título de
dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos del Altísimo; en suma,
que respondía en todos los detalles a la descripción de la visión apocalíptica. Si se
preguntase: ¿Por qué envolvería el profeta su significado en enigmas? ¿Por qué no
nombraría expresamente al individuo al que se refería? Primero, Apocalipsis es un
libro de símbolos: todo en él se expresa en imágenes, que necesitan ser traducidas
al lenguaje corriente. Pero, en segundo lugar, no sería seguro hablar más
claramente. Expresar abiertamente el nombre del tirano, después de describirle y
designarle de la manera expresada en Apocalipsis, habría sido precipitado e
imprudente en extremo. Como Pablo cuando describió al "hombre de pecado",
Juan vela su significado bajo un disfraz, que los paganos griegos o romanos no
discernirían, pero que los instruídos cristianos de Judea o de Asia Menor
entenderían en seguida.
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5. LA SEGUNDA BESTIA
Cap. 13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del
cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con
las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los
moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de
espada y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que
la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos,
pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en
la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el
que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre".
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bestia.
Al examinar estas características, se hace perfectamente claro que tenemos que
buscar el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de carácter similar al del
mismo monstruo Nerón. Evidentemente, él es el alter ego del emperador, aunque
sus proporciones ocurren en menor escala.
1. El hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera bestia surge del mar,
denota que la segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea,
mientras que la otra es una potencia extranjera.
2. El hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero, mientras que la primera
bestia tiene diez, denota que su esfera de gobierno es pequeña, y que su poder es
limitado en comparación con el otro.
3. El hecho de que hable como dragón, o como serpiente, denota su carácter astuto y
engañoso.
4. El hecho de que esté investido de la autoridad de la primera bestia indica que él es
el representante oficial y el delegado de Nerón en Judea.
En este punto se nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador
romano o el gobernador de Judea a las órdenes de Nerón, y el gobernador
particular hay que buscarlo en o cerca del estallido de la guerra judía; y aquí la
historia de la época arroja muchísima luz sobre la investigación.
Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala pre-eminencia del
original de esta descripción de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada uno
de ellos fue un monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que
primero. Antes de que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos tenían a Albino por
el peor gobernador que jamás les había pisoteado con su opresión. Después de que
llegó Gesio Floro, consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en comparación.
Floro fue un bellaco digno de estar al lado de Nerón: un esclavo digno de tal amo.
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"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su
cumplimiento literal. La imagen de César, que los hombres eran obligados a
adorar, estaba por todas partes: era delante de ésta que los mártires cristianos eran
puestos a prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración ...
"Si se dice, como objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la
bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo, en
el cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia misma,
así que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el
momento, sería la imagen del emperador reinante".
Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto
más notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que
tenemos delante:
"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de
reverencia religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv. 4.71),
y la adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos tiempos
(haciendo a un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos genuinos
en el mundo civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado, y la
adoración a Cristo, por la otra".
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Cap. 14:1-13. "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de
Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su
Padre escrito en la frente". Etc.
Esta porción de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay un
agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragón y el
Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de
que los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre
inscrito en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las
tribus de los hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los cuales
se alude en el capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de Judea,
posiblemente de Jerusalén, y están representados como de pie con el Cordero sobre
el Monte de Sión, redimidos, triunfantes, glorificados; ya no están expuestos al
peligro y a la muerte, sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por supuesto, la
representación es proléptica - una anticipación de lo que ahora eera inminente; de
hecho, una repetición de la gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-17. ¿Es posible
creer que el autor de la Epístola a los Hebreos no tuviera en mente esta visión
cuando escribió aquel noble pasaje: "Os habéis acercado al monte de Sión, a la
ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial", etc.? Los puntos de semejanza son tan
marcados y tan numerosos que no pueden ser accidentales. La escena es la misma:
el monte de Sión; los mismos personajes dramáticos; "la congregación de los
primogénitos, que están inscritos en el cielo", que corresponde a los ciento cuarenta
y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la epístola se les llama "la congregación
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de los primogénitos"; la visión explica el título: son "las primicias para Dios y para el
Cordero"; los primeros conversos a la fe de Cristo en la tierra de Judea. En la
epístola se les designa como "los espíritus de los justos hechos perfectos"; en la
visión son "los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes; en sus
bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios".
Tanto en la visión como en la epístola, encontramos "la innumerable compañía de
los ángeles" y "el Cordero", por medio de quien se obtuvo la redención.
Resumiendo, queda más allá de toda duda razonable que, puesto que no puede
suponerse que el autor de Apocalipsis haya tomado su descripción de la epístola,
el autor de la epístola debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de
Apocalipsis.
Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios
sobre todos los adoradores de ídolos:
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En agudo contraste con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a los
fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe
de Jesús".
Cap. 14:13. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de
aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Todo esto indica claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay, sin
embargo, una expresión en la última cita que requiere una explicación, es decir, el
anuncio con respecto a la bienaventuranza de los muertos que mueren en el Señor
de aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [ap arti] es la palabra enfática en la
oración, y debe tener un significado importante. No es simplemente que los
muertos en Cristo están seguros y felices, sino que, desde y después de cierto
período específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos los que de
aquí en adelante mueren en el Señor.
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Este importante pasaje sería totalmente inexplicable a no ser por la luz que sobre él
arrojan Heb. 4:1-11; 11:9,10,13,39,40.
Cap. 14:14-20. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la
mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la
nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda.
Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al
que tenía la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la
tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y
vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y
fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de
los caballos, por mil seiscientos estadios".
Ahora llegamos a la séptima y última de las figuras místicas de las cuales consiste
esta cuarta visión, y al desenlace, donde podemos esperar encontrar la catástrofe
del todo. Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado más
claramente que la catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan
evidente en sí misma que difícilmente podría malinterpretarse.
La escena comienza con la aparición de "uno semejante al Hijo del Hombre sentado
en una nube blanca", que tenía una corona de oro sobre su cabeza y una hoz aguda
en su mano. El arma que sostiene es el emblema de la transacción que está a punto
de tener lugar. Es el tiempo de la siega, porque "la mies de la tierra está madura. Y
el que estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada".
No es posible malinterpretar este acto. Tenemos el borrador original del cuadro en
la parábola de nuestro Señor sobre el trigo y la cizaña. "Al tiempo de la siega [el fin
del tiempo, sunteleia tou aiwnoz], diré a los segadores: Recoged primero la cizaña,
y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero" (Mat.
13:30).
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esta transacción judicial final en dos partes - la cosecha del trigo y la vendimia,
excepto sólo en la transposición del orden de los sucesos. La cosecha corresponde a
la siega del trigo y su depósito a buen recaudo en el granero; en otras palabras, es
el cumplimiento de la predicción: "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y
juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos" (Mat. 24:31-34), un acontecimiento
que debía tener lugar antes de que pasara aquella generación. La destrucción de la
cizaña corresponde a la "vendimia de la tierra". Se observará que la vendimia es
por completo de naturaleza destructiva. Así como la "siega de la tierra" denota la
salvación del fiel pueblo de Dios, así también la "vendimia de la tierra" denota la
destrucción de sus enemigos. Vale la pena notar que, mientras que el Hijo del
Hombre es representado por el segador, el ángel de la visión es el agente en la
vendimia de la vid. Apenas es necesario señalar cuán peculiarmente encajan las
imágenes en la última e impresionante escena. "La vendimia de la tierra" es Israel,
según el bien conocido emblema de Salmos 80:8. "Hiciste venir una vid de Egipto",
etc. Ahora ha llegado la vendimia, porque "sus uvas están maduras"; es decir, la
nación está madura para el juicio. El ángel comisionado para destruir no recoge los
racimos, sino que corta la viña misma, y la arroja entera "en el gran lagar de la ira
de Dios". El lagar es pisado; y esto es representado como teniendo lugar fuera de la
ciudad, como se quemaba la ofrenda por el pecado fuera del campamento, y como
se ejecutaba al criminal fuera de la puerta, siendo maldito (Heb. 13:11-13). Sale
sangre del lagar, y en un torrente tan grande, que es como un río desbordado, que
alcanza hasta los frenos de los caballos, y hasta una distancia de "mil seiscientos
estadios".
Éste es un símbolo terrible, pero casi literal en su verdad histórica. Fue un pueblo
el que fue "pisado" en la furia de la ira divina. ¿Cuándo hubo jamás un mar de
sangre como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de
Tito? La carnicería, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales de
la guerra. Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar de la
ira de Dios. Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: "Como lagar
ha hollado el Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay hechos, así como
símbolos, en la horrorosa escena que representa la caballería invasora como
nadando en sangre hasta los frenos de los caballos; y hay probablemente una
alusión a la extensión geográfica de Palestina en los "mil seiscientos estadios", así
que podemos considerar la descripción simbólica como equivalente a la afirmación
de que, desde un extremo hasta el otro, el territorio estaba inundado de sangre.
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Caps. 15, 16
Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las
siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".
Se verá en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visión de las
siete copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente, una
repetición y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y asumen
sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias adicionales
introducidas en la visión de las siete copas, pero la semejanza entre las dos visiones
es todavía tan impresionante que fuerza en la mente la convicción de que ambas se
refieren a los mismos sucesos históricos.
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3. Afecta los ríos y las fuentes de las 3. Afecta los ríos y las
aguas. fuentes de las aguas.
Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9)
afectan al mundo natural - la tierra, el mar, los ríos, el sol. Todos ellos son
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Como la sexta trompeta, la sexta copa actúa sobre el gran río Éufrates (ver. 12),
cuyas aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora nos
acercamos a la gran catástrofe. En la visión de la sexta trompeta, vemos una
innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visión de la sexta copa,
vemos "tres espíritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del
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dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de los
poderes de las tinieblas salen a congregar los ejércitos de "los reyes del mundo
entero" para reunirlos para la gran guerra del "gran día del Dios Todopoderoso".
Traducido a términos históricos, este símbolo representa la mobilización de las
fuerzas del Imperio y de los reyes de las naciones vecinas para la guerra contra los
judíos. El secamiento del Éufrates parece indicar claramente que es cruzado con
facilidad y rapidez, y esto, considerado en relación con el símbolo correspondiente
bajo la sexta trompeta, es decir, la liberación de los cuatro ángeles atados en el
Éufrates, apunta a la retirada de las tropas de ese cuadrante para la invasión de
Judea. Sabemos que este es un hecho histórico. No sólo las legiones romanas de la
frontera del Éufrates, sino también los reyes auxiliares cuyos dominios estaban en
esa región, como Antíoco de Comágenes y Soemo de Sofena, más propiamente
designados "reyes del oriente", siguieron a las águilas de Roma al sitio de
Jerusalén. El nombre dado al conflicto que se aproximaba establece decisivamente
el suceso al que se hace referencia: es "la batalla" o "la batalla de aquel gran día del
Dios Todopoderoso", una expresión que equivale al "día grande y terrible de
Jehová". Que este día había llegado queda indicado claramente por la advertencia
en el versículo 15: "He aquí, vengo como ladrón". Además, el escenario del
conflicto, "Armagedón" - un nombre que está asociado a uno de los días más
negros y desastrosos de la historia de Israel, la llanura de Megido, emblema de
derrota y matanza - está situada en territorio judea. Ese nombre de mal augurio
habría de ser tipo de aquel campo de sangre en el que Israel estaba condenado a
perecer como nación.
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"Por admirables que fuesen las máquinas construidas por todas las legiones, las de
las décima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder y sus
catapultas de mayor tamaño, y con ellos mantenían a raya, no sólo a los
contraatacantes, sino también a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del
peso de un talento, y tenían un alcance de cuatrocientos metros o más. El impacto,
no sólo en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los que estaban
batstante más allá de esta distancia, era irresitible. Sin embargo, al principio los
judíos podían protegerse de las piedras, pues su aproximación era indicada, no
sólo al oído por el silbido que se oía, sino también a la vista, por el color, pues eran
blancas y brillantes. En consecuencia, los judíos tenían centinelas apostados en las
torres, que avisaban cuándo la máquina era disparada y la piedra lanzada,
gritando en su idioma nativo: "Viene el hijo", a lo cual aquellos a los que eran
dirigidas estas palabras se separaban y se arrojaban al suelo antes de que las
piedras les alcanzasen. Sucedía así que, debido a estas precauciones, la piedra caía
sin hacer daño. Entonces, se les ocurrió a los romanos ennegrecer las piedras;
apuntando con mayor cuidado, derribaban a muchos judíos con una sola descarga,
pues las piedras ya no eran fácilmente distinguibles cuando se aproximaban".
Josefo, Guerras Judías, libro v., cap. vi. 3.
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De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visión como un
todo, ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e
indicando así la importancia pre-eminente de su contenido.
La visión es introducida por un corto prefacio o prólogo (cap. 17:1,2). Uno de los
ángeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera que
se sienta sobre muchas aguas". La visión se ve en "el desierto". El profeta ve a una
mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y
teniendo siete cabezas y diez cuernos. La mujer está lujosamente ataviada con
túnica de púrpura y escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene en
la mano una copa de oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su
fornicación". En la frente de esta figura visionaria hay una inscripción: "Misterio,
Babilonia la grande, la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra". Se
dice, además, que está "ebria con la sangre de los santos, y con la sangre de los
mártires de Jesús". Luego, el ángel-intérprete procede a revelar al asombrado
profeta el significado de la aparición. Identifica a la bestia de esta visión con la
primera bestia descrita en el capítulo 13, cuyo número es seiscientos sesenta y seis,
añadiendo detalles adicionales a la descripción, algunos de ellos de un carácter
muy oscuro. Declara que la mujer, o la ramera, es "la gran ciudad que reina sobre
los reyes de la tierra". En el siguiente capítulo (18), se describe la caída de Babilonia
la grande, o la ciudad ramera, con lenguaje de gran poder y belleza. Esto es
seguido, en el cap. 19, por la celebración en el cielo del triunfo sobre Babilonia, lo
que ocasión para introducir anticipadamente las nupcias del Cordero, que se
aproximan; después de lo cual hay una descripción de la victoria del divino
Campeón, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el falso profeta, y los
reyes de la tierra". En el capítulo 20, el dragón, el cabecilla de la gran confederación
contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado en el abismo por un
período de mil años. La visión luego termina con una gran catástrofe, un solemne
acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes, comparecen de pie delante
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de Dios, y son juzgados según sus obras. Tal es el rápido bosquejo de los contornos
de esta magnífica visión.
1. Hay una presuposición a priori, del tipo más fuerte, contra la idea de que Roma es la
Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun con respecto a la
Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma papal. El propósito
mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma sea representada como uno de
los personajes dramáticos. La idea fundamental del Apocalipsis, como hemos
tratado de demostrar, es la Parusía próxima y el juicio de la nación culpable, que la
acompañaba. Roma, la pagana o la cristiana, queda completamente fuera del
campo de visión apocalíptico, que está limitado a "las cosas que deben suceder
pronto". Divagar por todas las épocas y todos los países en la interpretación de
estas visiones queda absolutamente prohibido por las expresas y fundamentales
limitaciones establecidas en el libro mismo.
2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia al
Apocalipsis en Jerusalén. Este hecho debería ser la figura central en el cuadro, si
nuestro punto de vista sobre el diseño y el tema del libro son correctos. Si
Apocalipsis es sólo la reproducción y la expansión de la profecía de nuestro Señor
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La Parusía J.S.Rusell 1878
en el Monte de los Olivos, profecía que se ocupa principalmente del cercano juicio
de Israel y de Jerusalén, podemos encontrar lo mismo en Apocalipsis; y es tan
irrazonable buscar a Roma en Apocalipsis como buscarla en la profecía de nuestro
Señor en el Monte.
3. Merece especial atención el hecho de que en Apocalipsis hay dos ciudades, y sólo
dos, que son mencionadas de manera prominente y por nombre por medio de una
representación simbólica. Cada una es la antítesis de la otra. Una es la
personificación de todo lo que es bueno y santo, la otra es la personificación de
todo lo que es impío y maldito. Conocer a cualquiera de las dos es conocer la otra.
Estas dos ciudades en contraste son la nueva Jerusalén y Babilonia la grande.
No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva
Jerusalén: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en luz.
Pero, entonces, ¿cuál es la antítesis correcta de la nueva Jerusalén? Ciertamente, no
puede ser otra que la antigua Jerusalén. En realidad, esta antítesis entre la antigua
Jerusalén y la nueva la traza Pablo para nosotros tan claramente en la Epístola a los
Gálatas, que nos pone en la mano la clave para la interpretación de este símbolo en
Apocalipsis. El apóstol contrasta la Jerusalén "que ahora es" con la Jerusalén que
habría de ser: la Jerusalén que está en esclavitud con la Jerusalén que es libre: la
Jerusalén de abajo con la Jerusalén de arriba (Gál. 4:25,26). Tenemos una antítesis
similar en la Epístola a los Hebreos, donde "la ciudad que tiene fundamentos" es
contrastada con la "ciudad sin continuidad"; la ciudad "cuyo constructor es Dios"
con la ciudad de creación humana; "la ciudad del Dios viviente" o la "Jerusalén
celestial" con la Jerusalén terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la misma manera,
tenemos la antítesis entre estas dos ciudades presentada clara y ampliamente en
Apocalipsis, siendo una la ramera, y la otra la novia, la Esposa del Cordero.
Estos paralelos o contrastes sólo tienen que ser presentados a los ojos para que
hablen por sí mismos:
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5. Vale la pena observar que en Apocalipsis hay un título que se le aplica a una ciudad
en particular por excelencia. El título es "la gran ciudad" [h poliz megalh]. Es claro
que es siempre la misma ciudad que es designada de este modo, a menos que
expresamente se especifique otra. Ahora bien, la ciudad en que los testigos son
asesinados es designada expresamente con este título, "aquella gran ciudad", y se le
aplican los nombres de Sodoma y Egipto; además, es identificada particularmente
como la ciudad "donde también nuestro Señor fue crucificado" (cap. 11:8). No
puede haber ninguna duda razonable de que esto se refiere a la antigua Jerusalén.
Entonces, si "la gran ciudad" del cap. 11:8 significa la antigua Jerusalén, se deduce
que "la gran ciudad del cap. 16:8, llamada también Babilonia, y "la gran ciudad" del
cap. 16:19 debe significar igualmente Jerusalén. Mediante un razonamiento
paralelo, "aquella gran ciudad" [h poliz h megalh] en el cap. 17:18 y en otros
lugares, tiene que referirse también a Jerusalén. Es una mera suposición decir,
como dice Dean Alford, que Jerusalén nunca es llamada por este nombre. No hay
nada de inapropiado, sino todo lo contrario, en que se le aplique tal título
distintivo a Jerusalén. Para un israelita, era la ciudad real, con mucho la ciudad de
mayor importancia de la tierra, la única ciudad que correctamente podría ser
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designada así; y nunca debe olvidarse que las visiones de Apocalipsis deben ser
consideradas desde un punto de vista judío.
6. En la catástrofe de la cuarta visión (la de las siete figuras místicas), el juicio de Israel
es simbolizado por la pisadura del lagar. También se nos dice que "el lagar fue
pisado fuera de la ciudad" (cap. 14:20). Puesto que la vid de la tierra representa a
Israel, como indudablemente lo hace, se deduce que "la ciudad" fuera de la cual las
uvas son pisadas debe ser Jerusalén. La única ciudad mencionada en el mismo
capítulo es Babilonia la grande (ver. 8), que por lo tanto debe representar a
Jerusalén. Es inconcebible que la vid de Judea sea pisada fuera de la ciudad de
Roma.
7. En el cap. 16:19 se dice que "la gran ciudad" es dividida en tres partes por un
terremoto sin precedentes que se menciona en el ver. 18. ¿Cuál gran ciudad?
Evidentemente, Babilonia la grande, de la cual se dice que viene en memoria
delante de Dios. Posiblemente la división de la ciudad no tenga ninguna
importancia especial más allá de ilustrar el desastroso efecto del terremoto, sino
más probablemente es una alusión a la figura empleada por el profeta Ezequiel al
describir el sitio de Jerusalén. (Eze. 5:1-5). Al profeta se le ordena tomar los cabellos
de su cabeza y los pelos de su barba, y, dividiéndolos en tres partes, quemar una
con fuego, cortar otra con un cuchillo, y esparcir la tercera a los cuatro vientos,
desenvainando una espada en pos de ellos; sólo unos pocos cabellos debían ser
preservados y atados en la falda de su manto. Luego sigue la enfática declaración:
"Así dice Jehová el Señor: Esta es Jerusalén". Es apropiado que en una profecía tan
llena de símbolos como la de Ezequiel busquemos luz en los símbolos de
Apocalipsis.
No es necesario decir cuán vívidamente representa esta división tripartita de la
ciudad la suerte de Jerusalén en el sitio de Tito. Apenas es posible imaginar una
descripción más apropiada del hecho histórico real que el resumido en el versículo
doce del mismo capítulo: "Una tercera parte de ti morirá por pestilencia y será
consumida de hambre en medio de ti; y una tercera parte caerá a espada alrededor
de ti; y una tercera parte esparciré a todos los vientos, y tras ellos desenvainaré
espada".
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EZEQUIEL 16 - CONTENIDO
Así pues, tenemos evidencia decisiva de que la culpa característica de Jerusalén era
el pecado que se conoce en las Escrituras como adulterio espiritual; una ofensa que
no se le podía imputar a Roma, porque ésta no tenía la misma relación con Dios
que tenía Jerusalén. Es a Jerusalén, y sólo a Jerusalén, a la que se le aplica el
desgraciado epíteto, con melancolía uniforme, peculiar y pre- eminentemente, de
"ciudad ramera".
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Pero el objetor debe haber supuesto que, si la identidad de la ciudad fuese tan
evidente, difícilmente habría sido correcto anteponer a la explicación las
significativas palabras: "Esto para la mente que tenga sabiduría"; es decir, se
requiere sabiduría para entender la interpretación de la visión. Esta explicación es
demasiado superficial para que sea correcta.
"La ciudad misma está soberbiamente emplazada, como una reina, sobre los montes,
con los profundos valles y los montes alrededor de ella para protegerla".
Sin embargo, si todavía el literalista exige que la Babilonia mística tenga el número
completo de colinas, Jerusalén tiene tanto derecho como Roma para asentarse
sobre siete colinas. Además de las bien conocidas colinas de Sión, Moria, Acra,
Bezeta, y Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra altura, y había otra
prominencia rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande había construido las
torres de Hípico, Fasalo, y Mariamne. (Véase a Zuellig sobre El Apocalipsis, Stud.
und Krit. para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar siete colinas en Jerusalén;
aunque debe admitirse que Josefo habla sólo de cuatro, o a lo mucho, de cinco.
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Por lo que concierne al título "la gran ciudad" [h poliz h megalh], hemos
demostrado que en realidad se aplica a Jerusalén en varios pasajes de Apocalipsis
(cap. 11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judíos, era la gran ciudad, y con justa razón.
Hay un pasaje notable en Josefo, en que éste informa sobre el discurso de Eleazar,
el valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a sus hombres a
destruirse a sí mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes que rendirse a los
romanos:
"¿Dónde, está, pues", dijo él, "aquella gran ciudad, la metrópolis de la nación entera
de los judíos, protegida por tantas murallas circundantes, asegurada por tantos
fuertes, y por la enormidad de sus torres, que con dificultad podía contener sus
pertrechos de guerra, y cuyas guarniciones consistían de tantas miríadas de
defensores? ¿Qué fue de aquella ciudad nuestra en la cual se creía que habitaba
Dios mismo? Arrancada de sus fundamentos, fue barrida, quedando de ella sólo
un recuerdo, y estando el campamento de sus destructores plantado en sus ruinas
todavía".
Este pasaje acaba en seguida con la objeción de que el título de "aquella gran
ciudad" no es aplicable a Jerusalén.
Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha
engañado a muchos es la traducción errónea "los reyes de la tierra" [basileiz thz
ghz]. Una fuente muy fructífera de confusión y error en la interpretación del
Nuevo Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en
nuestra Versión Autorizada [en inglés - Ed.] Algunas, aunque raras veces, aparece
con su traducción correcta, el territorio; pero más frecuentemente ha sido traducido
como la tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el trabajo de
averiguar si la palabra debe tomarse en su sentido más amplio o en un sentido más
restringido. Con increíble descuido, traducen pasai ai fulai thz ghz como "todas las
tribus de la tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y h ampeloz thz ghz
como "la viña de la tierra" en vez de "la viña del territorio", así que, en el pasaje que
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tenemos delante (cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debería ser "los reyes del
territorio", es decir, Judea o Palestina. Esta misma frase la usa Pedro en el Nuevo
Testamento, en Hechos 4:26,27, con el sentido restringido de "los reyes del
territorio" [en inglés - Editor]: "Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad
contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los
gentiles y el pueblo de Israel", etc., y reconoce este hecho como cumplimiento de la
predicción en el Salmo 2: "¿Por qué se amotinan la gentes, y los pueblos piensan
cosas vanas? Se levantarán los reyes del territorio [oi basileiz thz ghz] y los príncipes
consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido". Los "reyes del territorio",
pues, son identificados por el apóstol Pedro como los gobernantes confederados
que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad de Jerusalén. Así también ocurre en
Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio" [oi basileiz thz ghz] son representados
como ocultándose de la ira de Aquél que está sentado en el trono, en el gran día de
su ira. La frase, pues, equivale a "la autoridades gobernantes en el territorio de
Judea" o de Palestina.
Así interpretada, la descripción de Babilonia la grande como que "reina sobre los
reyes del territorio" se vuelve perfectamente apropiada para Jerusalén. Esto se ve
por el lenguaje con el cual tanto las Escrituras como otros escritos hebreos hablan
de la autoridad y la preeminencia de aquella ciudad. Por ejemplo, el profeta
Jeremías describe a Jerusalén como "la que era grande entre las naciones, ha venido
a ser la señora de provincias" (Lam. 1:1), lenguaje que es plenamente equivalente a
"aquella gran ciudad que reina sobre los reyes del territorio". Nuevamente, si una
ciudad tan pequeña como Belén pudo ser llamada "no la más pequeña entre los
príncipes de Judá" (Mat. 2:6), seguramente de la ciudad metropolitana podría
decirse correctamente que "reinaba sobre los príncipes o gobernantes del
territorio". Pero el lenguaje que Josefo emplea cuando habla de este tema justifica
plenamente la descripción apocalíptica de Jerusalén.
"Judea", nos cuenta, "alcanza en anchura desde el río Jordán hasta Jope. En su
mismo centro está la ciudad de Jerusalén, por cuya causa algunos, no sin razón,
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han llamado a aquella ciudad 'el ombligo' del país. Judea está dividida en once
jurisdicciones (toparquías), de las cuales Jerusalén, como asiento de la realeza, es
suprema, exaltada por encima de toda la región adyacente, como la cabeza lo está sobre el
cuerpo".
Este lenguaje equivale a la expresión "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes
o gobernantes del territorio".
"La esencia de la idolatría era profanación de Dios: de esto los judíos eran
culpables en alto grado. Habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones".
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no puede perecer ningún profeta - que disfruta del infame monopolio de asesinar a
los mensajeros de Dios? Jerusalén. La sangre de los santos y de los profetas es la
mancha inmemorial sobre Jerusalén; la marca del asesino está estampada en su
frente; y la generación que crucificó a Cristo es descrita por Él como "hijos de
aquellos que mataron a los profetas", y "llenaron la medida de sus padres" (Mat.
23:30-32).
No es sin razón, por tanto, que a los apóstoles y profetas se les invita a regocijarse
por la caída de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo el altar hacía
mucho que habían clamado: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y
vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se habían consolado con el
mensaje: "para que descansasen un poco de tiempo, hasta que se completara el
número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos
como ellos", luego "Dios vengará pronto a sus escogidos". Y ahora el día de la
venganza, el año de sus redimidos, ha llegado.
¿Puede alguna prueba ser más concluyente que es Jerusalén, la asesina de los
profetas, la que se describe aquí -- que Jerusalén es la Babilonia del Apocalipsis?
Cuán exacta es la correspondencia entre la predicción de nuestro Señor en Lucas
11:49-51 y su cumplimiento en Apoc. 18:24:
"Por eso la sabiduría de Dios también "Y en ella se halló la sangre de los
dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y profetas y de los santos, y de todos los
de ellos, a unos matarán y a otros que han sido muertos en la tierra".
perseguirán, para que se demande de
esta generación la sangre de todos los
profetas que se ha derramado desde la
fundación del mundo".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Cap. 17:3,7-11.- "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de
nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos ... Yo te diré el
misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los
diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a
perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos
desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la
bestia que era y no es, y será. Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete
cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes.
Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es
necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el octavo; y
es de entre los siete, y va a la perdición".
No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [qhrion] descrita aquí es
idéntica a la del capítulo 13. El nombre, la descripción, y los atributos del monstruo
apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles adicionales
en esta segunda descripción que al principio parecen oscurecer más bien que
aclarar el significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse como
símbolo de la dignidad imperial; pero, ¿qué puede decirse de las aparentes
paradojas "era, y no es, y será"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va a la
perdición"?
Ya hemos sido llevados a la conclusión de que la bestia (cap. 13) significa Nerón.
La paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y será"
es un rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es evidentemente una
contradicción de términos, y sólo puede ser verdadera en algún sentido peculiar.
Que tiene que ser verdad acerca de Nerón en algún sentido es uno de los hechos
más extraordinarios de la historia, y le ajusta esta descripción simbólica con toda la
fuerza de la demostración. Parece establecido por la más clara evidencia que, a la
muerte de Nerón, hubo una creencia popular y muy extendida de que el tirano
todavía vivía, y que pronto reaparecería. Tenemos el testimonio expreso de Tácito,
Suetonio, y otros historiadores en cuanto a la existencia de tal convicción. Se ha
objetado que esta explicación de la paradoja casi imputa la equivocación a las
Escrituras. ¿Qué puede ser más frívolo que este argumento? Cualquier explicación
de qué es una contradicción de términos debe ser hasta cierto punto antinatural y
equívoca; pero, al tratar con un libro de símbolos, es absurdo exigir la verdad
literal. ¿Hay que demostrar que Nerón tenía diez cuernos?
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Es más difícil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia, y
sin embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser
emblemáticas, no sólo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino
también de siete reyes que tienen una relación doble, a saber, con la mujer y con la
bestia. El anti tipo del símbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relación,
aunque uno esperaría, por ser connatural con el monstruo, que su relación con él
sería de lo más íntima. De estos siete reyes, "cinco", se dice, "han caído; uno es, y el
otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La
bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la
perdición".
Entonces, ¿dónde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete
cabezas? Es también presumible que también estén donde están las montañas, en
el lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusalén, debemos
esperar encontrar a los reyes allí también. ¿Dónde, pues, en Jerusalén deben
encontrarse siete reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes del linaje
herodiano, a saber: 1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4. Herodes
Antipas; 5. Agripa I; 6. Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la sugerencia del Dr.
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Nos aventuramos a proponer otra solución, que creemos llenará en todos sus
respectos los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha
demostrado, que el título de "reyes" se usa a menudo como sinónimo de
gobernantes o gobernadores, sugerimos que el basileiz a los que se alude aquí no
son otros que los procuradores romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y
de Nerón. Fue en el reinado de Claudio que Judea se convirtió en provincia
romana por segunda vez. Este hecho es declarado expresamente por Josefo, y es
también la razón de que se hiciera el cambio. A la muerte de Herodes Agripa I, a
quien Calígula había conferido la soberanía del reino entero, su hijo Agripa II fue
considerado por Claudio como muy joven para ocupar el trono de su padre. Judea
quedó, por tanto, reducida a la forma de una provincia. Cuspio Fado fue enviado a
Judea como el primero de esta segunda serie de procuradores.
Aquí tenemos, pues, un período bien definido, que cae dentro de los límites
apocalípticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalíptico en cuanto a
lugar, y que corresponde al símbolo apocalíptico en cuanto a número, carácter, y
título. Estos virreyes sustentan la doble relación requerida por el símbolo; estaban
relacionados con la bestia como romanos y como delegados; y están relacionados
con la mujer como poderes gobernantes.
Ahora es fácil ver cómo se puede decir que Nerón mismo, la bestia que sube del
mar, el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. Él era la
cabeza suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del
emperador en Judea y en Jerusalén. Así, puede decirse que él de entre ellos, y sin
embargo, diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto
proporciona una propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente
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"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no han recibido reino;
pero por una hora [o en una hora, --- contemporáneamente] recibirán autoridad como
reyes juntamente con la bestia".
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La influencia ejercida por la raza judía en todas partes del Imperio Romano antes
de la destrucción de Jerusalén era inmensa; sus sinagogas se encontraban en todas
las ciudades, y sus colonias echaban raíces en todas las regiones. En Hechos 2,
vemos las maravillosas ramificaciones de la raza hebrea en países extranjeros, por
la enumeración de las diferentes naciones representadas en Jerusalén el día de
Pentecostés: "Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo ... partos, medos, elamitas, los que habitaban en
Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia,
en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos allí residentes,
tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes". Se podía decir verdaderamente
de Jerusalén que "se sentaba sobre muchas aguas", es decir, que ejercía poderosa
influencia sobre "pueblos, y muchedumbres, y naciones, y lenguas".
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Además de esto, hay una correspondencia tan detallada y tan múltiple entre "el
hombre de pecado" de Pablo y "la bestia" de Juan que es casi seguro que ambos se
refieren al mismo individuo. Sobre bases independientes y tratando cada tema por
separado, ya hemos llegado a la conclusión de que ambos apóstoles tienen en
mente al emperador Nerón, y cuando colocamos las dos partituras una al lado de
la otra, esta conclusión queda establecida definitivamente. Sólo es necesario echar
un vistazo a las descripciones paralelas para convencerse de que describen al
mismo individuo, y de que ese individuo es el monstruo Nerón.
"El hombre de pecado" (ver. 3). "Sobre sus cabezas, un nombre blasfemo" (13:1).
"Llena de nombres de blasfemia" (17:3).
"El hijo de perdición" (ver. 3). "La bestia está ... para ir a perdición" (17:8).
"Y va a la perdición" (17:11).
"Aquel inicuo" (ver. 8). "Se le dio autoridad para actuar" (13:5).
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"El cual se opone y se levanta contra "Se le dio boca que hablaba grandes cosas y
todo lo que se llama Dios o es objeto blasfemias ... abrió su boca en blasfemias contra
de culto" (ver.4). Dios" (13:5,6).
"Se sienta en el templo de Dios como "Y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como
Dios, haciéndose pasar por Dios" (ver. la bestia? ... Y la adoraron todos los moradores
4). de la tierra [del territorio]" (13:5,6).
"A quien el Señor matará con el "Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los
espíritu de su boca, y destruirá con el vencerá" (17:14).
resplandor de su venida" (ver. 8). "Y la bestia fue apresada, y con ella el falso
profeta ... Estos dos fueron lanzados vivos
dentro de un lago de fuego que arde con
azufre" (19:20).
"Con gran poder y señales y prodigios "También hace grandes señales, de tal manera
mentirosos" (ver. 9). que aun hace descender fuego del cielo a la
tierra delante de los hombres" (13:13)
"Con todo engaño de iniquidad para "Engaña a los moradores de la tierra con las
los que se pierden" (ver. 10). señales que se le ha permitido hacer en
"Por esto Dios les envía un poder presencia de la bestia" (13:14).
engañoso, para que crean la mentira"
(ver. 11).
"Para que sean condenados todos los "Si alguno adora a la bestia y a su imagen... él
que no creyeron a la verdad" (ver. 12). también beberá del vino de la ira de Dios"
(14:9,10).
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LA CAÍDA DE BABILONIA
"De algún modo, aquel período", nos cuenta, "había sido tan prolífico en
iniquidades de todo tipo entre los judíos, que ninguna obra malvada había
quedado sin ser perpetrada... tan universal era el contagio tanto público como
privado, y tal era el esfuerzo por superarse los unos a los otros en actos de
impiedad hacia Dios y de injusticia hacia el prójimo".
"Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, la tierra
se habría abierto y se hubiese tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un
diluvio, o habría participado de los relámpagos de la tierra de Sodoma".
Luego, se oye una voz desde el cielo llamando al pueblo de Dios a salir de la
ciudad condenada a muerte: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis
partícipes de sus pecados, y no recibáis de sus plagas". Observamos aquí cómo la
catástrofe final se mantiene en suspenso -- una y otra vez parece como si el fin ha
llegado en realidad, y luego encontramos que se interponen nuevas circunstancias,
y que el golpe ha sido aparentemente detenido en el momento mismo en que
estaba a punto de ser asestado. Esta característica de Apocalipsis aumenta
grandemente el efecto dramático, y estimula poderosamente el interés en la acción.
Podría haberse supuesto que todos los fieles habían abandonado mucho antes la
ciudad condenada; pero no debemos buscar la misma estricta consistencia y
secuencia en una descripción poética y figurada que en una narración histórica.
Además, las imágenes se derivan parcialmente de la descripción profética de la
caída de la antigua Babilonia como la presenta Jeremías (cap. 51), donde
encontramos este mismo llamado a "salir de ella" (ver. 45).
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Después de esto, sigue una endecha, si puede llamarse así, solemne y patética,
acerca de la ciudad caída, cuya hora final ha llegado. Los reyes y gobernantes del
territorio, los mercaderes-comerciantes, y los marineros que la conocían en la
plenitud de su poder y de su gloria, ahora lamentan su caída. La ciudad real, el
emporio del comercio y la riqueza, está envuelta en llamas, y los marineros y
mercaderes que se enriquecieron con su tráfico están a la distancia, contemplando
el humo de su incendio, y llorando: "¿Cuál ciudad como esta gran ciudad?" La
descripción que en este capítulo se da de la riqueza y el lujo de la Babilonia mística
apenas podría parecer apropiada para Jerusalén si no fuese porque en Josefo
tenemos amplia evidencia de que no hay ninguna exageración, ni siquiera en esta
representación altamente elaborada. Más de una vez, el historiador judío habla de
la magnificencia y la vasta riqueza de Jerusalén. Es muy notable que el inventario
de los despojos tomados del tesoro del templo contiene casi todos los artículos
enumerados en este lamento por la ciudad caída: "Oro, plata, piedras preciosas,
púrpura, escarlata, canela, especias, ungüentos, e incienso".
Puede que se diga que esto es poesía, y sin duda lo es; pero también es historia.
Tan total fue la destrucción de Jerusalén, que Josefo dice: "Ya no había nada que
hiciera pensar a los que visitaban el lugar que alguna vez había sido habitado".
Ya hemos comentado las palabras finales del capítulo, que proporcionan evidencia
decisiva de la identidad de la ciudad ramera: "Y en ella se halló la sangre de los
profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (ver. 24).
Estas palabras no se aplican a ninguna otra ciudad aparte de Jerusalén, y
demuestran de modo concluyente que Jerusalén es el tema de toda la
representación visionaria. Jerusalén era preeminentemente la "asesina de profetas",
y la sangre de ellos será requerida de ella, de acuerdo con la predicción del Señor:
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La Parusía J.S.Rusell 1878
"Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la
tierra" (Mat. 23:35).
Pero la venida del reino está asociada con otros sucesos, siendo uno de los
principales "las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de
preparación, aunque los detalles del suceso se reservan para la séptima y última
visión. Es evidente que las nupcias del Cordero se anuncian prolépticamente, de
acuerdo con el uso frecuente en Apocalipsis. Esta unión pública y solemne de
Cristo con su iglesia es lo que se prefigura en las parábolas de la fiesta de bodas
(Mat. 22) y de las diez vírgenes (Mat. 25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la
cual rehusan venir los primeros invitados, que maltrataron y mataron a los
mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el juicio: "El rey envió sus ejércitos, y
destruyó a aquellos asesinos, y quemó su ciudad" (Mat. 22:7).
Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumación, deben ejecutarse actos de
juicio. La Babilonia mística ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey - la
bestia, su delegado el falso profeta, y el dragón - todavía deben recibir su merecido
castigo.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Este magnífico pasaje describe el gran suceso que ocupa un lugar tan prominente
en la profecía del Nuevo Testamento, la Parusía, o la venida en gloria del Señor
Jesucristo. Viene del cielo; viene en su reino; "había en su cabeza muchas
diademas"; viene con sus santos ángeles; "le siguen los ejércitos del cielo"; viene a
ejecutar juicio sobre sus enemigos; viene en gloria. Puede preguntarse: ¿Por qué es
colocada la Parusía después del juicio de la ciudad ramera, y no antes? Debe
recordarse que es un poema, más bien que una historia, lo que ahora estamos
leyendo; un drama, más bien que un diario de transacciones, y que no hay ningún
libro en el que el efecto poético y dramático sea más estudiado que Apocalipsis. A
menudo, estas visiones episódicas son sacadas de su estricto orden cronológico
para que puedan ser presentadas con mayores detalles y puedan hacer una
adecuada impresión en la mente del lector. Al mismo tiempo, no admitimos que
haya un anacronismo en el lugar que ocupa la Parusía. Si examinamos el discurso
profético en el Monte de los Olivos, descubriremos el mismo orden de sucesos. Es
inmediatamente después de la gran tribulación cuando aparece en el cielo la señal
del Hijo del hombre, y "ven al Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo con
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La Parusía J.S.Rusell 1878
poder y gran gloria" (Mat. 24:29,30). La escena representada en esta visión es ese
mismo suceso. El Señor Jesús es "manifestado desde el cielo con los ángeles de su
poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni
obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes. 1:7,8).
La secuela del capítulo relata la victoria del Cordero sobre los enemigos de su
causa. Un ángel de pie en el sol llama a todas las aves del cielo a saciarse de los
cadáveres de los que han de morir en el conflicto venidero. Los ejércitos de la
bestia y sus poderes aliados se congregan para hacer la guerra al Mesías. Los dos
entran en combate, y los enemigos de Cristo son derrotados. La bestia es tomada
prisionera, y con ella el falso profeta que gobernaba en su nombre. "Estos dos
fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre", mientras
que sus seguidores perecen "con la espada que salía de la boca del que montaba el
caballo".
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está compuesto con consumado arte. Como observó Henry More hace mucho
tiempo: "Jamás libro alguno fue escrito con tal arte como este de Apocalipsis, como
si cada palabra hubiese sido pesada en balanza antes de ser escrita". El efecto
dramático es ciertamente aumentado en gran manera por el hecho de haber
colocado donde están la captura y el castigo de la bestia". El primero y más
prominente lugar se le asigna naturalmente a la ciudad ramera, y el vidente,
habiendo comenzado con el juicio de ella, lo lleva a su consumación final. Luego, el
vidente regresa a la bestia, y presenta su destino; y por fin, en el siglo veinte,
procede a describir el castigo infligido a la tercera potencia hostil, el dragón.
Hay, sin embargo, otra respuesta al cambio de anacronismo. Vale la pena
considerar si la escena entera de la gran batalla y la victoria de Cristo el Rey, y el
castigo de la bestia y sus ejércitos, no pueden ser concebidos como teniendo lugar
en espíritu, no en carne. Esto es, si no puede ser la representación de transacciones
en el estado invisible; el juicio de los muertos, no de los vivos. Una transacción
terrenal ciertamente no es; y si la consideramos como la representación simbólica
del juicio y la condenación de los enemigos del Cordero en el mundo de los
espíritus -- un vistazo a aquella gran escena judicial mostrada en Mat. 25; "cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria, y sean reunidas delante de él todas las
naciones" -- esto aliviaría a la visión de cualquier anacronismo y satisfaría
abundantemente todos los requisitos del caso. La probabilidad de este punto de
vista queda confirmada fuertemente por el hecho de que este castigo de la bestia y
sus ejércitos sigue a la alusión a la cena de bodas del Cordero, un suceso que
ciertamente se supone tiene lugar en el estado espiritual y eterno.
Cap. 20:1-3. "Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una
gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo
y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello
sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil
años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".
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"Hay que confesar que en tacei [en breve] contiene, entre otros períodos, uno de
mil años. ¿Sobre qué principio debemos afirmar que no abarca un período
vastamente superior a éste en su contenido total?"
Lo que a los ojos de Dean Alford parece una objeción tan insuperable es
desestimada nada menos que por Moses Stuart, que dice:
"La porción del libro que contiene esto [la referencia a un período distante] es tan
pequeña, y la parte del libro que se cumplió en breve es tan grande, que no se
puede construir ninguna dificultad razonable con respecto a la afirmación que
tenemos delante. 'Cuán en tacei, es decir, en breve, ocurrieron realmente las cosas a
causa de las cuales se escribió el libro principalmente".
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3. No es menos cierto que esta maravillosa revolución debe ser fechada en el tiempo
en que el evangelio comenzó a ser predicado en la era apostólica. Tenemos las
pruebas más convincentes de que el cambio no debe explicarse con el avance del
conocimiento, la ciencia, o la filosofía, ni por el progreso natural de la sociedad
humana, sino que fue predicho y esperado desde el mismo nacimiento del
cristianismo como efecto de la obra redentora de Cristo. Nada puede ser más
explícito que las declaraciones de nuestro Señor sobre este tema. Cuando los
setenta discípulos regresaron gozosos a informar que hasta los demonios les
estaban sujetos por medio del nombre de su Maestro, Jesús les dijo: "Yo veía a
Satanás caer del cielo como un rayo" (Lucas 10:18). Es absurdo explicar esto como
una alusión a la expulsión original de Satanás del cielo, antes de la creación del
mundo; es evidentemente una declaración figurada de que, en el éxito de sus
mensajeros, nuestro Señor reconocía y preveía el venidero derrocamiento del
poder de Satanás:
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Con el mismo propósito pronunció Jesús estas palabras: "Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". ¿Qué significado puede
atribuirse a estas significativas palabras si ellas no implican que una poderosa
restricción estaba a punto de ser impuesta a la influencia de Satanás sobre las
mentes de los hombres; una restricción que surge enteramente de la muerte de
Cristo en la cruz?
"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introducción
del cristianismo "ha cambiado y regenerado, no sólo el gobierno y la ciencia, sino el
sistema entero de la vida humana".
Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenzó a invertirse: fue en
el mismo período en que esa marea estaba en su punto más alto; desde ese tiempo,
ha estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la primera
disminución del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso que aquí se
designa como el atar a Satanás y aprisionarle en el abismo.
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indefinidos. Por ejemplo, no debe suponerse que los ciento cuarenta y cuatro mil
sellados significan ese número, ni uno más y ni uno menos. Sería absurdo decir
que había exactamente doce mil, hasta el último hombre, salvados de cada una de
las doce tribus de los hijos de Israel. El concepto es apropiado en una visión, pero
increíble en una declaración histórica. De la misma manera, el ejército de jinetes del
cap. 9:16 se expresa como doscientos millones; pero ningún comentarista en su
sano juicio se aventuró jamás a atribuir a esto un significado preciso y literal.
Siguiendo estas analogías, estamos dispuestos a considerar los mil años como un
período de duración indefinida en lugar de uno de duración definida, que cubre
sin duda más del doble de ese espacio de tiempo, pero cuánto más, nadie lo puede
decir.
Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de
juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo
mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil
años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en
la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años".
Lo primero que notamos es que la visión que se describe ahora cae dentro del
período apocalíptico. Es introducida con la fórmula: "Y vi", que marca lo que viene
bajo la observación personal del vidente.
Luego, debe observarse que hay una evidente antítesis entre esta escena y el acto
de juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el método usual del
Apocalipsis poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la
retribución de los impíos.
Observamos, además, que hay en este pasaje una alusión manifiesta a la promesa
de nuestro Señor a sus discípulos: "De cierto os digo que en la regeneración,
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Además de éstos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa del
testimonio de Jesús y por la palabra de Dios" y también (porque la palabra oitinez
parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no habían adorado a
la bestia ni a su imagen"; éstos también "viven y reinan con Cristo", una expresión
qu implica que ellos también tenían "tronos" y que se les había dado que
"juzgasen". Es imposible no reconocer en las "almas de los decapitados" a los
mismos santos martirizados que el vidente contempló, en la visión del sexto sello,
bajo el altar y clamando venganza de sus asesinos. Fueron consolados con el
mensaje de que, en poco tiempo, cuando se les uniesen sus consiervos que estaban
a punto de sufrir como ellos, su oración sería contestada. Ahora ese momento ha
llegado; sus enemigos han perecido, y ellos viven y reinan con Cristo.
Esta visión mira también retrospectivamente el notable pasaje en 1 Pedro 4:6. Estos
mártires son los muertos a los cuales se les dirigió el consolador mensaje
[euhggelisqh]. Habían sido condenados por el juicio de los hombres cuando
estaban en la carne, pero ahora viven en su espíritu por el juicio de Dios, que les ha
vindicado y les ha coronado. Cuánta nueva luz es arrojada sobre las palabras de
Pedro, zwsin de kata qeon pneumati, por el lenguaje de Apocalipsis, ezhsan kai
ebasileusan. Esta es una de esas sutiles coincidencias que a menudo son las
pruebas más seguras de una verdadera interpretación.
Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un
privilegio y una distinción que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron con
Cristo mil años, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una
formidable dificultad. La única posición desde la cual podemos discernir algún
rayo de luz es la dirección de la pregunta: ¿Quiénes son "los otros muertos"? ¿Son
el resto de los justos muertos, o los impíos muertos, o ambos? Al buen juicio le
repugna la idea de que sean los justos muertos. Si ellos fuesen a ser excluidos de
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Una cosa más hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que
sufren y testifican, y de todos los que tienen parte en la primera resurrección, está en
la tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; están "con él donde él está,
contemplando su gloria".
Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una región "oscura de
excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la última
porción de nuestra exégesis.
Cap. 20:7-10. "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y
saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y
a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la
arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento
de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los
consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre,
donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los
siglos de los siglos".
El misterio y la oscuridad que envuelven una porción del contexto precedente se
vuelven aquí más oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que
parece se pueden establecer.
2. Es evidente que la predicción de lo que ha de tener lugar al fin de los mil años no
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cae dentro de lo que nos hemos aventurado a llamar "límites apocalípticos". Estos
límites, como se nos advierte una y otra vez en el libro mismo, están rígidamente
confinados dentro de un ámbito muy estrecho; las cosas mostradas "deben suceder
pronto". Habría sido un abuso del lenguaje decir que los sucesos a una distancia de
mil años habrían de ocurrir pronto; por tanto, nos vemos obligados a considerar
que esta predicción cae por completo fuera de los límites apocalípticos.
4. Hay una evidente conexión entre esta profecía y la visión de Ezequiel concerniente
a Gog y a Magog (caps. 38, 39), que es igualmente misteriosa y oscura. En ambas, la
escena del conflicto se presenta en el mismo lugar, la tierra de Israel; y en ambas
los enemigos de Dios encuentran un derrocamiento señalado y desastroso.
5. El resultado de todo es que debemos considerar el pasaje que trata de los mil años,
desde el ver. 5 hasta el ver. 10, como una intercalación o un paréntesis. Habiendo
comenzado a relatar el juicio del dragón, el vidente, en el ver. 7, sale de los límites
apocalípticos para concluir lo que tenía que decir con respecto al castigo final de "la
serpiente antigua", y la suerte que le esperaba al final del prolongado período
llamado "los mil años". Creemos que éste es el único caso en el libro entero de una
incursión en el futuro distante; y estamos dispuestos a considerar el paréntesis
entero como relativo a cuestiones todavía futuras, que no se han cumplido. La
interrumpida narración continúa en en el ver. 11, donde el vidente reanuda el
relato de lo que ha contemplado en visión, introduciéndolo con la conocida
fórmula "Y vi".
Cap. 20:11-15. "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante
del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los
muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro
libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las
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cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los
muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había
en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades
fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló
inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego".
Estos versículos nos presentan la catástrofe de la sexta visión. Como las otras
catástrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o más bien, la
misma gran transacción judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el vidente
reanuda la narración que había sido interrumpida por la digresión relativa a los
mil años, retomando el hilo que se había roto al final del ver. 4. Se nos devuelve,
pues, al mismo punto de los versículos primero y cuarto. Esta catástrofe pertenece,
natural y necesariamente, a la misma serie de sucesos que han sido representados
en la visión de la ciudad ramera, y cae dentro de los límites apocalípticos
prescritos, estando entre las cosas "que deben suceder pronto".
No hay razón para dudar de que la escena de juicio presentada aquí es idéntica a la
descrita por nuestro Señor en Mateo 25:31-46. Tenemos el mismo "trono de gloria",
la misma reunión de todas las naciones, la misma discriminación de los juzgados
según sus obras, y el mismo "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".
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PRÓLOGO A LA VISIÓN
Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de
Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo
estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya
no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras
cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas
todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y
me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere
sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e
incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras
y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que
es la muerte segunda".
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Una vez más, esta conclusión queda certificada por la representación de ser la
morada del Altísimo: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el
Cordero"; "el trono de Dios y del Cordero estará en ella"; "sus siervos le servirán, y
verán su rostro". En realidad, esta visión de la santa ciudad es anticipada en la
catástrofe de la visión de los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de todas
las tribus de los hijos de Israel, y la gran multitud que nadie podía contar, se
representan como disfrutando de la misma gloria y felicidad, en el mismo lugar y
en las mismas circunstancias que en la visión que tenemos delante. Las dos escenas
son idénticas; o diferentes aspectos de una y la misma gran consumación.
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Hay un punto, sin embargo, que merece atención particular, porque sirve para
identificar la ciudad llamada la nueva Jerusalén. En Hebreos 11:10, encontramos la
notable afirmación de que el patriarca Abraham viajó como extranjero a la misma
tierra que le había sido prometida como posesión suya, y de que lo hizo porque
tenía fe en un cumplimiento mayor y más elevado de la promesa que cualquier
mera ciudad terrenal y humana pudiera haberle concedido. "Esperaba la ciudad
con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". ¿Qué es esto, sino la
misma ciudad descrita en Apocalipsis -- la ciudad que tiene doce fundamentos, en
los cuales están inscritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero; la ciudad
que no ha sido construida por manos humanas; "la ciudad del Dios viviente", la
Jerusalén celestial? Esta es una prueba decisiva, primero, de que el escritor de la
epístola había leído Apocalipsis, y, segundo, que reconocía la visión de la nueva
Jerusalén como representación del mundo celestial.
EPÍLOGO
Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios
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de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que
guarda las palabras de la profecía de este libro.
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me
postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me
dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los
profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo:
No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El
que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el
que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He
aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según
sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y
para entrar por las puertas de la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los
hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y
hace mentira.
Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias.
Yo soy la raíz y el linaje de David; la estrella resplandeciente de la mañana. Y el
Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y
el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno
añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este
libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su
parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en
este libro.
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí,
ven, Señor Jesús.
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las cosas que deben suceder pronto". El anuncio admonitorio "He aquí, vengo pronto" se
hace tres veces en esta sección del cierre. Al vidente se le ordena que no selle el
libro de la profecía, porque "el tiempo está cerca". Tan inminente es el fin, que se
indica que ahora es demasiado tarde para cualquier alteración del estado del
carácter de los hombres; deben continuar como están: "El que es injusto, sea injusto
todavía". La invocación dirigida por los cuatro seres vivientes al esperado Hijo del
hombre: "¡Ven!" (cap. 6: 1,3,5,7) es repetida por el Espíritu y la Esposa; mientras
que a todos los que oyen se les invita a unirse al clamor; y finalmente, la expresión
del libro entero es el ferviente pronunciamiento de la oración: "¡Amén! Ven, Señor
Jesús". Todas éstas son indicaciones, que no pueden ser malentendidas, de que las
predicciones contenidas en el Apocalipsis no habrían de desarrollarse lentamente
con el correr de las edades, sino que estaban en vísperas de un cumplimiento casi
instantáneo. La profecía entera, de principio a fin, se relaciona con el futuro
inmediato, con la solitaria excepción de los seis versículos del capítulo 20:5-10.
Diecinueve veinteavos del Apocalipsis, casi podemos decir noventa y nueve
centésimos, pertenecen, de acuerdo con su propia demostración, a los mismos días
que en ese momento eran presentes, los días finales de la era judía. La venida del
Señor es su gran tema: con él se inicia, con él se cierra, y de principio a fin este
acontecimiento es contemplado como a punto de tener lugar. Por oscuro o dudoso
que sea cualquier otra cosa, por lo menos esta es clara y segura. El intérprete que
no capte ni mantenga firme este principio guiador es incapaz de entender las
palabras de esta profecía, e infaliblemente se perderá y confundirá a otros en un
laberinto de conjeturas y vana especulación.
Así termina este libro maravilloso; tan prolijo en su construcción, tan magnífico en
su dicción, tan misterioso en sus imágenes, tan glorioso en sus revelaciones. Más
que cualquier otro libro de la Biblia, ha estado sellado y cerrado para la
aprehensión inteligente de sus lectores, y esto principalmente a causa del extraño
descuido de sus propias y nada ambiguas instrucciones para entenderlo
correctamente. Herder, que contribuyó con su genio poético antes que con sus
facultades críticas a la dilucidación del Apocalipsis, pregunta:
"¿Se envió una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? ¿Fue lanzada al mar en
Patmos, o al Meandro?"
"¡No!", contesta un crítico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho
mucho para preparar el camino para una verdadera interpretación:
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quiero decir, por supuesto, los hombres inteligentes entre ellos - podían entender
el libro; y, si nosotros estuviésemos en su lugar por poco tiempo, podríamos hacer
a un lado todos los comentarios sobre él, y los romances teológicos que han
surgido de él, que han hecho su aparición desde el tiempo del exilio de Juan hasta
la actualidad". 1
Pero, quizás pueda darse una mejor respuesta. Sí se envió la clave junto con el libro,
y se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha probado, y
probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzúas hasta que los hombres han
llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que sólo tiene el
propósito de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien visible
todo el tiempo, y se ha llamado la atención de los hombres a ella en alta voz casi en
todas las páginas del libro. Esa clave es la declaración, que se hace tan
frecuentemente, de que todo está a punto de cumplirse. Si los lectores originales eran
competentes, como arguye Stuart, para entender el Apocalipsis sin un intérprete,
sólo podía ser porque reconocían su relación con los sucesos de sus propios días.
Suponer que ellos podían entender o sentir el más mínimo interés en un libro que
trataba de Concilios papales, una Reforma protestante, una Revolución Francesa, y
sucesos distantes en tierras extranjeras y épocas en el lejano futuro sería una de las
más extravagantes fantasías que haya poseído un cerebro humano. De principio a
fin, el libro mismo da testimonio decisivo del inmediato cumplimiento de sus
predicciones. Se inicia con la expresa declaración de que los sucesos a los cuales se
refiere "deben suceder pronto", y termina con la reiteración de la misma
afirmación: "El Señor Dios ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas
que deben suceder pronto". "El tiempo está cerca".
La única y luminosa interpretación de la visión del Apocalipsis ha sido
proporcionada por los críticos que han accedido a usar esta clave auténtica y
divina para desentrañar sus misterios. Sin embargo, es notable que muy pocos lo
han hecho así, consistentemente y en todo el libro, si es que ha habido alguno. Es
sorprendente y mortificante encontrar a un expositor como Moses Stuart que,
después de proceder con valor y éxito de cierta manera, de repente titubea, deja
caer la clave que había rendido tan buen servicio, y luego trastabilla hacia adelante,
a ciegas e indefenso, tanteando y adivinando a través de la niebla egipcia que le
rodea. Y, sin embargo, ningún otro teólogo de nuestro tiempo ha contribuido tanto
a la verdadera interpretación del Apocalipsis. Por medio de su memorable
comentario, ha puesto a todos los estudiosos de este libro maravilloso bajo la más
grande obligación, y ha conferido un beneficio duradero a toda la iglesia de Cristo.
Desafortunadamente, al dejar de mantener hasta el final y consistentemente sus
propios principios, perdió el honor de conducir a sus seguidores a la tierra
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Debió habérseles ocurrido a los intérpretes del Apocalipsis que era una presunción
abrumadoramente prioritaria contra su método el hecho de que éste requiriese un
inmenso aparato crítico, una vasta cantidad de información histórica, el transcurrir
de muchos siglos, y "algo así como una vena profética", para producir una
exposición satisfactoria aún para sí mismos. No es fácil ver qué valor tendría tal
"revelación" para los primitivos creyentes, que con corazones temblorosos
obedecían el mandato que les enviaba a la desconcertante tarea de estudiar sus
páginas. Ni es de mucho mayor valor para la masa de modernos lectores, que
deben tener una gran facultad crítica para poder discernir lo adecuado y lo
verdadero de la interpretación ofrecida, y decidir entre interpretaciones
conflictivas. No es de extrañar que, ocupando una posición tan falsa, los defensores
de la divina revelación quedasen expuestos a los ataques de escépticos como
Strauss y "la destructora escuela de la crítica" y que, refugiándose en una
interpretación antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela misma de la fe. Debe
reconocerse que una culpable negligencia de "los dichos verdaderos de Dios" por
parte de expositores cristianos le ha dado con frecuencia ventaja a los enemigos de
la revelación, ventaja que no han tardado en aprovechar.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
Por estas razones, así como por las enseñanzas del Apocalipsis y el resto de las
escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusión de que, en los días de
Juan, la iglesia cristiana entera creía universalmente que la Parusía estaba cercana.
Era la promesa de Cristo, la predicación de los apóstoles, la fe de la iglesia.
También se nos enseña la importancia de aquel gran acontecimiento. Marcó una
nueva época en la administración divina. Hasta que ese suceso tuvo lugar, la
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La Parusía J.S.Rusell 1878
completa bienaventuranza del estado celestial no se abrió para las almas de los
creyentes.
La epístola a los Hebreos enseña que, hasta la llegada de la gran consumación, algo
faltaba para la plena perfección de los que habían "muerto en la fe". Lo mismo se
enseña en Apocalipsis. Hasta que la ciudad ramera fue juzgada y condenada, la
"santa ciudad" no fue preparada para morada de los santos. Se nos da a entender
también el final de la dispensación judía, la abrogación de la economía legal, y la
destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, indicando la disolución de la
peculiar relación entre Jehová y la nación de Israel. La nación había rechazado a su
Rey, y el Rey había juzgado a la nación; y la misión mesiánica, tanto por
misericordia como para juicio, se cumplió entonces. El remanente fiel fue reunido
al reino, o a "la nueva Jerusalén", y toda la armazón y la cobertura del judaísmo
fueron hechas pedazos y destruidas para siempre. El reino de Dios había venido, y
Aquél que, por un período tan largo, había dirigido su administración, y había sido
su Mediador y su Jefe, ahora que ha coronado el edificio renuncia a su carácter
oficial y "entrega el reino" en manos del Padre. Su obra como Mesías está
cumplida; ya no es más "ministro de circuncisión"; lo local y lo limitado da lugar a
lo universal, "para que Dios sea todo en todos". Esto no significa que la relación
entre Cristo y la humanidad cesa, sino que su misión como Rey de Israel se ha
cumplido; la nación-pacto ya no existe; ya no hay ni judíos ni gentiles, circuncisos ni
incircuncisos; el Israel de Dios es más amplio y mayor que el Israel según la carne;
la Jerusalén de arriba no es la madre de los judíos, sino "la madre de todos nosotros".
Fue a plena vista de aquel glorioso día, que estaba a punto de "abrir el reino de los
cielos para todos los creyentes", que el discípulo amado respondió al anuncio de su
Señor acerca de su pronta venida: "¡Amén! Ven, Señor Jesús".
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La Parusía J.S.Rusell 1878
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La Parusía J.S.Rusell 1878
RESUMEN Y CONCLUSIÓN
2. Descubrimos que Juan el Bautista adopta las advertencias de las profecías del
Antiguo Testamento, especialmente la del último de los profetas, Malaquías, y
predice que la venida del reino sería la venida de la ira sobre Israel. Declara que "el
hacha está puesta a la raíz del árbol"; su clamor es: "Huid de la ira venidera",
indicando claramente que se acercaba rápidamente un tiempo de juicio.
3. Nuestro Señor afirma la misma pronta venida del juicio sobre el territorio y el
pueblo de Israel; además, enlaza este juicio con su propia venida en gloria - la
Parusía. Este acontecimiento sobresale de modo prominente en el Nuevo
Testamento; a esto se dirigen todos los ojos, a esto apuntan todos los mensajeros
inspirados. Está representado como el núcleo y el centro de un racimo de grandes
sucesos; el fin del tiempo, o culminación de la economía judía; la destrucción de la
ciudad y el templo de Jerusalén; el juicio de la nación culpable; la resurrección de
los muertos; la recompensa de los fieles; la consumación del reino de Dios. Se
declara que todas estas transacciones coinciden con la Parusía.
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La Parusía J.S.Rusell 1878
5. Sin repasar el camino ya recorrido, puede ser suficiente aquí apelar a tres
declaraciones diferentes y decisivas de nuestro Señor con respecto al tiempo de su
venida, cada una de las cuales está acompañada de una solemne afirmación:
(1) "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel,
antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).
(2) "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.
16:28).
(3) "De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto
acontezca" (Mat. 24:34).
6. La doctrina de los apóstoles con respecto a la venida del Señor está en perfecta
armonía con esto. Nada puede ser más evidente sino que todos creían y enseñaban
el pronto regreso del Señor. Desde el primer discurso de Pedro en el día de
Pentecostés hasta el último pronunciamiento de Juan en Apocalipsis, esta
convicción está expresada clara y constantemente. Decir que los apóstoles mismos
eran ignorantes del tiempo del regreso de su Señor, y que, por lo tanto, no podían
creer en el tema - no podían enseñar lo que no sabían - es contradecir sus propias,
expresas y reiteradas afirmaciones. Es verdad que no sabían, y no enseñaban, "el
día y la hora"; ellos no decían que vendría en un mes específico de un año
específico, pero con seguridad daban a entender a las iglesias que Él vendría
pronto; que podían esperar verle pronto; y nunca dejaban de exhortarles a
mantener una actitud de constante vigilancia y preparación.
(1) En sus epístolas, Pablo da gran prominencia a esta cara esperanza de la iglesia
cristiana.
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alma, y cuerpo puedan ser preservados sin mancha hasta la venida de nuestro
Señor Jesucristo".
b. En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses (que a menudo se entiende
erróneamente en el sentido de que enseña que la venida de Cristo no estaba cerca,
sino que enseña precisamente la doctrina contraria), consuela a los creyentes que
sufren con la promesa de que obtendrían descanso de sus sufrimientos presentes
"cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. (2 Tes. 1:7).
c. En la Primera Epístola a los Corintios, el apóstol habla de los creyentes como
"esperando la venida del Señor Jesucristo". Les advierte que "el tiempo es corto";
que "el fin del tiempo" o "el fin de las edades" están sobre ellos; que "el Señor está
cerca".
d. En la Segunda Epístola a los Corintios, Pablo expresa su confianza de que, aunque
muera antes de la venida del Señor, Dios le levantará de entre los muertos, y le
presentará junto con los que sobrevivan a ese período.
e. En la Epístola a los Romanos, Pablo habla de "la gloria que ha de ser revelada"; de
que la creación entera espera la manifestación del Hijo de Dios; de que la salvación
está cerca, "más cerca que cuando creyeron"; de que "es tiempo de despertar del
sueño"; que "la noche ha pasado, y se acerca el día"; de que "Dios hollará a Satanás
bajo sus pies en breve".
f. En las Epístolas a los Efesios, Filipenses, y Colosenses, el apóstol habla del "día de
Cristo" como el período de esperanza, perfección, y gloria que ellos esperaban, y
declara enfáticamente: "El Señor está cerca".
g. De la misma manera, en las Epístolas a Timoteo y Tito, es conspicua la expectativa
de la Parusía. A Timoteo se le exhorta a guardar el mandamiento sin violación
"hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". "Juzgará a los vivos y a los
muertos a su venida, y a su reino". A los cristianos se les exhorta a esperar "la
bendita esperanza, la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro Salvador
Jesucristo".
(2) Santiago representa la venida del Señor como cercana. "Han llegado" los
últimos días. Se exhorta a los cristianos sufrientes a "ser pacientes hasta la venida
del Señor". Se les asegura que esa venida "está cerca", que "el Juez está a la puerta".
(3) Como Pablo, Pedro concede gran prominencia a la Parusía y a los sucesos
relacionados con ella.
a. El día de Pentecostés, declaró que aquellos eran "los últimos días" predichos por
el profeta Joel, que introducían "el día grande y terrible de Jehová".
b. En su Primera Epístola, afirma que este era "el último tiempo"; que Dios estaba
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"listo para juzgar a los vivos y a los muertos"; que "el fin de todas las cosas se
acercaba"; que "había llegado el tiempo en que el juicio debía comenzar por la casa
de Dios".
c. En su Segunda Epístola, exhorta a los cristianos a "esperar y apresurarse hasta la
venida del día de Dios"; y describe la cercana disolución del "cielo y de la tierra".
(4) La Epístola a los Hebreos habla de "los últimos días" como si fueran presentes
ahora; es "el fin del tiempo"; se ve al día como "acercándose". "Aún un poquito, y el
que ha de venir vendrá, y no tardará".
(5) Juan confirma y completa el testimonio de los otros apóstoles; es "el último
tiempo"; "el anticristo ha venido"; "ya está en el mundo". Se exhorta a los cristianos
a vivir de tal manera que no se avergüencen delante de Cristo a su venida.
Finalmente, el Apocalipsis está lleno de la Parusía: "He aquí que viene con las
nubes"; "el tiempo está cerca"; "he aquí, vengo presto".
Tal es un bosquejo rápido del tesstimonio apostólico de la pronta venida del Señor.
Habría sido extraño que, con semejantes garantías y exhortaciones, las iglesias
apostólicas no hubiesen vivido en constante y ansiosa expectación de la Parusía.
De que vivían así tenemos la más clara evidencia en el Nuevo Testamento, y
podemos concebir la poderosa influencia que esta fe y esta esperanza deben haber
tenido en la vida y el carácter cristianos.
Pero, admitiendo - lo que no puede ser bien negado - que los apóstoles y los
cristianos primitivos sí acariciaban estas esperanzas, y que su creencia se fundaba
en las enseñanzas de nuestro Señor, surge la pregunta: ¿No estaban equivocados
en sus expectativas? Esto casi equivale a preguntar: ¿Se les permitió a los apóstoles
mismos caer en el error y llevar a otros a un engaño similar, con respecto a una
cuestión de hecho que ellos tuvieron abundantes oportunidades de conocer; lo que
debe haber sido tema frecuente de conversación y conferencia entre ellos mismos;
a lo que nunca dejaron de llamar la atención delante de las iglesias, y sobre lo cual
todos estaban de acuerdo?
Hay críticos que no tienen escrúpulos en afirmar que los apóstoles estaban errados,
y que el tiempo ha demostrado la falacia de sus esperanzas. Los críticos nos dicen
que, o los discípulos entendieron mal las enseñanzas de su Maestro, o Él también
estaba bajo una impresión errónea. Por supuesto, esto es tanto hacer a un lado las
afirmaciones de los apóstoles en el sentido de que tenían derecho a hablar con
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autoridad como los mensajeros inspirados de Cristo, como socavar las bases
mismas de la fe cristiana.
Hay otros, más reverentes en su tratamiento de las Escrituras, que reconocen que
los apóstoles en realidad estaban equivocados, pero que este error fue permitido
por sabias razones; que, de hecho, el error fue altamente beneficioso en sus
resultados: estimuló la esperanza, fortaleció el valor, inspiró la devoción". *
"Si los cristianos del siglo primero", dice Hengstenberg, "hubiesen previsto que la
segunda venida de Cristo no tendría lugar durante mil ochocientos años, ¡cuánto
más débil habría sido la impresión causada en ellos por esta doctrina que cuando
le esperaban a Él cada hora, y se les decía que velaran porque vendría como ladrón
en la noche, a una hora en que no le esperaban!" (Hengstenberg, Christology, vol.
iv, p. 443).
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los cuales tuvieron las más amplias oportunidades de obtener información, ¿hasta
qué punto se puede depender de su testimonio en cuestiones de fe, en las cuales la
sujeción a error es tanto mayor? Tales explicaciones están calculadas para hacer
estremecer los fundamentos de la confianza en las enseñanzas apostólicas; y no es
fácil ver cómo son compatibles con cualquier creencia práctica en la inspiración.
Hay otra teoría, sin embargo, por medio de la cual muchos suponen que puede
salvarse el crédito de los apóstoles, y, sin embargo, deja lugar para evitar la
aceptación de su aparente enseñanza sobre el tema de la venida de Cristo. Esto es,
por medio de la hipótesis de un cumplimiento primario y parcial de sus
predicciones en sus propios días, que debía ser seguido y completado por un
cumplimiento final y pleno al fin de la historia humana. Según este punto de vista,
lo que los apóstoles eperaban no era totalmente erróneo. Algo tuvo lugar en
realidad, algo que podría llamarse "una venida del Señor", "un día de juicio". Las
predicciones recibieron casi un cumplimiento en la destrucción de Jerusalén y en
el juicio de la nación culpable. Aquella consumación al fin de la era judía era tipo
de otra catástrofe, infinitamente mayor, cuando la raza humana entera sea llevada
ante el tribunal de Cristo y la tierra sea consumida por una conflagración general.
Este es probablemente el punto de vista más comúnmente aceptado por la mayoría
de los expositores y lectores del Nuevo Testamento en la actualidad. La primera
objeción a esta hipótesis es que no tiene fundamento en las enseñanzas de las
Escrituras. No hay un ápice de evidencia de que los apóstoles y los cristianos
primitivos tuvieran ninguna sospecha de una doble referencia en las predicciones
de Jesús concernientes al fin. No se sugiere nada en el sentido de que los dichos de
Jesús debían tener un cumplimiento primario y parcial en aquella generación, y de
que un cumplimiento completo y exhaustivo estaba reservado para un período
futuro y distante. La verdad es completamente opuesta.
¿Qué puede ser más abarcante y concluyente que las palabras de nuestro Señor:
"De cierto os digo: No pasará esta generación hasta que TODAS estas cosas se
hayan cumplido"? ¡Qué tortura crítica se les ha aplicado a estas palabras para
extraerles algún otro significado diferente del obvio y natural! ¡Cómo ha sido
buscado yeveá a través de todo su linaje y genealogía para descubrir que
posiblemente no signifique las personas que entonces vivían en la tierra! Pero
todos esos esfuerzos son completamente fútiles. Mientras las palabras
permanezcan en el texto, su sentido claro y obvio prevalecerá sobre todas los
oropeles y las distorsiones de la crítica ingeniosa. La hipótesis de un cumplimiento
doble no tiene apoyo en las Escrituras. Sólo tenemos que leer el lenguaje con el cual
los apóstoles hablan de la cercana consumación, para persuadirnos de que ellos
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tenían en mente sólo un gran acontecimiento, y sólo uno, y que ellos pensaban y
hablaban de él como muy cercano.
Esto nos trae a otra objeción contra la hipótesis de un cumplimiento doble, y hasta
múltiple, de las predicciones del Nuevo Testamento, es decir, que procede de un
concepto fundamentalmente erróneo del verdadero significado y la verdadera
grandeza de aquella gran crisis en el gobierno divino del mundo que está marcada
por la Parusía. No son pocos los que parecen creer que, si la profecía de nuestro
Señor en el Monte de los Olivos, y las predicciones de los apóstoles de la venida de
Cristo en gloria, no significaban más que la destrucción de Jerusalén, y se
cumplieron con aquel suceso, entonces todos los anuncios y todas las
expectaciones terminaron en un mero fiasco, y la realidad histórica responde muy
débil e inadecuadamente a esta magnífica profecía. Hay razón para creer que el
verdadero significado y la verdadera grandeza de aquel gran suceso son poco
apreciados por muchos. La destrucción de Jerusalén no fue meramente un suceso
emocionante en el drama de la historia, como el sitio de Troya o la caída de
Cartago, y que cerró un capítulo en los anales de un estado o de un pueblo. Fue un
acontecimiento sin paralelo en la historia. Fue la señal externa y visible de una gran
época en el gobierno divino del mundo. Fue el fin de una dispensación y el
comienzo de otra. Marcó la inauguración de un nuevo orden de cosas. La
economía mosaica - que había sido introducida por loss milagros en Egipto, los
relámpagos y los truenos de Sinaí, y las gloriosas manifestaciones de Jehová a
Israel - estaba abolida ahora, después de haber subsistido por más de quince siglos.
La peculiar relación entre el Altísimo y la nación del pacto estaba disuelta. El reino
mesiánico, es decir, la administración del gobierno divino por el Mediador, hasta
ahora, al menos, por lo que concernía a Israel, había alcanzado su punto
culminante. El reino por tanto tiempo predicho y esperado, y por el cual se había
orado por tanto tiempo, ahora había llegado plenamente. El acto final del Rey fue
sentarse en el trono de su gloria y juzgar a su pueblo. Entonces pudo "entregar el
reino a Dios y al Padre". Este es el significado de la destrucción de Jerusalén según
lo muestra la Palabra de Dios. No fue un hecho aislado, una solitaria catástrofe; fue
el centro de un grupo de sucesos relacionados y coincidentes, no sólo en el mundo
material sino también en el mundo espiritual; no sólo en la tierra, sino también en
la tierra y en el infierno; siendo algunos de ellos cognoscibles por los sentidos y
susceptibles de confirmación histórica, mientras que otros no.
Quizás puede decirse que esta explicación de las predicciones del Nuevo
Testamento, en vez de aliviar la dificultad, nos turba y nos deja perplejos más que
nunca. Es posible creer en el cumplimiento de las predicciones que se cumplen en
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el orden visible y externo de las cosas porque tenemos evidencia histórica de ese
cumplimiento; pero, ¿cómo puede esperarse que creamos en cumplimientos de los
cuales se dice que han tenido lugar en la región de lo espiritual y lo invisible
cuando no tenemos ningún testigo para confirmar los hechos? Podemos creer
implícitamente en el cumplimiento de todo lo que se predijo con respecto a los
horrores del sitio de Jerusalén, el incendio del templo, y la demolición de la ciudad,
porque tenemos el testimonio de Josefo en cuanto a los hechos; pero, ¿cómo
podemos creer en la venida del Hijo del hombre, en una resurrección de los
muertos, en un acto de juicio, cuando no tenemos nada en que confiar sino la
palabra de la profecía, y no tenemos ningún Josefo que respalde la exactitud
histórica de los hechos?
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Aquí podemos hacer una pausa, porque la profecía en la Escritura no nos lleva más
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allá. Pero el fin de la era no es el fin del mundo, y la suerte de Israel no nos enseña
nada con respecto al destino de la raza humana. Lo queramos o no, no podemos
evitar especular sobre el futuro y predecir el destino último de un mundo que ha
sido el escenario de tan estupendas demostraciones del juicio y la misericordia
divinos. Algunos pensarán probablemente que es una desagradable conclusión la
de que Apocalipsis no es el programa de historia civil y eclesiástica que una
errónea teoría de interpretación suponía. Les parecerá que la extinción de aquellas
falsas luces, que confundieron con estrellas guiadoras, les deja en total oscuridad
acerca del futuro, y se preguntarán perplejos: ¿A dónde vamos? ¿Cuál ha de ser el
fin y la consumación de la historia humana? ¿Está esta tierra, con su preciosa carga
de intereses inmortales y eternos, avanzando hacia la luz y la verdad, o
apresurándose hacia regiones de oscuridad y distanciándose de Dios?
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por las cuales ha pasado. Ha permanecido firme ante lo más recio de las más
malignas persecuciones, y ha salido victoriosa. Ha soportado la prueba de la crítica
más escrutadora y hostil, y ha salido indemne del fuego. Ha sobrevivido el más
peligroso patrocinio de pretendidos amigos que la han corrompido convirtiéndola
en superstición, la han pervertido convirtiéndola en una política, o la han
degradado convirtiéndola en comercio. Aunque los enemigos del evangelio
predicen su pronta extinción, entra en una nueva carrera de conflicto y victoria.
Hay una perpetua tendencia en el cristianismo a renovar su juventud, a recuperar
el ideal de su prístina pureza, y a deshacerse de las impurezas y los
acrecentamientos que son extraños a su naturaleza. Desde la era apostólica, nunca
hubo mayor vitalidad ni vigor en la religión de la cruz que hoy. Esta es la era de las
misiones cristianas; y aunque todas las otras religiones han dejado de hacer
proselitismo, y por lo tanto, de crecer, el cristianismo va a todos los territorios y a
todas las naciones, Biblia en mano, y proclamando con su boca las buenas nuevas:
"Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo".
Han pasado mil ochocientos años desde que en la tierra se oyó una voz que decía:
"Así dice el Señor". Es como si en el cielo se hubiese cerrado una puerta, y se
hubiese cortado la comunicación directa entre Dios y los hombres; y parecemos
estar en desventaja en comparación con los que fueron favorecidos con "las
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visiones y las revelaciones del Señor". Pero hasta en esto puede que no juzguemos
correctamente. Sin duda, es mejor que las cosas sean así. El Señor declaró que la
presencia del Espíritu Santo con los discípulos más que compensaba su propia
ausencia. Ese Espíritu mora con nosotros, y en nosotros, y es su oficio "tomar lo
que es de Cristo y mostrárnoslo a nosotros". Tenemos también la Palabra escrita de
Dios, y en esto disfrutamos de una incalculable superioridad sobre los tiempos
anteriores. Es mejor la Palabra escrita que el profeta viviente. Pero, si fuese
necesario para el bienestar y la guía de la humanidad que Dios se manifestase
nuevamente, no hay ninguna presunción contra revelaciones adicionales. ¿Por qué
tendríamos que pensar que Dios ha dicho a los hombres su última palabra? Pero le
toca a Él escoger, y no a nosotros dictaminar. Puede muy bien ser que aún ahora,
de modos que nosotros no sospechamos, Él está hablando al hombre. "Dios se
cuumple a sí mismo de muchas maneras, y la historia humana está tan llena de
Dios hoy día como en la época de milagros y profecías. Lejos sea de nosotros la
incredulidad que pierde la esperanza en el cristianismo y en el hombre.
Ciertamente, no fue en vano que Dios dijo: "Yo soy la luz del mundo". "No envió
Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo pudiese
ser salvo". "Yo, si fuese levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo".
El apóstol favorecido que, más que ningún otro, parece haber comprendido "la
anchura, la longura, y la profundidad, y la altura del amor de Cristo", nos sugiere
ideas del alcance y la eficacia de la gran redención que nuestra latente incredulidad
puede apenas recibir. El apóstol no vacila en afirmar que la obra restauradora de
Cristo fnalmente reparará con creces la ruina causada por el pecado. "Así como por
la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también, por la obediencia de Uno, los muchos serán constituidos justos". Esta
comparación no tendría sentido si "los muchos" de un lado de la ecuación no
fuesen proporcionales a "los muchos" del otro lado de ella. Pero esto no es todo: la
obra redentora de Cristo hace más que restablecer el equilibrio: "Cuando el pecado
abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así
también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor
nuestro" (Rom. 5:19-21).
Está fuera del ámbito de esta discusión argumentar sobre bases filosóficas la
natural probabilidad de un reinado de la verdad y la justicia en la tierra; estamos
felices de que se nos asegure la consumación sobre bases más elevadas y más
seguras, aún la promesa de Aquél que nos enseñó a orar: "Hágase tu voluntad, así
en la tierra como en el cielo". Porque cada oración enseñada por Dios contiene una
profecía, y transmite una promesa. Este mundo ya no pertenece al diablo, sino a
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(SALMO 67).
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"Si relatáramos todo lo que los teólogos han dicho referente al número 666 en
Apocalipsis, compondríamos una historia muy singular. Sin embargo, éste no es el
lugar para hacerlo, y sería por lo general un mero desperdicio de tiempo refutar
errores palpables y alucinaciones absurdas. Nuestros textos son tan claros para los
que tienen ojos para ver y comprender, que la simple afirmación del significado
verdadero de estos textos debería disipar en seguida las nubes acumuladas
alrededor de ellos por prejuicios dogmáticos, imaginaciones interesadas, y pre-
construcciones políticas.
"El número 666, pues, tiene que contener un nombre propio, el nombre de un
personaje político e histórico que debía jugar el papel de Anticristo en todas las
grandes revoluciones que esperaban al mundo judeo-cristiano. Después de leer a
Daniel y la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, sabemos cuál es el tema.
Nuestro autor procede finalmente a decirnos de quién está hablando.
"Aquí, pues, está la dificultad (si es que es dificultad) que más a menudo ha
confundido hasta a los que han enfocado el problema con un espíritu libre de
prejuicio e ilusión. La bestia del capítulo trece no es un individuo, sino el Imperio
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Romano, considerado como un poder. El escritor mismo nos dice (cap. 17) que las
siete cabezas de la bestia representan las siete colinas sobre las cuales está edificada
la ciudad; y nuevamente, siete reyes que han reinado allí, o todavía reinan. Esto es
bastante correcto, pero él nos dice con bastante claridad que esta bestia es al mismo
tiempo una de las siete cabezas, una combinación aparentemente inconcebible y
más que paradójica, pero al mismo tiempo muy natural, y hasta necesaria. La idea
de un poder, especialmente de una influencia hostil, siempre tiende a asumir una
forma concreta, para personificarse en la mente popular. El monstruo ideal se
convierte en un individuo; el principio toma una clara forma humana, y bajo esta
forma personal las ideas se popularizan, hasta que los individuos, a su vez, se
convierten en representantes permanentes de las ideas e influencias que les
sobreviven. Para la mayor parte de los hombres, un nombre propio transmite más
que una definición, y es más probable que despierte un sentimiento cálido y vivo.
El poder, la idolatría, la blasfemia, y la persecución paganas, todo lo que despierta
las justas antipatías de la iglesia, todo lo que le inspira horror, y le arranca
exclamaciones de dolor, sería naturalmente invividualizado y concentrado en la
persona de aquél que, unos años antes de la destrucción de Jerusalén, había
llenado la medida de sus crímenes. La bestia es, pues, a un tiempo el imperio y el
emperador, y el nombre de éste último está en los labios del lector pensante antes
de pronunciarlo. Arrojemos sobre él, pues, toda la luz de la ciencia histórica.
"Una lectura atenta del capítulo 11 ya nos habrá convencido de que este libro se
escribió antes de la destrucción de Jerusalén. El templo y su atrio interior, con el
gran altar, son los medidos - es decir, destinados, para ser preservados (Zac. 2),
mientras que el resto de la ciudad es entregado a los paganos y dedicado al
sacrilegio. Estos pasajes no podrían haber sido enmarcados en vista del estado de
cosas que existieron después del año 70. Pero las indicaciones que se dan en el
capítulo 17 son todavía más decisivas. Sostendremos que aquí se habla de Roma
hasta que se pueda demostrar que en la época de los apóstoles existía otra ciudad
construida sobre siete colinas, urbem septicollem, en la que la sangre de los testigos
de Cristo haya sido derramada a torrentes (vers. 6,9). Esta ciudad, o este imperio,
tiene siete reyes. Las revelaciones de Daniel, Enoc, y Esdras siguen el mismo plan
cronológico, contando todas las sucesiones de reyes para poner al lector sobre la
pista de las fechas. De esos siete reyes, cinco ya están muertos (ver. 10), el sexto
reina en este momento. El sexto emperador de Roma era Galba, un anciano, de
setenta y tres años de edad cuando ascendió al trono. La catástrofe final, que había
de destruir la ciudad y el imperio, debía tener lugar en tres años y medio, como ya
hemos observado. Por esta única y simple razón, la serie de emperadores incluye
sólo uno después del monarca que entonces reinaba, y que no reinaría sino por
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"Por último, para que no falte nada para una evidencia plena, nuestro libro nombra
a Nerón, por decirlo así, en cada letra. El nombre de Nerón está contenido en el
número 666. El mecanismo del problema se basa en uno de los artificios
cabalísticos usados en la hermenéutica judía, que consistía en calcular el valor
numérico de las letras que componían una palabra. Este método, llamado gematría,
o geométrico, es decir, matemático, y usado por los judíos en la exégesis del
Antiguo Testamento, ha dado mucho trabajo a nuestros eruditos, y les ha llevado a
un laberinto de errores. Todos los alfabetos antiguos y modernos han sido puestos
a colaborar, y en cada ocasión se han ensayado todas las combinaciones
imaginables de números y letras. Al método se le ha hecho producir casi todos los
nombres históricos de los pasados dieciocho siglos: - Tito Vespasiano y Simón
Gioras, Julián el Apóstata y Genserico, Mohomet y Lutero, Benedicto IX y Luis XV,
Napoleón I y el Duque de Reichstadt - y no sería difícil para ninguno de nosotros,
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usando los mismos principios, leer por medio de él los nombres de los unos o los
otros. La verdad es que el enigma no era tan difícil, aunque sólo ha sido resuelto
por medio de la exégesis en nuestros propios días. Era tan poco insoluble que
varios eruditos contemporáneos encontraron la clave simultáneamente, y sin saber
nada de los trabajos los unos de los otros. La gematría es un ar hebreo. El número
tiene que ser descifrado por medio del alfabeto hebreo: rsq nwrn se lee "Nerón
César":-
"El punto más curioso es que existe una lectura muy antigua que da 616. Esta
podría ser la obra de un lector latino de Apocalipsis que había encontrado la
solución, pero que pronunciaba Nerón como los romanos, mientras que el escritor
de Apocalipsis lo pronunciaba como los griegos y los orientales. La remoción de la
n final da cincuenta menos".
Este libro estaba listo para entrar en prensa antes de que el autor tuviese la
oportunidad de consultar la detallada obra del Dr. Macdonald, Vida y Escritos de
Juan. Aunque no puede decirse que el Dr. Macdonald hace por Juan lo que
Conybeare y Howson hacen por Pablo, hay mucho de valioso en su obra. Es
especialmente gratificante para este autor descubrir que, acerca de la difícil
cuestión de "los dos testigos", el Dr. Macdonald ha llegado a una conclusión casi
idéntica a la del autor. Parecería, sin embargo, que con el Dr. Macdonald esto sería
una feliz adivinanza. Paley dice: "Él descubre lo que prueba"; y el Dr. Macdonald no ha
profundizado en la investigación del problema.
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"Si tuviéramos en existencia una historia cristiana, como tenemos una historia
pagana escrita por Tácito y una judía escrita por Josefo, que relatan lo que ocurrió
dentro de aquella ciudad dedicada durante el terrible período de su historia,
podríamos bosquejar más claramente la profecía sobre los dos testigos. El gran
cuerpo de cristianos, advertidos por las señales que les había dado el Señor, según
el testimonio antiguo, parece haber abandonado Palestina cuando ésta fue
invadida por los romanos ... Pero fue la voluntad de Dios que un número
competente de testigos de Cristo quedasen para predicar el evangelio hasta el
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del cielo, hasta el mismo momento de su muerte. Estos testigos de Cristo parecen
ser particularmente adecuados, hombres dotados de los dones más sobrenaturales,
de pie hasta el final en la ciudad abandonada, profetizando su destrucción, y
lamentándose de lo que una vez le fue querido a Dios". Pp. 161, 16.
NOTA SUPLEMENTARIA
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"Siendo esta, pues, una de las épocas más importantes en la economía de la gracia,
y la más terrible revolución en todas las dispensaciones religiosas de Dios, vemos
la elegancia y la propiedad de los términos en cuestión para denotar un suceso tan
grandioso, junto con la destrucción de Jerusalén, por medio de la cual se efectuó;
porque en todo el lenguaje profético, el cambio y la caída de principados y
potestades, ya sean espirituales o civiles, están señalados por el zarandeo de los
cielos y la tierra, el oscurecimiento del sol y de la luna, y la caída de las estrellas;
como el surgimiento y el establecimiento de los nuevos son por medio de
procesiones en las nubes del cielo, por el sonido de las trompetas, y la reunión de
huestes y congregaciones".
FIN
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