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«CON LOS POBRES DE LA TIERRA» «C on los pobres de la tierra

mi suerte quiero yo echar».

Hace años que escuché estos versos y desde entonces pregunto inútilmente
por su autor. Tienen aire de Atahualpa Yupanki, cadencia de profetas. Por
eso elegí el primero como título de este libro. Síntesis apretada de todo lo
que diremos.
No sé cuándo comenzó a interesarme el tema de la justicia. Quizá fue
decisivo un viaje a Alemania, en el verano de 1967, cuando pude contemplar
en la estación de autobuses de Stuttgart a un matrimonio emigrante despi-
diendo a su hijo de dos años que volvía a España. O cuando al día siguiente
advertí la dureza con que trataban a aquellos trabajadores en la frontera de
Port Bou. Y el tener que escuchar meses más tarde, por parte de personas
acomodadas, que los obreros emigran al extranjero por codicia.
Por entonces había terminado el primer curso de teología y comenzaba
a leer los profetas. Me impresionó ver que su sensibilidad con la justicia y
la pobreza era mayor que la de muchos cristianos actuales. Se despertó así
un interés que se fue alentando por dos frentes distintos: los mismos textos
proféticos, cada vez más llenos de sentido; y nuevas experiencias, como un
viaje a El Salvador en 1976, que me puso en contacto con la hiriente reali-
dad de una injusticia que habría de desembocar en guerra civil.
Por eso, cuando me invitaron a dar clases en el Pontificio Instituto
Bíblico de Roma durante el curso 1979-1980 elegí como tema: «La lucha
por la justicia en los profetas de Israel». Pensé que estas cuestiones no pue-
den quedar al margen de la enseñanza oficial, perdida con frecuencia en te-
mas bíblicos que a nadie interesan. Sobre todo, teniendo en cuenta que una
presentación no comprometida de los profetas equivale a traicionarlos.
A Amos no le expulsaron de Betel ni a Jeremías lo metieron en la cárcel
para que ahora tratemos las cuestiones más periféricas de su mensaje o rice-
mos el rizo con problemas de filología, historia o semiótica. Digo esto en-
tonando el «mea culpa». Ningún profeta habría escrito un libro como éste.
Le habría parecido absurdo hablar de las injusticias de hace siglos cuando
tenemos tantas entre nosotros. Y blasfemo un estilo tan científico para ha-
blar del llanto de los pobres.
Se trata de una cuestión muy grave, que casi no nos atrevemos a abor-
dar. La mejor manera de eludir la palabra de Dios es estudiar la palabra de
Dios. Porque él sigue hablando de forma directa, inmediata, a través de los
acontecimientos y personas que nos rodean. Y su palabra oculta, silenciosa,
podemos y debemos transformarla en palabra resonante y actual. Pero esto
es duro, comprometido. Y no es científico. No ayuda a subir en el escalafón
magisterial ni a conseguir prestigio. Mejor un trabajo de este tipo, que exige
esfuerzo, pero no trae preocupaciones.
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Quienes nos dedicamos de por vida a estudiar los textos proféticos de- profetas, más que una justicia distributiva — que da a cada uno lo suyo—
bemos confesar de vez en cuando que todo lo que hacemos es mentira. Los es la justitia adiutrix miseri, la que ayuda al desgraciado.
profetas no pretendían que los estudiásemos, sino que escuchásemos su voz Una de las cuestiones más delicadas es distinguir entre la injusticia social
y la pusiéramos en práctica. Cualquier investigación sobre ellos encubre una con matiz económico y la injusticia internacional de carácter político. Una
buena dosis de cobardía. Para consolarme, debo reconocer que aquel curso invasión asiría provoca tantos o más daños que el latifundismo. El pueblo
de Roma, técnico y minucioso en el análisis de los textos, ayudó mucho a sufre igual. Por eso, el fenómeno de las guerras y el de la opresión econó-
los alumnos y les abrió horizontes nuevos. (Conste que no me lo dijeron mica van estrechamente unidos en muchos casos. Amos enmarca su denun-
antes del examen). Dos años más tarde amplié el material que entonces ex- cia contra las injusticias sociales de Israel en el contexto de las injusticias
puse. Este libro es, en gran parte, fruto de aquellos cursos. internacionales. Al estudiar este profeta hemos tenido en cuenta la relación.
Para no falsear a los profetas es importante situarlos en su contexto. La Pero nos habría llevado demasiado lejos estudiar los otros casos de denun-
primera parte, que trata la preocupación por la justicia en el Antiguo Orien- cia profética contra la injusticia internacional (que implica también el ataque
te y la evolución socioeconómica de Israel, pretende dejar claro que los al imperialismo económico, sobre todo de Tiro). Era inevitable imponerse
profetas no son los primeros en interesarse por estos problemas y buscarles ciertos límites.
solución. Antes lo hicieron otros en Egipto, Mesopotamia, Israel. Resulta
ya sabido, pero no debemos dejar de repetirlo. •k * •k
En la segunda parte se analizan los textos de los profetas con obra es-
crita. Prescindimos, por consiguiente, de los relatos contenidos en los libros Ser profesor de una Facultad modesta (al menos en lo económico) tiene
de Samuel y Reyes, aunque algo diremos sobre el episodio de la viña de el inconveniente, al escribir un libro, de que no se puede dar las gracias a
Nabot. Para entender lo dicho hace siglos, en circunstancias tan distintas a ningún colaborador, ayudante o secretaria que haya pasado a máquina el
las nuestras, es preciso someter el texto a una disección minuciosa, fría, poco manuscrito, corregido pruebas o elaborado índices. Provoca un inevitable
concorde con el espíritu que le dio vida. Quizá la principal aportación de complejo de inferioridad cuando se leen libros alemanes o ingleses y una
esta segunda parte consista en analizar los textos dentro de las secciones a terrible pérdida de tiempo.
las que pertenecen. Los estudios sobre el mensaje social de los profetas se Pero hay personas que me han ayudado de forma más importante. Ante
limitan a recoger afirmaciones sueltas de cada uno de ellos, sin tener en todo mi madre, que nos inculcó desde pequeños un gran respeto y amor a
cuenta la compleja trama de la redacción final. Con ello se empobrece el «los pobres de la tierra». Lxjis Alonso Schokel, que me animó a escribir
análisis. Porque un texto se ilumina y enriquece mucho al situarlo en su este libro. Los alumnos del Bíblico. Y tantos amigos que se han interesado
contexto. Incluso adquiere dimensiones inesperadas. Al análisis sigue una por él y me alentaron durante la redacción. Sus nombres formarían una
visión de conjunto, que no es simple resumen de lo anterior. Debate las extensa lista. A todos ellos, mi agradecimiento.
cuestiones que plantean los trabajos recientes: ¿Defienden los profetas los
intereses de un grupo o de una clase? ¿Esperan que sus oyentes se convier- Granada, junio de 1984.
tan, o se limitan a justificar el castigo de Dios? ¿Pretenden la conversión
del corazón, o exigen también un cambio de estructuras? ¿Dónde hunde sus
raíces la injusticia? ¿Hasta qué punto dependen de tradiciones previas?
En la tercera parte se extraen las conclusiones de lo anterior, sin deseos
de probar ninguna tesis. La única conclusión clara parece la importancia de
la justicia para todos ellos. Al concretar problemas, enfoques, presupuestos
de la denuncia, cada uno sigue su propio camino.
Quizá se extrañe alguno de que no comience el libro con una definición
de «justicia» y «justicia social», o aclarando términos capitales como mispat,
fdaqd. No lo hago porque sufrieron importantes cambios semánticos y es
preferible estudiar cada caso en su contexto. Pero, ya que siempre actuamos
con una idea previa, acepto la breve síntesis de Israel I. Mattuck: «¿Qué
significa para los profetas la justicia social? Consideración por los derechos
humanos de todos los hombres, en especial por los derechos y necesidades
de los miembros más débiles de la sociedad» (El pensamiento de los pro-
fetas, 99). Más tarde indica que «la justicia exige el cuidado de los débiles»,
idea que comparte H. Wildberger cuando insiste en que la justicia de los

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