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I.

LA BIBLIA, PALABRA
INSPIRADA
La Palabra se ha hecho carne por obra del Espíritu Santo; también se ha hecho
texto (Escritura) bajo la acción del Espíritu inspirador. En ambos casos, aunque
de forma distinta, la palabra humana ha alcanzado el rango de Palabra de Dios. En
1 el primer caso la palabra se encarna en una persona; en el segundo, en un texto
literario.

1. LA PALABRA ENCARNADA 1

Todas las religiones del libro tienen su origen en una palabra de revelación
que luego toma la forma de escritura sagrada. En el movimiento cristiano
esta etapa de la palabra-escritura llega a su plenitud en la encarnación 2. La
encarnación de la Palabra es la suprema forma de locución divina, a la cual
compete en sentido estricto la condición de Palabra de Dios. Tiene lugar en
la Encarnación del Verbo que asume la naturaleza humana de Jesús y otorga
a su locución el sentido unívoco de Palabra de Dios. Este es el momento
culminante para entender el misterio de la palabra humana que es,
estrictamente Palabra de Dios.

Según Jn 1,14, la Palabra se hizo carne , y según Hb 1,2-3, el Padre ha


hablado en el Hijo que es resplandor de su gloria e impronta de su
sustancia. Y, como el Padre y el Hijo son una misma cosa (Jn 10,30), las
palabras del Verbo Encarnado son estrictamente Palabra de Dios. Y, por
tanto, las palabras pronunciadas por el Jesús histórico, su persona y sus
gestos continuaban manteniendo en el recuerdo de sus discípulos aquel
valor suyo de locución divina. Estas palabras anunciadas por sus enviados,
en el lenguaje humano, por la presencia del Espíritu, adquirían la condición
de palabra del Señor asumidas como palabra divina. Por eso, el kerigma era
Palabra de Dios.

2. LA PALABRA INSPIRADA
Entre la santidad de la Palabra que procede del Santo (Job 6,10) y la
Palabra que es la locución de Dios en Cristo, está la Escritura inspirada, lo
que es lo mismo, la divinización de la palabra escrita por inspiración.

1
Cf. A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o. c., pp. 52-53.
2
Ibíd., p. 29.
El fenómeno de la elevación de la palabra humana por inspiración acontece
en dos formas. En primer lugar cuando la palabra santa conservada como tal
en la transmisión oral recibe por la acción del Espíritu Santo una forma de
concreción literaria. Esto acontece cuando el Espíritu Santo actúa en
personas dotadas de cualidades literarias para dar a la palabra conservada
en la tradición una existencia nueva. Es la creación literaria que se lleva a
cabo mediante la inspiración. Gracias a esta elevación, la palabra
conservada en el recuerdo se transforma en una realidad nueva: la Escritura
inspirada. La palabra transmitida se modifica en una nueva locución, ahora
válida para todo el que la lea o escuche. No es una locución aquí y ahora,
2 como la predicación o la transmisión oral. Es una locución cualitativamente
diferente destinada a un público futuro, que es el de los posibles lectores de
la obra literaria redactada por los autores inspirados. La predicación es
actualmente una palabra dirigida al público que la escucha. La tradición es
la memoria de esa palabra ya dicha, conservada y actualizada. La Escritura
es una locución de destinación futura, cuyo auditorio es la multitud de los
posibles lectores, para los cuales se convertirá en auténtica locución cuando
sea proclamada, recitada o leída. El segundo caso tiene lugar cuando Dios
actúa moviendo al mediador carismático a escribir una palabra nueva. Por
ejemplo la redacción del prólogo del cuarto evangelio. La palabra de Dios no
pasa por el estadio de la transmisión, sino que recibe inmediatamente la
forma literaria escrita. Este caso pertenece al orden de la locución divina
que, en lugar de ser oral, es escrita 3. La experiencia humana en la historia
genera una palabra que se transmite de forma oral; pero llega un momento
en que esa tradición se pone por escrito y se torna texto (producción de
sentido) bajo la acción del Espíritu4.
3. LA DIVINIZACIÓN DEL
LENGUAJE HUMANO
La inspiración escriturística y la Encarnación del Verbo son formas de
elevación de la palabra humana a la esfera divina, o mejor, dos formas de
divinización de la palabra. La diferencia está en la utilización de la
mediación. En la primera la unión entre Dios y el autor inspirado es
funcional (puntual); en la segunda es personal (permanente). La palabra
encarnada es Palabra de Dios por la unión personal entre la Palabra eterna
y el hombre Jesús que habla. La Palabra de Dios expresada de diversas
maneras en los libros bíblicos encuentra su unidad en la Encarnación del
Verbo, en el cual Dios dice su misma, única y definitiva Palabra.
En resumen, para los autores del Nuevo Testamento toda la Escritura del
Antiguo es considerada Palabra de Dios. Y esto por una doble razón: como
3
Cf. A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o. c., p. 53.
4
Cf. P. Andiñach, Introduccion hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 39.
locución divina actualizada en el kerigma y como texto escrito por
inspiración divina. El Nuevo Testamento atribuye además condición divina a
la palabra de Jesús y al kerigma apostólico. Sin embargo, no llega a
denominar Palabra de Dios a la Escritura del mismo Nuevo Testamento
todavía en formación. La declaración de toda la Escritura (Antiguo y Nuevo
Testamento) como Palabra de Dios es obra de la Tradición.

4. LA INSPIRACIÓN EN LA
3 ESCRITURA, EN LA ENSEÑANZA DE
LA IGLESIA Y EN LA TEOLOGÍA
A) EN LA ESCRITURA 5

El Antiguo Testamento se refiere muy a menudo a la acción de Dios en la


mente de los profetas, pero como hemos estudiado, este influjo se expresa
en términos de una proclamación oral mediante la cual Dios le comunica un
oráculo o un mensaje a su interlocutor. Más explícito es el Nuevo
Testamento, en cuyas páginas aparece la convicción de que toda la
Escritura hebrea procede del mismo Dios6.
Israel era un pueblo sin tradición literaria y vivió en medio de unos pueblos
de cultura ágrafa (sin escritura). Por eso su religión no se presentó
inicialmente como religión del libro. Sin embargo, con el paso del tiempo su
fe llegó a centrarse en una colección de libros que los cristianos llamamos
Antiguo Testamento, sin que en sus páginas se desarrollara una enseñanza
sobre el origen divino de dichos escritos 7. Con el paso del tiempo, Israel fue
conocido como el pueblo del Libro sobre todo por el aprecio que siempre
mostró a su ley escrita8. Por eso, es lógico que la enseñanza sobre la
inspiración empezara a plasmarse en torno a su idea sobre el origen de la
Torah9, que según la tradición hebrea había sido creada por Dios antes de
que el mundo existiera.

La conciencia de poseer escritos sagrados que gozaban de autoridad divina


aparece en la tradición bíblica desde época muy remota. Se consideraba
que al origen de estos libros y textos se encontraban hombres privilegiados
como Moisés y los profetas, grandes receptores de la Palabra de Dios, que
habían recibido revelaciones divinas, locuciones y oráculos bajo el impulso
5
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 141-166.
6
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados en Introducción a la Biblia I,
Herder, Barcelona 1965, pp. 41-42.
7
Cf. R.F. Smith, Inspiración e Inerrancia, o. c., p. 12.
8
Ibíd., p. 13.
9
Cf. J-L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 122.
del Espíritu de Dios. Estas palabras reveladas, conservadas en la memoria,
reciben luego la forma de Escritura por un redactor carismático 10.

Ya antes de que la Torah asumiese su forma definitiva (siglo V. a.C.), Israel


consideró el conjunto de sus tradiciones orales y escritas, que llegó a
confluir en la Torah, como una revelación proveniente del mismo Dios por
medio de Moisés, con valor normativo para la propia vida.

Algo similar ocurrió con relación a los profetas. Sus oráculos fueron
recibidos desde el principio (oralidad) como Palabra de Dios, como Palabra
4 de Dios dirigida a… Oseas (1,1), Jeremías (1,1-2), Miqueas (1,1)… Más
tarde, cuando sus discípulos reunieron sus oráculos y le dieron la forma de
texto, se constituyó la segunda colección de la Biblia hebrea: los nebi’im,
mencionada a partir de entonces junto a la Torah como palabra de Dios
cuya sabiduría debía regular la vida del pueblo de Israel (Sir 1,1-2.8-10).

Los Ketubim comienzan a mencionarse a finales del siglo II a. C. junto a la


Torah y los Nebi’im (Sir 1,1-2) como una nueva colección más o menos
con la misma autoridad que los antiguos escritos.

En las páginas del Nuevo Testamento aparece muy a menudo la convicción


de que los libros bíblicos tienen su origen en Dios. En sus libros se emplea
la palabra Escritura para referirse a la totalidad de los libros sagrados del
Antiguo Testamento11.
Existen tres textos del Nuevo Testamento que se refieren a la inspiración de
los libros bíblicos: a) 2Tm 3,16-17 afirma que Toda Escritura es inspirada
por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la
justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda
obra buena. La expresión θεοπνευστος12 (inspirada por Dios o divinamente
inspirada, alentada por Dios), que no aparece más que esta vez en toda la
Biblia, significa insuflar, soplar, alentar... Los autores bíblicos, en efecto,
reciben el aliento, el ánimo de Dios para escribir y componer los libros
bíblicos; b) En 2Pd 1,20-21, el autor de este pasaje afirma que escritores
bíblicos movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios. La
expresión se refiere no tanto a los oráculos pronunciados por los profetas,
10
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados, o. c., p. 40.
11
Cf. R. F. Smith, Inspiración e Inerrancia, en Comentario Bíblico San Jerónimo, IV,
Cristiandad, Madrid 1972, p. 14. El término Escritura aparece 51 veces en el Nuevo
Testamento, y siempre, con excepción de 2Pd 3,16, se refiere a una o varias del Antiguo
Testamento.
12
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados, o. c., p. 15. Las pocas veces que
esta expresión aparece en los escritos precristianos tiene siempre sentido pasivo
(inspirada por Dios). La Escritura ha sido alentada por Dios. De esta manera recoge la
idea del Antiguo Testamento concretamente la del aliento de Dios como expresión de una
poderosa acción divina. 2Tim 3,6, al atribuir a Dios el origen de la Escritura, va más
allá de cualquier factor humano que pueda estar implicado en este proceso.
sino a los escritos bíblicos en cuanto tales como se deduce de la palabra
Escritura seguida del término profecía. Tenemos aquí, por tanto, una alusión
a toda la Escritura del Antiguo Testamento y no sólo a los libros proféticos,
pues en la época apostólica la Escritura del Antiguo Testamento era
considerada como profecía; c) 2Pd 3,15-16 tiene una importancia particular
porque es el único pasaje que se refiere a la inspiración del Nuevo
Testamento, particularmente a las cartas de Pablo, que el autor sitúa al
mismo nivel de las Escrituras del Antiguo Testamento.

Los judíos que aceptaron las ideas helenísticas conservaron la enseñanza


5 del origen divino de los libros sagrados. Filón de Alejandría (20-50 d.C.) fue
el primero que adoptó los términos griegos επιπνειν, καταπνειν (alentar
sobre… inspirar) para expresar el origen divino de la Escritura. Cuando cita
los libros bíblicos los llama sagrados, atribuyéndolos directamente a Dios.
Flavio Josefo introdujo a este propósito el término griego de inspiración
επιπνοια. Sus palabras sobre el origen divino de los libros bíblicos rezan así:
… si bien ha pasado ya mucho tiempo, nadie se ha atrevido a añadir, quitar
o cambiar sílaba; en cada judío hay una especie de instinto, desde el día de
su nacimiento, que le lleva a mirarlos como decretos de Dios, a mantenerse
en ellos, y si fuera necesario, morir gozosamente por ellos (Contra Apión,
1,8)13.

Los judíos de la época más reciente hablarán de los libros que manchan las
manos para referirse a su origen divino 14. También la tradición rabínica, a
partir del siglo II d.C., se refiere a los textos bíblicos con fórmulas que
indican reconocer a Dios como autor. Sin embargo, en la tradición judía se
concebía la inspiración como una realidad de carácter estático, como un
dictado de Dios al profeta, quedando eliminada o reducida de esta forma la
responsabilidad directa de los escritores bíblicos en la composición de los
libros.

La tendencia en Qumrán a sustituir el nombre del profeta por el de Dios


hace pensar que para esta comunidad, Dios dictaba sus palabras a los
autores bíblicos, por lo que su participación en la redacción de los mismos
era limitada o casi nula. Sin embargo, el Antiguo Testamento presenta a los
profetas y escritores bíblicos conscientes y responsables de los propios
oráculos pronunciados, evidentemente, bajo la moción del Espíritu.

El modelo propiamente bíblico concibe la inspiración como una acción del


espíritu de Yahvé sobre el profeta. Pero junto a este modelo surge otro
bajo el influjo de determinadas instancias del pensamiento greco-
alejandrino que reduce la responsable y viva cooperación humana hasta
anularla prácticamente.
13
Cf. R.F. Smith, Inspiración e Inerrancia, o. c., p. 13.
14
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados, o. c., p. 41.
B) EN LA ENSEÑANZA DE IGLESIA
Con relación a la inspiración existe una sólida continuidad entre el
pensamiento de los Padres y la doctrina del Nuevo Testamento, si bien los
Padres recalcaron más la acción de Dios en la composición de los libros que
la de los autores humanos.

Probablemente la fórmula que tuvo mayor trascendencia en la teología


6 patrística fue la de Dios autor de la Escritura 15. Frente las herejías
gnóstica, marcionista y maniquea16 del siglo II, que compartían la tendencia
a oponer el Antiguo al Nuevo Testamento, como si representaran dos
economías de salvación distintas, contrarias y provenientes de dos
principios contrapuestos, era normal que los escritores eclesiásticos
defendieran la verdad de que el mismo y único Dios es autor de uno y otro
Testamento. Lo ejemplifica un texto de San Agustín: Igual que el único y
verdadero Dios es el creador de los bienes temporales y eternos, del mismo
modo es el autor de ambos Testamentos, ya que el Nuevo Testamento está
oculto en el Antiguo y el Antiguo se hace evidente en el Nuevo.
Los Padres se refieren a los autores bíblicos como instrumento. Este
concepto de origen bíblico adquirió notable desarrollo en la época
patrística17. La Escritura afirma, en efecto, en lenguaje metafórico que Dios
ha hablado por (δια) boca de sus santos profetas (Lc 1,70; Hch 1,16), que
éstos hablaron movidos por el Espíritu Santo (Mc 12,36; 2Pd 1,20). De aquí
partieron los montanistas18 para afirmar que el profeta hablaba en estado
15
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados, o. c., p. 42.
16
Ibíd.
17
EB 57 (DS1501) (Enchiridion Biblicum= manual bíblico). Los Papas León XIII y Pío X
concedieron plenas competencias en materia bíblica a la Pontificia Comisión Bíblica, la
cual emanó, desde 1909 a 1921, catorce decretos y dos declaraciones. Tales documentos
fueron recogidos en una especie de guía o manual, a modo de vademécum, llamado
Enchiridion Biblicum, que vio la luz por primera vez en 1927. En el siglo XIX estos
documentos fueron recogidos también en el Enchiridion Symbolum (manual de credos,
definiciones y dogmas), cuyo autor es Enrique Dezinguer, más conocido por Dezinguer,
profesor de teología positiva y dogmática histórica. El documento suele citarse con las
siglas DS o Dz.
18
Cf. R. Aguirre (Ed.), Así empezó el cristianismo, Verbo Divino, Estella 2011, pp. 449-
450. El montanismo fue un movimiento cristiano surgido en el interior de las comunidades
entre los años 160 y 170 d.C., que pretendía dar mayor importancia a las realidades
espirituales (pneumáticas) y escatológicas, descuidadas por los cristianos. Su fundador
fue un profeta de Frigia (Asia Menor), llamado Montano que dado la pérdida de entusiasmo
y vitalidad en las primeras comunidades cristianas, intenta reavivar este impulso
primero con manifestaciones carismáticas y populistas de todo tipo. Muy pronto se unen a
su predicación profético-apocalíptica las profetisas Prisca y Maximila, que
posteriormente pasarán a encabezar el movimiento, de las que se han conservado una serie
de oráculos. Según Montano, los profetas son los portavoces de Cristo y del Espíritu
Santo, que predican con autoridad propia y exigen una obediencia incondicional, lo que
obliga a mantener abierto el Canon de la Escritura. El anuncio de sus profecías es el
extático, a lo que se opone San Jerónimo diciendo: No es verdad como se
imagina Montano y mujeres ignorantes, que los profetas hablaran en éxtasis,
de modo que no sabían lo que decían.
Los Padres utilizan también la expresión dictatio19, que surge en el siglo IV
y que luego pasó a la teología medieval. La emplean San Jerónimo y San
Agustín, pero no en sentido mecanicista, sino de componer o redactar. En
todo caso, con esta expresión los Padres sólo pretenden subrayar la acción
de Dios en la composición de los libros bíblicos20.
7 De la enseñanza magisterial sobre la inspiración divina de los libros bíblicos
podemos destacar los siguientes elementos:
1.- Origen divino de los Testamentos. Ante los herejes que negaban que los
dos Testamentos tuvieran el mismo origen divino, los Padres defendieron la
unidad de los dos testamentos y afirmaron que ambos tenían como autor el
único e idéntico Dios. Luego el Concilio de Florencia (siglo XV)
desarrollando la misma idea declara: La Iglesia confiesa un solo e idéntico
Dios como autor del Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir, de la Ley y
de los Profetas, como también del Evangelio, porque los santos de uno y
otro Testamento hablaron bajo la inspiración del Espíritu Santo . Apuntamos
que este el primer documento magisterial que se refiere a Dios como autor
de los libros de la Escritura.
2.- Idéntica inspiración divina de los textos bíblicos. El Concilio de Trento
(1546) ante la teología protestante que admitía el origen divino de los dos
testamentos pero ponía en discusión el alcance de tal inspiración, se refiere
a la igualdad de todos los libros. Afirma que todos los libros de uno y otro
Testamento deben ser recibidos con un mismo sentimiento de piedad y
veneración y en su integridad21, tal como se encuentran en la antigua
edición Vulgata latina.

fin inminente del mundo, y como preparación, se exige una conducta rigurosamente
ascética: prohibición del matrimonio (más tarde de las segundas nupcias), ayunos
rigurosos, la xerofagia (abstención de alimentos húmedos), anticiparse al martirio en
caso de persecución, grandes y generosas donaciones, rigorismo penitencial. Se llegó
incluso a prohibir el perdón de los pecados a los bautizados, aunque hicieran
penitencias. Como vemos, el montanismo, a diferencia del gnosticismo y del marcionismo,
no pretendía anunciar nuevas enseñanzas, sino revitalizar ciertas tradiciones de corte
profético y apocalíptico, ya abandonadas. Su enseñanza apocalíptica estaba centrada en
el anuncio de la llegada inminente del reino. El montanismo, perdió mucha fuerza por su
gran rigorismo ético, llegó a cautivar a intelectuales católicos como Tertuliano, que se
pasó al movimiento en el año 207.
19
Cf. A. Barucq – H. Cazelles, Los libros inspirados, o. c., p. 23.
20
Ibíd., p. 42.
21
Cf. Ibíd. Según la afirmación del Concilio es absurdo distinguir entre los libros
bíblicos parte que hay que atribuir al autor divino y parte que hay que atribuir a un
autor humano.
3.- Definición dogmática de la inspiración 22. Dei Filius, del Concilio
Vaticano I (24 de abril de 1870) establece la recta noción de inspiración en
estos términos: Estos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros
con todas sus partes, tal como se enumeran en el decreto del mismo
Concilio, y se contienen en la antigua edición Vulgata latina, han de ser
recibidos como sagrados y canónicos. Ahora bien, la Iglesia los tiene por
sagrados y canónicos, no porque, compuestos por la sola industria humana,
hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la
revelación sin error, sino porque, escritos por inspiración del Espíritu
Santo, tienen a Dios por su autor, y como tales han sido transmitidos a la
8 misma Iglesia.
4.- La analogía del Verbo Encarnado. DV 13 aborda el tema de la
inspiración utilizando la analogía del Verbo Encarnado, asumida por el
Catecismo de la Iglesia Católica (= CEC))23 y desarrollada en el discurso De
tout coeur pronunciado por Juan Pablo II (23 de abril de 1993) 24 ante los
miembros de la Pontificia Comisión Bíblica, y luego en la Exhortación
apostólica post-sinodal VD 12. Este último documento se refiere a la
condescendencia de Dios partiendo de la tradición bíblica. La enseñanza de
la συνκαταβασις (condescendencia) se refiere al anonadamiento de Dios,
que ha querido asumir la debilidad humana del lenguaje, sin disminuir ni
anular su santidad (cf. DV 13).
5.- Primado de la acción divina en la composición de los textos no anula la
acción humana: Dios eligió hombres; utilizó sus facultades y sus fuerzas, de
modo que en la Escritura se encuentra todo y solo lo que Dios quiso que
éstos escribieran. Por eso, los escritores bíblicos son verdaderos
autores25. Dios, el autor principal, actuó en ellos y por medio de ellos. La
Palabra de Dios hay que buscarla, por tanto en las palabras humanas.
6.- La Sagrada Escritura es resultado de la colaboración del hombre con
Dios26. Por eso en ella se descubren las huellas de ambos autores. De qué
tan comprometedora puede ser la colaboración humana en la inspiración,
habla el prólogo del evangelio de Lucas (1,1-4). El autor de este evangelio
reconoce que se ha servido de fuentes orales (ministros de la palabra) y
escritas (otros habían acometido la acción similar de escribir) 27.
22
Cf. A. Robert – A. Feuillet, Introducción a la Biblia, I, Herder, Barcelona 1965, p.
45.
23
Dice textualmente el CEC, 101: En la condescendencia de su bondad, Dios, para
revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: La palabra de Dios expresada en
lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre
asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres (DV, 13).
24
Discurso pronunciado con ocasión del centenario de la encíclica Providentissimus Deus
y de los cincuenta años de la encíclica Divino Afflante Spiritu.
25
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 97-100.
26
Ibíd., pp. 109-110.
27
Cf. F. Bovon, El evangelio según San Lucas, I, Sígueme, Salamanca 2005, pp. 55-56. El
autor del tercer evangelio aprovechó la obra de sus predecesores para componer la suya.
La obra de estos predecesores pudo haber estado integrada por el evangelio de Marcos y
la fuente de logias (Q), probablemente utilizada por Mateo y Lucas. O sea, Lucas compone
una obra para superar a sus predecesores literarios. Sin embargo, el uso de estos
El redactor carismático cuando escribe conserva y utiliza bajo el influjo de
la inspiración todas sus facultades humanas, las cuales son mejoradas y
enriquecidas, no suplidas, por el carisma recibido28. Los textos sagrados
manifiestan por tanto su cultura, su capacidad literaria, su estilo, su modo
de ser29… Sin embargo, a pesar de las limitaciones del autor, los textos
sagrados llevan consigo de modo pleno, el sello determinante de la sabiduría
divina.

Cualquiera que haya contribuido específicamente a la composición del texto


9 bíblico participa del carisma de la inspiración en la medida de su
colaboración30. Pueden presentarse tres casos:
1º) Los autores de añadidos o interpolaciones de versículos o de algún
bloque literario, que forman parte de un texto inspirado y canónico deben
ser considerados verdaderos autores inspirados, aunque su intervención se
reduzca a pasajes bíblicos muy breves.
2º) Los secretarios o amanuenses, es decir, personas que escriben al
dictado del verdadero autor humano, como el profeta Baruc, que escribió al
dictado de Jeremías, y Tercio, a quien San Pablo parece haber dictado la
carta a los Romanos (16,22). Dichos secretarios han recibido la asistencia
divina para registrar con fidelidad lo que escuchaban.
3º) El redactor, es decir, aquel que ha compuesto un libro partiendo del
argumento propuesto por el autor inspirado. Este podría ser el caso de la
carta a los Hebreos31, cuyo redactor habría dado forma literaria a las ideas
que habían sido comunicadas por otros.

C) EN LA TEOLOGÍA
1) EN LA TEOLOGÍA CATÓLICA
La Escritura puede ser atribuida a cada una de las Personas divinas: al
Padre, porque es obra de la omnipotencia de Dios; al Espíritu Santo, ya que
materiales literarios no se opone la inspiración, sino que estos materiales son
integrados en este proceso de redacción carismática.
28
Pensemos por ejemplo en el redactor o redactores del evangelio, en la profundidad que
imprime a su relato. Pensemos también en la imponente personalidad literaria del
evangelio de Mateo, pero también en pobreza del lenguaje empleado por Marcos…
29
Cf. A. Robert – A. Feuillet, Introducción a la Biblia, I, o. c., p. 36. Por el hecho
de saber que la palabra de Dios está enunciada en lenguaje humano, no estamos
inmunizados contra toda sorpresa. No siempre nos damos cuenta hasta qué grado nuestros
modos de expresión son tributarios del mundo en que vivimos, de nuestros hábitos de
comunicación y de nuestras categoría de pensamiento.
30
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 118-119.
31
Cf. F. Vouga, La Carta a los Hebreos, en D. Marguerat (Ed.), Introducción al Nuevo
Testamento, Desclée De Brouwer, Bilbao 2008, pp. 329-340. El escrito a los Hebreos se
presenta como una homilía o exhortación a la que se aplicó el formato de carta, que la
segunda bendición (Heb 13,22-25) y la tradición manuscrita (P46) sitúan bajo la
responsabilidad literaria de Pablo.
es un medio salvífico determinado por Dios para nuestra santificación; y a
la persona del Verbo, en cuanto que la Escritura forma parte de la
revelación divina32, es decir, de la manifestación de Dios a los hombres, y la
segunda persona es llamado Verbo. La Escritura es, por tanto, obra y
testimonio de la revelación del Dios Trino y Uno, aunque se la apropia a la
Espíritu como aquel que inspira a los autores bíblicos para que registren en
sus obras aquellas verdades relativas a nuestra salvación y santificación.
Dicho en pocas palabras, el Dios uno y trino decidió hablar con la
humanidad, no sólo mediante la revelación y la encarnación, sino también
por medio de la Escritura inspirada33.
10
La analogía del Verbo Encarnado y del Verbo Escrito alcanzó un gran
desarrollo en la teología patrística, con Orígenes y Crisóstomo, y luego en
la teología medieval. No pocos Padres consideraron Escritura como
prolongación de la Encarnación 34. En esta misma línea los teólogos
medievales se refieren a Cristo como Verbum abbreviatum, Verbum
concentratum, Verbum coadunatum. Con esta terminología se refieren a dos
realidades: 1) al hecho de que aquel que es inmenso e incomprensible, aquel
que es infinito en el seno del Padre, se había hecho hombre en el seno de
María, reduciéndose a las proporciones de un niño (Verbum abbreviatum); y
2) al hecho de que el variado y múltiple contenido de las Escrituras,
diseminado en muchos libros escritos a lo largo de los siglos, se reúne y
unifica en él (Verbum concentratum). La Escritura contiene, en efecto, la
única Palabra del Padre escondida bajo numerosas palabras recogidas en los
diversos libros bíblicos, que, a su vez, encuentran su unidad en la Palabra
Encarnada. Por esta misma razón los Padres consideraban la Escritura
como sacramento.
Aquí conviene recordar el discurso De tout coeur, de Juan Pablo II, y
recuperar elementos básicos:
1.- La palabra de Dios se encarna en la palabra humana. La teología de la
inspiración implica en primer lugar reconocer la verdadera dimensión
humana del lenguaje bíblico, pues la Palabra de Dios se ha encarnado
realmente en la palabra humana, adecuándose a su multiforme variedad.
2.- En el estudio del texto ninguno de los aspectos del lenguaje humano
puede ser descuidado. Porque, para hablar a los hombres, Dios ha
aprovechado todas las posibilidades del lenguaje humano y, a la vez, ha
querido someter su Palabra a todos los condicionamientos de ese lenguaje .
32
Cf. R. F., Smith, Inspiración e Inerrancia, o. c., p. 26. En cuanto tal, la
inspiración es común a las tres personas de la Trininidad, si bien frecuentemente se
atribuye por apropiación al Espíritu Santo, como hace 2Pd 1,21. Es verdad que a nivel
ontológico la inspiración se identifica con Dios mismo, pero la flaqueza de la mente
humana exige que Dios y su simplicidad se sometan a un análisis si pretendemos alcanzar
algún conocimiento sobre la naturaleza de la inspiración.
33
Cf. A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o. c., p.191.
34
Cf. CEC, 103. La Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera el
Cuerpo del Señor (cf. DV, 24).
3.- Esto tiene sus consecuencias, especialmente en lo relativo al problema
de la actualización y la inculturación de la Palabra de Dios. Decir que la que
la Biblia es Palabra de Dios para todas las épocas que se suceden en la
historia, implica de hecho, que la ciencia bíblica, superando todo relativismo
histórico, asuma como tarea la investigación del significado perenne de los
textos bíblicos… Y para dar con este significado perenne es necesario
conocer el lenguaje humano utilizado por los autores bíblicos para
construirlo.
- En resumen, parafraseando DV 13: las palabras de Dios expresadas en
lenguas humanas, se han hecho semejantes al lenguaje de los hombres en
11
todo menos en el error, como el Verbo del eterno Padre, al asumir las
debilidades de la naturaleza humana, se hizo semejante a los hombres en
todo menos en el pecado.
- El lenguaje usado por la Biblia es a la vez divino y humano. Dios quiso
hablar de un modo humano para que los hombres pudieran comprender, al
menos en parte, las profundas verdades que se refieren a su salvación.
- Todos los libros sagrados están igualmente inspirados. Precisamente por
esto, la Iglesia los acoge con la misma piedad y veneración (Trento). Esto
no implica, por otra parte, que los diversos libros y textos bíblicos puedan
poseer un mayor o menor contenido teológico, según los casos, sino que
indica que todo cuanto ha sido escrito en la Biblia procede igualmente de
Dios como autor principal de los libros sagrados: Dios no es más autor de
un libro que de otro, aunque en uno haya manifestado una verdad más alta
que en otro según las capacidades de los autores humanos. Pensemos en el
libro atribuido a Isaías, cuyos escribas eran personas cultas y con grandes
dotes literarios, los cuales han redactados una serie de textos mesiánicos de
gran trascendencia35.
- Sin embargo, en la historia de la exégesis existen opiniones en sentido
contrario. Por ejemplo, en algunos sectores de la exégesis judía ha existido
la creencia de que la Torah, en cuando procede de una tradición más
antigua que se remonta a Moisés, goza de mayor autoridad que los Profetas
y los Escritos36. El protestantismo liberal, que identificaba la inspiración con
un cierto entusiasmo religioso, introdujo, por su parte, la distinción entre
un grado supremo de inspiración, presente en algunos Salmos, otro medio,
propio de los libros como Sirácida, y otro ínfimo, ejemplificado en el libro de
Ester.

35
Cf. J. Vermeylen, Isaías, en Introducción al Antiguo Testamento, o. c., p. 20. Para
asegurar la coherencia del libro de Isaías, se ha presentado como un solo libro,
atribuido íntegramente al profeta del siglo VIII. Sin embargo, este libro es una
colección de oráculos provenientes de diversas épocas y redactados por varios escribas.
36
Cf. J. C. Turro – R. E. Brown, Canonicidad, o. c., p. 64. De hecho para los judíos, la
Torah era la palabra por excelencia de Dios por ser el depósito de la revelación hecha
por el mismo Dios a Moisés. Por eso, no tiene nada de extraño que determinados libros
fueran acogidos en el canon hebreo tan sólo por la relación que tenían con la Torah,
pues parece ser que para los grandes rabinos, ella era el canon, de acuerdo con el cual
se juzgaba todo lo demás
- En cambio, según la doctrina católica, que considera que los libros
sagrados son fruto de una acción divina, en y por medio de los autores
humanos, todos los libros y textos bíblicos deben considerarse igualmente
inspirados y, como tales, ser recibidos como Palabra de Dios. Esto no se
opone a que un libro sea más leído que otro y que en un libro la verdad esté
formulada con más claridad que en otro. Con ello la Iglesia quiere afirmar
que la Biblia no sólo contiene la Palabra de Dios sino que es realmente
Palabra de Dios.
- Conviene precisar, no obstante, que directamente inspirado está solo el
texto original en su forma definitiva, es decir, el texto autógrafo del autor
12 inspirado. Los apógrafos o copias del texto autógrafo se pueden considerar
inspirados en la medida en que reproducen con fidelidad el contenido y la
forma literaria del texto original37. Las versiones estrictas son también
consideradas inspiradas38. Por eso, la Iglesia se ha servido de los progresos
alcanzados por la ciencia (la arqueología, la lingüística…), para reconstruir
con la mayor fidelidad posible los textos originales a través de la llamada
crítica textual.
- La versión griega de los LXX fue compuesta prácticamente por entero
antes de que se terminara la redacción de los libros del Antiguo Testamente
y se constituyera el canon bíblico. Por esta razón fue considerada inspirada
por algunos Padres. Los motivos de esta especial relevancia de los LXX son
básicamente dos: 1) haber sido el texto bíblico principalmente utilizado y
citado por los autores del Nuevo Testamento; 2) haber alcanzado su forma
definitiva en una época en que el canon del Antiguo Testamento estaba
todavía en formación y el Nuevo Testamento no se había formado todavía39.
- Por estos motivos quienes defienden la inspiración de los LXX afirman que
sus traductores se deberían autores verdaderos o al menos redactores,
porque su obra no fue solo una traducción sino una labor de interpretación y
actualización del texto sagrado antes de que se fijase el canon.

2) EN LA TEOLOGÍA PROTESTANTE 40

Los iniciadores de la reforma protestante, Lutero y Calvino, por una parte,


subrayaron tanto el aspecto objetivo de la inspiración bíblica que terminaron
concibiendo dicha inspiración como una especie de dictado mecánico, y por
otra acentuaron también la actitud subjetiva del lector, en el sentido de
que la palabra de la Biblia no puede ser reconocida si el Espíritu de Dios no
actúa sobre el que la lee o escucha.

37
M. De Tuya – J. Salguero, Introducción a la Biblia, I: Inspiración bíblica. Textos.
Versiones, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 262), Madrid 1867. p. 196.
38
Cf. Ibíd.
39
Cf. A. Robert – A. Feuillet, Introducción a la Biblia, I, o. c., pp. 57-59.
40
Cf. M. A. Tábet, Introducción general a la Biblia, o. c., pp. 134-138.
De estos dos principios nacen dos principios teológicos 41: 1) la sola
Scriptura y 2) la interpretación libre gracias al Espíritu. El primero entra en
crisis ya en el mismo Lutero, cuando, al tener que precisar la extensión
exacta de la inspiración del Nuevo Testamento aplica un criterio
substancialmente subjetivo: Biblia es todo lo que lleva a Cristo, lo cual no
deja de ser verdad; el asunto es quién determina cuáles son estos libros que
llevan o no llevan a Cristo. Así por coherencia, Lutero establece una
distinción entre libros inspirados y menos inspirados. A partir de aquí el
criterio de inspiración dependerá de lo que el lector considere divino en
los libros sagrados porque le mueve a Cristo. En consecuencia, para los
13 reformadores, la Biblia no es Palabra de Dios, sino que sólo la contiene 42.

41
Ibíd., p. 135.
42
Ibíd., p. 136.

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