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«Las decisiones de la autoridad administrativa, cuando creen obligaciones, califiquen infracciones, impongan sanciones o
establezcan restricciones a los administrados, deben adaptarse dentro de los límites de la facultad atribuida y manteniendo la
debida proporción entre los medios a emplear y los fines públicos que deba tutelar, a fin de que respondan a lo estrictamente
necesario para la satisfacción de su cometido».
de las contravenciones del orden público, etc. Dentro de la actividad jurídica, la que se lleva
a cabo por reglamentos (normativa) y la que se lleva a cabo por meros actos administrativos.
A. ACTIVIDAD NORMATIVA: REGLAMENTACIÓN Y PLANIFICACIÓN
Se lleva a cabo a través de reglamentos, esto es, de disposiciones administrativas
de carácter general («reglamentación»). Estos reglamentos siempre ejecutivos de normas con
rango de Ley: en la medida en que vienen a limitar derechos de los particulares, no pueden
ser independientes; entre estos reglamentos, deben incluirse, en su caso, los Planes que, si
son vinculantes y no meramente orientativos, según un sector importante de la doctrina, y
según la Jurisprudencia, son normas jurídicas (por ejemplo, planes urbanísticos).
La actividad «planificatoria» forma parte de la policía. No constituye una nueva
forma o modalidad de actividad, distinta de las de policía, fomento o servicio público;
tampoco constituye una potestad de naturaleza jurídica distinta de las demás potestades
administrativas: es previsión, normación; es, simplemente, un instrumento normativo para
llevar a cabo de forma óptima los fines administrativos, a través de las técnicas
administrativas ordinarias (por ejemplo, planificación urbanística: zonas verdes, alturas de
edificación, licencias urbanísticas, etc. Supone un auténtico recorte de discrecionalidad).
B. ACTIVIDAD NO-NORMATIVA
Hace referencia a diversas actuaciones ordenadas al cumplimiento del
ordenamiento jurídico. Su finalidad es ser instrumento para asegurar el respeto de la
normativa de policía.
Dentro de la actividad no-normativa, cabe distinguir:
1. Órdenes
Su finalidad es garantizar, asegurar el respeto y cumplimiento de las
reglamentaciones correspondientes; tienen que determinar o concretar los límites generales
establecidos en la normativa: esta labor de concreción se hace por la Administración a la
vista de las circunstancias sociales y temporales (por ejemplo, orden de la autoridad
prohibiendo una manifestación por motivos de seguridad: artículo 2.12 CP; artículo 52
LMCIP: medidas que puede adoptar la Autoridad Sectorial Competente, en los casos de
peligro grave o inminente para el medio ambiente).
La Administración debe estar previamente habilitada por Ley para ejercitar esta
potestad de dictar órdenes que concreten obligaciones.
b. Clases de órdenes
a’) Por su contenido:
1. Mandatos: tienen un contenido positivo: hacer o soportar.
2. Prohibiciones: contenido negativo: vedar una conducta.
b’) Según el momento en que inciden en la conducta de los particulares:
1. Preventivas: previenen la conducta, quieren evitarla: (por ejemplo, prohibición
de acceso a obras arqueológicas).
2. Directivas: orientan la conducta.
3. Represivas: corrigen la conducta: (por ejemplo, ejercicio de la potestad
sancionadora, incautación de mercancías en mal estado, por razones de sanidad o seguridad).
c’) Según los destinatarios:
1. Órdenes de policía individuales: tienen un sólo destinatario.
2. Órdenes de policía generales: tienen varios destinatarios, indeterminados: (por
ejemplo, una orden de evacuación de una zona por razones de salud pública).
c. Efectos
Son los propios de todo acto administrativo, según su contenido y ejecutividad.
Imponen un deber automático de obediencia al administrado, que puede ser exigido por los
medios de ejecución forzosa y castigado, en su caso, por ejercicio de la potestad
sancionadora. Este deber de obediencia, que surge con la notificación (es independiente de
que la orden sea o no válida: la presunción de legitimidad) tiene un límite: la pura «via de
hecho»: actuación sin competencia ni procedimiento.
2. Autorizaciones
La autorización (licencia o permiso) es un acto administrativo declarativo de
derechos, aunque sea un instrumento de la actividad constrictiva. Mediante la autorización,
la Administración remueve el obstáculo (obstáculo que es la prohibición inicial) para el
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Esta confusión entre autorización y concesión se pone de manifiesto también en la legislación peruana: la Ley 27181,
General de Transporte y Tráfico Terrestre, que regula el otorgamiento de autorizaciones para la prestación del servicio de
transporte en zonas no saturadas; pero cuando se trate de transporte en zonas saturadas exige concesión. Es decir, como se trata
de un número limitado de prestadores, entiende que ya no cabe la autorización.
Por otra parte, parece que el artículo 5 LMCIP distingue bien la naturaleza jurídica de las concesiones, cuando se refiere a los
supuestos en que la explotación de los recursos naturales o la prestación de los servicios públicos deba realizarse mediante
concesiones u otras formas de otorgamiento a los particulares. El otorgamiento significa que previamente, los particulares,
carecían de derecho a la explotación. Sin embargo, la misma Ley, en su artículo 13, parece confundir nuevamente ambas figuras
«las autoridades sectoriales competentes otorgarán las concesiones y otras formas de autorización para la explotación de
recursos naturales».
b’) De la aprobación: ésta es ex post, esto es, después de que se haya realizado una
determinada actividad, mientras que la autorización es un requisito «ex ante», cuya
obtención es previa a la actividad. Además, mientras que la aprobación se
configura como condición de eficacia del acto sometido a ella, la autorización es,
en principio, condición de validez.
c’) De la dispensa: mientras la autorización permite una actuación positiva,
liberando de una prohibición de hacer u obrar, la dispensa libera de un deber
positivo de actuar, permitiendo la abstención.
b. Clases de autorizaciones
a’) Según el margen de libertad de apreciación de que disponga la Administración
autorizante, pueden ser:
1. Regladas: comprobación de que la solicitud del administrado encaja en el
supuesto de hecho de la norma jurídica (licencias de construcción, permisos de conducción).
2. Discrecionales: la Administración puede valorar la oportunidad de su
otorgamiento; en principio, el carácter discrecional no es coherente con el concepto de
autorización como «remoción de obstáculos al ejercicio de un derecho preexistente», porque
si hay verdaderamente un derecho preexistente, su ejercicio no puede quedar en manos de la
discrecionalidad administrativa: así, MANZANEDO MATEOS señala que, si la autorización es
reglada, hay derecho preexistente, mientras que si es discrecional, lo que hay es un interés;
en contra, otros autores como LÓPEZ-MUÑIZ O DE LA CUÉTARA afirman que, en las
autorizaciones, siempre hay un derecho subjetivo, aunque sean discrecionales.
La existencia de un plan previo, disminuye en gran medida la discrecionalidad,
porque la concesión o denegación de las autorizaciones deberá someterse a las previsiones
del plan.
En todo caso, la existencia de autorizaciones más o menos discrecionales no obsta
para la existencia de un previo derecho en los solicitantes; el problema será, en su caso, el de
la determinación de los criterios de otorgamiento por parte de la Administración274.
b’) Por razón de la relación que crean entre Administración autorizante y
administrado autorizado, se puede establecer la distinción siguiente (GARCÍA DE
ENTERRÍA):
1. Autorizaciones por operación: mediante la autorización se autoriza una
actuación puntual (construcción edificio, hacer obras, licencia de apertura de un
establecimiento).
2. Autorizaciones de funcionamiento: tiene por objeto una actividad destinada a
mantenerse en el tiempo, y por ello, establecen una relación de tracto sucesivo entre la
Administración y el autorizado: permiso de conducir, licencia de actividad. Estas suelen ser
condicionadas, de forma que su incumplimiento permite su revocación a la Administración.
Responden al esquema del «acto-condición», por el cual el interesado entra en un status
determinado.
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Es extraordinariamente discrecional, y por ello inconstitucional, la regulación de las autorizaciones que prevé el artículo 21
de la Ley 26702, General del Sistema Financiero y del Sistema de Seguros y Orgánica de la Superintendencia de Banca y
Seguros: dicho artículo 21 señala: «... la Superintendencia emitirá la resolución que autoriza o que deniega la organización de
una empresa, la que no requier exposición de fundamentos ni es susceptible de impugnación en la vía administrativa o
judicial». La omisión de motivación es contraria al principio de transparencia y al de interdicción de la arbitrariedad de los
poderes públicos, pero la prohibición de recurso contraría abiertamente las previsiones del artículo 148 CP.
d. El silencio administrativo
Es coherente el silencio administrativo positivo con la existencia de un derecho
preexistente en el solicitante de la autorización, como se ha visto. La autorización se
configura, de esta forma, como una una especie de control previo de cierto tipo de proyectos
por parte de la Administración. Si la Administración se demora en contestar, estará
impidiendo un derecho al particular, no porque haya infracción del ordenamiento, sino por
negligencia de la Administración: por ello, en caso de inactividad administrativa, el silencio
debe interpretarse como estimatorio de la solicitud (positivo).
Uno de los problemas del silencio positivo o estimatorio es que permite el ejercicio
de la actividad correspondiente, pero que supone ausencia de control de los requisitos
necesarios para desarrollar la actividad. ¿Qué pasa cuando se otorgan por silencio
autorizaciones a administrados que carecen de los requisitos necesarios para que obtenerlas?.
En este caso, debería entenderse que la autorización otorgada por silencio sería nula de pleno
derecho (porque «se adquieren facultades o derechos» sin cumplir con «los requisitos,
documentación o trámites esenciales para su adquisición»: artículo 10.3 LPAG). En todo
e. Revocación
Consiste en la supresión de un acto administrativo por causas distintas a la
ilegalidad inicial; puede ser por motivos de mera oportunidad o por ilegalidad sobrevenida.
La LPAG prevé, con carácter excepcional, la revocación de actos favorables (entre los que se
incluyen las autorizaciones) en una serie de supuestos (artículo 203 LPAG), y con la
correspondiente indemnización (en su caso): artículo 205 LPAG, todo ello de acuerdo con el
principio general del Derecho de irrevocabilidad de los actos declarativos de derechos. Debe
partirse de la base de que, a pesar del principio general de irrevocabilidad de los actos
declarativos de derechos, la Administración puede revocarlos siempre; el problema será
determinar cuándo hay que indemnizar o no: el criterio general de indemnización es claro:
depende de si esa revocación es fruto de circunstancias ajenas a la voluntad administrativa
(en cuyo caso, en principio, no será necesario indemnizar al titular de la autorización) y
cuándo es fruto de la mera voluntad administrativa: en este caso, se produce una actividad
ablatoria por parte de la Administración y deberá indemnizarse al que sufre la revocación.
Por eso, cabría distinguir, en abstracto:
a) Revocación-sanción: se ejerce por simples motivos de legalidad, cuando el
interesado incumple los requisitos de la autorización. En este caso no hay derecho a
indemnización. Esta técnica carece de naturaleza sancionadora, porque no precisa la
consecución del procedimiento sancionador ni se somete a sus principios (GALLEGO
ANABITARTE).
b) Por ilegalidad sobrevenida: puede venir dada como consecuencia de un cambio
de circunstancias. No hay ningún incumplimiento por parte del autorizado, sino cambio de
circunstancias: las circunstancias que condicionaban el otorgamiento de la autorización han
cambiado: se incurre en una especie de ilegalidad sobrevenida. Tampoco genera derecho a la
indemnización.
Por ilegalidad sobrevenida como consecuencia de un cambio en la legislación: sí
que genera derecho a la indemnización porque se cercenan derechos adquiridos por el
ejercicio del poder.
c) Revocación por cambio de los criterios de apreciación de la Administración
autorizante. Se trata de una potestad que no es de ejercicio obligatorio. Se adopta por meros
criterios de oportunidad o valoración, es decir, por un cambio (respecto del momento en que
se dictó) en la percepción de lo que constituye el interés general: constituyen una
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Así, en materia de autorizaciones y demás solicitudes en materia de medio ambiente, según reconoce el Conseil
Constitutionnel francés, el silencio negativo o desestimatorio es un principio constitucional.
a. Constataciones regladas
Son similares a las autorizaciones regladas: la Administración se limita a verificar
un programa de actuación: un ajuste de la actuación a las exigencias legales.
Se diferencia de la autorización en que no constituyen una declaración de voluntad
sino de conocimiento: no es un acto de imperium: no se otorga al administrado una
legitimación para actuar, sino que simplemente se constata la adecuación al ordenamiento
jurídico. Pero no da ningún permiso y por eso no es una autorización reglada, por ejemplo,
homologaciones de productos o certificaciones de calidad; las certificaciones que pueden
otorgar instituciones públicas (y privadas) de que las empresas de abastecimiento de agua
potable y alcantarillado cumplen con las normas de calidad y condiciones de tratamiento de
desagüe (artículo 53 LMCIP)276.
b. Inscripciones registrales
Existen muchos registros donde se obligan a insertar anuncios sobre las distintas
titularidades sobre bienes, derechos, actuaciones de los particulares, etc. Se justifican por la
necesidad de que la Administración conozca los distintos sectores para su promoción,
información, etc. (así, Registro especial de empresas especializadas en saneamiento
ambiental, en el Ministerio de Salud: artículo 53 LMCIP; registro de empresas contratistas,
etc.).
La inscripción es un acto administrativo declarativo de conocimiento (incluíble
dentro de las redacción del artículo 5 LPAG: «aquéllo que... certifica la autoridad»). Y a
veces se exige como condición sine qua non para ejercer ciertos derechos, o puede tener
efectos constitutivos de relaciones jurídicas: así el artículo 35 CP señala, referido a las
organizaciones políticas: «Tales organizaciones concurren a la formación y manifestación de
la voluntad popular. Su inscripción en el registro correspondiente les concede personalidad
jurídica»277.
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Plantea problemas la calificación de los actos de homologación (certificación, normalización) que llevan a cabo —cada vez
con más frecuencia— empresas privadas; se trata de declaraciones de conocimiento, con efectos jurídico-administrativos pero
estrictamente privados. ¿suponen ejercicio de potestades públicas? ¿qué tipo de potestades?.¿Puede un mismo acto ser efecto
del ejercicio de una potestad (si es una homologación hecha por entidad pública) y no serlo (si la homologación se lleva a cabo
por empresa privada)?
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Es muy interesante, a este respecto, el juego de aparentes autorizaciones que establece la Ley de Banca peruana (Ley 26702):
para la realización de la actividad financiera se exigen dos autorizaciones; en primer lugar, una autorización previa de la
Superintendencia de la Banca y Seguros, autorización «de organización»; se configura como una autorización personal,
c. Comunicaciones obligatorias
No son actos de la Administración, sino que son actos exigidos a los administrados
como requisito previo de la legalidad de un comportamiento. Supone poner en conocimiento
de la Administración el hecho de que se va a llevar a cabo una actividad.
Al mismo tiempo, se permite a la Administración que pueda oponerse total o
parcialmente a esa actividad proyectada en un determinado plazo, mediante la
correspondiente prohibición. Por el mecanismo con el que actúa, tiene similitudes con la
autorización, sobre todo cuando ésta se acompaña del silencio positivo, pero la mera
comunicación manifiesta una posición de poder más fuerte (por ejemplo, por su
reconocimiento explícito como derecho fundametal) que la solicitud de autorización. El
ejemplo más claro del ordenamiento jurídico es el del derecho de manifestación: artículo
2.12 CP: «Las [reuniones] que se convocan en plazas y vías públicas exigen anuncio
anticipado a la autoridad, la que puede prohibirlas solamente por motivos probados de
seguridad o de sanidad públicas»278.
d. Inspecciones
Es actividad material: un agente de la autoridad habilitado para ello irrumpe en la
esfera privada de un sujeto para comprobar si su actuación se adecúa a la legalidad. Han de
tener un fin especial y concreto. Pero como tal actividad material, no se puede calificar de
acto administrativo (artículo 1.2.2. LPAG).
Ahora bien, esta actuación material desemboca en actos jurídicos: actas de
inspección e informes. El acta es un documento público que da constancia de lo conocido, es
decir, de los hechos; se trata, por tanto, de una declaración de conocimiento. Por contra, el
informe es un acto administrativo donde se valoran esos hechos; se puede calificar como
declaración de juicio; en ambos casos son, pues, auténticos actos administrativos que deben
regirse por lo establecido en la LPAG: específicamente, los informes por los artículos 171 y
ss. LPAG.
El artículo 2.9 CP reconoce la inviolabilidad del domicilio. Si se admite, en el Perú,
un concepto amplio de domicilio, que incluiría igualmente el de las personas jurídicas, las
actuaciones de inspección administrativa estarán condicionadas al previo permiso del titular
o, en su caso, a la previa autorización judicial: «Nadie puede ingresar en él ni efectuar
investigaciones o registros sin autorización de la persona que lo habita o sin mandato
judicial, salvo flagrante delito o muy grave peligro de su perpetración. Las excepciones por
motivos de sanidad o de grave riesgo son reguladas por la Ley».
Se puede calificar, igualmente, de actividad instrumental, que sirve para preparar
actuaciones ejecutivas de ordenación o de coerción por parte de la Administración, en los
diversos sectores de la vida económica y social (por ejemplo, inspección de hacienda
(SUNAT), de trabajo, de sanidad o de consumo, de policía, etc.
vinculada a la comprobación de la solvencia moral y económica de los organizadores (artículo 20); la decisión denegatoria de
dicha autorización es, como se vió mas arriba, inimpugnable. Ahora bien, una vez otorgada dicha «autorización», la empresa
puede solicitar la autorización de funcionamiento que otorga la misma SBS. Pues bien, en la medida en que únicamente los que
han recibido la autorización primera pueden solicitar la de «funcionamiento», y que aquélla es «personal», su naturaleza
jurídica no responde, realmente a la autorizativa, sino a la de una inscripción registral (registro de personas capacitadas para
poder llevar a cabo dicha actividad). Por tanto, no se trata de una declaración de voluntad, sino de conocimiento.
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Igualmente, en principio, la introducción o internamiento de residuos o desechos para su reciclaje, reutilización o
transformación debería someterse a comunicación previa, según el artículo 55 LMCIP. Un supuesto similar, aunque de diferente
naturaleza jurídica, es el de las aprobaciones automáticas: artículo 31 LPAG: en éstas no cabe la denegación, sino —en su
caso— la anulación de la aprobación realizada (artículo 32.3 LPAG).
e. Intervención empresarial
Es una medida límite, ya que limita una actividad constitucional y la suprime. No
puede identificarse con la más gravosa expropiación forzosa de la empresa, que supone un
cambio de titularidad y que debe ser, por ello, convenientemente indemnizada (y cuya
posibilidad se reconoce, restrictivamente ¡y mediante ley!, por el artículo 8 LMCIP). La
intervención —como asunción de la dirección de la empresa por parte del poder público—
no se prevé en ningún precepto constitucional o legal (excepción hecha de la expropiación)
y, en concreto, el artículo 9 LMCIP señala que: «Queda derogada toda disposición legal
que... intervenga en los procesos productivos de las empresas en función del tipo de
actividad económica que desarrollen... salvo las disposiciones legales referidas a la higiene y
seguridad industrial, la conservación del medio ambiente y la salud».
IV. SANCIONES ADMINISTRATIVAS
Se incluyen aquí las sanciones administrativas, como una manifestación de la
actividad administrativa de policía o constrictiva. Ahora bien, si para algunos autores
(LÓPEZ-MUÑIZ) las sanciones administrativas se pueden incluir en la policía o actividad
constrictiva, en la medida en que sirven para asegurar el cumplimiento de las demás técnicas
(actos normativos y no-normativos: autorizaciones, órdenes, etc.), para otros (PARADA), las
sanciones se integran dentro de lo que él ha dado en denominar «derecho garantizador»,
como una rama específica del derecho público que incluiría, junto al derecho penal, el
procesal y el sancionador administrativo.
En todo caso, en la medida en que las sanciones son actos administrativos
constrictivos, que cumplen una función de salvaguarda de la legalidad, pueden estudiarse
junto a las demás manifestaciones de la actividad de policía.
A. CONCEPTO, CLASES Y FUNDAMENTO. SUS DIFERENCIAS CON LA POTESTAD PENAL
Tradicionalmente se ha venido distinguiendo dos ámbitos de ejercicio de la
potestad sancionadora administrativa: el ámbito de las llamadas sanciones de «orden
general» y el ámbito de las sanciones de «autoprotección».
a) La potestad sancionadora de orden general coincide sustancialmente con la
potestad punitiva penal: es la que viene a ejercitar la Administración sobre la totalidad de los
ciudadanos, en virtud de la supremacía general de la que goza. Esta potestad sancionadora es
una manifestación del ius puniendi estatal, y por ello se ha visto criticada por la doctrina
tradicional, habida cuenta de su amplia extensión, por cuanto rompe con el principio de
exclusividad de la actuación punitiva del Estado, y constituye una quiebra del principio de
separación de poderes (sanciones de tráfico, por motivos de orden público, en materia
medioambiental, competencial, etc.).
b) La potestad sancionadora de «orden especial» encuentra su fundamento en la
potestad de autoorganización administrativa y en la protección de orden interno
(tradicionalmente se ha calificado de potestad “doméstica”, interna). No existen dudas sobre
la admisibilidad de esta figura, pero sí que se cuestiona su extensión. La gran mayoría de los
autores identifican este tipo de sanciones con las que se imponen en una relación de
supremacía especial, es decir, en las relaciones de la Administración con aquéllos que están
vinculados a ella por relaciones más estrechas que el resto de la población: funcionarios,
soldados, estudiantes, presos, contratistas, etc. En la CP se recogen varios supuestos: por
ejemplo, el artículo 95 se refiere a las sanciones disciplinarias que el Congreso puede
imponer a sus representantes.
establece que las disposiciones de ese capítulo «disciplinan la facultad que se atribuye a
cualquiera de las entidades para establecer infracciones administrativas y las consecuentes
sanciones a los administrados», aplicándose supletoriamente en aquéllas entidades cuya
potestad sancionadora está regulada por leyes especiales, excluyendo de su ámbito de
aplicación únicamente a los procedimientos disciplinarios.
Esta previsión normativa tiene como modelo, entre otras regulaciones, la previsión
de la Ley 30/1992 española, de 27 de noviembre (modificada parcialmente por Ley 4/1999).
Aunque se trata de una Ley muy criticada en su momento por otros aspectos, el régimen de
la potestad sancionadora manifiesta una gran técnica y se adecúa a la jurisprudencia
constitucional recaída hasta el momento.
No debe olvidarse la enorme importancia que tiene la regulación jurídico-
administrativa del régimen sancionador: en la actualidad, la Administración ha suplantado,
en la práctica, a la actividad sancionadora judicial penal. Con base, por una parte, en el
principio de subsidiariedad del Derecho penal, y por otra en los mayores medios técnicos de
la Administración (frente a los de los jueces), la Administración sancionadora ejerce una
actividad desbordante, más propia de una persona hiperactiva que de una Entidad pública.
No en vano, la extensión de las sanciones es tal, que ha llevado algún especialista como
NIETO a recordar que es poco menos que imposible no realizar a diario actividades
infractoras de alguna normativa y que, por eso, ameriten la correspondiente sanción.
C. LOS PRINCIPIOS DE LA POTESTAD SANCIONADORA ADMINISTRATIVA
El criterio básico regulativo de la potestad sancionadora administrativa es la
sustancial identidad de ésta con la potestad penal. Ya es comúnmente admitido que la
potestad administrativa es simplemente auxiliar de la penal: repugna a la vigencia del
principio de separación de poderes la existencia de una potestad punitiva originaria en manos
de la Administración. La única justificación posible a tal realidad es, precisamente, la unidad
del ius puniendi estatal, de tal forma que la potestad sancionadora administrativa existe sólo
en la medida en que la potestad penal resulta insuficiente para regular y sancionar las
contravenciones de la cada vez más abundante normativa sectorial.
Si la potestad sancionadora administrativa es auxiliar de la judicial y si el ius
puniendi es único, los principios reguladores tienen que ser los mismos. Sin perjuicio de la
lógica adaptación de dichos principios en el ámbito penal o en el ámbito administrativo,
existe una básica identidad, reconducible, en último extremo, a los principios
constitucionales aplicables al régimen jurídico-penal. De entre los nueve artículos dedicados
a regular el procedimiento sancionador, nos interesa especialmente el artículo 230, que
establece los principios de la potestad sancionadora. Así, los principios del nuevo
procedimiento sancionador, que coinciden en gran medida con los que son comunes en el
Derecho administrativo comparado porque, en definitiva, son principios propios del orden
penal; estos principios son los siguientes: legalidad, debido procedimiento, razonabilidad,
tipicidad, irretroactividad, concurso de sanciones, continuación de infracciones, causalidad,
presunción de ilicitud y non bis in idem: este último, básico en el constitucionalismo
moderno, no se hallaba recogido en el Proyecto inicial, pero la tramitación posterior, con
buen criterio, lo recogió en lo que se refiere a la incompatibilidad entre sanción penal y
administrativa.
a) El principio básico regulador es, sin duda alguna, el principio de legalidad. Este
principio, desde el punto de vista formal, exige la reserva de ley: que la conducta infractora
haya sido prevista como tal por la ley vigente en el momento de producirse; desde el punto
de vista material, la tipicidad o predeterminación normativa (lex previa, lex certa): la
conducta infractora debe haber sido tipificada expresamente. A esta previsión debe añadirse
(mayor o menor intencionalidad, perjuicios causados, reiteración, etc.) que inciden en dicha
actuación. Ahora bien, la Ley establece un mandato al legislador sectorial que, como en lo
que se refiere al estatal, resulta inútil (no debe olvidarse que el legislador puede vincular a la
Administración, pero no puede condicionar el futuro ejercicio de su propia potestad
legislativa). Este mandato busca que, para los infractores, no resulte más ventajosa la
comisión de la infracción que el cumplimiento de las normas infringidas. Esta previsión —
deducida igualmente, ad pedem literae— de la ley española, descansa en una experiencia
clara: si las normas sancionadoras no son lo suficientemente contundentes (o si la Autoridad
no las aplica con la debida diligencia), sus mandatos se convierten en papel mojado, en
meros flatus vocis.
d) El principio de causalidad implica que la imputación recae en el autor de la
conducta sancionable. Para este viaje no eran necesarias estas alforjas. Al margen de la
obviedad que implica dicha redacción, la Ley olvida lo que constituye un principio básico e
inexcusable del Derecho penal: la culpabilidad. Cuando se lee «responsabilidad» es
imposible no pensar en la voluntariedad vinculada a la actuación infractora. Sin embargo, la
Ley pasa de puntillas sobre el problema, y parece reconocer —sensu contrario— que no es
necesaria la presencia de dolo o, al menos, culpa (culpa levisima, según algunos autores)
para que un sujeto se haga acreedor de una sanción administrativa.
Es cierto que los criterios penales de culpabilidad deben adaptarse si es la
Administración quien sanciona; es cierto también que las personas jurídicas —que no
pueden ser sujeto de sanción penal: «societas delinquere non potest— son capaces de
cometer infracciones administrativas: la «culpabilidad», en este caso, como recuerda el
Tribunal Constitucional español, es más bien la capacidad de infringir, más que la presencia
de dolo o culpa. En este sentido, la interpretación más lógica, cuando la LPAG establece que
«la responsabilidad debe recaer en quien realiza la conducta omisiva o activa constitutiva de
infracción sancionable», llevaría a entender la culpabilidad como presencia de voluntad
dolosa o, al menos, culposa. La «culpa» se configuraría como la voluntaria realización de
una conducta prohibida (o la no realización de una conducta obligatoria), sin que se exija la
vulneración a un bien jurídico determinado.
Ahora bien, en favor del reconocimiento de una responsabilidad objetiva
encontramos el texto —citado anteriormente— relativo al llamado principio de
razonabilidad: según el artículo 230.3 LPAG, la determinación de la sanción debe tener en
cuenta «criterios como la existencia o no de intencionalidad». Desgraciadamente, esta
previsión se encuentra también en la Ley española y ha sido objeto de fuertes críticas por la
mejor doctrina (NIETO): ¿cómo es posible que se puedan imponer sanciones por
infracciones cometidas «sin intencionalidad»?. La única interpretación constitucionalmente
factible sería la de admitir un mayor o menor grado de intencionalidad (dolo, culpa, culpa
levisima) pero nunca se puede admitir la posibilidad de que no haya intencionalidad. Otra
cosa será que, por razones obvias, la diligencia exigible sea mayor en determinados
supuestos, pero nunca puede eliminar la voluntariedad.
Ahora bien, la Ley, con un planteamiento práctico pero poco matizado desde el
punto de vista técnico de la culpabilidad establece la responsabilidad solidaria de todas las
personas cuando el cumplimiento de una determinada obligación corresponda a varias
personas conjuntamente (artículo 232.2 LPAG).
g) Otro de los principios clásicos del Derecho penal, que la Constitución recoge y
que la Ley se encarga de aplicar al ámbito sancionador, es el de la presunción de inocencia,
que el artículo 130.9 recoge con la redacción poco usual de principio de «presunción de
licitud». La Constitución lo prevé expresamente en su artículo 2.24 e: «Toda persona es
principio de defensa de los administrados como un criterio técnico que debe tener en cuenta
la Administración sancionadora. Pero, en todo caso, incrementa la seguridad jurídica y no se
deja en manos de la jurisprudencia (que puede aplicar con mas o menos tino analógicamente
la doctrina procesal-penal) la eventual interpretación de las circunstancias del caso.
j) Aunque no haya sido calificado como principio por la LPAG, la propia Ley
reconoce de forma expresa el principio de prescripción de las infracciones. La ineludible
prescripción de las infracciones susceptibles de sanción administrativa es simple
consecuencia del principio de seguridad jurídica, que exige que el infractor no quede
permanentemente pendiente de la correspondiente actuación administrativa sancionadora. Se
trata de otro principio del orden penal que tiene plena aplicación en el ámbito administrativo
y que se reconoce en el artículo 233 LPAG.
Este precepto, que se autocalifica de supletorio, indica que a falta de otra previsión
de las leyes especiales, las infracciones prescribirán a los cinco años de cometidas (artículo
233.1), plazo que se interrumpe por la iniciación del procedimiento sancionador aunque se
reanuda si el expediente se paraliza durante más de un mes por causas ajenas a los
administrados (artículo 233.2). En todo caso, y con buen criterio, la prescripción se produce
automáticamente y, una vez producida, la Administración queda inhabilitada para sancionar
(artículo 233.3).
D. EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO SANCIONADOR
Además de los principios generales informantes de la potestad sancionadora, la
LPAG incluye una serie de previsiones procedimentales. No se puede olvidar que la sanción
administrativa es un acto administrativo. Más en concreto, un acto administrativo restrictivo
de derechos individuales. Por lo tanto, es aplicable, con carácter subsidiario el régimen
jurídico general de los actos, en todo aquéllo que no haya sido expresamente previsto para
las sanciones.
Esta caracterización de la sanción como acto tiene una serie de consecuencias
importantes en cuanto al procedimiento y a determinados trámites procedimentales:
En primer lugar, la necesidad de llevar a cabo un procedimiento para imponer las
correspondientes sanciones (artículo 234); procedimiento regulado expresamente en el
artículo 235 LPAG. No caben, pues, las llamadas «sanciones de plano». En todo caso, no
puede olvidarse que la resolución administrativa que ha prescindido del procedimiento
establecido es nula de pleno derecho (artículo 10 LPAG, en relación con el artículo 3.5.)
Además, el procedimiento debe diferenciar —siguiendo el régimen procesal
penal— entre fase instructora y fase de resolución (artículo 234.2 LPAG), que se llevan a
cabo por autoridades diferentes.
Se debe notificar a los interesados, durante el procedimiento, los hechos imputados,
su calificación como infracción y la posible sanción que pueda imponerse. Además, se
señalará la autoridad competente para imponer la sanción y la norma que le atribuye tal
competencia. Una vez notificadas estas circunstancias, el interesado deberá tener un plazo —
5 días según la Ley— para hacer las oportunas alegaciones. Este trámite de audiencia se
configura como esencial para que el administrado pueda preparar adecuadamente su defensa.
(artículo 234.3 y 4 LPAG).
Se pueden adoptar —durante la tramitación— medidas provisionales para asegurar,
en su caso, la resolución que hubiere de recaer (artículo 236 LPAG). Ahora bien, tratándose
de medidas cautelares dentro del procedimiento, su naturaleza es sancionadora, con lo que no
basta con la genérica previsión legal para ejecutarlas sino que deben preverse por la
legislación sectorial aplicable, en su caso.
La resolución que recaiga debe adecuarse a la propuesta surgida de la instrucción
en cuanto a los hechos, pero se puede modificar su calificación (artículo 237.1 LPAG).
Ahora bien, entiende la doctrina que si la resolución agravase la sanción propuesta, deberá
otorgársele al interesado un nuevo periodo de alegaciones, para que pueda articular su
defensa en relación con la eventual sanción agravada (no se debe olvidar que el administrado
articuló sus medios de defensa en torno a lo establecido en la instrucción).
Por otro lado, el artículo 237.3 LPAG, a la vez que prohibe la reformatio in peius,
establece que las resoluciones que impongan sanciones sólo serán ejecutivas cuando pongan
fin a la vía administrativa, con lo cual se pretende proteger a los administrados frente a los
efectos de la autotutela administrativa en la materia. No cabe, por tanto, exigir el
cumplimiento de la sanción hasta que no haya transcurrido el plazo de impugnación, tanto en
vía de recurso de apelación como en vía de recurso de revisión; puede ocurrir, no obstante,
que la sanción haya sido impuesta por un órgano sin superior jerárquico: en este caso, deberá
tenerse en cuenta la previsión del artículo 218.1.a LPAG, según el cual si se interpone, en un
supuesto como ése, el recurso (potestativo) de reconsideración, se entenderá que la
resolución de dicho recurso agota la vía administrativa. Por lo tanto, hasta que no se resuelva
dicho recurso, habrá de entenderse inexigible la sanción impuesta.
La Ley prohíbe la delegación del ejercicio de la potestad sancionadora: esta
previsión, recogida en el artículo 231 LPAG se dirige a garantizar la atribución normativa a
los órganos competentes, para evitar que, por simples criterios de oportunidad, pueda llegara
a ejercerse por órgano no competente según la normativa aplicable. Sin embargo, esta
prohibición es criticable desde el punto de vista de la eficacia administrativa, porque
dificulta la adaptación del ejercicio de la potestad sancionadora a los frecuentes cambios
organizativos de la Administración pública, para lo que sería deseable que, una vez que la
ley ha cumplido con su cometido regulador (atribución de la competencia, diseño de
infracciones y sanciones), la propia Administración pueda atribuir el ejercicio de algunas
facultades de la potestad sancionadora a otros órganos.
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