Está en la página 1de 9

TEMA 2: LA CONFLICTIVA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO

LIBERAL (1833-1869)
1) El carlismo como último bastión absolutista: ideario y apoyos sociales; las dos
primeras guerras carlistas
2) El triunfo y consolidación del liberalismo en el reinado de Isabel II: los primeros
partidos políticos; el protagonismo político de los militares; el proceso
constitucional; la legislación económica de signo liberal; la nueva sociedad de
clases

El tránsito definitivo del Antiguo Régimen al régimen liberal burgués se


produjo en España durante el reinado de Isabel II en un proceso de modernización
irreversible que afecta a todos los órdenes de la vida: se configura una monarquía
constitucional inspirada en los principios liberales -libertad, igualdad ante la ley,
separación de poderes, derechos individuales-, se sientan las bases de una economía
capitalista y, como consecuencia, se estructura una sociedad de clases. En efecto,
aunque el liberalismo había iniciado su implantación en 1808, quedó relegado hasta el
cambio de tendencia que supuso la muerte de Fernando VII en 1833 y el inicio del
reinado de su hija Isabel II. Fue entonces cuando en un contexto europeo donde el
liberalismo triunfaba frente a la Restauración, se estableció y consolidó el Estado
Liberal en España. Sin embargo, el proceso no siguió en España el modelo
revolucionario francés, sino que fue el resultado de la alianza entre la nobleza y la
alta burguesía, con el apoyo de la monarquía y del ejército. El nuevo sistema
político tuvo una construcción conflictiva en medio de conflictos internos, lo que
conllevó una preponderancia militar y una cierta debilidad no solo por la inestabilidad
constitucional y política, sino también por la exclusión de la mayoría de la población.
La oposición a este sistema partió del carlismo y de interpretaciones más avanzadas del
liberalismo como el liberalismo democrático y el republicanismo. La monarquía
isabelina se fue volviendo además cada vez más reaccionaria, impidiendo la alternancia
política pacífica.
Durante la minoría de edad de la reina (1833-1843), el partido progresista fue
el protagonista en el desmantelamiento del Antiguo Régimen durante sus periodos de
gobierno (1836-37 y 1840-43). En cambio, durante su mayoría de edad (1843-1868), la
reina apoyó exclusivamente al partido moderado, que construyó un Estado liberal
oligárquico y centralista que alcanzó estabilidad, ya que solo estuvo fuera del gobierno
en el Bienio Progresista (1854-1856), gracias a un pronunciamiento, y durante el
gobierno centrista de la Unión Liberal (1858-1863). En los últimos años del reinado,
Isabel II acabó aislada sin más apoyos que el partido moderado y la oligarquía
económica, apoyos que no serían suficientes para impedir que fuera derrocada por la
revolución de 1868.
Paralelamente al discurrir político se sustituyó la economía feudal y de la
sociedad estamental del Antiguo Régimen por la economía capitalista y la sociedad de
clases, que se definía por la propiedad, ya que quien la tiene pertenece a la clase
dirigente, y quien no, queda relegado en la escala social.

1.- EL CARLISMO COMO ÚLTIMO BASTIÓN ABSOLUTISTA

El triunfo del liberalismo tiene lugar al tiempo que se desarrolla la primera


guerra carlista, la más violenta y dramática de las tres que se produjeron. Las causas
del conflicto incluyen por una parte un problema sucesorio por el conflicto entre los
defensores de Isabel, denominados isabelinos o cristinos por el nombre de la Regente, y
los de don Carlos, denominados carlistas, pero por otra, sobre todo, un profundo

1
enfrentamiento ideológico entre los defensores del Antiguo Régimen, los carlistas,
último bastión del absolutismo, frente a los que defienden el liberalismo, los isabelinos.
El carlismo apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII,
Carlos María Isidro*, conocido también como don Carlos, y de sus descendientes, en
contra de la línea sucesoria de Isabel II, y defendía la vuelta al Antiguo Régimen,
incluyendo el absolutismo, los privilegios de la nobleza y el clero, la restauración del
poder de la Iglesia y el mantenimiento de fueros e instituciones propias en Navarra y
País Vasco y su restablecimiento en Cataluña, frente a las pretensiones liberales de
uniformidad.
En 1833, a los pocos días de morir Fernando VII, ocurrieron los primeros
levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII,
proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, en contra de la reina
Isabel II y la Regente María Cristina. Los apoyos al carlismo se encontraron en la
pequeña nobleza reaccionaria, en oficiales descontentos del ejército, en un sector del
bajo clero y en el campesinado del País Vasco, Navarra, norte de Cataluña, Castilla y
comarca del Maestrazgo, temerosos de las reformas del liberalismo. Pero la mayor parte
del país apoyaba a Isabel II, sobre todo en las ciudades. La Regente contaba con la
jerarquía eclesiástica, la nobleza, la burguesía y los sectores populares urbanos, además
controlaba el ejército y los órganos de poder.
Pronto se formaron partidas de voluntarios realistas o carlistas, pero los
levantamientos fueron sofocados, salvo en el medio rural del País Vasco, Navarra y la
comarca del Maestrazgo, donde se localizó el conflicto a partir de 1834. Aunque los
carlistas consiguieron organizar en esas zonas un ejército, no lograron extender el
conflicto bélico a toda España, ni ocupar durante mucho tiempo ninguna ciudad.
La guerra fue ante todo una contienda civil, aunque tuvo también proyección
internacional, ya que apoyaban al bando carlista el Papa y las potencias absolutistas,
Austria, Rusia y Prusia; mientras Inglaterra, Francia y Portugal apoyaban a Isabel II.
La guerra fue destructiva y violenta, aunque con ausencia de grandes
operaciones militares. Ambos bandos contaban en sus filas con generales de gran talla
como el isabelino Espartero y los carlistas Zumalacárregui en el norte, Cabrera en el
Maestrazgo y Maroto, que actuó en varios frentes. Los carlistas fallaron en el sitio de
Bilbao, que le costaría la vida a Zumalacárregui, y en la expedición de Madrid y solían
actuar como partidas o grupos guerrilleros.
La prolongación del conflicto supuso un agotamiento carlista que provocó que
se encontraran en una situación muy difícil, sin suficientes suministros ni medios, lo que
generó una división interna entre los intransigentes, partidarios de seguir la guerra, y
los moderados o transaccionistas, partidarios de un acuerdo, que estaban encabezados
por el general Maroto*. Finalmente, se iniciaron unas negociaciones entre el carlista
Maroto y el liberal Espartero, en las que entre otros el británico Lord John Hay actuó
como intermediario, y que culminaron en el Convenio de Vergara*, acordado
inicialmente en Oñate y ratificado dos días después, el 31 de agosto de 1839 por ambos
generales en la cercana Vergara (Guipúzcoa). Fue conocido también como el Abrazo de
Vergara por haberse abrazado en público Espartero y Maroto como señal de
reconciliación sin vencedores ni vencidos. El convenio marcó el fin de la guerra en el
norte. En el convenio se recogía el respeto a los fueros y la posibilidad de incorporación
de los combatientes carlistas para continuar su carrera militar en el ejército
isabelino y manteniendo los fueros vascos. No obstante, Cabrera resistió en el
Maestrazgo casi un año más, por lo que la guerra terminó en 1840.
La primera guerra carlista tuvo importantes repercusiones, incluidos sus
elevados costes humanos. Originó la inclinación de la monarquía hacia el
liberalismo, concedió a los militares un enorme protagonismo político y generó
enormes gastos de guerra que pusieron a la monarquía liberal en serios apuros
fiscales que condicionaron reformas como la desamortización de Mendizábal. Por otra
2
parte, el asunto foral daría origen a la Ley de 1839 de confirmación de fueros y a la Ley
Paccionada de 1841. Esta ley de 1841 instauró un sistema de autonomía económico-
administrativa para la provincia de Navarra ejercido por su Diputación.
Más adelante, coincidiendo con el matrimonio de la reina Isabel II con su
primo Francisco de Asís, un marido que le fue impuesto en un matrimonio que
resultaría desafortunado, los carlistas protagonizaron una nueva insurrección en
Cataluña, la segunda guerra carlista (1846-1849), que tuvo en esta ocasión como
pretendiente a Carlos Luis, el denominado Carlos VI, hijo de Carlos María Isidro y
primo de Isabel, que finalmente había sido rechazado como posible consorte para la
reina. Sin embargo, esta guerra carlista no tendría el impacto ni la violencia de la
primera, siendo la actividad de las partidas carlistas finalmente controlada por el
gobierno.

2.- EL TRIUNFO Y CONSOLIDACIÓN DEL LIBERALISMO EN EL REINADO


DE ISABEL II

2.1.-Las bases del liberalismo entre 1833 y 1868.

La monarquía no se sumó al liberalismo por convicción, sino porque en torno a


don Carlos se agruparon los más absolutistas y, por ello, los militares liberales se
convirtieron en el más seguro y consistente apoyo del trono de Isabel II. En efecto, a
diferencia de otros países europeos donde la burguesía era la base social del nuevo
sistema político liberal, en España, con una burguesía escasa y débil, el liberalismo se
basó en una alianza entre la nobleza y la alta burguesía con el apoyo de la
monarquía y el ejército liberal.
Es por ello que, aunque el liberalismo terminó con el absolutismo y estableció la
soberanía nacional, la Corona española conservó amplios poderes, detentando el
poder ejecutivo y teniendo una amplia participación en el poder legislativo, por su
capacidad para disolver las Cortes, su derecho a veto y sus prerrogativas en la elección
de una de las dos cámaras. Sin embargo, la reina Isabel II, sin preparación para la
política, desprestigiada por su vida privada poco ejemplar, influida negativamente por la
camarilla reaccionaria de la corte, e identificada personalmente con un único partido,
el moderado, que era favorecido por la reina y el sistema electoral, mientras el
progresista sólo llegaba al poder por la fuerza, terminó perdiendo apoyos, lo que originó
su aislamiento y expulsión en 1868.
El ejército, ante la amenaza carlista, se convirtió en una pieza clave para la
defensa del régimen liberal e intervino directamente en la vida política. Los generales o
“espadones” más destacados se situaron al frente de los partidos y se convirtieron en
árbitros de la política nacional. Muchos otros jefes militares fueron ministros,
diputados o senadores, por lo que Carr habla de “parlamentarismo pretoriano”. En
cuanto al pronunciamiento, fue un mecanismo de intervención militar a partir de
una conspiración que reunía a militares y civiles a favor de una alternativa política y que
podía desembocar en un choque armado. Fue la debilidad del sistema político, la que
permitió la actuación del ejército en la vida pública, el acceso de los militares a la
política y su papel como agentes de cambio político.
El sistema electoral era censitario, ya que el derecho al voto solo era
reconocido para los mayores contribuyentes. Las elecciones además eran siempre
manipuladas al servicio de los intereses del gobierno, gracias a leyes electorales que
daban gran poder a los jefes políticos y gracias a los notables locales que, mediante la
creación de una clientela fiel, negociaban resultados a cambio de favores.
El liberalismo, unido inicialmente frente al absolutismo, se había dividido
cuando llegó a gobernar en dos tendencias que dieron lugar a los primeros partidos
3
políticos: el moderado y el progresista. No eran partidos de masas, sino que eran
agrupaciones de personas influyentes y poderosas, los notables. La prensa política
y la oratoria parlamentaria eran los medios por los que traducían los programas de
gobierno. La práctica electoral corrupta y la escasa participación en las elecciones
convertía al pueblo en mero espectador de la vida política.
El Partido Moderado consideraba acabado el Antiguo Régimen, pero pretendió
minimizar los cambios liberales. Sus concepciones, que provienen del liberalismo
doctrinario francés y de los doceañistas del Trienio, defendían la soberanía
compartida entre las Cortes y el rey, otorgando gran protagonismo y amplias
atribuciones a la corona. Los moderados eran defensores ante todo del “orden” y la
monarquía era la garantía de ese orden, frente al desorden popular. Planteaban unas
Cortes bicamerales, como en Inglaterra, con una Cámara Alta, la de Próceres o
Senado, designada por el rey y freno para posibles reformas radicales, y una Cámara
Baja, la de Procuradores o Congreso de Diputados, elegida por sufragio. Defendían un
sufragio muy restringido. Pretendían un Estado y administración muy centralizados,
en el que el gobierno central debía controlar los ayuntamientos a través de los
gobernadores provinciales. Propugnaban un Estado confesional y sin libertad de
cultos y frenaron el proceso desamortizador. Restringieron también las libertades
públicas y privadas y crearon la Guardia Civil* como cuerpo armado encargado de
mantener el orden, siendo partidarios de la disolución de la Milicia Nacional. Sus
apoyos fueron la aristocracia terrateniente y la burguesía financiera, y su líder, el
General Narváez*. La Constitución representativa del partido moderado fue la de
1845. Apoyados por la regente María Cristina y la reina Isabel II, gobernaron en la
mayor parte del periodo isabelino, excepto durante las etapas progresistas de la minoría
de edad de la reina (1836-37 y 1840-43) y durante el Bienio Progresista (1854-56) y los
gobiernos de la Unión Liberal (1858-63) en su mayoría de edad, siendo sus épocas de
mayor aportación la Década Moderada (1844-1854) y el final del reinado (1864-68).
El Partido Progresista*, siguiendo la tradición de los exaltados del Trienio
Liberal, propugnaba la soberanía nacional. Los progresistas pretendían limitar el
protagonismo del monarca, ya que el rey ejercía el poder ejecutivo y el legislativo
residía en las Cortes, divididas en dos cámaras, el Congreso de los Diputados y el
Senado, siendo los diputados también elegidos por sufragio censitario, aunque menos
restringido. Aunque centralistas, los progresistas planeaban dar fuerza a los poderes
locales. Impulsaron el proceso desamortizador y ampliaron las libertades públicas
y privadas, reconociendo el derecho de reunión, expresión y asociación. Mantuvieron
la idea de un Estado confesional, pero con libertad de cultos, y defendieron la
existencia de la Milicia Nacional. Sus apoyos estuvieron entre la pequeña y mediana
burguesía. Los sectores populares, abandonaron pronto el progresismo, al no dar
respuesta a sus aspiraciones. Políticos destacados dentro del Partido Progresista fueron
el general Baldomero Espartero*, Juan Álvarez Mendizábal*, Pascual Madoz* y el
General Juan Prim*. Solo consiguieron llegar al poder a través de sublevaciones y
pronunciamientos militares, ya que la Corona siempre los marginó. Sus constituciones
representativas fueron la de 1837 y la nonata de 1856. Gobernaron durante el periodo
más radical de la minoría de edad de Isabel, en 1836-1837 durante la Regencia de María
Cristina, en 1840-1843 durante los años de Regencia de Espartero, y en su mayoría de
edad únicamente durante el bienio progresista (1854-1856).
A partir de mediados de siglo aparecieron dos partidos nuevos: la Unión Liberal
y el Partido Demócrata.
La Unión Liberal era un término medio entre moderados y progresistas que
reunía a los más progresistas de los moderados y los más moderados de los
progresistas. Los unionistas defendieron la soberanía compartida entre el rey y las
Cortes y el mantenimiento del orden social. Representaba a las clases acomodadas. Su
líder fue el general O´Donnell* y otra de sus figuras importantes fue el general Serrano.
4
Apoyaron el pronunciamiento de la Vicalvarada que dio paso al bienio progresista y tras
él gobernaron en alternancia con los moderados entre 1858-1864.
El Partido Demócrata*, fundado en 1849 a partir de la división de los
progresistas en el contexto revolucionario europeo de 1848, integraba a progresistas
radicales, republicanos e incluso a simpatizantes del incipiente socialismo. Los
demócratas defendían la soberanía popular y el sufragio universal masculino. Eran
partidarios de limitar los poderes del rey y apoyaron la mayor autonomía de los
poderes locales. Pretendían el reconocimiento de amplios derechos individuales y
libertades públicas como: libertad de conciencia, derechos de reunión y asociación e
instrucción primaria universal y gratuita. Defendían la separación entre la Iglesia y
el Estado y fueron partidarios de la Milicia Nacional. Sus apoyos estuvieron en las
clases medias y bajas. Opuestos al régimen, nunca accedieron al gobierno en el reinado
de Isabel II. De una escisión del partido demócrata nacieron los republicanos en 1868.
Fuera de la corriente ideológica del liberalismo pervivía el carlismo, pero no se
había organizado aún como partido político.
Aunque en el reinado de Isabel II, continuando lo iniciado en las Cortes de Cádiz
y en el Trienio Liberal, los partidos liberales compartían el objetivo político de la
revolución liberal para desmantelar la monarquía absoluta e implantar una
monarquía parlamentaria y constitucional, tenían programas e intereses diferentes,
por lo que el establecimiento del liberalismo se llevó a cabo con un cambio
constitucional permanente en el periodo isabelino, ya que cada constitución se
corresponde con un determinado partido o partidos.
El Estatuto Real de 1834*, promulgado al principio del reinado, era una carta
otorgada que intentó representar una solución de compromiso entre el absolutismo y
el liberalismo. No admitía la soberanía nacional, la monarquía tenía amplios poderes
y su contenido se centraba en la reforma de las Cortes del Antiguo Régimen, que en lo
sucesivo serían bicamerales, compuestas por una cámara designada por el rey, y otra
elegida por sufragio censitario muy restringido con una función consultiva
La Constitución de 1837 implantó definitivamente el modelo constitucional
en España. La nueva constitución, aunque considerada progresista, recoge también
aspectos fundamentales defendidos por los moderados, para atraerlos. Establece una
monarquía constitucional y la soberanía nacional, aunque con importantes poderes
del rey, como el derecho a veto o la convocatoria y disolución de las Cortes. Las Cortes
son bicamerales con un Senado de designación real y un Congreso de Diputados
elegido por sufragio directo, que la ley electoral estableció como censitario, aunque
no tan restringido como en otras constituciones. Entre los derechos que declara está la
libertad de imprenta y expresión. También establece la Milicia Nacional y los juicios
por jurados. La Nación debe mantener económicamente el culto católico.
La Constitución de 1845, modelo de constitución moderada, establece la
soberanía compartida entre el rey y las Cortes. La Corona detenta amplios
poderes, tiene iniciativa legislativa, nombraba y destituye a los ministros y disolvía las
Cortes. La Cortes son bicamerales, siendo los senadores vitalicios y nombrados por
el rey y necesitándose disfrutar de ciertas rentas o pagar determinadas
contribuciones para poder ser elegido diputado, además, la ley electoral estableció
un sufragio censitario extremadamente restringido, que garantizaba el control del
poder a una oligarquía agraria y financiera. Esta constitución restringe libertades y no
establece una Milicia Nacional. Establece el carácter confesional católico de la
nación española.
La Constitución de 1856*, progresista, llamada nonata porque no llega a
promulgarse, fue realizada durante el bienio progresista (1854-1856). Similar a la de
1837, reconoce la soberanía nacional y mantiene el bicameralismo, aunque electivo
para ambas cámaras. Amplía además la lista de derechos y libertades de acuerdo
con el ideario progresista y reconoce explícitamente la libertad de cultos.
5
2.2.- Regencias de Maria Cristina y Espartero (1833-1843). El establecimiento del
Estado Liberal.

El periodo de regencias fue la etapa fundamental en la implantación del


liberalismo en España. Durante la minoría de edad de la reina, actuó como regente en
primer lugar su madre, la reina gobernadora Mª Cristina (1833-1840). Su regencia
coincide con el inicio de la primera guerra carlista. La Regente Mª Cristina recurrió
en 1833 a monárquicos reformistas y liberales moderados que deseaban hacer sólo
leves reformas políticas y liberalizar la economía. El texto jurídico que resume esta
vía intermedia entre liberalismo y absolutismo fue el Estatuto Real de 1834 del que es
artífice Martínez de la Rosa. Se realizó la división provincial actual por Javier de
Burgos (1833) y se liberalizó el comercio, la industria y los transportes. Pero esta vía
intermedia fracasó, ya que en el contexto de la guerra carlista, los liberales
progresistas exigían cambios más radicales. Mientras tanto, se daban los primeros
pasos de la industrialización, especialmente en Cataluña, donde el incendio en 1835
de la fábrica de Bonaplata, llamada el Vapor, testimonia las primeras protestas obreras.
En 1835 los progresistas protagonizaron numerosas revueltas urbanas. Ante la
situación, la Regente llamó a formar gobierno a un liberal progresista, Mendizábal.
Pero cuando inició la desamortización eclesiástica, nobleza y clero presionaron a la
Regente para su destitución. Tras la revuelta de los sectores populares en las
ciudades en el verano de 1836 y el levantamiento progresista de la Granja, la Regente
decidió volver a llamar a los progresistas al poder.
En efecto, entre 1835 y 1837 los progresistas con Mendizábal protagonizaron
desde el gobierno la ruptura con el Antiguo Régimen de manera definitiva. Tras los
sucesos de la Granja en 1836 se restableció la Constitución de 1812, hasta que se
elaboró la nueva Constitución de 1837 que establecía los principios del liberalismo
político desde una óptica progresista. En el ámbito económico se producía la
desamortización de Mendizábal*, la eclesiástica, mediante varios decretos de 1836
y 1837. La desamortización es la expropiación por el Estado de bienes de diferentes
instituciones, en este caso del clero regular y secular sucesivamente, que eran
intransferibles y que pasaron a venderse en subasta pública adquiriéndolos sus
compradores como bienes enajenables. En el proceso desamortizador de Mendizábal, la
venta de los bienes expropiados a la Iglesia fue realizada en pública subasta y se
aceptó deuda pública como medio de pago. El principal objetivo de esta
desamortización fue disminuir la deuda pública para estabilizar el país y terminar
rápidamente con la guerra carlista, aunque esto último no fue posible. A menudo se ha
interpretado esta desamortización como parte de una reforma agraria liberal,
concluyéndose que fracasó, y que ni disminuyó la deuda pública, ni transformó la
propiedad de la tierra. Sin embargo, la desamortización de Mendizábal que afectó al 12-
15% de la tierra, sí contribuyó a disminuir los intereses pagados por la deuda pública y
aumentó la producción agraria, aunque no terminó con el latifundismo. También
contribuyó a afianzar el liberalismo, pues los compradores de bienes desamortizados
se convertían en defensores del régimen liberal. Otras de sus consecuencias fueron:
el número de clérigos disminuyó, la Iglesia pasó a ser dependiente económicamente,
parte del patrimonio artístico eclesiástico se perdió y hubo una transformación
urbanística de espacios ocupados por conventos y monasterios en las ciudades. Además,
rompió la sociedad estamental y facilitó el inicio de la sociedad de clases.
Otras medidas que liquidaron el Antiguo Régimen fueron la abolición de los
mayorazgos (1836) y la supresión de los señoríos jurisdiccionales (1837), aunque los
antiguos señores conservaban la propiedad de la tierra. Se suprimieron, también en esta
línea de liberalización de la economía, la Mesta y los gremios.

6
Los moderados, de nuevo en el poder, intentaron en 1838 aprobar una nueva
Ley de Ayuntamientos, disminuyendo la autonomía municipal, lo que provocó un
movimiento insurreccional y cambios políticos.
Mª Cristina estaba desprestigiada por su vida personal, pues mantenía oculto
su segundo matrimonio, y por sus decisiones políticas, con una clara predilección por
los moderados. El general Espartero la desplazó como regente en 1840. Espartero se
apoyó en el Partido Progresista durante su Regencia (1840-1843) y retomó algunas
políticas relegadas, como las desamortizadoras, pero tuvo un cariz autoritario. De
hecho, Espartero reprimió con dureza la revuelta de Barcelona de 1842, surgida como
protesta por su política librecambista, ya que esta perjudicaba a la incipiente industria
catalana. Esa represión desencadenó la formación de una coalición de moderados y de
progresistas contrarios a Esparto y finalmente el pronunciamiento moderado dirigido
por Narváez en Torrejón de Ardoz (Madrid) llevó a Espartero al exilio en 1843.
Para evitar otra regencia se proclamó la mayoría de edad de la reina, pero
Isabel II solo tenía 13 años y no contaba con suficiente madurez ni preparación.

2.3.- Mayoría de edad de Isabel II (1843-1868). La consolidación del Estado liberal.

La mayoría de edad de Isabel II abrió una nueva etapa política caracterizada por
el predominio de los moderados. Una vez desmantelado el Antiguo Régimen, durante
esta etapa se llevó a cabo por los moderados la construcción del nuevo Estado liberal
que se fue consolidando como un Estado liberal-conservador, unificado y centralista.

Década Moderada* (1844-1854). Estabilidad política y liberalismo doctrinario

En la Década Moderada el régimen dio un giro conservador. El general


Narváez*, líder de los moderados, estableció un sistema político, que favorecía a las
clases con más poder económico e influencia social. Los moderados buscaron la
estabilidad política y el orden social antes que las libertades. Los progresistas
quedaron marginados del poder y la Corona se apoyó únicamente en el partido
moderado para gobernar. Esta versión conservadora del liberalismo se conoce como
liberalismo doctrinario y estuvo presente en la vida española en casi todo el siglo XIX.
De acuerdo a los principios del moderantismo o liberalismo doctrinario, se
elaboró un nuevo texto constitucional, la Constitución de 1845, moderada.
Los moderados intentaron también un acercamiento con la Iglesia católica y
firmaron en 1851 el Concordato con la Santa Sede* que establecía la paralización de
la desamortización y la financiación del culto y el clero.
El liberalismo moderado emprendió la tarea de construir su modelo de Estado
liberal en España bajo los principios del centralismo y la uniformización, gracias a
una serie de leyes y reformas administrativas: la reforma tributaria y hacendística de
la Ley Mon de 1845, la Ley de administración local de 1845, que reorganizó y
centralizó la administración y controló a los municipios, el establecimiento de un
sistema único de pesos y medidas con el sistema métrico decimal, la regulación del
sistema educativo con la Ley Pidal de 1845, que sería posteriormente completada con
la Ley de Instrucción pública o ley Moyano de 1857. Además, se creó la Guardia
Civil* en 1844. La codificación legislativa se plasmó en el Código Penal de 1848, que
se reformó profundamente en 1850, y en el proyecto de Código Civil de 1851, que no
prosperó y se optaría por suplirlo elaborando leyes especiales, como la Ley Hipotecaria.
Carlistas, demócratas, progresistas y unionistas formaran la oposición al
régimen moderado. Las divisiones entre los moderados llevaron al general O´Donnell*
a crear la Unión Liberal. Por otra parte, la radicalización de sectores progresistas dio
lugar al nacimiento del Partido Demócrata (1849), que colaboraría en las protestas
populares contra los impuestos de consumos y contra las quintas del ejército.
7
Bienio Progresista (1854-56).

El pronunciamiento del general O´Donnell en Vicálvaro (Madrid), se decir, la


Vicalvarada de 1854, acompañado del Manifiesto de Manzanares y de revueltas
urbanas, e incluso de la llamada huelga de las selfactinas en Barcelona debida a la
mecanización de la hilatura, obligaron a la reina a llamar al general progresista
Espartero para formar gobierno en coalición con O´Donnell y la Unión Liberal.
Se derogaron las leyes más polémicas del moderantismo, de nuevo se pusieron
en vigor las leyes e instituciones progresistas de la década de 1830, entre otras la Milicia
Nacional, y se inició la elaboración de un nuevo texto constitucional plenamente
progresista, la Constitución de 1856, o non nata, porque no llegó a entrar en vigor.
El bienio supuso un nuevo impulso para las transformaciones económicas
liberales. Su legislación será una de las bases de la modernización económica y del
desarrollo capitalista. En primer lugar, durante el bienio se culmina el proceso
desamortizador con la Ley General de Desamortización * de Pascual Madoz* (1855),
que diferentes bienes, incluidos bienes eclesiásticos, y especialmente las tierras
municipales tanto de propios, o sea, de los ayuntamientos, como de comunes, es decir
de aprovechamiento por los vecinos. Por ello, en ocasiones se le ha denominado
desamortización civil. Al igual que la desamortización eclesiástica, contribuyó a la
proletarización del campesinado, dejando pendiente el problema de la reforma
agraria. En segundo lugar, los progresistas aprobaron la Ley de Ferrocarriles (1855),
que fue un claro respaldo del Gobierno al ferrocarril y aumentó las posibilidades de
inversión para empresas extranjeras. Esta ley planteaba un modelo ferroviario radial,
manteniendo el ancho de vía ibérico (1,67 m), diferente al europeo, y establecía
concesiones a compañías privadas para la construcción de líneas ferroviarias que
recibirían subvenciones del Estado o garantías de interés. Anteriormente, salvo las
líneas pioneras de Barcelona a Mataró (1848) y de Madrid a Aranjuez (1851), los
negocios ferroviarios españoles no habían conseguido suficientes inversores ni en el
país, ni en el extranjero. Sin embargo, a partir de 1855 las compañías ferroviarias
españolas atrajeron a inversores españoles y extranjeros, entre ellos los Péreire
vinculados a la compañía norte y los Rothschild, vinculados a la MZA (Madrid-
Zaragoza-Alicante), y otros muchos pequeños inversores atraídos por la rentabilidad
garantizada por el Estado. En tercer lugar, al final del bienio se aprobaron las Leyes
bancarias (1856), que dieron pie a la creación del Banco de España y que junto a los
fondos de los bienes municipales desamortizados permitieron una provisión de fondos
para la construcción de los ferrocarriles.
Sin embargo, las medidas reformistas no mejoraron las condiciones de las clases
populares. El bienio progresista coincidió con una crisis de subsistencias que generó uns
grave conflictividad social obrera y campesina: se pedía reducir los impuestos de
consumos, abolir las quintas, aumentar los salarios y disminuir la jornada laboral. El
gobierno acabó presentando una Ley del Trabajo que incluía algunas mejoras laborales
y permitía asociaciones obreras. Pero en 1856 la radicalización provocó una grave crisis
del gobierno, Espartero dimitió y el general O´Donnell tomó el poder acabando por
la fuerza con la oposición en las Cortes y las protestas en la calle y anulando parte de la
legislación del bienio. El régimen retornaba al moderantismo.

La descomposición del régimen moderado (1856-68)

O’Donnell restableció la Constitución de 1845 y anuló la legislación más


progresista del Bienio. La preocupación fue restaurar el orden y permitir el progreso
económico. Narváez pasó a encabezar el Gobierno y su ministro Moyano elaboró la
Ley de Instrucción Pública de 1857. Una vez conformada la Unión Liberal, se produjo
la alternancia en el poder de los unionistas de Serrano y los moderados de Narváez.
8
El rasgo más sobresaliente de la etapa de gobierno de la Unión Liberal (1858-
1864) fue la activa política exterior que embarcó al país en una serie de intervenciones
militares de pobres resultados y cuantiosas pérdidas (Cochinchina, México y
Marruecos, que le valdría a O’Donnell el título de duque de Tetuán).
Desde 1864, Isabel II entregó el poder a los moderados, que gobernarían
hasta el final del reinado, acabando con la alternancia. Durante esos años, además de
los carlistas, estaban fuera del juego político, o sea, sin posibilidades de gobernar,
progresistas y demócratas Por ello, ambos alentaron protestas, conspiraciones e
insurrecciones contra el gobierno y contra la misma reina.
En 1865 hubo un proyecto de ley por el cual se proponía la enajenación del
Patrimonio Real, salvo bienes como palacios y obras de arte. De su venta un 75% de
los ingresos irían a reducir el déficit público, mientras que un 25% sería para la reina. El
controvertido proyecto tuvo eco inmediato en la prensa. Castelar, vinculado al Partido
Demócrata y al periódico La Democracia, publicó dos artículos que criticaban este
proyecto “¿De quién es el Patrimonio Real?” y “El Rasgo...” que se distribuyeron en
forma de hojas sueltas tras haberse presentado el proyecto. En “El Rasgo…” Castelar
denunciaba la operación por ser un acto ilegal por cuanto la cuarta parte asignada
a la Reina era un despojo a la nación, su legítima propietaria. Como Castelar era
catedrático se pidió a la Universidad Central de Madrid que le formase un consejo de
disciplina, pero el rector Montalbán se negó y fue destituido. Los estudiantes
apoyaron al rector Montalbán protestando con una serenata en la Puerta del Sol, que las
fuerzas del orden la reprimieron de forma sangrienta en la Noche de San Daniel.
La política cada vez más conservadora y autoritaria de los moderados, llevó
a fallidas insurrecciones progresistas como la sublevación del Cuartel de San Gil en
1866 y al Pacto de Ostende*. Este fue un acuerdo celebrado en Ostende (Bélgica) en
agosto de 1866, entre progresistas y demócratas para derribar al régimen y derrocar a
la reina. Tras morir O´Donnell en 1867, los unionistas se sumaron al pacto. En abril de
1868, el último apoyo de la reina, Narváez, que estaba al frente del Gobierno, moría.
En paralelo, el desprestigio de la monarquía había ido aumentando debido a
abundantes publicaciones denigratorias e incluso obscenas sobre la familia real y en
concreto sobre la sexualidad de la reina, que Burdiel indica que se hicieron para
deslegitimar la monarquía isabelina, buscando que la reina perdiera el respeto de la
población y que existiera una justificación para destronarla
A la crisis política se añadió una aguda crisis económica. La crisis económica
se caracterizó tanto por una crisis financiera que aparece en 1866, debida al
hundimiento de la bolsa ante el descenso de la inversión extranjera por la crisis
financiera internacional, por la quiebra de las compañías ferroviarias, ya que muchas no
eran rentables y simplemente se habían creado en medio de una burbuja especulativa y
no obedecían a las necesidades o posibilidades del país, y por el hundimiento de la
industria textil a causa de la Guerra de Secesión estadounidense, que dificultaba el
suministro de algodón, como por una crisis agraria de subsistencias causada por las
malas cosechas de 1867-68, que repercutió en la subida de precios y originó hambre en
amplias zonas. Esta fuerte crisis económica acentuó el descontento social.
Tanto las diferentes crisis, como el creciente ambiente anti-isabelino
favorecieron finalmente el éxito de la revolución de septiembre de 1868, iniciada con
el pronunciamiento militar que reunió a Topete, Prim y Serrano en torno al manifiesto
“¡Viva España con honra!” y que fue apoyada por políticos destacados.
Una vez triunfó el pronunciamiento fue destronada la reina Isabel II, saliendo
al exilio. Esta revolución de 1868, denominada la Gloriosa, dio paso al Sexenio
Democrático, durante el cual se elaboró la primera constitución española considerada
democrática, la Constitución de 1869, que reconocía amplios derechos y libertades,
establecía el sufragio universal para los varones, y con la que se iniciaba una nueva
etapa dentro del liberalismo español.
9

También podría gustarte