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LIBERAL (1833-1869)
1) El carlismo como último bastión absolutista: ideario y apoyos sociales; las dos
primeras guerras carlistas
2) El triunfo y consolidación del liberalismo en el reinado de Isabel II: los primeros
partidos políticos; el protagonismo político de los militares; el proceso
constitucional; la legislación económica de signo liberal; la nueva sociedad de
clases
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enfrentamiento ideológico entre los defensores del Antiguo Régimen, los carlistas,
último bastión del absolutismo, frente a los que defienden el liberalismo, los isabelinos.
El carlismo apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII,
Carlos María Isidro*, conocido también como don Carlos, y de sus descendientes, en
contra de la línea sucesoria de Isabel II, y defendía la vuelta al Antiguo Régimen,
incluyendo el absolutismo, los privilegios de la nobleza y el clero, la restauración del
poder de la Iglesia y el mantenimiento de fueros e instituciones propias en Navarra y
País Vasco y su restablecimiento en Cataluña, frente a las pretensiones liberales de
uniformidad.
En 1833, a los pocos días de morir Fernando VII, ocurrieron los primeros
levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII,
proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, en contra de la reina
Isabel II y la Regente María Cristina. Los apoyos al carlismo se encontraron en la
pequeña nobleza reaccionaria, en oficiales descontentos del ejército, en un sector del
bajo clero y en el campesinado del País Vasco, Navarra, norte de Cataluña, Castilla y
comarca del Maestrazgo, temerosos de las reformas del liberalismo. Pero la mayor parte
del país apoyaba a Isabel II, sobre todo en las ciudades. La Regente contaba con la
jerarquía eclesiástica, la nobleza, la burguesía y los sectores populares urbanos, además
controlaba el ejército y los órganos de poder.
Pronto se formaron partidas de voluntarios realistas o carlistas, pero los
levantamientos fueron sofocados, salvo en el medio rural del País Vasco, Navarra y la
comarca del Maestrazgo, donde se localizó el conflicto a partir de 1834. Aunque los
carlistas consiguieron organizar en esas zonas un ejército, no lograron extender el
conflicto bélico a toda España, ni ocupar durante mucho tiempo ninguna ciudad.
La guerra fue ante todo una contienda civil, aunque tuvo también proyección
internacional, ya que apoyaban al bando carlista el Papa y las potencias absolutistas,
Austria, Rusia y Prusia; mientras Inglaterra, Francia y Portugal apoyaban a Isabel II.
La guerra fue destructiva y violenta, aunque con ausencia de grandes
operaciones militares. Ambos bandos contaban en sus filas con generales de gran talla
como el isabelino Espartero y los carlistas Zumalacárregui en el norte, Cabrera en el
Maestrazgo y Maroto, que actuó en varios frentes. Los carlistas fallaron en el sitio de
Bilbao, que le costaría la vida a Zumalacárregui, y en la expedición de Madrid y solían
actuar como partidas o grupos guerrilleros.
La prolongación del conflicto supuso un agotamiento carlista que provocó que
se encontraran en una situación muy difícil, sin suficientes suministros ni medios, lo que
generó una división interna entre los intransigentes, partidarios de seguir la guerra, y
los moderados o transaccionistas, partidarios de un acuerdo, que estaban encabezados
por el general Maroto*. Finalmente, se iniciaron unas negociaciones entre el carlista
Maroto y el liberal Espartero, en las que entre otros el británico Lord John Hay actuó
como intermediario, y que culminaron en el Convenio de Vergara*, acordado
inicialmente en Oñate y ratificado dos días después, el 31 de agosto de 1839 por ambos
generales en la cercana Vergara (Guipúzcoa). Fue conocido también como el Abrazo de
Vergara por haberse abrazado en público Espartero y Maroto como señal de
reconciliación sin vencedores ni vencidos. El convenio marcó el fin de la guerra en el
norte. En el convenio se recogía el respeto a los fueros y la posibilidad de incorporación
de los combatientes carlistas para continuar su carrera militar en el ejército
isabelino y manteniendo los fueros vascos. No obstante, Cabrera resistió en el
Maestrazgo casi un año más, por lo que la guerra terminó en 1840.
La primera guerra carlista tuvo importantes repercusiones, incluidos sus
elevados costes humanos. Originó la inclinación de la monarquía hacia el
liberalismo, concedió a los militares un enorme protagonismo político y generó
enormes gastos de guerra que pusieron a la monarquía liberal en serios apuros
fiscales que condicionaron reformas como la desamortización de Mendizábal. Por otra
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parte, el asunto foral daría origen a la Ley de 1839 de confirmación de fueros y a la Ley
Paccionada de 1841. Esta ley de 1841 instauró un sistema de autonomía económico-
administrativa para la provincia de Navarra ejercido por su Diputación.
Más adelante, coincidiendo con el matrimonio de la reina Isabel II con su
primo Francisco de Asís, un marido que le fue impuesto en un matrimonio que
resultaría desafortunado, los carlistas protagonizaron una nueva insurrección en
Cataluña, la segunda guerra carlista (1846-1849), que tuvo en esta ocasión como
pretendiente a Carlos Luis, el denominado Carlos VI, hijo de Carlos María Isidro y
primo de Isabel, que finalmente había sido rechazado como posible consorte para la
reina. Sin embargo, esta guerra carlista no tendría el impacto ni la violencia de la
primera, siendo la actividad de las partidas carlistas finalmente controlada por el
gobierno.
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Los moderados, de nuevo en el poder, intentaron en 1838 aprobar una nueva
Ley de Ayuntamientos, disminuyendo la autonomía municipal, lo que provocó un
movimiento insurreccional y cambios políticos.
Mª Cristina estaba desprestigiada por su vida personal, pues mantenía oculto
su segundo matrimonio, y por sus decisiones políticas, con una clara predilección por
los moderados. El general Espartero la desplazó como regente en 1840. Espartero se
apoyó en el Partido Progresista durante su Regencia (1840-1843) y retomó algunas
políticas relegadas, como las desamortizadoras, pero tuvo un cariz autoritario. De
hecho, Espartero reprimió con dureza la revuelta de Barcelona de 1842, surgida como
protesta por su política librecambista, ya que esta perjudicaba a la incipiente industria
catalana. Esa represión desencadenó la formación de una coalición de moderados y de
progresistas contrarios a Esparto y finalmente el pronunciamiento moderado dirigido
por Narváez en Torrejón de Ardoz (Madrid) llevó a Espartero al exilio en 1843.
Para evitar otra regencia se proclamó la mayoría de edad de la reina, pero
Isabel II solo tenía 13 años y no contaba con suficiente madurez ni preparación.
La mayoría de edad de Isabel II abrió una nueva etapa política caracterizada por
el predominio de los moderados. Una vez desmantelado el Antiguo Régimen, durante
esta etapa se llevó a cabo por los moderados la construcción del nuevo Estado liberal
que se fue consolidando como un Estado liberal-conservador, unificado y centralista.