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cuerpo!

[Y los tormentos que nos causa la lucha que debemos


sostener para vencer la debilidad femenina! A veces uno
consigue vivir algún tiempo como mujer, sobre todo cuando
está de vacaciones solo, por- ejemplo llevando vestidos de
mujer, especialmente de noche, quedándose con los guantes,
cogiendo un velo o un antifaz cuando está en su habitación;
entonces se logra tener un poco de tranquilidad del lado de la
libido, pero el carácter femenino que se ha implantado exige
impetuosamente ser reconocido. A menudo se contenta con
una modesta concesión, como por ejemplo un brazalete
puesto por debajo del puño, pero inexorablemente exige una
concesión cualquiera».
Por otra parte expresa su solidaridad para con las mu­
jeres, cuyos intereses y preocupaciones comparte. En la
carta adjunta a su manuscrito autobiográfico no falta la nota
feminista. Subraya todo lo que le ha aportado esa sensibi­
lidad femenina en el ejercicio de su profesión, y deplora que
la carrera de medicina esté cerrada a las mujeres: «si fuera
posible —concluye—, cada médico debería estar obligado a
hacer un cursillo de tres meses como mujer; entonces com­
prendería y estimaría mejor a esa parte de la humanidad de
donde ha salido; sabría entonces apreciar la magnanimidad
de las mujeres, y por otra parte la dureza de su suerte».
Este caso presenta sintomas manifiestamente psicóticos
(alucinaciones, lectura del pensamiento, sensaciones de
transformación corporal), lo que está lejos de ser la norma
entre los transexuales. La cuestión de la estructura de los
transexuales ya ha sido debatida. Podemos situar, de un
lado, a los defensores del delirio parcial (posición frecuente
entre los psiquiatras) para quienes el transexualismo es un
síntoma psicótico, y del otro a aquellos que sostienen que
entre los transexuales no se encuentran ni más ni menos
neuróticos, perversos y psicóticos que en una muestra cual­
quiera de la población. Para estos últimos, a menudo mé­
dicos no psiquiatras, cirujanos y sobre todo endocrinólogos,
el transexualismo depende de un trastorno localizado de la
identidad, y sostienen la hipótesis de que dicho trastorno
sería consecutivo de una impregnación hormonal del cerebro
en el transcurso de la vida intrauterina, y por tanto la con­

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tradicción entre un cerebro de un sexo y un cuerpo de otro
seda la causa perfectamente comprensible de un sufrimiento
psíquico que la rectificación coiporal debería aliviar.
Desde el punto de vista psicoanalitico, la presencia o ausen­
cia de síntomas situados del lado de la psicosis por una clasi­
ficación psiquiátrica no puede ser decisiva. Una definición
estructural de la psicosis relega a segundo plano el aspecto
sintomático. Dicho de otra manera, la ausencia de síntomas
psicóticos no excluye forzosamente la existencia de una es­
tructura psicótica. P or otra parte, la presencia de un-sintoma
dado no proporciona en sí misma ninguna indicación estruc­
tural. La indecisión en cuanto al propio sexo, por ejemplo, o
bien la homosexualidad, son situables como formaciones
imaginarías, y como tal corresponden a efectos derivados de
posiciones estructurales diversas. Ningún síntoma sella de
por sí una estructura. El sentirse mujer en un cuerpo de
hombre (o a la inversa) puede adquirir un sentido muy dife­
rente según el contexto. Igualmente la demanda de cambiar
de sexo, que en sí misma es un síntoma, puede em anar tanto
de una hipocondríaca (se han encontrado casos) que alegará
una posición transexual para hacerse quitar los senos, pues
teme que un día el cáncer los ataque, como una histérica que
se propone al deseo de poder de aquel precisamente que.se
ofrece a operarla. La histérica y el cirujano hacen pareja
fácilmente.
Conviene señalar no obstante que los primeros casos de
transexualismo, relatados por los psiquiatras y los sexólogos,
parecen haber sido casos de psicosis. Lacan sostiene que en
la psicosis hay una pendiente hacia el transexualismo. El
caso de Schreber, estudiado por Freud, es ejemplar desde
este punto de vista. El tema trapsexual es constante en su
delirio, y ocupa desde el principio un lugar central en el
«momento fecundo» que preside el desencadenamiento de la
psicosis. «¡Si pudiera ser una mujer en el momento del
coito!»: esta idea se impone a Schreber, abriendo las com­
puertas de un goce intolerable que sófo el delirio de reden­
ción volverá aceptable. Como mujer de Dios, ofrecida para
engendrar una nueva humanidad, Schreber se permite al
cabo de largos años de dolorosa elaboración delirante el

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goce transexual de que es victima ante su espejo. «Ahora
bien, de alli en más habla tomado conciencia indubitable­
mente de que la eviración era, lo quiera o no, un imperativo
absoluto del orden del universo y, en busca de un compro­
miso razonable, no me quedaba sino hacerme a la idea de ser
transformado en mujer». Puede entonces autorizarse para
«cultivar emociones femeninas, como en lo sucesivo me ha
sido posible, gracias a la presencia en mí de nervios de la
voluptuosidad, he aquí lo que considero como mi derecho y
en cierto sentido mi deber (...) desde que estoy solo con
Dios, esto me obliga a esforzarme por todos los medios (...)
para dar a los rayos divinos (...) la imagen de una mujer
sumida en el éxtasis de la voluptuosidad». «Dios lo quiere»,
concluye al final de sus memorias. Dios exige un estado
constante de goce y su deber es ofrecérselo. Lo que Dios
impone, dice, es que Schreber se mire a si mismo como hom­
bre y mujer en una sola persona, «consumando el coito con­
migo mismo».
CAPÍTULO III

CLAVES PARA
EL TRAN SEXUALISMO
Ñ ipóles. M useo nacional. Foto Brogi-Giraudon.

...Schreber se mire a si mismo como hombre y mm'er en una


sola persona...
¿Cuál es la causa de esa pendiente transexual que en­
contramos en la psicosis?
• La teoría de Lacan proporciona algunas formalizaciones
que son otras tantas claves utilizables para comprender el
fenómeno transexual. Pertenecen a diferentes momentos de
su elaboración teórica, pero se muestran igualmente ope­
rativas y complementarias.
La primera de estas formalizaciones consiste en la fórmula
de la metáfora paterna, que Lacan propone y comenta en
«De una cuestión preliminar a cualquier tratamiento posible
de la psicosis». La segunda corresponde a las fórmulas de la
sexuación (Aun, L ’É tourdit —El Aturdicho*— ). La tercera
la proporciona el nudo borromeo.
El aporte de Lacan a la teoría freudiana del complejo de
Edipo consiste en mostrar que puede ser abordado a partir de
* Término propuesto por G.L, García. Alude tanto al aturdir como a lo dicho.

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la teoría del significante, tal cual la despeja la lingüistica
moderna. Desde esa perspectiva, lo que se realiza a través
del complejo de Edipo puedé pensarse como una operación
significante consistente en la sustitución de un significante
por otro, es decir en una metáfora. La operación metafórica
genera un nuevo sentido que no llevaban en si mismos los
significantes inicialmente en juego. La metáfora, con la me­
tonimia, es uno de los dos modos de producción de sentido
por el juego de significantes que permite el lenguaje. El
complejo de Edipo representa una metáfora particular que
consiste en la sustitución de un significante, el deseo de la ma­
dre, por otro significante, el Nombre del padre. E l efecto
de sentido asi producido corresponde a lo que en la teoría
analítica se designa con el ¡Símbolo fálico. Si la fórmula
general de la metáfora puede escribirse:
* i

. , , , . S, Significante
a partir del algoritmo sau ssu n an o ,------;— —— -—
s significado

la metáfora paterna se escribirá:

Nombre del Padre Deseo de la madre


Nombre del Padre
Deseo de la rindre Significado al
sujeto

El deseo de la madre, ya sea la causa de su presencia o de


su ausencia, la razón de sus idas y venidas, es lo que cons­
tituye el enigma para el niño. En la fórmula de la metáfora
paterna, ese carácter enigmático se inscribe en el lugar de la
X, en el plano de la significación correspondiente al deseo de
la madre. Para asegurarse la presencia de esa madre, de la
que depende por todos los conceptos, el niño va a intentar
no sólo encontrar respuesta a ese enigma, sino también igua­
larse a lo que se le aparecerá como el objeto de ese deseo, y
por tanto poder sujetarla, retenerla, exponiéndose a su desa­
parición.

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Dicha empresa está destinada al fracaso: dado que el
deseo de la madre parece pasar de un objeto a otro en un
deslizamiento continuo, su significación resulta inasible. N a­
da parece detener la deriva del deseo materno. E n el plano
imaginario, esta ausencia de límite se traduce en el abismo
abierto que simboliza lo insaciable de un deseo —deseo que
amenaza’con la destrucción al sujeto, que en vano se ofre­
cería a colmarlo— , asi como en el planteo de una pregunta
sin respuesta. El complejo de Edipo quiere decir que a ese
significante, el deseo de la madre, a su significación deses­
peradamente huidiza, va a substituirlo otro significante, el
del Nombre del Padre, y que dicha sustitución dará final­
mente un sentido al comportamiento materno, asi como a
su discurso. Ese sentido constituye una respuesta al enig­
ma de su deseo, a la vez que una detención en el deslizamien­
to indefinido de la significación.
Hemos dicho que ese sentido es el falo, cuya lectura
podemos hacer al menos a dos niveles. En un prim er nivel,
quiere decir que la pregunta por el deseo de la madre está
sometida a la problemática de la diferencia de los sexos: es
en esos términos como, llega a plantearse. Es decir, si el
hecho de que la madre es deseante significa que es carente,
esa carencia quedará representada por la ausencia de pene
en la mujer. El símbolo de su deseo está así constituido por la
imagen del órgano'que, presente en el hombre, la hace por lo
mismo carente. El objeto de ese deseo queda designado
como el objeto que le falta y que ella encuentra en el hombre.
Como portador del falo, el padre posee la clave del enigma
del deseo materno, al mismo tiempo qpe el objeto de ese
deseo. Por tanto el niño se ve relevado de la carga de satis­
facerlo. Además, las separaciones- de la madre, sentidas
como un riesgo de aniquilamiento por el niño, que ignora la
la ley, reciben a partir de entonces un sentido que confiere
una permanencia simbólica a esa instancia, más allá de las
alternancias de su presencia y su ausencia en lo real.
A otro nivel, el falo es el símbolo del sinsentido del deseo.
Desde ese punto de vista el Nombre del Padre es el nombre
de ese sinsentido. La razón de la base de sinrazón del deseo.
Como significante, marca el punto de detención de toda

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búsqueda de sentido, el. punto de sinsentido en tanto consti­
tuyente del limite de cualquier significación. Por tanto, impide
la prosecución de la búsqueda infinita de una respuesta al
enigma del deseo materno, búsqueda que se confunde con la
de hacerse su objeto y que, por esa razón, confirma su
naturaleza incestuosa. El significante del Nombre del Padre
significa al niño que es al padre a quien incumbe la carga de
ese enigma. Se constituye así un saber cuyo acceso está
vedado, y se sitúa en el lugar del Otro paterno a quien se le
supone. Ese saber se confunde en parte con el Inconsciente.
A partir de esta concepción del Edipo como metáfora,
se puede aprehender la psicosis como el resultado de la ca­
rencia, en la batería significante que constituye la estructura
de un sujeto, de ese significante fundamental que es el
Nombre del Padre, fundamental en tanto permite metafo-
rizar el deseo materno. Lacan da a esta carencia el nombre de
«forclusión»*, lo que significa que el padre no tiene exis­
tencia simbólica para el sujeto, que nada, en los significantes
de que dispone el sujeto, va a representarlo. Esa preclusión
trae consigo toda clase de consecuencias, algunas de las
cuales están en estrecha relación con la posición transexual.
Por otra parte, la existencia simbólica o la preclusión del
Nombre del Padre sólo se advierten por sus efectos. El
Nombre del Padre no es un significante que pueda encon­
trarse como tal en el curso de un análisis, por ejemplo. Más
bien representa aquello cuya existencia es necesario suponer
para dar cuenta de un conjunto de fenómenos que sólo se
comprenden cuando se los refiere a su presencia o a su
ausencia.
D e la simbolización de la función paterna depende, para
un sujeto, la responsabilidad de situarse en relación al falo
como hombre o como mujer. A falta del significante del
Nombre del Padre que en la estructura significante incons­
ciente del sujeto representa la función paterna, se producirá
una merma en las posibilidades identificatorias del varón al
padre que se manifestará, por ejemplo, en la inconsistencia
imaginaria de la virilidad. El psicótico tiene que vérselas con
*(N, del T.) En adelante se traducirá este término francés, de origen jurídico, por su
equivalente español preclusión.

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un mundo poblado de «hombrecitos hechos a la ligera»,
según las palabras de Schreber, reducidos a la función de
percheros. La diferencia de los sexos se manifiesta sólo en la
ropa vacía que cuelga de ellos, y sólo es una cuestión de
simple conformidad con una imagen, como lo atestigua el
médico húngaro que se esforzaba por imitar a sus compa­
ñeros. E sa inconsistencia de la virilidad puede to m a rla
forma de una experiencia delirante de evíración (cf. la
Entm annung de Schreber). D e todas maneras, el pene no es
más que un trozo de carne desprovisto de significación en la
medida en que no se lo correlaciona con el deseo materno.
La preclusión del Nombre del Padre puede tener también
otro efecto, próximo y sin embargo diferente del delirio de
eviración: el efecto de feminización que Lacan atribuye a la
identificación psicótica al falo que le falta a la madre.
En efecto, la estructura del inconsciente comporta cuatro
términos significantes de base: la madre, el niño, el padre y el
falo. El falo interviene de entrada como tercer elemento
entre el niño y la madre, como símbolo del deseo de la
madre, siendo el Nombre del Padre, como cuarto término,
lo que da la razón última a ese deseo. A falta de este cuarto
término, se produce un movimiento de repliegue del niño
sobre el falo, que ya no funciona como tercero. La relación
de la madre con el niño se reduce a una relación dual, en la
que el niño está identificado al falo que le falta a la madre. Es
en virtud de esa identificación que el psicótico se ve femi-
nizado, ya que la niña (a falta de órgano peniano) es más
apropiada para representar imaginariamente al falo, como lo
ha demostrado Fenichel, quien propuso la ecuación girl-
phallus. «Por deber ser el falo —escribe Lacan— , el paciente
se consagrará a volverse una mujer (...). Sin duda la adivi­
nación del inconsciente ha advertido muy pronto al sujeto
que si no puede ser el falo que falta a la madre, le queda la
solución de ser la mujer que falta a los hombres».
Ese «deber ser el falo» se confunde con la exigencia de
ser el objeto del goce de Dios, exigencia que hace de
Schreber un verdadero mártir. Las voluptuosidades que le
tocan en suerte a Schreber son las migajas del goce que él se
consagra a procurar a Dios. «Es mi deber ofrecerle ese goce,

29
\
en la medida que pueda ser del dominio de lo posible en las
condiciones actuales atentatorias contra él orden del uni­
verso, y ofrecérselo bajo la forma del mayor desarrollo po­
sible de la voluptuosidad de alma, Y si al hacerlo, como
recompensa me toca un poco de goce sensual, me siento
justificado para aceptarlo en calidad de pequeña reparación
por el exceso de sufrimientos y privaciones que han sido mi
destino desde hace tantos años.»
£1 goce es la prueba del éxito de esa identificación del
sujeto al falo, de la adecuación de su ser a lo que falta a la
madre. £1 falo aparece aquí no tanto como símbolo que
í como imagen, casi como artificio que adviene al lugar de la
1 falta para ocultarla, desmintiendo asi la castración materna.
Bajo su forma imaginaria, el falo puede presentarse como la
imagen del propio cuerpo tal como se forma para el sujeto en
su encuentro con su reflejo en el espejo, o con el semejante al
que se identifica, identificación a partir de la cual se cons­
tituye como yo ideal. La imagen del espejo, en la que el
sujeto se concibe como unidad, se caracteriza por su forma
totalizadora, unificadora. Excluye la falta, y por esa razón se
presta para simbolizar lo que colma la falta de la madre. La
imagen narcisista es así un equivalente del falo imaginario de
la madre. Por ello el goce schreberiano, el goce imputado por
Schreber al Otro divino, asi como el que le corresponde a él,
es un goce narcisista, goce de su imagen de mujer que ofrece
al Otro como testimonio de su no castración. Sujeto y objeto
de contemplación a la vez, lleva a cabo la circularidad de una
f completud sin falla, donde se enrosca el goce, como serpiente
que se muerde la cola.
El segundo tipo de formalización que permite elucidar la
posición transexual y situarla en relación con la psicosis, lo
suministran las fórmulas de la sexuación, propuestas por
Lacan en L'E tourdit y el seminario Aun.
i

i 3x{|)x 3 * ([> x

i V x <j)x v x (J> x

30
Las fórmulas de la sexuación están construidas a partir
de una lógica proposicional. Cuatro proposiciones, dos de
ellas que caracterizan la parte hombre, y las otras dos la
parte mujer, son suficientes para determinar la posición se­
xual de los seres parlantes. Los sujetos se distribuyen de un
lado o del otro según las proposiciones en las que se ins­
criben, constituyéndose en su argumento. Estas cuatro pro­
posiciones definen cuatro maneras de relacionarse con una
función única: la función fálica. En efecto, cualquiera sea el
sexo biológico, es la posición de cada uno en relación al falo
lo que lo sitúa como hombre o como mujer. E sto es lo que
significa la fórmula de Freud de que la libido es de natu­
raleza masculina.
A primera vista (una lectura sumaria de Freud, por ejem­
plo, parece autorizarlo), d a ría ia impresión de que se puede
presentar el lado hombre como caracterizado p or la pre­
sencia del término fálico, y el lado mujer por su ausencia.
Dos proposiciones bastarían. Esto daria, por ejemplo, la
afirmativa universal todos los hombres tienen el falo, que se
escribiría VX (j)X, y la negativa universal todas las mujeres
no tienen el falo, o ninguna mujer tiene el falo, V X <}>X.. Las
fórmulas de la sexuación dan cuenta de una relación más
compleja de los dos sexos con ese término único represen­
tado por el falo.
Del lado del hombre tenemos la proposición universal
VX (j)X, todos los hombres se relacionan con la función
fálica. Lo que también puede leerse, todos los hombres están
sujetos a la castración, caen bajo el golpe de esta amenaza.
Esta proposición universal se halla por así decirlo, fundada
en una proposición particular que la niega. E l Todo, para
constituirse, necesita la excepción, es decir un término que
plantee la existencia de una exterioridad: no hay adentro sin
afuera. Lo mismo que para enunciar que todas las rayas
trazadas en una hoja son verticales, es preciso también plan­
tear la existencia de al menos una raya no vertical. L a
proposición VX (j>X se encuentra pues coordinada ctín esa
otra proposición que la niega y que, por tanto, constituye su
limite, H X (pX, al menos hay Uno que no está sometido a la
función fálica, o sea que no está sujeto a la castración. E sta

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proposición también puede lee/se: existe Uno que dice no a
la función fálica, que incluso prohíbe el goce fálico (lo que se
imaginariza como una prohibición que recae en la mas­
turbación o como amenaza de castración). A esta propo­
sición corresponde la función paterna como soporte de la
Ley, como lo que funda la fiinción fálica y a la vez le
proporciona un límite. E s el lugar del padre primitivo freu-
diano, de quien se dice que goza de todas las mujeres —y
que, en eso, no está sujeto a la castración, que implica entre
otras cosas que no se las pueda tener a todas— así como que
priva de ellas al conjunto de los hijos, lo cual es Una manera
de castrarlos. La función del Padre consiste a la vez en dar
consistencia al mito de un goce absoluto que él encarna, y en
situar ese goce como prohibido, inaccesible, ya que la fun­
ción fálica se.basa en la exclusión lógica de ese goce. Lo
universal que caracteriza a lo masculino se defíne por la
castración, es decir por la exclusión del goce absoluto. VX
(j)X, significa «nada para ellos», y debería volver a verse qué
los colectiviza. ___ __
Del lado de la mujer, falta ese Uno que dice no, 3 X (pX.
Esto puede leerse de varias maneras, a saber: que si las
mujeres no tienen pene en calidad de símbolo fálico, no por
ello dejan de tener alguna relación con la función fálica (en el
sentido de que se pudiera excribir VX <J)X). N o puede de­
cirse de ninguna de ellas que se excluya de la función fálica,
y por tanto de la castración. De ninguna H X , se puede decir
que no tenga relación con el falo, <¡)X. Esta fórmula puede
leerse también como la ausencia de una amenaza de cas­
tración que les concierna: no se puede enunciar válidamente
ninguna declaración de este tipo, pues la anatomía no se
presta para sostenerla. La prohibición del incesto tampoco
puede inscribirse del lado de la mujer, al no apoyarse en la
pertinencia de la amenaza de castración. A si pues, la exclu­
sión lógica del goce absoluto no se produce, y desde ese
momento ninguna totalidad, ninguna universalidad puede
constituirse. Al no estar limitada la función fálica, las mu­
jeres tampoco son colectivizares, no forman un todo. Es lo
que se escribe con la negación del cuantificador universal,
VX, no todas están sometidas a la función fálica. Las mu-

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jeres tienen a la vez relación y no relación con el falo y con la
castración. Su relación con la función fálica es del orden de
lo indecidible, de lo contingente. Se puede decir todo sobre
ella, pero en el sentido de que nada puede ser dicho en falso
en lo concerniente a esta relación. A partir del hecho de que
nada limita la función fálica, se sigue una relación con el
goce diferente de la que rige por parte del hombre. Si las
mujeres no ignoran el goce fálico, si participan de éi, tienen
en cambio una relación distinta con lo que le pone límite. E l
otro goce que no es el goce fálico, ese goce que tiene relación
con el goce del O tro, simbolizado por ¿1 padre de la horda
primitiva, no está excluido dé su campo. Por imposible que
sea, dicha imposibilidad no queda metaforizada como pro­
hibición. Es el origen del goce suplementario que les co^
rresponde, y que podemos designar con el término de Otro
goce (otro que el goce fálico), por su particular acceso a lo
imposible del goce del Otro.
La ausencia de límite a la función fálica, la ausencia de la
prohibición del incesto, dos términos que hay que entender
como la carencia de lo que impediría al sujeto identificarse al
falo imaginario, de -lo que prohibiría por tanto el goce abso­
luto, emparenta a la posición femenina con la del psicótico.
A consecuencia de la preclusión del Nombre del Padre,
también el psicótico tiene que enfrentarse a la existencia de
ese Uno que diga «no». Es lo que ocasiona el «impulso hacia
la mujer» de la psicosis.
La feminización inducida por la psicosis es un fenómeno
clínico que confirma la observación. Sin embargo, el tran-
sexualismo es algo más específico que es preciso circuns­
cribir. El transexualismo puro no'conlleva síntomas psicó-
ticos- en el sentido psiquiátrico del término. Por otra parte,
Schreber no expresaba el sentimiento del transexual de ser
una mujer prisionera en un cuerpo de hombre. E n él no
encontramos el apego del transexual a su feminidad, sino que
¡sentía la transformación feminizante que sufría como una
violencia escandalosa, contraria al orden del mundo, y si
poco a poco acomodaba su imagen a la de una mujer, era
para someterse a las exigencias divinas.
Si nos atenemos a la definición estricta de la posición

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transexual, que supone la convicción de ser una mujer en un
cuerpo de hombre (o a la inversa), y la voluntad deliberada
de hacer lo que fuere para acomodar ese cuerpo a dicha
convicción, en ausencia de cualquier síntoma psicótico, es
preciso entonces diferenciar esta posición de la psicosis de
tipo schreberíano.
Al menos en lo que concierne al transexual masculino,
plantearé la hipótesis de que el síntoma transexual stricto
sensu (convicción y demanda de transformación), corres­
ponde al intento de paliar la carencia del Nombre del Padre,
es decir poner un limite, un alto, constituir un suspenso a la
función fálica.
El síntoma transexual funcionaría como suplencia del
Nombre del Padre, en tanto que el transexual tiende a encar­
nar a La mujer. No a una mujer, del lado del «no toda», que
implica que ninguna mujer es Toda, toda entera mujer, que
ninguna vale por todas las mujeres —en efecto, la posición
del transexual consiste en pretenderse Toda, toda entera
mujer, más mujer que todas las mujeres y que vale por todas.
Esto puede verse en la pretensión de las «she-m ale» de que
habla Janice G. Raymond, de ser superiores a las mujeres
biológicas. El ideal femenino de los transexuales es la super-
star, La Mujer con M mayúscula, precisamente esa que
Lacan plantea que no existe. Si bien no lógicamente, puesto
que en los cuantifícadores se la puede situar, paradójica­
mente, del lado del hombre, en 3 X (f>X, al nivel del mito de
que existe Uno que no está sometido a la castración. E s en
ese lugar donde podemos situar la función fálica tanto del
Padre primitivo como de La Mujer que valdría por todas las
mujeres. En efecto, es el lugar del goce como lugar de lo
imposible, el del goce de todas las mujeres, que es supues­
tamente el del Padre freudiano de la horda primitiva. Lugar
del goce de La Mujer, genitivo objetivo, del que se tiene de
ella, y también el del goce de La Mujer, genitivo subjetivo, el
que se supone ella experimenta en su radical alteridad. Ese
lugar es aquél donde la castración no vale, lugar del Goce
Total, así como de la Omnipotencia, es- decir de lo que se
pierde en cuanto que uno se inscribe en la función fálica:
precisamente esa pérdida es lo que pone un límite. Este

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anudamiento permite discernir que La Mujer es uno de los
Nombres del Padre.
Así pues, la posición transexual en el hombre supondría
dos momentos difíciles de distinguir a primera vista, puesto
que el primero corresponde a la posición femenina inducida
por la carencia del Nombre del Padre, y el segundo consiste
en encontrar como limite, como suplencia de la función
paterna, la feminidad bajo la forma de La Mujer imposible.
Nos encontramos aquí con una elevación de lo femenino a la
segunda potencia.
La posibilidad de una suplencia de la función paterna, es
decir que un significante pueda venir a ocupar en la estruc­
tura el lugar vacío dejado por la preclusión del Nombre del
Padre, encuentra su soporte formal en el nudo borromeo.
La teoría de los nudos constituye un dominio de la topo­
logía matemática desarrollado recientemente. El nudo bo­
rromeo, llamado asi porque fue utilizado por los Borromeo
como símbolo de su alianza con otras dos familias, consiste
en el anudamiento de tres anillos, de tal modo que si uno de
los tres se rompe los otros dos quedan libres. Esta propiedad
singular llevó a Lacan a servirse de él como soporte de la
relación, en el Inconsciente, de los tres registros: de lo Sim­
bólico, unido al lenguaje, de lo Imaginario, que corresponde
a las representaciones asociadas al cuerpo, y de lo Real,
dimensión exigida por la imposibilidad de reducir todos los
fenómenos inconscientes a las dos primeras.

35
E l nudo borromeo, inicialraente compuesto por tres aros,
puede ser generalizado a un número indefinido de redondeles
sin perder su propiedad característica de deshacerse si uno
de ellos se rompe. Asi, Lacan utiliza el nudo de cuatro para
dar soporte formal al complejo de Edipo, que consistiría en
el anudamiento de lo Simbólico* lo Imaginario, lo Real y el
Nombre del Padre como cuarto. La posibilidad de un su­
plemento quiere decir que otro significante que no sea el
Nombre del Padre puede venir a desempeñar la función de
cuarto, haciendo que el nudo se mantenga. Ciertos síntomas
pueden tener esta función. Otra forma de suplemento puede
consistir, por ejemplo, en que un quinto anillo, al anudar a
otros dos, haga que cuatro anillos se mantengan unidos,
cuando sin éste la anudadura dejaría libre a uno de ellos.

36
A partir de esta nueva formalización se podría situar el
recorrido transexual de la siguiente mahera: a falta del anu­
damiento por medio del Nom bre del Padre, R. S. I. estarían
libres de no estar anudados p o r un cuarto, que consiste en*la
identificación del sujeto a L a Mujer. Pero ese cuarto sólo
mantiene unidos a lo Imaginario y lo Simbólico. Lo Real, en
cambio, no queda anudado, y la demanda del transexual
consiste en reclamar que en ese punto se produzca la co­
rrección que habría de ajustar lo Real del sexo al nudo I y S.
I

L a mujer D em anda de corrección quirúrgica

'El síntoma transexual tendría así una función estructural


análoga a la que Lacan atribuye a la escritura para Joyce.
Esto permite comprender por medio de qué suplemento se
evita la psicosis.
Esta es la hipótesis que pondremos a prueba a partir de
testimonios de transexuales, y en primer lugar, de los datos
que proporciona el notable trabajo de pionero que fue el de
R. Stoller.

37
Eva. F oto Andró Berg.

...«una figura mitológica monstruosa o divina»..


CAPÍTULO IV

UNA MADRE DEMASIADO BUENA

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