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HIJO MÍO.

Escenario oscuro con una cama desvencijada, y una silla junto a ella, en escena
una mujer acostada, tiene cáncer, sin cabello, viste una bata para dormir ya vieja y
algo sucia, durante toda la obra de fondo se oyen diferentes sonidos desde la
calle.

Mujer: Rota. sola y vieja como esta cama, hoy estoy aquí, así.

Entra un sacerdote, se detiene junto a ella, ella le besa la mano, el sacerdote se


sienta en una silla junto a la cama.

Mujer: Le agradezco Padre por venir hasta aquí, (El padre se e acerca al oído y
ella responde) Sin pecado concebida. Confieso que he pecado, mis pecados
no son muchos, pero creo que Dios no podrá perdonarme. (Solloza, el padre
le toca la mano en señal de consuelo) cuando tenía 14 años conocí a José,
él era alto, delgado, con una nariz aguileña que le daba mucha personalidad,
pero era más grande que yo, él ya tenía 25 y ya había estado casado, pero
me habló bonito, yo quería entenderlo y quererlo como su esposa no lo
hacía, me fui con él sin darme cuenta que ese era mi primer pecado, le quité
el hombre a otra mujer, le quité el padre a dos niños, (llora quedamente) no
sé si sea justificarme, pero creo que ese pecado lo he pagado en vida,
porque él al poco tiempo se fue con otra, y yo, me quedé ahí en la ciudad, sin
casa, sin dinero, con toda la ignorancia y la inexperiencia del mundo, además
de ir cargando en el vientre a su hijo. (Pausa, solloza de nuevo, busca algo
para beber en el taburete junto a la cama, el padre le acerca un vaso con
agua) Gracias padre (bebe) Quién iba a decir que ni siquiera iba a llegar a
los 50 (se ríe de sí misma) El segundo pecado fue contra mí misma, y es del
que más me arrepiento, me abandoné, porque yo sabía que las mamás se
tenían que entregar en cuerpo y alma a su hijos, porque yo sabía que mi vida
ya no era mía, era para esa criatura, me dediqué a buscarle casa, comida y
sustento, llegue a un pueblecito a las orillas de la ciudad y ahí me quedé,
madrugaba cada día, cosía y cosía hasta que la espalda se me reventaba,
cocinaba, lavaba, planchaba, cada una de mis acciones eran para que mi
José estuviera bien, para que no le faltara nada. (Pausa, suspira profundo y
estira la mano para que el padre la ayuda a sentarse en la cama) Padre,
¿Puede ayudarme a sentarme? ya no aguanto estar acostada (la ayuda)
Gracias, ¿Sabe Padre? mi último pecado dejará mi alma en el purgatorio, mi
situación no era buena económicamente hablando, en el cuarto donde
vivíamos mi José y yo, sólo cabía la estufa, un roperito donde guardábamos
la poca ropa que teníamos, una mesita para comer, y la cama, ésta cama.
(Llora mientras acaricia la almohada, cada momento el llanto se intensifica y
no puede hablar, se recupera un poco y habla) Esta cama fue testigo de las
noches en que dejé de ser su madre para ser su mujer, (con la voz
entrecortada) no intento que me entienda, a estas alturas ya nada de eso
importa, lo único que quería era una caricia que le diera un poco de calor a
mi corazón frio, roto y abandonado, nunca busqué un hombre porque no lo
necesitaba, mi vida era para mi hijo; él tenía 16 años, era invierno y hacía
frío, estaba acurrucado en mi pecho, cuando sentí que su boca rebuscaba
como cuando de bebé lo amamantaba, no lo detuve, porque también en el
fondo sabía que la vida de mi hijo era mía, pero estaba equivocada, a los 20
años se casó, pero aún así no nos detuvimos, hasta que su esposa se dió
cuenta y terminó por llevárselo de mi lado, terminó por abandonarme igual
que lo hizo su padre. (Le falta el aire y el padre le ayuda a recostarse de
nuevo, ella le toma la mano) Ya no hay nada más que contar padre, nada.
Gracias, de verdad gracias por venir hasta aquí. (El padre le da unas
palmaditas en correspondencia, le ofrece una bendición y sale) Rota, sola y
vieja como esta cama (muere)

Telón

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Nombre: María Guadalupe Cedillo Benítez

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