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Nuria Calduch-Benagues

Perdonar las injurias


EL PERDÓN DE LAS OFENSAS
En la tradición cristiana el perdón de las ofensas es la cuarta de las siete obras de miseri-
cordia espirituales y probablemente sea la más difícil de llevar a la práctica a causa de
nuestra tendencia natural al rencor, al resentimiento y la venganza. Cuántas veces no
habremos oído y/o pronunciado estas palabras: «Perdono, pero no olvido». Las ofensas
duelen y por eso nos cuesta perdonarlas, pero si las retenemos, se irán adueñando poco a
poco de nuestra existencia y, sin darnos cuenta, quedaremos a merced de la amargura y
del odio. Y lo peor es que al final acabarán por invadir nuestro corazón sin dejar ni
siquiera un resquicio para el per-
dón. Perdonar las ofensas no es fácil, pero es un modo de poner en práctica el precepto
del amor fraterno. Ya lo decía el autor del libro de los Proverbios: «Quien perdona la
ofensa cultiva el amor» (Pr 17,9a).
EL PERDÓN DE LAS OFENSAS EN NUESTRO REFRANERO
Guardar un secreto, perdonar una ofensa y aprovechar el tiempo son, según la sabiduría
popular, las tres cosas más difíciles de esta vida. Vamos a dejar el primer y el tercer reto
para otra ocasión, para poder ocuparnos mejor del perdón de las ofensas. Por un lado, el
refranero es tajante al respecto: «Ofensa recibida nunca se olvida». La misma idea
expresada con dos imágenes opuestas suena mucho mejor, aunque no pierde ni un ápice
de su fuerza: «Las ofensas se escriben en el mármol; los beneficios, sobre la arena».
Parece ser que perdonar un agravio recibido sin guardar rencor a la persona que lo ha
cometido ni querer castigarla o vengarse de ella es una empresa que raya lo imposible. De
ahí que «Quien a otros ofende, siempre la venganza teme» da por supuesto que el
ofendido reaccionará con violencia contra el ofensor y que éste cuenta con ello de
antemano. Ahora bien, más que temer por la reacción del ofendido, el ofensor debería
temer por sí mismo, pues «Quien al prójimo ofende, su propio daño pretende».
Por otro lado, abundan los refranes sobre las excelencias del perdón. Algunos relacionan
perdón con sabiduría: «Consejo es de sabios perdonar injurias y olvidar agravios»,
«Perdonar un agravio es de hombre bueno y sabio». Otros lo presentan como un gran
trofeo: «Perdona al ofensor y saldrás vencedor», «Quien el agravio perdona a sí mismo se
corona». Y también están los que consideran el perdón de las ofensas desde una
perspectiva religiosa: «A quien perdona pudiendo vengarse, poco le falta para salvarse»,
«Por cada injuria que perdones, un galón para el cielo te pones». Dicho de otro
modo, el perdón hace avanzar a quien lo practica por el camino que conduce a la
salvación.
EL PERDÓN DE LAS OFENSAS EN LA BIBLIA
Y la Biblia, ¿qué dice del perdón de las ofensas?, ¿habla de ello?, ¿lo describe?, ¿pone
ejemplos?, ¿da consejos para ponerlo en práctica? Pues bien, para intentar responder estas
preguntas, les sugiero un viaje por las páginas del «gran código»'. El punto de partida
será el Antiguo Testamento y el punto de llegada el Nuevo Testamento. El viaje será
sosegado y tranquilo. Sin dejarnos llevar de la prisa y de la obsesión de querer visitarlo
todo, nos detendremos solamente en los pasajes más significativos, aquellos que mejor
ilustren la obra de misericordia sobre la que queremos profundizar.
'Expresión que Northrop Frye toma prestada del poeta inglés William Blake para referirse
a la Biblia, cf. N. FRYE. El gran código. Una lectura mitológica y literaria de la Biblia.
Barcelona: Gedisa, 2001.
PRIMERA ETAPA: ANTIGUO TESTAMENTO
Reconciliación entre hermanos
Nuestra primera visita será el libro del Génesis, concretamente sus últimos capítulos
conocidos como «La historia de José» o «José y sus hermanos» (Gn 37,2-50,26), una
historia que me evoca gratos recuerdos. En el examen de reválida (así se llamaba en mis
tiempos la prueba que había que superar para poder cursar el bachillerato), entre otras
muchas asignaturas, nos examinábamos también de Religión. Había que responder una
sola pregunta y esa resultó ser nada más y nada menos que la historia de José y sus
hermanos. Me puse contentísima porque prácticamente me la sabía de memoria de tantas
veces que la había leído. Así que escribí sin interrupción hasta que nos recogieron los
folios. Ni que decir tiene que me pusieron un diez de nota.
Según Luis Alonso Schökel, este texto de fraternidad es «una narración sencilla y bien
hecha que puede atraer a espíritus sencillos por sintonía; pero también atrae a espíritus
refinados, que sienten vivir provisoriamente su niñez soterrada»2. Ciertamente la historia
de José es muy atractiva, sobre todo porque narra un conflicto familiar en el que todos
nos podemos sentir identificados. Algunos la consideran una historia de reconciliación. Si
bien es verdad que el término reconciliación no aparece en el texto, toda la narración es
presentada como un largo camino de reconciliación entre José y sus hermanos. Tardarán
veintidós años antes de reencontrarse y hacer las paces.
El comienzo de la historia es poco reconfortante. Jacob siente preferencia por José, el hijo
de Raquel, su esposa amada pero difunta, lo que suscita el odio entre sus hermanos, que
eran hijos de Lía y de las esclavas: «le tomaron rencor e incluso le negaban el saludo»
(Gn
2 L. ALONSO SCHÖKEL. ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del
Génesis, (Institución San Jerónimo 19). Estella (Navarra): Verbo Divino, 21990, 258.
37,4). José es el último de los hijos de Jacob, le nació cuando él era ya anciano. Y sus
hermanos no aceptan que su padre prefiera al último, no aceptan que al último le conceda
los privilegios propios del primogénito. Quisieran que Jacob no le amase tanto. Tampoco
José contribuye a calmar los ánimos de sus hermanos, al contarles, ingenuamente y sin
tacto, sus sueños en los que él aparece como rey y señor envuelto de grandeza y
esplendor. Esto les irrita aun más, pues temen que los sueños se conviertan en realidad y
acaben dando rienda suelta a la envidia, el rencor, el odio y la mentira. Al final deciden
dar muerte a José, pero gracias a la intercesión de Rubén, el primogénito, se evita el
derrame de sangre y el pequeño es vendido como esclavo a los madianitas. Acto seguido
engañan a Jacob mostrándole la túnica ensangrentada de José, para hacerle creer que su
hijo ha muerto descuartizado por una fiera. No hay consuelo para Jacob, que se rasga las
vestiduras y hace luto por su hijo muchos días. El dolor
de Jacob será una constante en todo el relato hasta el capítulo 45.
Los capítulos 39-41 narran la estancia de José en Egipto, donde después de pasar muchas
vicisitudes y ganarse la confianza del faraón con su sabiduría e inteligencia, llega a
convertirse en virrey de Egipto. Se incorpora con éxito a la vida y cultura egipcia, contrae
matrimonio y forma una familia, aunque en el fondo no puede olvidar su aflicción y la
casa paterna. Integro, perspicaz y prudente, «el soñador» (así le llamaban sus hermanos
para burlarse de él) en ningún momento ha dejado de confiar en Dios y su providencia.
A partir del capítulo 42, de nuevo entran en escena los hermanos. Movidos por el hambre
y cumpliendo las órdenes de su padre, bajan todos (menos Benjamín, hijo también de
Raquel como José) a Egipto en busca de grano para no morir. Allí se produce el primer
encuentro con José, pues todos los compradores tienen que dirigirse personalmente al
virrey. Sus her manos no lo reconocen, pues no se lo pueden imaginar en ese puesto, pero
él en cambio los reconoce inmediatamente. Contando con esa ventaja, inicia un juego en
el que representa un papel ficticio. Me gusta cómo Benno Jacob explica la actuación de
José: «Pudo haber revelado inmediatamente su identidad, haberlos reprendido por sus
acciones y haber mostrado cómo, a pesar de ellas, había hecho carrera. Es demasiado
generoso para desear o disfrutar de la humillación de ellos y de su triunfo. Pudo haber
tendido la mano en gesto de reconciliación. Era demasiado prudente para ello: no habría
sido reconciliación auténtica si los hermanos no cambiaban primero»3.
Para ponerlos a prueba, José se comporta muy duramente y los acusa de espionaje. Su
respuesta («Éramos doce hermanos tus servidores, hijos del mismo padre, de Canaán. El
menor se ha quedado con su padre, otro ha
' Citado en L. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde está tu hermano?, 279.
desaparecido») revela que el recuerdo, y quizás el remordimiento, está vivo en su
corazón. José continúa poniendo a prueba a sus hermanos pidiéndoles que le traigan a
Benjamín. Después de haberlos encarcelado a todos, cambia de idea y decide quedarse
con uno solo como rehén, mientras los demás irán a casa para dejar el grano y regresarán
a Egipto con Benjamín.
Aunque lentamente, el proceso de reconciliación avanza. La vuelta a Egipto se convierte
en cuestión de vida o muerte para todos. Ahora es Judá quien toma la iniciativa, ya que
Rubén ha fracasado la vez anterior. Así pues, le pide a su padre que Benjamín le
acompañe a Egipto: «Deja que el muchacho venga conmigo. Así iremos y salvaremos la
vida y no moriremos nosotros, tú y los niños. Yo salgo fiador por él, a mí me pedirás
cuentas de él. Si no te lo traigo y no te lo pongo delante, rompes conmigo para siempre»
(Gn 43,8-9). «El padre acepta la soledad provisional y el peligro de perder a sus hijos: es
el sacrificio que ofrece por la super vivencia de todos», comenta Alonso Schökel4. Los
hermanos bajan de nuevo a Egipto, donde losé les recibe con un gran banquete que se
celebra según el protocolo. Ansiosos y recelosos ante tanto agasajo, temen por su vida.
Por su parte, José mantiene su secreto, aunque al ver a Benjamín, se emociona y se va de
prisa a la alcoba para poder llorar sin ser visto. Parece que el virrey de Egipto ya ha
perdonado a sus hermanos, pero maquina el último acto de su plan: una prueba falsa para
provocar un pleito.
En el capítulo 44 los once hermanos inician su viaje de regreso, pero son detenidos fuera
de la ciudad y acusados de haber devuelto mal por bien y de haber robado la copa que
José utilizaba para beber y para sus prácticas de adivinación. Sin querer, los hermanos
pronuncian una sentencia de muerte para Benjamín («Si se la encuentras [la copa] a uno
de tus servidores, que muera; y nosotros seremos esclavos de nuestro señor», Gn 44,9),
en cuyo saco José
' L. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde está tu hermano?, 288.
había ordenado al mayordomo que pusiera su copa. En esta ocasión, sin embargo, los
diez hermanos mayores no abandonan al menor y regresan a la ciudad. Judá toma la
palabra en nombre de todos: son culpables, pero no de lo que les acusa el virrey sino de
otra culpa: «Dios ha descubierto la culpa de tus servidores» (Gn 44,16). José capta la
alusión a la culpa del pasado, pero una vez más pone a prueba a sus hermanos,
pidiéndoles que sea Benjamín quien se quede con él como esclavo para pagar su culpa.
Judá se adelante y pronuncia un gran discurso en el que se ofrece en lugar de Benjamín,
pues no quiere causar otro dolor a su padre. En sus palabras se advierte la transformación
interior que ha sufrido. Actuando como auténtico hermano e hijo, Judá se convierte en el
elemento unificador de la familia. Estamos a un paso del reconocimiento y la
reconciliación.
No pudiendo aguantar la tensión por más tiempo, José rompe a llorar y se da a conocer a
sus hermanos con unas palabras cargadas de emoción que dejan a todos boquiabiertos.
José da una interpretación teológica de todo lo que ha acaecido, poniendo de relieve la
mano providente de Dios. Tres veces repite que ha sido 1 )ios, y no ellos, que lo ha
mandado a Egipto para la vida, la liberación y la supervivencia del pueblo. Como muy
acertadamente comenta Alonso Schökel, José tiene que exorcizar la culpa y el
sentimiento de culpabilidad de sus hermanos y lo va a hacer de la siguiente manera. Por
un lado, contando con el arrepentimiento que la ha borrado y la tribulación que la ha
expiado; por otro, mostrando que aún la culpa queda sujeta por la riendas que Dios
controla firmemente'. Les invito ahora a contemplar la escena:
'José no pudo ya contenerse delante de todos los que estaban junto a él, y ordenó: «Haced
salir a todos de mi presencia». Y no quedó nadie con él cuando José se dio a conocer a
sus hermanos. 2Rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios y la casa del Faraón
se enteró de ello.
. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde estd tu hermano?, 300.
3José dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?» Pero sus hermanos
no pudieron contestarle porque estaban atónitos ante él. 4José dijo a sus hermanos:
«Acercaos a mí». Ellos se acercaron y les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano, el que
vendisteis a los egipcios. 5Pero no os aflijáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues
para salvar vidas me envió Dios por delante. 6Llevamos dos años de hambre en el país y
todavía nos quedan otros cinco años en que no habrá ni siembra ni siega. 'Dios me envió
por delante para que podáis sobrevivir en este país y para salvaros de manera admirable.
8Así pues, no fuisteis vosotros quienes me enviasteis aquí, sino Dios; él me ha hecho
ministro del Faraón, señor de toda su corte y gobernador de todo el país de Egipto. 9Daos
prisa, subid a casa de mi padre y decidle: "Esto dice tu hijo José: Dios me ha hecho señor
de todo Egipto; baja a mi lado, sin tardar. '9 Habitarás en la región de Gosén, y estarás
cerca de mí: tú y tus hijos y los hijos de tus hijos, tus ovejas, tus vacas y todas tus
posesiones. "Yo cuidaré allí de tu subsistencia, pues aún quedan cinco años de hambre,
para que no te falte nada a ti, ni a tu familia ni a tus posesiones". '2Con vuestros ojos
estáis viendo, y también vuestro hermano Benjamín lo ve, que os hablo en persona.
'3 Contad a mi padre la fama que tengo en Egipto y todo lo que habéis visto; id aprisa y
traed aquí a mi padre». 14Entonces se echó al cuello de su hermano Benjamín llorando, y
Benjamín lloraba también abrazado a él. 15Luego besó llorando a todos sus hermanos.
Solo entonces le hablaron sus hermanos (Gn 45,1-15).
La familia queda finalmente unida, pero la historia continúa. Jacob viaja a Egipto y se en-
cuentra con José que, con la ayuda de Dios, consigue asegurar la supervivencia no solo
de su familia, sino de todo el imperio y alrededores (capítulos 46-47). Al cabo de
diecisiete años I acob enferma gravemente y antes de morir deja el testamento a sus hijos
(cap. 48-49). Se celebran los ritos fúnebres y lo entierran en Canaán tal como era su
deseo (Gn 50,1-14). Pues bien, cuando parece que la historia ha llegado a su fin, el
narrador añade un pasaje a modo de epílogo en el que se retorna el tema del rencor y el
perdón. Después de la muerte de su padre, los hermanos de José, temiendo que todavía
les guarde rencor, le envían un mensaje, recordán-
dole que su padre le había ordenado que los perdonase. José tiene que perdonar por
respeto a su padre y a Dios. Leamos el texto:
15Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se dijeron: «Quizá ahora José
guarde rencor contra nosotros, y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos».
'6Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: Tu padre ordenó esto antes de morir:
"«Así diréis a José: "Perdona a tus hermanos su crimen y su pecado y el mal que te
hicieron". Por tanto, perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre». José, al
oírlos, se echó a llorar. 18Entonces vinieron sus hermanos, se postraron ante él y le
dijeron: Aquí nos tienes, somos tus siervos. '9Pero José les dijo: «No temáis, ¿acaso
puedo ponerme yo en lugar de Dios? 20Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios lo
cambió en bien para que sucediera lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran
pueb-
lo. 21 Así Así
que no temáis; yo cuidaré de vosotros y
de vuestros hijos». Y los consoló hablándoles al corazón.
En la historia de José y sus hermanos el proverbio «Perdona el ofendido, no el ofensor»
no se cumple, porque en ella perdonan todos, (.1 ofendido y, en este caso, los ofensores.
La ruptura de la fraternidad, por desgracia, también se da en nuestras familias,
instituciones, lugares de trabajo y sociedades. Los lazos fraternos se rompen unas veces
por nimiedades o insignificancias, otras veces por oscuras pasiones que se apoderan del
corazón humano. ( Casi siempre tardan en restablecerse, pues las heridas son hondas y
cicatrizan lentamente. En el peor de los casos quedan abiertas rezumando sentimientos
innobles. La historia de José es un canto a la fraternidad, al perdón y a la reconciliación.
Perdonar las ofensas recibidas crea familia, hermandad, unidad y, lo más importante, nos
acerca a Dios.
Mejor perdonar que guardar rencor
Nuestra segunda visita será un libro sapiencial que se encuentra en la frontera entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Me refiero al libro de Ben Sira, conocido también como
S irácida o Eclesiástico, un libro muy entrañable para mí porque fue el texto de mi tesis
doctor-
27,30 ,El rencor y la ira también son abominables, el pecador las guarda en su interior.
28,1 Del vengativo se vengará el Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados.
2 Perdona la ofensa a tu prójimo, y, cuando reces, tus pecados serán perdonados.
3 Si una persona alimenta la ira contra otra, ¿cómo puede esperar la salvación del Señor?
Si una persona no se compadece de su semejante, ¿cómo se atreve a suplicar por sus
propios pecados?
5 Si es un simple mortal y guarda rencor, ¿quién le perdonará sus pecados?
6 Acuérdate de tu fin y deja de odiar; acuérdate de la corrupción y la muerte, y sé fiel a
los mandamientos.
' Acuérdate de los mandamientos y no guardes rencor al prójimo. Acuérdate de la alianza
del Altísimo y pasa por alto las ofensas.
al'. Escrito por el sabio Ben Sira a finales del siglo II a.C. en Jerusalén, el libro es una
especie de manual de sabiduría destinado a los jóvenes que frecuentaban su escuela para
prepararse para el porvenir. Mediante proverbios, instrucciones, consejos, los textos
antiguos y su ejemplo de vida, el sabio inculcaba a sus discípulos el amor por la
sabiduría, el temor del Señor y la observancia de la Ley, entre otras muchas cosas. Vamos
a detenernos en Sir 27,30-28,7, una instrucción sobre el recuerdo de las injurias, es decir,
sobre el resentimiento o rencor7. En otras palabras, esa desazón, desabrimiento o queja
que le queda a una persona después de recibir una ofensa ya sea verbal o física. El
resentimiento puede perdurar, enquistarse y reaparecer cuando se recuerda la ofensa
recibida. El texto de Ben Sira recita así:
6N. CALDUCH-BENAGES. En el crisol de la prueba. Estudio exegético de Sir 2,1-18
(ABE 32). Estella: Verbo Divino, 1997.
7 Para este texto, cf. N. CALDUCH-BENAGES. «Es mejor perdonar que guardar rencor:
estudio de Sir 27,30-28,7». Gregorianum 81 (2000) 419-439.
La instrucción se abre con una máxima sobre el rencor y la ira. Dicha máxima contiene
dos afirmaciones. La primera, «el rencor y la ira también son abominables», establece
una relación de continuidad entre nuestro texto y el anterior, dedicado a la hipocresía y a
sus nefastas consecuencias (Sir 27,22-29). De este modo, al igual que la hipocresía, el
rencor y la ira entran en la categoría de «cosas abominables» entre las que también se
incluyen la soberbia, cierto tipo de habilidad y la idolatría. La segunda afirmación, «el
pecador las guarda en su interior», nos introduce en un ámbito netamente teológico,
donde rencor e ira aparecen intrínsecamente vinculados a la persona que ha transgredido
su relación con Dios: ambos sentimientos le pertenecen, son posesión suya, habitan en lo
íntimo de su corazón.
Excepción hecha de Sir 27,30-28,7, del rencor como tal apenas se habla en el Sirácida.
Por el contrario, la ira en cuanto pasión humana es un tema frecuente en la obra del sabio.
En
línea con el libro de los Proverbios, Ben S ira reflexiona sobre la ira humana y emite un
juicio crítico al respecto, a partir del cual desarrolla su doctrina y fundamenta sus
enseñanzas. El sabio presenta varios motivos que, en determinadas circunstancias,
pueden encender la ira en el corazón del ser humano: el marido mantenido por su mujer,
la mujer borracha, la caída en el pecado, la borrachera para el necio y los pensamientos
relativos a la muerte. Sea cual sea el motivo que la ocasiona, la ira recibe siempre un
juicio negativo. Valga a modo de ejemplo el texto de Sir 10,18: «No es propio del ser
humano ser soberbio, ni del nacido de mujer ser violento».
La ira es muy peligrosa. En primer lugar, por las consecuencias que acarrea a la persona
que se deja arrastrar por ella: la persona irascible siempre acaba mal, pues el ímpetu de su
ira abrevia sus días, la conduce a la ruina y la condena a una muerte implacable, como
bien lo demuestra la historia antigua (cf. Nm 16,1-
35). En segundo lugar, por el daño que puede ocasionar a los demás: la persona irascible
corre el riesgo de cometer homicidio, de encender disputas violentas, así como de herir
gravemente al prójimo con su lengua afilada. Queda claro, pues, que según el
pensamiento de Ben Sira, la ira tiene unas repercusiones morales y religiosas muy
importantes: no sólo provoca la autodestrucción de la persona, sino que la aleja de Dios
y, en consecuencia, la conduce irremisiblemente al pecado. Así como la ira es propia del
necio, la paciencia es el distintivo del sabio. Leemos en Proverbios: «el irascible comete
locuras, el reflexivo es paciente» (14,17) o también, «quien tiene paciencia abunda en
sensatez, quien tiene poco temple delata insensatez» (14,29). En conclusión, rencor e ira
pertenecen a la esfera del pecado y, por tanto, son rechazados por Dios y por aquellos que
le temen, o lo que es igual, por aquellos que buscan la sabiduría.
En Sir 28,1-2 se percibe cómo las acciones humanas no son indiferentes a Dios. Sean jus-
tas o reprobables, siempre suscitan una reacción-respuesta de parte de Dios. Mientras la
persona vengativa recibe la venganza del Señor, la misericordiosa recibe el perdón de sus
pecados. Así pues, en nuestro texto tanto la venganza como la misericordia humanas
encuentran sus respectivos correspondientes en la venganza y la misericordia del Señor.
Hemos visto que en Sir 27,30 el sabio ha introducido los conceptos de rencor e ira. ¿Por
qué ahora los abandona para hablar de la venganza? En realidad no los abandona, ya que
rencor, ira y venganza están estrechamente relacionados entre sí. La experiencia enseña
que el rencor y la ira suelen desembocar en la venganza (cf. Gn 4,5): un mecanismo de
violencia que consiste en imitar la violencia ajena. En Sir 28,1 otra máxima, esta vez
sobre el vengativo, completa la anterior. De hecho, Ben Sira ya había hablado de la
venganza en Sir 27,28:
«Escarnio e injuria esperan al soberbio, la venganza le acecha como un león», pero desde
una perspectiva muy distinta. Nuestro texto insiste en el castigo que Dios inflige a la
persona vengativa: no sólo le paga con la misma moneda, sino que además lleva cuenta
exacta de todos sus delitos (cf. Sal 103,3 y Job 14,16-17). Y es que la venganza del Señor
es implacable con los soberbios, malvados y pecadores.
Si en Sir 28,1 el sabio ha hecho una descripción del pecador, en el versículo siguiente
presenta a modo de contraste la suerte del misericordioso. Aquel que perdona las injurias
recibidas de su prójimo, recibirá del Señor el perdón de los pecados. Las ofensas, pues, se
curan con el perdón, jamás con la venganza. Así aconseja Ben Sira en 8,5: «No injuries a
una persona que se aparta del pecado, recuerda que todos somos culpables». La misma
enseñanza se encuentra en el Talmud de Jerusalén: «Cuando una persona se arrepiente,
no le digas: "acuérdate de tus acciones pasadas"»8.
La enseñanza del sabio no deja espacio para las dudas: hay que perdonar al prójimo,
porque el Señor se venga del vengativo y perdona al que perdona. Estas palabras también
resuenan en el Talmud de Jerusalén: «Siempre que tú eres misericordioso, el
Omnipresente será misericordioso contigo; si tú no eres misericordioso, el Omnipresente
tampoco será misericordioso contigo»9, y en varios pasajes del Testamento de los Doce
Patriarcas, como por ejemplo:
«Amaos, pues, de corazón unos a otros, y si alguno comete una falta contra ti, díselo con
paz, apartando el veneno del odio sin mantener el engaño en tu alma. Y si tras confesar su
culpa, se arrepiente, perdónale. Si la niega, no entres con él en disputa, no sea que se
empecine entre juramentos y cometas tú una doble falta... Pero si lo niega y se
avergüenza de sentirse reprobado, quédate tranquilo y no continúes arguyéndole,
Baba Mesia 4,1.
9 Baba Qamma 8,10,6c.
pues el que niega, da muestras de arrepentimiento. No te ofenderá más, sino que te
honrará, te temerá y mantendrá la paz contigo. Pero si es un desvergonzado y persiste en
la maldad, perdónale de corazón y deja a Dios la venganza»10
Por si su lección no resultaba del todo convincente, Ben Sira la completa con una nueva
argumentación hecha a base de tres preguntas retóricas (Sir 28,3-5), cuyo objetivo es
poner de manifiesto la incoherencia interior de la persona que exige a Dios que haga con
ella lo que ella no hace con su prójimo: pretende que Dios le otorgue el perdón, mientras
ella no perdona al hermano. El discurso del sabio resulta muy pedagógico e incluso nos
atreveríamos a decir que no está exento de ironía. Exigir salvación, misericordia y perdón
a Dios, cuando uno niega todas estas cosas al hermano, no sólo denota falta de coherencia
(es decir, falta de sensatez, de sabiduría) sino también falta de sentido religioso. Y lo que
es peor, estas exigencias, des-
.. Testamento de Gad 6,3-7.
provistas de toda lógica humana y religiosa, constituyen un auténtico desafío al Señor. Y
desafiar al Señor es un pecado de soberbia que no pasará desapercibido a la justicia
divina (cf. Sir 5,1-8; 16,11-12). También aquí las ideas de Ben Sira encuentran eco en el
pensamiento rabínico. En el Talmud de Babilonia leemos: «Quien se apiada de los
demás, el cielo se apiadará de él, mientras quien no se apiada de los demás, el cielo no se
apiadará de él»".
Nuestro texto concluye con un concentrado de nueve consejos sobre cómo debe actuar el
discípulo en relación con su prójimo (Sir 28,6-7). De entre todas las recomendaciones,
sobresale la invitación a mantener viva la memoria. Recordar es una actividad que el
sabio recomienda en diversos pasajes de su obra (cf. Sir 7,16.28.36; 8,5.7, etc.). En este
caso el discípulo tiene que recordar: por un lado, el final, la corrupción y la muerte y, por
otro, los mandamientos y la alianza del Altísimo. Recordar
'' Shabbat 151b.
el final implica tomar conciencia de la finitud de la naturaleza humana a la vez que
representa un estímulo para comprometerse a fondo en el tiempo presente. Recordar los
mandamientos nos introduce en el tema de la Ley y, en particular, su concreción en los
mandamientos o preceptos.
Resulta bastante evidente que Ben Sira alude a Lv 19,18: «No tomarás venganza ni
guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy
el Señor», un texto en el que se aúnan dos formulaciones: una negativa, en forma de
prohibición y otra positiva en forma de mandato. De esta manera, se establece un vínculo
de unión entre la renuncia a la venganza y el amor al prójimo. Por el contrario, en Sir
28,7 sólo aparece la formulación negativa: «no guardes rencor al prójimo». Su
correspondiente en positivo (ama al prójimo) hay que buscarlo en otros pasajes del libro.
El mandamiento de Lv 19,18 concluye con una autopresentación del Señor: «Yo soy
Yahvé». Nuestro texto, en cambio, aunque el contenido del mensaje es básicamente el
mismo, termina más modestamente: «Acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto
las ofensas». Cerrar los ojos a las ofensas recibidas del prójimo, involuntarias o no,
significa: por un lado, renunciar al rencor y a la venganza y, por otro, estar dispuesto a
perdonar a la persona que ha cometido el agravio. Ambas actitudes son propias del sabio
que conoce la ley del Altísimo. Cerrar los ojos a las ofensas recibidas es hacer a los
demás lo que a uno le gustaría que los demás le hiciesen. Este mismo pensamiento, pero
formulado en negativo, lo encontramos en la famosa regla de oro del rabino Hillel: «Lo
que es odioso para ti no lo hagas a tu vecino: en esto consiste la Torá»12.
La lección de Ben Sira sobre el perdón de las ofensas es diáfana. Rencor e ira suelen de-
sembocar en venganza, un acto violento que el Señor no duda en castigar duramente. El
I2 Shabbat 31a.
polo opuesto de estos sentimientos detestables lo constituye el perdón. Así pues, no lo
dudes, perdona al prójimo y el Señor te perdonará.
SEGUNDA ETAPA: NUEVO TESTAMENTO
El Padrenuestro
Los escritos del Nuevo Testamento presentan el perdón como un don gratuito de Dios.
Sin embargo, para obtenerlo se requiere una condición indispensable: perdonar a aquellos
que nos han ofendido. Este mensaje es tan importante para Jesús que lo ha incorporado en
el Padrenuestro, la oración por excelencia de los cristianos, más conocida incluso que el
«credo», es decir, que la misma profesión de fe. El Padrenuestro es la tarjeta de identidad
del cristiano, es un signo de reconocimiento ante el mundo y ante uno mismo. Ahora
bien, no hay que olvidar los lazos que unen el Padrenuestro con la tradición hebrea, sobre
todo con la oración del Qaddish (el Santo), la oración con clusiva de la liturgia hebrea, y
con la Amidá o Shemoné Eshré (las dieciocho bendiciones), el eje central del judaísmo
que se recita diariamente en tres ocasiones. Todas estas oraciones nacen de una misma
fuente y tienen por hogar un mismo universo de fe.
Situado el centro del Sermón de la Montaña (Mt 5-7), el Padrenuestro recoge en forma de
oración el contenido esencial del Evangelio. Según Tertuliano, en la oración que Jesús
nos enseñó «está contenido, como en un resumen, todo el Evangelio» (totius evangelii
brevíarium)" Escuchemos el precepto del Maestro:
Vosotros, pues, orad así:
«Padre nuestro que estás en los cielos: santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase
tu voluntad
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdona nuestras ofensas (deudas),
así como también nosotros perdonamos a los que
13 TERTULIANO. Sobre la oración, 1,6.
nos ofenden (a nuestros deudores);
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal» (Mt 6,9-13)".
Antes de ocuparnos de la petición sobre el perdón de las ofensas, quisiera hacer una breve
introducción a la entera oración para preparar el terreno. Lo primero que descubre un
lector o lectora atento es que en el Padrenuestro faltan algunas expresiones que se suelen
encontrar en la mayoría de oraciones, como por ejemplo: «Te alabo, te suplico, te doy
gracias...». El estilo del Padrenuestro no es nada retórico ni farragoso. Al contrario, es
más bien conciso, sobrio, se centra en lo esencial. Así lo vemos ya en la primera palabra:
«Padre». También sorprende que la oración termine mencionando el mal, sin ninguna
doxología final. Parece que le falta algo. De hecho, la liturgia le ha añadido una glosa
final inspirada en 1Co 29,11-12, que ya se encuentra en la Didajé" hacia la mitad
'4 En Mateo las deudas significan las ofensas, o sea el pecado. 15 La Didajé o Enseñanza
de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce
apóstoles es una obra
del siglo II d.C.: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos. Amén».
Del punto de vista formal, el Padrenuestro se puede dividir en dos partes: en las primeras
tres peticiones se repite el adjetivo «tu» (tu nombre, tu reino, tu voluntad) y en cada frase
el verbo ocupa la posición inicial seguido del sustantivo correspondiente (santificado
sea..., venga..., hágase...). Nótese además que estas peticiones se suceden una a otra sin
ninguna conjunción que establezca algún nexo entre ellas. En las otras cuatro peticiones,
en cambio, se repite el adjetivo «nuestro» (Padre nuestro, nuestro pan, nuestras ofensas) y
están unidas por la conjunción «y» y la adversativa «mas». Si en la primera parte los
verbos están en voz pasiva (así el texto original griego), en la segunda parte, todos están
en forma activa.
de la literatura cristiana primitiva compuesta por uno o varios autores a partir de
materiales literarios judíos y cristianos preexistentes. Contiene las primeras instrucciones
conocidas para la celebración del Bautismo y la Eucaristía, así como una de las tres
redacciones que han subsistido del Padrenuestro.
Si uno se fija detenidamente en dicha estructura, fácilmente advierte que la petición sobre
el «pan» destaca por su posición central y su carácter peculiar. De hecho, se acerca a las
tres primeras peticiones porque pide algo en positivo «danos hoy», pero, por otra, se
acerca a las otras peticiones porque tiene por objeto algo que atañe al ser humano y no
directamente a Dios. Además, la cuarta petición está colocada entre las dos que destacan
por una formulación más desarrollada: la tercera termina con la frase «así en la tierra
como en el cielo» y la quinta con «así como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden».
A partir de estas observaciones podemos deducir algo importante para la comprensión del
Padrenuestro. Nos referimos a lo siguiente: las dos partes de la oración están unidas por
un elemento central, a saber la relación entre Dios y el ser humano. Se habla a Dios,
partiendo del ser humano, y se habla del ser humano mirando a Dios. Es más, la oración
empieza diciendo «Padre nuestro» y las últimas peticiones, aunque no repiten la palabra
Padre, insisten en el adjetivo «nuestro»'. Así pues, desde el comienzo, el Padrenuestro no
se presenta como una oración individual sino comunitaria, con una marcada dimensión
eclesiológica. De por sí, la oración cristiana no se reduce al ámbito individual sino que se
abre a la comunidad. El cristiano reza en comunión con Cristo y con los demás, por eso
reza en plural. Escuchemos la reflexión de Cipriano al respecto:
Ante todo, el doctor de la paz y el maestro de la unidad no quiso que rezáramos solos o
individualmente, pues cuando alguno reza, no lo hace para sí solo. Porque no decimos:
Padre mío que estás en el cielo [..]. La oración es pública y comunitaria para nosotros;
cuando rezamos no lo hacemos por uno, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo
somos uno 7 .
En el Padrenuestro el orante no pide exclusivamente por su pan cotidiano, su perdón y su
16 En total, se repite cuatro veces «nuestro/as» y tres veces «tu».
17 CIPRIANO. Sobre la oración del Señor, 8.
liberación del mal. Su oración nace de la conciencia de saber que no está solo y por eso
sus ruegos incluyen los ruegos de todos, expresando y generando al mismo tiempo
concordia y unidad.
Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden
El Antiguo Testamento, sobre todo en sus oraciones, enseña a pedir a Dios que perdone
(redima, purifique, lave, borre) los pecados (delitos, culpas e iniquidades) de la persona
consciente de sus faltas (cf. Sal 51; 103; 130). También en la sexta de las Dieciocho
Bendiciones se pide perdón a Dios por todos los pecados y se le alaba como un Dios de
perdón:
Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado; absuélvenos, oh nuestro rey, porque
eres un Dios bueno que perdona. Bendito seas, Señor, tú que eres misericordioso
y perdonas con generosidad.
En el Nuevo Testamento, la remisión de los pecados es un tema central que aparece en
muchos textos, entre ellos la oración del Padrenuestro. En la quinta petición el orante
invoca el perdón de Dios («perdona nuestras ofensas»), motivándolo con una afirmación
audaz e impactante que le deja a uno asombrado: «así como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden». La frase da a entender que nuestro comportamiento es tan impecable
que se puede equiparar al de Dios. Ahora bien, ¿cómo es posible presentarse ante Dios de
esta manera? ¿cómo es posible alardear de justicia y misericordia ante el Justo y
Misericordioso por excelencia? Una tal actitud suena a atrevimiento, pues todos sabemos
que no hay nadie que esté libre de pecado.
La respuesta a estos interrogantes hay que buscarla en las páginas del Nuevo Testamento,
donde el perdón de Dios no es la respuesta al perdón del ser humano sino la condición
que lo hace posible. En palabras de Carmine di Sante, autor de un hermoso libro sobre el
Padrenuestro: «El perdón del ser humano, del
punto de vista teológico, no solo no es la causa del perdón de Dios sino el signo de su
irrupción y de su presencia»". Así pues, la persona que ha encontrado al Dios que
perdona, es llamada a su vez a perdonar las ofensas del prójimo tal como Dios ha hecho
con las suyas. Dicho de otro modo, el perdón de Dios para con nosotros hace posible que
nos perdonemos unos a otros. Después de lo dicho, podemos dar una explicación
convincente al atrevimiento del que hablábamos antes. Cuando la persona que reza el
Padrenuestro invoca el perdón de Dios, está testimoniando que precisamente gracias a ese
perdón divino también ella es capaz de perdonar a los demás.
En su Carta a los filipenses, Policarpo de Esmirna (69-165 d.C.) comenta la quinta pe-
tición del Padrenuestro con mucha sencillez, apelando al día del juicio final:
18 C. DI SANTE. Il Padre Nostro. L'esperienza di Dio nella tradizione ebraico-cristiana,
(Orizzonti biblici). Asís: Citadella, 1995, 201 (traducción nuestra).
Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos
ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de
Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo'.
Si nos adentramos en el ámbito patrístico no podemos dejar de citar a Tertuliano, Ci-
priano y Agustín. Para ellos, el Padrenuestro adquirió un valor incalculable. Se convirtió
en el texto base con el que las comunidades cristianas antiguas del África romana
aprendieron a orar. Por este motivo, quisiera terminar este apartado ofreciéndoles algunos
fragmentos de los comentarios que estos Padres de la Iglesia hicieron a la petición sobre
el perdón de las ofensas. Empezamos con Tertuliano (160-220 d.C.). En su tratado sobre
la oración escribe:
Vista la generosidad de Dios, era natural que suplicáramos también su clemencia. ¿Para
qué sirve el alimento corporal, si en su presencia somos como víctimas cebadas
destinadas al sacrificio? El Señor sabía muy bien que él era el úni-
'9 POLICARPO. Carta a los Filipenses, 6,2.
co sin pecado. Por esto, nos exhorta a rezar así: «Perdona nuestras deudas». La confesión
es una petición de perdón, porque quien pide perdón confiesa su delito. Así, la penitencia
es agradable a Dios: Él la prefiere a la muerte del pecador.
Cipriano (200-258 d.C.), discípulo de Tertuliano y obispo de Cartago, escribió un tratado
sobre la oración del Señor del que entresacamos algunos fragmentos:
Después de esto [de pedir el pan cotidiano], pedimos también por nuestros pecados,
diciendo: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores». Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados.
Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos
pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con
ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros
pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su
inocencia ni sucumbir al orgullo.
Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: «Si decimos que no hemos
pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confe-
samos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonard los pecados». Dos cosas
nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta
oración nos alcanza el perdón. Por esto, dice que el Señor es fiel, porque él nos ha
prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a
pedir que sean perdonadas nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia
paternal y, en consecuencia, su perdón20 .
Agustín de Hipona (354-430 d.C.) escribió cuatro Sermones (56-59) sobre el Padrenues-
tro dedicados a los catecúmenos «competentes» (los que pasaban a ser bautizados) que
forman parte del rito bautismal.
Suplicamos que se nos perdonen nuestras deudas. Tenemos deudas, no de dinero, sino de
pecados. Aunque estamos bautizados, tenemos deudas. No porque quedase algo sin
perdonar en el bautismo, sino porque, en el curso de la vida, hemos contraído otras que se
nos han de perdonar cada día21.
2° CIPRIANO. Sobre la oración del Señor, 22-23.
21 AGUSTÍN. Sermón 56 sobre la oración del Señor, 7 .
¿Acaso es necesaria esta petición, a no ser en esta vida? En la otra no tendremos deudas.
¿Qué son las deudas, sino los pecados? Ved que vais a ser bautizados: todos vuestros
pecados os serán perdonados; en aquel momento no quedará ni uno solo. Si alguna vez
planeasteis o realizasteis algo malo de obra, de palabra, deseo o pensamiento, todo se os
borrara22.
Hay dos clases de perdón de los pecados: uno que se nos concede una sola vez; otro que
se nos otorga cada día. El primero es el que se nos otorga, una única vez, en el santo
bautismo; el segundo, el que se nos concede, mientras vivimos aquí, gracias a la oración
del Señor. Por eso decimos: «Perdónanos nuestras deudas»23.
Por tanto, dado que esta oración la vais a recitar a diario, os exhorto a vosotros que sois
hijos míos por la gracia de Dios y, bajo tal Padre, mis hermanos, os exhorto —repito-- a
que cuando alguien os ofenda y peque contra vosotros, si se os acerca, reconoce su
pecado y os suplica perdón, le perdonéis al instante de corazón, no sea que cerréis el
22 AGUSTÍN. Sermón 57 sobre la oración del Señor, 8.
23 AGUSTÍN. Sermón 58 sobre la oración del Señor, 5.
paso al perdón que os llega de Dios. Si vosotros no
perdonáis, tampoco él os perdonará a vosotros24.
La parábola del siervo despiadado
Nuestro viaje bíblico termina en una página del evangelio de Mateo conocida como la
parábola del «siervo deudor o despiadado», del «perdón ilimitado» o de la «infinita
misericordia», que muy bien puede considerarse como un comentario a la quinta petición
del Padrenuestro25.
Mateo termina su cuarto discurso, el «discurso eclesial» (Mt 18), con el mandamiento del
perdón fraterno a la vez que hace una severa advertencia contra el instinto de venganza.
Pedro, el representante de todos los discípulos, se pregunta por los límites del perdón. A
él le parece que perdonar hasta siete veces al que te ha ofendido es suficiente, es más, lo
considera
24 AGUSTÍN. Sermón 59 sobre la oración del Señor, 7.
25 Para un breve comentario de la parábola, cf. N. CALDUCHBENAGES. La Palabra
Celebrada. Explicación bíblica de las lecturas de todos los domingos y fiestas, (Dossier
CPL 132). Barcelona: Centro de Pastoral Litúrgica, 2014, p. 144.
un acto heroico. De todos modos, para asegurarse, se lo pregunta a Jesús:
"Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» 22Dícele Jesús: «No te digo
hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
La pregunta de Pedro menciona la expresión «siete veces» que equivale a decir «muchas»
y la respuesta de Jesús acentúa ese modismo popular con un subrayado, «setenta y siete
veces», es decir, «muchísimas» o lo que es lo mismo, «siempre». Si bien es verdad que
Pedro se presenta dispuesto a una generosidad excepcional, en la óptica del Evangelio su
medida no da la talla: el perdón ha de ser sin límites. Jesús le enseña que no existe un
momento en que el cristiano pueda decir: «Ya he perdonado suficiente, a partir de ahora
ya no tengo que perdonar más». No hay límites para el perdón. Hay que perdonar siempre
y en toda ocasión.
Consciente de que sus palabras son difíciles de entender, Jesús ilustra su doctrina con una
parábola que, aunque va dirigida a todos los que le escuchan, a quienes más directamente
se refiere es a los dirigentes o responsables, personificados en Pedro. Por medio de
metáforas bien conocidas por el auditorio, Jesús compara lo que sucede en el Reino de los
cielos con lo que sucede en el orden humano. En este caso, se trata de un rey (entiéndase
Dios) que quiere hacer un ajuste de cuentas (entiéndase el juicio divino). La acción se
desarrolla en tres escenas de dos protagonistas cada una: empleado y rey/ señor (Mt
18,23-27), empleado y compañero (Mt 18,28-30), rey/señor y empleado (Mt 18,31-34).
La parábola gira alrededor de dos comportamientos «contrastantes». El empleado es un
inmenso deudor, pero a su señor basta un gesto de buena voluntad para perdonarle la
deuda. El deudor perdonado, en cambio, se muestra implacable con un compañero que le
debe una cantidad insignificante. La reacción del señor ante este acreedor mezquino es
seve-
ra: le obliga a pagar toda la deuda. La lección conclusiva se encuentra en el último
versículo (Mt 18,35). Leamos el texto completo:
23Por eso el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus
siervos. 24Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
25Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus
hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. 26Entonces el siervo se echó a sus pies, y
postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré»27. Movido a
compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 28A1 salir
de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le
agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». 29Su compañero, cayendo a sus
pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». 30Pero él no quiso, sino
que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. 31Al ver sus compañeros lo
ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. 32Su
señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda
aquella deuda porque me lo suplicaste. 33¿No debías tú también compadecerte de tu
compañero, del mismo modo
que yo me compadecí de ti?" 34Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta
que pagase todo lo que le debía. 35Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no
perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.
En la primera escena (Mt 18,23-27) el rey/ señor, probablemente después de recibir
denuncias o de advertir irregularidades en la gestión de sus bienes, pide a sus siervos
(entiéndase a sus administradores o empleados) el estado de cuentas para cerciorarse de
lo ocurrido. La deuda es enorme: diez mil talentos, lo que equivale al rédito anual de un
pequeño estado. Es decir, se trata de una cantidad que supera con creces la capacidad
económica de un particular. El talento (60 minas o 6.000 denarios de plata) era consid-
erado como la máxima unidad de peso/moneda en la sociedad de la época26. En aquel
entonces en Palestina, la expresión «diez mil talentos»
26 Para la información sobre pesos y monedas en la Biblia, cf. E KOGLER-R. EGGER-
WENZEL-M. ERNST (eds.). Diccionario de la Biblia. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-
Santander, 2012, pp. 537-538.
indicaba una cantidad de dinero astronómica, ciertamente inasequible para el ciudadano
medio. Queda claro, pues, que el administrador se encuentra ante una misión imposible:
nunca podrá cancelar la deuda contraída ante el rey/ señor. No tiene salida. La única
esperanza que le queda es que éste le conceda una gracia. La justicia fue siempre muy
rigurosa con los deudores insolventes. Prueba de ello es la primera reacción del rey que,
como juez inapelable, ordena al administrador que pague la deuda con su vida y la de su
familia, además de sus posesiones. La orden del rey choca contra nuestra sensibilidad
moderna, pero hay que tener en cuenta que «la parábola no juzga la moralidad de la real
decisión; describe sencillamente la situación desesperada a que ha llegado el siervo por
su culpa»27. Al escuchar la súplica angustiada del mal administrador que implícitamente
reconoce su culpa, el rey experimenta una profunda misericordia
27I. GOMA. El evangelio según san Mateo, vol. 2 (Comentario al Nuevo Testamento
111/2 - Colectánea San Paciano 22/2). Madrid: Marova, 1976, p. 225.
que lo conmueve interiormente. Y con una generosidad humanamente inconcebible
perdona toda la deuda a su empleado.
Acto seguido —y así pasamos a la segunda escena (Mt 18,28-30)— el deudor perdonado
se encuentra con un compañero que le debe cien denarios. Es decir, una cantidad insigni-
ficante si la comparamos con lo que él debía al rey. En contraste con la magnanimidad
del rey, el administrador maltrata a su deudor con una violencia infame negándose a
perdonarlo. Haciendo caso omiso de su súplica, se ensaña con su miseria y lo mete en
prisión hasta que consiga saldar su deuda.
La tercera escena (Mt 18,31-34) narra de forma dramática lo que expresa la carta de
Santiago sin imágenes: «Juicio sin misericordia para el que no hizo misericordia» (St
2,12). La escena se traslada de nuevo al palacio real. Movidos por un sentimiento de
solidaridad, unos compañeros de la pobre víctima deciden ir a palacio a contarle al rey lo
ocurrido. Indignado
por el comportamiento del mal administrador, a quien él le había perdonado toda la
deuda, le recrimina su falta de misericordia para con su compañero, deudor como él. Con
su comportamiento inmisericorde, el mal administrador se ha hecho justicia a sí mismo:
pierde todo el beneficio que gratuitamente había recibido del rey, quien le manda a la
cárcel (dice el texto «lo entregó a los verdugos») hasta que pague toda la deuda. El
castigo será de por vida dada la desproporción entre la suma debida y la incapacidad de
adquisición del condenado. «La sentencia no consiste solo en revocar la anterior
absolución, pues añade una nueva irrevocable pena, precisamente por haberse negado a
hacer obra de misericordia»28.
La parábola termina con una lección conclusiva: «Esto mismo hará mi Padre celestial con
vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano» (Mt 18,35). En esta
enseñanza de Jesús rige el principio «medida por medida» que
"I. GOMÁ. El evangelio según san Mateo, vol. 2, 227.
también está presente en Mt 7,2: «No juzguéis para no ser juzgados; pues con el juicio
que juzgáis, seréis juzgados y con la medida con que medís, se medirá para vosotros».
Bien mirado, la lección de Jesús parece una ampliación de la quinta bienaventuranza:
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia» (Mt
5,7) o, como hemos apuntado al inicio, de la petición de los pecadores en el Padrenuestro:
«Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden» (Mt 6,12). En estos textos que acabamos de citar, el mensaje central es ob-
viamente el perdón para con el hermano, y en esto coinciden con la conclusión de la
parábola. Ahora bien, en Mt 18,35 Jesús no solamente exhorta a perdonar al hermano
sino a hacerlo de corazón, lo que añade al perdón un matiz sabrosamente evangélico. El
perdón se fragua en el corazón, es decir, en la intimidad profunda, en la sede de la
inteligencia, los sentimientos y la voluntad. En la mentalidad bíblica el corazón es el
origen de todos los afectos y las actividades
del alma, allí donde la persona decide abrirse o cerrarse a la Palabra de Dios29.
En la óptica del Evangelio, la razón por la que hay que perdonar al hermano es la siguien-
te: todos somos deudores insolventes, todos delante de Dios nos sentimos pecadores y ne-
cesitados de perdón. Dios, infinito en perdonar, nos concederá su perdón en la medida
que nosotros perdonemos a nuestros hermanos. Por último, no olvidemos que quien
contrae deudas (entiéndase, quien acepta el pecado formal), defrauda los talentos que
Dios ha puesto en su mano para que los administre.
29 N. CALDUCH-BENAGES. Dame, Señor, tu mirada. Reflexiones bíblicas sobre la
vida cristiana, (Sauce 150). Madrid: PPC, 2011, pp. 24-26.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Después del viaje que hemos realizado es probable que algunos se sientan algo cansados,
pues el recorrido ha sido largo y accidentado en algunos casos. Sin embargo, me atrevería
a imaginar que a pesar de las inevitables dificultades y tropiezos, muchos habrán
experimentado la alegría de haber redescubierto unos textos que creían conocer bien
porque les eran familiares, los habían leído en algunas ocasiones o incluso se los sabían
de memoria porque los habían aprendido de pequeños, como en el caso del Padrenuestro.
El autor del libro del Génesis nos ha contado una historia de fraternidad emocionante,
el sabio Ben Sira nos ha instruido sobre el sentimiento del rencor y el evangelista Mateo
ha ilustrado la doctrina cristiana del perdón con el Padrenuestro y la parábola del siervo
despiadado. Si bien es verdad que todas estas páginas bíblicas nos han ayudado a
profundizar en la quinta obra de misericordia, no podemos concluir sin mencionar la
ejemplaridad de Jesús en cuanto al perdón de las ofensas. Jesús selló con su vida la
enseñanza sobre el perdón en el madero de la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben
lo que hacen» (Lc 23,34). Muchos siguieron su ejemplo, como Esteban, el primer mártir
cristiano, que muere perdonando tal como lo hiciera su maestro: «Señor, no les tomes en
cuenta este pecado» (Hch 7,60).
A la luz de estos ejemplos, queda claro que perdonar una ofensa en sentido bíblico no
significa condonarla como se condona o dispensa una deuda, ni olvidarla como se olvida
un mal trago; tampoco equivale a dejarla de lado o aparcarla como se hace con una
persona o cuestión incómoda para protegernos de ella. Es mucho más que eso y se sitúa a
un nivel mucho más profundo. El perdón bíblico consiste en ser capaz de mirar al otro sin
juzgarlo negativamente, sino acogiéndolo y respetándolo tal como es. En otras palabras,
perdonar es eliminar la categoría «enemigo» de nuestras relaciones. Si eso es el perdón
bíblico, el primer beneficiado no es el perdonado sino el que perdona. Cada vez que
perdonamos una ofensa restablecemos con el hermano y con el mundo una alianza que se
había roto y, como consecuencia, nuestro corazón se pacifica.
ÍNDICE
EL PERDÓN DE LAS OFENSAS 5
El perdón de las ofensas en nuestro
refranero 6
El perdón de las ofensas en la Biblia 8
Primera etapa: Antiguo Testamento 9
Reconciliación entre hermanos 9
Mejor perdonar que guardar rencor .... 21
Segunda etapa: Nuevo Testamento 34
El Padrenuestro 34
Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden 40
La parábola del siervo despiadado 47
A MODO DE CONCLUSIÓN 57

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