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Acababa de acostar a su hermano.

Laura se encontraba en la puerta de la habitación


observando la estancia decorada por sus anteriores inquilinas que a juzgar por los dibujos
pegados a las paredes debían de tener entre tres y seis años. Aquella casa no estaba mal,
tenía dos dormitorios, así no tendría que compartir cuarto con Óscar y además era lo
bastante resistente para protegerlos de ​ellos​. Laura sabía qué hacer cuando alguno se
cruzaba alguno en su camino y aunque a ella misma le repugnaba reconocerlo, la verdad
esque iba perfeccionando su técnica.

Hacía mucho tiempo que no se encontraban con un gran número de ​ellos​, parecía
que ya quedaban menos desde el incidente.El incidente, así es como lo llamaron, en
los labios de Laura se asomó una sonrisa irónica, pero se esfumó al volver a
recordarlo todo y su mente escapó de aquel recuerdo, en parte por la terrible
naturaleza de este y en la otra porque Óscar había empezado a gemir
desesperadamente.

Le inyectó el último tranquilizante que le quedaba y volvió al salón. Aquella habitación,


compuesta por una pequeña mesa de comedor en el centro y dos sofás flanqueándola, era
sin duda la más acogedora de toda la casa, libre de toda la tristeza que parecía haber
quedado atrapada en las paredes de los dormitorios. Se acercó al tocadiscos que se hallaba
encima de un mueble, al lado de la vieja tele , y puso uno de los vinilos de Chopin. A Laura
le gustaba la música clásica, sobretodo porque en momentos así era perfecta para alejarse
de todo mal, su madre era una enamorada de Bach, en su casa estaba siempre sonando, la
verdad era que se había convertido en la música de fondo de sus vidas. Al recordar a su
madre casi se le escapa una lágrima, pero sabía perfectamente que llorar era un lujo que
no podía permitirse, así que cogió una de las silla que se encontraban sueltas por el salón y
se sentó a curarse la herida.

Mientras se cosía el corte que tenía en el antebrazo, Laura sentía las punzadas de
dolor y de recuerdos sobre su piel. Dando un paseo por la galería de su memória,
descubrió que de tanto jugar al escondite con su pasado había empezado a olvidar
ciertas cosas, lo cual al fin y al cabo, no era algo malo.

De lo que sí se acordaba era de cómo empezó, de lo absurdo que a priori parecía todo, la
fuente de contagio, la poca atención por parte de las organizaciones internacionales, a decir
verdad quién iba a pensar, aunque suene diabolicamente ridículo, que unos ciervos iban a
resultar la causa de la caída del ser humano.Como dijo Heráclito “Si no esperas lo
inesperado, no lo reconocerás cuando llegue”. Esa era la cita favorita de su padre que
enseñaba filosofía antes de todo aquello.
En ese momento se le pasó todo por la cabeza, la primera muerte humana, la piel podrida
colgante de las mejillas de su tío, el posterior contagio de sus padres y el último beso que le
dió su madre con duda, miedo y ese dolor en los ojos de quién no va a volver a ver a sus
hijos.

Ese fué solo el comienzo, todavía quedaban los innumerables kilómetros que ella y
Óscar tenían que recorrer, el asesinato, si es que se le podía llamar así, de aquellas
almas errantes que se cruzaban en su camino,cuya única motivación era alimentarse
de los suyos.

Algo liberó a Laura de su recorrido por el pasado. Oscar había empezadoa jadear como un
loco, y empezaba a golpear la jaula con fuerza, su hermana corrió a su encuentro y
encendió la luz de la habitación.Lo que vió siempre la dejaba sin respiración, en el suelo,
Óscar, su hermano,se encontraba encerrado en aquella jaula, con piel despegándosele de
la cara, esa cara podrida que causaba daño tan solo con mirarla hacía que no pudiera
reconocer el rostro de su hermano en aquel ser. Lo de la jaula tenía una doble función, por
un lado protegerla a ella y por otro lado evitar que él la dejase sola, sola en aquel mundo
vacío, un mundo que ya no les pertenecía,en el reino de los muertos al que hace dos
semanas su hermano había pasado a formar parte, para Laura estar sola era peor que estar
muerta, aunque esa palabra hubiese perdido totalmente el sentido.

Algo había despertado aquella noche en Laura, un deseo que había quedado
sepultado en los vértices de su mente desde hacía mucho tiempo.Fué hacia el salón
y abrió uno de los cajones del mueble sobre el que se encontraba la televisión. Allí
estaba, inalterable, como su hubiera estado dentro de aquel cajón desde el principio
de los tiempos. La tocó, su tacto era frío, como un aviso, la sopesó en las manos, la
recordaba más ligera que la última vez que intentó darle uso.Sin saber muy bien
porque, se llevó la Derringer a los labios, el beso de la muerte pensó, y otra vez esa
sonrisa irónica volvió fijarse en su boca.

Se dirigió a la habitación de Óscar decidida a acabar con algo que debería de haber hecho
hace mucho tiempo. Se detuvo delante de él, de aquella cosa que tiempo atrás fué su
hermano, ya no sentía miedo ni tristeza, ahora la ira se había apoderado de ella, y sin
vacilar un solo instante con la seguridad de las cosas que deben hacerse liberó el alma de
su hermano con una bala. El estruendo había sido mayor de lo que había imaginado,
seguramente atraería a muchos como el que yacía sin “vida” en el suelo, aunque pronto eso
dejaría de preocuparla.

Laura no sintió aquella bala, sabía que ese no era su hermano, que había dejado de
serlo hacía mucho y que ahora por fin él era libre. Escuchó sus quejidos, eran un
grupo numeroso, no muy lejos. Se dispuso a poner en marcha la segunda parte de
su plan de huida,se sentó y abrió la recámara de la Derringer, solo quedaba una
bala, y esta hacía tiempo que ya tenía nombre. Se colocó recta en la silla armándose
de valor, la muerte volvió a besarla, esta vez en la sien, y sin más titubeos,
queriendo que cayera pronto el telón para así poder irse, apretó el gatillo, y este
produjo un estruendo que sonaba a despedida, aunque Laura no pudo oírlo, ella ya
estaba lejos.

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