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El visitante nocturno Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de

la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas


Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba
mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían
la restauración, así que su predilección por las casas
dejado… menos el espejo de la habitación de la niña.
antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más
Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y
bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y,
la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.
como siempre, su madre le había dejado una pequeña
bombilla encendida para espantar todos sus miedos. La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás
Cada vez que se cambiaban de casa le costaba aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un
conciliar el sueño. nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la
profesora de castellano les repartió unos periódicos
La primera noche apenas durmió. El crujir de las
antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito
ventanas y del parqué la despertaba continuamente.
cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una
Pasaron tres días más hasta que empezó a
vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en
acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una
extrañas circunstancias”.
semana después, en una noche fría, un fuerte
estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se
había abierto de par en par por el fuerte vendaval.
Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió.
El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo
de la habitación.
Se levantó corriendo y, con la palma de la mano
extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca
de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los
dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se
estremeció al momento: era un mechón de pelo.
Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a
un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a
correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su
madre. “¿Tú también lo has visto?”, le preguntó.
Primera visita al cementerio inscripción de las dos tumbas, y en ambas había
Era la primera vez que Omar iba al enterrado un niño, lo cual le dificultaba un
cementerio a visitar la tumba de su hermano poco para devolver el juguete a su dueño. Así
mayor, el cual murió siendo aún muy pequeño. que lo dejó a la suerte, y lanzando una moneda,
Sus padres le habían contado de él, pero nunca decidió dejarlo en la tumba a su izquierda.
antes los había acompañado. Pero, decidieron Se dispuso a salir corriendo para alcanzar a su
que Omar ya era mayor y podría unirse a la familia, pero su pie se atoró con algo, y
tradición familiar. mientras estaba agachado tratando de zafarlo,
El chico observaba con atención todo lo que le tocaron el hombro derecho y una suave voz
había a su alrededor, grandes estatuas de le susurro al oído: -Ese juguete era mío…-
piedra con forma de ángeles, cruces de todos , aunque el chico volteó lo más rápido que
tamaños y con todo tipo de garabatos, y por pudo, sus ojos solo percibieron una ligera
supuesto muchas tumbas. Sus familiares que forma traslucida que se deslizaba debajo de la
ya conocían bien el camino, se movían lápida a su derecha.
ágilmente entre las lapidas, y a él lo dejaron un
poco rezagado. Mientras se apresuraba para
no quedarse muy atrás, pasó entre dos tumbas
pisando un caballito de madera.
Ya que sus padres acostumbraban llevar
juguetes a su hijo difunto en sus cumpleaños,
probablemente mucha más gente lo hacía, así
que lo recogió para ponerlo en su lugar. Miro la
El roble del jardín desconfianza al roble, que vio a las ramas cambiar de
posición más de una vez.
Cuando Alejandro vino al mundo, el roble ya estaba
en el jardín, a nadie le extrañó que el chico le temiera, Así que tomó un hacha, y fue a darle fuerte al tronco,
pues era más grande que él y sus ramas parecían por su herida brotó sangre, las ramas se extendieron
brazos estirándose para alcanzar algo. Pensaron que asustadas y la mujer golpeó con más fuerza, pero
al crecer olvidaría el miedo, pero no fue así, el niño poco podía hacer para derribar al gran roble. Cayó de
se negaba a salir al jardín, decía que el árbol quería rodillas al suelo, llena de decepción, pero entonces
atraparlo, intentando entrar por la ventana, hasta la vio frente a ella otra oportunidad, removió la tierra
cubrió completamente con un mueble, y a veces los con mucho ímpetu, para descubrir las raíces del árbol
encontraban dormido en la tina del baño. y salarlas, pero jamás imagino encontrarse con tal
escena, el cuerpo de su hijo yacía ahí, entre las raíces,
Nadie pudo creerle su historia, así que él
ya casi seco, pues estas alimentaban el roble con la
simplemente se dedicó a fingir que todo estaba bien.
sangre del chico.
Como el chico no se quejaba más, todos dieron por
olvidado el asunto, hasta que el pequeño Esto había sucedido por muchos años, porque aparte
desapareció. La ventana estaba rota, había algunas se encontraron 14 cuerpos más, justo igual al número
hojas del roble en el suelo, y señales de arrastre por de ramas que el árbol tenía.
el patio, las cuales llegaban también hasta el árbol.
Aun así, nadie quiso mencionar la relación evidente.
Declararon al chico como perdido iniciando el
protocolo policiaco para su búsqueda, pero esta no
obtuvo ningún resultado positivo. Con el paso de los
días, solo la madre reconoció que su hijo no estaba
mintiendo, las pruebas hablaban por si solas; incluso
había pasado tanto tiempo mirando con
Para siempre mi amor Después de eso solo venia una amorosa firma, pero
German ya no podía ni siquiera sujetar la hoja entre
A dos días de la muerte de Olivia, German apenas
sus manos, lo único que quería era tirarse en su cama
había reunido el valor para leer su carta. Era algo
y dormir hasta que el dolor pasara. Sin embargo, no
extraño que ella la hubiese escrito, tal y como si
podía conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas, y
presintiera que la muerte estaba cerca,
aunque sus ojos se cerraban, su mente no se apaga,
probablemente eso aterraba un poco al muchacho;
pensaba en ella, la extrañaba, en cierto momento
temía lo que aquellas palabras le revelaran, pero, aun
alcanzó a percibir su perfume, mezclado con el olor a
así, pudo por fin pudo abrirla para leerla.
podredumbre.
Las primeras líneas le devolvieron la tranquilidad, ella
Callando su llanto escuchó en la habitación una tenue
solo evidenciaba el gran amor que le tenía. Trataba
respiración, y allá en el rincón más oscuro, algo se
de recordarle el día que se conocieron, todo lo que
movía, apuntó la lámpara hacia el rincón, y ¡ahí
hicieron juntos, incluso las peleas. Mencionaba lo
estaba Olivia!, se había escapado de su tumba y las
mucho que le gustaba observarlo mientras dormía,
garras de la muerte, solo con la intensión de cumplir
abrazarlo cuando tenía pesadillas, despertar a su
la promesa a su amado y estar con el eternamente.
lado las mañanas después de acurrucarse en él toda
la noche.
Un par de lágrimas rodaron por la mejilla de German,
sin duda extrañaría su cercanía, le sería muy difícil
sobreponerse a su ausencia… pero nuevamente le
tranquilizó leer en último párrafo, en el cual se
lanzaba una promesa.
Ella juraba que no lo abandonaría jamás, que no le
permitiría sentirse solo, que seguiría abrazándolo a
pesar de todo…
llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la
falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis
preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no
perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos.
Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un
monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura,
De Edgar Allan Poe completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su
inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos
que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera
sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y
alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes
sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado
y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales
han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron
Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui
fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos
mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y
que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está,
naturales. sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba,
sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que
La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad
convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad,
especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-
variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía , y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo
más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió
en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de
han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi
me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió
que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca
y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de
golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la
ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla
chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del
pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me Dios más misericordioso y más terrible.
abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una
sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos
con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó
débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve
hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo que resignarme a la desesperanza.
sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde
faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía
sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es
de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi
antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía
de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese
sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi
caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La
filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro
estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los
impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto
primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena
del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente
momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían
razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco
permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes
tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción
serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa
caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas
misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las
mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi curiosidad.
había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un
le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía
ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del
remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba pescuezo del animal.
que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado
motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me
sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego
en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el
a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había gran favorito de mi mujer.
invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar
al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal.
de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que
comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba
aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció
cadáver, produjo la imagen que acababa de ver. hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal;
un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o
conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy
profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en
librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la
un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. peste.
Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles
antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la
apariencia que pudiera ocupar su lugar. mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que
Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos
que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo
enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me
sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi
lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer
grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi
detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si
gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme
casi todo el pecho. caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder
trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer
fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un
Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba espantoso temor al animal.
buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me
contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo,
sabía nada de él. me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado
de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me
animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que
deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la
atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y
que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en
había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de
manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda
rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible
rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que
nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por
monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos.
imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé
lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en
muerte! un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un
mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el
¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban
desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable a sus víctimas.
angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni
de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material
aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario,
a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en
cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual
era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón. había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano.
Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte,
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que
me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La
melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con
aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo
mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de
víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme
me abandonaba. argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del
anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la
la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor
siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije:
cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían
detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta
instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel
mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado
sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de
mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con
mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de
alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa,
pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso ¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas
del crimen sobre mi alma. había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde
dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo,
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta
más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como
de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad
suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta
poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la
mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, condenación.
naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía
asegurada. Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo,
fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una
inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El
Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció
inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja
No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible
bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora
corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los
brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los FIN
policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse.
La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía
en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo
y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro
mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco
más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien
construida… (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con
naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una
casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes,
caballeros?… tienen una gran solidez.
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y
tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas
niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a
veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de
noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la
alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por
su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses –se habían casado en abril– vivieron
una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseada menos
severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e
incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido
la contenía siempre. La casa en que vivían influía un poco
en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso –
frisos, columnas y estatuas de mármol– producía una
otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo
glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas
paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al
cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la
casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su
resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus
antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin
querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. No es
raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que
se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía
nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el
brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado.
De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la noche quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la
mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de
espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo
de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún aparecer Alicia dio un alarido de horror. —¡Soy yo, Alicia,
quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió
pronunciar una palabra. Fue ese el último día en que Alicia a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la
médico de Jordán la examinó con suma atención, mano de su marido, acariciándola por media hora,
ordenándole cama y descanso absolutos. —No sé —le dijo a temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un
Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que
Tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos, tenía fijos en ella sus ojos. Los médicos volvieron
nada... Si mañana despierta como hoy, llámeme enseguida. inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber
una anemia de marcha agudísima, completamente absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en
inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba estupor, mientras ellos pulsaban, pasándose de uno a otro
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y
con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse las siguieron al comedor.
horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—.
Jordán vivía en la sala, también con toda la luz encendida.
Es un caso serio... Poco hay que hacer. —¡Solo eso me
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable
faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre
obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos
la mesa. Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia,
entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo
agravado de tarde, pero que remitía siempre en las
largo de la cama, deteniéndose un instante en cada
primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad,
extremo a mirar a su mujer. Pronto Alicia comenzó a tener
pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía
alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que
que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos
oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la
de estar desplomada en la cama con un millón de kilos
alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una
encima. Desde el tercer día este hundimiento no la grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las
abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las
que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un
almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan
forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a
trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el noche, desde que Alicia había caído en cama, había
conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media aplicado sigilosamente su boca –su trompa, mejor dicho– a
voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era
dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin
oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el duda había impedido al principio su desarrollo; pero desde
sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán. Alicia murió, que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa.
por fin. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. —
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual,
¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón
llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones
hay manchas que parecen de sangre.
enormes. La sangre humana parece serles particularmente
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de
Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que pluma.
había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un
rato de inmóvil observación. —Levántelo a la luz —le dijo
Jordán. La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer,
y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber
por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. —
¿Qué hay? —murmuró con voz ronca. —Pesa mucho —
articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó;
pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la
mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un
tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un
1-MARQUEN CON UN CRUZ LA OPCION CORRECTA
El castillo en el cual mi criado había decidido entrar a la
fuerza, para evitar que yo, que me encontraba
desesperadamente herido, pasara la noche al aire libre, era
uno de esos grandes edificios, mezcla de tenebrosidad,
melancolía y grandeza que desde hace tanto tiempo
fruncen el ceño entre los Apeninos, no menos en la realidad
como en la fantasía de Mistress Radcliffe . A juzgar por su
apariencia, había sido recientemente abandonado en forma
temporal. Nos instalamos en una de las habitaciones más
pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba
ubicada en una torre remota del castillo. El decorado era
opulento, aunque andrajoso y antiguo. Sus paredes estaban
recubiertas de tapices y adornadas con diversos y variados
trofeos heráldicos , junto con una inusual cantidad de
pinturas modernas encuadradas en marcos dorados con
lujosos arabescos de oro. Sentí un profundo interés por
aquellas pinturas –que colgaban no solo de la superficie
principal de las paredes, sino también de los numerosos
recovecos que la bizarra arquitectura del castillo requería–
a causa, quizás, de mi incipiente delirio. Le pedí entonces a
Pedro que cerrara los pesados postigos de la habitación –ya
era de noche–, que encendiera los altos candelabros
ubicados junto a la cabecera de mi cama y que abriera de
par en par las cortinas de terciopelo negro que envolvían el
lecho. Deseaba que Pedro hiciera todo eso para resignarme,
si no podía dormir, a contemplar las pinturas y a leer
atentamente un pequeño volumen que habíamos hallado
sobre la almohada y que contenía la crítica y la descripción
de cada obra. Durante un largo, muy largo rato, leí, y
devotamente, con sincera devoción, observé los cuadros.
Las horas transcurrieron rápida y gloriosamente, y llegó la
profunda medianoche. No me agradaba la posición del ser más admirable que la pintura en sí. Pero no habían sido
candelabro y estirando mi mano, con gran dificultad, para ni la ejecución del trabajo ni la inmortal belleza lo que tan
evitar molestar a mi criado que dormía, lo ubiqué de tal repentinamente me había conmovido. Mucho menos que
forma que su luz diera de lleno sobre el libro. Pero esta mi fantasía, sacudida de su duermevela, hubiera
acción produjo un efecto completamente imprevisto. Los confundido aquella cabeza con la de una persona viva. Noté
rayos de las numerosas velas –eran muchas–, cayeron sobre enseguida que las peculiaridades del diseño, el estilo
un nicho de la habitación que hasta entonces había vignette y el marco, habrían disipado instantáneamente
permanecido oculto en las sombras que proyectaba una de semejante idea, incluso hubieran evitado una distracción
las columnas de la cama. Entonces vi un cuadro, vivamente momentánea. Meditando seriamente sobre estas
iluminado, que hasta aquel momento me había pasado cuestiones, permanecí, quizás durante una hora, entre
inadvertido. Era el retrato de una joven que apenas sentado y acostado, con la vista fija sobre el retrato.
comenzaba a ser mujer. Miré la pintura rápidamente, y Finalmente, satisfecho con el verdadero secreto del efecto
luego cerré mis ojos. Por qué hice tal cosa, al principio fue que producía en mí, me acosté de espaldas sobre la cama:
inexplicable incluso para mí. Pero mientras mis párpados el encantamiento de la pintura consistía en una absoluta
permanecían cerrados, busqué en mi mente la razón. Fue semejanza con la vida en su expresión, que al principio me
un movimiento impulsivo para ganar tiempo y pensar –para estremeció y finalmente me desconcertó, me dominó y me
asegurarme de que mi visión no me había engañado–, para espantó. Con profundo y reverente temor, volví a poner el
calmar y dominar mi fantasía y volver a observarla más candelabro en su posición original. Cuando la causa de mi
certera y serenamente. Luego de algunos momentos volví a profunda agitación desapareció de mi vista, busqué
mirar fijamente la pintura. No podía dudar, ni lo hice, de lo ansiosamente el volumen que contenía el análisis de las
que entonces vi; el primer resplandor de las velas sobre el pinturas y su historia. Di vuelta las páginas hasta encontrar
lienzo disipó el soñoliento estupor que arrebataba mis el número que designaba al retrato oval. Allí leí las
sentidos, y me devolvió a la vigilia. El retrato, ya lo he dicho, imprecisas y singulares palabras que siguen: “Era una joven
era de una joven. Ilustraba solo su cabeza y sus hombros y de extrañísima belleza y no menos amable que llena de
estaba pintado con el estilo que técnicamente se denomina alegría. Maldita la hora en que amó y se casó con el pintor.
vignettte; al estilo de las cabezas favoritas de Sully . Los Él, apasionado, estudioso, austero, ya tenía una esposa en
brazos, el busto e incluso los extremos de su radiante su Arte; ella, una joven de rara belleza y no menos amable
cabellera se fundían imperceptiblemente en la vaga, que llena de alegría: toda luz y sonrisas y traviesa y cariñosa
aunque profunda sombra que componía el fondo del como un pequeño ciervo, amaba y era afectuosa con todas
conjunto. El marco era ovalado, lujosamente dorado y las cosas. Odiaba solo el Arte, que era su rival; temía solo a
afiligranado de arabescos. Como pieza de arte, nada podía la paleta, los pinceles y otros instrumentos hostiles que la
privaban de la presencia de su amante. Fue terrible para extinguirse. Y el toque y la pincelada fueron hechos, y por
ella oír al pintor hablar de su deseo de retratar incluso a su un instante el pintor se detuvo extasiado frente al trabajo
joven esposa. Pero era humilde y obediente y posó que acababa de terminar. Pero un momento después,
dócilmente durante varias semanas en la oscura y elevada mientras aún contemplaba el retrato, se estremeció, se
habitación de la torre, donde la luz solo iluminaba el lienzo puso pálido, y gritó horrorizado con voz desgarrada, ‘¡en
desde arriba. Pero él, el pintor, ponía todo su talento en la verdad esto es la vida misma!’ y volvió bruscamente el
obra que avanzaba hora tras hora, día tras día. Y era un rostro hacia su amada: ¡estaba muerta!”
hombre apasionado, salvaje y caprichoso que se perdía en
fantasías; es por eso que no quería ver que la luz fantasmal
que caía sobre la solitaria torre marchitaba la salud y el
espíritu de su esposa, que se consumía a los ojos de todos,
excepto los suyos. Sin embargo, ella sonreía siempre, sin
quejarse, porque veía que el pintor –que tenía mucho
renombre–, experimentaba un ferviente placer en su tarea
y se esmeraba día y noche en el retrato de la que tanto
amaba, pero que cada día se encontraba más débil y
desanimada. Y, en verdad, cualquiera que contemplaba el
retrato hablaba en voz baja de su semejanza, como de una
imponente maravilla y prueba no solo del poder del pintor,
sino del profundo amor que sentía por aquella a quien
retrataba tan prodigiosamente bien. Pero luego de un
tiempo, cuando la obra ya estaba casi terminada, ya no se
admitía a nadie dentro de la torre porque el pintor había
enloquecido en el ardor de su trabajo y rara vez levantaba
los ojos del lienzo, ni siquiera para mirar el rostro de su
esposa. Y no quería ver que los colores que desparramaba
sobre el lienzo, los arrancaba de las mejillas de la que se
sentaba frente a él. Y cuando ya habían pasado varias
semanas, y quedaba muy poco que hacer, excepto por un
toque sobre los labios y una pincelada en los ojos, el
espíritu de la joven vaciló, como una llama a punto de
1-LUEGO DE LA LECTURA :

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