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Conversaciones con Amalia

Damian Rivera.

Juan Carlos estaba viendo a los ninos jugar y tomandose un tinto cuando sintio que su
companero se apoyaba del muro, justo al lado, al cabo de un rato saco un hacha de su boca y
clavo en medio de la conversacion: “¿no es mejor que lleve a su mama a un manicomio o un
ancianato? Yo tengo varios conocidos…” No le respondio y se fue a levantar una nina que se
había caído. Se reprocho seguir llevando a desconocidos a la casa. Se cansaba de que le
dijeran que su mama estaba loca. Juan Carlos tenía una voz interna que se lo repetía entre
uno y otro respiro, pero no quería creer que Mamalia estuviera loca. Se convencio a si mismo
de que la vieja le contaba todos esos cuentos de fantasmas para mantenerlo entretenido y
tener algo de que hablar con el; que era una forma de llenar el silencio de la casa desde que
se murio su papa, el unico que faltaba por irse y que llevaba bastante tiempo mostrando las
invitaciones a tinto que le hacía la muerte. Su mente se detuvo cuando vio que la nina no solo
se cayo, sino que se abrio un cauce de sangre en medio del surco que le dejo una lata mal
puesta. Hubo que vendarla y llamar a los papas.
Amalia estaba loca, tenía que ser eso porque si no, el problema estaba en que era bruja,
nigromante o vidente. Tenía un jardín grande delante de la casa y en algun punto alguien
pudo llegar a pensar que estaba muda porque solo contestaba a los saludos de los vecinos
con una sonrisa o agitandoles la mano. No era ese el caso porque la veían hablar con Arturo
o con sus hijos. Fue vieja mucho tiempo, mas del que era sano para la memoria, nadie
apostaba a que algun día hubiera carecido de arrugas. Todo en ella siempre fue largo, primero
su estatura rematada por una profunda delgadez hereditaria que la hacía parecer como una
guadua que agita el viento, impresion reforzada por el frufru de las faldas sueltas y que al
caminar se sentían como una lluvia de hojitas cayendo, como un aleteo de luciernagas en
medio de un aguacero menudo; Luego sus dedos, que orlados de anillos hacían sentir su
mano como si cargara en ella el peso de una vida; despues llegaron las arrugas que nadie
habría logrado adivinar donde empezaban. En algun momento todo el misterio que la
rodeaba se torno en murmullos en la cuadra. Quienes siempre fueron mejores punteros en
las informaciones vecinales decían que se quedo loca por la falta del marido.
Tiempo despues de muerto Roberto empezo a decirle a los que pasaban cerca cosas que, sin
saber ellos de donde, les hacía referencia y los estremecía. La primera fue Dona Carmen,
tendera, madre de tres, mujer trabajadora y comunicativa; un rostro de redondez bonachona
rematado con una mona que siempre tenía un mechon suelto a la izquierda. Iba pasando un
día por delante de Amalia que estaba sentada en el ante jardín, la saludo y en lugar de la
sonrisa le respondio con una voz ronca, eco filtrado por cavernas ancestrales y anadio. “Yo se
que ya ha pasado mucho tiempo y no me tome por indiscreta, pero le quiero dar mi pesame
por lo de su hermano”. Carmen como si de un freno de mano se tratara, quedo parada con el
pie adelante y solo acerto a asentir.
Así sucesivamente empezo todo el que pasaba cerca de Amalia a recibir su profecía personal
del pasado que no sabían que una senora con la que nadie hablaba conocía. Todo mundo
penso primero que algun chismoso le había llegado con esos cuentos, y se miraron entre
todas las caras. Luego llego el día en que le dijo a alguien: cuide mucho a su mama, por ahí
me dicen que la andan buscando pa’ llevarsela. Su fama paso de chismosa a Bruja. Empezaron
a decir de todo: unos que ella enterraba unos munequitos chiquiticos, del tamano de dos
monedas de peso, debajo de los rosales para que las espinas se les clavaran en el cuerpo y las
raíces les atravesaran la cabeza; o que mas puede tejer una vieja todo el día y todos los días
en un balcon, y por que se arrodilla tanto al lado de esas rosas. Otros que no, que ella lo que
hacía era ir al cementerio y robarse la tierra de las tumbas pa echarla en el jardín y que así
era como invocaba demonios con los que mandaba a perseguir a la gente. El tiempo que duro
el asunto de la brujería de Mamalia se le quito el don de llamarla dona y se desarrollo entre
todas las personas enteradas del cuento una extrana costumbre de vigilar la propia sombra,
no fuera ser que alguno de los esclavos demoniacos de la vieja se le pegara en ese pedacito
de oscuridad y los persiguiera hasta en el bano, algunos incluso optaban por caminar siempre
de forma tal que la sombra anduviera delante de ellos, caso tal de no verse demasiado raros
volteando a vigilar cada ciertos pasos, como si tuvieran un maletín cargado de dolares y
viniera siguiendolos alguien.
La temporada de brujería se cerro el día que, sentado en la panadería de la esquina, con un
amigo de toda la vida, Juan Carlos le dijo riendose, Mi mama, que ahora sale con el cuento de
que un fantasma viene todas las tardes a visitarla y le cuenta cuentos de todo tipo mientras
ella teje. Ahí empezo la locura de Amalia, porque bruja no podía ser, a quien en su sano juicio
se le ocurre que los fantasmas se invocan de día tejiendo, y que son solo uno, y que vienen de
visita y se van así no mas. No, que va, es que el mundo paranormal no funciona así.
El día que por veredicto unanime se dijo que Amalia estaba loca en el comite de
comunicaciones vecinales fue Carmen la primera en dar un respiro de alivio. No existía
posibilidad de que nadie, vivo o muerto, se enterara de que ella tuvo alguna vez un hermano,
y que por ese hermano lloraba a veces todavía. Pero Amalia estaba loca, unos decían que era
por chismosa que se había vuelto loca y que ya no hallaba que inventar, otros decían que, tras
de loca, bruja, porque a todo mundo le decía profecías en pasado. Y todos le insinuaron
manicomio a Juan Carlos.
Juan Carlos llego del colegio con la ropa recordandole la herida de la nina. Miro la casa que
parecía detenida en el tiempo, para el siempre fue la misma casa, lo unico que cambiaba con
el tiempo era el ruido que hacía dentro. Cuando el llego al mundo la casa ya estaba hecha,
segun lo que le contaban era el unico lote que quedaba por construir en todo el barrio. Esa
casa fue testigo de casi toda su vida, lo conocía mejor que nadie. Sus primeros fracasos
amorosos, la pelea con un amigo que termino besando dos semanas despues, las
transformaciones en sí mismo, los cambios de opinion, las pajas oníricas y la alegría de la
partida de los hermanos. Esa casa sabía hacer una genealogía de los cambios de opinion de
Juan Carlos, los reganos recibidos por Amalia, y las veces que la correa de Roberto paso por
sus piernas. Desde que se fueron sus hermanos y el paso a vivir tambien en el primer piso el
segundo solo servía para guardar los muebles en exposicion permanente y para que Mamalia
se sentara en mirador a tejer. El le dejaba el almuerzo echo y ella lo recibía con la comida.
Amalia lo saludo desde el balcon, estaba tejiendo y antes de entrar hizo como si se despidiera
de alguien. Volvio en sí, y se dijo que no iba a tratar mas como amigo a indiscretos, ¿por que
encerrar a una anciana que solo inventa cuentos? Entro la moto, el garaje era tambien la sala,
tocaba correr un mueble contra la pared de la izquierda para que quedara espacio para
caminar. La cocina era a su vez pasillo y comedor quedaba en una esquina, sellando el acceso
a las dos piezas cuando estaban todos a la comida. Hace mucho no se llenaba. Los otros hijos
de Mamalia iban casi nunca y cuando iban procuraban no toparse entre ellos, ella fracaso
organizando las relaciones familiares de la misma forma que la creatividad de Roberto solo
pudo hacer una casa donde para hacer una cosa se tenía uno que hacer zancadilla con alguien
o algo.
Se parecían en todo y costumbres, tenían un amor absoluto por la mas rigurosa limpieza del
cuerpo y así, como estaba, no podía comer. Se dio cuenta en el bano que la sangre tambien le
había traspasado la ropa y tenía ligeras luces del accidente, se las enjuago, pero no saco de
su mente que hasta en el colegio le llegara el tufo a hospital mental y ancianato que lo
perseguía. Se daba libertad de llorar en el bano, que todo lo mojaba y le impedía contar
lagrimas, pero no había tiempo para tanto. Mamalia aprovecho para hacer la comida.
El bocachico es como una conversacion delicada: hay que tener cuidado con las espinas. Y
esa era la comida de esa noche. El le conto lo de la nina y cuando la mama llego casi desbarata
la escuela a punta de gritos. Yo no entiendo por que la gente es tan exagerada, la nina no
estaba ni llorando, pero esa senora estaba que buscaba a quien matar. A la nina la trato de
bruta y luego dizque nos va a denunciar en la secretaría, yo no se.
Mamalia se saco una espina de la boca y la puso al lado del plato. Oiga mijo, ¿Verdad toda la
gente dice que yo estoy loca? Es que no me creo que Rutilio se ande inventando esas cosas.
Empezaba la hora de las historias inventada y no esperaba que le tocara a el inventarse una
para tapar esa espina. Hasta sus hermanos creían que ella estaba corrida. Se convirtieron en
su visita mas odiada, siempre aprovechaban algun momento para decirle que dejara de
darselas de santurron, que el no era enfermera ni monja y que solo se aprovechaba de que,
viviendo con la loca, como le decían, no le tocaba pagar arriendo. A Mamalia se le
ensombrecio la cara mientras Juan Carlos seguía pensando. La gente en el barrio es muy
chismosa, yo no les pongo cuidado. Y puso su propia espina en el plato, justo al lado de un
pedazo largo de cebolla.
“Rutilio me dijo que eso de morirse no era tan feo, el problema dizque es encontrar con quien
hablar. La muerte se pasa mejor charlando.” Y a Juan Carlos se le resbalo un pedazo humedo
de nervios por toda la espalda. ¿no dicen pues que hay mucho fantasma errante? “segun
Rutilio no” Bueno, menos mal la encontro a usted que es tan buena conversando. “sí, es que
ultimamente me ha dado por preguntarle cosas de esas, yo no se por que nunca hablamos de
eso”. Juan Carlos intentaba bajarse un tronco de papa mal masticado que se le clavaba en el
esofago y que bajaba dejando su propio rastro sensorial. “Me dijo dizque que la muerte se
siente en la parte de atras de la cabeza, Aquí” y se toco el occupital a la vez que senalaba la
cabeza del pescado. “que cuando viene llegando uno la ve, o eso le paso a el”.
Juan Carlos no dijo nada mas y se dedico a escucharla mientras espulgaba las espinas y las
ponía en hilerita en el bordo del plato. Amalia le conto la nueva historia de Rutilio. Para el su
mama tenía que ser una excelente escritora con esa imaginacion, era el momento feliz de su
día.
La muerte era como un peso enorme, pero no un peso como se siente el mercado cuando uno
esta dejandolo en la cocina, que se balancea e impide el andar, era mas como estar en el bordo
de un gigantesco trampolín en el que se echa a rodar una gran bola de acero. Un acero blanco
y reluciente. Era como si un iman gigantesco en forma de presencia difusa lo tratara a uno
como un mísero pedazo de metal tirado en la carretera.
La verdad yo no le entiendo a ese muchacho cuando me explica como se siente eso, pero me
parece que habla muy bonito. Me va diciendo que darse cuenta de que la gente no se da
cuenta de que uno esta ahí da como un vacío en la conciencia, como si le faltara aire en el
estomago.
Pero peor es ser atravesado por alguien, se siente como si le cerran los ojos con un puno y un
viento rosado pasara por la oreja. Se siente no existir.
Ahora cuando llueve, yo le dije que eso debía sentirse hasta bonito, como si uno fuera parte
de lo que hace Dios, pero no. Segun el si se siente como si se mojara, que se siente mas pesado
para caminar, que pasa como un viento frío por las costillas y como un zancudo por el oído.
El siempre se escampa porque le molesta eso. Pero mas bobito, que el primer aguacero que
cayo fue en el entierro y el tambien, siendo fantasma, se fue a escampar.
Juan Carlos estaba recogiendo la loza cuando Mamalia lo miro fría y con una suplica en el
fondo de la pupila.
-¿Sí me esta poniendo cuidado?
-Sí mama, a mí me gusta mucho escucharle sus cuentos
-Yo no le estoy echando cuentos, le estoy diciendo lo que Rutilio me conto.
-Por eso, a mí me gusta mucho que me cuente las historias de Rutilio.
-Es que yo no le quiero contar ninguna historia.
-Entonces que.
-¿usted me cree loca?
-No mama, ¿que pasa pues?
-Que tengo algo importante que decirle que me dijo Rutilio. Sientese mas bien.
-Y volvio a poner los platos en la mesa y a descorrer el asiento.
- ¿Que paso?
-Que yo a el le pedí un favor hace mucho tiempo y sí me lo hizo.
- ¿Que favor?
- Avisarme si me venían a buscar.
- Me esta asustando. - Y Amalia lo mando sentarse antes de que volviera a tocar los platos.
Mire, el me dijo que fue a ver el mausoleo de la familia, donde el tambien debería estar. Ayer
enterraban a Efraín, el dueno de la droguería del parque, pero el aguacero espanto a todos,
hasta mejor porque segun el todo mundo iba disimulando que no había quien llorara el
muerto. Cuando llego al mausoleo vio al hijo de Efraín desaguando cantaros de la borrachera
en las lapidas de Rutilio y la de la mama, a la izquierda. Me dijo que le daba piedra no ser un
fantasma jalapatas porque le quería meter los meados del susto, pero solo pudo mover ese
chorrito de oro que le salía de entre las patas hasta inundarle el zapato. Su sustico si se llevo.
El caso es que Rutilio se entero que esta semana la Dona tenía planeado recoger a varios esa
semana, y el jueves aparece esta casa. Va a venir despues de la comida.
No me vaya a enterrar con los brazos cruzados que vengo y los asusto; a mí me entierran
como anduve siempre: derecha y con los brazos abiertos. Y no se preocupe que yo no me voy
a ir, yo no voy a dejar a Rutilio solo mientras logra irse del todo. Me da pesar es dejarlo a usted
aquí.
Esa noche Juan Carlos no pudo llorar bajo la ducha, tampoco pudo dormir. Se tuvo que
convencer de que su mama estaba loca para poder sentir que todo lo que le dijo era mentira.
Ahora le tocaba luchar contra la idea de que estaba cuerda y maldijo al cielo mismo que lo
estuviera perturbando de ese modo.
Pasaron los días y, contra todo pronostico, durante el resto de semana nadie le menciono
hospital, manicomio o ancianato alguno. A su mama le empezo una tosecita que se fue
aumentando a medida que se veía venir el jueves. A nadie lo mata una gripa, porque eso era
lo que tenía Mamalia, que ahora tenía que estar loca porque si no el que se iba a quedar loca
era el. Para eso solo mandan acetaminofen y cuidarse mucho. La tosecita fue aumentando.
El jueves, a la hora senalada Mamalia, la loca, estaba acostada porque comieron mas
temprano, Rutilio hizo la comida y le preparo una bebida. Una gripa no mata a nadie, y menos
si no hay mas que una tosecita.
El estaba sentado en una silla escuchando hablar a la anciana que le contaba el nuevo capítulo
de las aventuras de Rutilio cuando vio entrar una presencia blanca, blanca como solo puede
serlo el sol, deslumbrante pero fría, podía versele iluminar todo a su alrededor, y atras, en la
puerta, transparentado, un muchacho con camisa roja, difuso por la brillantez de la presencia
de la Dona. Así se sentía darse cuenta de que siempre tuvo razon: su mama no estaba loca.

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