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Entre la niebla 

Antonio se había perdido entre la niebla. Ya no sabía si seguía caminando por el


sendero o se había desviado. Apenas se veía los pies. La noche estaba tan
silenciosa que no lo ayudaba a guiarse. 
Con sólo escuchar el ladrido de algún perro, podría saber que estaba cerca del
caserío, pero no se escuchaba nada. Hacia donde volteara la cabeza veía niebla, sin
el menor indicio del paisaje que lo rodeaba. 
Y estaba el miedo a caer en algún barranco, o en un pozo. Y la niebla que se
apretaba más, y el silencio absoluto, y la incertidumbre de no saber hacia dónde
iba. 
Asustado ya, Antonio dijo en voz baja: - Daría hasta mi alma por salir de esta niebla
- y tras decir eso vio que un brazo se estiró desde la nada y le tomó la mano
derecha. Después el brazo se retiró hacia la niebla y desapareció. Un instante más
tarde la niebla comenzó a diluirse. Pero luego volvió y Antonio murió nadie supo
cómo murió pero lo encontraron muerto en la carretera.

El canto del Diablo 

Wilmar conducía de noche por una carretera apartada de todo. 


El vehículo empezó a andar a tirones hasta que se detuvo completamente. Wilmar
recostó la cabeza en el volante. - ¡No, me hagas esto ahora, en medio de la maldita
nada! 
Después levantó la cabeza, respiró hondo y buscó la linterna. Al salir cerró la puerta
con rabia. 
Antes de abrir el capó iluminó los alrededores. Estaba rodeado de bosque. Los
árboles se agitaban con furia, crujían y rechinaban mientras soportaban un viento
frío que pasaba gimiendo como un ente rabioso. Miró hacia arriba y vio que unas
nubes blancas cruzaban velozmente sobre una luna delgada. 
Al examinar el motor enseguida identificó el problema, cuando creyó haberlo
reparado lo probó; funcionaba. 
Fue a cerrar el capó y, apenas lo bajó escuchó algo. Se le erizó la piel y empezó a
girar apuntando la linterna hacia donde volteaba; no identificaba de dónde venía el
sonido, que parecía ser el canto de unos niños. 

Al iluminar una porción de bosque los vio. Eran tres niños pequeños vestidos de
blanco. Caminaban rumbo a él tomados de las manos. Sus caras eran normales,
pero sus sonrisas eran por demás diabólicas, y sus miradas delataban una gran
malicia; no eran niños. 
Wilmar subió al auto y arrancó. Vigiló el retrovisor por un buen rato pero no volvió a
verlos; mas en su mente se seguía repitiendo la canción. Trató de pensar en otra
cosa, de sacársela de su cabeza, cada vez la escuchaba más fuerte. No entendía lo
que decía, eran palabras en un lenguaje que no conocía, pero estaban allí,
taladrando su mente, volviéndolo loco. 
Súbitamente se le ocurrió una idea. Frenó el auto y buscó en la guantera. 
¡El revolver! ¡Con el ruido que hace tiene que parar ese canto infernal! - deliró
Wilmar. Se recostó el caño a la cabeza y se disparó. 

ALMAS EN PENA 
El silente espectro merodeaba taciturno por el campo santo. Tenía hambre y así
pareciera un caníbal necesita alimentarse... 
No podía comerse a los vivos, estos estaban fuera de su alcance. 
Pero los espíritus recientes de gente fallecida, niños, ancianos, y mujeres. 
Era el alimento de los espectros andantes, por eso cada noche merodeaba 
el cementerio aquella alma en pena, que no encontraba el descanso. 
Ese día en una lùgubre fosa común había varios cadáveres. 
niños, hombres, personas sin familia, muertos en la indigencia, en plena calle. 
El aura de aquel espectro se sintió atraído por aquella energía que emanaba 
de aquella sepultura, necesitaba alimentarse de aquella energía reminiscente. 
Cada día hacia lo mismo se alimentaba de la energía de cadáveres recién fallecidos. 
Se daba su festín y luego vagaba, lamentàndose de su destino. 
Su agonía era indescriptible, pero solo era oída por el resto de los espectros 
que por allí vagaba, la energía que quitaba aquellos cuerpos. 
Los convertía en los siguientes espectros que vagarían por la eternidad. 
En la lontananza de aquel campo santo y entre tanto lamento no todos 
los espectros eran iguales algunos, no se alimentaban de la energía de otros cuerpos. 
Mas bien los miraban por encima del hombro con gran desden. 
Solo los visitaban y antes de llegar a su destino se presentaban ante ellos. 
Otros en cambio les encantaba asustar a niños, y ancianos, se impregnaban del terror. 
Que producían en ellos, adoptaban los mas espeluznantes formas, caras terroríficas 
cuerpos amorfos, verdaderas deformidades, sonidos y ruidos de ultratumba.. 
También aquel campo santo existían espectros buenos, los menos, pero 
también existían y daban compañía a los muertos recientes, estos se regocijaban 
de la esperanza de aquellos cadáveres del deseo de ver a sus familiares y seres
queridos. 
Aquellos espectros solo podían visitar tumbas y fosas comunes que no estaban 
bendecidas, ni tenia a nadie que fueran a visitarlas, almas pérdidas como ellos. 
Esa era las leyes que imperaban en aquel campo santo la mayoría de los muertos 
encontraban su destino, en cambió otros vagaban por sus recintos como almas en
penas. 
Sin encontrar nunca la paz y descanso que tanto necesitaban. 

El ascensor fantasma

Este es un acontecimiento que sucedió en la Universidad de Ambato, todo comenzó


cuando una alumna no pudo terminar un trabajo así que el profesor le dio tiempo para
que lo terminara más tarde, por esta razón se quedó hasta altas horas de la
madrugada en las instalaciones de la Universidad, cuando por fin termino fue al
despacho del profesor y dejo el trabajo por debajo de la puerta.
Cuando iba a subir al ascensor vio a un señor caminando torpemente hacia ella,
muerta del miedo salió corriendo como pudo. Al día siguiente se dio cuenta que el
conserje había muerto en el ascensor de un infarto porque nadie lo había ayudado,
desde ese momento todas las personas que suben a ese ascensor no regresan nunca.

Golpes en el armario

Laurita era una niña muy divertida y aventurera. Estaba emocionada


porque suspadres habían decidido mudarse del piso de la ciudad a una casa en
las afueras. Ahora tendría más espacio en su habitación y un barrio con niños de su
edad, ya que en la ciudad apenas podía salir de su piso.

Cuando llegó a la nueva casa le encantó todo lo que encontró en ella, incluida su
habitación. Era grandísima, de forma cuadrada, con una cama enorme (mucho más
que la de su piso anterior), un par de baúles donde meter juguetes y un gran
armario de madera al fondo donde pensaba guardar toda su ropa de ahora y de
cuando fuera mayor. ¡Laurita siempre soñaba con ser mayor!

Aún emocionada, los padres de la niña le mandaron irse a dormir en cuanto terminó su
cena. Laurita no creía que podría dormir de lo emocionaba que estaba con su
nueva casa y su recién estrenada habitación, pero obedeció a sus padres y se acostó
en la cama.

Cuando el sueño ya comenzaba a llegarle, oyó unos ruidos huecos procedentes del


armario. Laurita tenía miedo, pero era lo suficientemente mayor como para saber que
si llamaba a sus padres no le creerían, así que se levantó de la cama y, muy despacio,
se acercó al armario.

Los golpes en el armario continuaban, pero ella seguía avanzando hacia él, aunque las
piernas comenzaban a temblarle de los nervios. Abrió de un movimiento las dos
puertas del gigantesco armario, pero no vio nada. Todavía no había metido la ropa
y el armario estaba vacío. Creyó que se trataba de su imaginación y volvió a acostarse.

Sin embargo, a los pocos minutos volvió a oír los golpes. Esta vez corrió al armario
y abrió lo más rápido posible, pero por mucho que miraba adentro, no conseguía
distinguir nada que hiciera esos ruidos.

Hasta que miró hacia abajo.

Allí estaba un pequeño ser, con alas, que parecía que se había enganchado con una
pieza del armario. Laurita le ayudó a salir y el hada comenzó a volar hasta su cara.
La niña empezó a tener miedo, pero el hada le tranquilizó con una sonrisa. La niña le
había salvado y, a partir de ahora, iba a ser su hada madrina. El miedo y el susto de
los golpes en el armario, al fin y al cabo, habían valido la pena.

El cuarto de las cucarachas

Raúl aplastó con fuerza a la cucaracha. Su esqueleto y restos de órganos se quedaron pegados


entre el suelo de su piso y la suela de su zapato. Raúl odiaba las cucarachas y en su barrio de
Miami había una auténtica invasión ese verano.
El hecho de no tener aire acondicionado en el piso de alquiler y de que Raúl no fuera un
obsesionado de la limpieza, sólo hacía que agravar la situación, lo que significaba una
atracción irrefrenable para las cucarachas.

Justo antes de acostarse vio otras 3 cucarachas en la cocina, a las que pisó de nuevo con rabia casi
desquiciante y entre maldiciones se fue a dormir. Al día siguiente comenzaba el turno a las 6
de la mañana y quería dormir un poco para afrontar una nueva y penosa semana.

En cuanto se tumbó en la cama se durmió, apaciblemente, soñando con esa camarera que todas
las mañanas le mira a los ojos más tiempo de lo considerado normal para con un cliente. Soñó
con que acercaban los labios y se besaban, casi sentía sus labios carmesí en contacto
con los suyos.

El sueño era muy real, demasiado real. Abrió los ojos y vio una cucaracha trepando por
su boca. Repugnado, la apartó de un manotazo y con un grito que llegó a avergonzarle. Cuando
encendió la luz casi le da un infarto. En la cama había por lo menos una veintena de cucarachas y
el suelo de su habitación estaba completamente cubierto.

De un salto salió de la cama infestada y aún con los pies descalzos hizo explotar todas las
cucarachas que pudo. Eran enormes. Raúl corrió hasta la puerta de la calle, pero estaba cerrada,
¡estaba atrapado! Fue hacia las ventanas, ya que vivía en un primer piso y el salto podría no
hacerle demasiado daño. Pero las ventanas estaban completamente cubiertas por cucarachas.
Intentó apartarlas cuando una de ellas le mordió, ¡las cucarachas le atacaban!

Corrió de nuevo al cuarto de baño. Con agua podría defenderse y tenía una manguera
con la que regaba el jardín, pero el agua tampoco funcionaba. En lugar de salir agua por el grifo,
salían cucarachas.

Raúl se resbaló y cayó sobre la bañera. Las cucarachas se abalanzaron sobre él. Le


mordían la piel, los pies, las uñas, el pelo, la cabeza. Una cucaracha incluso le comenzó a morder
los ojos. Lo último que consiguió sentir es a una cucaracha entrar por su boca y comenzar a
devorarlo, literalmente, desde su interior. Cientos, miles de cucarachas, se abalanzaron hacia
su cuerpo.

La pastilla negra

Era el primer día que la veían. Entró en la sala del comedor con un ajustado traje de
enfermera. Era alta, morena, de ojos profundos y bastante delgada. Su cuerpo era imponente,
pero ella parecía desprender cierta simpatía. No era como la enfermera de todos los
días, la algo rechoncha Carmen. Dentro del comedor una de las familiares de un anciano le saludó
mientras se marchaba, ella le devolvió el saludo con una media sonrisa. Una vez se marchó la
mujer, la enfermera se situó delante del atrio en el que siempre se ponía Carmen
para repartir las medicinas. Ella hizo lo mismo, algo que todos los ancianos supieron reconocer
como el momento de tomar las pastillas correspondientes para sus tratamientos.
El primero fue Francisco, quien se adelantó a todos gracias a que ya se encontraba recuperado de
las toses de la semana pasada que por poco lo conducen al hospital. Con paso lento pero decidido,
Francisco llegó hasta la enfermera y le pidió sus pastillas.Ella, sin embargo, sólo le dio
una sola pastilla, negra azabache. Él se sintió extrañado y le preguntó si
su mejora hacía que sólo necesitase una pastilla, a lo que ella respondió con un gesto afirmativo
con la cabeza.

Detrás marchaba Amparito, a quien también le entregó una sola pastilla negra. Luego se acercó
Juan y también recibió una pastilla negra únicamente como medicación. Jose
Manuel, Miguelito, doña Almudena, el señor Luis, Felipe el chileno y una sucesión incontable de
ancianos recibieron, uno tras otro, la misma pastilla negra.

Francisco, el primero en tomar la pastilla, se sentía bien, cada vez con más fuerzas,
con un sentimiento positivo que le inundaba toda su personalidad. Se sentó en su cómodo sillón
y descansó unos minutos. Tenía sueño, así que cerró los ojos.

La familiar que acababa de salir estaba cruzando la puerta del asilo cuando se


cruzó con la enfermera Carmen.

– “Hola Carmen, ¿qué tal? Justo ahora acabo de cruzarme con tu nueva
ayudante”, le informó.

Carmen, extrañada, le contestó:

– “Creo que te confundes querida, no hemos contratado nuevas ayudantes”.

Las dos, confundidas por esta extraña mujer a la que nadie conocía, regresaron
al salón del comedor del asilo. Cuando llegaron todos los ancianos estaban en
sus respectivos sillones. Todos parecían dormir, pero no estaban dormidos,
estaban muertos. Con una sonrisa leve en la cara. Y unos labios ligeramente
manchados de negro. No había ni rastro de la enfermera.

El grito de mamá

era una noche oscura, sin Luna, sin viento, profundamente tenebrosa, en un pequeño pueblo
marítimo del sur de Inglaterra. La pequeña Alice vivía con su madre Joan a solas,
se tenían la una para la otra. Su padre, a quien no recordaba en absoluto, hacía mucho tiempo
que había desaparecido más atraído en las faldas de otras mujeres que en las de su propia esposa.
Nunca había regresado.

Mientras mamá preparaba la cena, Alice se dedicaba a peinar a sus muñecas. Era


un juego que le encantaba. Tenía muñecas de todos los tamaños, de todas las formas, princesas,
chicas fashion, modelos… todas eran encantadoras.
Alice peinaba con detenimiento las muñecas mientras en el piso de abajo su madre
preparaba unas patatas fritas a la sartén con la televisión puesta. Le gustaba tener
siempre la tele encendida, porque decía que le daba compañía mientras la pequeña Alice jugaba a
solas.

De repente, hubo un fugaz apagón, la bombilla de la habitación de Alice se


apagódurante dos segundos y recobró su fuerza luminosa al instante. Abajo, la televisión dejó
de funcionar, la luz regresó pero no se oyó ningún ruido. Alice esperó unos segundos más y oyó
cómo un vaso se estrellaba contra el suelo. Se levantó de repente y preguntó:

¿Mamá? ¿Estás bien mamá?

Esperó de nuevo un par de segundos más. Nada. Silencio absoluto. Cuando Alice se dispuso a
bajar oyó el grito desgarrador de mamá.

¡AAAAHHHH!

Alice se quedó totalmente congelada. Su madre, la fuerte mamá protectora que siempre le cuida,
gritaba de auténtico terror. Antes de que pudiera reaccionar oyó de nuevo su grito.

¡Alice, baja deprisa! ¡Alice, ayúdame por favor! ¡Alice!

Ante la llamada de auxilio de su madre, Alice corrió escaleras abajo. Pero todo estaba a
oscuras, la luz no había vuelto como en el piso superior. Mamá debía estar en la cocina y se
dispuso a caminar hacia allí cuando, de repente, una mano le tapó la boca y un brazo cogía su
menudo cuerpo y lo arrastraba al armario del descansillo, donde se cerró la puerta.

En la cocina, el grito se repetía:

¡Alice, baja deprisa! ¡Alice, ayúdame por favor! ¡Alice!

Pero Alice ya no estaba preocupada por mamá. Porque ahora estaba con ella. Se giró y vio la cara
de su madre preocupada señalando con el dedo índice sobre los labios que mantuviera silencio. Y
silencio mantuvo, mientras se preguntaba ¿quién o qué gritaba desde la cocina con la
misma voz que mamá?

El perro maldito

Había una vez un hombre al que le encantaban los perros, incluso más que las
personas, en su casa tenía muchos perros, pero había uno en especial al que él quería mucho, era
su favorito, su nombre era Satanás. Era un perro grande, de color negro, con mirada muy
profunda, un perro muy bravo al que nadie podía acercarse pues corrían el riesgo de ser mordidos,
incluso eso ocurrió en una ocasión, la mordida fue tan profunda que tuvieron que coser la herida
del niño que se había caído de u bicicleta justo enfrente de Satanás antes de que éste lo mordiera.
Debido a la agresividad de sus perros y al poco cuidado que tenía este hombre de
que no mordieran a alguien, la gente de su colonia decidió hacer algo al
respecto, lamentablemente, un grupo de personas no tan racionales, decidieron
tomar la justicia por sus manos, tomaron a un perro muy bravo, similar a Satanás
e hicieron que mordieran a el amante de los perros, él quedó muy lastimado y juró
vengarse, las heridas fueron tan grandes que antes de poder acudir al doctor, él
casi se había desangrado por completo, lo mismo hicieron con Satanás, lo
amarraron para que el otro perro acabara con él, antes de terminar desangrados,
el dueño de Satanás juro venganza, juró que con el cuerpo de su perro y su alma,
acabaría con ellos de la misma forma que ellos lo hicieron, fueron grandes las
burlas, pues no creían que fuera posible, al final, lo aventaron por una barranca
muy profunda.

Pasó justo un año de la muerte del señor, hasta que un día Satanás reapareció,


pero había algo distinta, sus ojos eran de otro color, su mirada era aun más
profunda, incluso, parecía haber odio en ella, y así era, pues era hora de la
venganza y de cobrar cada una de las vidas que le debían, de hacer cada cosa que
le hicieron, y así fue, uno por uno fueron sufriendo el mismo final, las mismas
mordidas profundas que parecían no acabar, era hora de reunirse con los otros
perros que vivían en la casa para poder proteger su nueva vida.

Te lo advertí

José era un hombre muy desagradable, no tenía amigos, su familia no lo quería y su


pobre madre, la única que tenía contacto con él, le asustaba su hijo. No tenía un trabajo¸ se
dedicaba a robarle dinero a las personas para vivir cuando éstas ponían resistencia, no tenía
ningún remordimiento al matarlas.

Su madre le rogaba que dejara de hacer eso, que él no podía cobrar muertes por su mano, que no
estaba bien, a José no le interesaba nada de lo que su madre le decía, el seguía haciendo lo suyo,
un día cuando estaba a punto de dormir, se encontró con una figura negra en la puerta de su
recamara, – ha cobrado muchas vidas, las cuáles no le correspondían, y a quienes aún no les
tocaba, quiero hacer un trato, te daré más de la vida que te corresponde, pero tendrás que matar
a cada persona que yo te ordene. Sin dudarlo José aceptó y comenzó a trabajar para esa extraña
figura que se desvanecía con el viento cada vez que se veían. José mató a cada persona que le
ordenaron, un día, esa extraña figura negra se le apareció nuevamente, pero esta vez la tarea no
era tan fácil, -Tu madre- dijo. José no podía cumplir con esa consigna su madre era lo único que él
tenía así que se negó, la extraña figura se burlo de él, -Osas contradersirme?- preguntó –No sabes
lo que te espera- y se desvaneció nuevamente.

Después de ese día, visitaba a su madre todos los días, diciéndole cuanto la amaba, sin embargo,
no estaba tranquilo, ya que esa figura se presentaba en cada sueño que tenía, convirtiéndolos en
una pesadilla, lo veía en cada esquina, en cada rincón e sucasa, hasta que un día, su madre no
supo más de él, y él lo único que escucho fue –Te lo advertí-.

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