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Al iluminar una porción de bosque los vio. Eran tres niños pequeños vestidos de
blanco. Caminaban rumbo a él tomados de las manos. Sus caras eran normales,
pero sus sonrisas eran por demás diabólicas, y sus miradas delataban una gran
malicia; no eran niños.
Wilmar subió al auto y arrancó. Vigiló el retrovisor por un buen rato pero no volvió a
verlos; mas en su mente se seguía repitiendo la canción. Trató de pensar en otra
cosa, de sacársela de su cabeza, cada vez la escuchaba más fuerte. No entendía lo
que decía, eran palabras en un lenguaje que no conocía, pero estaban allí,
taladrando su mente, volviéndolo loco.
Súbitamente se le ocurrió una idea. Frenó el auto y buscó en la guantera.
¡El revolver! ¡Con el ruido que hace tiene que parar ese canto infernal! - deliró
Wilmar. Se recostó el caño a la cabeza y se disparó.
ALMAS EN PENA
El silente espectro merodeaba taciturno por el campo santo. Tenía hambre y así
pareciera un caníbal necesita alimentarse...
No podía comerse a los vivos, estos estaban fuera de su alcance.
Pero los espíritus recientes de gente fallecida, niños, ancianos, y mujeres.
Era el alimento de los espectros andantes, por eso cada noche merodeaba
el cementerio aquella alma en pena, que no encontraba el descanso.
Ese día en una lùgubre fosa común había varios cadáveres.
niños, hombres, personas sin familia, muertos en la indigencia, en plena calle.
El aura de aquel espectro se sintió atraído por aquella energía que emanaba
de aquella sepultura, necesitaba alimentarse de aquella energía reminiscente.
Cada día hacia lo mismo se alimentaba de la energía de cadáveres recién fallecidos.
Se daba su festín y luego vagaba, lamentàndose de su destino.
Su agonía era indescriptible, pero solo era oída por el resto de los espectros
que por allí vagaba, la energía que quitaba aquellos cuerpos.
Los convertía en los siguientes espectros que vagarían por la eternidad.
En la lontananza de aquel campo santo y entre tanto lamento no todos
los espectros eran iguales algunos, no se alimentaban de la energía de otros cuerpos.
Mas bien los miraban por encima del hombro con gran desden.
Solo los visitaban y antes de llegar a su destino se presentaban ante ellos.
Otros en cambio les encantaba asustar a niños, y ancianos, se impregnaban del terror.
Que producían en ellos, adoptaban los mas espeluznantes formas, caras terroríficas
cuerpos amorfos, verdaderas deformidades, sonidos y ruidos de ultratumba..
También aquel campo santo existían espectros buenos, los menos, pero
también existían y daban compañía a los muertos recientes, estos se regocijaban
de la esperanza de aquellos cadáveres del deseo de ver a sus familiares y seres
queridos.
Aquellos espectros solo podían visitar tumbas y fosas comunes que no estaban
bendecidas, ni tenia a nadie que fueran a visitarlas, almas pérdidas como ellos.
Esa era las leyes que imperaban en aquel campo santo la mayoría de los muertos
encontraban su destino, en cambió otros vagaban por sus recintos como almas en
penas.
Sin encontrar nunca la paz y descanso que tanto necesitaban.
El ascensor fantasma
Golpes en el armario
Cuando llegó a la nueva casa le encantó todo lo que encontró en ella, incluida su
habitación. Era grandísima, de forma cuadrada, con una cama enorme (mucho más
que la de su piso anterior), un par de baúles donde meter juguetes y un gran
armario de madera al fondo donde pensaba guardar toda su ropa de ahora y de
cuando fuera mayor. ¡Laurita siempre soñaba con ser mayor!
Aún emocionada, los padres de la niña le mandaron irse a dormir en cuanto terminó su
cena. Laurita no creía que podría dormir de lo emocionaba que estaba con su
nueva casa y su recién estrenada habitación, pero obedeció a sus padres y se acostó
en la cama.
Los golpes en el armario continuaban, pero ella seguía avanzando hacia él, aunque las
piernas comenzaban a temblarle de los nervios. Abrió de un movimiento las dos
puertas del gigantesco armario, pero no vio nada. Todavía no había metido la ropa
y el armario estaba vacío. Creyó que se trataba de su imaginación y volvió a acostarse.
Sin embargo, a los pocos minutos volvió a oír los golpes. Esta vez corrió al armario
y abrió lo más rápido posible, pero por mucho que miraba adentro, no conseguía
distinguir nada que hiciera esos ruidos.
Allí estaba un pequeño ser, con alas, que parecía que se había enganchado con una
pieza del armario. Laurita le ayudó a salir y el hada comenzó a volar hasta su cara.
La niña empezó a tener miedo, pero el hada le tranquilizó con una sonrisa. La niña le
había salvado y, a partir de ahora, iba a ser su hada madrina. El miedo y el susto de
los golpes en el armario, al fin y al cabo, habían valido la pena.
Justo antes de acostarse vio otras 3 cucarachas en la cocina, a las que pisó de nuevo con rabia casi
desquiciante y entre maldiciones se fue a dormir. Al día siguiente comenzaba el turno a las 6
de la mañana y quería dormir un poco para afrontar una nueva y penosa semana.
En cuanto se tumbó en la cama se durmió, apaciblemente, soñando con esa camarera que todas
las mañanas le mira a los ojos más tiempo de lo considerado normal para con un cliente. Soñó
con que acercaban los labios y se besaban, casi sentía sus labios carmesí en contacto
con los suyos.
El sueño era muy real, demasiado real. Abrió los ojos y vio una cucaracha trepando por
su boca. Repugnado, la apartó de un manotazo y con un grito que llegó a avergonzarle. Cuando
encendió la luz casi le da un infarto. En la cama había por lo menos una veintena de cucarachas y
el suelo de su habitación estaba completamente cubierto.
De un salto salió de la cama infestada y aún con los pies descalzos hizo explotar todas las
cucarachas que pudo. Eran enormes. Raúl corrió hasta la puerta de la calle, pero estaba cerrada,
¡estaba atrapado! Fue hacia las ventanas, ya que vivía en un primer piso y el salto podría no
hacerle demasiado daño. Pero las ventanas estaban completamente cubiertas por cucarachas.
Intentó apartarlas cuando una de ellas le mordió, ¡las cucarachas le atacaban!
Corrió de nuevo al cuarto de baño. Con agua podría defenderse y tenía una manguera
con la que regaba el jardín, pero el agua tampoco funcionaba. En lugar de salir agua por el grifo,
salían cucarachas.
La pastilla negra
Era el primer día que la veían. Entró en la sala del comedor con un ajustado traje de
enfermera. Era alta, morena, de ojos profundos y bastante delgada. Su cuerpo era imponente,
pero ella parecía desprender cierta simpatía. No era como la enfermera de todos los
días, la algo rechoncha Carmen. Dentro del comedor una de las familiares de un anciano le saludó
mientras se marchaba, ella le devolvió el saludo con una media sonrisa. Una vez se marchó la
mujer, la enfermera se situó delante del atrio en el que siempre se ponía Carmen
para repartir las medicinas. Ella hizo lo mismo, algo que todos los ancianos supieron reconocer
como el momento de tomar las pastillas correspondientes para sus tratamientos.
El primero fue Francisco, quien se adelantó a todos gracias a que ya se encontraba recuperado de
las toses de la semana pasada que por poco lo conducen al hospital. Con paso lento pero decidido,
Francisco llegó hasta la enfermera y le pidió sus pastillas.Ella, sin embargo, sólo le dio
una sola pastilla, negra azabache. Él se sintió extrañado y le preguntó si
su mejora hacía que sólo necesitase una pastilla, a lo que ella respondió con un gesto afirmativo
con la cabeza.
Detrás marchaba Amparito, a quien también le entregó una sola pastilla negra. Luego se acercó
Juan y también recibió una pastilla negra únicamente como medicación. Jose
Manuel, Miguelito, doña Almudena, el señor Luis, Felipe el chileno y una sucesión incontable de
ancianos recibieron, uno tras otro, la misma pastilla negra.
Francisco, el primero en tomar la pastilla, se sentía bien, cada vez con más fuerzas,
con un sentimiento positivo que le inundaba toda su personalidad. Se sentó en su cómodo sillón
y descansó unos minutos. Tenía sueño, así que cerró los ojos.
– “Hola Carmen, ¿qué tal? Justo ahora acabo de cruzarme con tu nueva
ayudante”, le informó.
Las dos, confundidas por esta extraña mujer a la que nadie conocía, regresaron
al salón del comedor del asilo. Cuando llegaron todos los ancianos estaban en
sus respectivos sillones. Todos parecían dormir, pero no estaban dormidos,
estaban muertos. Con una sonrisa leve en la cara. Y unos labios ligeramente
manchados de negro. No había ni rastro de la enfermera.
El grito de mamá
era una noche oscura, sin Luna, sin viento, profundamente tenebrosa, en un pequeño pueblo
marítimo del sur de Inglaterra. La pequeña Alice vivía con su madre Joan a solas,
se tenían la una para la otra. Su padre, a quien no recordaba en absoluto, hacía mucho tiempo
que había desaparecido más atraído en las faldas de otras mujeres que en las de su propia esposa.
Nunca había regresado.
Esperó de nuevo un par de segundos más. Nada. Silencio absoluto. Cuando Alice se dispuso a
bajar oyó el grito desgarrador de mamá.
¡AAAAHHHH!
Alice se quedó totalmente congelada. Su madre, la fuerte mamá protectora que siempre le cuida,
gritaba de auténtico terror. Antes de que pudiera reaccionar oyó de nuevo su grito.
Ante la llamada de auxilio de su madre, Alice corrió escaleras abajo. Pero todo estaba a
oscuras, la luz no había vuelto como en el piso superior. Mamá debía estar en la cocina y se
dispuso a caminar hacia allí cuando, de repente, una mano le tapó la boca y un brazo cogía su
menudo cuerpo y lo arrastraba al armario del descansillo, donde se cerró la puerta.
Pero Alice ya no estaba preocupada por mamá. Porque ahora estaba con ella. Se giró y vio la cara
de su madre preocupada señalando con el dedo índice sobre los labios que mantuviera silencio. Y
silencio mantuvo, mientras se preguntaba ¿quién o qué gritaba desde la cocina con la
misma voz que mamá?
El perro maldito
Había una vez un hombre al que le encantaban los perros, incluso más que las
personas, en su casa tenía muchos perros, pero había uno en especial al que él quería mucho, era
su favorito, su nombre era Satanás. Era un perro grande, de color negro, con mirada muy
profunda, un perro muy bravo al que nadie podía acercarse pues corrían el riesgo de ser mordidos,
incluso eso ocurrió en una ocasión, la mordida fue tan profunda que tuvieron que coser la herida
del niño que se había caído de u bicicleta justo enfrente de Satanás antes de que éste lo mordiera.
Debido a la agresividad de sus perros y al poco cuidado que tenía este hombre de
que no mordieran a alguien, la gente de su colonia decidió hacer algo al
respecto, lamentablemente, un grupo de personas no tan racionales, decidieron
tomar la justicia por sus manos, tomaron a un perro muy bravo, similar a Satanás
e hicieron que mordieran a el amante de los perros, él quedó muy lastimado y juró
vengarse, las heridas fueron tan grandes que antes de poder acudir al doctor, él
casi se había desangrado por completo, lo mismo hicieron con Satanás, lo
amarraron para que el otro perro acabara con él, antes de terminar desangrados,
el dueño de Satanás juro venganza, juró que con el cuerpo de su perro y su alma,
acabaría con ellos de la misma forma que ellos lo hicieron, fueron grandes las
burlas, pues no creían que fuera posible, al final, lo aventaron por una barranca
muy profunda.
Te lo advertí
Su madre le rogaba que dejara de hacer eso, que él no podía cobrar muertes por su mano, que no
estaba bien, a José no le interesaba nada de lo que su madre le decía, el seguía haciendo lo suyo,
un día cuando estaba a punto de dormir, se encontró con una figura negra en la puerta de su
recamara, – ha cobrado muchas vidas, las cuáles no le correspondían, y a quienes aún no les
tocaba, quiero hacer un trato, te daré más de la vida que te corresponde, pero tendrás que matar
a cada persona que yo te ordene. Sin dudarlo José aceptó y comenzó a trabajar para esa extraña
figura que se desvanecía con el viento cada vez que se veían. José mató a cada persona que le
ordenaron, un día, esa extraña figura negra se le apareció nuevamente, pero esta vez la tarea no
era tan fácil, -Tu madre- dijo. José no podía cumplir con esa consigna su madre era lo único que él
tenía así que se negó, la extraña figura se burlo de él, -Osas contradersirme?- preguntó –No sabes
lo que te espera- y se desvaneció nuevamente.
Después de ese día, visitaba a su madre todos los días, diciéndole cuanto la amaba, sin embargo,
no estaba tranquilo, ya que esa figura se presentaba en cada sueño que tenía, convirtiéndolos en
una pesadilla, lo veía en cada esquina, en cada rincón e sucasa, hasta que un día, su madre no
supo más de él, y él lo único que escucho fue –Te lo advertí-.