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𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐒𝐄𝐆𝐔𝐍𝐃𝐎

Lᴏs ᴅɪsᴛɪɴᴛᴏs ᴅᴇsᴛɪɴᴏs

ᴅᴇ ʟᴀs ᴀʟᴍᴀs ᴘᴇʀᴅɪᴅᴀs

不回头的方式

Las reglas del mundo permanecen en constante cambio, variando de acuerdo con el lugar y a las
costumbres, pero había algo que nunca cambiaría:

Quien tenga el mayor poder y sirvientes podrá actuar sobre todos los demás, sobre leyes y vidas,
sin consecuencia alguna.

Antes pensaba que era el tipo de poder que quería tener, pero no era realmente así. Sus únicas
motivaciones se habían reducido a sobrevivir y dejar de sufrir, pero para cumplir aquello primero
debía pelear, y pelear mucho.

El orfanato St. Century era más bien un manicomio, donde se acumulaba lo peor de la sociedad en
cuerpos pequeños y dosis que se salían de sus cuerpos por la inmensa cantidad. Había blancos,
negros, algunos asiáticos y otros pocos como él que venían de extremos lejanos, pero eso era lo
que menos importaba.

Lo que importaba era ganarse a los que tenían el poder, los adultos. Y él no fue capaz de
entenderlo hasta que se encontró con un poder mayor, uno al que nunca podría negarse aunque
quisiera.

Pero en esa época, con sus trece años, ya había vivido dos años de torturas y golpes por
desobedecer las reglas. Los guardias eran el triple de grandes que él y no dudaban en aprovechar
esa fuerza cuando lo encontraban robando comida o saliendo de su habitación en toque de queda.
Era mucho peor cuando lo encontraban en una pelea, aprovechaban la situación para desquitarse
y excusar las heridas como si hubiera sido todo su culpa.

Alessan se había vuelto una auténtica fiera. Desde el día en que comprendió que sus padres no
habían sido justos con él y lo habían desechado él decidió que no tenía a nadie a quien
obedecerle, no dejaría que nadie le ordenase ni mucho menos que le rebajase, pero en un
orfanato tan estricto esa forma de pensar se estaba volviendo contraproducente.

Era un contraste extraño con los demás chicos de ahí. Algunos nunca sonreían, otros eran
extremadamente dulces con los mayores, y otros eran una mezcla de ambas, esos eran los peores,
porque aprovechaban cualquier distracción para aprovecharse de los más pequeños, para
vengarse por lo que Alessan pensaba eran rencores que nunca podrían vengar con los verdaderos
culpables.

Él, a pesar de su mal humor y de su alma consumida por la ira, se sentía como el único que en
verdad vivía entre todos esos niños y niñas. Era el único que no se había conformado con ese lugar
como su nuevo hogar, ni mucho menos como una prisión dónde marcar territorio.
Él pensaba escapar, siempre había pensado eso.

Más aún cuando sabía que clase de personas adoptaban a los niños ahí.

Una de las cosas que Alessan nunca dejó de hacer sin importar los golpes y los castigos era escapar
a la calle. De tantas veces que lo habían descubierto escabulléndose por cualquier ventana
decidieron dejarle una habitación sola para él, esta sin ventana alguna y cerrada con seguro todas
las noches.

Ilusos, él había aprendido a viajar por la ventilación, y era un buen escondite cuando lo buscaban
los bravucones de dieciséis.

Gracias a eso y a que no le gustaba dormir en el orfanato pasaba todas las noches en vela,
viajando por las calles de Boston para buscar algún lugar lo suficientemente barato para quedarse
y donde a nadie le importara su edad. Tenía trece, sí, pero con la amargura arraigada a su rostro y
la fuerza que había tenido que acumular su cuerpo maduró para hacer parecer que llevaba un par
de años más con vida. Estaba seguro de que debía haber algún lugar donde lo recibieran, tanto
para vivir como para trabajar.

Permanecer en la calle toda la noche siempre le daba consecuencias en la escuela, pero era algo
que le importaba bastante poco. No ponía atención con sueño o sin él, y a los profesores tampoco
parecía importarle mucho si él lo hacía cuando había cuarenta niños más gritando o preguntando.
No estaba seguro de que las clases lo ayudaran a escapar de ese infierno de todos modos.

Esa noche todo estaba muy callado para el barrio en el que vivían, y aunque no estaba seguro de la
razón prefirió mantenerse en su forma de gato para no atraer la atención. Entonces supo la razón.

Un carro de policía pasó tan cerca suyo sin previo aviso que por poco le alcanza la cola. Escapó de
un salto y se metió a un callejón con el pelaje erizado. Se mantuvo pegado a la pared hasta que
sintió unas manos rodear su cuerpo, otra razón para estar al borde del ataque cardíaco.

—Mira esta cosita, esos hijos de puta casi lo destripan.—dijo una voz masculina, segundos antes
de encontrarse cara a cara con un adulto que lo había cargado y le estaba acariciando la cabeza.

Eso era nuevo, nadie solía acariciar un gato en la calle, normalmente porque creían que tendría
pulgas o porque él mismo se encargaba de ahuyentarlos con un gruñido. En ese momento no tuvo
tiempo de espantar al adulto cuando ya estaba siendo acariciado, sus genes felinos le fallaron y
ronroneo sin problemas.

—¡Mira, está ronroneando!

—Déjalo ya, Harper, tenemos que irnos de aquí antes de que nos quiten la mercancía.—habló otra
voz, era el compañero del tal Harper por lo que pudo entender.

—¿Y si lo llevamos con nosotros? Al menos por esta noche.

—No creo que le guste al jefe.

—No tiene que enterarse.

—Harper.
Harper suspiró frustrado con ese tono de amenaza, y bajó con lentitud a Alessan. Sin embargo,
cuando el otro adulto se descuidó Harper se lo guardó en un bolsillo de su enorme abrigo. Sabía lo
que eso significaba, y por eso no produjo el menor ruido en ese bolsillo lleno de monedas y bolsas
con polvos extraños, simplemente esperó a ver lo que aquella oportunidad le daba.

El viaje fue muy molesto e incómodo, Harper corría y lo hacía chocar con su pierna, y cuando subió
a un auto por poco lo aplasta.

Pero había llegado con vida a quién sabe dónde, al menos parecía cálido.

Tuvo que esperar un poco más, su protector caminó hasta una habitación, sonó la puerta cerrada,
y seguido de eso fue el glorioso momento en que lo sacó de su bolsillo. Pudo ver, tras ajustar la
vista, que esa era una habitación oscura por sus matices grises tanto en la cama como en las
cortinas, y tenía ropa y basura desperdigada, acumulada más que nada en los rincones. Harper lo
dejó sobre la cama, se quitó el abrigo y se sentó a su lado, dejándose caer de tal modo que le hizo
rebotar.

—Ashton se enojará mucho si sabe que te traje aquí, así que por el bien de los dos debes
mantener silencio, ¿de acuerdo?—le habló, confundiéndolo bastante. Nunca hubiera imaginado
que un adulto tendría la imaginación de hablar con un gato y ser tan suave a la vez. Ese adulto
volvió a cargarlo y se recostó en la cama, dejándolo en su pecho como si lo tomara igual a un
peluche—Te podría ir peor a ti, si somos claros, y no quisiera que eso pasara.

Era amable. Era extraño y nuevo, extremadamente grato para lo que quería permitirse y para lo
que estaba acostumbrado.

Harper no tardó en quedarse dormido, y aunque tuvo cuidado a la hora de bajar de su pecho pudo
notar que por el sueño pesado que tenía no le daría problemas. Se dirigió a la puerta cerrada con
seguro y supo que solo había una forma de salir, algo muy arriesgado, pero que tenía que hacer.

Volvió a su forma humana, sin hacer el más mínimo ruido abrió la puerta y la cerró no sin antes
dejar el seguro puesto.

El lugar en el que se encontraba era cada vez más extraño, un pasillo alargado y alumbrado por
unas pocas luces amarillas, daba n mal augurio en cada sombra y pronto comprendió porqué.

Lo primero que se encontró fue una pareja, ambos con la ropa mal puesta, pegados el uno contra
el otro en un rincón de esos interminables pasillos. Agachó la mirada y los dejó seguir con lo suyo,
avanzó en silencio pero con más rapidez.

Nunca había visto a dos personas así, era nuevo y lo dejó aturdido, un grave error para ese
momento en que se había colado… y por lo que chocó con alguien.

Alzó la mirada con terror, sabía que iba a estar en un terrible problema del que seguramente no
lograría escapar. Vaya que tenía razón.
El hombre con el que chocó se veía mucho mayor que Harper, su cabello oscuro llevaba algunas
canas y su barba estaba por ser completamente blanca. Sus ojos eran grises y uno de ellos era más
claro que el otro, parecía falso.

La mirada que le dio lo hizo retroceder, pero su expresión cambió en segundos y lo confundió más.

—¿Puedo saber que hace un cachorro que no conozco en mi mansión?

Alessan lo miró sin terminar de entender. ¿Lo había visto transformarse como para llamarlo así?

—Yo… me perdí… lo siento…

—Si estás perdido no veo por qué no ayudarte. Sígueme.

La voz de ese hombre trataba de ser suave, pero había cierto aire de orden que lo obligó a caminar
a su lado como si supiera que no había opción de negarse.

En el tiempo que caminaron juntos pudo ver a más detalle la mansión en la que estaban, un lugar
tapizado en rojo que se notaba ostentoso, lleno de otros adultos en traje que bebían, fumaban o
se drogaban en cualquier lugar. Nadie se metía con nadie, el aire era ligero a pesar del peso del
vicio.

—Creo que no me había presentado antes. Me llamo Victor, ¿y tú?

—Alessan…—apenas murmuró, sorprendido por su sumisión frente a esa persona, era la primera
vez en mucho tiempo que actuaba así.

—Un nombre encantador.—dijo el adulto, abrió la puerta de un despacho y le invitó a pasar


primero—¿Y por qué te encuentras perdido? ¿Dónde está tu hogar?

—No… no tengo.—aseguró. Ambos se detuvieron para ese momento, Victor

sujetó su mentón con extremo cuidado y le hizo alzar la mirada.

—Tienes mucha suerte por haber llegado a este lugar, es el mejor para las personas sin hogar, y si
te quedas podría volverse lo que tú más quieras.

—¿Lo que yo más quiera?—aquellas palabras ganaban su confianza con disimulo, como una
serpiente enredándose en el cuerpo de su víctima.

—Así es, puede ser tu nuevo hogar, yo puedo ser tu padre si eso te gustaría.—ni siquiera puso
atención a esa sonrisa que guardaba matices de maldad pura, era lo que causaba escuchar esas
palabras que llevaba años queriendo escuchar.

¿Un hogar? ¿Un padre? Creía que de verdad podría vivir lo que le habían negado sus verdaderos
padres, un lugar lleno de amor en el que siempre se sentiría seguro. La actitud que tuvo Harper
con él fue el impulso que faltaba.

—Quiero quedarme aquí. ¿Me adoptará, señor?—y también era la primera vez que hablaba con
esa educación hacia un adulto. Alessan era muy fácil de manipular, sus sentimientos estaban tan
quebrados que no podía evitar ceder a la más mínima muestra de afecto o de posible afecto.
Estaba desesperado, a tal punto de que podía ver el cielo en medio de fuego y muerte. Estaba
cegado por la necesidad de pertenecer a un lugar que lo hiciera sentir bien.

—Puedes empezar a llamarme papá, mañana me encargaré personalmente de que seas mío.

Alessan nunca fue lo suficientemente fuerte como para plantarse ante sus padres, nunca fue lo
suficientemente inteligente como para entender las reglas secretas de ese orfanato del que por fin
iba a salir.

Y no era lo suficientemente valiente como para ir por el mundo por su cuenta. Siempre, como una
forma inherente de su ser, iba a necesitar a alguien a quien pertenecer, para bien o para mal.

Era una marioneta a la espera de un amo que le susurrara dulces mentiras para moverse a su
merced.

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