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| Diego Ramos Bona

HISTORIA
DE TEMA 6 “EL SEXENIO DEMOCRÁTICO”
ESPAÑA
1. Revolución de 1868
Causas de la revolución (económicas)

La recesión se manifestó a un nivel financiero e industrial, y constituyó la primera gran crisis


del sistema capitalista a nivel internacional, pero también coincidió con una crisis de
subsistencias.

La crisis financiera, provocada por la bajada del valor de las acciones en Bolsa, se originó a
raíz de la crisis de los ferrocarriles. La construcción de la red ferroviaria implico una gran
inversión de capitales en Bolsa, pero al comenzar la explotación de las líneas, su rendimiento
económico fue menor del esperado. El escaso desarrollo industrial español no fue suficiente
para que el transporte de mercancías y viajeros tuviese una gran demanda, y el valor de las
acciones se desplomó. Los inversores exigieron subvenciones al gobierno, pero este carecía de
fondos y le era imposible recurrir al préstamo, ya que las cotizaciones de la deuda pública
también se habían desplomado. La situación provocó la crisis de muchas entidades
financieras, que cancelaron sus créditos y extendieron la alarma hacia particulares y empresas.

La crisis financiera coincide con una crisis industrial, sobre todo en Cataluña. La industria textil
se abastecía en gran parte con algodón importado de EEUU, pero la guerra de Secesión
americana encareció su importación.

La crisis de subsistencias se inició en 1866 y la causó una serie de malas cosechas que dieron
como resultado una escasez de trigo, alimento básico de la población española.
Inmediatamente, los precios subieron.

La combinación de ambas crisis agravó la situación en el campo, el hambre condujo a un clima


de fuerte violencia social y en las ciudades se generó una oleada de paro.

Causas de la revolución (políticas)

A mediados de la década de 1860, gran parte de la población española tenía motivos de


descontento contra el sistema isabelino. Los grandes negociantes reclamaban un gobierno
que tomase medidas para salvar sus inversiones en Bolsa, los industriales exigían
proteccionismo, y los obreros y campesinos denunciaban su miseria. En 1866, después de la
revuelta de sargentos del Cuartel de San Gil, O’Donell fue apartado del gobierno pero los
siguientes gabinetes del Partido Moderado continuaron gobernando por decreto, cerraron las
Cortes e hicieron oídos sordos a los problemas del país.

Ante la imposibilidad de acceder al poder por los mecanismos constitucionales, el Partido


Progresista dirigido por Prim se negó a participar en las elecciones y defendió la conspiración.
En la misma posición se situaba el Partido Demócrata, de modo que ambos partidos firmaron
el Pacto de Ostende en 1867.
El compromiso proponía el fin de la monarquía isabelina y dejaba la decisión sobre la nueva
forma de gobierno –monarquía o república- en manos de unas Cortes constituyentes, que
serían elegidas por sufragio universal.

A dicho pacto se adhirieron los unionistas en noviembre de 1867, tras la muerte de O’Donell.
Esta adhesión fue fundamental para el triunfo de la revolución y para definir su carácter. Por
un lado, los unionistas (Serrano) aportaron una buena parte de la cúspide del ejército, dado
que contaban con muchos de sus altos mandos.

Desarrollo (la revolución del 68 y el gobierno provisional)

El 19 de septiembre de 1968, la escuadra concentrada en la


bahía de Cádiz, al mando del almirante Topete, protagonizó un
alzamiento militar contra el gobierno de Isabel II. Prim, exiliado
en Londres, y Serrano, desterrado en Canarias, se reunieron con
los sublevados y rápidamente consiguieron el apoyo de la
población, tras la publicación de un manifiesto en el que se
pedía a los ciudadanos que acudiesen a las armas para
defender la libertad, el orden y la honradez.

El gobierno de la reina Isabel II se aprestó a defender el trono con las armas. Envió desde
Madrid un ejército para enfrentarse con los sublevados. Ambas fuerzas se encontraron en
Puente de Alcolea, cerca de Córdoba, donde el día 28 de septiembre se libró una batalla que
dio la victoria a las fuerzas afines a la revolución. El gobierno no vio más salida que dimitir y la
reina se tuvo que exiliar.

Además del pronunciamiento militar y de los hechos bélicos, en la revolución tuvieron un gran
protagonismo las fuerzas populares, sobre todo urbanas, dirigidas por demócratas y
republicanos.

En muchas ciudades españolas se constituyeron Juntas Revolucionarias, que organizaron el


levantamiento y lanzaron llamamientos al pueblo. Las consignas eran libertad, soberanía
popular, separación de la Iglesia y el Estado, supresión de las quintas, sufragio universal,
abolición de impuestos de consumos, reparto de la propiedad o proclamación de la república.

El radicalismo de algunas propuestas de las Juntas Revolucionarias no era compartido por los
dirigentes unionistas y progresistas, que ya habían visto cumplido el objetivo de derrocar a la
monarquía. En los primeros días de Octubre, tras entrar en Madrid, los sublevados,
propusieron a la Junta Revolucionaria el nombramiento de un Gobierno provisional de
carácter centrista, sin consultar a las Juntas provinciales ni locales.

El general Serrano fue proclamado regente, y el general Prim, presidente del gobierno.

El nuevo ejecutivo ordenó disolver las Juntas y desarmar la Milicia Nacional, dejando patente
que una cosa era derrocar a los Borbones y otra pretender cambios revolucionarios en el
sistema económico o político.
2. Constitución de 1869
La Constitución de 1869 y la regencia

El nuevo Gobierno provisional promulgó una serie de decretos para dar satisfacción a algunas
demandas populares y convocó elecciones a Cortes constituyentes. Los comicios, celebrados
en enero de 1869, fueron los primeros en España que reconocieron el sufragio universal
masculino. Las Cortes se reunieron en el mes de febrero y crearon una comisión parlamentaria
encargada de redactar una nueva Constitución, que fue aprobada el 1 de junio de 1869.

La Constitución de 1869, la primera democrática de la historia, estableció un amplio régimen


de derechos y libertades:

Se reconocían los derechos de manifestación, reunión y asociación


Libertad de enseñanza
Igualdad para obtener empleo
Libertad de profesar cualquier religión
Proclamaba la soberanía nacional

El Estado se declaraba monárquico, pero la potestad de hacer las leyes residía en las Cortes.

El intento de renovación económica

Uno de los objetivos de “La Gloriosa” era reorientar la política económica. Se pretendía
establecer una legislación que protegiera los intereses económicos de la burguesía nacional y
de los inversores extranjeros.

Se caracterizó por la defensa del librecambismo y por la apertura del mercado español a la
entrada de capital extranjero.

El ministro de Hacienda suprimió la contribución de consumos. Para compensar la pérdida de


ingresos, introdujo la contribución personal, que gravaba a todos los ciudadanos de forma
directa según su renta. Otro decreto estableció la peseta como unidad monetaria en un
intento de unificar y racionalizar el sistema monetario.

Pero el problema más grave era el estado de la Hacienda española, la deuda pública. Además,
la grave crisis de los ferrocarriles sólo parecía tener solución utilizando recursos públicos para
subvencionar a las compañías ferroviarias. Todo ello se pretendió solucionar mediante la Ley
de Minas de 1871, que ofrecía unas generosas facilidades a la entrada de capitales exteriores.
Con los ingresos obtenidos de la llamada desamortización del subsuelo, se hizo frente a la
devolución de los préstamos.

La última gran acción sobre la economía fue la liberalización de los intercambios exteriores,
aprobada mediante la Ley de Bases Arancelarias, que ponía fin al proteccionismo español. Esta
medida contó rápidamente con la oposición de los industriales algodoneros catalanes y con los
cerealistas del interior, que veían peligrar su monopolio sobre el mercado español.
3. Amadeo I (1871-1873)
Un monarca para un régimen democrático

Prim fue el encargado de sondear a los embajadores extranjeros y de llevar


a cabo las negociaciones necesarias para establecer un consenso
internacional sobre el candidato más idóneo para el vacante trono español.
Consiguió imponerse la candidatura de Amadeo de Saboya, un hombre con
una concepción democrática de la monarquía y miembro de una dinastía que
gozaba de gran popularidad por haber sido la causante de la unificación de
Italia.

El nuevo monarca, de sólo veintiséis años, fue elegido rey de España por las Cortes en
noviembre de 1870. Tres días antes de su llegada, habían asesinado al general Prim, con lo
que el nuevo monarca se quedo sin su valedor y su consejero más fiel. El 2 de enero Amadeo
fue proclamado rey y, tras tomarle juramento, las Cortes Constituyentes se disolvieron para
iniciar una nueva etapa de la monarquía democrática.

Las dificultades de la nueva monarquía

La nueva dinastía contaba con escasos apoyos. Satisfacía a progresistas y unionistas y, aun así,
no todos los sectores de dichos partidos estaban de acuerdo. Además, el rey y su esposa
contaron desde el principio con la clara oposición de la aristocracia, el clero y las camarillas
cortesanas de la época de Isabel II, sobre todo cuando el monarca mostró su intención de
mantener una neutralidad en cuestiones políticas y redujo el boato de la Corte. Asimismo, una
parte del ejército no mostró su resistencia a expresar fidelidad al nuevo monarca, lo que fue
especialmente grave cuando se desencadenó el conflicto carlista o se inició la guerra de
Cuba. Tampoco obtuvo el favor popular, por causa quizá del arraigo del republicanismo.

Una vez establecido el sufragio universal y las libertades políticas, el nuevo monarca pretendió
consolidar un régimen plenamente democrático. Pero los dos años de reinado de Amadeo se
vieron marcados por dificultades constantes.

Una permanente inestabilidad

Amadeo I contó desde el principio con la oposición de los moderados, que consideraban
ilegítima a la nueva dinastía y continuaban fieles a los Borbones. Conscientes de la
impopularidad de Isabel II, empezaron a organizar la restauración borbónica en
la persona del príncipe Alfonso, hijo de la reina. Cánovas del Castillo, el principal
dirigente de este grupo, fue captando a muchos disidentes unionistas y
progresistas. Esta opción contó con los apoyos de la Iglesia, contraria a la nueva
situación, sobre todo después del decreto de Prim que obligaba al clero jurar la
Constitución de 1869. También apoyó a los moderados la élite del dinero,
opuesta a un régimen que legislaba en contra de sus intereses: abolición de la esclavitud en
Cuba.

La llegada de Amadeo de Saboya dio argumentos a un sector del carlismo para volver a
intentar métodos de insurrección armada y, en 1872, una vez desaparecida Isabel II, se
sublevaron animados por las posibles expectativas de sentar en el trono a su candidato
Carlos VII. La rebelión se inició en el País Vasco y se extendió a Navarra y a zonas de Cataluña y
se convirtió en un foco permanente de problemas e inestabilidad.

Amadeo I tampoco contaba con el respaldo de los sectores republicanos ni de los grupos
populares que aspiraban a un cambio de sistema social. En 1872 se produjeron nuevas
insurrecciones de carácter federalista, en las que se combinaba la acción de los republicanos
con la influencia de las ideas internacionalistas, especialmente de carácter anarquista.

Asimismo, en 1868 se inició, con el llamado Grito de Yara, un conflicto en la isla de Cuba
(Guerra de los diez años). La insurrección, dirigida por algunos propietarios criollos (blancos
nacidos en la isla) contó rápidamente con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud
en la isla. La negativa de los sectores económicos españoles con intereses en Cuba frustró la
posibilidad de una solución pacífica al conflicto.

Ahora bien, la crisis final del reinado de Amadeo de Saboya fue resultado de la desintegración
de la coalición gubernamental. Así, en dos años, se formaron seis gobiernos y hubo que
convocar elecciones tres veces.

Finalmente, privado de todo apoyo, el 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya presentó su


renuncia al trono.
4. I República (1873.1874)
La proclamación de la República

La proclamación de la Primera República española fue la salida más fácil ante la renuncia de
Amadeo de Saboya. Fue aprobada el 11 de febrero de 1873. Para presidir el gobierno fue
elegido el republicano federal Estanislao Figueras.

La República nació con escasas posibilidades de éxito, lo que se evidenció en el aislamiento


internacional del nuevo sistema. Salvo Estados Unidos y Suiza, ninguna potencia reconoció la
República española, a la que veían como un régimen revolucionario que podía poner en
peligro la estabilidad de una Europa mayoritariamente burguesa y conservadora.

A pesar de todo, la república fue recibida con entusiasmo por las clases populares, que
creyeron que había llegado el momento de cumplir sus aspiraciones de cambo social. Los
federales ocuparon las corporaciones de muchos municipios y constituyeron Juntas
revolucionarias para desplazar de la Administración a antiguos cargos monárquicos. En
Andalucía se produjo un movimiento insurreccional que pretendía dar solución al problema de
reparto de tierras entre el campesinado. En las ciudades se produjeron también amplias
movilizaciones populares; entre el movimiento obrero, especialmente el catalán.

Sin embargo, gran parte de los dirigentes del republicanismo federal, estaban lejos de las
aspiraciones revolucionarias. El interés de éstos por respetar la legalidad se exteriorizó en la
disolución de las Juntas y la represión de las revueltas populares. Pacificado el panorama, se
convocaron elecciones a Cortes constituyentes, que ganaron los republicanos.

El intento de instaurar una República federal

Las Cortes se abrieron el 1 de Junio de 1873 y el día 7 proclamaron la República Democrática


Federal. La presidencia quedó en manos de Estanislao Figueras, quien tomó las primeras
medidas reformistas. Pero la falta de recursos del Estado y la desorganización del ejército
provocaron su dimisión, y el gobierno pasó a manos de Pi y Margall, que quedó encargado de
elaborar una Constitución federal para España.
El proyecto de Constitución federal

En julio se presentó en las Cortes el proyecto de la nueva Constitución, pero prácticamente no


llego a ser debatido y, por consiguiente, tampoco fue aprobado. Su propósito era emprender
importantes reformas.

La Constitución Republicana Federal de 1873 seguía la línea de la Constitución de 1869 en


relación a la implantación de la democracia y al reconocimiento de amplios derechos y
libertades. La República tendría un presidente y, en cuanto a las Cortes, se mantendrían las
dos cámaras, el Senado y el Congreso. Se declaraba la libertad de culto y la separación de la
Iglesia y el Estado; se ratificaba la abolición de la esclavitud en las colonias, la supresión de las
quintas, la reforma de los impuestos y una legislación proteccionista en el ámbito laboral.

El aspecto más novedoso era la estructura del Estado. Se establecería que la Nación española
estaba compuesta por diecisiete Estados, entre ellos Cuba, y declaraba que el poder emanaba
de tres niveles: municipios, Estados regionales y Estado federal. Los Estados regionales
tendrían autonomía económica, administrativa y política, y elaborarían sus propias
constituciones, también compatibles con la del Estado federal. El proyecto de Constitución
planificaba un Estado no centralista, y recogía tradiciones regionalistas.

Los conflictos armados

La Primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas que paralizaron la acción del
gobierno.

Uno de ellos fue una insurrección carlista. En el mes de julio se extendió por gran parte de
Cataluña, desde donde se hicieron incursiones hacia Teruel y Cuenca, y se consolidó en las
provincias vascas y el Maestrazgo. En las zonas sublevadas se fue articulando un embrión de
Estado, y los ayuntamientos y diputaciones se organizaron bajo principios forales e impulsaron
la lengua propia y las instituciones regionales.

La Guerra de Cuba continuaba extendiéndose y cuya situación la República fue incapaz de


mejorar. Aun así, los gobiernos intentaron dar una solución al problema cubano con el
proyecto de estructuración federal del Estado, que consideraba a Cuba un territorio más de la
Federación española.
La sublevación cantonal

La sublevación cantonal fue el conflicto más grave. El cantonalismo era un fenómeno


complejo en el que se mezclaban aspiraciones autonomistas propiciadas por los republicanos
federales intransigentes con las aspiraciones de revolución social inspiradas en las nuevas
ideas internacionalistas. La proclamación de cantones independientes, con sus gobiernos
autónomos y su propia legislación, fue la consecuencia de aplicar de forma radical y directa la
estructura federal desde abajo, impulsada, al mismo tiempo, por el deseo de avanzar en las
reformas sociales.

En las zonas con fuerte implantación republicana, la población, radicalizada por las
conspiraciones revolucionarias expandidas por los núcleos anarquistas de la Internacional, se
alzaron en cantones independientes. Los protagonistas de los alzamientos cantonalistas eran
un conglomerado social.

El presidente Pi y Margall se opuso a sofocar la revuelta por las armas y dimitió, siendo
sustituido por Salmerón, quien dio por acabada la política de negociación con los cantones e
inició una acción militar.

Salmerón dimitió a principios de septiembre al sentirse moralmente incapaz de firmar las


penas de muerte impuestas por la autoridad militar. La presidencia recayó entonces en Emilio
Castelar, dirigente del republicanismo unitario, mucho más conservador en cuestiones
sociales. La República inició un progresivo desplazamiento a la derecha.

El nuevo ejecutivo intentó aplicar una política de autoridad y fuerza para controlar los
problemas que aquejaban al país. El 13 de septiembre, Castelar consiguió plenos poderes de
las Cortes para reorganizar el ejército, obtener un crédito y gobernar con el parlamento
cerrado.

El fin de la experiencia republicana

Desde septiembre de 1873, la República dio un vuelco conservador con el nuevo gobierno de
Castelar.

Castelar no tenía mayoría en las Cortes, y temiendo ser destituido por la mayoría federal,
había suspendido las sesiones parlamentarias y gobernó autoritariamente, respaldando a los
sectores más conservadores y concediendo amplias atribuciones a los jefes militares. Ante esta
situación, en diciembre del mismo año, un sector importante de los diputados llegó al
acuerdo de plantear una moción de censura al gobierno.

El día 3 de enero de 1874 se abrieron las Cortes y el gobierno de Castelar fue derrotado. Era
inminente la formación de un gobierno de izquierdas pero, al conocer este hecho, el capitán
general de Castilla la Nueva, Manuel Pavía, exigió la disolución de las Cortes. Los diputados
se resistieron en principio pero, ante la invasión del hemiciclo por Pavía con fuerzas de la
Guardia Civil, abandonaron la Cámara. Era el día 4 de enero de 1874.
El poder pasó en los meses siguientes a manos de una coalición de unionistas y progresistas
encabezada por el general Serrano, que intentó estabilizar un régimen republicano de
carácter conservador. Pero la base social que podía apoyar un proyecto de este tipo ya había
optado por la solución Alfonsina.

El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento militar de Arsenio Martínez Campos en


Sagunto, proclamó rey de España a Alfonso XII.

Anteriormente, Isabel II ya había abdicado en su hijo, y Cánovas del Castillo se había


convertido en el dirigente e ideólogo de su causa. El 1 de diciembre del mismo año, el
príncipe Alfonso de Borbón había firmado el manifiesto de Sandhust, redactado por Cánovas
del Castillo, que sintetizaba el programa de la nueva monarquía Alfonsina: un régimen de
signo conservador y católico que garantizaría el funcionamiento del sistema político liberal y
restablecería la estabilidad política y el orden social.

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