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Jean Douchet
correr de este arte del cual ha surgido y donde, desde ese momento,
como ser vivo y singular, alcanzará su plenitud, solo e independiente.
Una vez más, y por encima de todo, el artista necesitará ahí de la crí-
tica. Ya que la tentación es fuerte, y son pocos los artistas que consi-
guen no ceder en algún momento de su carrera, y a veces para siem-
pre, a arrancar la forma de su arte y apropiarse de ella, sin respetar la
vida propia y específica de ese arte. Aquellos que cuestionan a Eisens-
tein, Welles o Resnais me comprenderán. El artista necesita ser un
afluente que, por la calidad original de su fuente, enriquezca y modi-
fique el grueso del río en el cual voluntariamente se ahoga para vivir
mejor. Tiene que evitar esa tentación megalómana de captar las aguas
del río para fabricar una magnífica pieza de agua en la que se obtiene
un espejo que sólo refleja su propia imagen, orgullosa y solitaria. El
esplendor aparente de una obra semejante no consigue disimular que,
en este caso, se trata de un agua estancada. Para el artista, más aún que
para el crítico, ¡qué peligrosa y difícil resulta esa búsqueda incesante
de armonía entre su pasión y la lucidez!
En cualquiera de los estadios en que lo examinemos, todo, en la
actividad del artista, implica una actitud crítica. Y he omitido volun-
tariamente los momentos en los que esa actitud será manifiesta. Al so-
meter las influencias estéticas u otras que experimenta, como sus pro-
pias obras acabadas, a un perpetuo y severo examen, aceptando o
rechazando los elementos que le convienen o no, optando por tal o tal
vía y, sobre todo, intentando alcanzar, sometiéndose a ello, la esencia
de su arte, entabla un combate cuyo envite es el de la supervivencia de
su sensibilidad, asegurada por la vida misma de su arte. Transmite a
un rastro, dotado él mismo de una sensibilidad propia, el cuidado de
perpetuar para siempre la riqueza de una conciencia íntima.
A la crítica le corresponde descubrir su brillantez, y preocuparse
por mantener la vitalidad de esa llama. ¿Cómo? Operando con el mis-
mo procedimiento que ha permitido la eclosión de esa obra. Su sensi-
bilidad no tiene que afrontar el mundo como lo ha de hacer la del ar-
tista, de donde resultará la creación de una obra, sino simplemente,
sin claudicar en absoluto de sí misma, afrontar esta obra a partir de la
cual descubrirá el mundo del artista. Lo ideal, evidentemente, sería re-
montar —siempre basándose, y del modo más estricto posible, en la
forma del objeto, a falta de lo cual nos deslizamos irresistiblemente
hacia el delirio interpretativo— al punto sensible, una especie de pun-
to de fijación hacia el cual han convergido todas las impresiones ex-
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palabras en dónde hay arte en una obra, cuando realmente el arte está
presente en esa obra, se ve forzada a demostrar que en tal otra no hay
arte, o al contrario, si se equivoca, a descubrir arte allí donde no lo
hay. En este sentido, las películas de Eisenstein, Welles y Resnais tie-
nen una importancia capital. Son pan bendito para la crítica, y no es
por casualidad por lo que a partir de ellos principalmente, sea a favor,
sea en contra, aquélla intente definir lo que es el cine. Del mismo
modo, cuando los cinefilos rechazan a esos cineastas, están más uni-
dos por sus rechazos que por sus admiraciones. Despreciar lo mismo
implica gustos comunes, sensibilidades afines y una misma manera, a
pesar de las variaciones personales, de aproximarse al arte.
Sólo el artista demuestra lo que es el arte creando. El amateur y el
crítico no pueden más que captar la idea, experimentar intuitivamen-
te su naturaleza. He aquí una limitación que contradiría lo que avan-
zaba antes a propósito de la crítica creativa. Sin embargo, no exacta-
mente, puesto que pienso que el artista es primero y ante todo un
crítico... que ha alcanzado su objetivo, y que la crítica relacionada ín-
timamente con el arte sólo se realiza de manera plena en él. Una ojea-
da histórica sobre la evolución de las artes muestra de hecho que son
los propios artistas los que segregan la crítica en tanto que función in-
dependiente. Al principio de un arte, o del renacimiento de un arte,
crítica y arte se confunden. El verdadero creador es consciente de su
arte y se somete a él. Incluso podemos decir que un Giotto, un Ho-
mero, como un Griffith, encuentran, por instinto y de entrada, la
extensión y todas las posibilidades de su arte. La crítica empieza
a despegarse del artista cuando se trata de profundizar ciertas vías
simplemente esbozadas por los pioneros, o cuando técnicas nuevas
vienen a modificar la concepción del arte y a abrir nuevas perspecti-
vas. El artista siente entonces el deseo de trasladar su diálogo íntimo
a la plaza pública. De interior, su crítica pasa a convertirse en exterior.
Los primeros verdaderos críticos, como los primeros verdaderos
teóricos, son los propios artistas. Fueron el Quattrocento en la pintu-
ra, la Pléiade en la literatura francesa, Monteverdi en la música. Fue-
ron también, en el momento del romanticismo, Hugo, Delacroix y
Berlioz, u hoy en día, Joyce, Schoenberg, Le Corbusier. Cada vez que
el artista piensa en una concepción diferente de su arte, cada vez
que debe forjar en el público una sensibilidad nueva a la cual se diri-
girá su obra, vemos cómo deja las esferas olímpicas de la creación y
entabla un combate, proclama sus admiraciones y expresa su despla-
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