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Desde el primer encuentro con una mujer que consulta por haber sido violentada se
inicia un proceso que denominaremos entrevista de consulta y orientación. Éstas
aluden a un conjunto de acciones que se desarrollarán entre la mujer que consulta y el
profesional que la recibe. El número y la frecuencia de estas entrevistas variará de
acuerdo con lo que requiera quien demanda asesoramiento y/o asistencia. Se trata de
entrevistas análogas a las de admisión que se realizan en algunas instituciones, aunque
aquí se propone una modalidad de trabajo en la que el profesional intervenga
activamente desde el primer encuentro. Se propone, entonces, un modelo posible y
alternativo de encuentro que de la posibilidad de ampliar los modelos estereotipados
de recolección de datos. El objetivo de estas entrevistas es actuar sobre la realidad de
la consultante, ayudándola a lograr una integración de lo que ella piensa, siente y hace,
es decir que cada intervención profesional articule los diversos aspectos que cada
consultante requiere. Esto contribuirá a que la percepción de la violencia padecida se
resignifique, ofreciendo diversas formas de enfrentar sus alcances.
Esta modalidad de trabajo propone evitar que se propicien nuevas violencias en el
ámbito de la consulta: encuentros rápidos o despersonalizados que desatienden la
demanda, planteo de diagnósticos apresurados, tiempos de espera en los pasillos
hasta que se concrete la asistencia y/o el asesoramiento. Recibir a la mujer y trabajar
sobre los puntos más urgentes le dará el marco de contención que necesita. Pero no se
trata acá de “mejorar” en estas entrevistas a quien consulta, sino de ayudar a
enfrentar los efectos de la violencia mediante intervenciones profesionales. Esta
modalidad de trabajo se orienta hacia la comprensión de la situación actual de la
mujer e intenta centrar la atención sobre los problemas y las posibles soluciones de las
primeras dificultades.
Desde el primer encuentro se debe explicitar a la consultante que las entrevistas de
consulta y orientación tienen un principio, un desarrollo y un cierre. Se accederá a éste
cuando se hayan ofrecido la mayor cantidad de elementos que ayuden a enfrentar y
resolver los efectos más inmediatos de la violencia. A partir de allí, se evaluará lo
trabajado entre quien entrevista y quien consulta, y se realizará la derivación a otros
tipos de asistencia: asesoría legal, consulta médica, asistencia psicoterapéutica. Sin
embargo, suele ocurrir que estas derivaciones no sean inmediatamente necesarias
cumpliendo las entrevistas, por sí mismas, con la función de contención y
asesoramiento que la demanda solicita. En cualquiera de estos casos se dejará abierta
la posibilidad de nuevos encuentros, con miras a seguir elaborando la problemática.
A través de esta modalidad de trabajo se logra, en la mayoría de los casos, que la
persona que fue violentada obtenga alivio y una mayor comprensión sobre lo que le
ocurre. Esto permitirá que las posibilidades de recuperación sean mayores. La
dinámica de estas entrevistas y el marco operacional que les es propio contribuirán a
la reflexión sobre las prácticas en violencia.
Los momentos transicionales del saber
“No puedo creer que a esta mujer tan fea y con ese aspecto la hayan violado”.
Entonces, queda claro que, a pesar del buen entrenamiento que se puede tener en
tema de violencia, es necesario, por un lado, estar atento para que no se filtren estos
efectos residuales. Y por otro, estar abiertos a repensar los alcances que los marcos
teóricos tienen en cada caso singular.
El ámbito creado para la tarea en violencia constituye un espacio transicional. El
saber tiene su destino de transicionalidad, necesita de pasajes continuos a otros
saberes, de cuestionamientos y revisiones que irán condicionando las prácticas. En
relación con la práctica en violencia, se pueden hacer por lo menos dos planteos: o se
manejan determinados conocimientos en los que pesan los prejuicios personales, los
mitos y las creencias sociales, o se consideran aquellos saberes más innovadores que
incluyan perspectivas cuestionadotas, como la de género. En este sentido, una de las
tareas básicas de los operadores y de los equipos de trabajo consiste en revisar cómo
los integrantes se adhieren a uno u otro conocimiento, cómo entrecruzan y/o
superponen los diferentes saberes y perspectivas. En la transición por las diversas
formas de acercarse a la violencia se produce un caos cognitivo, porque el peso de lo
establecido puede llegar a inhibir las posibilidades de desestructurar conocimientos
previos y generar otras formas de comprender y operar. Trabajo reconstructivo que
implica tolerar las vivencias de ambigüedad derivadas de la producción de nuevas
ideas y prácticas diferentes.
El conflicto se plantea entre una lógica convencional que responde a los discursos
tradicionales acerca de la violencia y una lógica transicional que crea incertidumbre.
Los momentos transicionales del saber, por la ambigüedad que les propia, siempre van
a cuestionar lo establecido. Cuando la incertidumbre se hace intolerable, se siente la
urgencia de definir situaciones y tomar decisiones rápidas vinculadas, por lo general al
acatamiento a lo conocido. Esto reduce los imprevistos y las perplejidades y disminuye
la creatividad en la función profesional.
La propuesta, entonces, es reexaminar críticamente la transición. Lo semejante y lo
diferente de teorías y prácticas, las relaciones de poder dentro de un equipo que
condicionan o imponen saberes, y la legitimación de una práctica que de existencia
social a la problemática de la violencia. Por otra parte, es fundamental tener en cuenta
que los saberes no están despegados de los efectos emocionales que provocan. A estas
consecuencias de la práctica las denominamos los efectos de ser testigo.
La interrelación de estas propuestas será clave para la evaluación crítica de las
tareas realizadas. Si no se evalúa la transicionalidad del saber, el grupo quedará
rigidizado, ritualizado, sin posibilidades de crear nuevos conocimientos que aumenten
la eficacia de las prácticas.
Las situaciones concretas de violencia que traen las consultantes exigen revisar si
responden a las teorías y prácticas que se conocen o si reclaman prácticas que pueden
parecer inapropiadas, transgresoras o contradictorias con los marcos conceptéales que
se manejan. Los profesionales, entonces, o se someten a lo conocido, o lo interrogan
y/o desafían. Para ello es necesario utilizar los conocimientos disciplinarios como un
conjunto de teorías y prácticas capaces de dilucidar cada situación, apelando a una
flexibilidad y a una creatividad que respondan, en cada caso de violencia, a la demanda
específica.
En el ámbito del encuentro con una consultante aparecen por lo menos dos tipos de
saberes:
Entonces, hay un saber de quien sabe sobre violencia y también un saber de quien
la padece. Existe un encuentro imposible entre estos dos saberes. Como dice Marcelo
Viñar (1988), no es lo mismo pensar en abstracto el miedo al daño físico ya la muerte
que pensar en “mis miedos y mi muerte”. Si bien este autor ha centrado su trabajo en
las situaciones creadas por el terrorismo de Estado, podemos incorporar sus
investigaciones a la violencia de género y proponer a los profesionales el desafío de
“hacer posible ese encuentro imposible”. Porque entre el “ustedes no pueden saber lo
que es ser violentada” que expresan las víctimas y el “nosotros no lo sabíamos” que
dice la gente, se introduce la afirmación del victimario: “yo lo sé todo”. El desafío del
profesional consistirá en desestimar esta última afirmación.
En su trabajo, el profesional intentará conocer algo más acerca del saber de las
víctimas. Para esto es necesario que la escucha establezca una simetría en la relación
consultante-profesional que sea consecuencia de lo que uno y otro saben, de lo que no
saben o de lo que saben de diferente forma. Una escucha alerta que cuestione ese
saber dogmático que se suele instrumentar a los fines de evitar el malestar y la
incertidumbre que producen los hechos de violencia, una escucha que incluya el no
saber del profesional y la interrogación permanente al propio conocimiento. Se
requiere, entonces, que las certezas teóricas sean puestas en cuestión y se abran a
respuestas e intervenciones alternativas que se adecuen a esta problemática. La
escucha, por consiguiente, deberá implementarse partiendo de una perspectiva crítica
de las teorías y de las prácticas. De esta manera se harán más explicables y
comprensibles las vivencias de las mujeres. Sin embargo, aunque se llegue a saber algo
más de “qué se trata” cuando una persona dice “yo fui golpeada”, “yo fui violada”,
estas vivencias no podrán ser totalmente abarcadas por el profesional.
La transicionalidad en
el espacio de la consulta
La crisis que atraviesa una mujer que padeció violencia produce rupturas en la
continuidad del sí mismo, en las relaciones con el medio junto con vivencias y fantasías
específicas. Entonces se crea una situación de transición y de pasaje. Esto significa que
se pasa de la incapacidad para manejar la pasividad de los estímulos displacenteros
originados por la violencia a la capacidad para reconocer y asumir la realidad de lo que
pasó. Para que este pasaje se produzca, la crisis debe ser elaborada.41
Los efectos de ese hecho traumático volvieron frágil el yo a causa del desborde de
tensión y angustia. Es importante, por lo tanto, operar sobre las funciones del yo. Estas
41
En sentido general aludimos al concepto de elaboración para dar cuenta de un proceso que se
caracteriza por el trabajo que tiene que realizar el aparato psíquico de la persona agredida. La finalidad es
transformar y reducir el monto de tensión, angustia y malestar y los síntomas concomitantes producidos
por el hecho traumático (Laplanche y Pontalis, 1971).
consisten en la posibilidad de percibir y atender, recordar, conectar, asociar,
discriminar y diferenciar lo que atañe tanto a sí misma como a los diversos
componentes de la situación violenta. También son funciones yoicas la posibilidad de
anticipar y coordinar pensamientos y acciones para no quedar sometida a los vaivenes
de la situación traumática. Al operar sobre estas funciones yoicas, se le ofrece a la
consultante la posibilidad de asumir la realidad de lo que ha vivido y regular la
ansiedad y la angustia.
En el proceso de consulta y orientación, así como posteriormente en los grupos o
ámbitos psicoterapéuticos, reforzar, resignificar y estimular esas funciones yoicas
provee a la consultante un contexto de protección y seguridad. Este espacio, al que
llamaremos ámbito protegido de la consulta, le permite crear un yo observador en
relación a sí misma: a su imagen pasada, a su estado actual y a las posibilidades de
futuros cambios. Un yo observador de su propia experiencia que inaugure un nuevo
espacio psíquico que le permita diferenciarse en el “antes” y el “después” del hecho
violento. Esto propiciará un nuevo saber sobre sí, solidario con las formas de ayuda
que se le ofrecen.
Consideraremos a las entrevistas de consulta y orientación (así como a otras
instancias de ayuda y contención) como un espacio transicional,42 según la definición
que de este concepto hace Winnicott (1972). El espacio transicional se va
constituyendo a partir de un modo particular de organización de la subjetividad en las
situaciones de crisis. En él se podrán ir creando vínculos (por ejemplo, con los
profesionales) para recorrer el camino de lo puramente subjetivo a la objetividad. La
transicionalidad que opera en ese espacio sirve para la situación crítica de pasaje, para
la reorganización del psiquismo y para la elaboración de la experiencia de ruptura
ocasionada por la crisis. Está constituida por un espacio interno y otro externo. El
primero corresponde al mundo intrapsíquico de una mujer –ansiedades, fantasías,
sentimientos de ambigüedad e incertidumbre-, y el segundo se constituye a partir de
los vínculos con los profesionales que le prestan ayuda.
El espacio transicional, entonces, funciona como intermediario entre el aparato
psíquico y el contexto, lo subjetivo y lo objetivo. En esa área intermedia en la que la
realidad interna y externa se entrelazan, se superponen y confunden, es donde los
profesionales pueden operar ayudando a deslindar, diferenciar, distinguir. De esta
forma, será posible generar el deseo de transición, el pasaje a otro lugar, a otro saber
sobre sí, a desplegar otros intereses para la vida y no transformarse en víctima para
siempre. Estos espacios de contención y los vínculos creados son transitorios y luego
serán abandonados. En esto consiste el pasaje del padecimiento que supone la crisis a
una actitud reflexiva y crítica que contribuirá al proceso de desvictimización.
Sin embargo, este proceso transicional no está exento de riesgos. Uno de estos
riesgos se manifiesta cuando una mujer agredida necesita resolver rápidamente la
crisis. Los sentimientos de ambigüedad, incertidumbre y ambivalencia que acompañan
a la transición pueden hacerse tan intolerables que no le permiten atravesar los
diferentes momentos de elaboración de la crisis. En un caso así, ella puede utilizar
mecanismos de sobreadaptación que se manifestarán, fundamentalmente, en no
presentar cuestionamientos ni resistencias a las causas de su padecimiento. Otra falla
42
Para la descripción de este fenómeno, la conceptualización desarrollada por Mabel Burin, quien
considera a la sesión psicoterapéutica como un espacio transicional, puede ser adaptada a las entrevistas
de consulta y orientación, a los grupos, etc. Véase Burin y colaboradoras (1987: 151 y ss)
de la transicionalidad se manifiesta cuando operan mecanismos psíquicos de
disociación, desmentida o negación mediante los cuales una mujer siente que la
violencia ocurrida no fue padecida por ella. Estos mecanismos operarán impidiendo
atravesar la crisis e iniciar la recuperación. Es en estos casos cuando las mujeres o no
buscan ayuda o desertan de las consultas que emprendieron. Y esto suele ser así
porque aún apareciendo síntomas de malestar físico y psíquico, ellas no podrán
relacionarlos con los efectos de la violencia.
Desde el primer contacto con una consultante, los profesionales deberán crear,
siguiendo las ideas de Winnicott (1972), “un ambiente facilitador”. En este contexto, se
deberá responder activamente a las necesidades cambiantes que ella plantea para que
gradualmente pueda ir desarrollando sus propios recursos subjetivos que le permitan
enfrentar los sentimientos penosos.
Diferentes autores, desde marcos conceptuales diversos, han centrado sus
investigaciones en la importancia que tiene la capacidad de la persona que protege (en
principio la madre) para contener y calmar angustias y temores (del niño). En este
sentido, las figuras parentales son indispensables. Mediante acciones específicas, esas
figuras ayudarán al niño a tolerar, reconocer y nombrar los afectos que producen
displacer. En los adultos, sobre todo los que han padecido situaciones traumáticas,
esta función deberá ser cumplida por quien asiste. Como sucede con el niño que,
frente a una situación penosa, percibe que por sí solo no podrá calmar la angustia, las
mujeres violentadas perciben que el sufrimiento y la rabia no tendrán fin. Necesitarán,
entonces, de personas que las calmen y les aseguren que su dolor no será para
siempre. Esa contención facilitará que las situaciones y emociones vividas como
peligrosas vayan dando lugar al despliegue de los recursos psíquicos de la víctima para
su autocuidado y protección.
En este marco de contención, el profesional pondrá en marcha una serie de
funciones, o sea, actividades e intervenciones que se ajusten a las necesidades de cada
consulta y en concordancia con la transicionalidad. De estas funciones interesa aquí
recalcar tres.
1. Función de sostén
El profesional debe cumplir con lo que Winnicott (1972) llama
“contención emocional” (holding), que posibilitará el pasaje por la situación crítica. La
función continente del profesional, que se irá adaptando a las diferentes necesidades
que manifieste quien consulta, tendrá la finalidad de sostener los afectos y los
fragmentos de la experiencia vivida que no pudieron ser depositados en otras
situaciones o personas. El profesional, identificado con el yo de la mujer violentada,
operará como figura transicional para ayudar a integrar y resignificar la experiencia de
violencia. En esta función de apoyo y sostén intervienen de forma relevante varios
factores: la actitud postural del profesional, la elección de las palabras, su tono de voz,
la secuencia y el ritmo de las preguntas, el asentimiento con la cabeza, sostener la
mirada y cualquier otro recurso que le aporte a la consultante una presencia
contenedora y no intrusiva.
2. Función de cuidado
Se requerirá de un profesional que se muestre confiable y sensible a las
necesidades de cuidado, atención y escucha. Además, que no desestime, rechace o
juzgue lo que su interlocutora dice o siente, o lo que no dijo o no hizo en el momento
del ataque. La función de cuidado significa que el profesional se identifique con los
sentimientos de la mujer y facilite el pensamiento y la puesta en palabras de los
sentimientos experimentados por ella.
La ansiedad desorganizante, efecto del trauma, produce un aumento de tensión
intrapsíquica que necesitará ser neutralizada. Bion (1966) ya hizo referencia a la
importancia que tiene la madre para contener y hacer más tolerables las angustias del
niño. Esta función de revèrie43 consiste en que las ansiedades displacenteras puedan
ser transformadas en experiencias asimilables. El profesional que asiste a una mujer
que fue violentada deberá entonces explicitar esos sentimientos, tratando de no
realizar intromisiones. Es decir, reconociendo y respetando los límites de lo que la
mujer quiere o no quiere contar en relación con los pormenores de la violencia
padecida.
3. Función nutricia
Frente a una situación vivida en forma traumática suelen manifestarse, siguiendo
las ideas de Bowlby (1965), diferentes estados afectivos: rabia, enojo,
desesperanza, retraimiento (desapego emocional). A causa de esos estados, la
mujer que ha padecido violencia tiene “hambre” de ser entendida y acompañada.
Requiere palabras y actitudes que la calmen y la sostengan para reducir las
tensiones intrapsíquicas que debe soportar. Esto implica proveerle cierto grado de
seguridad (según ese autor, “confianza básica”) y estimular la continuidad de las
relaciones con el exterior que reduzcan esas tensiones.
43
Revèrie significa ensueño, fantasía, ilusión. En este caso se refiere a la realización de lo que se desea y
se piensa como placentero.
reconquistar la autoestima, por medio de una escucha que mitigue el dolor, el
aislamiento y la soledad.
Los alcances de la
intervención profesional
Este diálogo exige la identidad de quien habla, alterada por el ataque, y la relación
con alguien que sea soporte de lo que se va a comunicar. El posicionamiento subjetivo
del profesional requiere varios planteos:
Cómo disponer una escucha para los problemas de violencia (por el impacto
que producen ciertos relatos).
Cómo disponer una escucha incluyente del problema y de sus consecuencias
(evitando la presión que suelen ejercer los mitos y las creencias sobre la
violencia).
44
Los diferentes tipos de intervención profesional aquí propuestos se fueron generando a partir de mi
práctica asistiendo a mujeres víctimas de violencia. Este proceso de trabajo e investigación me permitió ir
elaborando una forma de asistencia sujeta a permanente revisión.
Cómo disponer una escucha incluyente de la persona que plantea este
problema (porque se ponen en juego la credibilidad del relato y las censuras
que pueden operar en quien entrevista y así distorsionar el hecho).