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Esto seguramente sea un atisbo de la inmensa necesidad que tengo de decir cosas, por lo que
peca ab initio de una gran cantidad de contenido, de idas y vueltas inconclusas. El autor es
partidario en la mayor parte de su tiempo de la certeza y la brevedad, pero al parecer este no
es un día de certeza y brevedad para quien escribe estas líneas. Esta advertencia ha sido
escrita durante las primeras respuestas de la pieza y de no ser removida significa entonces
que no se ha llegado al resultado esperado, porque al parecer el autor gusta de dar tantas
vueltas hasta quedar insatisfecho.
Y así los días fueron pasando hasta que… / YOUR PIECE [escrito en español]
Hay un dicho muy viejo, me lo contaron mis abuelos cuando era pequeño, “el amor siempre
volverá a nosotros, como las aves a su nido”, y yo no entendía mucho a qué se refería
aquello, o qué era eso que ellos le llamaban amor y que según ellos, estaba cerca del corazón.
Eventualmente supe un poco de eso, pese a que mis abuelos fallecieron y mi amor junto con
mi andar por la vida, supe lo que era eso que llamaban amor, y supe que estaba cerca de
donde según dicen, tenemos el corazón. Marché y marché por este mundo, di tantas vueltas,
tuve tantos enredos y tantas caídas y al final, regresé a casa.
Así vuelvo a hacer presencia ante usted, profesora. Aparecí, aparezco, estoy. He
estado gran parte de mi carrera en su seminario y creo que nunca me he abierto mucho ante
usted y quienes leerán esta carta, futuros o antiguos compañeros, no importa. Vamos por
partes:
Nombre [incluyendo todos los nombres por los que soy llamado]
Me han llamado de muchas maneras, nací como Johnny y al ladito de ese nombre me pegaron
otro, Alejandro. Al final decidí que ese se quedaría conmigo por siempre, por el resto de mis
días sería aquél que protege a los humanos, ¿de qué? vaya usté a saber, yo sólo sé que por lo
que es a veces evidente, los humanos siempre necesitamos ser protegidos. También me han
llamado Noni, que es mi nombre de infante, después yo me llegué a llamar Oliver, pues me
parecía un nombre muy lindo, y me llamé así por mucho tiempo. Octavio es otro de mis
nombres, lo es porque estuvo a punto de ser el nombre que mi madre quería darme, aunque
agradezco su elección final, algo de Octavio se quedó en mí. Ale es otro de mis nombres,
suena parecido a Alejandro, pero es distinto, porque cuando me llaman Ale todo es amable,
todo es ternura, todo es sencillez, y justo así solía llamarme un gran amor que se llamaba así.
En nuestro afán de darnos una historia nos decíamos que nos llamábamos Ale para sabernos
reconocer el uno al otro como algo de lo mismo, algo que era tan evidente que no podíamos
no querernos. De ahí vino mi otro nombre, Juan, porque cuando nos tomábamos en serio, no
que no fuéramos válidos el uno al otro, me refiero a esos momentos en donde… Uno es en el
otro, algo nos tenía que distinguir para no perdernos en Ale, estábamos más que dispuestos a
hacerlo pero… ¿Por qué perdernos así?, después de ello nada quedaría, ni siquiera el amor,
por eso cuando estábamos a punto de, nos llamábamos de otra forma y así lo distinto nos
salvaba de la tragedia de ese amor, aunque eventualmente supiéramos que no podría ser así
por siempre, cómo no disfrutamos jugar con el amor de esa forma. Ella era Clara para mí.
Clara fue quien me dio mi último nombre, el que siempre estuvo conmigo desde mi
nacimiento, pero sólo sus ojos pudieron verlo en mí. El nombre que me dieron con la vida,
ese que un día mientras estábamos recostados lagrimeando por algo seguramente muy triste,
me dijo que era amor. No mi amor, porque suyo no podía ser, no de esa manera. No amor
como cuando alguien dice “amor, ven aquí, te quiero dar un beso”. No. Ella me dijo “Tú eres
amor”. Que yo mismo era el amor del mundo, encarnado, el de ella, el mío, el de todos. Y yo
nunca le creí, ni el nombre ni la historia, ni nada. Pero sí creí al menos que debería intentar
ser el amor del mundo, el amor de todas las cosas que se mueven en este sitio tan extraño. Me
llamo a mí mismo amor cuando me pierdo en algún rumbo del corazón. Amor, lo que diantres
signifique eso, pues siempre está cambiando, eso soy, lo que busca, lo que siempre está
buscando y nunca encuentra, nunca definitivo, nostálgico y anhelante, leal a todo lo que valga
la pena seguir hasta el fin de los días. Amor, también me llamo Amor, y estoy convencido de
que muchos más tenemos el mismo nombre. Eso con mis nombres.
Dirección
De lugares, muchos. Tantos que no es que no valga la pena recordarlos, sino que no tendría
caso ponerlos todos juntos, sería como una pieza barroca muy extraña. En el pasado estuve
entre los vientos de Oaxaca, y quizá fue eso lo primero que conocí del mundo, la intensidad
de los aires. Después toda una travesía por todo México, por tantos hogares, por tantas cosas
que ya no deseo recordar, o que recuerdo cada vez con menos cariño. No porque estuviese
suplantando esos sentimientos por otros más amargos, sino que precisamente mi sentir ha ido
descubriendo tantas cosas nuevas que aquello que antes me parecía glorioso y fantástico se ha
convertido en sólo la punta de la punta de la punta de esas cosas que podríamos llamar
gloriosas y fantásticas. Chiapas fue para mí eso, de todos esos remotos e inexplorados lugares
en mis recuerdos en donde viví alguna vez, Chiapas es un jardín lleno de vida en donde
lastimosamente ya no puedo volver, pero que fue quizá todo para mi pasado.
Si hablamos del ahora, mi dirección es en Pedregal de Santo Domingo, en Coyoacán,
Ciudad de México, tendrá un par de semanas que me mudé por estos rumbos, justo el
presente me ha hecho pensar en qué curioso es el hecho de que cuando visitamos a un amigo
vamos en búsqueda de su dirección, no porque la dirección esté quieta sin más, nosotros
vamos en dirección hacia donde se nos indica, es decir, una dirección es una indicación de
hacia dónde debemos ir, ¿y a dónde debería ir yo después de escribir todo esto?, Dios sabrá.
Quizá lo único que conozca es el presente, siempre ha sido así, los otros dos son extraños, a
uno sólo puedo llegar recordando y al otro sólo llego anhelando, pero nunca recuerdo y
anhelo lo suficiente como para llegar, sólo hay aproximación, y quizá con eso sea suficiente,
ya varios se habrían ido de aquí de tanto anhelo por una o por otra cosa. Quizá por eso se van
algunos.
Y si hablamos de anhelos, ¿habrá un anhelo más fuerte que ese deseo que nos lleva a
pensar en lo que todavía no es, aquello que (irónicamente es eso que no es) algunos llaman
futuro?, y si todo lo que no tenemos sólo puede darse, si es que existe la posibilidad, en un
tiempo distinto al estado actual de cosas, ¿no todo lo que anhelamos en el fondo es un anhelo
del futuro y hasta dónde el futuro y deseo no son sino dependientes uno del otro? Eso por
re-pensar un poco las cosas, que es a lo que suelo dedicarme. Alguna vez alguien me dijo que
estaba a punto de irse a Barcelona, no sabía muy bien por qué, o qué tenía que hacer ahí, pero
que era mejor así para él. Este recuerdo tan pequeño me hizo pensar en toda la incertidumbre
que hay alrededor de los anhelos, porque un anhelo puede ser lo que sea para quien lo sienta,
pero de ello a que así vaya a darse en el estado de cosas hay un abismo infinito, e incluso me
atrevería a decir que pocas veces anhelo y el caso de que el mismo se haga “realidad” llegan a
coincidir. Y en ese abismo entre una y otra cosa está la incertidumbre, ¿será que un día podré
llegar a ser/hacer lo que tanto anhela mi corazón?, y esa misma pregunta parece ser la misma
en todos los anhelos, ¿será que algún día podré ver un mundo en paz?, ¿será que algún día
dejaré de fumar?, ¿será que algún día mi casero quitará su rostro de amargura con el mundo?,
¿será que seguirán sucediendo cosas el día que muera? y en esa incertidumbre entre el futuro
y el anhelo uno puede perder la cabeza. Lo que me sorprendió de aquél hombre, que en ese
momento estaba muy perturbado, era que ante todo prefería la incertidumbre, y quizá sea una
de las pocas maneras de lidiar con la misma sin perder la cordura, abrazarla, perder el anhelo
y así quizá uno sufra menos por lo inesperado que llega a ser el futuro. Eso de mi dirección.
Edad
Estoy en la edad en donde descubrí una canción de mi banda favorita en la actualidad,
Neutral Milk Hotel, la melodía se llama Ferris Wheel On Fire. Esa edad en donde uno está
feliz de haber perdido algo.
https://youtu.be/crDXnx9Raso
What you like (escrito en español)
Ahora mismo me siento como si estuviera siendo entrevistado mientras me filman. Es un
escenario que mi cabeza tiene necesidad de contarse a sí misma. Me veo a mí mismo,
indeciso, tratando de entender las cosas que me gustan para poder decirlas.
—Me gustan las galletas remojadas en un montón de leche, creo que es un gusto
extraño, pero es delicioso y barato, hay algo que me gusta mucho en que sea barato, creo que
hace que el sabor se sienta mejor, que sienta que puedo degustar de gran cantidad de sabor
por menos de lo que me costaría un café en un sitio en donde te vendan pasteles sin gluten.
—Es una manera muy extraña de describir sus gustos.
—Oh, bueno… Fue lo primero que se me vino a la mente —mientras trataba de seguir
generando palabras para poder ganar algo de tiempo, en su mente venía a la cabeza el
recuerdo de los besos que le daba cada mañana a un viejo amor—, pero si usted me dejara
pensarlo mejor estoy seguro que encontraría algo más… Pero ¿sabe?, hay algo en las galletas
remojadas en leche que dice más de mí de lo que cualquier cosa que pudiese decirle haría.
—Siga.
—Me gustan las cosas sencillas. Creo que es por eso, digo, no es el platillo más
costoso del mundo, usted mismo podría hacerlo cuando quisiese. Podría decirle a Fabio
cuando me vaya que quiere comer eso y le aseguro que no le costará más de unos cuantos
minutos prepararlo.
—No creo que hubiese necesidad de pedirle a Fabio más de lo que ya hace por mí a
diario.
—Bueno, tiene todo el derecho del mundo a creer en ello, después de todo es su
empleado, no el mío… —por dentro su mente lo quebraba de mil y un formas en que la
situación se tornaba más incómoda de lo que ya era—.
—Continúe.
—No quiero darle una lista inmensa de cosas que me gustan, usted me pidió que le
dijera qué me gusta en el mejor español posible, no que le diera una lista de cosas inertes,
digo... —”el sonido del mar (¿por qué suele ser algo muy recurrente en muchas personas?),
comer una gelatina, andar en bicicleta, escuchar música, bailar cuando estoy muy ebrio, sentir
agua en mis pies… Quizá el sabor del queso, el sabor de las cerezas, el sabor… ¿No será más
bien que lo que me gusta es sentir?, me gusta sentir y sentir sintiendo…” me decía a sí mismo
en una inmensa lista que seguía creciendo y creciendo conforme más recordaba todas las
cosas que había sentido.— Me gusta sentir, ¿sabe?, creo que en el fondo es eso, soy una
persona muy sensible…
—¿Qué hay de su temperamento?
—¿A qué se refiere?
—Muchos de sus gustos derivan de su carácter, ¿no es así?
—He de suponerlo…
—Eso quiere decir que en el fondo le he preguntado otra cosa a la que usted no llega.
—¿Cuál?
—Cómo es.
—¿Quién?
—Usted.
Hubo silencio por un momento.
—¿Qué sucede?, ¿no se siente listo para hablar de usted mismo?
—No es eso…
—Entonces, ¿qué es?
—Es que cuando me lo preguntan de esa manera no lo sé.
—¿Hay una manera de preguntar que no sea incómoda?
—Creo que no es la forma, es la pregunta. La pregunta me detiene a pensar en quien
soy, lo que todo el tiempo soy yo mismo, y si me detengo… Por alguna razón dejo de
saberlo… Pienso en cosas, tengo recuerdos, anhelo muchas y ninguna de ellas llega a
significar tanto para mí como para decir que eso, efectivamente, soy yo. No lo sé,
simplemente no lo sé.
—Usted es muy introspectivo.
—Me lo dicen a menudo. Usted es muy observador.
—Es mi trabajo. Sin ello no podría ser como usted.
—¿Qué cosa?
—El atisbo de una mente muy cansada, usted mismo sabe bien a lo que me refiero.
El encuadre que podría estar pensando se torna así como lo espera, hay un enfoque al rostro
del entrevistado, suspira. Después de un rato de lagrimear mientras cerraba poco a poco sus
párpados, pues sólo así dejaba de ver la inmensa habitación en la que ahora sabía, estaba
encerrado.
—¿Nunca acabará la entrevista, cierto?
—Podemos seguirla todo lo que usted quiera, pero a menos de que alguien más decida
que haremos otra cosa, estas paredes blancas, mis preguntas y usted, serán lo único que pueda
conocer.
—¿Y tiene alguna coherencia esto?
—Seguramente, pero eso sólo lo saben otros, los que nos miran. Y más aún “él”, que
nos mira, nos mira todo el tiempo, y ahora, y ahora, y ahora… Y ahora, y ahora… Y ahora…
Él es todo ahora, e incluso fue quien me dio este trabajo.
—¿Y quién es él?
—Esa es una pregunta más difícil de responder, podría decirle que no lo sé, pero
también que usted lo conoce tan bien como a sí mismo, porque usted es él, y yo mismo
también lo soy.
—Ya veo… ¿Seguimos con las preguntas?, la verdad es que me da un poco lo mismo quién
sea él o quién sea yo, porque sé que ni él ni yo lo sabemos, y quizá pueda decirle que eso sí
me gusta.
—¿Le gusta no saber?
—Así es, me hace ser tan distinto a él como usted.
—Es una buena manera de decirlo, al final yo sólo hago las preguntas y usted responde.
—¿Será que podemos estar separados alguna vez?
—Lo dudo, yo hago mi parte y usted la otra.
—¿Se puede responder preguntando?
Nunca sabré si este escenario tiene un fin, al parecer ellos dos acaban de empezar y de lo
último que hablarán seguramente será de aquello que me gusta.
[Lugar:
Un pequeño estudio.
Tiempo:
En la madrugada.
Clima:
Frío.
Color:
En donde el mundo se torna del color de los corazones.]
Sonido:
Suena por ahí Black Country, New Road, “Bread song”, uno de aquellos descubrimientos que
suceden en mis madrugadas de insomnio favoritas. https://youtu.be/Hi8HjWTUqwIn
Olor:
A naranjas, frescas en mi pequeño almacén.
Sabor:
A los nopales que comí ayer con algo de queso.