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desarrollo de la autonomía,
la identidad, la convivencia y la
comunicación en la infancia
Corporeality and Mobility: Development of autonomy,
identity, coexistence and communication in childhood
Grupo de Estudio Motricidad y Educación Dr. Rodrigo Gamboa
Escuela Educación Física Jiménez
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso rodrigo.gamboa@ucv.cl
Santa Inés. Viña del Mar (Chile)
Resumen
En el presente trabajo se dialoga sobre la importancia de las posibilidades de vivencias en torno a la
motricidad y la corporalidad en el desarrollo de la autonomía, la identidad, la convivencia y la comunicación
en la etapa de la infancia. En concreto, se reflexiona en torno a tres ideas fuerzas que guardan relación con:
i) la corporeidad, continente de la subjetividad infantil; la motricidad es expresión del mundo interior de la
afectividad y los significados de la convivencia con los demás; ii) la corporeidad y la motricidad son fuentes
de descubrimiento de sí mismo y del mundo que nos rodea: una aventura vivida con identidad personal; y iii)
la corporeidad es fuente de disponibilidad; la motricidad es expresión de la autonomía y la libertad.
Palabras clave: Infancia. Autonomía. Identidad. Convivencia. Comunicación.
Abstract
This essay talks about the importance of possible experiences around mobility and corporeality in the
development of autonomy, identity, coexistence and communication in childhood. Specifically, three forcing
ideas are remarkable, related to: i) the corporeality, continent of childish subjectivity; the mobility is an
expression of the inner world of affectivity and the meanings of living with others; ii) corporeality and
mobility are sources of discovering oneself and the world that surrounds us: a living adventure with personal
identity; and iii) corporeality is the source of availability; mobility is an expression of autonomy and liberty.
Keywords: Childhood. Autonomy. Identity. Coexistence. Communication.
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A modo de introducción
Cada vez hay más consenso entre los diferentes autores de la importancia y los beneficios de las
posibilidades de vivencias en torno a la motricidad y la corporalidad en esta etapa del ciclo vital
(Aucouturier, 2007; Gómez et al., 2008; Gamboa, Encina y Cacciuttolo, 2013). Así es como en la
actualidad la perspectiva de su estudio es integral e integrada, ejemplo de ello son los estudios de
Ruiz (2001), Vaca (2005), Gomes, Kunz, y Ferraz (2010), Richter y Fernández (2012), Jaramillo y
Dávila (2012) y De Andrade (2005/2013). Ya no sólo se entiende como la explicación de la psiquis
de los infantes, o bien, un significado funcional donde se entendía solo como el resultado de
procesos mentales producido por algún estímulo del entorno.
En este contexto, entenderemos la motricidad como la manifestación de la interioridad de cada
ser, constituyéndose fundamentalmente en la infancia como una posibilidad de ejercer la libertad y
actuar con autonomía, expresar su ser tal cual es, comunicándose e interactuando positivamente
con los demás. “La motricidad infantil, por tanto, sólo puede ser vista desde una perspectiva
globalizadora que integre todos estos procesos de actuación inherentes al ser humano” (Castañer y
Camerino, 2001: 17).
Desde nuestra mirada, la motricidad y la corporalidad deben ser entendidas desde la totalidad,
unidad e integridad de la naturaleza humana. Por tanto, la motricidad debe ser concebida como
una capacidad perfectible, donde la corporalidad es la manifestación de dicha capacidad; además
de constituirse como fuente de expresión y continente de la emocionalidad de cada uno; fuente de
encuentro y lenguaje con los demás; y fuente de creatividad en cuanto manifestación de la energía
creadora. En tanto tal, la motricidad y la corporalidad en la infancia deben ser fuente y
posibilidades de probarse a si mismo, contactarse con la realidad y con los demás, manifestarse de
manera auténtica ejercitando su disponibilidad motriz personal; lo que implica desarrollar la
autonomía, la identidad, la convivencia y la comunicación.
Es así como la corporalidad la podemos entender como el lugar en que se escribe la historia del
ser humano; refleja los más íntimos sentimientos, necesidades, deseos, manera de ser y estar en el
mundo. Y en este estar en el mundo, al movernos, en nuestro cuerpo confluyen múltiples
sensaciones que nos informa de que esta pasando con nosotros, y de esta manera en particular,
los niños/as se descubren, conocen y reconocen de lo que son capaces, de sus limitaciones o
dificultades, de sus preferencias, de sus miedos, de su gozo al jugar y explorar. Por esta razón en
nuestro quehacer profesional, la Educación en general y la Educación Física en particular, es de
suma importancia el respetar y tomar en cuenta a todos y cada uno de los que están presentes en
nuestra aula, respetar su manera de desenvolverse motrizmente, es decir, su manera singular de
estar presente ante los demás, ya que como hemos mencionado, la corporalidad y la motricidad
son reflejos del mundo interior de cada uno de ellos, no son solo sus cuerpos, son cuerpos (Gallo,
2009; Bohórquez y Trigo, 2006; Sergio, 2003), son ellos en su totalidad.
“El hombre es un ser relacional que vive en interacción con el mundo” (Jiménez, 2006: 9). Es
decir, cada uno de nosotros estamos presentes en el mundo, y esta presencia esta orientada hacia
los demás; somos seres dialógicos por naturaleza. Tenemos la capacidad y la necesidad de
establecer interacciones con el mundo que nos rodea, y frente a esta interacción, nos presentamos
con toda nuestra esencia hacia los demás. “La expresión se nos revela así como impulso, como
necesidad del hombre de manifestarse desde su interioridad, como comunicación” ( Beuchat et al,
1993: 23). Desde que nacemos, establecemos relaciones con nuestros padres o seres más
cercanos, y el único medio de contactarnos e interactuar con ellos es a través de nuestro propio
cuerpo y de nuestra motricidad (Chokler, 1988; Piaget e Inhelder, 1997; Pikler, 2000; Gamboa y
Cacciuttolo, 2012), lo que se conoce como diálogo corporal.
La motricidad, desde el punto de vista del encuentro con sus pares, es un modo de relación. El
niño demuestra a los demás lo que esta pasando en su interior con variaciones de su sistema
tónico (Chokler, 1988), de este modo, la vivencia tónico afectiva con quienes les rodean y
especialmente con sus padres por medio del contacto, las caricias, el cuidado entre otras
experiencias enriquecedoras, son sin duda la primera forma de convivencia (Martin, 2000), que se
constituyen en el inicio de un camino de encuentro armónico, de vinculación reciproca y positiva
con los demás. Es el dialogo corporal el inicio de la afectividad del hombre, la base fundamental
para establecer y desarrollar los vínculos futuros. Desde esta perspectiva, el desarrollo de la
convivencia hace referencia a “Establecer relaciones de confianza, afecto, colaboración,
comprensión y pertenencia, basadas en el respeto a las personas y en las normas y valores de la
sociedad a la que pertenece” (Gobierno de Chile, 2000: 51).
A través de nuestra motricidad y corporalidad convivimos y nos comunicamos con quienes nos
rodean, creando vínculos y experiencias enriquecedoras en común. Además, permite visualizar el
mundo interior, los sentimientos, emociones, necesidades y mas íntimos deseos de la personas.
Desde allí, la importancia de propiciar en el aula un ambiente con oportunidades para que
extiendan sus potencialidades como personas creativas y solidarias en sus relaciones con los
demás, crear instancias para que nos cuenten de sus vivencias, nos hablen de sus encuentros,
posibles acuerdos, emociones y sentimientos por los demás. En síntesis, el jardín infantil y la
escuela constituyen uno de los mundos de interacción donde se viven experiencias que contribuyen
a: autovalerse, reconocerse como persona, convivir y expresar tales vivencias. Un lugar para
sentirse querido, y que recíprocamente, cada uno también sea motivo de satisfacciones afectivas
para otros. “Ninguno de nosotros es el equivalente a una isla o habita en el vacío, y es en este
proceso de socialización en donde el encuentro con los demás puede ocurrir, cuando nuestro ser
integro se abre y se dona a los demás” (Hidalgo, 2003: 7).
La interacción afectiva con la madre o con los seres mas cercanos se traduce en los primeros
pasos hacia la convivencia positiva con los demás (Chokler, 1988), y es a través de la evolución y la
experiencia lúdica motriz, donde el niño/a se abre hacia formas de socialización más amplios y
complejos, pasando de una situación centrada en sí mismo hacia la interacción con los demás
(Trigo, 1999; Trigo et al., 1999).
La calidad del vínculo afectivo que se establece entre los padres o seres cercanos y el infante, es
la base para que este pueda emprender con confianza la tarea de explorar, aprender
autónomamente y convivir de manera positiva con los demás. En el mismo sentido, podemos
señalar que a partir de esta interacción en sus primeros meses de vida, va logrando darse cuenta
del lugar que ocupa en el mundo de sus seres queridos, lo que se transferirá a futuro a su vida
diaria, donde ocupara ese espacio heredado por su temprana experiencia en su quehacer lúdico de
la infancia, base para iniciar confiadamente aprendizajes y relacionarse positivas.
b. La interrelación lúdica con los pares
El juego sin duda es un espacio y una instancia de interacción y por tanto de encuentro con los
demás (Huizinga, 2005 y 2007; Gamboa, Encina y Cacciuttolo, 2013). Los niños/as al jugar invitan
a compartir y coexisten con sus pares, por tanto podemos afirmar que al jugar se vivencian
posibilidades de dialogo, de compartir y convivir con los demás. Es posible observar que surgen
acuerdos, muchas veces sin mediar palabra alguna, y los sucesos que ahí transcurren y se viven
van tejiendo reciprocidad en la mutua colaboración, aceptación entre los que participan
lúdicamente, una puesta en común positiva que genera complacencia, y por tanto, placer motriz.
Es así, como para Aucouturier el placer sensoriomotriz es una excitación somática que tiene
representaciones psíquicas en el individuo. Sin embargo, el placer sensoriomotriz debe ser
reconocido como la plataforma, como el camino real del cambio en el niño, ya que es la expresión
más evidente de la “unidad” de la personalidad del niño, puesto que crea la unión entre las
sensaciones corporales y los estados tónico-emocionales y permite el establecimiento de la
globalidad, una globalidad total, en la cual el educador debe respetar del niño su sensomotricidad,
su emocionalidad, su sexualidad, su tiempo, su manera absolutamente original de ser y estar en el
mundo, de vivirlo, de descubrirlo, de conocerlo, todo esto a la vez (Retamales et al., 2002: 1).
Para que niños(as se encuentren consigo mismos, con sus talentos y dificultades, y descubran el
mundo que les rodea, debemos brindarles en sus primeros años de vida la mayor cantidad y
calidad de experiencias motrices, de esta manera transformar esas experiencias en posibilidades
reales de descubrir y descubrirse; experiencias fundamntales para su desarrollo (Pikler, 2000;
Gamboa y Cacciuttolo, 2012)).
Uno de los elementos fundamentales en la infancia para lograr el descubrimiento de si, que es la
base del desarrollar de su identidad personal y descubrir el mundo que le rodea para establecer
relación con el, es lo que se ha denominado exploración sensoriomotriz (Chokler, 1988 y 2009;
Pikler, 2000), que son un conjunto de conductas que traemos al nacer y nos permite vivenciar
nuestro propio cuerpo y el entorno. “Estas conductas exploratorias le van a permitir conectarse,
conocer, aprender las características del mundo externo, internalizarlas y operar con ella. Todo el
aprendizaje, adecuación y dominio progresivo del mundo real depende de las posibilidades y
calidad de la exploración” (Chokler, 1988: 87). El aula debe ser un espacio abierto a la exploración.
Los niños y niñas desde que nacen y en sus primeros meses de vida, son seres dependientes de
quienes están a su alrededor. A medida que se van desarrollando evolucionan desde una
motricidad involuntaria a una voluntaria; y en este evolucionar aprenden a hacerlo de manera libre
y autónoma (Gallahue y Ozmun, 2006; Gamboa, 2012).
Durante los primeros años de vida tienen la posibilidad de adquirir un sin número de acciones
motrices, como: caminar, correr, saltar, recibir objetos, trepar, lanzar, chutar, entre otras
habilidades que le dan la posibilidad de actuar e interactuar con el mundo que lo rodea (Manuel et
al., 1988; Gallahue y Ozmun, 2006). Si bien, según los autores esta manifestación de habilidades se
presenta de manera natural en la infancia, se deben dar en el aula condiciones adecuadas,
ambientes agradables y muchas posibilidades de tareas apropiadas a la etapa de la infancia, de
modo que el niño/a desarrollen su capacidad de disponer a voluntad de sí mismos, logrando
confianza e independencia, convirtiéndose en personas autovalentes. “Así la frecuente expresión
verbal que escuchamos de parte de los niños: “Yo puedo hacerlo solito “... es más que la
manifestación de un logro motriz. El niño nos dice que se siente capaz, autovalente, jubiloso por el
logro e independiente” (Jiménez, 2006: 9).
El poder ser autovalente y accionar con confianza le demuestra a los infantes su capacidad de
disponer a voluntad de si. De esta manera poseen la libertad de explorar libremente ejerciendo la
posibilidad de autorregularse, controlarse e interactuar con seguridad (Pikler, 2000). Es así como se
torna importante “Adquirir en forma gradual una autonomía que le permita valerse adecuada e
integralmente en su medio, a través del desarrollo de la confianza y de la conciencia y creciente
dominio de sus habilidades corporales, socioemocionales e intelectuales” (Jiménez, 2006: 39). Al
respecto Chokler (1988), señala que el comportamiento de apego, matriz afectiva que modelará los
vínculos futuros, se complementa con la disposición libre para la exploración. Ambas, vínculos
afectivos y exploración, juegan un papel primordial en el logro progresivo de las formas motrices
naturales, la descentración cognitiva y la integración social.
A modo de conclusión
A partir de lo señalado, se quieren dejar planteadas una serie de interrogantes que guardan
relación con: ¿Cómo podemos contribuir a través y en la práctica motriz al desarrollo de cada uno
de estos procesos de construcción personal y social? ¿Cómo podemos orientar esta práctica motriz
hacia una verdadera educación de la autonomía motriz en los niños y niñas; y contribuir al mismo
tiempo a través de la motricidad, al desarrollo de la identidad, la convivencia y la comunicación?
Al respecto, la contribución en este sentido se relaciona con la concepción que proponemos para
la práctica motriz en cuanto educación integral en la infancia. Con lo cual surgen nuevas
interrogantes: ¿Cómo concebimos esta educación física en la infancia? ¿Qué aprendizajes se buscan
lograr a través de la práctica motriz? y ¿Cuáles son las estrategias de intervención pedagógica que
proponemos para el logro de tales aprendizajes?
Bibliografía