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"El mundo, pues, es todo sentido, vida, alma, cuerpo, estatua del
Altísimo, hecha para su gloria con potestad, discreción y amor.
De nada se lamenta. Se producen en él muchas muertes y vidas,
que sirven para su gran vida. Muere en nosotros el pan, y se hace
quilo, luego muere éste, y se convierte en sangre, luego muere la
sangre y se hace carne, nervios, huesos, espíritu, semen, y
padece varias muertes y vidas, dolores y voluptuosidades; pero
sirven para nuestra vida, y nosotros no nos dolemos, sino que
gozamos. Así para todo el mundo todas las cosas son gozo y
sirven, y cada cosa está hecha para el todo, y el todo para Dios a
su gloria."
Entre dichas artes –tal el Arte de la memoria practicado por este último–
queremos destacar otra que, con precedentes históricos en la antigüedad:
Platón, Plutarco, Cicerón, etc., se efectiviza en el Renacimiento por obra
del autor inglés: Tomás Moro, que la bautiza con el nombre de Utopía
(U = ningún, nada; topos = lugar) y que es imitada posteriormente por
otras obras renacentistas en el mismo sentido: Campanella, V. Andrae,
F. Bacon, etc., las que incluso siguen hoy actuales de una u otra forma,
ya que junto con otros valores que acuñó dicho periodo, basándose en la
antigüedad, han sido capaces de proyectarse hasta nuestras fechas
manteniendo así su vigencia, y por ello mismo los contenidos de nuestra
cultura.
Y agrega:
Para terminar:
"Pues entre sus leyes más antiguas cuentan con la siguiente: a nadie debe servir su
propia religión como motivo de perjuicio. En efecto, Utopo [...] decretó que cada
cual pudiera practicar la religión que más le agradara e incluso hacer todo lo
posible para atraer a otros a sus propias creencias, con tal que las argumentara con
amabilidad y moderación y sin refutar las demás en términos violentos; si, a pesar
de sus razonamientos, no convencía, que no acudiera a ningún género de
violencia y se abstuviera de proferir injurias. Al que por este motivo disputa con
vehemencia excesiva lo castigan con destierro o esclavitud."
Tomás Moro enunciaba los principios de la tolerancia religiosa antes de que diera
comienzo la catástrofe del siglo XVI, antes de ser ejecutado, antes de que bajo el
reinado de María tuvieran lugar los incendios de Smithfield, antes de que fueran
torturados, bajo Isabel, los misioneros católicos, antes de las guerras de religión
contra Francia y de la masacre de San Bartolomé, antes de la espantosa crueldad
manifestada por los españoles en Holanda, antes de las ejecuciones en la hoguera
de Servet, por obra de Calvino, y de Giordano Bruno, por obra de la Inquisición.
Sin duda todo esto nos ubica, por medio del estudio de la obra de dos
pensadores a los que se rescata de la historia "oficial", en una
perspectiva diferente a la que dábamos por sabida y nos presenta a la par
una nueva posibilidad en lo que respecta a la Historia de las Ideas, es
decir, a los motivos originales que conformaron la vida histórica de tal o
cual pueblo en este o aquel período cristalizado de tiempo. En realidad la
Historia permanece viva más allá de cualquier restricción temporal. Es
tan actual ahora como lo fue en su momento si uno puede penetrar en
ella. En particular si se encuentra sumamente cercana como la de griegos
y romanos y ni qué decir del Renacimiento cuya perspectiva es casi
contemporánea pues en él se ha gestado la Edad Moderna, y sus restos
son prácticamente la única arca cultural con que contamos.
El divino Platón considera que el alma celeste e inmortal en cierto sentido muere
al entrar en el cuerpo terrestre y mortal, y vive de nuevo cuando lo abandona.
Pero antes de que el alma deje el cuerpo según ley de la naturaleza, puede hacerlo
por medio de la práctica diligente de la meditación cuando la Filosofía, la
medicina de los males humanos, purga la pequeña y débil alma, enterrada bajo la
pestilente inmundicia del vicio, y la vivifica con la medicina de la conducta
moral. Luego, por medio de ciertos instrumentos naturales, eleva al alma desde
las profundidades atravesando todo aquello compuesto de los cuatro elementos, y
la guía a través de los elementos mismos al cielo. Entonces, peldaño a peldaño
por la escala de la matemática, el alma realiza el sublime ascenso a los más
elevados orbes del Cielo. Y finalmente, cosa más maravillosa que lo que pueden
expresar las palabras, en alas de la metafísica se remonta más allá de la bóveda
celeste hasta el Creador Mismo de los cielos y la tierra. Allí, gracias al don de la
Filosofía, no sólo el alma se colma de felicidad, sino que como en cierto sentido
se convierte en Dios, también llega a ser esa felicidad misma. Ahí llegan a su fin
todas las posesiones, artes y quehaceres de la humanidad y de entre todo su
número solamente la sagrada Filosofía permanece. Ahí, únicamente es verdadera
felicidad lo que es verdadera Filosofía, cuando de hecho se convierte en el amor a
la sabiduría, tal como la definen los sabios. Creemos que la suprema
bienaventuranza consiste en una condición de la voluntad que es deleite en la
divina sabiduría, y amor por ella. Y el que el alma, con la ayuda de la Filosofía,
pueda un día volverse Dios, lo concluimos de lo siguiente: con la Filosofía como
su guía, el alma llega gradualmente a comprender con su inteligencia la
naturaleza de todas las cosas y aprehende enteramente sus formas; asimismo, a
través de su voluntad se deleita en las formas particulares y las gobierna, así pues,
en cierto sentido, deviene todas las cosas. Habiendo devenido todas las cosas
según este principio, peldaño a peldaño es transformada en Dios, que es fuente y
Señor de todas ellas. Dios en verdad perfecciona toda cosa, tanto por dentro como
por fuera.