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Y esto es lo que busca Clarice Lispector en todas sus obras, por ello no se

suelen leer descripciones que digan cómo son los hechos, cómo son las cosas o
cómo son los sentimientos. Sus descripciones dicen sensaciones, se hacen
sensaciones. Por ejemplo, la narradora de Cerca del corazón describe así la soledad
de Juana: "Y ella estaba solitaria como un tic-tac de reloj en una casa vacía" [p.
138]. Juana tiene la soledad de un reloj que vive y cumple su destino pero para
nadie; es sola. Así, la soledad de Juana se hace sensación. Para comprenderlo
mejor, sólo basta imaginarnos cómo suena un reloj cuando estamos solos en una
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casa: la única palabra que podría acercarse a describir esa sensación es soledad,
pero soledad y algo más: el misterio que el lector intuye en la frase citada.
Por otro lado, en algunos casos, las palabras profundizan en sí mismas; es
decir, cada palabra significa profundamente lo que significa —valga la redundancia-.
Así, cuando, por ejemplo, en La manzana en la oscuridad una de las mujeres piensa
"Soy una mujer mirando la lluvia", ocurre que "la afirmación se afirma, ajustándose
exactamente a sí misma (...) puesto que no [dice] nada más" [Foucault: 9]. Esta
afirmación es una verdad, pues es lo dado y, al seguir su propio ser teje su sentido y,
como el Sveglia, es. La afirmación se torna en una revelación que crea algo, y lo
hace bajo la confianza de decir aquello para lo que ha nacido. Lo mismo ocurre con
el ejemplo dado más arriba, cuando G.H. le dice a su interlocutor lo que ya le había
dicho, "te amo", pero esta vez (en la escritura), lo hace ajustándose exactamente a lo
que comprende por dicha frase.
Asimismo lo explica nuestra narradora cuando dice que "auscultando los
objetos, algo de los mismos saldrá que le será dado y, a su vez, devuelto a los
objetos" (p. 24); es decir, como la escultura, la antiliteratura ausculta las palabras y
les devuelve lo que yace en ellas, a medida que ellas le dan algo a G.H.
Desgastando las palabras encuentra el significado inmanente, como afirma que
desgasta la materia para que salga la escultura inmanente. Por ejemplo afirma: "Un
momento antes del clímax, un momento antes de la revolución, un momento antes
de lo que se denomina amor. Un momento antes de mi vida ..." (p. 25). Aquí, el
significado inmanente de "clímax" es "amor"; y el significado inmanente de "amor" es
"vida". Entre paréntesis, se puede decir que aquí se explica, otra vez, lo que se
decía en la sección dedicada al tú y al amor.
Este tipo de lenguaje suele ser violento, "crudo", pues dice las cosas sin
"cebos" ni "condimentos". Y ello violenta. Esto trae a colación un cuento de otro
brasileño, Joáo Guimaráes Rosa: "La niña de allá", que relata la corta historia de una
pequeña que siempre está sentada en un banco sin interesarse por cosas que
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interesan y llaman la atención de adultos y de niños. La niña es "inhábil como una
flor" [Guimaráes, 2000: 30]. Lo que hace es hablar, pero no se la entiende mucho.
En algunas ocasiones "Repetía: ' ¡Todo naciendo!", esa su exclamación predilecta",
o también "" La gente no ve cuando se acaba el viento...' (...) Lo que hablaba a
veces era común, es la gente que la oía exagerando" [lb.]. Clarice Lispector tiene la
palabra parecida a la de esta niña, pues mira y escribe cosas que violentan, porque
son simplemente lo dado, comunes, sin sabor alguno: "ebriedad con agua pura"
[Deleuze y Guattari: 43].
Siguiendo, entonces, con la antiliteratura, hay que señalar que implica escribir
sin estilo: "Escribir sin estilo es lo máximo que, quien escribe, llega a desear. Será,
(...) el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi individualidad como persona
pero seremos uno solo" [Lispector, 1973: 165]. Así, pues, escribir sin estilo es buscar
la despersonalización de la palabra, a medida que ésta lleva al escritor hacia lo
mismo: palabra y escritor serán lo impersonal, lo neutro de la existencia. Y es que lo
neutro de la existencia es como la masa que sale del cuerpo de la cucaracha: la vida
en su esencia más cruda, neutra e ilimitada: sagrada. De este modo, la escritura se
hace mística, se hace "el espacio donde todo retorna al ser profundo" [Blanchot,
1992: 132].
Asimismo, escribir sin estilo —de manera neutra- hace que la palabra sea:
"Escribir es. Pero el estilo no es. Tener senos es. El órgano masculino es
demasiado Sveglia. La bondad no es. Pero la bondad, el darse, es" [Lispector,
2002: 411]. Aquí se ve, de nuevo, uno de los temas vistos más arriba, darse. Darse
es, porque así se sigue el destino implícito en cada cosa y en cada ser. Por ello, los
senos, el órgano masculino y la escritura son —son como la cosa, Sveglia- en cuanto
que existen siguiendo su ser: dan su ser, es decir, están abiertos a todo siendo lo
que son y, entonces, cobran sentido.
Volvamos, ahora, a un tema que quedó pendiente, la cosa. En La pasión
según G.H., nuestra narradora dice que después de un largo camino de extravío
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llega "casi muerta por el éxtasis del cansancio, iluminada de pasión" al lugar donde
"por fin había encontrado el cofrecillo. Y en el cofrecillo, centellante de gloria, el
secreto escondido (...) Dentro del cofrecillo, el secreto: Un trozo de cosa" (p. 113).
Ocurre que el secreto está en lo dado y no existe nada más dado que la cosa:
... cuando [se] piensa en la palabra ausencia, [se] piensa en lo que (...) es la
presencia de las cosas, el ser-cosa: humilde, silencioso, grave, obediente a la
gravedad pura de las fuerzas, que es reposo en la red de las influencias y el
equilibrio de los movimientos [Blanchot, 1992: 141].
Así, si pensamos en lo que no está y, a la vez, sí está, debemos pensar en la
cosa, ya que su silencio, su obediencia a su destino ("obediente a la gravedad pura
de las cosas") y su pertenencia a todo (equilibrio en la red de movimientos) la hace
ser en todo y en sí misma: la cosa es dada. La cosa viene a ser una partícula del
todo y G.H. debe interiorizarse de ella si desea ser parte de dicho todo. Por eso, el
secreto del cofre es un trozo de cosa. En este sentido,
El hombre está llamado a recomenzar la misión de Noé. Debe convertirse en
el arca íntima y pura de todas las cosas (...), donde, no obstante, no se
contentan con conservarse tal como son, tal como se imaginan ser, estrechas,
caducas, trampas de la vida, sino donde se transforman, pierden su forma, se
pierden para entrar en la intimidad de su reserva, allí donde están preservadas
de sí mismas, no tocadas, intactas, en el punto puro de lo indeterminado [lb.
Blanchot: 130].
Este fragmento permite comprender por qué G.H. dice que el secreto es un
"trozo de cosa" y no una cosa en sí. La cosa, en la interioridad del hombre, debe
estar "preservada de sí misma", es decir, de su funcionalidad (estrechez); y debe
permanecer en "lo indeterminado" -como Dios.
En este sentido, en el relato "La relación de la cosa" se afirma: "El Sveglia es
estúpido: actúa clandestinamente, sin meditar. Voy a decir ahora algo muy grave
que parecerá herejía: Dios es burro. Porque Él no entiende, no piensa, sólo es"
[Lispector, 2002: 410]. De esta manera, la cosa se diviniza y/o Dios se cosifica.
Pasa que las cosas —que simplemente son- tienen la neutralidad de Dios, de lo
sagrado. La parte cosa del ser es la parte sagrada del mismo, pues es la parte
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indeterminada que pertenece al todo. Por ello G.H. afirma: "¿Lo que hiciste soy
yo? Y no consigo dar el paso hacia mí, yo que es Cosa y Tú. Dame lo que eres en
mí" (p. 115).
Ahora bien, "... las cosas nos atacan literalmente al cuerpo" [Heidegger, 2001:
48]; podemos decir, entonces, que lo que las cosas son actúa sobre nosotros.
Interiorizarnos de la cosa es hacernos cosa. En este

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