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Libro: Vivir es más que respirar

Autor: Guillermo Tobar Loyola


pp. 33-45
El hombre de la máscara (2017)

Si pensamos que otra persona puede realizar cabalmente lo mismo que yo hago significa que no
conocemos el valor único e irrepetible del cual está revestido el ser humano. Nadie puede tomar mi lugar
ni aportar a los demás lo que sólo nosotros podemos hacer. Es cierto, alguien podrá declamar la poesía que
debía pronunciar frente a los demás, sustituirme en la reunión convocada el día que estaba enfermo, pero
lo que no puede hacer es declamar los versos con los mismos sentimientos que yo o conducir aquel
encuentro con la misma entonación en las palabras tal cual las pronuncio yo. Es decir, pueden tomar mi
lugar en un sentido accidental pero no esencial.
Para entender a qué nos estamos refiriendo con esta singularidad absoluta de cada hombre y mujer,
necesitamos hacer una referencia al significado que posee el concepto persona.
En los orígenes del término persona nos encontramos con la actividad teatral de los antiguos griegos
para quienes esta actividad era una verdadera pasión. Los actores griegos usaban en sus representaciones
teatrales una máscara a la que llamaban prósopon palabra de la cual deriva el término persona. Con este
prósopon (máscara) los actores antiguos representaban a sus personajes diferenciándose uno de otro
precisamente por el uso de la máscara. De hecho la palabra prósopon incluso antes de tomar su significado
como máscara en el teatro griego, designaba también el rostro humano entendiendo este último como
aquello que es lo más propio y característico del hombre.
Hasta aquí podemos concluir que el término persona sólo designaba -en su acepción de máscara o
prósopon- una característica externa al hombre, sin embargo, por influencia del cristianismo el término
persona toma ribetes de nobleza y singularidad tal que apuntan a señalar lo que constituye el fundamento
cardinal de la dignidad de la persona humana, es decir, el concepto persona pasará a ser el término que
mejor describe quiénes somos como individuos del género humano.
La filosofía de aquella época hace su parte al agregar a esta palabra -utilizada en el teatro griego
con el significado de máscara-, una carga metafísica al incorporarle el concepto filosófico de substancia
entendido como sustrato o fundamento.
Es precisamente esta nueva resignificación del término persona lo que hace que la sociedad actual
independiente de su orientación política, cultural o religiosa entienda que la persona humana es sujeto de
una dignidad particular y extraordinaria. Esta es la razón por la cual todos los hombres de todas las razas y
linajes invocan este término -en ocasiones sin saber muy bien su significado-, como la mejor y la más
autorizada carta de presentación para hacer valer sus derechos y poder realizar en libertad sus deberes.
No hay término o concepto que desde la filosofía defina mejor aquello que somos como lo expresa
la palabra persona. En la actualidad podemos hallar diversas definiciones de este término, sin embargo,
quisiera mencionar una definición antigua que con el pasar de los siglos ha llegado a ser una definición
clásica de persona humana, me refiero a la que nos dejó Boecio (480-524). Este filósofo romano escribió
un libro en respuesta a una carta enviada en el 512 por la Iglesia en Constantinopla a la Iglesia en Occidente
la cual manifestaba la necesidad de conocer la opinión de occidente a cerca de los términos de persona y
naturaleza en Cristo. Con la intención de dar respuesta a esa misiva llegó a una profunda definición de
persona: persona est naturae rationalis individua substantia (la persona es una sustancia individual de
naturaleza racional).
En consecuencia, para Boecio, la persona designa la substancia entendida esta como un sujeto
individual, independiente y absolutamente él mismo. Un sujeto (persona) que no se confunde con otro,
porque no es de otro ni para otro, lo que le hace reclamar legítimamente una plena autonomía que se traduce
en una toma de decisión personal y en un obrar independiente.
Pero esta persona que es un sujeto individual y subsistente en sí mismo sin una dependencia de otro,
existe de una manera particular y distinta a todos los demás sujetos que conforman la realidad del mundo.
La particularidad de la persona humana es que posee una naturaleza racional y es precisamente esta
característica la que convierte a un sujeto individual en persona, pues una mesa, un árbol o un perro son
sujetos individuales que existen en sí mismo, pero que no son personas porque poseen una naturaleza
distinta a la naturaleza racional que es propia del ser humano.
Esta definición de persona a pesar de su talante metafísico resulta no sólo clara sino también
conveniente para comprender que el término persona no está designando una característica externa como
tampoco una cualidad interior del hombre. Con ello queremos destacar que el concepto persona en el
hombre no dice lo mismo que el concepto de ser racional o de ser social. Ambas son efectivamente
características esenciales y constitutivas del hombre, pero cuando decimos que el hombre es persona
estamos indicando con ello al hombre mismo, es decir, al sujeto o a la sustancia individual que es el hombre.
Por consiguiente, no es que el hombre “tiene” como característica el ser persona, como efectivamente puede
“tener” el ser sociable, el ser prudente o el ser inteligente, sino que “es” persona.
Por lo mismo, todo cuanto realiza el hombre está rezumado por su condición de persona y no hay
un acto particular que se identifique con ello. Todos sus actos manifiestan esta dignidad, pero ayudándonos
de la definición de Boecio debemos señalar que aquello que hace a un sujeto individual ser persona es la
naturaleza racional, por lo que no es necesario actuar de una forma determinada para “demostrar” que se es
persona, simplemente se es o no persona, no hay un punto intermedio. Aun cuando existen algunos actos
que manifiestan explícitamente a la persona como pueden ser la autoconciencia y la autodeterminación, no
significa que aquellos individuos de la especie humana que no expresen dichas características no sean
persona. Ni el anciano tomando una siesta ni el bebé bebiendo su leche dejan de ser persona por el hecho
de no explicitar su autoconciencia o su autodeterminación en ese instante. Lo determinante para el concepto
de persona radica en la naturaleza racional del hombre, porque un individuo de la especia humana puede
no pensar o no ser autodeterminante, sin embargo, no por ello dejar de tener una naturaleza racional.
Por naturaleza racional debemos entender su capacidad intelectual y espiritual. La persona es capaz
de realizar las acciones propias de su naturaleza porque brotan de su ser en el orden del conocer, del actuar
y del hacer. Quien fuera mi profesor de Antropología filosófica en Roma, Abelardo Lobato aludiendo a la
persona humana decía que “no es preciso que ejerza esas acciones o relaciones, sino que sea capaz de ellas
por su misma condición de naturaleza espiritual”. Ayudados por un ejemplo podemos decir que un violinista
no deja de ser músico porque decide no tocar el violín durante un tiempo, la capacidad y el talento subyacen
en él aunque no lo exprese externamente.
Esta naturaleza espiritual en cuanto componente fundamental del ser persona, presenta de modo
inequívoco su dignidad y nobleza. Por medio de esta dimensión el hombre es capaz de conocer la realidad
de las cosas que están fuera de sí y al mismo tiempo puede volverse hacia dentro de sí mismo para
conocerse. De este modo podemos estar en medio de una fiesta con un alto nivel de potencia acústica, con
la muchedumbre rodeándonos al ritmo de los decibeles danzando en el ambiente y a la vez ser capaz de
abstraernos de aquel escenario estridente y adentrarnos a nuestro interior pensando en algo muy íntimo que
nos preocupa en ese momento. Esta situación ratifica el hecho de que somos capaces de estar presentes a
nosotros mismos no como público externo o ajeno de aquello que se observa, sino que somos capaces de
irrumpir nuestra intimidad cada vez que nos pensamos a nosotros mismo. No lo olvidemos: somos
protagonistas y no espectadores de aquel evento llamado vida.
Cuando “pensamos en la luna” o hablamos con nosotros mismos y luego nos reímos o lloramos con
aquello que nos susurramos interiormente no lo hacemos porque estamos locos o trastornados, muy por el
contrario con ello manifestamos lo que es propio del ser espiritual de la persona, hecho que por lo demás
no se da en ningún otro ser en la naturaleza de forma semejante. Debido a esta naturaleza espiritual e
intelectiva estamos facultados no sólo para conocer las cosas sino también para conocernos a nosotros
mismos. Con esta disposición interior estamos en condición de volver -una y otra vez- sobre nosotros
mismos, después de haber salido de sí para conocer el mundo.
El recuerdo de hechos pasados o significativos, la vivencia de emociones, la mirada crítica de la
realidad o ir más allá de este tiempo y de este espacio para proyectar un futuro más acorde a lo que somos
y sentimos ser, es muestra inequívoca de que el hombre es capaz de estar presente a sí mismo y ser
absolutamente uno consigo mismo.

Pedro el cromañón

Hasta aquí queda de manifiesto que el término persona está mostrando lo más noble y digno del ser
humano, sin embargo, conceptualmente hablando hay una diferencia entre ambos términos (persona y
hombre) que nos resulta conveniente destacar con la finalidad de realzar la singularidad de cada uno de
nosotros en cuanto persona humana que somos. Lo que sí debe quedar claro desde un inicio y sobre lo cual
no tenemos duda alguna es que todo hombre es persona.
Independiente de nuestro conocimiento sobre estos temas podemos hacer un pequeño ejercicio y
definir mentalmente qué significado tiene para nosotros los términos hombre y persona. Ciertamente ambos
término están indicando a un mismo sujeto: al individuo nacido de la especie humana. Pero cada uno de
estos términos muestra una dimensión particular de aquel sujeto, con lo cual al hablar de hombre y de
persona estamos hablando de dos conceptos distintos.
El concepto hombre está designando las características propias de la especie humana a la cual
pertenecemos todos nosotros. Se trata, por lo mismo, de una noción común que designa y describe la
naturaleza a la que pertenecemos todos los hombres. Con ella designamos los rasgos típicos de nuestra
esencia humana aquellos que nos asemejan unos a otros porque efectivamente se trata de un concepto
genérico o común a todos. En este sentido, podemos decir que el concepto hombre se relación mejor con
la dimensión de animalidad perteneciente a nuestra especie humana.
Sin embargo, el concepto persona reclama más bien una singularidad que no tiene por objeto
designar lo que es común a los demás sino más bien destacar lo que es más específico de cada uno de ellos,
lo que los hace únicos e irrepetibles.
Por lo mismo -y a modo de ejemplo-, nos parece lógico hablar del “hombre cromañón” y no de la
“persona cromañón”, pues por hombre cromañón estamos entendiendo las características que le es común
a ese tipo de hombre con los otros hombres y que se desprenden básicamente desde el “mundo zoológico”.
Ahora bien, si por un supuesto pudiésemos hablar de persona cromañón, debiéramos hacerlo en referencia
al cromañón Pedro, es decir, aludiendo a un individuo cromañón que dada su dignidad como persona posee
un nombre que lo identifica y diferencia de otros cromañones, lo que su vez lo convierte en un individuo
único e irrepetible. Con ello entendemos que el hecho de ser persona para Pedro es lo que lo distingue de
los demás cromañones, lo que lo convierte en un ser único y singular del cual no se puede encontrar otro
igual.
Podemos suponer, una vez más, que es muy probable que este cromañón de nombre Pedro se
pudiese encontrar con otros “Pedros” a largo de su vida pre-histórica, con quienes -en cuanto hombre-
comparte muchas características que le son comunes a todos ellos y que son lo que los define precisamente
como hombre cromañón. No obstante a todas estas características comunes entre los distintos Pedros
cromañones que existan, consta una verdad no menor y es que cada Pedro se sabe y se siente distinto uno
del otro y lo que le viene bien a uno no le viene bien a otro. Pedro el cromañón golpea el bisonte de una
manera particular con el mazo hasta tumbarlo en el suelo y Juan lo hace de otra forma, muy parecida, pero
distinta.
Conclusión no existen dos cromañones iguales. Si cuando Pedro el cromañón desde su propia
singularidad decide caminar más allá de las montañas o quedarse a vivir a la orilla del mar en busca de una
vida mejor, significa que en él está actuando el espíritu propio de la persona humana que le permite elegir
a cada instante su destino y no quedar preso del determinismo de una especie.
Hemos dicho de Pedro el cromañón que es una persona única y singular, sin embargo, en la
naturaleza estamos rodeado de seres únicos y singulares, por lo que debemos argumentar mejor cuál es el
sentido profundo de la singularidad e irrepetibilidad que atribuimos a Pedro.
Cualquiera puede conocer un ser individual y único, por ejemplo basta pensar en una mascota. Qué
duda cabe que si alguien tiene de mascota a un perro de raza pug al cual quiere mucho, lo ha criado desde
cachorro y al que además le ha dado un nombre particular: Júpiter; no está dispuesto a cambiarlo por la
mascota de su vecino que curiosamente también es un pug y al cual han llamado Saturno. Podríamos decir
que entre planetas no debiera haber mucha diferencia, pero lo cierto es que Júpiter se trata de un animal
muy especial para su dueño que de algún modo también es único e irrepetible lo cual es una razón suficiente
para no querer cambiarlo por Saturno.
Lo mismo podríamos decir de un árbol de ciruelo plantado en un parque público respecto a uno
plantado en nuestro jardín. En ambos casos se trata de árboles frutales de la familia de las rosáceas, pero
cada uno es distinto al otro lo que hace que cualquier transeúnte pueda tomar un fruto del árbol ubicado en
el parque, pero no por eso cualquier persona podría entrar a nuestro jardín a sacar libremente ciruelas del
nuestro. Se trata de nuestro árbol ubicado en una residencia particular y no el que está en el parque, un lugar
público y accesible a cualquiera. Este hecho muestra la individualidad de cada uno de estos árboles.
Por lo mismo, debemos señalar que cuando hablamos de singularidad o individualidad de la persona
humana no lo estamos haciendo en el mismo sentido que lo hacemos cuando nos referimos a Júpiter o al
ciruelo.
Un interrogante interesante es preguntarnos ¿qué es lo que hace que un individuo sea persona?
Todavía más concreto ¿por qué nuestra mascota Júpiter o nuestro ciruelo no son personas si ambos son
sujetos individuales? Para responder debemos volver a las palabras de Boecio sobre la persona humana
cuando la define como una substancia individual, hasta aquí hay una semejanza indiscutible entre Júpiter,
el ciruelo y Pedro el cromañón, pues todos son igualmente una substancia individual, pero no sucede lo
mismo con la segunda parte de su definición de persona cuando señala que este individuo (de substancia
individual) para ser persona necesita de una naturaleza racional. En efecto, todos son seres individuales
pero sólo el hombre posee una naturaleza racional, característica fundamental que lo constituye como un
ser personal.
En consecuencia, la razón que diferencia el tipo de individualidad entre Júpiter, el ciruelo y Pedro
lo debemos encontrar en el modo de actuar de cada uno de ellos. El pug, el ciruelo y la persona actúan
según la naturaleza propia de cada cual y es precisamente esa naturaleza la que condiciona su modo de ser.
Desde la filosofía clásica se explica esta realidad a partir de un principio rector: “el actuar sigue al
ser” (operari sequitur esse). En este sentido cuando actúa, por ejemplo, el ciruelo (cuando crece y da frutos)
no lo hace desde un sentido singular e irrepetible como veremos sí lo hace Pedro el cromañón cuando toma
una decisión, el ciruelo lo hace sencillamente siguiendo su naturaleza y, por lo mismo, no puede hacer otra
cosa más que “obedecer” a su naturaleza de árbol de la familia de las rosáceas, florecer en primavera y
madurar su fruto en el verano como lo hacen todos los ciruelos en el mundo. Si por alguna razón el ciruelo,
cansado de dar su fruto, quisiera dar peras durante el verano en lugar de sus ciruelas, lógicamente no podrá
hacerlo porque no está en su naturaleza o especie realizarlo. Eso lo sabemos no sólo por la naturaleza sino
también por libros. Nadie espera cosechar guindas de un ciruelo. La naturaleza del ciruelo es simple y
llanamente dar ciruelas. El ciruelo al actuar según su especie actúa como lo hacen todos los ciruelos
repartidos en las distintas geografías de nuestro planeta. Por tanto, no le pidamos peras al Olmo.
En el caso de nuestra mascota sucede algo similar si por alguna razón nuestro Júpiter cansado de
ser un pequeño pug “decide” ejercitarse y echar músculos como su vecino el Gran Danés para llegar un día
a estar a su altura, debemos decirle a nuestro pequeño pug que eso no es posible, porque él al igual que su
amigo Saturno y el mismo Gran Danés no actúan desde una interioridad sino sólo siguiendo a una
naturaleza específica que en este caso es la canina.
En esta forma de actuar participa el principio metafísico mencionado antes, en el que los accidentes
actúan de acuerdo a lo que les viene dado por la substancia individual, es decir, por su naturaleza o esencia.
Así, Júpiter en cuanto perro sólo puede realizar actos caninos. Esta es la razón por la cual existen
enciclopedias en las cuales se describe detalladamente el comportamiento de los perros según su raza,
porque todos en cuanto perros se comportan de la misma forma. Estos textos especializados no hacen más
que entregarnos información detallada de las características generales de su especie.
Lo mismo ocurre con nuestro árbol de ciruelos, existen libros especializados que detallan su
actividad y funcionamiento en relación a su especie, información que nos facilita el conocimiento de todos
los ciruelos existentes en el mundo. En este sentido, podemos afirmar que conociendo un árbol de ciruelo
o un can cualquiera ya los hemos conocido a todos. Si ponemos una semilla de ciruelo en la tierra, le
ponemos agua y la cuidamos ya sabemos lo que saldrá de ahí en un par de semanas. En el orden animal
sucede algo similar cuando Júpiter come, ladra o se quita las pulgas no lo hace desde una individualidad
entendida como interioridad sino sólo y absolutamente siguiendo su instinto animal, es decir, el instinto
que está señalado en su especie. Tanto el ciruelo como Júpiter no pueden sino seguir la especie a la que
pertenecen. En conclusión quien actúa en Júpiter no es su individualidad sino su especie marcada por ciertos
rasgos particulares que pudiese tener este pug respecto a otro ejemplar igual.
En cambio la situación de Pedro el cromañón es más compleja y absolutamente distinta a la que se
da en el orden vegetal o animal. En primer lugar porque Pedro perteneciendo a una especie animal como la
del homo, su comportamiento personal no está condicionado a ella. Con lo cual el actuar personal de Pedro
no está determinado por la especie a la que pertenece como sí sucede con Júpiter.
Es decir, cuando Pedro camina 1000 kilómetros para llegar a las montañas azules lo hace no porque
su especie homo así lo determina, sino porque Pedro ha decidido libremente caminar hacia las montañas y
no quedarse en su aldea natal. En esta acción de Pedro se nos muestra que quien actúa no es la especie sino
el mismo Pedro, quien desde su singularidad más absoluta decide caminar.
Sin embargo, los hermanos de Pedro que pertenecen también a la misma especie humana de Pedro
y que nacieron en el mismo lugar que nació él no están interesados en salir de su aldea. Es obvio que si algo
le sucede a Pedro en su trayecto será responsabilidad de él y no de sus hermanos, si logra conquistar algo
heroico allá en las alturas de las montañas también será mérito de él y no de sus hermanos. La
responsabilidad es un concepto que a mi entender supone un gran regalo, la libertad. Aun así, no es recibido
adecuadamente por muchos jóvenes y no tan jóvenes, toda vez que nos puede atrapar en estilos de vida
meramente placenteros muy lejos del sacrificio.
No existe en la especie humana una determinación que diga que el hombre o la mujer a cierta edad
deben abandonar el lugar donde nacieron, como tampoco dice lo contrario. Cuando Pedro tomó sus pieles
de búfalo y se marchó lo hizo porque algo dentro de sí así lo quiso, es decir, fue él quien dijo “me voy de
aquí y se acabó”. Fue él quien decidió partir sabiendo que su decisión era contraria a la de sus hermanos a
pesar de que ellos pertenecen a la misma especie. Por ello el hombre actúa desde su individualidad más
absoluta designando con ello lo que hay de más íntimo y profundo en cada ser humano. El espíritu humano
hace que el hombre produzca no como producen los animales. El hombre crea cultura y tiene expresiones
espirituales como el lenguaje que le permiten existir de una manera particular y distinta a la de los demás
seres.
Cuando nació Pedro su madre no sabía que un día dejaría la aldea, no tenía forma de saberlo, no
estaba escrito en ninguna parte, pero llegado el momento Pedro lo anunció y se marchó. Por lo mismo,
aquello que dijimos del árbol de ciruelo, que conociendo a uno en realidad los conocemos todos, no nos
sirve en el caso de Pedro, pues si así fuera deberíamos concluir que todos los hombres al cumplir cierta
edad dejan su tierra natal para ir a las montañas azules y bien sabemos que no necesariamente debe ser así.
La singularidad a la que nos referimos en el caso del hombre es absolutamente distinta a la del
vegetal o a la del animal. Cuando el hombre actúa lo hace desde su ser singularísimo y personal. Su actuar
responde al mundo interior que lleva dentro, es decir, actúa desde su libertad y no desde su especie.
Por consiguiente y en consideración de lo dicho anteriormente es válido afirmar que cada uno de
nosotros es único e irrepetible. Lo que nos parece un tópico es sencillamente una realidad. Nadie es igual a
otro y tampoco puede tomar su lugar, en este sentido somos irremplazables.
De este modo, resulta tan importante el día de nuestro nacimiento porque aquel día indistintamente
si llovía o no, si era en un gran palacio o en una casa estrecha, si nos esperaban con ansia o no, si fuimos
motivo de alegría o no, no tiene real importancia frente al evento que ahí se consumó: nació un ser único e
irrepetible. En cuanto único sólo él podrá dar lo que tiene que dar y recibir lo que quiera recibir; en cuanto
irrepetible nadie mirará como él mira; nadie observará el mundo desde su perspectiva ni podrá ser
reemplazado con otro “ser” alguno.

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