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Literatura – 6° año – Colegio Nuestra Señora de Lourdes


Prof. Priscila Antonelli

Unidad 3: Cosmovisión de
experimentaCión y vangUardia
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Contenidos a estudiar y lecturas propuestas:
Unidad 3: Cosmovisión de experimentación y vanguardia

Las vanguardias como movimientos artísticos de transgresión. La búsqueda de lo nuevo en épocas de crisis
social. Los manifiestos como proclama de principios. La fragmentariedad de la obra y del sujeto vanguardistas.
La transgresión en las temáticas. Uso de neologismos. Técnicas vanguardistas.

El caso del surrealismo: la búsqueda de la libertad humana mediante lo inconsciente, lo irracional, lo onírico, lo
lúdico, la creación colectiva. La imagen surrealista. Huellas del surrealismo en la poesía y la narrativa
argentinas posteriores a las vanguardia: nuevos contextos; repetición de procedimientos y características
(escisión de la subjetividad, discontinuidad temporal y espacial, elipsis, fluir de la consciencia, polifonía,
introducción de lo coloquial, cruces con otros lenguajes, etc.)

Lecturas:
Girondo, O. / Huidobro, V. / Tuñón, R. / Pizarnik, A. / Gelman, J. (Selección de poesía).
Spinetta, L.A./Pescado rabioso (Selección de canciones).
Cortázar, J. y Ocampo, S. (Selección de cuentos).
Cinetto, L. Mientras no muera tu nombre (novela).
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Las vangUardias Como movimientos


artístiCos de transgresión

Consigna 1 → Discutan qué tienen en común los poemas siguientes y en qué se diferencian. Señalen qué
particularidades observan en el segundo texto. Arriesguen una respuesta: ¿cerca de qué fecha creen que fue escrito
cada poema?
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Texto teórico 1: Fragmentos de “Capítulo IV. Poesía y ruptura” en Sampayo, R. Literatura VI. Los territorios
alegóricos, humorísticos y de experimentación (Ed. Mandioca, 2012)
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Texto teórico 2: “Las vanguardias: una aproximación”

La historia del arte del siglo XX está marcada a fuego por dos explosiones (a principios y a mitad de siglo) de lo
que se suele llamar en español “arte de vanguardia”.

El término “vanguardia” es una adaptación de la expresión francesa avant-garde, que designa una posición dentro
de la formación del ejército: son los que van delante de la guardia, la fuerza de exploración y de choque. Estos dos
matices, sumados a un sentido temporal (el de llegar primero, estar en combate antes que nadie) nos pueden servir para
caracterizar lo que hicieron los movimientos de vanguardia: fueron un movimiento de exploración y modernización del
arte en varios aspectos. Su bandera fue la ruptura con una tradición inmediata que ellos consideraban anquilosada
(atrofiada, paralizada, estática, cristalizada) y, por sobre todas las cosas, alejada de la esfera de la vida.

El arte de vanguardia parte del reconocimiento de que retomar una tradición cualquiera (por ejemplo el
romanticismo o el modernismo) hacía imposible hablar del aquí y ahora, de todo lo nuevo que se estaba presentando en su
vida cotidiana a partir de los avances técnicos y científicos que ocurrían (muchos de ellos fruto de las investigaciones que
se hacían para la guerra). Así, la ruptura con las tradiciones y con la institución del Arte les sirvió de medio para poder
decir su propia experiencia de la modernidad al calor de los acontecimientos.

La tradición modernista, inaugurada y llevada a su punto máximo por el poeta Rubén Darío, fue el principal
centro de los ataques de los vanguardistas latinoamericanos. El modernismo fue una estética que llegó a crear verdaderos
monumentos poéticos (en la poesía modernista abundaron las figuras de mármol, de oro, de piedra: indestructibles al paso
del tiempo, pero irremediablemente quietas, sin movimiento). Desde lo temático, Darío y sus continuadores prefirieron
temas clásicos relacionados con la mitología. Desde lo formal, el cuidado y manejo de todos los metros y ritmos que
permite el español en la poesía, la atención por la rima y el uso de cuanto esquema estrófico les hubiera legado la
tradición fueron los puntos máximos de esta estética y, por supuesto, objeto de ataque de los poetas vanguardistas.

Por otra parte, la tradición mimética del realismo también fue atacada por los vanguardistas en tanto y en cuanto
estos últimos rechazaron la copia fiel de la realidad.

Finalmente, otro objetivo común de sus ataques fue la tradición romántica, que en Europa estaba en extinción
desde mediados del siglo XIX pero que en países como Argentina había vuelto a aparecer con fuerza hacia fines de ese
siglo. Los poetas vanguardistas apuntaron sus críticas al hecho de que los románticos concibieran la poesía como una
exaltación de la subjetividad del poeta, como un medio en el que el desenfreno de sus sentimientos encontraba su forma
de expresión y su libertad máxima.

Los poetas de vanguardia (nucleados según diversas filosofías pero con intenciones similares) se opusieron a
estas estéticas de su pasado inmediato: con una actitud beligerante, constituyeron un movimiento artístico transgresor,
buscando generar estéticas que exaltaran lo nuevo como valor fundamental.

El discurso literario de las ataduras del pasado los llevó a los poetas de vanguardia a cuestionar todo: la
gramática, la idea de lo “bien escrito”, los cánones de belleza, la métrica regular de los versos, la rima, incluso el
repertorio de palabras que les ofrecía un idioma específico. De modo que se dedicaron a experimentar en el arte,
procediendo por ruptura: rompieron estructuras gramaticales (un poema de Vallejo termina diciendo “¿Qué se llama
cuanto heriza/nos?/Se llama Lomismo que padece/ nombre nombre nombre nombre), se dedicaron a “escribir mal”
(durante la década del veinte, Borges escribía así: “Nuestra realidá vital es grandiosa...”), propusieron como objetos de
arte a cosas que nunca hubieran sido calificadas como bellas (alguna vez, el Conde de Lautremont escribió “bello como el
encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”), cultivaron el verso libre al
punto de que no se distinguiera poesía de prosa e inventaron numerosas palabras.
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Los vanguardistas también experimentaron con el lenguaje en su plano más material: con respecto a lo visual, los
poetas empezaron a jugar con los espacios en blanco entre verso y verso, la disposición de las palabras en diferentes zonas
de la página, las tipografías variadas; en cuanto a lo fónico, jugaron con la aliteración (la repetición de sonidos, como el
grupo ‘alf’ en “Alfan alfiles a afilarse”).

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[Concepto de desautomatización]

Consigna 2 → Las vanguardias artísticas

A partir de las dos fuentes teóricas leídas y luego de analizar textos vanguardistas todos juntos, elaborá un esquema en el
formato que prefieras (red conceptual, infografía, línea del tiempo con anotaciones, etc.) sobre las vanguardias artísticas.
El esquema debe contener la siguiente información de manera resumida, de modo que resulte una herramienta de estudio
que nos permita acceder fácilmente a la teoría:

- Qué fueron las vanguardias históricas


- Dónde y cuándo se dieron
- Qué procedimientos caracterizan sus textos
- Cómo dieron a conocer sus ideas los vanguardistas

Consigna 3 → Análisis de manifiestos vanguardistas. Tras la lectura del manifiesto asignado o elegido, reúnanse en
equipos y analicen:

1) ¿De qué grupo vanguardista se trata? ¿Dónde y cuándo surgió?


2) ¿A quiénes se dirigen?
3) ¿A favor de qué cuestiones se declaran? ¿En contra de qué otras?
4) ¿Qué lenguaje utilizan para exponer estos puntos de vista? ¿Qué actitud notan en la forma de expresar las ideas?
5) ¿Qué ideas sobre el arte sostiene el movimiento?

Consigna 4 → Escritura de un manifiesto

En grupo, escriban un manifiesto vanguardista teniendo en cuenta las siguientes sugerencias:

1) Hagan un borrador con un listado con dos columnas donde anoten lo siguiente:

- En la primera: las cosas que les gustan o les gustaría hacer, vivir o tener y que desearían que todos también pudieran
descubrir y compartir. Pueden ser situaciones de la vida, sentimientos, ideas, objetos, personajes, canciones, frases,
comidas, actores, películas, costumbres, lugares, etc. con los que se identifiquen, les gusten o inventen. Cuanto más
raras, exageradas y ridículas sean, mejor. Descríbanlas brevemente.

- En la segunda escriban las cosas, actitudes, situaciones, emociones, reacciones, ideas, costumbres, etc. que no les
gusten, que les provoque rechazo o con las que no estén de acuerdo.

2) A partir de lo bosquejado, escriban su manifiesto, como si fuera una propuesta que le hacen al mundo, convocando a
los que no conocen pero saben que pueden pensar lo mismo que ustedes y proponiéndoles que se unan a su movimiento.
Tengan en cuenta algunas de estas frases que suelen usarse en este tipo de textos:

Frente a… (cosas que rechazan)


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Considerando que ….
Declaramos que no hay nada mejor que…
Queremos tirar abajo o terminar con…
Proponemos levantar…
Afirmamos ante todos ustedes que no hay nada peor que...
Recomendamos que huyan de las personas que…
Nosotros jamás haremos o diremos…
Por eso llamamos (convocamos) a todos aquellos que creen que….

extrañamiento/desaUtomatizaCión

Baldomero Fernández Moreno


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La obra vangUardista y sU estrUCtUra


fragmentaria

Consigna 5→ Técnica de escritura vanguardista: EL COLLAGE/CÓMO HACER UN POEMA


DADAÍSTA
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CaLigramas

viCente hUidobro
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oLiverio girondo
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otros/as aUtores/as
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Consigna 6 → Elegí algún poema leído durante el año (puede o no ser vanguardista). Seleccioná un verso o una frase
del texto que te parezca significativo/a y convertí ese fragmento en un caligrama.
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La fragmentariedad deL sUjeto


vangUardista
oLiverio girondo

8 (Espantapájaros, 1932)

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de


personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que
me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una
quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!

¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me
pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían
ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo
ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo
ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una
petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se
consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda
especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!,
cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una
ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien
aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la
abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el
amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se
entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de
dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero
renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al
menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Consigna 7 → Escribí una entrada del diario de una persona con las múltiples personalidades en base al texto de Girondo
que leímos y analizamos. No olvides que sus distintos yo deben entrar en conflicto ante situaciones cotidianas.
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Tantan yo (En la masmédula, 1954 - fragmento)

Con mi yo
y mil un yo y un yo
con mi yo en mí
yo mínimo
larva llama lacra ávida
alga de algo
mi yo antropoco solo
y mi yo tumbo a tumbo canto rodado en sangre
yo abismillo
yo dédalo
posyo del mico ancestro semirefluido en vilo ya lívido de líbido
yo tantan yo
panyo
yo ralo
yo voz mito
pulpo yo en mudo nudo de saca y pon gozón en don más don tras don
yo vamp
yo maramante
apenas yo ya otro

Yolleo (En la masmédula, 1954)

Eh vos
tatacombo
soy yo

no me oyes
tataconco
soy yo sin vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo sé y tanto
desde el yo mero mínimo al verme yo harto en todo
junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando y yoyollando siempre
por qué
si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
tatatodo
por qué tanto yollar
responde
y hasta cuándo
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aLejandra pizarnik

(Árbol de Diana, 1962)

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ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

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explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

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he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá

En un mundo de crisis, el sujeto poético se fragmenta: no tiene una identidad total, completa, cerrada. Es pedazos, es
multiplicidad, es desgarro. Sus palabras lo muestran dividido, ambivalente, recorriendo vaivenes.

Los sujetos fragmentarios y múltiples nos muestran una literatura lúdica donde existe la posibilidad de ser algo y ser
otra cosa al mismo tiempo.

Consigna 8

Primera parte: Armá una lista con cinco ítems que digan qué/quién sos, cinco que digan qué/quién no sos, cinco que
digan qué/quién deseás ser.

Segunda parte: Convertí esa lista en un poema, haciéndole las modificaciones y los agregados que consideres necesarios.
Armá un collage poético en que incluyas el texto obtenido y pinturas vanguardistas. Titulá el poema.

neoLogismos: nUevas paLabras para deCir


nUevas experienCias

Oliverio Girondo.
Mi lumía (En la masmédula, 1954)

Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
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y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía

> https://www.youtube.com/watch?v=zvZOufg6o3s

Juan Gelman.
Si (Cólera buey, 1963)

celebrando su máquina
el emperrado corazón amora
como si no le dieran de través
de atrás alante en su porfía

alante de ala de volar


que no otra cosa intenta
molestándole piedras como especie de pies
pies que piensan en vez de alar

o cómo sería el mundo


el buey lo que se hija
si no nos devoráramos
si amorásemos mucho

si fuéramos o fuésemos
como rostros humanos
empezando de a dos
completos en el resto
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Consigna 9 → Trabajo práctico: Neologismos

1) Escribí una interpretación de “si” donde incluyas los siguientes términos: sujeto poético - comunicación - neologismos
- humanidad - experimentación - condición - libertad - gramática – utopía.

2) Escribí una estrofa a continuación de la siguiente, completando la oración condicional:

si fuéramos o fuésemos
como rostros humanos
empezando de a dos
completos en el resto,

3) Escribí, en tres renglones, una interpretación de “Mi lumía” o “V” (a elección).

Consigna 10 → Ensayá una “traducción” del siguiente fragmento de “La inmiscusión terrupta” (J. Cortázar en Último
round, 1969)

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un
rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.

-¡Asquerosa! –brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa.
Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se
desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias.

Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a
la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media
resma y cuatro peticuras de ésas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta
cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.

-¡Payahás, payahás! –crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar
cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y
dos miercolanas que para qué.

-¿Te das cuenta? –sinterruge la señora Fifa.

-¡El muy cornaputo! –vociflama la Tota.

Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro
cafotos en plena tetamancia; son así las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y
se quedan tan plopas.
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eL Caso deL sUrreaLismo

En 1924, André Bretón publica el primer Manifiesto Surrealista, en el que a las audacias del Dadaísmo añade concepciones filosóficas
de Freud y Marx. Pretende ser una revolución integral. Su gran lema sería "transformar la vida", liberando los impulsos naturales del
hombre reprimidos en el inconsciente y atados por la razón a las convenciones morales y sociales. De esta manera se busca liberar la
capacidad creadora del hombre.

Según Freud, en los sueños aflora el mundo del inconsciente, pero en forma de imágenes ilógicas. De este modo se produce una
liberación del lenguaje con respecto a lo que sería la expresión normal o lógica. En un poema surrealista se mezclan objetos,
conceptos y sentimientos que la razón mantiene separados, se dan asociaciones libres e inesperadas de palabras, aparecen metáforas
insólitas. Es un lenguaje que no se dirige a nuestra razón, sino que quiere despertar en nosotros sentimientos y reacciones también
inconscientes. Ante un poema de este tipo, el lector no comprende, pero puede recibir fuertes impactos que le produzcan emociones
profundas.

Surrealismo: características y principales artistas

En 1924, en París, André Breton (1896-1966), escritor y poeta francés, escribió un manifiesto después de cortar
relaciones con Tristan Tzara, líder del movimiento dadaísta, y así nace el Surrealismo, al que muchos consideran la última
de las grandes vanguardias.

El surrealismo emerge en París en 1924. Se esparce por Europa a pocos años de concluida la I Guerra Mundial
hasta la llegada de la II Guerra Mundial. Por ende, la influencia de este movimiento ha llegado hasta nuestros días.

Es cierto que el término “surrealismo”está asociado a André Breton y su manifiesto, pero fue usado por primera
vez por Guillaume Apollinaire (1880-1918), escritor y crítico de arte francés, en 1917.

El inconsciente y el automatismo

El manifiesto de Breton está inspirado en el libro de Freud, La interpretación de los sueños, en el que el autor
explora la idea de que la mente humana posee un nivel oculto llamado inconsciente, es decir, aquello de lo que la mayor
parte del tiempo las personas no tienen conciencia, como la palabra lo indica. El Surrealismo pretendía superar esta
limitación del inconsciente, permitiendo que el subconsciente se expresase a través del arte.
De esa forma el automatismo se convirtió en una de las características del Surrealismo, en defensa de la expresión
artística sin límites y sin el control de la razón. Para lograr este objetivo, los artistas llegaron a elaborar obras en estados
de trance e hipnosis.
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Ejemplo de automatismo: “La mer se retire” (El mar se retira) - André Masson, 1941

En la práctica, el automatismo consistía en trasponer en papel, lienzo o cualquier otro soporte de expresión
artística, un pensamiento o sueño directamente del subconsciente, sin ejercer control estético o moral. El objetivo era que
la creación artística se automatizara tal como es automática la respiración o la acción del pestañeo. Era así un intento de
protesta contra las normas establecidas, tanto en el arte como en el ámbito social.
Los surrealistas creían que la creatividad que nacía del subconsciente de un artista era más auténtica y poderosa
que la derivada de la consciencia. También estaban interesados en explorar el lenguaje de los sueños que creían que
revelaba los sentimientos y deseos ocultos. De una forma general, se puede decir que la idea era lograr la mayor
espontaneidad posible.

Otras técnicas y procesos creativos

Ejemplo de la técnica frottage: “L'Évadé” - Max Ernst, 1926

El automatismo no siempre funcionaba bien en otras formas de expresión artística, así que otras técnicas fueron
usadas para alcanzar la anhelada espontaneidad de creación. Una de estas técnicas fue el frottage, que consistía en pasar
un lápiz, por ejemplo, sobre una superficie rugosa, creando así formas y texturas en el soporte para crear una obra nueva a
partir de ese material. Otro ejemplo es la decalcomanía, una técnica en la cual cierta cantidad de tinta es arrojada contra
un lienzo o papel. Esta superficie se dobla por la mitad y al abrirla nuevamente, muestra un patrón de tinta que sirve de
material para crear una obra gracias a lo que provoca al nivel subconsciente.
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Ejemplo de un "cadáver exquisito": original de los artistas Yves Tanguy, Joan Miró, Max Morise y Man Ray

El cadáver exquisito fue un proceso creativo basado en un juego, en el cual diferentes artistas creaban dibujos o
poemas en conjunto. Sin ver lo que el otro hacía, la obra iba pasando de uno en uno y cada artista iba añadiendo un trozo
nuevo o palabra nueva. Al terminar. se desplegaba el papel y compartían el resultado en busca de ideas novedosas.

Otro proceso de construcción artística alternativo fue el “objet trouvé” (objeto encontrado), inventado por Marcel
Duchamp (1887-1968). Duchamp fue un pintor, escultor y poeta francés, una de las principales figuras del Dadaísmo.
Estos gestos implicaron el toque del absurdo, es decir, la superposición de lo improbable y extraño, como el caso de la
obra que enlaza una langosta a un teléfono, o el caso de Meret Oppenheim que cubrió una taza y una cuchara con pelo.
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Consigna 11 → Técnica de escritura surrealista: EL CADÁVER EXQUISITO


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Consigna 12 → Técnica de escritura surrealista: LA ESCRITURA AUTOMÁTICA

Consigna 13 → Técnica de escritura surrealista: DIÁLOGO SURREALISTA

En grupos, escriban tres preguntas. Luego, escriban por separado sus respectivas respuestas. Finalmente, crucen al azar
cada pregunta con una respuesta que no sea su correspondiente. Lean sus resultados.

Pueden emplearse los siguientes comienzos: ¿Qué es…?¿Por qué…?¿Para qué sirve…?

pintUras sUrreaListas
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Las hUeLLas deL sUrreaLismo en La poesía y


narrativa argentinas posteriores a La
vangUardia

LUis aLberto spinetta/pesCado rabioso (Artaud, 1973)

Por Tenés que parar


Vi la sortija,
Árbol, hoja, salto, luz, aproximación Muriendo en el carrousell
Mueble, lana, gusto, pie Vi tantos monos, nidos
Té, mar, gas, mirada Platos de café
Nube, loba, dedo, cal, gesticulador Platos de café
Hijo, cama, menta, sien Guarda el hilo nena
Rey, fin, sol, amigo, cruz Guarden bien tus manos
Alga, dado, cielo, riel Esta libertad
Estalactita, mirador, corazón Ya no poses nena
Hombre, rayo, felpa, sed Todo eso es en vano
Extremidad, insolación, parecer, clavo, coito Como no dormir
Dios, temor, mujer, por Aunque me fuercen
Yo nunca voy a decir
Cantata de puentes amarillos Que todo tiempo por pasado fue mejor
¡mañana es mejor!
Todo camino puede andar Aquellas sombras del camino azul
Todo puede andar ¿dónde están?
Con esta sangre alrededor Yo las comparo con cipreses que vi
No sé que puedo yo mirar Solo en sueños
La sangre ríe idiota Y las muñecas tan sangrantes están
Como esta canción De llorar
Y ¿ante quién? Yo te amo tanto
Ensucien sus manos como siempre Que no puedo despertarme sin amar
Relojes se pudren en sus mentes ya Y te amo tanto
Y en el mar, naufragó Que no puedo despertarme sin amar
Una balsa que nunca zarpó ¡no! nunca la abandones, ¡no!
Mar aquí, mar allá Puentes amarillos
En un momento vas a ver Mira el pájaro
Que ya es la hora de volver Se muere en su jaula
Pero trayendo a casa ¡no! puentes amarillos
Todo aquel fulgor Se muere en su jaula
Y ¿para quién? Mira el pájaro
Las almas repudian todo encierro Puentes amarillos
Las cruces dejaron de llover Se muere en su jaula
Sube al taxi nena Mira el pájaro
Los hombres te miran Puentes amarillos
Te quieren tomar Hoy te amo ya
Ojo el ramo nena Y ya es mañana
Las flores se caen ¡mañana!
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Consigna 18 → Trabajo práctico: Las huellas del surrealismo en canciones de L.A. Spinetta

A partir de la escucha y la relectura de las canciones, respondé las siguientes preguntas:

1) ¿Cómo aparece el sujeto poético en cada texto? ¿Cómo lo describirías? ¿Qué vínculo guarda el mismo con la actitud
de las vanguardias, y más puntualmente del surrealismo?

2) ¿Qué procedimientos vanguardistas/surrealistas se observan en la composición de los textos?

3) En la “Cantata”: ¿A quién imaginás que se dirige el sujeto poético? ¿Qué le dice y con qué tono? ¿Por qué se lo dice?
¿Qué fragmentos del texto podrían referir al contexto de producción de Artaud y por qué? ¿Qué intertextos incorpora el
autor? (Para esta última pregunta, investigar en Google sobre los puentes amarillos de Van Gogh).

4) Escribí un microrrelato hilando las palabras contenidas en algún fragmento de “Por”.

jULio Cortázar

Lejana (Bestiario, 1951 - fragmento)

Diario de Alina Reyes

12 de enero

Anoche fue otra vez, yo tan cansada de pulseras y farándulas, de pink champagne y la cara Renato Viñes, oh esa cara de
foca balbuciante, de retrato de Doran Gray a lo último. Me acosté con gusto a bombón de menta, al Boogie del Banco
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Rojo, a mamá bostezada y cenicienta (como queda ella a la vuelta de las fiestas, cenicienta y durmiéndose, pescado
enormísimo y tan no ella.) Nora que dice dormirse con luz, con bulla, entre las urgidas crónicas de su hermana a medio
desvestir. Qué felices son, yo apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente, quiero dormir y
soy una horrible campana resonando, una ola, la cadena que Rex arrastra toda la noche contra los ligustros. Now I lay me
down to sleep... Tengo que repetir versos, o el sistema de buscar palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales,
con cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal(tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó
a la fragua con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con tres y tres alternadas, cábala,
laguna, animal; Ulises, ráfaga, reposo. Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palíndromos. Los fáciles, salta
Lenin el Atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átate, demoniaco Caín o me delata; Anás usó tu auto
Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y... Tan hermoso, éste, porque
abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y... No, horrible. Horrible porque abre camino a esta que no es la
reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es Alina Reyes pero no la reina del anagrama; que será cualquier cosa,
mendiga en Budapest, pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango, cualquier lejos y no reina. Pero sí
Alina Reyes y por eso fue otra vez, sentirla y el odio.

20 de enero

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo
y también a ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan. Ah, no me desespera tanto cuando estoy
durmiendo o corto un vestido o son las horas de recibo de mamá y yo sirvo el té a la señora de Regules o al chico de los
Rivas. Entonces me importa menos, es un poco cosa personal, yo conmigo; la siento más dueña de su infortunio, lejos y
sola pero dueña. Que sufra, que se hiele; yo aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un poco. Como hacer
vendas para un soldado que todavía no ha sido herido y sentir eso de grato, que se le está aliviando desde antes,
previsoramente. Que sufra. Le doy un beso a la señora de Regules, el té al chico de los Rivas, y me reservo para resistir
por dentro. Me digo: «Ahora estoy cruzando un puente helado, ahora la nieve me entra por los zapatos rotos». No es que
sienta nada. Sé solamente que es así, que en algún lado cruzo un puente en el instante mismo (pero no sé si es el instante
mismo) en que el chico de los Rivas me acepta el té y pone su mejor cara de tarado. Y aguanto bien porque estoy sola
entre esas gentes sin sentido, y no me desespera tanto. Nora se quedó anoche como tonta, dijo: «¿Pero qué te pasa?». Le
pasaba a aquella, a mí tan lejos. Algo horrible debió pasarle, le pegaban o se sentía enferma y justamente cuando Nora iba
a cantar a Fauré y yo en el piano, mirándolo tan feliz a Luis María acodado en la cola que le hacía como un marco, él
mirándome contento con cara de perrito, esperando oír los arpegios, los dos tan cerca y tan queriéndonos. Así es peor,
cuando conozco algo nuevo sobre ella y justo estoy bailando con Luis María, besándolo o solamente cerca de Luis María.
Porque a mí, a la lejana, no la quieren. Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me
pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como
un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es imposible resistir y entonces
tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa nieve que no siento, que no
siento y me está entrando por los zapatos.
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La noche boca arriba
(Final del juego, 1956)

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;


le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del
rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez;
llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo,
para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un
viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central.
Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco
tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo
distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día
apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada
en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y
con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como
dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto.
Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo
derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su
único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer,
tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima,
supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo
saltar la máquina de costado...”; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con
guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto.
Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo
acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se
lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante
le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. “Natural”, dijo él. “Como que me la ligué encima...” Los dos rieron
y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo
llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y
deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha,
quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera.
Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy
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bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como
una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la
radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco
se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a
alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya
que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y
en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan
natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo
más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso
que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. “Huele a guerra”, pensó, tocando instintivamente
el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil,
temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la
noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un
resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal
que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como
el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A
tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar
a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una
bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su
vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con
pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para
mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero
saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo
de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia
le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un
frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para
verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un
relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una
película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que
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todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían
suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul
oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios
resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas.
Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro
que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no
podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a
pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba
a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió
como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios
musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas.
Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del
chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres
noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas,
quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no
contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su
número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio
antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó
al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres.
Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va
a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba
en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo
era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse.
Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella
de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta
camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un
recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así?
Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba
a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver
nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera
tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el
golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los
hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo
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eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la
oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta
afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la
lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a
humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en
todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos.
Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con
el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido,
ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales
de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en
las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable.
Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de
nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y
se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso,
retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta
que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que
la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con
desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su
lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro
acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de
paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final.
Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez
del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no
acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo
sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el
amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que
debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de
imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas
imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se
enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a
amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos
abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de
agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras
roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía,
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abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara
donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el
cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora
con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe
vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo
rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un
segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a
muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en
la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el
sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas
avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal
que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se
le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las
hogueras.

Fragmento de la conferencia “El sentimiento de lo fantástico” (1982):

“El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al diccionario, yo no me molestaría en hacerlo, habrá una
definición, que será aparentemente impecable, pero una vez que la hayamos leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto
en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición. Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición de la
poesía, que la poesía es eso que se queda afuera, cuando hemos terminado de definir la poesía. Creo que esa misma definición podría
aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de
ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias,
y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe
nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del
todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción.

Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle [...] me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño,
antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis
padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente
delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse
con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante. Ese sentimiento, que creo que se
refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento”.
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siLvina oCampo

El retrato mal hecho (Viaje olvidado, 1937)

A los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de Eponina porque tenía vestidos como sillones
de brazos redondos. Pero Eponina, encerrada en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una
mitad del rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en miniatura. Raras veces los chicos
se le habían sentado sobre las faldas, por culpa de la desaparición de las rodillas y de los brazos que con frecuencia
involuntaria dejaba caer.
Detestaba los chicos, había detestado a sus hijos uno por uno a medida que iban naciendo, como ladrones de su
adolescencia que nadie lleva presos, a no ser los brazos que los hacen dormir. Los brazos de Ana, la sirvienta, eran como
cunas para sus hijos traviesos.
La vida era un larguísimo cansancio de descansar demasiado; la vida era muchas señoras que conversan sin oírse
en las salas de las casas donde de tarde en tarde se espera una fiesta como un alivio. Y así, a fuerza de vivir en postura de
retrato mal hecho, la impaciencia de Eponina se volvió paciente y comprimida, e idéntica a las rosas de papel que crecen
debajo de los fanales.
La mucama la distraía con sus cantos por la mañana, cuando arreglaba los dormitorios. Ana tenía los ojos
estirados y dormidos sobre un cuerpo muy despierto, y mantenía una inmovilidad extática de rueditas dentro de su
actividad. Era incansablemente la primera que se levantaba y la última que se acostaba. Era ella quien repartía por toda la
casa los desayunos y la ropa limpia, la que distribuía las compotas, la que hacía y deshacía las camas, la que servía la
mesa.
Fue el 5 de abril de 1890, a la hora del almuerzo; los chicos jugaban en el fondo del jardín; Eponina leía en La
Moda Elegante: «Se borda esta tira sobre pana de color bronce obscuro» o bien: «Traje de visita para señora joven,
vestido verde mirto», o bien: «punto de cadeneta, punto de espiga, punto anudado, punto lanzado y pasado». Los chicos
gritaban en el fondo del jardín. Eponina seguía leyendo: «Las hojas se hacen con seda color de aceituna» o bien: «los
enrejados son de color de rosa y azules», o bien: «la flor grande es de color encarnado», o bien: «las venas y los tallos
color albaricoque». Ana no llegaba para servir la mesa; toda la familia, compuesta de tías, maridos, primas en abundancia,
la buscaba por todos los rincones de la casa. No quedaba más que el altillo por explorar. Eponina dejó el periódico sobre
la mesa, no sabía lo que quería decir albaricoque: «Las venas y los tallos color albaricoque». Subió al altillo y empujó la
puerta hasta que cayó el mueble que la atrancaba. Un vuelo de murciélagos ciegos envolvía el techo roto. Entre un
amontonamiento de sillas desvencijadas y palanganas viejas, Ana estaba con la cintura suelta de náufraga, sentada sobre
el baúl; su delantal, siempre limpio, ahora estaba manchado de sangre. Eponina le tomó la mano, la levantó. Ana,
indicando el baúl, contestó al silencio: «Lo he matado».
Eponina abrió el baúl y vio a su hijo muerto, al que más había ambicionado subir sobre sus faldas: ahora estaba
dormido sobre el pecho de uno de sus vestidos más viejos, en busca de su corazón.
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La familia enmudecida de horror en el umbral de la puerta, se desgarraba con gritos intermitentes clamando por la
policía. Habían oído todo, habían visto todo; los que no se desmayaban, estaban arrebatados de odio y de horror.
Eponina se abrazó largamente a Ana con un gesto inusitado de ternura. Los labios de Eponina se movían en una
lenta ebullición: «Niño de cuatro años vestido de raso de algodón color encarnado. Esclavina cubierta de un plegado que
figura como olas ribeteadas con un encaje blanco. Las venas y los tallos son de color marrón dorados, verde mirto o
carmín».

El vestido de terciopelo (La furia, 1959)

Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa,
con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba
sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y
entramos, Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la
enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un
vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y
monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio
de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con
cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto
contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes.
Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
—¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá
perros rabiosos y quema de basuras… Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un ampo
de nieve —me tomó del mentón y agregó—: —No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad?
—y dirigiéndose a Casilda; agregó—: —¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad
de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
—Señora, ¿quiere probarse? —dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: —
Alcanza de mi cartera los alfileres.
—¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
—¿Para cuándo el viaje, señora? —le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
—El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
—Sáquemelo, que me asfixio —exclamó la señora.
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Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
—¿Para cuándo será el viaje, señora? —volvió a preguntar Casilda para distraerla.
—Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar
listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio, y brillante.
—Se va a París, ¿no?
—Iré también a Italia.
—¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
—Levante los dos brazos para que le pasemos primero las dos mangas —dijo Casilda, tomando el vestido y
poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la
señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora
descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado!
Un dragón bordado de lentejuelas negras, brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el
espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata,
en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la
pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los
recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
—¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires —dijo Casilda, dejando caer un
alfiler que tenía entre sus dientes—. ¿No le agrada, señora?
—Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus
preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
—¿Le gusta el nardo? Es tan triste —protestó Casilda.
—El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El
terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para
mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano, me atrae aunque a veces me repugne.
¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un
collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también.
Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire,
porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del
afilador, y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No
me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió
a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido
ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres
para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.
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—Cuando seas grande —me dijo la señora— te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
—Sí —respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué
risa!
—Ahora me quitaré el vestido —dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante
algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
—Tendré que dormir con él —dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba
sobre los latidos de su corazón—. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa —llevó la mano a la frente—. Es una cárcel.
¿Cómo salir?
Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
—Yo le aconsejé la seda natural —protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó
inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
—Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
¡Qué risa!

La peluca (Las invitadas, 1961)


A Elva y Sammy

Para engañarme me decías siempre la verdad; para decirte la verdad yo siempre te mentía. Éramos novios.
Estudiábamos juntos; trabajábamos en la misma oficina. Queríamos aprender alemán. Vimos el nombre de Herminia
Langster en el diario: ella quería aprender castellano (con nosotros) y enseñar en cambio alemán. Era rubia, alta y
delgada. Conversábamos en los jardines públicos, en las confiterías, en las casas cuando llovía. Sería inútil negarlo: te
enamoraste de ella por la peluca. Admiraste su cabellera postiza, creyendo que era natural, pero el día que se le ladeó,
ocupándole parte de la frente, o que la puso en la punta del respaldo de la silla, para alisar su verdadero pelo, porque creía
estar sola, sin que la espiáramos, y que volvió a colocársela con elegancia, la amaste aún más. Aparentemente era una
peluca parecida a todas las pelucas: ni rojiza para llamar la atención, ni platinada para parecerse a las más atrayentes, ni
negra para ser repugnante; era rubia, discreta e impersonal, con una raya perfecta en el centro, y algunos rulos que
armonizaban con las ondas suaves del conjunto. Creo que Herminia también te amaba. ¿Por qué voy a dudarlo? Por lo
menos te prefería. Era tan buena que estaba dispuesta a sacrificar todo por ti, pero tú no le pedías sacrificio alguno, salvo
ser amado, lo que implica de todos modos un sacrificio de ambas partes, porque amar es sacrificarse, uno lo aprende a lo
largo del tiempo. ¿Cuándo y por qué Herminia comenzó a cambiar de modales? No lo sé. Ni sé tampoco si lo haría para
parecer graciosa o para asombrarnos. Un día que paseábamos por el bosque de Palermo me dejó pasmada. Miró en las
ramas de un árbol, con insistencia, una torcaza. No podía seguir nuestra conversación. Sin decir agua va, como un
relámpago, trepó el árbol y trajo la torcaza entre sus manos. Desplumó y mordió bestialmente al pobre pajarito. Fingiste
no advertirlo, para no escandalizarme, probablemente. Comía como los perros, pasando la lengua por el plato; bebía el
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agua de los grifos o de un tazón, nunca de los vasos. ¡Fue absurdo que un día se nos ocurriera invitarla a cenar con
nosotros! Cuando empezó a caminar en cuatro patas, a romper los libros, nos fastidió mucho; y cuando nos mordió la
mano y la mejilla a mí me dio asco y a ti te perturbó. En noches de verano, clandestinamente, saliste con ella y sospecho
que no era para aprender alemán sino un idioma más complicado: el amor. Volvías maltrecho, con el pelo revuelto y
cubierto de rasguños. Estuve a punto de romper mi compromiso para no verte más, por lo menos hasta tranquilizar mis
nervios, pero no fue necesario. Sin comunicármelo te fuiste con ella a la provincia de Tucumán. Supe que habían
alquilado una casa en las sierras. Durante días vagué por los jardines donde habíamos paseado juntos.
Al poco tiempo, en las noticias policiales, me enteré de un caso de canibalismo en las sierras. Una mujer mató con
un cuchillo a un niño, un panaderito, y lo dio de comer a sus hijos. Simultáneamente recibí un telegrama tuyo, para que
fuera a tu encuentro, en las sierras. Relacioné las dos noticias y partí en el primer tren. Tucumán me deslumbró. Me quedé
a dormir una noche en un hotel de la ciudad. El lugar donde vivías, en las sierras, quedaba bastante retirado. Tuve que
tomar otro tren. Tu casa estaba en un valle encantador y salvaje. Cuando te vi solo, te pregunté: –¿Y Herminia? ¿Te
libraste de ella? Abrazándome, contestaste: –Me la comí. Si ella era un animal, es natural que yo la comiera. Herminia no
volvió a aparecer. Vivimos en un mundo extraño. Me casé contigo, pero a medida que pasa el tiempo me das miedo, sobre
todo desde que dijiste que debo engordar, pues me sienta mejor, y porque insistes en vivir en un lugar retirado, en plena
sierra, sin un criado siquiera. Esta carta es para que sepas que no soy tonta y que no me engañas. Los hombres se comen
los unos a los otros, como los animales: que lo hagas de un modo físico y real, no te volverá más culpable ante mis ojos,
pero sí ante el mundo, que registrará el hecho en los diarios como un nuevo caso de canibalismo.

La Soga (Los días de la noche, 1970).

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por
el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la
soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para
cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años,
Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca
colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas,
después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la
soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de
Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga
lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a
regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba
aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía:
“Toñito, no juegues con la soga.”La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera
creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y
desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos
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extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya
no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia
delante, para retorcerse mejor. Si alguien le pedía:—Toñito, préstame la soga.El muchacho invariablemente contestaba:—
No. A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola,
deshilachada, parecía de dragón. Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.¿Una soga, de
qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes...
Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua. La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a
cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía. Toñito tomó la costumbre de dormir con
Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.
Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba
comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la
energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la
blusa. Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos. La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él,
lo velaba.
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otras téCniCas vangUardistas

Consigna 14 → El HIPÉRBATON es un procedimiento consistente en alterar el orden sintáctico habitual de un texto,


cambiando el lugar que ocupan las palabras en cada oración. Estos textos desorientan al lector pero igualmente pueden ser
comprendidos.

Ejemplo: “Hipérbaton”, de Leo Masliah (fragmento)

El señor PithonBaer de su oficina salió. Al garaje fue. Dio propina una al cuidador. Su auto sacó. Transitó la rambla por,
hasta a chalé su llegar. Y aquí de esto la más importante parte comienza: chalé vacío estaba el. Lo desvalijado habían.
Hasta las habían robado valijas le. Los vacíos estaban roperos. El también de la cocina armario. Ni un heladera de
gramo en la carne quedaba. Ni cagar había dónde, inodoro el porque ya no estaba. Tampoco el teléfono, así que
PithonBaer a comisaría la fue.

Actividad: Elegí un texto que hayas leído sobre cualquier tema de tu interés. Reescribilo desordenando su sintaxis.

Consigna 15 → DESARROLLAR UNA INTERPRETACIÓN LITERAL DE UNA METÁFORA

Una metáfora es una expresión en la que se pueden identificar dos términos entre los cuales existe algún tipo de relación
de semejanza. Uno de ellos es el “literal” (lo que dice concretamente) y el otro el que sugiere un “sentido figurado”,
“simbólico”, que es la metáfora propiamente dicha y por lo tanto el más importante.

Los autores del estilo denominado “Patafísica” empleaban este recurso poético para invertir la relación de importancia
entre estos dos términos y desconocer su sentido metafórico.

Actividad: Elegí una metáfora e inventá una breve historia considerando únicamente su interpretación literal, es decir,
quitándole el significado sugerido, simbólico, figurado o metafórico.

Ejemplo: Cuando a Pedro se le ocurría algo o tenía una idea, “se le encendía la lamparita”. Le brillaba unos
centímetros sobre la cabeza. No creo que tuviera más de 20 watts porque Pedro no era muy brillante. Daba pena verlo en
los exámenes con su lamparita apagada. No había manera de iluminarle la cabeza. Sin embargo, cuando jugaba al fútbol
era otra cosa. Se le ocurrían mil jugadas y andaba con la bombita encendida todo el tiempo. Y si el partido de noche, era
un espectáculo maravilloso poder verlo jugar.

Consigna 16 → AL ESTILO DE OLIVERIO GIRONDO 1: NO SÉ, ME IMPORTA UN PITO QUE….

Leé el Poema 1 del libro Espantapájaros, al alcance de todos (1932) y escribí un texto similar al mismo. Una posibilidad
es completar los espacios en blanco en la versión que aparece a continuación y luego extender el texto:

No se me importa un pito que _________________ tengan _________________ o como _________________ ; un


_________________ o _________________ Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que _________________
o _________________ . Soy perfectamente capaz de soportar _________________ ; ¡pero eso sí! —y en esto soy
irreductible— _________________ . Si no _________________ ¡__________________________________ !

Consigna 17 → AL ESTILO DE OLIVERIO GIRONDO 2: SE MIRAN, SE PRESIENTEN, SE DESEAN…

Leé el Poema 12 del mismo libro de Girondo y escribí un texto similar pero con otro “campo semántico”. Para ello, elegí
un tema y hacé una lista de palabras de ese campo semántico. Por ejemplo: Campo semántico del Fútbol → pase,
gambeta, penal, tiro libre, taquito, gol, hinchada, etc.
Una vez que tenés el listado, empleá esas palabras con el sentido que tiene el poema, reemplazando las originales.
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Se miran, se presienten, se desean,


se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,

Otros campos semánticos: Religión – Política – Matemáticas – Herramientas – Pesca – Comercio – etc.

Consigna 18 → AL ESTILO DE JULIO CORTÁZAR: INSTRUCCIONES PARA... O CÓMO DESCOMPONER


ACCIONES

Tomá una acción cualquiera que puedas hacer automáticamente, sin pensarla, que no necesite instrucciones, como cruzar
una avenida peligrosa, hacer nuevos amigos, atrapar una mosca, manejar el auto con el papá al lado observando, simular
estar contento cuando estás triste, etc. y elaborá instrucciones para realizarla, describiéndola en sus más mínimos detalles,
paso a paso y creando a la vez situaciones absurdas

Ejemplo: “Instrucciones para llorar”, de Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese
en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en
una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final,
pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted
mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato
cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se
tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco
contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Consigna 19 → POESÍA BLACK OUT

Investigá qué es y cómo se hace la poesía black out en este sitio o en otros:
https://ideasparalaclase.com/2014/02/17/poesia-blackout-o-blackout-poetry-una-estrategia-interesante-para-crear-poemas/
Elegí un texto en prosa que hayamos leído durante al año; traé a clase una copia de alguna página que te guste de dicho
texto y hacé poesía black out sobre ella.

Consigna 20 → COLLAGE POÉTICO

En grupos, confeccionen un collage poético titulado “Libertad/es”, en el cual:

- incluyan fragmentos de textos leídos y producidos a lo largo de esta unidad, reinterpretados desde la temática de la
libertad.
- pongan en juego distintas técnicas de escritura vanguardista que han practicado.
- incorporen varios lenguajes artísticos.
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