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Ética de la investigación

Vicente Manzano – 2006

Introducción

Los aspectos que rodean al concepto de ética (valores, responsabili-


dad, moral, compromiso social, etc.) suelen recibirse desde dos pos-
turas en el momento en que participan de un discurso.

Por un lado, cuanto se refiere a la ética es considerado secundario,


curioso o relativo a la sensibilería de quien los saca a la luz o los rei-
vindica. Hay quienes se dedican a cosas serias (propiciar el avance de
la ciencia, trabajar para el desarrollo tecnológico, aumentar la riqueza
del país, etc.) y hay quien ocupa su tiempo y desea ocupar el de los
demás con cuestiones como el de la discusión ética. Su único brazo
merecedor de una atención colectiva es la justicia. Se entiende que
ésta se ha conseguido mediante el trabajo de personas expertas y
compete a todos los miembros de la sociedad, sometidos a la ley. La
justicia y la normativa asociada son aspectos serios colectivos, mien-
tras que la ética es un pasatiempo interesante referido a la escala de
valores de cada individuo, sobre el que la sociedad no tiene compe-
tencias. El científico puede ser en la ciencia como el individuo en su
casa, una persona que intenta controlar la esfera que observa direc-
tamente mirando la dimensión social con desconfianza. En palabras
de Díaz (2001:27) “Los individuos se retiran a sus espacios domésti-
cos tras haber dado por perdida la batalla social, y se dedican man-
samente al bricolaje sincrético como técnica de autoafirmación”.

Por otro lado, los argumentos apoyados en posturas éticas, aunque


sólo sea en términos formales, se aceptan públicamente sin reparos.
Esta aceptación explícita muestra el buen hacer o la buena disposi-
ción no sólo de quien los defiende, sino también de quienes los escu-
chan sin oponer resistencia. Es difícil encontrar a alguien que rechace
públicamente los argumentos éticos. Mostrar una actitud positiva
hacia la ética está socialmente bien visto, del mismo modo que ser
tolerante o valiente. La ética, con ello, engrosa el cuerpo estético del
diálogo social. Con independencia de cuáles son finalmente los com-
portamientos, la utilización de los conceptos propios de la ética obe-
dece a la intención de cumplir con los referentes estéticos. En otras
ocasiones, salvada esta imagen pública, la ética se utiliza como fuen-
te de términos lingüísticos que permiten dar un baño de argumenta-
ción positiva a decisiones difícilmente admisibles. Observemos, por
ejemplo, que la práctica del discurso político acude con asiduidad a
los valores del bien común, la solidaridad, la paz, la justicia, la liber-
tad, etc. sea cual fuere la postura para cuya defensa se acude a ellos.
En un ejemplo frecuente y contundente, se acude al objetivo de la

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paz para justificar una guerra, lo que prueba que las personas, cuyo
comportamiento electoral mantiene a los decisores, manejan efecti-
vamente estos principios, aunque resultan ser fácilmente reorienta-
bles.

En el contexto llamado de la ciencia se observa la misma situación:


quienes se dedican a cualquier campo científico reciben los refuerzos
de la comunidad específica o de la sociedad en general por sus
hallazgos inscritos en el avance del conocimiento, preferiblemente
con repercusiones tecnológicas. Pero ¿cuántas personas pueden ser
descritas como reconocidas por su dedicación a la ética de la investi-
gación?

En la ciencia también identificamos la existencia de cuerpos de cono-


cimiento específicos dedicados a la observación ética y a la genera-
ción de principios, normas, protocolos, deontología... que deben su
existencia a la preocupación en principios éticos. Incluso se encuen-
tran referencias que asocian el quehacer científico con un comporta-
miento ético (Tarrés), si bien termina centrado en el buen quehacer
dentro de la comunidad científica. No obstante, estas ocupaciones
éticas en la práctica habitual del comportamiento científico sufren
tres problemas básicos.

Por un lado, se han visto sustituidos por una preocupación moral rela-
tiva al ejercicio de la profesión en cada disciplina científica, bajo el
epígrafe de “código deontológico”. Vacíos de su sentido original, se
deriva en ocasiones hacia lecturas autómatas que, aplicadas a situa-
ciones concretas, tienen precisamente poco de éticas. El código deon-
tológico es generado principalmente desde la preocupación por digni-
ficar la profesión, lo que lleva a establecer prácticas muy discutibles
como la competencia entre profesiones o el cobro de honorarios a
personas que sólo aparecen como clientes.

Por otro lado, la preocupación ética (o la estética de la ética) lleva en


ocasiones a traducir principios generales a normativas, protocolos y
comisiones específicas cuyo comportamiento final no tiene por qué
aprobar un examen ético. Dos ejemplos concretos los constituyen la
reducción de toda la ética al cumplimiento autómata en la aplicación
del consentimiento informado, o la constitución de comisiones éticas
que han de valorar la procedencia de proyectos de investigación. En
el primer caso, se obvian importantes aspectos del comportamiento
científico, como es el establecimiento de los objetivos de investiga-
ción, fomentando la creencia de que sólo las disciplinas que tienen un
trato directo con personas (como la medicina o el trabajo social) han
de tener alguna preocupación ética. En el segundo caso, se llega a
justificar éticamente el sacrificio de animales o la ausencia de infor-
mación para colectivos marginados.

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Y, por último, los procesos de formación del futuro personal de la
ciencia abundan en la compartimentación, forzando la salida de las
cuestiones éticas frente a la permanencia y el refuerzo de los saberes
científico y técnico. De este modo, en la enseñanza universitaria el
estudiante sólo toma contacto con estas inquietudes (cuando ocurre)
en asignaturas diferenciadas o en materias de libre configuración, pe-
ro no como un tema transversal imbricado en los contenidos propios
de cada disciplina. Aprendemos, por tanto, que una cosa es la cien-
cia, la técnica, la profesión o la práctica cotidiana, y otra bien distinta
es la ética.

El panorama tal vez no sea tan desalentador como se dibuja en los


párrafos precedentes, pero en cualquier caso la ética ocupa hoy un
lugar que dista mucho del que le corresponde, como principio rector
de toda actividad humana inteligente (donde la actividad científica es
considerada exponente máximo). A justificar esta sentencia y a mos-
trar alternativas se dedican las siguientes líneas. Consideramos en
ello que la ética es más bien una actitud (Kisnerman, 2001) que una
normativa o conjunto de principios, es una forma de plantear las de-
cisiones y los comportamientos, por lo que no puede existir como
campo independiente o abstracto, sino que tiene sentido en la prácti-
ca cotidiana. Por este motivo, la ética de la investigación no puede
verse reducida a un código, a una asignatura o a una comisión, sino
que merece considerarse como una actitud que baña todo comporta-
miento en el quehacer cotidiano de la investigación.

Versión habitual de la ética de la investigación

Tradicionalmente, la ética de la investigación se ha venido ocupando


de dos apartados: el que se refiere a la propia comunidad científica y
el que se preocupa por las personas que participan directamente en
el estudio.

Ética para la comunidad científica

Son muchos los tópicos que han engrosado este apartado, si bien to-
dos ellos se ocupan de promover confianza dentro de la comunidad
científica, buena comunicación y respeto por las reglas de juego. Si-
guiendo estos preceptos, se supone que las personas que llevan a
cabo la actividad científica desarrollarán su trabajo en la mejor de las
situaciones. Podríamos clasificar estos aspectos en dos grupos: prin-
cipios internos (de la comunidad para la comunidad) y externos (del
exterior para la comunidad).

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Preceptos internos

En palabras de Sánchez Vázquez (citado por Tarrés, 2004:3) “El cien-


tífico ha de poner de manifiesto una serie de cualidades morales cuya
posesión asegura una mejor realización del objetivo fundamental que
preside su actividad, a saber: la búsqueda de la verdad. Entre estas
cualidades morales, propias de toda verdadera persona de ciencia,
figuran prominentemente la honestidad intelectual, el desinterés per-
sonal, la decisión en la búsqueda de la verdad y en la crítica de la fal-
sedad”. La búsqueda de la verdad es, por ello, la ocupación caracte-
rística de la ciencia y de la academia (Derrida, 2002).

Estas expectativas generales pueden traducirse en aspectos más con-


cretos, referidos a:

• La autoría. Básicamente, hablamos de


o No plagiar (no sólo no copiar obras total o parcialmente, sino
no atribuirse ideas que han sido generadas por otros agen-
tes). “Para ser completamente claros: el plagio se considera
como el hurto del trabajo intelectual de otra persona” (Cere-
zo, 2006:31)
o No ocultar a personas que han participado en el estudio o en
su redacción.
o No asignar la autoría del estudio o de la redacción a perso-
nas que no han participado en ello.
El primer precepto (no plagiar) goza de una gran aceptación, si
bien cuenta con zonas de límites difusos. Ocurre, por ejemplo,
en el auto-plagio, mediante el que los mismos autores repiten
el mismo estudio, con matices diferentes, en varias ocasiones y
contextos, respondiendo a la presión que reciben para publicar.
Otro ejemplo se refiere a un comportamiento imperfecto en las
referencias: no citar algunas fuentes de las que se ha extraído
información (aunque ésta no sea relevante en el estudio). Sin
embargo, los otros dos preceptos (evitar la ausencia de autores
y no añadir firmas gratuitas), cuentan con una amplia tradición
en contra. Es muy frecuente que los grupos de investigación
rindan pleitesía al líder, añadiendo sistemáticamente su nombre
a todas las publicaciones, al mismo tiempo que se evita la firma
de la figura que suele considerarse como investigador en for-
mación (becarios, alumnos internos, colaboradores honorarios,
etc.) con independencia de los trabajos realizados.

• Veracidad. Se espera del científico honrado que no mienta bajo


ningún motivo. Ello implica que no puede inventar datos ni re-
sultados ni referencias. La mentira no sólo ocurre por creación,
sino también por eliminación (omisión de datos, de resultados o
de referencias). Existen casos famosos de mentiras, asociados
a científicos de gran prestigio (como Mendel o Newton, por

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ejemplo). Pero la genialidad de sus autores disculpa su compor-
tamiento. Digamos que tenían que forzar sus datos para de-
mostrar a los demás lo que ya sabían que era cierto (Trocchio,
1995). La presión por conseguir subvenciones y prestigio aca-
démico, a través de publicaciones especialmente, facilita a los
investigadores la realización de fraudes de diverso tipo (Caste-
jón, 2006).

• Corrección metodológica: esta corrección no sólo se refiere a


una adecuada aplicación del método (lo que implica un conoci-
miento suficiente sobre ello), sino también a no jugar con los
procedimientos para llegar a los resultados deseados. Tres
ejemplos claros de ello pueden ser:
o La repetición del estudio hasta que se consigue rechazar la
hipótesis nula y llegar a resultados que se muestran como
significativos (una de las maniobras denunciadas por Huff,
1956).
o La decisión del nivel de significación después de obtener el
grado en las pruebas de significación de la hipótesis nula
(Manzano, 1998), con objeto de mantenerla o rechazarla se-
gún interese.
o La desestimación de resultados que no convienen, frecuen-
temente porque las conclusiones contraponen los intereses
de la entidad publicadora o subvencionadora.

• Comunicación. Hay que propiciar la comunicación entre colegas


y evitar cualquier escollo o barrera a este principio. Se espera
que las formas y vehículos de publicación sean ciegos con res-
pecto a la autoría y que se deban exclusivamente al contenido
de los trabajos. Se espera que toda línea de investigación cuen-
te con medios equiparables para la publicación y que todo per-
sonal científico acceda a las mismas oportunidades para entrar
en comunicación con los demás. Por ello, se espera que los cri-
terios de admisión de trabajos en congresos, de artículos en re-
vistas, de candidatos a plazas, o de proyectos de investigación
en convocatorias públicas obedezcan a principios como los de
equidad, transparencia o justicia. No obstante, existe una dis-
cusión creciente en torno a la realidad de estos supuestos (por
ejemplo, Morán, 2006).

Como vemos, todos estos principios o buenos comportamientos se


refieren a la facilitación de un entorno de trabajo agradable y propicio
para la producción científica. Se pretende, también, conseguir credibi-
lidad pública y utilidad de la producción. En el primer caso, la pobla-
ción general respetará a la científica porque no aflora ningún proble-
ma interno que afecte a esa credibilidad. En el segundo, si el trabajo
se ciñe a la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad (paro-

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diando la célebre expresión hollywoodiana), la producción científica
tendrá la máxima utilidad.

Preceptos externos

Los preceptos externos se refieren a propiciar condiciones idóneas


para realizar la labor de investigación sin presiones que desvíen el
buen comportamiento científico. El objetivo es garantizar y promover
la libertad de investigación y los medios necesarios para ejercerla.
Como ya se ha mencionado, uno de los principales inconvenientes
para la investigación ética son las presiones que se reciben desde va-
rios frentes y que facilitan la aparición de incorrecciones como los
plagios, la invención de resultados, etc. Los medios para ejercer esa
libertad están cada vez más en función de criterios ajenos a la ciencia
y a la ética, como son las necesidades del mercado. En este sentido,
las investigaciones tienden a orientarse hacia el incremento de la ca-
pacidad competitiva de las empresas y las instituciones de Enseñanza
Superior se definen cada vez más como entidades que forman mano
de obra adaptada a las nuevas y cambiantes necesidades del merca-
do (Manzano y Andrés, 2006).

Ética para los participantes

Existe una amplia documentación sobre ética relativa a la participa-


ción de las personas en los estudios. Muchas de estas generaciones
de normativas, códigos y protocolos nacen en el entorno de las cien-
cias biomédicas. Es natural si tenemos en cuenta que trabajan con la
parte más visible de la salud y que lo hacen en un entorno de mucha
presión, entre la opinión pública, las necesidades reales de la pobla-
ción, el éxito político y la dinámica del mercado en el caso de las em-
presas farmacéuticas, además de la creciente presencia de movimien-
tos sociales y organizaciones no gubernamentales internacionales. En
definitiva, la investigación biomédica ha ido abriendo camino a las
reflexiones en torno a los participantes en los estudios, frecuente-
mente promovida por sonoros y desagradables escándalos.

Uno de los textos más completos sobre este asunto es el Currículo de


Capacitación sobre la Ética de la Investigación que promueve la Fami-
ly Health International (http://www.fhi.org/training/sp/RETC/). Lo
que sigue es un resumen muy esquemático de ese texto, que señala:

La investigación con seres humanos es un privilegio, no un derecho.

Los principios de la investigación ética son universales, es decir, no


dependen de los límites geográficos, culturales, legales o políticos.
Pero la disponibilidad de los recursos necesarios para garantizarlos no

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es universal. Por otro lado, cada investigación es particular, tiene lu-
gar en un contexto cultural concreto y un entorno local.

Los desarrollos en ética de la investigación surgen, entre otras fuen-


tes, de los abusos cometidos en el pasado, como ocurrió con las in-
vestigaciones nazis que se nutrieron de las personas confinadas en
campos de concentración.

Los principios fundamentales y universales de la ética de la investiga-


ción con seres humanos son: respeto por las personas, beneficiencia
y justicia. Los investigadores, las instituciones y, de hecho, la socie-
dad están obligados a garantizar que estos principios se cumplan ca-
da vez que se realiza una investigación con seres humanos.

Respeto por las personas

Se basa en reconocer la capacidad de las personas para tomar sus


propias decisiones, es decir, su autonomía. A partir de su autonomía
protegen su dignidad y su libertad. El respeto por las personas que
participan en la investigación (mejor “participantes” que “sujetos”,
puesto que esta segunda denominación supone un desequilibrio) se
expresa a través del proceso de consentimiento informado, que con-
siste en un documento donde el posible participante encuentra toda
la información relevante del estudio acerca de las posibles conse-
cuencias, su papel, su voluntariedad, etc. (ver más adelante)

Es importante tener una atención especial a los grupos vulnerables,


como pobres, niños, marginados, prisioneros... Estos grupos pueden
tomar decisiones empujados por su situación precaria o sus dificulta-
des para salvaguardar su propia dignidad o libertad.

Beneficiencia

La beneficiencia hace que el investigador sea responsable del bienes-


tar físico, mental y social del participante. De hecho, la principal res-
ponsabilidad del investigador es la protección del participante. Esta
protección es más importante que la búsqueda de nuevo conocimien-
to o que el interés personal, profesional o científico de la investiga-
ción. Implica no hacer daño o reducir los riesgos al mínimo, por lo
que también se le conoce como principio de no maleficiencia.

Justicia

El principio de justicia prohíbe exponer a riesgos a un grupo para be-


neficiar a otro, pues hay que distribuir de forma equitativa riesgos y
beneficios. Así, por ejemplo, cuando la investigación se sufraga con
fondos públicos, los beneficios de conocimiento o tecnológicos que se
deriven deben estar a disposición de toda la población y no sólo de

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los grupos privilegiados que puedan permitirse costear el acceso a
esos beneficios.

Para que una persona pase a ser participante en una investigación es


necesario, según las pautas éticas, que otorgue su consentimiento
informado voluntario. Ello implica que (1) ha recibido la información
necesaria, (2) la ha entendido y (3) ha tomado una decisión libre de
coacción, intimidación, influencia o incentivo excesivo. El consenti-
miento informado expresa el principio fundamental de respeto a las
personas y no es sólo un documento que haya que firmarse, sino un
proceso de comunicación entre participante e investigador.

El investigador se ve sometido con frecuencia a tensiones provenien-


tes de diversos intereses. Por un lado está su propia motivación para
realizar investigaciones exitosas que generen respeto o prestigio en-
tre sus colegas. Por otro, la presión de los patrocinadores que pueden
esperar resultados favorables y exclusivos. Y, por último, las institu-
ciones, que presionan a los investigadores para que publiquen con
regularidad y que busquen fuentes de subvención y de contratos para
recaudar dinero. Estas presiones pueden generar conflictos de inter-
eses que sufrirá la ética de la investigación.

Para prever las consecuencias negativas de los conflictos de inter-


eses, es buena estrategia formar adecuadamente a los investigado-
res, supervisar su labor, facilitar la exteriorización de estos conflictos
y promover en otros medios la prioridad ética (como en la aceptación
de artículos).

Limitaciones

La versión habitual de la ética de la investigación es muy limitada.


Considera la acción científica únicamente en el contexto concreto en
el que desarrolla su labor específica. Esta versión se preocupa de la
buena marcha de la comunidad científica y de un trato adecuado con
las personas que participan en el estudio. En ambos aspectos no se
agota, ni de lejos, la responsabilidad social de la ciencia y, por tanto,
los aspectos éticos de su labor.

No sólo hay argumentos desde el cuerpo de la ética para concluir que


esta versión tradicional es muy insuficiente. También hay otros as-
pectos dignos de mención. Uno de los argumentos a considerar po-
dría denominarse estadístico, pues se basa en el recuento de obser-
vaciones: la actividad científica hasta la fecha no ha sabido resolver
aún los grandes problemas de la humanidad. Ello implica que falla en
su planteamiento, en su organización o en su dependencia del poder
ejecutor del conocimiento. En cualquier caso, falla. Ello obliga a con-
cluir que no se abordan todos los aspectos que serían relevantes en

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los procesos de formación de los futuros investigadores. “Son tres los
problemas que suscitan la urgencia de una ética mundial: la crisis so-
cial, la crisis del sistema de trabajo y la crisis ecológica, crisis, todas
ellas, de dimensiones planetarias” (Boff, 2001:13). En este contexto
global, la ética bicéfala queda reducida a dimensiones mínimas.

Otro argumento podría ser denominado profesional: en la propia co-


munidad científica se debaten aspectos relativos a la ética de la in-
vestigación que no quedan contemplados en el modelo anterior de
dos frentes (ética para la comunidad, ética para los participantes).
Los estudios sobre el genoma humano, por ejemplo, son una buena
muestra de ello. El debate en torno a qué perfiles de científicos se
refuerzan desde la Administración del Estado (más centrados en la
propia investigación, en los requerimientos sociales, en la transmisión
del conocimiento...) es otro aspecto que no queda abordado satisfac-
toriamente en el modelo bicéfalo expuesto.

Además, esta versión sufre un sesgo de cobertura. Las áreas de la


ciencia que no realizan investigaciones directamente con personas no
se sienten implicadas en la discusión ética, bajo la perspectiva seña-
lada, más allá de los que hemos denominado preceptos internos. Hay
excepciones de envergadura, como los aspectos relacionados con la
ingeniería de armamentos, donde el trabajo de laboratorio no parece
afectar a las personas, pero sí el uso de los artilugios ingeniados. Sin
embargo, aunque resulte sumamente llamativo, los debates éticos en
torno a la ingeniería de armamentos sólo recientemente se llevan a
cabo en la propia comunidad científica (Parrondo, 2006).

Por último, el principal argumento a nuestro entender, es que no


existe coherencia en la forma de abordar el método científico en el
contexto de la actuación científica. La versión habitual de ética de la
investigación considera a ésta inserta en una especie de sistema ce-
rrado. Según este paradigma dominante, llevar a cabo un comporta-
miento científico es cosa diferente e independiente de realizar un
comportamiento ético. Sin embargo, ser coherentes en el plantea-
miento de los principios metodológicos básicos lleva necesariamente
a un comportamiento ético. En otros términos, no sólo es socialmente
conveniente un desarrollo ético de la ciencia, sino que ésta ha de ser-
lo necesariamente según sus propias bases metodológicas de exis-
tencia. Así, la investigación coherente y completa es necesariamente
ética. Esta reflexión ampliada es la que justifica el resto de este do-
cumento.

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Versión ampliada

En torno al concepto de validez

En la investigación científica en general el concepto de validez es la


columna principal de la metodología. Ya se puede tratar de investiga-
ción preliminar, exploratoria o confirmatoria, investigación básica o
aplicada, cualitativa o cuantitativa, el centro de la preocupación es la
validez, con múltiples denominaciones. Tres preguntas ayudan a
identificar este concepto.

Validez ¿para qué?

La validez es una característica específica. No es correcto afirmar que


un objeto (un diseño, un experimento, una técnica de control...) es
válido o no en sí mismo, sino con respecto a una tarea o a un objeti-
vo para el que se utiliza. El carrillo de mano, por ejemplo, parece vá-
lido para transportar ladrillos dentro de una obra, pero no para llevar
la grúa de un lugar a otro. Es imprescindible, además, tener en cuen-
ta el contexto. Siguiendo con el ejemplo, si el terreno se encuentra
embarrado, será preferible llevar los ladrillos en los brazos en vez de
acudir al carrillo de mano, que dejará de parecernos válido, dada la
situación. Todo ello aconseja acotar con claridad el objetivo para el
que se requiere eso sobre cuya validez hay que pronunciarse y consi-
derar el contexto de aplicación.

¿Cuánto de validez?

La validez no puede pesarse como para pedirla a kilos, pero sí es una


cuestión de grado. En el ejemplo de la obra, los brazos (con sus res-
pectivas manos) sirven también para transportar ladrillos, pero en
términos generales es más válido el carrillo de mano, es decir, sirve
mejor al propósito. Como hemos visto, el grado de validez del objeto
está en función no sólo del objetivo sino también del contexto, por lo
que la sentencia “mejor el carrillo que los brazos” puede variar en
función de las condiciones del terreno. En el muestreo de poblacio-
nes, por ejemplo, afirmaremos “mejor un muestreo estratificado con
afijación de Newman-Pearson que no uno de conglomerados” como
un consejo general, que da la vuelta cuando los conglomerados son
fácilmente accesibles y muestran una varianza intra elevada e inter
mínima, frente a una población muy dispersa (por ejemplo, Manzano
y Braña, 2003). En los cursos de formación en metodología un tópico
omnipresente es la respuesta “depende”. Afirmamos continuamente
que no hay métodos o técnicas siempre superiores a otras, sino que
se adecuan mejor o peor según las situaciones.

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¿Qué?

En las respuestas anteriores se encuentra implícita también la que


corresponde a esta pregunta: ¿qué es eso sobre lo que nos pregun-
tamos por su validez? Ya hemos dicho que no es el objeto en sí,
puesto que depende para qué objetivo y en qué contexto. ¿Qué cosa
es entonces?

La validez se aplica sobre entes que sirven para algo; es decir, sobre
instrumentos en cuanto que lo son. Si la conversación con el amigo
posee un valor instrumental es que no constituye un fin en sí mismo,
sino que uso la conversación para sentirme mejor, por ejemplo, lo
que sí constituye un valor finalista (se busca en sí y no como medio
para otra meta). En tal caso, me plantearía si la conversación sirve
para el objetivo de encontrarme mejor.

Así pues, la validez se plantea únicamente sobre instrumentos. Pero


no directamente sobre ellos, puesto que éstos pueden ser utilizados
para objetivos diversos y en contextos diferentes. Lo que hemos es-
tado respondiendo hasta ahora ha sido a cuestiones que se refieren al
uso de los instrumentos. No nos planteamos la validez del carro, por
tanto, sino del uso que hacemos de él, considerando el objetivo y el
contexto.

Coherencia en la validez

La validez, pues, se refiere al grado en que el uso que hacemos de un


instrumento sirve para un objetivo planteado en un contexto de apli-
cación.

Pensemos en la situación de una investigación mediante encuesta. En


el proceso se acude a un cuestionario. Se trata de uno que ya ha sido
estudiado con anterioridad. Pongamos que constituye tanto una obra
de arte como un escaparate de técnica. Supongamos que es imposi-
ble un producto científico más perfecto en el campo del diseño y
construcción de cuestionarios. Quizá no sea posible encontrar un
cuestionario de validez más reconocida en la comunidad científica.
Sirve muy bien al cometido de medir actitudes xenófobas en pobla-
ciones autóctonas de habla hispana. Y ya decimos que no se encuen-
tra otra herramienta de medida que realice mejor esta acción que ese
cuestionario. Observemos ahora el objetivo de la investigación: se
pretende prever quién va a ganar las siguientes elecciones. Es fácil
llegar al acuerdo de que un cuestionario sobre actitudes xenófobas no
vale para realizar un sondeo pre-electoral, en términos generales. El
cuestionario será muy bueno para lo que se ideó, pero concluimos
que ese instrumento es improcedente cuando colocamos el foco en el
objetivo de esta investigación (estimación de voto). La figura 1 repre-

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senta esta situación. La validez del uso que se pretende dar a las
herramientas o instrumentos, como se ha indicado ya más arriba, se
mide en función de los objetivos de la investigación y del contexto de
aplicación.

Figura 1: validez de instrumentos.

Usualmente, las personas que nos dedicamos a la investigación sole-


mos interrumpir la reflexión sobre validez llegados al objetivo del es-
tudio. No obstante, no es difícil observar que hay quien va más allá y
se plantea la investigación en un contexto más amplio que implica un
modelo teórico o una línea de trabajo. Así, la cuestión abarca un hori-
zonte más amplio: ¿sirve el objetivo que se plantea en esta investi-
gación para poner a prueba, robustecer o ampliar el marco teórico?
¿Sirve ese objetivo para continuar avanzando en esta línea de inves-
tigaciones? Son preguntas inteligentes por que centran la atención en
la trascendencia del trabajo: si éste no sirve, abandónese la idea de
abordarlo por muy bien que se haga.

Retomemos las preguntas principales en el concepto de validez. No


sólo nos interesa si la investigación sirve o no como instrumento a
unos objetivos más amplios que nacen en un marco teórico o una lí-
nea de trabajo. Nos interesa también la cuestión del grado. En otros
términos, lo que nos preocupa es si los esfuerzos que estamos dedi-
cando a realizar una investigación (metodológicamente impecable,
posiblemente) podrían ser más beneficiosos aplicados a otros estu-
dios, más urgentes o trascendentes desde el punto de vista del marco
o línea en la que nace la idea de hacer el trabajo.

Las inquietudes que se han expresado en los párrafos anteriores pue-


den gozar fácilmente de aceptación dentro de la comunidad científica,

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puesto que se encuentran en la línea de las preocupaciones conside-
radas objetivamente científicas. Pero, para mantener la coherencia, la
preocupación por la validez debe ir todavía más allá.

Recurriendo a los mismos términos que hemos venido utilizando, lo


que nos planteamos en esta ampliación es observar a la investigación
no como un objetivo, sino como un instrumento de un objetivo más
amplio. Con ello, procede aplicar la preocupación capital de la meto-
dología y preguntar en qué medida la investigación es válida, con
respecto al marco teórico, a los interrogantes académicos o científi-
cos, a los objetivos que motivaron iniciar esa línea de trabajo, etc.
Seamos más precisos: la investigación, convertida ahora en instru-
mento en lugar de meta, no es el objeto de interés para la validez,
sino el uso que hacemos de ella. ¿Para qué se ha puesto en marcha?
¿Procede dedicar esfuerzos en ello? ¿No existen otras vías más ur-
gentes o prioritarias?

Puestos en ello, no nos limitemos al marco teórico o al papel de la


investigación en una línea de trabajo. Tanto ésta como aquél no de-
berían ser concebidos como fines en sí mismos, como objetivos últi-
mos. En tal caso, extendamos la pregunta: ¿para qué sirve ese mo-
delo teórico y esa línea de investigaciones? ¿A qué objetivo obedece
implicar esfuerzo de tantos medios temporales, materiales, humanos
y económicos en tales menesteres? Alguien podría sospechar que
hablamos de la CIENCIA (así, con mayúsculas). Es decir, todo lo que
hacemos la comunidad científica es, finalmente, incrementar el cuer-
po de conocimiento, generar conocimiento, aumentar el conocimiento
global... Pero saltémonos a los intermediarios. Todavía podemos ir
más allá.

Comportamiento inteligente

En un texto aparentemente humorístico, Cipolla (1954) define cuatro


perfiles de individuos según las consecuencias de sus actos en sí
mismos y en los demás. Las consecuencias son medidas en una esca-
la dicotómica: positivas o negativas. Siguiendo con su propuesta, en-
contramos a los malvados, que consiguen beneficio propio a costa del
perjuicio de los demás. Los incautos procuran el beneficio de los de-
más a costa del perjuicio propio. Los estúpidos, máquinas imprevisi-
bles de dar problemas, generan perjuicio por doquier. Los inteligen-
tes, por último, producen consecuencias positivas en ambas dimen-
siones. Según el autor, malvados e incautos son insuficientemente
inteligentes, personas que no pueden aspirar a más y que optan por
centrar sus energías en un frente, abandonando el otro.

Dejando a un lado el tono de humor del texto, la clasificación sirve


para plantearnos qué esperaríamos que fuera un comportamiento in-

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teligente, no sólo de los individuos, sino especialmente de la sociedad
en su conjunto: que sus acciones estén orientadas al bien común.
Una sociedad inteligente procurará instituciones inteligentes, entre las
que se encuentra la Ciencia y cuantas entidades se dediquen a la ge-
neración de conocimiento. Así, si la Ciencia trabajara para sí, aban-
donando a la sociedad de la que forma parte, debería catalogarse
como una institución malvada.

Para responder al grado de inteligencia de la Ciencia habría que pen-


sar en ella no como un fin en sí misma, sino como un instrumento de
la sociedad. Como en el caso de cualquier otro instrumento, procu-
ramos que sirva a objetivos y, por tanto, nos planteamos su validez.
Luego, la Ciencia ¿es válida? ¿En qué grado lo es? ¿Implica sus recur-
sos temporales, materiales, humanos y económicos hacia lo que re-
porta más bien común o se entretiene en otros menesteres? ¿Qué
estamos haciendo con la ciencia y qué cosa no hacemos? La figura 2
intenta representar esta situación, ampliando el marco de referencia
de la figura 1. La validez de las investigaciones, es decir, la proce-
dencia de sus objetivos, debería plantearse desde el punto de vista
del OBJETIVO (así, en mayúsculas) de toda acción social, en el seno
de una sociedad inteligente: procurar el bien común.

Figura 2: validez de los objetivos de investigación.

Si estamos ante una situación donde hay que escoger entre un ítem
válido con respecto a un cuestionario, o bien un cuestionario válido
con respecto a una investigación, el criterio que consideramos ade-
cuado es la segunda opción: se entiende que el cuestionario es sufi-
cientemente válido porque así se ha procurado con sus elementos
constituyentes y definitorios, entre los cuales se encuentran los ítems
que lo componen. Un ítem perfecto es inútil es un mal cuestionario.
Es más, es inmerecedor del atributo “perfecto”, pues éste es relativo.

14
Es fácil identificar que ese concepto de validez ampliada, coherente y
de horizonte amplio, es una forma o perspectiva para abordar lo que
denominamos ética. Ésta, por tanto, es un concepto también científi-
co o metodológico, en el sentido que debería formar parte natural de
las preocupaciones de la comunidad científica. Interrogarse sobre el
horizonte en cuya construcción se participa es una tarea también
científica, que pertenece a los cimientos de su acción cotidiana.

Implicaciones éticas más allá de la comunidad


científica y los participantes

Planteada la cuestión ética como una consecuencia coherente con la


preocupación capital de la validez en metodología, se hace necesario
traspasar las limitaciones del modelo bicéfalo que define únicamente
dos frentes para la ética de la investigación: un buen trabajo en el
interior de la comunidad científica, y una buena relación con las per-
sonas que participan en la investigación.

La ética de la investigación va más allá de los procedimientos, a los


que incluye, y rescata la importancia de los objetivos que se plantean
en ciencia. No basta con llevarse bien entre el personal científico. No
basta con realizar un trato adecuado (respetuoso, responsable y jus-
to) con los participantes. Es necesario plantearse si las líneas de in-
vestigación, los motivos, los intereses, los objetivos que se definen
en ciencia en qué grado obedecen al objetivo general de la sociedad
de procurar bien común.

En este sentido vamos a plantear un primer contacto en dos frentes:


la ética de la investigación en el contexto temporal y con respecto al
poder de generación y utilización de conocimiento.

La investigación en el contexto temporal

La investigación es acción, es comportamiento. No tiene mucho sen-


tido plantearse qué se puede hacer, sino más bien qué se está
haciendo. No basta con la visión tradicional, centrada en el “mien-
tras”, la ética implica de lleno los momentos “antes” y “después”. Es
ser consciente de que haga lo que haga viene de algún sitio y lleva a
otro lugar.

No podemos hablar de ética de la investigación sin que se encuentre


presente una preocupación manifiesta y consecuente sobre los inter-
eses que han generado el estudio y los elementos que han propiciado
finalmente su realización (presión de grupo, subvenciones, espónso-
res, hábitos de equipo, tradición...). Del mismo modo, la responsabi-
lidad no se agota en el principio de beneficiencia para la ética de par-

15
ticipantes, sino que ha de ser aplicada sobre las consecuencias por
acción y por omisión. En el primer caso, procede conocer qué efectos
tiene o podrá tener nuestra investigación una vez se han publicado
los resultados o se ha entregado el informe o el producto desarrollado
a la entidad subvencionadora. Esos efectos caen bajo nuestra respon-
sabilidad directa, ya que hemos ejercido el papel de pieza clave en la
cadena. En el segundo caso, deberíamos plantearnos qué se ha deja-
do de hacer, qué motivos de investigación no se han abordado al de-
rivar nuestro interés hacia el estudio actual.

La ética de la investigación exige llevar a la conciencia estos proce-


sos, provocando que afloren los antecedentes y participen de las de-
cisiones las previsiones sobre las consecuencias.

La propia dinámica de la producción científica ahoga estas exigencias.


Se espera que las investigaciones participen en carreras de produc-
ción con una creciente competitividad, tanto en fondos como en pu-
blicaciones. Quienes vencen en esta competición deben cumplir con
dos características: una alta especialización y una profunda dedica-
ción. La primera dificulta la comprensión de conjunto sobre el estado
del mundo, al menos en lo que más competa a la disciplina en cues-
tión. Sin embargo, sin esa visión de conjunto es imposible aventurar
las consecuencias que se derivan de nuestras acciones y omisiones
como miembros de equipos y proyectos de investigación. La segunda
característica es enemiga de cualquier interés que no sea la produc-
ción científica a la medida de los refuerzos institucionales. Saber, a lo
Rubén Darío, de dónde venimos y hacia dónde vamos exige también
dedicación y, por tanto, riñe con una implicación exclusiva a la vali-
dez en sentido reducido, la que hacer referencia únicamente a los ob-
jetivos específicos en cada investigación.

Los libros de historia y, muy especialmente, el cine y otros productos


de entretenimiento, han conseguido impermeabilizar la sensación de
que ningún momento es mejor que hoy, salvo mañana. La historia
aparece oscura y triste ante nuestros ojos adiestrados. Toda época
pasada fue peor: ahora vivimos más y mejor. No obstante, un análi-
sis más detenido, sin requerir una profundidad excesiva, debe poner
en tela de juicio esa sentencia. Ahora, por ejemplo, la esperanza de
vida en muchos países africanos es inferior a la calculada para hace
cien años. Si repasamos las páginas de la historia observamos tam-
bién que los grandes problemas (la esclavitud, el hambre, las gue-
rras, las dictaduras...) siguen tan presentes como hace siglos. Algu-
nos fenómenos, como las dictaduras, parecen mitigar; otros, como
las guerras, no sólo permanecen sino que muestran tonos más crue-
les (la tendencia sigue siendo a aumentar el porcentaje de muertos
civiles, Sanmartín, 2000) y otros, como el hambre, conoce máximos
históricos. ¿Qué tiene que ver la Ciencia en ello? Tiene competencias

16
para la fabricación de armamentos, para el estudio de la erradicación
del hambre, para la propuesta de modelos de gestión social
participativos, etc... Pero, en su medio milenio de historia oficial
¿Cuáles de esos grandes problemas ha solucionado la Ciencia? ¿A qué
se está dedicando? ¿Para quién trabaja?

Ciertamente, no podemos depositar sobre las espaldas de la ciencia el


peso de los problemas del mundo. Reconozcamos que la actitud habi-
tual es considerar que se trata de una institución que obedece a la
sociedad a través de sus representantes políticos. Recordemos, no
obstante, que la ciencia surge como una actitud rebelde en un con-
texto histórico dominado por la idea del misterio y los dogmas de fe.
Es una poderosa herramienta con la que se puede, retomando a Des-
cartes, mover el mundo. Por ello, no sólo es pertinente, sino irrenun-
ciable, que la ciencia se plantee para qué se la está utilizando y que
no prescinda de su tinte de autonomía para decidir en qué ascuas
quiere echar el carbón que consigue.

La investigación en el contexto del poder

El saber está vinculado a las redes de poder para las que trabaja (Ba-
lestena, 2001). Sometido al moldeamiento del poder, los procesos de
generación de conocimiento quedan entonces restringidos y canaliza-
dos. Ocurre que para hablar de ética de la investigación hay que par-
tir de una situación previa: libertad de investigación. Si hay relacio-
nes de esclavitud, obediencia o dominación, es difícil manejar ele-
mentos de ética. La obediencia del saber a las estructuras de poder
atentan directamente contra las aspiraciones de una ética de la inves-
tigación.

En el seno del mercado se encuentra perfectamente asumido que el


conocimiento es cada vez más la materia de las ventajas competitivas
(Aguadero, 1997). Por ello, en la intención de conseguir de Europa la
economía más competitiva del planeta, se está definiendo e imple-
mentado el llamado Espacio Europeo de Educación Superior (Manzano
y Andrés, 2006), contextualizando la Universidad y su relación con la
Empresa como centro manufacturero de conocimiento.

En la definición real de una sociedad bajo control absoluto, al estilo


orwelliano, bastaría con actuar sobre los medios de producción de in-
formación. Pero la actividad controladora es incapaz de actuar direc-
tamente sobre la experiencia cotidiana. Y ésta es fuente de dos pro-
cesos en los asuntos del saber: suministra hechos y hace posible el
conocimiento al casar la información recibida con el corpus aprendido.
Sin embargo, si se ejerce un control suficiente sobre los medios de
comunicación y la producción científica, se está en condiciones de
condicionar la percepción de la realidad (expresión redundante).

17
Cuando se aborda el concepto de control, se activan reacciones visce-
rales. Hay que pensar, no obstante, que el control es casi inevitable
cuando se sitúa en la dimensión de la propiedad. Los propietarios de
los medios de comunicación y de los procesos de moldeamiento (me-
diante refuerzo, extinción y castigo) de la producción de conocimien-
to, ejercen control al definir los mecanismos que siguen ambos me-
dios y al orientar sus objetivos.

Este panorama queda pronunciado cuando se atiende a la dinámica


creciente de los mercados: si el conocimiento es materia prima de la
ventaja competitiva, se trata de un bien privado de gran valor. Triun-
far en el mercado implica poseer un conocimiento en exclusiva. Esa
exclusividad genera éxito. El éxito acrecienta el poder. Y éste aumen-
ta la capacidad para generar conocimiento. El ciclo es positivo en este
polo y negativo en el otro: la ausencia de poder lleva a consumir los
restos del conocimiento generado por otros. Recordemos ahora que el
conocimiento se basa en información, ésta en datos y éstos en
hechos que, a su vez, son construcciones (Vinocur, 2001). En el mer-
cado, en la política y en la gestión social en general, quienes gocen
del poder para definir los hechos (por ejemplo, la descripción de los
acontecimientos, la selección de prioridades, la clasificación de ocu-
rrencias, los objetivos de investigación, la definición de los proble-
mas...) y poner en marcha los procesos de investigación, están dise-
ñando una forma determinada de entender y, por tanto, de generar
realidad. Quienes no ostenten ese poder, no tienen acceso a la defini-
ción de las prioridades ni a la generación de conocimiento más perti-
nente a su problemática o su contexto.

Es fácil entender estas divagaciones con casos concretos de la abun-


dante actualidad española. Recordemos, por ejemplo, la reciente po-
lémica generada a partir del Estatut de Catalunya. En España conta-
mos con más de 8 millones de personas que viven bajo el umbral de
pobreza, mueren unas 5 mil personas por accidente de tráfico y todos
los años tienen lugar más de un millar de suicidios. Son hechos, es
decir, acotaciones de ocurrencias. Pero incluso para algunas de las
familias pobres, la indignación por la existencia del Estatut llegó a ser
más real que su cotidianidad y simpatizaban efusivamente con las
iniciativas de boicot a las empresas catalanas.

Así pues, no sólo el conocimiento es poder, como anunciaba Francis


Bacon (Brunner, 2006), si no que el poder es conocimiento. Por esta
razón, los nuevos movimientos sociales, que afloran en los entornos
locales y globales, muestran una atención creciente hacia los medios
de producción de conocimiento.

McGovern (2005) matiza acertadamente que el conocimiento en sí no


es poder. Si lo fuera, el mundo estaría gobernado por quienes son

18
principalmente gobernados: los académicos. Lo que cuenta no es su
generación, si no su posesión, gestión o utilización. Volvemos enton-
ces a la vieja máxima: el poder se encuentra en la propiedad de los
medios de producción de conocimiento. No se trata de una propiedad
contractual u oficial, sino real, la posesión de la facultad para decidir
qué conocimiento es el que ha de ser generado y quién va a utilizarlo.
El enconado proceso por salvaguardar la propiedad intelectual, el de-
sarrollo de las patentes y la apropiación de la biodiversidad son as-
pectos que refuerzan esta sentencia: lo prioritario no es generar el
conocimiento, sino poseer la exclusividad o la ventaja de su utiliza-
ción.

En la práctica, sin embargo, los procesos de generación y utilización


se encuentran entremezclados, pues el poder de diseñar las líneas de
generación de conocimiento, define qué problemas son los prioritarios
y cuáles no. Es decir, el diseño de la generación restringe la utiliza-
ción. Si un ministerio, por ejemplo, pone en marcha ayudas económi-
cas (antesala para el reconocimiento académico y las publicaciones,
aspectos necesarios para la carrera docente, el acceso a determina-
das potestades, prestigio, etc.) para investigar sobre biocombustibles
pero no sobre accidentes de tráfico, está favoreciendo la solución de
unos problemas, a la vez que la permanencia de otros.

En la pugna por la gobernabilidad del mundo orientada a la solución


de unos u otros problemas, los movimientos sociales realizan un pul-
so con los gobiernos y con los agentes del mercado, con la intención
de dirigir la generación y utilización del conocimiento hacia la solución
de problemas habitualmente abandonados en las agendas políticas.
Es necesario rescatar aquí las impresiones que uno de los mayores
promotores históricos de la encuesta, Gallup, tenía con respecto a la
información generada por ésta: debía estar al servicio de la pobla-
ción, debía ser una herramienta cuyo principal objetivo ha de consis-
tir en poner a disposición de la gente información sobre la sociedad
en la que vive (Jaime, 2004). Si los movimientos sociales aspiran a
generar conocimiento útil a sus objetivos y utilizarlo para tal fin, y
teniendo en cuenta su médula social orientada a los problemas socia-
les, entonces diseñar y realizar encuestas se convierte en un meca-
nismo imprescindible. Son éstos, los movimientos sociales, una de las
astillas más incómodas clavadas en la credibilidad de la institución
científica: dado que no está cumpliendo el papel social que cabría es-
perar de ella, es la sociedad civil, la ciudadanía de base quienes han
de hacer ese trabajo, si bien con medios muy precarios.

19
Barreras a la ética de la investigación

Aunque ya hemos entrado en ello en párrafos anteriores, aquí nos


ocupa identificar los escollos que el camino dispone frente al desarro-
llo sin fisuras de la ética de la investigación.

La ignorancia

El desarrollo efectivo de la ética de la investigación queda frenado, en


este sentido, por

• No se sabe muy bien de qué se trata, confundiéndose con


lavado de cerebro. Un buen miembro de la ciencia puede
plantearse la procedencia de su objetivo de investigación
según determinados marcos, como lagunas en el conoci-
miento dentro de un cuerpo teórico o encargos de la Ad-
ministración o del Mercado, pero no según otros, como el
bienestar de la sociedad, ya que éste corresponde a un te-
rreno arbitrario o, en el mejor de los casos, fuera de la
competencia científica.

• No se sabe muy bien de dónde viene ni hacia dónde va lo


que se hace, más allá del contexto de la competencia es-
pecífica. Este vacío resulta especialmente pronunciado en
la investigación básica.

• No se conocen alternativas y se tiende, con ello, a pensar


que no puede hacerse nada al respecto.

La ignorancia se vence, como bien sabemos en ciencia, mediante el


conocimiento. Es imprescindible abrir debates sobre ética en la co-
munidad científica, que incidan directamente sobre los objetivos de
investigación. Es necesario promover un conocimiento más profundo
y una mayor preocupación por la ética en general. Es importante
identificar las vías alternativas abiertas y dar formas a nuevos cami-
nos recurriendo a la supuesta creatividad de la institución científica.
Aspectos como la cláusula del buen uso (varios autores, 2006), el
trabajo paralelo en movimientos sociales o la implicación científica en
batallas tradicionalmente asociadas con aquéllos, son vías abiertas
incluso para la investigación básica.

El esfuerzo

Ir a contracorriente implica prescindir de los refuerzos institucionales


e implicar más esfuerzo en labrar nuevos caminos.

20
Es conocido el dilema en el que se encuentran los activistas sociales
que trabajan en la universidad: tal y como se detalla más adelante, el
tipo de comportamientos que ésta refuerza no tienen nada que ver
con la actividad social. Quien desea hacer carrera en la universidad a
la vez que mantener su activación social (movimientos sociales, par-
ticipación en barrios, investigaciones locales con la sociedad civil...)
debe implicar un gran esfuerzo de imaginación para compatibilizar
ambas dimensiones en la medida de lo posible, o un gran esfuerzo de
duplicación para no desatender ningún frente.

Las presiones laboral, de comunidad científica y de publicación

La carrera de investigación tiene unos criterios más o menos bien de-


finidos, bien sea en la universidad como en instituciones específica-
mente dedicadas al estudio científico (como el Centro Superior de In-
vestigaciones Científicas, por ejemplo). En cualquier caso, se refuer-
zan tres frentes principalmente: participación en proyectos de inves-
tigación subvencionados, relación (preferentemente estancia) con
equipos de investigación internacionales y publicaciones en revistas
de impacto. Una revisión de los criterios que siguen estos tres frentes
muestra un resultado coincidente:

Se buscan productos científicos (1) innovadores, en el sentido de que


sean originales, (2) que nazcan a partir de una línea de investigacio-
nes previas, con un marco teórico muy sólido, (3) que tengan interés
para la comunidad científica (en el caso de las publicaciones) o políti-
ca o empresarial (en el caso de las subvenciones).

Los criterios segundo y tercero se alimentan entre sí. Cuanta mayor


sea la tradición de una línea de investigación, más sólido es su cuerpo
de conocimiento, más investigadores ejercen el papel de consumido-
res de la producción generada, más revistas especializadas generan,
más recursos económicos absorben, más investigaciones estimulan
aumentando el cuerpo de conocimiento, etc. Entrar en esta dinámica
es harto difícil y ocurre básicamente cuando una figura de prestigio
inicia una nueva línea de investigación o cuando un interés político
inusual estimula un nuevo frente de estudio.

Una persona que pretenda iniciarse en las tareas de investigación ¿a


qué frente debe unirse? Los proyectos de investigación se otorgan en
función del currículum de quienes los presentan. Y el currículum se
fabrica con proyectos de investigación. Este ciclo cerrado deja poco
espacio para realizar innovaciones que se encuentren fuera de las lí-
neas de refuerzo. La figura 3 intenta expresar esta dinámica. La línea
de investigación nombrada con A, genera currículum y proyectos, lo
que alimenta ramificaciones. La línea B está condenada a la asfixia
por falta de fondos.

21
A B

Figura 3: líneas de investigación.

Los asuntos relativos a la ética de la investigación tienen serios pro-


blemas para acceder a esta dinámica. La fuerte compartimentación
del conocimiento científico permite puertas sólo cuando la revista que
recibe el artículo está ya especializada en ética, o cuando el equipo
de investigación cuenta también con un dilatado currículum en este
mismo sentido. En tales circunstancias ¿Cómo una persona que desea
hacer carrera en investigación puede dedicar tiempo o concentración
a estos asuntos si únicamente lo que se considera sustantivo de su
especialización será reforzado?

La imagen tradicional de la ética como un asunto individual, filosófico


y poco dado al espíritu científico, redunda en una infravaloración de
la dedicación que puede absorber de un miembro de la ciencia. De
cara a la comunidad científica, esta persona rentabilizará mejor su
esfuerzo (en términos de prestigio, reconocimiento o credibilidad) en
el mismo sentido que lo hacen las publicaciones.

Un último aspecto de gran relevancia lo constituye la prioridad de la


abstracción y la teoría en ciencia, frente a la concreción. Los proble-
mas reales, si bien pueden ser concebidos en términos abstractos e
identificados como especificaciones de modelos, son concretos, tangi-
bles y sufridos. La dinámica que se sigue desde hace ya muchos años
es la de potenciar los artículos publicados en revistas internacionales
de habla inglesa. Es llamativo, por ejemplo, observar el creciente
porcentaje de citas de publicaciones en inglés en las referencias bi-
bliográficas (Bolívar, 2004). Para publicar en estos foros es necesario
participar en el barco de intereses generales. Las únicas concreciones
se refieren a los modelos teóricos, pero no a problemas concretos de
ámbitos locales. Imaginemos, por ejemplo, a un equipo investigador
que se ha implicado en un proceso de Investigación-Acción Participa-
tiva en una comunidad concreta y que haya elaborado un conoci-
miento muy válido y útil en ese contexto, con una extraordinaria apli-
cación que termina solucionando los problemas que originaron la IAP.
Aunque su acción sea muy exitosa, el interés que este suceso tiene
para la comunidad científica internacional angloparlante es más que
dudoso, por lo que las vías de publicación están restringidas y, muy
posiblemente, sólo vean la luz en algún ámbito local, en absoluto re-
forzado por los criterios al uso. La única vía que tiene este equipo pa-

22
ra compatibilizar ambos frentes es orientar la publicación hacia cues-
tiones generales, utilizando la experiencia concreta como un ejemplo.

La presión del Estado y del mercado

La época en que nos encontramos, catalogada frecuentemente de


globalización (Estefanía,2002), muestra una fuerte mercantilización
de la gestión social, que abarca la privatización de los servicios públi-
cos y la inclusión de valores típicamente de mercado entre los atrac-
tores psicosociales, como es el caso de la competitividad, la subsidia-
riedad, la actitud emprendedora, la movilidad o la innovación. Consi-
deremos que no es posible una conducta individual ni social sin la
mediación de valores, como entes-guía (Garcés, 1988). En este sen-
tido, los refuerzos que llegan del Estado y del mercado se parecen
cada vez más al apuntar hacia las mismas metas (Jensen, 2005;
Manzano y Andrés, 2006). De hecho, aumenta progresivamente el
incentivo, mediante recursos públicos, de innovación y desarrollo
orientado a incrementar la competitividad de las empresas locales,
recurso imprescindible para jugar con ciertas esperanzas de supervi-
vencia en la arena de la globalización. En este sentido, Violeta Re-
monte Valero, Directora General de Investigación del Ministerio de
Educación y Ciencia, declaraba en 20061 que hay que potenciar el
sector privado y la creación de patentes, a la vez que aumentar el
número de publicaciones.

Esta dinámica se ha exagerado en los últimos años y se plantea en


aumento progresivo, gracias a la presión que se ejerce sobre las uni-
versidades públicas en términos de rentabilidad monetaria. Éstas se
ven abocadas a establecer vínculos estrechos con la iniciativa priva-
da, orientando hacia ella una cuota creciente de su actividad docente
e investigadora.

¿Qué cabida tiene en este panorama las inquietudes sobre ética? En


efecto, existen preocupaciones ligadas a la producción o al funciona-
miento de los mercados que acuden al término ética, pero el conteni-
do de estos trabajos dista mucho de ser acorde con aspectos relacio-
nados directamente con el bien común, la sociedad inteligente de Ci-
polla o la solución de esos problemas eternos a los que hemos hecho
referencia. Así, por ejemplo, Álvarez y Svejenova (2003) defienden
que una actitud ética implica utilizar el poder (la capacidad de hacer
que los demás se comporten según uno considera) para realizar me-
jor la labor política de dirección de una empresa, sabiendo que ésta
se basa en el lucro, en el beneficio individual. Además de estos auto-
res, Koslowsky (1997) nos recuerda que en el centro ideológico del
capitalismo se encuentra resuelta la cuestión ética, puesto que el be-

1
Afirmaciones realizadas en el transcurso de las IV Jornadas de Jóvenes Investiga-
dores del CSIC. Madrid, marzo de 2006.

23
neficio de la sociedad se consigue, en el contexto del mercado, gra-
cias a que la búsqueda de beneficio de cada individuo permite la me-
jor configuración social. Los autores del Fondo Formación (2001)
afirman que expresiones como “educación en valores” han quedado
vacías y que se requiere una nueva cultura ética: la ética-
emprendedora, basada en la innovación en el mercado, en el acicate
de la actividad económica como mecanismo vertebrador de la socie-
dad.

Estos movimientos son propios de una ética de la investigación que


se plantee directamente y sin rodeos el bien común, sino de movi-
mientos encaminados a rentabilizar el término y arropar actuaciones
mercantilistas con tintes éticos.

En la evolución social se ha generado una elevada complejidad. Dife-


rentes estamentos han quedado más o menos situados y se supone
que la sociedad funcionará bien si cada estamento realiza bien su
trabajo. La especialización ha exagerado esta tendencia. De este mo-
do, hoy somos muchas las personas que trabajamos en entornos de
visión reducida. La ética tiene una visión holística y debe trascender
esas limitaciones dimensionales. No cabe plantearse su redefinición
desde un estamento concreto, como es el mercado y su tendencia al
crecimiento desaforado. Más bien procede lo contrario: analizar el
comportamiento de estos estamentos desde el punto de vista de la
ética.

Sea como fuere, la entrada de dinero para las investigaciones, reali-


zada vía mercado y vía Estado, dejan cada vez menos espacio para
inquietudes éticas. También es cierto que la presión de los movimien-
tos sociales, a través de sus procesos de creación de la opinión públi-
ca, se deja sentir en algunas iniciativas estatales. Por otro lado, en
los programas de subvenciones agrupados bajo epígrafes similares a
la investigación básica, siempre cabe realizar desarrollos y saciar in-
quietudes que se relacionen con la imbricación de la inquietud ética
en los procesos generales de investigación científica.

Ética en acción

¿Qué hacer con aquellos objetivos y estas barreras? Algunas vías


son:

• Ejercer libertad de cátedra. Por muy estrecho que parezca el


camino, aún obedeciendo el programa de moldeamiento, hay
posibilidad de hacer muchas cosas de muchos modos en los
contextos de investigación y de formación de investigadores.
Un investigador puede plantear diversos objetivos dentro de

24
un mismo programa marco de subvenciones, puede traducir
el objetivo a conjuntos muy diversos de subobjetivos e indi-
cadores, puede rentabilizar socialmente los resultados y los
procesos de forma muy diversa... Y puede aprovechar multi-
tud de oportunidades para hacer oír la cuestión ética en don-
de se mueva.

• Ejercer la libertad sin apellidos. ¿Realmente no tengo más


salida que dejarme moldear por los programas de
subvenciones del Estado o del mercado, por el prestigio de la
comunidad, etc.? Una actitud ética, en cuanto que actitud
inteligente, es también una propensión a la liberación, a
soltar lastre que automatiza los comportamientos sin una
consciencia acorde de qué se está haciendo con la propia vida
y con la de los demás. Levantar la cabeza y plantearse estas
cuestiones no sólo es ético, sino saludable. Desde esta
perspectiva, el camino hacia el éxito académico puede ser
más lento, pero seguramente también más placentero y
digno.
• Acceder a los puestos de gestión y decisión. Desde las posi-
ciones donde se gestiona la universidad, las direcciones ge-
nerales, los servicios locales, los ministerios, las áreas muni-
cipales... puede realizarse una excelente labor para moldear
un comportamiento ético o, al menos, una preocupación cre-
ciente por estos asuntos.

• Colaborar, fomentar y poner en marcha movimientos socia-


les. Esta vía no sólo fomenta una preocupación ético-social
sino que resulta especialmente beneficiosa cuando esos mo-
vimientos surgen precisamente en el seno de las instituciones
implicadas: la Administración del Estado, las empresas y muy
especialmente las instituciones de investigación.

• Promover el debate, la discusión y la controversia para propi-


ciar la aparición de estos temas en los foros científicos.

• Sembrar mediante la docencia. Los programas de las asigna-


turas metodológicas deberían quedar imbricados con inquie-
tudes sobre la ética de la investigación. Al abordar, por
ejemplo, el problema de estudio, el enunciado de hipótesis, el
marco previo... es el momento idóneo para plantear cuestio-
nes de validez en sentido amplio. La meta es formar una
fuerza investigadora que no perciba disociada la ética de los
contenidos tradicionalmente metodológicos. Deben quedar
afectados la bibliografía de referencia, los manuales, los tex-
tos de apoyo, el programa de la asignatura, la dinámica de
trabajo y de evaluación, la misma relación profesorado-
alumnado, las prácticas, los ejemplos, la relación entre asig-

25
naturas e incluso la propia asignatura en su conjunto, su
existencia. Aún podríamos ir más allá y aspirar a la máxima
de Díaz (2001:172) “el docente que no es buena persona no
es buen docente”.

• Sembrar mediante la publicación: (1) abundar en propuestas


de artículos, capítulos o libros que aborden directamente es-
tos asuntos, (2) incluir apartados específicos sobre cuestio-
nes éticas en las publicaciones, como la justificación del pro-
blema de estudio, su procedencia social, etc., (3) incluir la
cláusula de buen uso (Albarreal, 2006) en los informes, artí-
culos, tesis...

• Sembrar mediante los actos científicos. En congresos, confe-


rencias, jornadas, reuniones, actos académicos... procede no
esconder estas cuestiones y mostrarlas con la naturalidad
que les corresponde, en perfecta imbricación con las tareas y
motivaciones de investigación.

• Divulgación. Tal vez sea la figura del científico la que goce de


mayor prestigio social, gracias a una imagen de honradez y
objetividad. Con independencia de que exista un fundamento
más o menos realista para esta imagen social, lo cierto es
que el efecto que un científico puede realizar en la opinión
pública cuando habla de ética no es el mismo que si lo hace
un político o un empresario. Un buen ejemplo lo constituyó la
Conferencia Científica de la VII Cumbre Iberoamericana de
Jefes de Estado y de Gobierno de 19972, donde se recomen-
daban acciones como la elaboración de un código básico de
principios éticos, la democratización en el acceso al conoci-
miento, valoración integral de la actividad científica que con-
sidere aspectos éticos o la creación de comisiones nacionales.
Si bien estas actuaciones estaban muy ligadas a la investiga-
ción sobre el genoma humano (punta de iceberg de la discu-
sión ético-científica actual) constituyen una buena plataforma
de partida para aspiraciones más holísticas.

• Promover la toma de decisiones y la discusión entre las per-


sonas con especial sensibilidad en estos temas, buscando
identificar las oportunidades, probar estrategias, compartir
experiencias, crear redes...

• Gestionar adecuadamente fondos. Es cierto que existe una


alta dependencia económica para realizar investigaciones. Pe-
ro la dependencia condiciona si bien no determina. Existen
muchas posibilidades de investigación que requieren una ín-

2
Ver, por ejemplo, en http://www.campus-oei.org/salactsi/viicic.htm

26
fima cantidad de medios. Consideremos también que muchos
recursos se encuentran disponibles ya estructuralmente como
ordenadores, despachos, material de papelería, fondos bi-
bliográficos, conexiones a Internet... En el entorno universi-
tario muchos estudiantes tienen una disposición positiva a
trabajar en estos frentes aún en situaciones en las que se ca-
rece de gratificación económica. Incluso hay que reconocer
que muchos proyectos de investigación, subvenciones y ayu-
das diversas dejan algunos excedentes que pueden orientar-
se directamente hacia el bien común, siguiendo el principio
de justicia especificado: si el dinero es público debe volver a
lo público.

Referencias
Aguadero, F. (1997) La sociedad de la información. Madrid: Acento Editorial.
Albarreal, I.I. (2006) La cláusula de Buen Uso. En Varios autores, Por la Paz: ¡No a
la investigación militar! Madrid: Ediciones Bajo Cero. 87-91.
Álvarez, J.L. y Svejenova, S. (2003) La gestión del poder. Breviario de poder, in-
fluencia y ética para ejecutivos. Barcelona: Ediciones Granica.
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Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Versión habitual de la ética de la investigación . . . . . . . . . 3
Ética para la comunidad científica (3)
Ética para los participantes (6)
Limitaciones (8)
Versión ampliada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
En torno al concepto de validez (10)
Coherencia en la validez (11)
Comportamiento inteligente (13)
Implicaciones éticas más allá de la comunidad científica
y los participantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
La investigación en el contexto temporal (15)
La investigación en el contexto del poder (17)
Barreras a la ética de la investigación . . . . . . . . . . . . 20
La ignorancia (20)
El esfuerzo (20)
Las presiones laboral, de comunidad científica y de
publicación (21)
La presión del Estado y del mercado (23)
Ética en acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

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