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sco tt

w allach
joan
Género e historia

Género e historia
J OAN W A L L A C H S C O T T
sle es un libro clásico en un campo de conocimiento nnvedoso;
en él se hace un análisis critico de la historia de las mujeres y la
desigualdad enlre los sexos; explora diversos aspectos del rcvo
lucionario concepto de género y sus implicaciones para el estu­
dio de la historia, abarcando un amplio espectro de temas.
La presente edición, actualizada por la autora, incluye una
nueva inlroducción y un extenso capitulo adicional donde revi­
sa su influyente propuesta con respecto al análisis sociocultural
de género y la enriquece con el poseslructuralismo de Foucault
y Dcrrida, asi com o con interesantes acercamientos al psico­
análisis, De especial valor es su repaso de los usos académicos
y políticos del concepto degenero en los años transcurridos des­
de la aparición de esta obra.
C on Género e historia se inicia, dentro de la colección de
Historia, la serie Clásicosy Vanguardislas en Estudios de Género,
que surge por iniciativa del Posgrado en Humanidades y Ciencias
Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y
el Fondo de Cultura Económica,

"Joan W Scotl trazó los parámetros conceptuales de) género a media


dos de los ochenta y con esta obra se convirtió en una de las autoras
más reconocidas en la teoría y la Investigación de inspiración feminis­
ta. Es difícil encontrar trabajos sobre el género que no aludan directa o
indirectamente a su contribución"
G a bricla C a ñ ó

Jo a n W a u a c h Scorr, profesora en el instituto de Estudios Avanzados de

Princelon, N J„ es una de las figuras más prestigiadas en el mundo


de los estudios de género, la teoría feminista y los estudios históricos de
mujeres. Es autora de Púfilé Sexual Equaüty and tbc Crisis o f Fim th
Unnmsalism y Only Faradoxes lo OJJcr: Fttnch Faninbts and ihe Rights of
man.
Scott, Joan Wallach
Género e historia / Joan Wallach S c o tt; trad, de Con­
sol Vilä I. Boadas. - México : f c e , Universidad Autónoma
de la Ciudad de México, 2008
337 p. ; 23 x 17 cm - (Colee. Historia. Ser. Clásicos y
Vanguardistas en Estudios de Género)
Título origina] Gender and the Politics of History
ISBN 978-968-16-8498-3

1. E studios de Género I. VÜá I. Boadas, Consol, tr.


n . Ser. m . t.

LC HQ 1154 Dewey 305.4 S744g

Distribución mundial

Titulo original: Gender and the Politics o f History


© 1999 Columbia University Press
ISBN 0-231-11857-0

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D. R. © 2008, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
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ISBN 978-968-16-8498-3
Im preso en México • Printed in México
II. EL GÉNERO: UNA CATEGORÍA ÚTIL
PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO*

Género, s. mase. Es un térm ino estrictam ente g ram ati­


cal. H ablar de personas o criaturas del género m ascu­
lino o femenino, cuando en realidad se quiere decir del
sexo m asculino o femenino, sólo puede ser u n a brom a
(admisible o no dependiendo del contexto) o, de plano,
un claro error.
F o w l e r 's , Dictionary of Modem English Usage

Q u ien esquieran codificar los significados 'de las palabras van a librar una
batalla perdida de antem ano, porque las palabras, com o las ideas y las co­
sas que significan, tienen una historia. Ni los profesores universitarios de
Oxford ni de la Académie Française han sido del todo capaces de contener
la ola, de cap tu rar y fijar los significados libres que resultan del juego de la
invención y la im aginación hum anas. M ary W ortley M ontagu le añadió
m ordacidad a su ingeniosa denuncia del "sexo justo" al em plear delibera­
dam ente mal la referencia gram atical1 ("mi único consuelo por el hecho de
pertenecer a este género ha sido tener la seguridad de que nunca m e casaría
con ninguno de sus com ponentes”; "my only consolation for being of that
gender has been the assurance of never being m arried to any one am ong
them"). A lo largo de las épocas, la gente ha creado alusiones figurativas
m ediante el empleo de térm inos gram aticales para evocar algunos rasgos
del carácter o de la sexualidad. El Dictionnaire de la langue française (Dic­
cionario de la lengua francesa) presentaba en 1876 el siguiente uso: "No se
sabe de qué género es, si es m acho o hem bra, se dice de un hom bre muy

* E ste e n say o se re d a c tó o rig in a lm e n te en d ic ie m b re de 1985 c o m o u n a p r e s e n ta c ió n p a ra


la A m erican H isto rical A sso ciation. P o ste rio rm e n te se p u b licó , co n su fo rm a to ac tu a l, en la
A m erican H istórica! R eview , vol. 91, n ú m . 5 (d iciem b re, 1986). L as in stru c tiv a s c o n v ersa cio n es
q u e so stu v e c o n D enise Riley, J a n ic e D oane, Y asm ine E rgas, A nne N o rto n y H a rrie t W h ite h e a d
a y u d a ro n a d a r fo rm a a las id eas q u e te n ía so b re lo s te m a s q u e se a b o r d a n e n el texto. La v er­
sión final in co rp o ra las valiosas su g eren cias de Ira K atznelson, C harles Tilly, L ouise Tilly, Elisa-
b etta G aleotti, R ayna R app, C hristine S tansell y Jo a n V incent. D eseo a g ra d e c e r a Allyn R oberts
y a D avid R ansell d e la ahr p o r su m in u cio so tra b a jo ed ito ria l.
reservado, de quien no se conocen los sentim ientos".2 Y Gladstone hizo la
siguiente distinción en 1878: "Atenas no tiene nada de sexo excepto el géne­
ro, nada de una m ujer excepto la form a”.2 Más recientem ente —dem asiado
reciente para encontrar esta form a en los diccionarios o en la Enciclopedia
de Ciencias Sociales (Encyclopedia of the Social Sciences)— las fem inistas
han em pezado a em plear el térm ino "género” en un sentido m ás literal y
serio, com o una forma de referirse a la organización social de las relaciones
entre los sexos. La conexión con la gram ática es tan explícita com o llena de
posibilidades inexploradas. Explícita porque el uso gram atical supone la
existencia de unas reglas form ales que se derivan de la designación m ascu­
lina o femenina; llena de posibilidades inexploradas porque en m uchas len­
guas indoeuropeas hay una tercera categoría —asexuada o neutra—. En el
cam po gram atical se entiende que el género es una forma de clasificar fenó­
menos, uñ sistem a convencional de distinciones más que una descripción
objetiva de los rasgos inherentes al mismo. Por añadidura, las clasificacio­
nes sugieren una relación entre categorías que perm ite hacer distinciones o
separar grupos.
Parece que el género, en su empleo más reciente, apareció prim ero entre
las fem inistas estadunidenses que querían insistir en la cualidad fundam en­
talm ente social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra denotaba el
rechazo al determ inism o biológico implícito en el empleo de térm inos como
sexo o diferencia sexual. El género tam bién subrayaba el aspecto relaciona!
de las definiciones norm ativas sobre la femineidad. Quienes se preocupa­
ban porque los estudios sobre las m ujeres se basaban de form a dem asiado
restringida e independiente en las m ujeres, em plearon el térm ino género
para in troducir una idea relaciona! en nuestro vocabulario analítico. Según
este punto de vista, m ujeres y hom bres se definían los unos respecto a los
otros, y no se podía llegar a una com prensión m ediante un estudio por sepa­
rado. A este respecto, Natalie Davis sugirió en 1975:

Creo que deberíamos interesamos en la historia de ambos, mujeres y hombres,


que no deberíamos trabajar sobre el sexo sometido más de lo que un historiador
de las clases sociales se limita únicamente al estudio del campesinado. Nuestro
objetivo es comprender la significación de los sexos, de los grupos de género en el
pasado histórico. Nuestro objetivo es descubrir toda la gama de símbolos y de
roles sexuales en las distintas sociedades y periodos, encontrar los significados
que tienen y cómo funcionaron para mantener el orden social o para promover
el cambio del mismo.4
Además, y quizá esto sea más im portante, quienes clam aban que la eru ­
dición de las mujeres transform aría de m anera fundam ental los p arad ig ­
mas disciplinarios, estaban hablando en térm inos de género. Las universi­
tarias feministas muy pronto señalaron que los estudios sobre las mujeres no
sólo añadirían nuevos asuntos a trata r sino que tam bién forzarían un n u e­
vo examen crítico de las premisas y criterios existentes en los trabajos univer­
sitarios. "Estamos aprendiendo”, escribieron tres historiadoras feministas,

que el hecho de escribir sobre las m ujeres a lo largo de la historia im plica, a la


fuerza —si se quiere abarcar la experiencia personal y subjetiva de éstas, ade­
más de sus actividades públicas y políticas— una redefinición y un ensan ch a­
miento de las ideas tradicionales sobre la significación histórica. No resulta
excesivo sugerir que una m etodología de este tipo, aunque parezca indecisa en
sus comienzos, pueda im plicar no sólo una nueva histo ria de las m ujeres sino
también una nueva historia.5

La forma en que esta nueva historia incluiría la experiencia de las m u ­


jeres y la constituiría, depende del alcance del desarrollo del género como
una categoría de análisis. Aquí las analogías de clase y raza eran explícitas;
en efecto, la investigación universitaria más incluyente —políticam ente h a­
blando— sobre las m ujeres consideraba que, por lo general, las tres cate­
gorías eran cruciales para la escritura de una nueva h isto ria.6 E n p rim er
lugar, el interés que m ostraban los universitarios por la clase, la raza y el
género apuntaba al com prom iso del estudioso con una historia que incluía
las circunstancias de los oprim idos y un análisis del significado y de la n a­
turaleza de su opresión; y en segundo lugar, la com prensión académ ica de
que las desigualdades del poder se organizaban, en al m enos tres ejes.
La letanía de clase, raza y género sugiere la paridad entre estos térm inos
pero, de hecho, éste no es el caso. M ientras el térm ino "clase” se basa la
mayoría de las veces en la teoría m arxista de la determ inación económ ica
y del cambio histórico, la "raza" y el "género” no im plican tales asociacio­
nes. No existe unanim idad entre quienes em plean los conceptos de clase.
Algunos académicos utilizan los conceptos w eberianos, m ientras que otros
emplean el término clase com o un dispositivo heurístico provisional. Así,
cuando nosotros invocamos la clase, estam os trabajando a favor o en con­
tra de una serie de definiciones que, en el caso del m arxism o, im plican una
idea de causalidad económica y una visión del cam ino por el cual ha tra n ­
sitado, dialécticamente, la historia. No existe tal claridad ni coherencia en
cuanto a la raza o al género. En el caso del género, el empleo de este término
ha conllevado toda una gam a de posiciones teóricas y de simples referencias
descriptivas de las relaciones entre los sexos.
Esto no ha im pedido a las historiadoras del feminismo, a pesar de tener
la m ism a form ación que la m ayoría de historiadores, y de que se sientan
supuestam ente m ás a gusto con la descripción que con la teoría, seguir bus­
cando otras form ulaciones teóricas m ás adecuadas. Y lo han hecho al m e­
nos p o r dos razones. P rim era, la proliferación de los estudios de casos en
la historia de las m ujeres parece apelar a u n a perspectiva sintetizadora
que podría explicar las continuidades y discontinuidades, la constitución de
desigualdades persistentes y las experiencias sociales radicalm ente diferen­
tes. Segundo, la diferencia existente entre la alta calidad de los recientes
trabajos en historia de las m ujeres y su continuo estatus m arginal en el con­
junto de este cam po (tal como lo confirm an los libros de texto, los progra­
mas y el trabajo m onográfico) señalan las limitaciones de los enfoques des­
criptivos, los cuales no m anejan los conceptos dom inantes de la disciplina
o, al m enos, no los m anejan de form a que puedan debilitar el poder de éstos
y así, quizá, puedan transform arlos. Para las historiadoras de las mujeres
no ha sido suficiente probar, o bien que las mujeres tenían una historia, o
que éstas habían participado en los principales disturbios políticos de la
civilización occidental. En el caso de la historia de las mujeres, la respues­
ta de la m ayoría de historiadores no feministas ha consistido en la acepta­
ción de la m ism a, luego en su separación o en su rechazo (“las m ujeres han
tenido una historia aparte de los hom bres, por lo tanto dejemos a las femi­
nistas que hagan la h istoria de las m ujeres, ya que ésta no nos concierne
a nosotros”; o bien "la historia de las m ujeres trata de sexo y familia, y debe
tener un tratam iento aparte de la historia política y económ ica”). En cuan­
to a la participación de las m ujeres en la historia, la respuesta ha reflejado,
en el m ejor de los casos, m uy poco interés ("mi com prensión de la Revolu­
ción francesa no ha cam biado por el hecho de saber que las mujeres habían
participado en ella"). El desafío que plantean tales respuestas es, a fin de
cuentas, un reto teórico. Éste nos exige que analicem os no sólo la relación
entre la experiencia del hom bre y la de la m ujer en el pasado, sino tam bién la
conexión entre la historia del pasado y la práctica histórica común. ¿Cómo
funciona el género en las relaciones humanas? ¿De qué forma el género otorga
un significado a la organización y a la percepción del conocimiento históri­
co? Las respuestas residen en la concepción del género com o una categoría
analítica.
I

En su m ayor parte, los intentos que han llevado a cabo los historiadores para
teorizar sobre el género, se han mantenido dentro de las estructuras científico-
sociales tradicionales, y han empleado antiguas form ulaciones que sólo pro­
porcionan explicaciones causales de carácter universal. En el m ejor de los
casos, tales teorías han sido muy lim itadas porque tienden a contener gene­
ralizaciones reductivas o realm ente sim ples que socavan no sólo el sentido
de la historia como disciplina, el sentido de la com plejidad de la causalidad
social, sino tam bién los com prom isos feministas respecto a algunos análisis
que podrían conducir al cambio. El examen de estas teorías nos perm itirá
sacar a relucir sus limitaciones y proponer un enfoque alternativo.
Los enfoques em pleados por la m ayoría de historiadores pueden agru­
parse en dos categorías distintas. La prim era es esencialm ente descriptiva;
se refiere a la existencia de fenóm enos o realidades sin que se les atribuya
ningún tipo de interpretación, explicación o causalidad. La segunda cate­
goría es de carácter causal; teoriza sobre la naturaleza de los fenóm enos o
realidades y busca com prender cóm o y por qué éstos se m anifiestan del
modo en que lo hacen.
En su reciente y m ás simple utilización, el térm ino "género" es sinóni­
mo de "mujeres”. En los últim os años, algunos libros y artículos basados en
la historia de las m ujeres sustituyeron, en sus títulos, el térm ino género por
el de mujeres. En algunos casos, este empleo de género, aunque se refiera
vagamente a ciertos conceptos analíticos, de hecho se relaciona con la acep­
tabilidad política del campo. En estos casos, el térm ino género denota la se­
riedad académ ica de un trabajo, porque género suena de form a m ás neutra
y objetiva que mujeres. Parece que el térm ino encaja en la term inología cien­
tífica de las ciencias sociales y, en consecuencia, se distancia de las políti­
cas del feminismo, supuestam ente estridentes. Según este empleo, género
no conlleva necesariam ente la declaración de desigualdad o poder ni tam ­
poco nom bra a la parte dem andante (y hasta ahora invisible). M ientras que
el térm ino “historia de las m ujeres” proclam a su política al declarar (con­
trariam ente a la costum bre) que las m ujeres son sujetos históricos válidos,
el térm ino género incluye a las m ujeres pero no las nom bra, y así da la im ­
presión de que no plantea un problem a crítico. Tal uso del térm ino es una
faceta de lo que debería llam arse la búsqueda de la erudición fem inista por
la legitim idad académ ica en la década de los ochenta.
Pero tan sólo es una faceta. El térm ino género, com o sustituto de las
mujeres, tam bién se emplea para sugerir que la inform ación sobre las m uje­
res es, necesariamente, inform ación sobre los hombres, y que lo uno implica
el estudio de lo otro. Este empleo insiste en que el m undo de las m ujeres
forma parte del m undo de los hom bres, que ha sido creado dentro de éste
y por éste. Tal em pleo desecha la utilidad interpretativa de la idea de las
esferas separadas, y sostiene que el estudio separado de las m ujeres con­
tribuye a p erp etu ar la ficción de que una esfera, o la experiencia de un sexo,
poco o nada tiene que ver con el otro sexo. Además, el género tam bién se
utiliza para designar las relaciones sociales entre los sexos. Este uso recha­
za im plícitam ente las explicaciones biológicas, como aquellas que encuen­
tran un den o m in ad o r com ún para las diversas form as de subordinación
fem enina en aquellos hechos en que las m ujeres tienen la capacidad de
dar a luz y los hom bres tienen m ás fuerza m uscular. En vez de eso, el té r­
m ino género denota unas determ inadas "construcciones culturales”, toda
la creación social de las ideas acerca de los roles apropiados p ara las m u­
jeres y p ara los hom bres. Es una form a de referirse exclusivam ente a los
orígenes sociales de las identidades subjetivas de hom bres y m ujeres. Se­
gún esta definición, el género es una categoría social im puesta a un cuerpo
sexuado.7 Diríase que el género se ha convertido en una palabra particular­
m ente útil; así lo dem uestra la gran proliferación de estudios sobre el sexo
y la sexualidad, porque este térm ino perm ite diferenciar la práctica sexual
de los roles sociales asignados a las mujeres y a los hom bres. Aunque los
académ icos reconozcan la conexión entre el sexo (lo que los sociólogos de
la familia llam an sexo) y los roles sexuales, no por ello presuponen la exis­
tencia de un vínculo sim ple o directo. El empleo de género hace hincapié
en todo un sistem a de relaciones que puede incluir el sexo, pero que no está
directam ente determ inado por éste ni tam poco es directam ente determ i­
nante de la sexualidad.
Muy a m enudo los h istoriadores han utilizado estos em pleos descrip­
tivos de la palabra género para exponer un nuevo campo de estudio. C uan­
do los historiadores sociales se interesaron en nuevos objetos de estudio, el
género fue relevante en los tem as referidos a las mujeres, niños, fam ilias e
ideologías de género. E ste uso del térm ino se refiere únicam ente a aquellas
áreas, estru ctu rales e ideológicas, que im plican relaciones entre los sexos.
Puesto que la guerra, la diplom acia y la alta política no han abordado explí­
citam ente estas relaciones, parece que el género no sea válido, y así continua
siendo irrelevante en el pensam iento de los historiadores que se interesan en
las cuestiones de política y poder. Esto tiene por efecto el aprobar un punto
de vista funcionalista, enraizado fundam entalm ente en la biología, y el per­
petuar la idea de las esferas separadas en la escritura de la historia (sexo o
política, familia o nación, mujeres u hom bres). Aunque este uso del género
afirme que las relaciones entre los sexos son de carácter social, no dice nada
acerca del por qué estas relaciones se han construido así, ni cóm o funcionan
o cómo podrían cambiar. Así, el género, en su uso descriptivo, es un concep­
to asociado con el estudio de las cosas relacionadas con las m ujeres. El gé­
nero en un tema nuevo, un nuevo departam ento de investigación histórica,
pero no tiene el poder analítico para dirigir (ni cam biar) los paradigm as
históricos existentes.
Algunas historiadoras fueron conscientes de este problem a, de ahí que
se esforzaran en utilizar teorías que pudieran explicar el concepto de géne­
ro y rendir cuentas de un cambio histórico. En efecto, el reto consistía en
reconciliar la teoría, formulada en térm inos generales o universales, con la
historia, que se había comprometido en el estudio de la especificidad con­
textual y del cambio fundamental. El resultado ha sido extrem adam ente
ecléctico: préstamos parciales que vician el poder analítico de una teoría en
particular o, peor aún, el empleo de los preceptos de una teoría sin tener
conciencia de lo que esto implicaba; o bien relaciones de cam bios que, al
integrar teorías universales, sólo ilustran los tem as de siem pre; o bien estu­
dios maravillosamente imaginativos en los cuales la teoría está tan oculta
que tales estudios no pueden servir de m odelo para otras investigaciones.
Puesto que las teorías que han diseñado los historiadores no exponen deta­
lladamente todas sus implicaciones, sería provechoso pasar algún tiem po
haciéndolo. Sólo a través de semejante ejercicio podrem os evaluar la utili­
dad de estas teorías y empezar a articular un enfoque teórico m ás poderoso.
Las historiadoras del feminismo han utilizado una gran variedad de
enfoques para el análisis del género, pero tales enfoques se vinieron abajo
al tener que elegir entre tres posiciones teóricas.8 La prim era representa el
esfuerzo feminista por explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se
ubica a sí misma en la tradición marxista y busca un consenso con las críti­
cas feministas. La tercera está fundam entalm ente dividida entre los teóricos
posestructuralistas franceses y angloam ericanos del objeto “relaciones”, y
recurre a estas distintas escuelas de psicoanálisis para explicar la produc­
ción y la reproducción de la identidad de género del sujeto.
Los teóricos del patriarcado han dirigido su atención hacia la subordina­
ción de las mujeres y han encontrado su explicación en la “necesidad” masculi­
na de dom inar a la mujer. En la ingeniosa adaptación de Hegel que hace Mary
O'Brien, la dom inación m asculina se deñne como el efecto del deseo de los
hom bres de trascender su alienación respecto al significado de la reproduc­
ción de las especies. El principio de continuidad generacional restaura la pri­
m acía de la paternidad y opaca el auténtico trabajo y la realidad social del
trabajo de las m ujeres en el parto. La fuente de la liberación de las mujeres
reside en "la com prensión adecuada del proceso de reproducción”, en la apre­
ciación de la contradicción existente entre la naturaleza del trabajo reproduc­
tivo de las mujeres y las mistificaciones ideológicas (masculinas) del mismo.9
Para Shulam ith Firestone, la reproducción tam bién era una "tram pa amarga"
para las m ujeres. Sin em bargo, en su análisis m ás m aterialista la liberación
llegaría con las transform aciones de la tecnología reproductiva, las cuales
deberían eliminar, en un futuro no tan lejano, la necesidad de los cuerpos de
las m ujeres de ser los agentes de la reproducción de la especie.10
Si bien para algunos la reproducción era la clave del patriarcado, para
otros la m ism a sexualidad era la respuesta. Las valientes formulaciones de
C atharine M ackinnon constituyeron enseguida la característica principal
de su enfoque: “La sexualidad es al feminismo lo que el trabajo es al marxis­
mo: lo que es m ás propio de uno m ismo, lo que más se llevan". "La objetua-
lización sexual es el proceso prim ario de la sujeción de las m ujeres. Une
el acto con la palabra, la construcción con la expresión, la percepción con la
aplicación, el m ito con la realidad. El hom bre jode a la mujer; el sujeto del
verbo al objeto”." Siguiendo su analogía con Marx, M ackinnon presentó, en
lugar de un m aterialism o dialéctico, una naciente consciencia como método
de análisis del feminism o. Al expresar la experiencia com partida de la obje-
tualización, decía ella, las m ujeres llegan a com prender su identidad com ún
y así pueden im plicarse en una acción política. Aunque M ackinnon define
en su análisis las relaciones sexuales como relaciones sociales, no hay nada
que explique, excepto la desigualdad inherente a la m ism a relación sexual,
p o r qué el sistem a de poder opera de tal form a. El origen de las relaciones
desiguales entre los sexos resulta ser, al final, una relación desigual entre
sexos. Aunque la desigualdad, cuyo origen radica en la sexualidad, debe incor­
po rarse a “u n sistem a com pleto de relaciones sociales", no se nos explica
cóm o funciona este sistem a.12
Los teóricos del patriarcado han tratado acerca de la desigualdad de los
m achos y las hem bras de muy im portantes m aneras pero, para los historia­
dores, sus teorías plantean algunos problem as. En prim er lugar, m ientras
presentan un análisis interno del sistem a del género en sí mismo, declaran
al m ism o tiem po la prim acía de este sistem a en la organización social en su
conjunto. Pero las teorías del patriarcado no m uestran que la desigualdad
de género tiene que ver con otras desigualdades. En segundo lugar, si la do­
minación se m aniñesta mediante la apropiación m asculina de la labor repro­
ductiva femenina, o bien a través de la objetualización sexual de las mujeres
de parte de los hom bres, el análisis está basado en la diferencia física. Cual­
quier diferencia física adquiere un aspecto universal e incam biable, inclu­
so si los teóricos del patriarcado tom an en cuenta la existencia de formas
cambiantes y de sistemas de desigualdad de género.13 Una teoría que se base
en la única variable de la diferencia física plantea problem as a los historiado­
res porque ésta presupone un significado consecuente o inherente para el
cuerpo hum ano —fuera de toda construcción social o cultural— y, por consi­
guiente, el carácter ahistórico del género en sí m ism o. En cierto sentido, la
historia se convierte en un epifenóm eno que proporciona un sinfín de varia­
ciones sobre el inm utable tem a de la perm anente desigualdad de género.
Las fem inistas m arxistas tienen un enfoque m ás histórico porque se
guían por una teoría de la historia. Pero, cualesquiera que hayan sido las
variaciones y adaptaciones, el requerim iento autoim puesto de que tiene que
haber una explicación "material” para el género ha lim itado o, como m ínim o
retrasado, el desarrollo de nuevas líneas de análisis. Si bien se nos ofrece el
denom inado sistem a de solución dual (uno que postula los dos ám bitos se­
parados del capitalism o y el patriarcado, pero relacionados entre sí, o bien
se desarrolla un análisis basado más firm em ente en las discusiones ortodo­
xas m arxistas sobre los m odos de producción, la explicación de los oríge­
nes y los cam bios en los sistem as de género se en cuentran fuera de la divi­
sión sexual del trabajo. Al final, las familias, los hogares y la sexualidad son
producto de los cam biantes m odos de producción. Así es com o Engels con­
cluyó sus exploraciones sobre Los orígenes de la fam ilia-,14 y el análisis de la
econom ista Heidi H artm ann tam bién se basa fundam entalm ente en este
punto. Esta autora insiste en la im portancia de considerar al patriarcado y
al capitalismo com o sistemas separados pero interrelacionados entre sí. Así,
a m edida que expone sus argum entos, la causalidad económ ica tom a pre­
cedencia, y el patriarcado siem pre desarrolla y cam bia com o una función
de las relaciones de producción.15
Las tem pranas discusiones entre feministas m arxistas giraron en tom o a
la m ism a serie de problemas: el rechazo del carácter esencial de las afirm a­
ciones de quienes argum entan que 'las exigencias de reproducción biológica"
determ inan la división sexual del trabajo bajo el capitalism o; la futilidad de
insertar los "m odos de reproducción” en las discusiones sobre los m odos
de producción (se m antiene como categoría opuesta y no presupone el mismo
estatus respecto a los modos de producción); el reconocimiento de que los sis­
tem as económ icos no d eterm in an directam ente las relaciones de género,
sino que la subordinación de las mujeres es anterior al capitalism o y sigue
vigente bajo el socialismo; la búsqueda, a pesar de todo, de una explicación
materialista que excluya las naturales diferencias físicas.16 Joan Kelly intentó
rom per este círculo de problem as en su ensayo "La doble visión de la teoría
fem inista”, en el cual argum entaba que los sistem as económ icos y de géne­
ro interactúan para producir experiencias sociales e históricas; que ningún
sistema era casual sino que am bos "operan sim ultáneam ente para reproducir
las estructuras socioeconómicas y de dominación masculina de (un) orden so­
cial concreto”. La sugerencia de Kelly de que los sistemas de género tienen una
existencia independiente proporciona una apertura conceptual de gran im ­
portancia, pero su com prom iso de perm anecer dentro de la estructura mar-
xista la lleva a enfatizar el papel causal de los factores económicos, incluso en
cuanto a la determ inación del sistem a de género. "La relación de los sexos
opera en concordancia con las estructuras socio-económ icas, y a través de
éstas, y con las de sexo y género”.17 Kelly introdujo la idea de una "realidad
social basada en la sexualidad”, pero puso énfasis en lo social en lugar de
ponerlo en la naturaleza sexual de esta realidad, y, muy a m enudo, emplea
"social” en térm inos de relaciones económicas de producción.
De todas las exploraciones sobre la sexualidad que han realizado las
feministas-marxistas estadunidenses, la que ha tenido m ayor repercusión se
encuentra en Powers ofDesire, un volumen de ensayos publicados en 1983.18
Sus autoras, influidas por la creciente atención hacia la sexualidad de parte
de activistas políticos y universitarios, por la insistencia del filósofo francés
Michel F oucault acerca de que la sexualidad se m anifiesta dentro de unos
contextos históricos, y p o r la convicción de que la denom inada "revolución
sexual" requiere análisis serios, han hecho de la "política sexual" el foco de
su investigación. Con ello, dejan abierta la cuestión de la causalidad y presen­
tan u na variedad de soluciones p ara ésta; en efecto, lo realm ente em ocio­
n an te de este volum en es su falta de unanim idad analítica, su sentido de
tensión analítica. Si bien las autoras tienden a enfatizar individualm ente la
causalidad de los contextos sociales (que a m enudo significan contextos eco­
nómicos), tam bién incluyen sugerencias sobre la im portancia de estudiar
"la estructuración psíquica de la identidad de género". Si la ideología de gé­
nero refleja algunas veces las estructuras económ icas y sociales, tam bién
existe un importante reconocim iento de la necesidad de com prender el com ­
plejo vínculo entre la sociedad y la du rad era estru c tu ra psíq u ica.19 P or un
lado, los editores aprueban el punto de vista de Jessica Benjam in quien se­
ñala que la política debe prestar atención a "los com ponentes eróticos y fan­
tásticos de la vida hum ana", pero, por el otro, ningún otro ensayo aparte del
de Benjamin trata com pleta o seriam ente de las cuestiones teóricas que ella
plantea.20 En vez de eso, el volumen recorre el supuesto tácito de que el m ar­
xismo puede expanderse hasta abarcar discusiones sobre las ideologías, la
cultura y la psicología, y que esta expansión se realizará a través del examen
especíñco de las pruebas que se aportan en la m ayoría de los artículos. La
ventaja de tal enfoque reside en que evita las diferencias agudas de posición,
y la desventaja de dejar asentada una teoría ya com pletam ente articulada
que nos lleve de las relaciones de los sexos a las relaciones de producción.
Una com paración de los esfuerzos de las m arxistas-fem inistas am erica­
nas —de un relativo y exploratorio am plio alcance— con los de sus homó-
logas inglesas, vinculados más estrecham ente con una política de firm e y
viable tradición m arxista revela que las inglesas han tenido m ayores dificul­
tades en desafiar las limitaciones de las explicaciones estrictam ente deter­
ministas. Esta dificultad puede apreciarse de form a m ás dram ática en los
debates de la New Left Review entre Michèle B arrett y sus críticos, quienes
la acusan de abandonar el análisis m aterialista de la división sexual del tra­
bajo bajo el capitalism o.21 Esta puede verse tam bién en la sustitución del
intento inicial de las fem inistas de reconciliar el psicoanálisis y el m arxis­
mo con una u otra de estas posiciones teóricas, y de los académ icos que in­
sistieron en un principio en que era posible la fusión de los dos.22 La difi­
cultad para las feministas inglesas y am ericanas que trabajan dentro del
marxismo es evidente en el trabajo que he m encionado aquí. El problem a
que ellas enfrentan es opuesto al que plantea la teoría patriarcal. Dentro del
marxismo, el concepto de género ha sido tratado am pliam ente com o un
producto accesorio en el cam bio de las estructuras económicas; el género
no ha gozado de un estatus analítico independiente, propio.
Una síntesis de la teoría psicoanálitica requiere que se especifiquen las
escuelas, puesto que varios enfoques han tendido a clasificarlas según los orí­
genes nacionales de sus fundadores y de la m ayoría de practicantes. Existe
la escuela angloam ericana, que trabaja dentro de los lím ites de las teorías
de las relaciones de objetos. En los Estados Unidos, Nancy Chodorow es el
nombre más inm ediatam ente asociado con este enfoque. Además, el trab a­
jo de Carol Gilligan ha tenido un im pacto de am plia repercusión en las uni-
versidades estadunidenses, incluso en la historia. El trabajo de Gilligan se
sirve del enfoque de Chodorow, aunque está m enos interesada en la cons­
trucción del sujeto que en el desarrollo m oral y conductual. En contraste
con la escuela angloam ericana, la escuela francesa se basa en las lecturas
estru ctu ralistas y p o sestru ctu ralistas de F reud en cuanto a las teorías del
lenguaje (para las fem inistas, la figura clave es Jacques Lacan).
Ambas escuelas están interesadas en los procesos que crean la identidad
del sujeto; am bas se focalizan en los estadios tem pranos del desarrollo de
los niños, en busca de los indicios de form ación de la identidad de géne­
ro. Los teóricos de las relaciones objétales enfatizan la influencia de la expe­
riencia propiam ente dicha (el niño ve, oye y cuenta cosas a aquellos que lo
cuidan, en particu lar a sus padres), m ientras que los posestructuralistas h a­
cen hincapié en el papel central que juega el lenguaje en la com unicación,
interpretación y representación del género (por "lenguaje” los posestructu­
ralistas no quieren decir palabras sino sistem as de significación —de orden
simbólico— que preceden el dom inio propiam ente dicho de la palabra, la lec­
tura y la escritura). O tra diferencia entre las dos escuelas de pensam iento
está basada en el inconsciente, el cual según Chodorow está sujeto a una com­
prensión consciente, m ás no según Lacan. Para los lacanianos, el inconscien­
te es un factor crítico en la construcción del sujeto; adem ás, es el espacio
de la división sexual y, p o r esta razón, un espacio de inestabilidad continua
para el sujeto de género.
En años recientes, los historiadores del feminism o han estado perfilan­
do estas teorías, ya sea porque pueden apoyar unos determ inados hallaz­
gos a p artir de observaciones generales, ya sea porque parecen ofrecer una
im portante form ulación teórica sobre el género. Cada vez más, aquellos his­
toriadores que trabajan con el concepto de "cultura de las mujeres" citan
los trabajos de Chodorow o Gilligan com o una prueba y una explicación de
sus interpretaciones; aquellos que luchan con la teoría feminista m iran hacia
Lacan. Al final, ninguna de estas teorías me parece del todo aprovechable
para los historiadores; si observam os más de cerca cada una de ellas quizá
podam os explicar por qué.
Mis reservas acerca de la teoría de las relaciones objetuales tienen que
ver con su ca rác te r literal, con su dependencia respecto a estru c tu ras de
interacció n relativam ente pequeñas p ara p ro d u cir la identidad de géne­
ro y gen erar u n cam bio. La división fam iliar del trabajo y la asignación
de las tareas propias de cada padre juegan un papel crucial en la teoría de
Chodorow. El resultado de la p redom inancia de los sistem as occidentales
es una clara división entre lo m asculino y lo fem enino. "La negación de la
sensación de conexión y el aislam iento de los afectos puede ser más carac­
terístico del desarrollo m asculino y puede producir un superyó m ás rígido
y castigador; el desarrollo fem enino en cam bio, en que no se reprim e las
relaciones objétales internas y externas y sus afectos concom itantes, puede
llevar a un superyó m ás abierto a la persuasión y al juicio de los otros".23 Si­
guiendo a Chodorow, si los padres estuvieran m ás im plicados en las funcio­
nes paternas, y más a m enudo presentes en las situaciones dom ésticas, el
resultado del dram a edípico sería diferente.24
Esta interpretación lim ita el concepto de género a la fam ilia y a la expe­
riencia del hogar, y no deja al historiador (ni al individuo) la posibilidad
de conectar tal concepto con otros sistem as sociales de economía, política
o poder. Por supuesto, se sobrentiende que la organización social im pone
a los padres que trabajen, y a las m adres que perfeccionen m ás la estructu­
ra organizativa fam iliar relativa a las tareas de crianza de los hijos. Lo que
no está claro es de dónde provienen tales arreglos y por qué se h an articu­
lado en térm inos de división sexual del trabajo. Tam poco se m enciona la
cuestión de la desigualdad com o opuesta a la de asim etría. ¿Cómo pode­
mos explicar, desde el interior de esta teoría, las persistentes asociaciones
de la m asculinidad con el poder, el gran valor depositado tanto en la hom ­
bría como en la femineidad, la form a en que parece que los niños aprenden
estas asociaciones y evaluaciones, incluso cuando viven fuera de hogares n u ­
cleares o en hogares donde la paternidad está dividida a partes iguales entre
el m arido y la mujer? No creo que encontrem os una explicación, a no ser
que prestem os un poco de atención a sistem as significativos, es decir, a las
formas en que las sociedades representan el género y lo utilizan para articular
los roles de las relaciones sociales, o para construir el sentido de la experien­
cia. Sin este sentido no hay experiencia; sin los procesos de significación no
hay sentido.
El lenguaje es el punto central de la teoría lacaniana; es la clave para
instalar a los niños en el orden simbólico. A través del lenguaje se constru­
ye la identidad de género. Según Lacan, el falo es el principal sím bolo de la
diferencia sexual. Pero el significado del falo debe leerse m etafóricam ente.
Para los niños, el dram a edípico expone los térm inos de la interacción cul­
tural, puesto que la am enaza de castración encam a el poder, las norm as de la
ley del padre. La relación del niño con la ley depende de la diferencia sexual,
de su identificación imaginativa (o fantástica) con la m asculinidad o la femi­
neidad. E n otras palabras, la im posición de los roles de interacción social
es una cuestión inherente al género y específica de éste, porque la m ujer tiene
necesariamente una relación distinta con el falo de la que tiene el hom bre.
Pero la identificación de género, aunque siem pre parezca algo coherente y
establecido, de hecho es m uy inestable. Como ocurre con los sistem as de
significados, las identidades subjetivas son procesos de diferenciación y
distinción que requieren la supresión de las am bigüedades y de los elem en­
tos opuestos, para asegurar una coherencia y una com prensión com unes (o
bien crear la ilusión de hacerlo). El principio de la m asculinidad se basa en
la necesaria represión de los aspectos femeninos —de la potencial bisexua-
lidad del sujeto— y crea un conflicto en la oposición de lo m asculino y lo
femenino. Los deseos reprim idos están presentes en el inconsciente y repre­
sentan una constante am enaza para la estabilidad de la identificación del
género, al negar su unidad y al subvertir su necesidad de seguridad. Ade­
más, las ideas conscientes sobre lo m asculino y lo femenino no son fijas
sino que varían según el contexto. De este modo, el conflicto existe siempre:
entre la necesidad del sujeto de una apariencia de totalidad y la im presión
de la term inología, el significado relativo de ésta y su dependencia de la re­
presión.25 Este tipo de interpretación hace que las categorías "hombre" y
"mujer” sean problem áticas; sugieren que lo masculino y lo femenino no son
características inherentes al género sino estructuras subjetivas (o ficticias).
Dicha in terp retació n im plica tam bién que el sujeto está en un constante
proceso de construcción, y nos perm ite in terp re tar el deseo consciente e
inconsciente de form a sistem ática, al señalar que el lenguaje es el lugar
más apropiado p ara el análisis. Como tal, encuentro que esta interpretación
es instructiva.
No obstante, me preocupa la fijación exclusiva en las preguntas acerca
del sujeto individual, y la tendencia a reificar subjetivam ente el antagonis­
mo originado entre hom bres y m ujeres com o la cuestión central del género.
Además, aunque exista u na apertura en cuanto a la form a en que el sujeto
se construye, la teoría tiende a unlversalizar las categorías y relaciones de
lo m asculino y lo femenino. Para los historiadores, el resultado es una lec­
tura reductora de las pruebas del pasado. Aunque esta teoría tome en cuen­
ta las relaciones sociales al vincular la castración a la prohición y a la ley,
no perm ite introducir una idea de especificidad y variabilidad históricas. El
falo es el único sím bolo; el proceso de construcción del sujeto de género
resulta ser, a fin de cuentas, predecible, porque siem pre es el mismo. Si n e ­
cesitam os pensar, tal com o sugiere la teórica de cine Teresa de Lauretis, en
térm inos de construcción de la subjetividad en contextos sociales e históri-
eos, no hay forma de especificar tales contextos en térm inos lacanianos. En
efecto, incluso en el intento de De Lauretis, la realidad social es decir, “esas
relaciones —materiales, económicas e interpersonales— que son de hecho
sociales, y en una perspectiva m ás am plia, históricas”, parece quedarse fue­
ra, aparte del sujeto.26 Falta una forma de concebir la realidad social en tér­
minos de género.
El problema del antagonismo sexual en esta teoría tiene dos aspectos.
En primer lugar, éste proyecta cierta cualidad atem poral, incluso cuando
ya se ha escrito su historia, como ha hecho Sally Alexander. La lectura que
hace Alexander de Lacan la lleva a concluir que "el antagonism o entre los
sexos es un aspecto inevitable de la adquisición de la identidad sexual... Si
el antagonismo siempre es latente, es posible que la historia no tenga la so­
lución final sino que tan sólo lleve a cabo una constante reestructuración
y reorganización del sim bolism o de la diferencia y de la división sexual
del trabajo”.27 Puede que sea mi desesperado sentido utópico que m e haga
formular esto, o quizá puede ser que todavía no me haya desprendido del
epistema que Foucault llamaba la Edad Clásica. Sea cual sea la explicación,
la formulación de Alexander contribuye a fijar la oposición binaria entre
hombre y mujer como la única relación posible, y com o un aspecto p erm a­
nente de la condición humana. Mejor dicho, tal form ulación perpetúa aque­
llas preguntas a las que se refiere Denise Riley com o "la espantosa actitud
de constancia de la polaridad sexual". Ésta escribe: "La naturaleza de la
oposición (entre hombre y mujer), construida a través de la historia, produ­
ce precisamente como uno de sus efectos esta actitud de oposición invaria­
ble y monótona entre hombres y m ujeres”.28
Y es precisamente esta oposición, con todo su tedio y m onotonía, la que
ha promocionado la obra de Carol Gilligan (en el espacio angloam ericano).
Gilligan explica los caminos divergentes de desarrollo m oral que siguieron
chicos y chicas en sus distintas experiencias (realidad vivida). No es so r­
prendente que los historiadores de las m ujeres hayan retom ado las ideas
de Gilligan para explicar las diferentes voces que el trabajo de ésta les ha per­
mitido escuchar. Los problemas que se presentan con estos préstam os son
múltiples, y están lógicamente interrelacionados.29 El prim ero es la dem ora
que a menudo ocurre con la atribución de la causalidad: el argum ento va de
la declaración de que "la experiencia de las m ujeres las conduce a to m ar de­
terminadas opciones morales dependiendo de los contextos y de las relacio­
nes” a la de que "las mujeres piensan y tom an determ inadas opciones por el
hecho de ser mujeres”. La idea ahistórica, y acaso esencialista, de mujer,
está contenida en esta línea de razonam iento. Gilligan y otros han extrapo­
lado su descripción, que en un principio se basaba en una reducida mues-
tra de niños estadounidenses en edad escolar a ñnales del siglo xx, a una
declaración acerca de todas las mujeres. Tal extrapolación es especialm ente
evidente, pero no de form a exclusiva, en las discusiones de algunos historia­
dores sobre la "cultura de las m ujeres”, las pruebas de los cuales van desde las
prim eras santas a las activistas del trabajo, a las m ilitantes m odernas, y se
limitan a p ro b ar las hipótesis de Gilligan sobre la preferencia universal de
las m ujeres por el m undo relacional (relatedness),i0 Tal utilización de las
ideas de Gilligan crea un fuerte contraste con respecto a las concepciones
más complejas sobre la cultura de las mujeres que se han representado como
hechos históricos, lo cual se evidenció en el Simposio de 1980 de Estudios
Fem inistas.31 E n efecto, la com paración entre esta serie de artículos y las
formulaciones de Gilligan revela hasta qué punto es ahistórica, su defini­
ción del hom bre y la m ujer com o una oposición binaria universal, que se
reproduce a sí m ism a, y que siem pre se m anifiesta de la m ism a m anera. Al
insistir en las diferencias establecidas (en el caso de Gilligan sim plificando
datos, com binándolos con otros resultados sobre el sexo y con el razo n a­
miento m oral para subrayar la diferencia sexual), las fem inistas participa­
ron en el tipo de pensam iento al cual querían oponerse. Aunque éstas insis­
tieran en una reevaluación de la categoría "mujer" (Gilligan sugiere que las
opciones morales de las mujeres pueden ser más hum anas que las de los hom ­
bres), no exam inaron la oposición binaria en sí misma.
Necesitam os rechazar la cualidad establecida, perm anente, de la oposi­
ción binaría, la historia genuina y la deconstrucción de los térm inos de dife­
rencia sexual. Debemos ser más autoconscientes de la diferencia entre nues­
tro vocabulario analítico y el m aterial que querem os analizar. Tenemos que
encontrar las m aneras (aunque im perfectas) de som eter continuam ente a la
crítica nuestras categorías, de som eter nuestros análisis a la autocrítica. Si
aplicamos la definición de Jacques Derrida sobre la deconstrucción, esta crí­
tica significa que se debe analizar en el contexto la form a en que opera cual­
quier oposición binaria, invirtiendo y desplazando su construcción jerárqui­
ca, en lugar de aceptarla como real o evidente, como la misma naturaleza de
las cosas.32 Por supuesto, las feministas han venido haciéndolo, hasta cierto
punto, durante años. La historia del feminismo es, de todas formas, la his­
toria del rechazo de la construcción jerárquica de las relaciones entre hom ­
bre y m ujer en sus contextos específicos, y el intento de invertir o desplazar
las operaciones de ésta. Las historiadoras feministas se encuentran ahora
en la postura de teorizar de su práctica y desarrollar el género como cate­
goría analítica.

El interés en el género com o categoría analítica no se m anifestó hasta fi­


nales del siglo xx, y está ausente de la m ayoría de docum entos que tienen
alguna relación con la teoría social, desde el siglo xvm h asta principios
del siglo xx. A decir verdad, algunas de esas teorías construyeron su lógica
sobre analogías de la oposición hom bre/m ujer, otras reconocieron la exis­
tencia de la cuestión de la mujer, y o tras aún m en cionaron la form ación
de la identidad sexual subjetiva, pero nunca apareció el género com o una
form a de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales. Esta om i­
sión podría explicar, en parte, la dificultad que han tenido las fem inistas
contem poráneas a la hora de incorporar el térm ino “género" en los cuerpos
teóricos ya existentes y de convencer a los partidarios de una u otra escue­
la teórica para que el género entrara en su vocabulario. El térm ino "género”
forma parte del intento que han hecho las fem inistas contem poráneas de
traz ar un territorio de definición, in sistir en la inadecuación de los cuer­
pos teóricos existentes a la hora de explicar las desigualdades persistentes
entre m ujeres y hom bres. Me parece significativo que el empleo de la pala­
bra género haya surgido en un m om ento de gran confusión epistem ológica
que, en algunos casos, im plica que los científicos de las ciencias sociales
cambien sus paradigm as científicos por otros literarios (que dejen de poner
énfasis en la causalidad y lo pongan en el sentido, haciendo confusos los
géneros de investigación, según la frase del antropólogo Clifford Geertz);33
y, en otros casos, la forma de los debates teóricos entre quienes afirm an la
transparencia de los hechos y quienes insisten en que la realidad es fruto de
una interpretación o una construcción, entre quienes defienden y quienes
cuestionan la idea de que el hom bre es el producto racional de su propio
destino. En el espacio que se abre con este debate, en el de la crítica cientí­
fica desarrollada en el campo de las hum anidades, y en el del em pirism o y
del hum anism o de los posestructuralistas, las fem inistas han em pezado a
encontrar no sólo una voz teórica propia sino tam bién aliados políticos. Y
es en el interior de este espacio que debem os articular el género como cate­
goría analítica.
¿Qué deben hacer los historiadores que, después de todo, han visto có­
mo algunos teóricos desechaban la historia com o una reliquia del pensa­
miento hum anista? No creo que debam os dejar los archivos ni abandonar
el estudio del pasado, sino que debemos cam biar algunas formas de trabajo
y alm nas preguntas que nos habíam os planteado. Necesitam os escudriñar
nuestros m étodos de análisis, clarificar nuestros presupuestos operativos y
explicar cómo pensam os que ocurren los cambios. En lugar de investigar
los simples orígenes, tenem os que concebir aquellos procesos que están tan
interrelacionados que no pueden ser desenredados. Por supuesto, vamos a
seguir identificando problem as p ara estudiar, los cuales constituirán los co­
mienzos o los puntos de entrada de otros procesos más complejos. Pero son
los procesos lo que debem os tener en cuenta. Debemos preguntarnos m ás
a m enudo cóm o o cu rrieron las cosas para en co n trar por qué ocurrieron.
Según la form ulación de la antropóloga Michelle Rosaldo, no debem os
perseguir una causalidad universal o general, sino u n a explicación signifi­
cativa: "Ahora me parece que.el lugar de las m ujeres en la vida hum ana y
social no es directam ente el producto de ésta, sino el significado que adquie­
ren sus actividades a través de la interacción social concreta”.ME n nuestra
búsqueda del sentido, tenem os que trata r con el sujeto individual y con las
organizaciones sociales, y articular la naturaleza de sus interrelaciones por­
que am bos tienen una im portancia crucial en la com prensión del funciona­
miento del género y en la m anifestación del cam bio de éste. Para terminar,
tenemos que reubicar la idea de que el poder social es unificado, coherente
y centralizado, con respecto a la idea foucaultiana del poder como un conjun­
to de constelaciones dispersas de relaciones desiguales, constituidas discur­
sivamente en "campos” sociales "de fuerza”.35 En el interior de estos procesos
y estructuras hay un espacio para el concepto de agencia hum ana entendido
como el intento (al menos parcialm ente racional) de construir una identidad,
una vida, un conjunto de relaciones, una sociedad dentro de ciertos límites,
y con un lenguaje, un lenguaje conceptual que m arque en seguida unos
límites y contenga la posibilidad de la negación, de la resistencia, de la rein­
terpretación, del juego de la invención y de la im aginación m etafórica.
Mi definición del género consta de dos partes y algunos subconjuntos que
están interrelacionados pero deben analizarse de form a distinta. El núcleo
de la definición depende de la conexión integral entre dos propuestas: el gé­
nero es un elemento constitutivo de las relaciones sociales, las cuales se basan
en las diferencias percibidas entre los sexos, y el género es una form a p rim a­
ria de las relaciones sim bólicas de poder. Los cam bios en la organización
de las relaciones sociales siem pre corresponden a cam bios en las represen­
taciones del poder, pero la dirección del cambio no es necesariam ente única.
Como un elem ento constitutivo de las relaciones sociales basad as en las
diferencias percibidas entre los sexos, el género im plica cuatro elem entos
interrelacionados: en prim er lugar, los símbolos disponibles que evocan m úl­
tiples (y a m enudo contradictorias) representaciones —por ejemplo, Eva y
María como símbolos de la m ujer en la tradición cristiana occidental— pero
tam bién los m itos de luz y oscuridad, de purificación y polución, de inocen­
cia y corrupción. P ara los historiadores, las cuestiones m ás interesantes
son: ¿Qué rep resentaciones sim bólicas se invocan, cóm o se invocan y en
qué contextos? En segundo lugar, los conceptos norm ativos que avanzan
interpretaciones sobre los significados de los sím bolos que intentan lim itar
y contener las posibilidades m etafóricas de los m ism os. Estos conceptos
se expresan en las doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y po­
líticas, y adquieren básicam ente la form a de oposiciones binarias fijas y
afirm an de form a categórica e inequívoca el sentido de hom bre y mujer, de
lo m asculino y lo femenino. De hecho, estos juicios norm ativos dependen
del rechazo o de la represión de otras posibilidades alternativas, y algunas
veces se presenta una lucha abierta sobre ellos (¿en qué m om entos y bajo
qué circunstancias deberían constituir una preocupación para los h istoria­
dores?). Sin em bargo, la posición dom inante queda establecida com o la
única posible. Y la historia subsecuente se escribe com o si estas posiciones
norm ativas fueran el resultado de un consenso social, en lugar de ser el re­
sultado de un conflicto. Un ejemplo de este tipo de historia es el trato que
recibe la ideología victoriana de la dom esticidad, com o si prim ero hubiera
sido creada en su totalidad y sólo m ás tarde se hubieran m anifestado reac­
ciones respecto a ella; aquélla debería haberse abordado com o un tem a que
generó constantem ente profundas diferencias de opinión. Otro tipo de ejem­
plo proviene, en la actualidad, de los grupos religiosos fundamentalistas, quie­
nes han vinculado a la fuerza sus prácticas con la recuperación de un papel
m ás supuestam ente auténtico y "tradicional" de la mujer, cuando, en reali­
dad, existen muy pocos precedentes históricos que perm itan el desem peño
incuestionable de tal papel. La cuestión clave de la nueva investigación his­
tórica consiste en d esbaratar la idea de estabilidad, en descubrir la n a tu ra ­
leza del debate o de la represión que conduce a la apariencia de la perm anen­
cia intem poral de la representación binaria del género. Este tipo de análisis
debe incluir una idea de la política y una referencia a las instituciones so­
ciales y a las organizaciones, el tercer aspecto de las relaciones de género.
Algunos académicos, en particular algunos antropólogos, restringieron el
uso del género al sistema de parentesco (centrándose en el hogar y la familia
como bases de la organización social). Necesitamos una visión más am plia
que incluya no sólo el parentesco sino tam bién (especialm ente en el caso de
las m odernas y com plejas sociedades) el m ercado de trabajo (un m ercado
de trabajo donde im pere la segregación sexual forma parte del proceso de la
construcción del género), la educación (todas las instituciones m asculinas,
no mixtas o m ixtas form an parte del mismo proceso), y el régim en guber­
nam ental (el sufragio m asculino universal interviene en el proceso de cons­
trucción del género). No tiene m ucho sentido lim itar estas instituciones a una
utilidad funcional dentro del sistem a de parentesco, o bien argum entar que
las relaciones contem poráneas entre hom bres y m ujeres son artefactos de
sistem as de parentescos m ás antiguos, basados en el intercam bio de las
m ujeres.36 El género se construye a través del parentesco, pero no exclusi­
vam ente a través de éste; tam bién se construye a través de la organización
económ ica y política, la cual opera, al m enos en nuestra sociedad actual,
de forma muy independiente respecto al sistem a de parentesco.
El cuarto aspecto del género es la identidad subjetiva. Estoy de acuer­
do con la form ulación de la antropóloga Gayle Rubin, según la cual el psi­
coanálisis ofrece una im portante teoría sobre la reproducción del género,
una descripción de “la transform ación de la sexualidad biológica de los
individuos en proceso de culturización’’.37 Pero la declaración universal del
psicoanálisis m e hace vacilar. Aunque la teoría lacaniana sea útil para pen­
sar la construcción de la identidad de género, los historiadores necesitan
trabajar de una form a m ás histórica. Si la identidad de género se basara
única y universalm ente en el miedo a la castración, se negaría la cuestión
de la investigación histórica. Por otra parte, los hom bres y m ujeres reales
no satisfacen siem pre, ni literalm ente, los térm inos de las prescripciones de
su sociedad ni de nuestras categorías analíticas. En vez de esto, los histo­
riadores necesitan exam inar las formas en que se construyen sustancial­
m ente las identidades de género, y relatar sus hallazgos a través de una
serie de actividades, organizaciones sociales y representaciones histórico-
culturales específicas. H asta ahora, los mejores esfuerzos que se han hecho
en este cam po h an sido, sin sorpresa alguna, las biografías: la interpretación
de Biddy M artin sobre Lou Andreas Salomé, la representación de Kathryn
Sklar sobre C atharine Beecher, la vida de Jacqueline Hall por Jessie Daniel
Ames y la discusión de Mary A. Hill sobre Charlotte Perkins Gilman.38 Tam­
bién son posibles los tratam ientos colectivos, com o han m ostrado Mrinali-
na Sinha y Lou Ratté en sus respectivos estudios sobre los térm inos de la
construcción de la identidad de género en los adm inistradores coloniales
británicos en la India, y en los hindúes de educación británica, antiim peria­
listas y líderes nacionalistas.39
En consecuencia, la prim era parte de mi definición de género consiste
en todos estos cuatro elementos, ninguno de los cuales resulta operativo sin
los demás. Y aún no operan al mismo tiempo, reflejándose sim plemente uno
en los otros. En realidad, una pregunta de investigación histórica sería: ¿cuá­
les son las relaciones entre los cuatro aspectos? El esquem a que he presen­
tado sobre el proceso de construcción de las relaciones de género puede
ser utilizado para d iscu tir sobre la clase, la raza, la etnicidad o sobre cual­
quier otro proceso social. Con ello pretendía clarificar y especificar cómo
uno necesita pensar sobre el efecto del género en las relaciones sociales e
institucionales, porque esta reflexión a m enudo carece de precisión o sis-
tem aticidad. La teorización sobre el género la he desarrollado en mi segun­
da propuesta: el género es una forma prim aria de las relaciones sim bólicas
de poder. Sería m ejor decir que el género es un cam po prim ario dentro del
cual, o p o r m edio del cual, se articula el poder. El género no es el único
campo, pero parece que ha sido una form a persistente y recurrente que ha
hecho posible la significación del poder en occidente, en la tradición judeo-
cristiana y en la islámica. Como tal, esta parte de la definición da la im pre­
sión de pertenecer a la sección norm ativa del argum ento, aunque no sea así,
por los conceptos de poder, que aunque se construyan a p artir del género
no siem pre tratan literalm ente del género en sí m ismo. El sociólogo francés
Pierre B ourdieu escribió acerca de cómo la "división del m undo”, basada en
referencias a "las diferencias biológicas y especialm ente en aquellas que
se refieren a la división del trabajo de la procreación y reproducción”, opera
como "las que están m ejor fundadas en ilusiones colectivas". Los conceptos
sobre el género, establecidos como objetivos o un conjunto de referencias,
estructuran la percepción y la organización concreta y sim bólica del con­
junto de la vida social.40 Y el género queda im plicado en la concepción y
construcción del poder en sí mismo, en la m edida en que tales referencias
establecen unas determ inadas distribuciones de poder (el control diferen­
cial sobre los recursos m ateriales o sim bólicos y el acceso a ellos). El antro­
pólogo francés M aurice Godelier así lo ha formulado:

No es la sexualidad lo que preocupa a la sociedad, sino la sociedad la que es preo­


cupante p ara la sexualidad del cuerpo. Se apela con tin u am en te a la relación
de las diferencias sexuales entre los cuerpos como un testim onio de las relaciones
y fenóm enos sociales que nada tienen que ver con la sexualidad. No sólo com o
testim onio de éstos, sino tam bién com o testim onio para éstos; en otras p ala­
bras, com o una legitim ación de tales diferencias.41

La función legitimizadora del género opera en m uchos sentidos. Por ejem ­


plo, B ourdieu dem ostró cóm o en algunas culturas la explotación agrícola
se organizaba según unas ideas de tiem po y estación que dependían de las
definiciones específicas de la oposición entre lo m asculino y lo femenino.
Gayatri Spivak ha realizado u n profundo análisis sobre los usos del género
y del colonialism o en algunos textos de escritoras británicas y am ericanas.42
Natalie Davis ha dem ostrado cóm o los conceptos de lo m asculino y lo fem e­
nino estaban en relación con la com prensión y las críticas de los roles del
orden social en los comienzos de la Francia m oderna.43 La historiadora Caro-
line Walker Bynum arrojó nueva luz sobre la espiritualidad medieval al pres­
tar atención a las relaciones entre los conceptos de lo m asculino y lo fem e­
nino y el com portam iento religioso. Su obra nos aporta valiosas ideas sobre
las formas en que estos conceptos sirvieron a la política de las instituciones
m onásticas así com o a los creyentes individuales.44 Los historiadores del
arte abrieron un nuevo territorio al leer las im plicaciones sociales a p artir
de las representaciones literales de mujeres y hom bres.45 Estas interpreta­
ciones están basadas en la idea de que los lenguajes conceptuales se sirven
de la diferenciación para establecer el sentido, y que la diferencia sexual es
una vía prim aria de diferenciación sim bólica.46 Por consiguiente, el género
proporciona una vía de descodiñcación del sentido y de com prensión de las
complejas conexiones entre varias formas de interacción hum ana. Cuando
los historiadores buscan aquellas formas en que el concepto de género legiti-
miza y construye las relaciones sociales, están desarrollando ideas sobre la
naturaleza recíproca del género y la sociedad, y sobre las form as particula­
res y específicam ente contextúales en que la política construye al género y
el género a la política.
La política es sólo uno de los cam pos en que el género puede ser utili­
zado para el análisis histórico. He elegido los siguientes ejemplos referidos
a la política y al poder en su sentido más tradicional, es decir, en su sentido
de pertenencia al gobierno y a la nación-estado, por dos razones. La prim era,
porque el territorio está virtualm ente inexplorado ya que el género ha sido
considerado como la antítesis de los asuntos reales en el campo de la política.
La segunda, la historia política —y aún el modo dom inante de investigación
histórica— ha sido un reducto de resistencia frente a la inclusión del m ate­
rial o incluso de las cuestiones sobre m ujeres y género.
El género ha sido literal o analógicam ente utilizado en la teoría políti­
ca para justificar o criticar el reinado de los m onarcas, y para expresar la
relación entre el gobernante y los gobernados. Uno podría haber esperado
que los debates de los contem poráneos sobre los reinados de Elizabeth I en
Inglaterra y de Catalina de Médicis en F rancia insistieran en la cuestión de
la conveniencia de las m ujeres en la función política, pero en el periodo en
que la realeza y el parentesco eran com pletam ente afines, las discusiones
sobre los reyes hom bres m anifestaban la m isma preocupación por la m ascu-
linidad y la fem inidad.47 Las analogías relativas a la relación m arital estruc­
turan los argum entos de Jean Bodin, R obert Film er y John Locke. El ataque
de Edm und Burke a la R evolución francesa está construido en to m o al
contraste entre los brujos siniestros y hom icidas sans culotte ("las furias
del infierno, en la forma abusiva de la m ujer más repugnante”) y la dulce fe­
mineidad de M aría A ntonieta, que logró escapar de la m ultitu d y "buscar
refugio a los pies de su rey y m arido”, y cuya belleza inspiró el orgullo n a ­
cional. (Burke escribió en referencia al papel que se asignaba a lo fem eni­
no en el orden político: "Para que nos hagan am ar a nuestro país, nuestro
país debe ser encantador".)“8 Pero no siem pre existe una analogía con el
matrimonio ni con la heterosexualidad. En la teoría política medieval islá­
mica, los símbolos del poder político aludían muy a m enudo al sexo entre
un hombre y un joven, y sugerían no sólo unas form as de sexualidad acep­
table, semejantes a aquellas que describió Foucault en su últim o trabajo
sobre la Grecia clásica, sino tam bién la irrelevancia de las m ujeres respec­
to a una determ inada idea de la política y la vida pública.49
Para que este últim o com entario no dé a entender que la teoría política
es el simple reflejo de la organización social, parece im p o rtan te d estacar
que los cambios en las relaciones de género pueden desencadenarse por
las opiniones sobre las necesidades del Estado. Un ejemplo m uy llamativo
es el argumento que esgrimió Louis de Bonald en 1816 sobre las razones por
las cuales se debía abolir la legislación sobre el divorcio de la R evolución
francesa:

Tal como la dem ocracia política "perm ite al pueblo, la parte débil de la sociedad
política, levantarse contra el poder establecido", así el divorcio, "auténtica de­
mocracia doméstica", perm ite a la mujer, "la parte débil, rebelarse contra la
autoridad m arital... Con el objeto de evitar que el Estado caiga en m anos del
pueblo, es necesario evitar que la familia caiga en las m anos de las esposas y los
hijos".50
Bonald em pieza con una analogía y luego establece una corresponden­
cia directa entre divorcio y dem ocracia. Si volvemos a los num erosos argu­
mentos iniciales sobre la familia bien ordenada como fundam ento del Es­
tado bien ordenado, la legislación que llevó a la práctica este punto de vista
definió de nuevo los límites de la relación m arital. De igual modo, en nues­
tra época, los ideólogos políticos conservadores quisieran hacer aprobar
una serie de leyes acerca de la organización y del com portam iento de la fa­
milia que alterarían las prácticas comunes. Si bien se ha destacado la cone­
xión entre los regím enes autoritarios y el control de las mujeres, ésta no se
ha estudiado a fondo. Si en el m om ento crucial de la hegem onía jacobina,
durante la Revolución francesa, si en el m om ento en que Stalin intentó con­
trolar la au to rid ad , si cuando se im plantó la policía nazi en Alem ania, o
cuando triunfó del Ayatollah Jom eini en Irán, las norm ativas emergentes
legitim izaron la dom inación, la fuerza, la autoridad central y el poder im ­
perante com o un poder m asculino (enemigos, forasteros, subversivos, la
debilidad com o algo femenino) y trasladaron literalm ente este código a las
leyes (im pidiendo la participación de las m ujeres en la política, ¡legalizan­
do el aborto, prohibiendo que las m adres ganaran un salario, im poniendo
unos códigos vestim entarios a las mujeres) entonces todo ello contribuyó a
poner a las m ujeres en el lugar en que ahora están.51 Estas acciones y la épo­
ca en que se m anifestaron tienen poco sentido en sí; en m uchos casos, el
Estado no tiene nada inm ediato ni m aterial que ganar con el control de las
mujeres. Las acciones solam ente pueden tener sentido como parte del aná­
lisis de la construcción y consolidación del poder. En cuanto a la política
dirigida a las m ujeres, fue tom ando forma una declaración de control, o de
fuerza sobre ellas. En estos ejem plos, la diferencia sexual fue concebida
en térm inos de dom inación o control de las m ujeres. Estos ejem plos nos
dan una visión de los tipos de relaciones de poder construidos en la histo­
ria m oderna, pero este particular tipo de relación no es un tem a político uni­
versal. Por ejemplo, los regím enes dem ocráticos del siglo xx tam bién han
construido, aunque de distintas formas, sus ideologías políticas con los con­
ceptos de género, que luego trasladaron a la política. El Estado de bienestar,
por ejemplo, dem ostró su patem alism o proteccionista en las leyes destina­
das a las m ujeres y a los niños.52 Desde un punto de vista histórico, algunos
m ovim ientos socialistas y anarquistas rechazaron com pletam ente las m etá­
foras de la dominación, y criticaron a regímenes concretos o a organizaciones
sociales en lo referente a las transform aciones de las identidades de género.
Los socialistas utópicos en Francia e Inglaterra en las décadas de 1830 y 1840
concibieron sus sueños de un futuro arm onioso basándose en las naturale­
zas com plem entarias de los individuos, com o se ejem plifica en los sindica­
tos de hombres y mujeres con "el individuo social”,53 Los anarquistas europeos
fueron muy conocidos, no sólo por rechazar las convenciones del m atrim o­
nio burgués sino tam bién por su visión de un m undo en el cual la diferencia
sexual no im plicaba una jerarquía.
Estos ejemplos m uestran las conexiones explícitas entre género y poder,
pero sólo son una parte de mi definición de género como un paso previo a las
relaciones simbólicas de poder. Muy a m enudo la atención que se presta al
género no es explícita, pero no deja de ser un com ponente crucial de la orga­
nización de la igualdad o la desigualdad. Las estructuras jerárquicas depen­
den de las com prensiones generalizadas de las llam adas relaciones n atu ra­
les entre hom bre y mujer. En el siglo xix, el concepto de clase dependía del
género para su articulación. M ientras en Francia los reform istas de clase
m edia describían a los obreros en térm inos codificados com o femeninos
(subordinados, débiles, explotados sexualm ente como prostitutas), los líde­
res laboristas y socialistas replicaron insistiendo en la posición m asculina
de la clase obrera (productores, fuertes, protectores de sus m ujeres e hijos).
Los térm inos de este discurso no trataban explícitam ente del género, pero
contenían sólidas referencias a éste. La codificación "genérica" de ciertos
térm inos estableció y "naturalizó” sus significados. En este proceso, especí­
fico desde un punto de vista histórico, las definiciones norm ativas del géne­
ro (que se tom aron por dadas) se reprodujeron e incrustaron en la cultura de
la clase obrera francesa.5'1
El tema de la guerra, la diplom acia y la alta política surge norm alm ente
cuando los historiadores políticos tradicionales cuestionan la utilidad del
género en su trabajo. Pero aquí tam bién necesitam os m irar m ás allá de los
actores y del significado literal de sus palabras. Las relaciones de poder entre
las naciones y el estatus de sujetos coloniales se volvió com prensible (y, por
consiguiente, se legitimizó) en térm inos de relaciones entre m ujer y hom ­
bre. La legitimización de la guerra —el hecho de tru n ca r vidas jóvenes para
proteger al Estado— se m anifestó de formas muy variadas, a través de lla­
m am ientos específicos a la hom bría (por la necesidad de defender la vulne­
rabilidad de las mujeres y los niños), de una dependencia im plícita en la
creencia en el deber de los hijos de servir a sus líderes o a su padre o rey, y
de asociaciones entre la m asculinidad y la fuerza nacional.55 La m ism a alta
política es un concepto de género porque establece su im portancia crucial y
su poder público, las razones para la existencia de esta alta au to rid ad y el
hecho de su existencia, precisam ente excluyendo a las m ujeres de este tra ­
bajo. El género es una de las referencias recurrentes a través de las cuales
el poder político ha sido concebido, legitimado y criticado. El género se refie­
re a la oposición hom bre/m ujer, pero al m ism o tiem po tam bién establece el
significado de ésta. Para reivindicar el poder político, la referencia debe p a­
recer segura y fija, fuera de cualquier construcción hum ana, y debe form ar
parte del orden natural o divino. En este sentido, la oposición binaria y el
proceso social de las relaciones de género pasan a form ar parte del signifi­
cado del propio poder; y el hecho de cuestionar o alterar algún aspecto del
mismo representa una am enaza para el conjunto del sistem a.
Si las significaciones de género y poder se construyen la una a la otra,
¿cómo hacen las cosas p ara cam biar? La respuesta, en un sentido gene­
ral, es que el cam bio puede com enzar en m uchos lugares. Los masivos dis­
turbios políticos que sum en en el caos a los antiguos órdenes e im plantan
otros nuevos po d rían revisar los térm inos (y la organización) del género
en busca de nuevas form as de legitim ización. Pero en realidad no pueden;
las viejas ideas sobre el género tam bién han servido para ratificar a los n u e­
vos regímenes.56 Las crisis demográficas, ocasionadas por la escasez de com i­
da, las plagas o las guerras, podrían haber originado un cuestionam iento
sobre las visiones norm ativas del m atrim onio heterosexual (como ocurrió
en varios círculos y países en la década de los años veinte), pero lo que han
hecho ha sido generar políticas en pro de la natalidad, políticas que insisten
en la im portancia exclusiva de las funciones m aternales y reproductivas de
las mujeres.57 El cambio de las pautas de empleo puede conducir a estrategias
m aritales alteradas y a diferentes posibilidades de construcción de la su b ­
jetividad, pero este cam bio tam bién puede tom arse com o una posibilidad,
para las obedientes hijas y m adres, de llevar a cabo nuevas actividades.58 El
surgim iento de nuevos símbolos culturales puede hacer posible la rein ter­
pretación y, p or supuesto, la reescritura de la historia edípica, pero tam bién
puede servir para reinscribir este dram a terrible en térm inos incluso m ás
reveladores. Los procesos políticos determ inarán qué resultados van a p re­
valecer; me refiero a procesos políticos en el sentido en que los diferentes
actores y los diferentes significados están luchando unos contra otros por el
control. La naturaleza de este proceso, de los actores y de sus acciones, sólo
puede d eterm inarse específicam ente dentro del contexto de su espacio y
tiempo. Sólo podrem os escribir la historia de este proceso si adm itim os que
"hombre" y "mujer" son categorías vacías y a punto de desbordar. Vacías
porque no tienen un significado fundam ental ni trascendente; y a punto de
desbordar porque aunque den la im presión de ser categorías fijas, contie­
nen aún en su interior definiciones alternativas, desm entidas o suprim idas.
E n cierto sentido, la historia política tiene una representación en el cam ­
po del género. Este cam po parece fijo, establecido, aunque su significado
sea discutido y cam bie continuam ente. Si tratam os la oposición entre hom ­
bre y m ujer com o algo problem ático, en lugar de ser algo conocido de ante­
m ano, com o algo definido contextualm ente y construido de form a repetiti­
va, entonces debem os preguntam os en todo m om ento no sólo qué está en
juego en las proclam aciones o debates que apelan al género para explicar o
ju stificar sus posiciones, sino tam bién de qué m anera se invocan y reinscri­
ben las in terp retacio n es im plícitas del género. ¿Cuál es la relación entre
las leyes sobre las m ujeres y el poder del E stado? ¿Por qué (y desde cu án ­
do) las m ujeres han sido invisibles como sujetos históricos, cuando nosotros
sabem os que participaron en los pequeños y grandes acontecim ientos de la
historia hum ana? ¿Ha legitim ado el género el surgim iento de las carreras
profesionales?59 Y ahora cito el título de Un reciente artículo de la fem inis­
ta francesa Luce Irigaray ¿el sujeto científico es sexuado?60 ¿Qué relación
hay entre la política del Estado y el descubrim iento del crim en de la hom o­
sexualidad?61 ¿Cómo h an incorporado las instituciones sociales el género
en sus prem isas y organizaciones? ¿Han existido siem pre unos conceptos de
género genuinam ente igualitarios respecto al sistem a político que proyecta­
ban o construían?
La investigación de estas preguntas dará paso a una historia que aporta­
rá nuevas perspectivas a las viejas preguntas (por ejemplo, acerca de cómo
se im pone la función política o cuál es el im pacto de la guerra en la socie­
dad), que volverán a plantear las viejas preguntas de siem pre en otros térm i­
nos (por ejemplo, introduciendo consideraciones acerca de la fam ilia y la
sexualidad, o del estudio de la econom ía o la guerra), que h ará visibles a las
m ujeres com o participantes activos y creará una distancia analítica entre el
lenguaje del pasado, supuestam ente preestablecido, y nuestra propia term i­
nología. Además, esta nueva historia dejará abiertas las posibilidades de pen­
sar en las actuales estrategias políticas fem inistas y el futuro utópico, p o r­
que apunta a que el género sea redefinido y reestructurado conjuntam ente
con una visión de igualdad política y social, que no sólo incluya al sexo sino
tam bién a la clase y la raza.

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