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Género e historia
Género e historia
J OAN W A L L A C H S C O T T
sle es un libro clásico en un campo de conocimiento nnvedoso;
en él se hace un análisis critico de la historia de las mujeres y la
desigualdad enlre los sexos; explora diversos aspectos del rcvo
lucionario concepto de género y sus implicaciones para el estu
dio de la historia, abarcando un amplio espectro de temas.
La presente edición, actualizada por la autora, incluye una
nueva inlroducción y un extenso capitulo adicional donde revi
sa su influyente propuesta con respecto al análisis sociocultural
de género y la enriquece con el poseslructuralismo de Foucault
y Dcrrida, asi com o con interesantes acercamientos al psico
análisis, De especial valor es su repaso de los usos académicos
y políticos del concepto degenero en los años transcurridos des
de la aparición de esta obra.
C on Género e historia se inicia, dentro de la colección de
Historia, la serie Clásicosy Vanguardislas en Estudios de Género,
que surge por iniciativa del Posgrado en Humanidades y Ciencias
Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y
el Fondo de Cultura Económica,
Distribución mundial
D. R. © 2008, U n i v e r s i d a d A u t ó n o m a d e l a C i u d a d de M é x ic o
D. R. © 2008, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
Carretera Picacho-Ajusco,'227; 14738 México, D. F.
ISBN 978-968-16-8498-3
Im preso en México • Printed in México
II. EL GÉNERO: UNA CATEGORÍA ÚTIL
PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO*
Q u ien esquieran codificar los significados 'de las palabras van a librar una
batalla perdida de antem ano, porque las palabras, com o las ideas y las co
sas que significan, tienen una historia. Ni los profesores universitarios de
Oxford ni de la Académie Française han sido del todo capaces de contener
la ola, de cap tu rar y fijar los significados libres que resultan del juego de la
invención y la im aginación hum anas. M ary W ortley M ontagu le añadió
m ordacidad a su ingeniosa denuncia del "sexo justo" al em plear delibera
dam ente mal la referencia gram atical1 ("mi único consuelo por el hecho de
pertenecer a este género ha sido tener la seguridad de que nunca m e casaría
con ninguno de sus com ponentes”; "my only consolation for being of that
gender has been the assurance of never being m arried to any one am ong
them"). A lo largo de las épocas, la gente ha creado alusiones figurativas
m ediante el empleo de térm inos gram aticales para evocar algunos rasgos
del carácter o de la sexualidad. El Dictionnaire de la langue française (Dic
cionario de la lengua francesa) presentaba en 1876 el siguiente uso: "No se
sabe de qué género es, si es m acho o hem bra, se dice de un hom bre muy
En su m ayor parte, los intentos que han llevado a cabo los historiadores para
teorizar sobre el género, se han mantenido dentro de las estructuras científico-
sociales tradicionales, y han empleado antiguas form ulaciones que sólo pro
porcionan explicaciones causales de carácter universal. En el m ejor de los
casos, tales teorías han sido muy lim itadas porque tienden a contener gene
ralizaciones reductivas o realm ente sim ples que socavan no sólo el sentido
de la historia como disciplina, el sentido de la com plejidad de la causalidad
social, sino tam bién los com prom isos feministas respecto a algunos análisis
que podrían conducir al cambio. El examen de estas teorías nos perm itirá
sacar a relucir sus limitaciones y proponer un enfoque alternativo.
Los enfoques em pleados por la m ayoría de historiadores pueden agru
parse en dos categorías distintas. La prim era es esencialm ente descriptiva;
se refiere a la existencia de fenóm enos o realidades sin que se les atribuya
ningún tipo de interpretación, explicación o causalidad. La segunda cate
goría es de carácter causal; teoriza sobre la naturaleza de los fenóm enos o
realidades y busca com prender cóm o y por qué éstos se m anifiestan del
modo en que lo hacen.
En su reciente y m ás simple utilización, el térm ino "género" es sinóni
mo de "mujeres”. En los últim os años, algunos libros y artículos basados en
la historia de las m ujeres sustituyeron, en sus títulos, el térm ino género por
el de mujeres. En algunos casos, este empleo de género, aunque se refiera
vagamente a ciertos conceptos analíticos, de hecho se relaciona con la acep
tabilidad política del campo. En estos casos, el térm ino género denota la se
riedad académ ica de un trabajo, porque género suena de form a m ás neutra
y objetiva que mujeres. Parece que el térm ino encaja en la term inología cien
tífica de las ciencias sociales y, en consecuencia, se distancia de las políti
cas del feminismo, supuestam ente estridentes. Según este empleo, género
no conlleva necesariam ente la declaración de desigualdad o poder ni tam
poco nom bra a la parte dem andante (y hasta ahora invisible). M ientras que
el térm ino “historia de las m ujeres” proclam a su política al declarar (con
trariam ente a la costum bre) que las m ujeres son sujetos históricos válidos,
el térm ino género incluye a las m ujeres pero no las nom bra, y así da la im
presión de que no plantea un problem a crítico. Tal uso del térm ino es una
faceta de lo que debería llam arse la búsqueda de la erudición fem inista por
la legitim idad académ ica en la década de los ochenta.
Pero tan sólo es una faceta. El térm ino género, com o sustituto de las
mujeres, tam bién se emplea para sugerir que la inform ación sobre las m uje
res es, necesariamente, inform ación sobre los hombres, y que lo uno implica
el estudio de lo otro. Este empleo insiste en que el m undo de las m ujeres
forma parte del m undo de los hom bres, que ha sido creado dentro de éste
y por éste. Tal em pleo desecha la utilidad interpretativa de la idea de las
esferas separadas, y sostiene que el estudio separado de las m ujeres con
tribuye a p erp etu ar la ficción de que una esfera, o la experiencia de un sexo,
poco o nada tiene que ver con el otro sexo. Además, el género tam bién se
utiliza para designar las relaciones sociales entre los sexos. Este uso recha
za im plícitam ente las explicaciones biológicas, como aquellas que encuen
tran un den o m in ad o r com ún para las diversas form as de subordinación
fem enina en aquellos hechos en que las m ujeres tienen la capacidad de
dar a luz y los hom bres tienen m ás fuerza m uscular. En vez de eso, el té r
m ino género denota unas determ inadas "construcciones culturales”, toda
la creación social de las ideas acerca de los roles apropiados p ara las m u
jeres y p ara los hom bres. Es una form a de referirse exclusivam ente a los
orígenes sociales de las identidades subjetivas de hom bres y m ujeres. Se
gún esta definición, el género es una categoría social im puesta a un cuerpo
sexuado.7 Diríase que el género se ha convertido en una palabra particular
m ente útil; así lo dem uestra la gran proliferación de estudios sobre el sexo
y la sexualidad, porque este térm ino perm ite diferenciar la práctica sexual
de los roles sociales asignados a las mujeres y a los hom bres. Aunque los
académ icos reconozcan la conexión entre el sexo (lo que los sociólogos de
la familia llam an sexo) y los roles sexuales, no por ello presuponen la exis
tencia de un vínculo sim ple o directo. El empleo de género hace hincapié
en todo un sistem a de relaciones que puede incluir el sexo, pero que no está
directam ente determ inado por éste ni tam poco es directam ente determ i
nante de la sexualidad.
Muy a m enudo los h istoriadores han utilizado estos em pleos descrip
tivos de la palabra género para exponer un nuevo campo de estudio. C uan
do los historiadores sociales se interesaron en nuevos objetos de estudio, el
género fue relevante en los tem as referidos a las mujeres, niños, fam ilias e
ideologías de género. E ste uso del térm ino se refiere únicam ente a aquellas
áreas, estru ctu rales e ideológicas, que im plican relaciones entre los sexos.
Puesto que la guerra, la diplom acia y la alta política no han abordado explí
citam ente estas relaciones, parece que el género no sea válido, y así continua
siendo irrelevante en el pensam iento de los historiadores que se interesan en
las cuestiones de política y poder. Esto tiene por efecto el aprobar un punto
de vista funcionalista, enraizado fundam entalm ente en la biología, y el per
petuar la idea de las esferas separadas en la escritura de la historia (sexo o
política, familia o nación, mujeres u hom bres). Aunque este uso del género
afirme que las relaciones entre los sexos son de carácter social, no dice nada
acerca del por qué estas relaciones se han construido así, ni cóm o funcionan
o cómo podrían cambiar. Así, el género, en su uso descriptivo, es un concep
to asociado con el estudio de las cosas relacionadas con las m ujeres. El gé
nero en un tema nuevo, un nuevo departam ento de investigación histórica,
pero no tiene el poder analítico para dirigir (ni cam biar) los paradigm as
históricos existentes.
Algunas historiadoras fueron conscientes de este problem a, de ahí que
se esforzaran en utilizar teorías que pudieran explicar el concepto de géne
ro y rendir cuentas de un cambio histórico. En efecto, el reto consistía en
reconciliar la teoría, formulada en térm inos generales o universales, con la
historia, que se había comprometido en el estudio de la especificidad con
textual y del cambio fundamental. El resultado ha sido extrem adam ente
ecléctico: préstamos parciales que vician el poder analítico de una teoría en
particular o, peor aún, el empleo de los preceptos de una teoría sin tener
conciencia de lo que esto implicaba; o bien relaciones de cam bios que, al
integrar teorías universales, sólo ilustran los tem as de siem pre; o bien estu
dios maravillosamente imaginativos en los cuales la teoría está tan oculta
que tales estudios no pueden servir de m odelo para otras investigaciones.
Puesto que las teorías que han diseñado los historiadores no exponen deta
lladamente todas sus implicaciones, sería provechoso pasar algún tiem po
haciéndolo. Sólo a través de semejante ejercicio podrem os evaluar la utili
dad de estas teorías y empezar a articular un enfoque teórico m ás poderoso.
Las historiadoras del feminismo han utilizado una gran variedad de
enfoques para el análisis del género, pero tales enfoques se vinieron abajo
al tener que elegir entre tres posiciones teóricas.8 La prim era representa el
esfuerzo feminista por explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se
ubica a sí misma en la tradición marxista y busca un consenso con las críti
cas feministas. La tercera está fundam entalm ente dividida entre los teóricos
posestructuralistas franceses y angloam ericanos del objeto “relaciones”, y
recurre a estas distintas escuelas de psicoanálisis para explicar la produc
ción y la reproducción de la identidad de género del sujeto.
Los teóricos del patriarcado han dirigido su atención hacia la subordina
ción de las mujeres y han encontrado su explicación en la “necesidad” masculi
na de dom inar a la mujer. En la ingeniosa adaptación de Hegel que hace Mary
O'Brien, la dom inación m asculina se deñne como el efecto del deseo de los
hom bres de trascender su alienación respecto al significado de la reproduc
ción de las especies. El principio de continuidad generacional restaura la pri
m acía de la paternidad y opaca el auténtico trabajo y la realidad social del
trabajo de las m ujeres en el parto. La fuente de la liberación de las mujeres
reside en "la com prensión adecuada del proceso de reproducción”, en la apre
ciación de la contradicción existente entre la naturaleza del trabajo reproduc
tivo de las mujeres y las mistificaciones ideológicas (masculinas) del mismo.9
Para Shulam ith Firestone, la reproducción tam bién era una "tram pa amarga"
para las m ujeres. Sin em bargo, en su análisis m ás m aterialista la liberación
llegaría con las transform aciones de la tecnología reproductiva, las cuales
deberían eliminar, en un futuro no tan lejano, la necesidad de los cuerpos de
las m ujeres de ser los agentes de la reproducción de la especie.10
Si bien para algunos la reproducción era la clave del patriarcado, para
otros la m ism a sexualidad era la respuesta. Las valientes formulaciones de
C atharine M ackinnon constituyeron enseguida la característica principal
de su enfoque: “La sexualidad es al feminismo lo que el trabajo es al marxis
mo: lo que es m ás propio de uno m ismo, lo que más se llevan". "La objetua-
lización sexual es el proceso prim ario de la sujeción de las m ujeres. Une
el acto con la palabra, la construcción con la expresión, la percepción con la
aplicación, el m ito con la realidad. El hom bre jode a la mujer; el sujeto del
verbo al objeto”." Siguiendo su analogía con Marx, M ackinnon presentó, en
lugar de un m aterialism o dialéctico, una naciente consciencia como método
de análisis del feminism o. Al expresar la experiencia com partida de la obje-
tualización, decía ella, las m ujeres llegan a com prender su identidad com ún
y así pueden im plicarse en una acción política. Aunque M ackinnon define
en su análisis las relaciones sexuales como relaciones sociales, no hay nada
que explique, excepto la desigualdad inherente a la m ism a relación sexual,
p o r qué el sistem a de poder opera de tal form a. El origen de las relaciones
desiguales entre los sexos resulta ser, al final, una relación desigual entre
sexos. Aunque la desigualdad, cuyo origen radica en la sexualidad, debe incor
po rarse a “u n sistem a com pleto de relaciones sociales", no se nos explica
cóm o funciona este sistem a.12
Los teóricos del patriarcado han tratado acerca de la desigualdad de los
m achos y las hem bras de muy im portantes m aneras pero, para los historia
dores, sus teorías plantean algunos problem as. En prim er lugar, m ientras
presentan un análisis interno del sistem a del género en sí mismo, declaran
al m ism o tiem po la prim acía de este sistem a en la organización social en su
conjunto. Pero las teorías del patriarcado no m uestran que la desigualdad
de género tiene que ver con otras desigualdades. En segundo lugar, si la do
minación se m aniñesta mediante la apropiación m asculina de la labor repro
ductiva femenina, o bien a través de la objetualización sexual de las mujeres
de parte de los hom bres, el análisis está basado en la diferencia física. Cual
quier diferencia física adquiere un aspecto universal e incam biable, inclu
so si los teóricos del patriarcado tom an en cuenta la existencia de formas
cambiantes y de sistemas de desigualdad de género.13 Una teoría que se base
en la única variable de la diferencia física plantea problem as a los historiado
res porque ésta presupone un significado consecuente o inherente para el
cuerpo hum ano —fuera de toda construcción social o cultural— y, por consi
guiente, el carácter ahistórico del género en sí m ism o. En cierto sentido, la
historia se convierte en un epifenóm eno que proporciona un sinfín de varia
ciones sobre el inm utable tem a de la perm anente desigualdad de género.
Las fem inistas m arxistas tienen un enfoque m ás histórico porque se
guían por una teoría de la historia. Pero, cualesquiera que hayan sido las
variaciones y adaptaciones, el requerim iento autoim puesto de que tiene que
haber una explicación "material” para el género ha lim itado o, como m ínim o
retrasado, el desarrollo de nuevas líneas de análisis. Si bien se nos ofrece el
denom inado sistem a de solución dual (uno que postula los dos ám bitos se
parados del capitalism o y el patriarcado, pero relacionados entre sí, o bien
se desarrolla un análisis basado más firm em ente en las discusiones ortodo
xas m arxistas sobre los m odos de producción, la explicación de los oríge
nes y los cam bios en los sistem as de género se en cuentran fuera de la divi
sión sexual del trabajo. Al final, las familias, los hogares y la sexualidad son
producto de los cam biantes m odos de producción. Así es com o Engels con
cluyó sus exploraciones sobre Los orígenes de la fam ilia-,14 y el análisis de la
econom ista Heidi H artm ann tam bién se basa fundam entalm ente en este
punto. Esta autora insiste en la im portancia de considerar al patriarcado y
al capitalismo com o sistemas separados pero interrelacionados entre sí. Así,
a m edida que expone sus argum entos, la causalidad económ ica tom a pre
cedencia, y el patriarcado siem pre desarrolla y cam bia com o una función
de las relaciones de producción.15
Las tem pranas discusiones entre feministas m arxistas giraron en tom o a
la m ism a serie de problemas: el rechazo del carácter esencial de las afirm a
ciones de quienes argum entan que 'las exigencias de reproducción biológica"
determ inan la división sexual del trabajo bajo el capitalism o; la futilidad de
insertar los "m odos de reproducción” en las discusiones sobre los m odos
de producción (se m antiene como categoría opuesta y no presupone el mismo
estatus respecto a los modos de producción); el reconocimiento de que los sis
tem as económ icos no d eterm in an directam ente las relaciones de género,
sino que la subordinación de las mujeres es anterior al capitalism o y sigue
vigente bajo el socialismo; la búsqueda, a pesar de todo, de una explicación
materialista que excluya las naturales diferencias físicas.16 Joan Kelly intentó
rom per este círculo de problem as en su ensayo "La doble visión de la teoría
fem inista”, en el cual argum entaba que los sistem as económ icos y de géne
ro interactúan para producir experiencias sociales e históricas; que ningún
sistema era casual sino que am bos "operan sim ultáneam ente para reproducir
las estructuras socioeconómicas y de dominación masculina de (un) orden so
cial concreto”. La sugerencia de Kelly de que los sistemas de género tienen una
existencia independiente proporciona una apertura conceptual de gran im
portancia, pero su com prom iso de perm anecer dentro de la estructura mar-
xista la lleva a enfatizar el papel causal de los factores económicos, incluso en
cuanto a la determ inación del sistem a de género. "La relación de los sexos
opera en concordancia con las estructuras socio-económ icas, y a través de
éstas, y con las de sexo y género”.17 Kelly introdujo la idea de una "realidad
social basada en la sexualidad”, pero puso énfasis en lo social en lugar de
ponerlo en la naturaleza sexual de esta realidad, y, muy a m enudo, emplea
"social” en térm inos de relaciones económicas de producción.
De todas las exploraciones sobre la sexualidad que han realizado las
feministas-marxistas estadunidenses, la que ha tenido m ayor repercusión se
encuentra en Powers ofDesire, un volumen de ensayos publicados en 1983.18
Sus autoras, influidas por la creciente atención hacia la sexualidad de parte
de activistas políticos y universitarios, por la insistencia del filósofo francés
Michel F oucault acerca de que la sexualidad se m anifiesta dentro de unos
contextos históricos, y p o r la convicción de que la denom inada "revolución
sexual" requiere análisis serios, han hecho de la "política sexual" el foco de
su investigación. Con ello, dejan abierta la cuestión de la causalidad y presen
tan u na variedad de soluciones p ara ésta; en efecto, lo realm ente em ocio
n an te de este volum en es su falta de unanim idad analítica, su sentido de
tensión analítica. Si bien las autoras tienden a enfatizar individualm ente la
causalidad de los contextos sociales (que a m enudo significan contextos eco
nómicos), tam bién incluyen sugerencias sobre la im portancia de estudiar
"la estructuración psíquica de la identidad de género". Si la ideología de gé
nero refleja algunas veces las estructuras económ icas y sociales, tam bién
existe un importante reconocim iento de la necesidad de com prender el com
plejo vínculo entre la sociedad y la du rad era estru c tu ra psíq u ica.19 P or un
lado, los editores aprueban el punto de vista de Jessica Benjam in quien se
ñala que la política debe prestar atención a "los com ponentes eróticos y fan
tásticos de la vida hum ana", pero, por el otro, ningún otro ensayo aparte del
de Benjamin trata com pleta o seriam ente de las cuestiones teóricas que ella
plantea.20 En vez de eso, el volumen recorre el supuesto tácito de que el m ar
xismo puede expanderse hasta abarcar discusiones sobre las ideologías, la
cultura y la psicología, y que esta expansión se realizará a través del examen
especíñco de las pruebas que se aportan en la m ayoría de los artículos. La
ventaja de tal enfoque reside en que evita las diferencias agudas de posición,
y la desventaja de dejar asentada una teoría ya com pletam ente articulada
que nos lleve de las relaciones de los sexos a las relaciones de producción.
Una com paración de los esfuerzos de las m arxistas-fem inistas am erica
nas —de un relativo y exploratorio am plio alcance— con los de sus homó-
logas inglesas, vinculados más estrecham ente con una política de firm e y
viable tradición m arxista revela que las inglesas han tenido m ayores dificul
tades en desafiar las limitaciones de las explicaciones estrictam ente deter
ministas. Esta dificultad puede apreciarse de form a m ás dram ática en los
debates de la New Left Review entre Michèle B arrett y sus críticos, quienes
la acusan de abandonar el análisis m aterialista de la división sexual del tra
bajo bajo el capitalism o.21 Esta puede verse tam bién en la sustitución del
intento inicial de las fem inistas de reconciliar el psicoanálisis y el m arxis
mo con una u otra de estas posiciones teóricas, y de los académ icos que in
sistieron en un principio en que era posible la fusión de los dos.22 La difi
cultad para las feministas inglesas y am ericanas que trabajan dentro del
marxismo es evidente en el trabajo que he m encionado aquí. El problem a
que ellas enfrentan es opuesto al que plantea la teoría patriarcal. Dentro del
marxismo, el concepto de género ha sido tratado am pliam ente com o un
producto accesorio en el cam bio de las estructuras económicas; el género
no ha gozado de un estatus analítico independiente, propio.
Una síntesis de la teoría psicoanálitica requiere que se especifiquen las
escuelas, puesto que varios enfoques han tendido a clasificarlas según los orí
genes nacionales de sus fundadores y de la m ayoría de practicantes. Existe
la escuela angloam ericana, que trabaja dentro de los lím ites de las teorías
de las relaciones de objetos. En los Estados Unidos, Nancy Chodorow es el
nombre más inm ediatam ente asociado con este enfoque. Además, el trab a
jo de Carol Gilligan ha tenido un im pacto de am plia repercusión en las uni-
versidades estadunidenses, incluso en la historia. El trabajo de Gilligan se
sirve del enfoque de Chodorow, aunque está m enos interesada en la cons
trucción del sujeto que en el desarrollo m oral y conductual. En contraste
con la escuela angloam ericana, la escuela francesa se basa en las lecturas
estru ctu ralistas y p o sestru ctu ralistas de F reud en cuanto a las teorías del
lenguaje (para las fem inistas, la figura clave es Jacques Lacan).
Ambas escuelas están interesadas en los procesos que crean la identidad
del sujeto; am bas se focalizan en los estadios tem pranos del desarrollo de
los niños, en busca de los indicios de form ación de la identidad de géne
ro. Los teóricos de las relaciones objétales enfatizan la influencia de la expe
riencia propiam ente dicha (el niño ve, oye y cuenta cosas a aquellos que lo
cuidan, en particu lar a sus padres), m ientras que los posestructuralistas h a
cen hincapié en el papel central que juega el lenguaje en la com unicación,
interpretación y representación del género (por "lenguaje” los posestructu
ralistas no quieren decir palabras sino sistem as de significación —de orden
simbólico— que preceden el dom inio propiam ente dicho de la palabra, la lec
tura y la escritura). O tra diferencia entre las dos escuelas de pensam iento
está basada en el inconsciente, el cual según Chodorow está sujeto a una com
prensión consciente, m ás no según Lacan. Para los lacanianos, el inconscien
te es un factor crítico en la construcción del sujeto; adem ás, es el espacio
de la división sexual y, p o r esta razón, un espacio de inestabilidad continua
para el sujeto de género.
En años recientes, los historiadores del feminism o han estado perfilan
do estas teorías, ya sea porque pueden apoyar unos determ inados hallaz
gos a p artir de observaciones generales, ya sea porque parecen ofrecer una
im portante form ulación teórica sobre el género. Cada vez más, aquellos his
toriadores que trabajan con el concepto de "cultura de las mujeres" citan
los trabajos de Chodorow o Gilligan com o una prueba y una explicación de
sus interpretaciones; aquellos que luchan con la teoría feminista m iran hacia
Lacan. Al final, ninguna de estas teorías me parece del todo aprovechable
para los historiadores; si observam os más de cerca cada una de ellas quizá
podam os explicar por qué.
Mis reservas acerca de la teoría de las relaciones objetuales tienen que
ver con su ca rác te r literal, con su dependencia respecto a estru c tu ras de
interacció n relativam ente pequeñas p ara p ro d u cir la identidad de géne
ro y gen erar u n cam bio. La división fam iliar del trabajo y la asignación
de las tareas propias de cada padre juegan un papel crucial en la teoría de
Chodorow. El resultado de la p redom inancia de los sistem as occidentales
es una clara división entre lo m asculino y lo fem enino. "La negación de la
sensación de conexión y el aislam iento de los afectos puede ser más carac
terístico del desarrollo m asculino y puede producir un superyó m ás rígido
y castigador; el desarrollo fem enino en cam bio, en que no se reprim e las
relaciones objétales internas y externas y sus afectos concom itantes, puede
llevar a un superyó m ás abierto a la persuasión y al juicio de los otros".23 Si
guiendo a Chodorow, si los padres estuvieran m ás im plicados en las funcio
nes paternas, y más a m enudo presentes en las situaciones dom ésticas, el
resultado del dram a edípico sería diferente.24
Esta interpretación lim ita el concepto de género a la fam ilia y a la expe
riencia del hogar, y no deja al historiador (ni al individuo) la posibilidad
de conectar tal concepto con otros sistem as sociales de economía, política
o poder. Por supuesto, se sobrentiende que la organización social im pone
a los padres que trabajen, y a las m adres que perfeccionen m ás la estructu
ra organizativa fam iliar relativa a las tareas de crianza de los hijos. Lo que
no está claro es de dónde provienen tales arreglos y por qué se h an articu
lado en térm inos de división sexual del trabajo. Tam poco se m enciona la
cuestión de la desigualdad com o opuesta a la de asim etría. ¿Cómo pode
mos explicar, desde el interior de esta teoría, las persistentes asociaciones
de la m asculinidad con el poder, el gran valor depositado tanto en la hom
bría como en la femineidad, la form a en que parece que los niños aprenden
estas asociaciones y evaluaciones, incluso cuando viven fuera de hogares n u
cleares o en hogares donde la paternidad está dividida a partes iguales entre
el m arido y la mujer? No creo que encontrem os una explicación, a no ser
que prestem os un poco de atención a sistem as significativos, es decir, a las
formas en que las sociedades representan el género y lo utilizan para articular
los roles de las relaciones sociales, o para construir el sentido de la experien
cia. Sin este sentido no hay experiencia; sin los procesos de significación no
hay sentido.
El lenguaje es el punto central de la teoría lacaniana; es la clave para
instalar a los niños en el orden simbólico. A través del lenguaje se constru
ye la identidad de género. Según Lacan, el falo es el principal sím bolo de la
diferencia sexual. Pero el significado del falo debe leerse m etafóricam ente.
Para los niños, el dram a edípico expone los térm inos de la interacción cul
tural, puesto que la am enaza de castración encam a el poder, las norm as de la
ley del padre. La relación del niño con la ley depende de la diferencia sexual,
de su identificación imaginativa (o fantástica) con la m asculinidad o la femi
neidad. E n otras palabras, la im posición de los roles de interacción social
es una cuestión inherente al género y específica de éste, porque la m ujer tiene
necesariamente una relación distinta con el falo de la que tiene el hom bre.
Pero la identificación de género, aunque siem pre parezca algo coherente y
establecido, de hecho es m uy inestable. Como ocurre con los sistem as de
significados, las identidades subjetivas son procesos de diferenciación y
distinción que requieren la supresión de las am bigüedades y de los elem en
tos opuestos, para asegurar una coherencia y una com prensión com unes (o
bien crear la ilusión de hacerlo). El principio de la m asculinidad se basa en
la necesaria represión de los aspectos femeninos —de la potencial bisexua-
lidad del sujeto— y crea un conflicto en la oposición de lo m asculino y lo
femenino. Los deseos reprim idos están presentes en el inconsciente y repre
sentan una constante am enaza para la estabilidad de la identificación del
género, al negar su unidad y al subvertir su necesidad de seguridad. Ade
más, las ideas conscientes sobre lo m asculino y lo femenino no son fijas
sino que varían según el contexto. De este modo, el conflicto existe siempre:
entre la necesidad del sujeto de una apariencia de totalidad y la im presión
de la term inología, el significado relativo de ésta y su dependencia de la re
presión.25 Este tipo de interpretación hace que las categorías "hombre" y
"mujer” sean problem áticas; sugieren que lo masculino y lo femenino no son
características inherentes al género sino estructuras subjetivas (o ficticias).
Dicha in terp retació n im plica tam bién que el sujeto está en un constante
proceso de construcción, y nos perm ite in terp re tar el deseo consciente e
inconsciente de form a sistem ática, al señalar que el lenguaje es el lugar
más apropiado p ara el análisis. Como tal, encuentro que esta interpretación
es instructiva.
No obstante, me preocupa la fijación exclusiva en las preguntas acerca
del sujeto individual, y la tendencia a reificar subjetivam ente el antagonis
mo originado entre hom bres y m ujeres com o la cuestión central del género.
Además, aunque exista u na apertura en cuanto a la form a en que el sujeto
se construye, la teoría tiende a unlversalizar las categorías y relaciones de
lo m asculino y lo femenino. Para los historiadores, el resultado es una lec
tura reductora de las pruebas del pasado. Aunque esta teoría tome en cuen
ta las relaciones sociales al vincular la castración a la prohición y a la ley,
no perm ite introducir una idea de especificidad y variabilidad históricas. El
falo es el único sím bolo; el proceso de construcción del sujeto de género
resulta ser, a fin de cuentas, predecible, porque siem pre es el mismo. Si n e
cesitam os pensar, tal com o sugiere la teórica de cine Teresa de Lauretis, en
térm inos de construcción de la subjetividad en contextos sociales e históri-
eos, no hay forma de especificar tales contextos en térm inos lacanianos. En
efecto, incluso en el intento de De Lauretis, la realidad social es decir, “esas
relaciones —materiales, económicas e interpersonales— que son de hecho
sociales, y en una perspectiva m ás am plia, históricas”, parece quedarse fue
ra, aparte del sujeto.26 Falta una forma de concebir la realidad social en tér
minos de género.
El problema del antagonismo sexual en esta teoría tiene dos aspectos.
En primer lugar, éste proyecta cierta cualidad atem poral, incluso cuando
ya se ha escrito su historia, como ha hecho Sally Alexander. La lectura que
hace Alexander de Lacan la lleva a concluir que "el antagonism o entre los
sexos es un aspecto inevitable de la adquisición de la identidad sexual... Si
el antagonismo siempre es latente, es posible que la historia no tenga la so
lución final sino que tan sólo lleve a cabo una constante reestructuración
y reorganización del sim bolism o de la diferencia y de la división sexual
del trabajo”.27 Puede que sea mi desesperado sentido utópico que m e haga
formular esto, o quizá puede ser que todavía no me haya desprendido del
epistema que Foucault llamaba la Edad Clásica. Sea cual sea la explicación,
la formulación de Alexander contribuye a fijar la oposición binaria entre
hombre y mujer como la única relación posible, y com o un aspecto p erm a
nente de la condición humana. Mejor dicho, tal form ulación perpetúa aque
llas preguntas a las que se refiere Denise Riley com o "la espantosa actitud
de constancia de la polaridad sexual". Ésta escribe: "La naturaleza de la
oposición (entre hombre y mujer), construida a través de la historia, produ
ce precisamente como uno de sus efectos esta actitud de oposición invaria
ble y monótona entre hombres y m ujeres”.28
Y es precisamente esta oposición, con todo su tedio y m onotonía, la que
ha promocionado la obra de Carol Gilligan (en el espacio angloam ericano).
Gilligan explica los caminos divergentes de desarrollo m oral que siguieron
chicos y chicas en sus distintas experiencias (realidad vivida). No es so r
prendente que los historiadores de las m ujeres hayan retom ado las ideas
de Gilligan para explicar las diferentes voces que el trabajo de ésta les ha per
mitido escuchar. Los problemas que se presentan con estos préstam os son
múltiples, y están lógicamente interrelacionados.29 El prim ero es la dem ora
que a menudo ocurre con la atribución de la causalidad: el argum ento va de
la declaración de que "la experiencia de las m ujeres las conduce a to m ar de
terminadas opciones morales dependiendo de los contextos y de las relacio
nes” a la de que "las mujeres piensan y tom an determ inadas opciones por el
hecho de ser mujeres”. La idea ahistórica, y acaso esencialista, de mujer,
está contenida en esta línea de razonam iento. Gilligan y otros han extrapo
lado su descripción, que en un principio se basaba en una reducida mues-
tra de niños estadounidenses en edad escolar a ñnales del siglo xx, a una
declaración acerca de todas las mujeres. Tal extrapolación es especialm ente
evidente, pero no de form a exclusiva, en las discusiones de algunos historia
dores sobre la "cultura de las m ujeres”, las pruebas de los cuales van desde las
prim eras santas a las activistas del trabajo, a las m ilitantes m odernas, y se
limitan a p ro b ar las hipótesis de Gilligan sobre la preferencia universal de
las m ujeres por el m undo relacional (relatedness),i0 Tal utilización de las
ideas de Gilligan crea un fuerte contraste con respecto a las concepciones
más complejas sobre la cultura de las mujeres que se han representado como
hechos históricos, lo cual se evidenció en el Simposio de 1980 de Estudios
Fem inistas.31 E n efecto, la com paración entre esta serie de artículos y las
formulaciones de Gilligan revela hasta qué punto es ahistórica, su defini
ción del hom bre y la m ujer com o una oposición binaria universal, que se
reproduce a sí m ism a, y que siem pre se m anifiesta de la m ism a m anera. Al
insistir en las diferencias establecidas (en el caso de Gilligan sim plificando
datos, com binándolos con otros resultados sobre el sexo y con el razo n a
miento m oral para subrayar la diferencia sexual), las fem inistas participa
ron en el tipo de pensam iento al cual querían oponerse. Aunque éstas insis
tieran en una reevaluación de la categoría "mujer" (Gilligan sugiere que las
opciones morales de las mujeres pueden ser más hum anas que las de los hom
bres), no exam inaron la oposición binaria en sí misma.
Necesitam os rechazar la cualidad establecida, perm anente, de la oposi
ción binaría, la historia genuina y la deconstrucción de los térm inos de dife
rencia sexual. Debemos ser más autoconscientes de la diferencia entre nues
tro vocabulario analítico y el m aterial que querem os analizar. Tenemos que
encontrar las m aneras (aunque im perfectas) de som eter continuam ente a la
crítica nuestras categorías, de som eter nuestros análisis a la autocrítica. Si
aplicamos la definición de Jacques Derrida sobre la deconstrucción, esta crí
tica significa que se debe analizar en el contexto la form a en que opera cual
quier oposición binaria, invirtiendo y desplazando su construcción jerárqui
ca, en lugar de aceptarla como real o evidente, como la misma naturaleza de
las cosas.32 Por supuesto, las feministas han venido haciéndolo, hasta cierto
punto, durante años. La historia del feminismo es, de todas formas, la his
toria del rechazo de la construcción jerárquica de las relaciones entre hom
bre y m ujer en sus contextos específicos, y el intento de invertir o desplazar
las operaciones de ésta. Las historiadoras feministas se encuentran ahora
en la postura de teorizar de su práctica y desarrollar el género como cate
goría analítica.
Tal como la dem ocracia política "perm ite al pueblo, la parte débil de la sociedad
política, levantarse contra el poder establecido", así el divorcio, "auténtica de
mocracia doméstica", perm ite a la mujer, "la parte débil, rebelarse contra la
autoridad m arital... Con el objeto de evitar que el Estado caiga en m anos del
pueblo, es necesario evitar que la familia caiga en las m anos de las esposas y los
hijos".50
Bonald em pieza con una analogía y luego establece una corresponden
cia directa entre divorcio y dem ocracia. Si volvemos a los num erosos argu
mentos iniciales sobre la familia bien ordenada como fundam ento del Es
tado bien ordenado, la legislación que llevó a la práctica este punto de vista
definió de nuevo los límites de la relación m arital. De igual modo, en nues
tra época, los ideólogos políticos conservadores quisieran hacer aprobar
una serie de leyes acerca de la organización y del com portam iento de la fa
milia que alterarían las prácticas comunes. Si bien se ha destacado la cone
xión entre los regím enes autoritarios y el control de las mujeres, ésta no se
ha estudiado a fondo. Si en el m om ento crucial de la hegem onía jacobina,
durante la Revolución francesa, si en el m om ento en que Stalin intentó con
trolar la au to rid ad , si cuando se im plantó la policía nazi en Alem ania, o
cuando triunfó del Ayatollah Jom eini en Irán, las norm ativas emergentes
legitim izaron la dom inación, la fuerza, la autoridad central y el poder im
perante com o un poder m asculino (enemigos, forasteros, subversivos, la
debilidad com o algo femenino) y trasladaron literalm ente este código a las
leyes (im pidiendo la participación de las m ujeres en la política, ¡legalizan
do el aborto, prohibiendo que las m adres ganaran un salario, im poniendo
unos códigos vestim entarios a las mujeres) entonces todo ello contribuyó a
poner a las m ujeres en el lugar en que ahora están.51 Estas acciones y la épo
ca en que se m anifestaron tienen poco sentido en sí; en m uchos casos, el
Estado no tiene nada inm ediato ni m aterial que ganar con el control de las
mujeres. Las acciones solam ente pueden tener sentido como parte del aná
lisis de la construcción y consolidación del poder. En cuanto a la política
dirigida a las m ujeres, fue tom ando forma una declaración de control, o de
fuerza sobre ellas. En estos ejem plos, la diferencia sexual fue concebida
en térm inos de dom inación o control de las m ujeres. Estos ejem plos nos
dan una visión de los tipos de relaciones de poder construidos en la histo
ria m oderna, pero este particular tipo de relación no es un tem a político uni
versal. Por ejemplo, los regím enes dem ocráticos del siglo xx tam bién han
construido, aunque de distintas formas, sus ideologías políticas con los con
ceptos de género, que luego trasladaron a la política. El Estado de bienestar,
por ejemplo, dem ostró su patem alism o proteccionista en las leyes destina
das a las m ujeres y a los niños.52 Desde un punto de vista histórico, algunos
m ovim ientos socialistas y anarquistas rechazaron com pletam ente las m etá
foras de la dominación, y criticaron a regímenes concretos o a organizaciones
sociales en lo referente a las transform aciones de las identidades de género.
Los socialistas utópicos en Francia e Inglaterra en las décadas de 1830 y 1840
concibieron sus sueños de un futuro arm onioso basándose en las naturale
zas com plem entarias de los individuos, com o se ejem plifica en los sindica
tos de hombres y mujeres con "el individuo social”,53 Los anarquistas europeos
fueron muy conocidos, no sólo por rechazar las convenciones del m atrim o
nio burgués sino tam bién por su visión de un m undo en el cual la diferencia
sexual no im plicaba una jerarquía.
Estos ejemplos m uestran las conexiones explícitas entre género y poder,
pero sólo son una parte de mi definición de género como un paso previo a las
relaciones simbólicas de poder. Muy a m enudo la atención que se presta al
género no es explícita, pero no deja de ser un com ponente crucial de la orga
nización de la igualdad o la desigualdad. Las estructuras jerárquicas depen
den de las com prensiones generalizadas de las llam adas relaciones n atu ra
les entre hom bre y mujer. En el siglo xix, el concepto de clase dependía del
género para su articulación. M ientras en Francia los reform istas de clase
m edia describían a los obreros en térm inos codificados com o femeninos
(subordinados, débiles, explotados sexualm ente como prostitutas), los líde
res laboristas y socialistas replicaron insistiendo en la posición m asculina
de la clase obrera (productores, fuertes, protectores de sus m ujeres e hijos).
Los térm inos de este discurso no trataban explícitam ente del género, pero
contenían sólidas referencias a éste. La codificación "genérica" de ciertos
térm inos estableció y "naturalizó” sus significados. En este proceso, especí
fico desde un punto de vista histórico, las definiciones norm ativas del géne
ro (que se tom aron por dadas) se reprodujeron e incrustaron en la cultura de
la clase obrera francesa.5'1
El tema de la guerra, la diplom acia y la alta política surge norm alm ente
cuando los historiadores políticos tradicionales cuestionan la utilidad del
género en su trabajo. Pero aquí tam bién necesitam os m irar m ás allá de los
actores y del significado literal de sus palabras. Las relaciones de poder entre
las naciones y el estatus de sujetos coloniales se volvió com prensible (y, por
consiguiente, se legitimizó) en térm inos de relaciones entre m ujer y hom
bre. La legitimización de la guerra —el hecho de tru n ca r vidas jóvenes para
proteger al Estado— se m anifestó de formas muy variadas, a través de lla
m am ientos específicos a la hom bría (por la necesidad de defender la vulne
rabilidad de las mujeres y los niños), de una dependencia im plícita en la
creencia en el deber de los hijos de servir a sus líderes o a su padre o rey, y
de asociaciones entre la m asculinidad y la fuerza nacional.55 La m ism a alta
política es un concepto de género porque establece su im portancia crucial y
su poder público, las razones para la existencia de esta alta au to rid ad y el
hecho de su existencia, precisam ente excluyendo a las m ujeres de este tra
bajo. El género es una de las referencias recurrentes a través de las cuales
el poder político ha sido concebido, legitimado y criticado. El género se refie
re a la oposición hom bre/m ujer, pero al m ism o tiem po tam bién establece el
significado de ésta. Para reivindicar el poder político, la referencia debe p a
recer segura y fija, fuera de cualquier construcción hum ana, y debe form ar
parte del orden natural o divino. En este sentido, la oposición binaria y el
proceso social de las relaciones de género pasan a form ar parte del signifi
cado del propio poder; y el hecho de cuestionar o alterar algún aspecto del
mismo representa una am enaza para el conjunto del sistem a.
Si las significaciones de género y poder se construyen la una a la otra,
¿cómo hacen las cosas p ara cam biar? La respuesta, en un sentido gene
ral, es que el cam bio puede com enzar en m uchos lugares. Los masivos dis
turbios políticos que sum en en el caos a los antiguos órdenes e im plantan
otros nuevos po d rían revisar los térm inos (y la organización) del género
en busca de nuevas form as de legitim ización. Pero en realidad no pueden;
las viejas ideas sobre el género tam bién han servido para ratificar a los n u e
vos regímenes.56 Las crisis demográficas, ocasionadas por la escasez de com i
da, las plagas o las guerras, podrían haber originado un cuestionam iento
sobre las visiones norm ativas del m atrim onio heterosexual (como ocurrió
en varios círculos y países en la década de los años veinte), pero lo que han
hecho ha sido generar políticas en pro de la natalidad, políticas que insisten
en la im portancia exclusiva de las funciones m aternales y reproductivas de
las mujeres.57 El cambio de las pautas de empleo puede conducir a estrategias
m aritales alteradas y a diferentes posibilidades de construcción de la su b
jetividad, pero este cam bio tam bién puede tom arse com o una posibilidad,
para las obedientes hijas y m adres, de llevar a cabo nuevas actividades.58 El
surgim iento de nuevos símbolos culturales puede hacer posible la rein ter
pretación y, p or supuesto, la reescritura de la historia edípica, pero tam bién
puede servir para reinscribir este dram a terrible en térm inos incluso m ás
reveladores. Los procesos políticos determ inarán qué resultados van a p re
valecer; me refiero a procesos políticos en el sentido en que los diferentes
actores y los diferentes significados están luchando unos contra otros por el
control. La naturaleza de este proceso, de los actores y de sus acciones, sólo
puede d eterm inarse específicam ente dentro del contexto de su espacio y
tiempo. Sólo podrem os escribir la historia de este proceso si adm itim os que
"hombre" y "mujer" son categorías vacías y a punto de desbordar. Vacías
porque no tienen un significado fundam ental ni trascendente; y a punto de
desbordar porque aunque den la im presión de ser categorías fijas, contie
nen aún en su interior definiciones alternativas, desm entidas o suprim idas.
E n cierto sentido, la historia política tiene una representación en el cam
po del género. Este cam po parece fijo, establecido, aunque su significado
sea discutido y cam bie continuam ente. Si tratam os la oposición entre hom
bre y m ujer com o algo problem ático, en lugar de ser algo conocido de ante
m ano, com o algo definido contextualm ente y construido de form a repetiti
va, entonces debem os preguntam os en todo m om ento no sólo qué está en
juego en las proclam aciones o debates que apelan al género para explicar o
ju stificar sus posiciones, sino tam bién de qué m anera se invocan y reinscri
ben las in terp retacio n es im plícitas del género. ¿Cuál es la relación entre
las leyes sobre las m ujeres y el poder del E stado? ¿Por qué (y desde cu án
do) las m ujeres han sido invisibles como sujetos históricos, cuando nosotros
sabem os que participaron en los pequeños y grandes acontecim ientos de la
historia hum ana? ¿Ha legitim ado el género el surgim iento de las carreras
profesionales?59 Y ahora cito el título de Un reciente artículo de la fem inis
ta francesa Luce Irigaray ¿el sujeto científico es sexuado?60 ¿Qué relación
hay entre la política del Estado y el descubrim iento del crim en de la hom o
sexualidad?61 ¿Cómo h an incorporado las instituciones sociales el género
en sus prem isas y organizaciones? ¿Han existido siem pre unos conceptos de
género genuinam ente igualitarios respecto al sistem a político que proyecta
ban o construían?
La investigación de estas preguntas dará paso a una historia que aporta
rá nuevas perspectivas a las viejas preguntas (por ejemplo, acerca de cómo
se im pone la función política o cuál es el im pacto de la guerra en la socie
dad), que volverán a plantear las viejas preguntas de siem pre en otros térm i
nos (por ejemplo, introduciendo consideraciones acerca de la fam ilia y la
sexualidad, o del estudio de la econom ía o la guerra), que h ará visibles a las
m ujeres com o participantes activos y creará una distancia analítica entre el
lenguaje del pasado, supuestam ente preestablecido, y nuestra propia term i
nología. Además, esta nueva historia dejará abiertas las posibilidades de pen
sar en las actuales estrategias políticas fem inistas y el futuro utópico, p o r
que apunta a que el género sea redefinido y reestructurado conjuntam ente
con una visión de igualdad política y social, que no sólo incluya al sexo sino
tam bién a la clase y la raza.