Compartimos, sin hesitación, la postura que sitúa el momento del inicio de
la protección penal en la anidación a través de múltiples argumentos que sustentan esta afirmación, sin que su ordenamiento expositivo implique atribuirle prioridad a uno sobre otro.
El primero de los ellos se asienta en el presupuesto indispensable de la
existencia de la mujer embarazada como elemento constitutivo del delito de aborto: este requisito tiene un sustento científico que no puede ser desconocido por el derecho. No es función de la ciencia jurídica definir el alcance de ¨mujer embarazada”, sino que debe recurrir a la ciencia médica en búsqueda de la respuesta y dicha ciencia es terminante en considerar que sólo hay mujer embarazada cuando el útero se halla ocupado, situación que se presenta recién al tiempo de la anidación. Previo a la anidación, los procesos que se inician con la fecundación son de manera indubitable demostrativos de la existencia de vida, sin que ello obligue a que dicha vida se halle penalmente protegida. En efecto, el derecho establece límites que son naturalmente arbitrarios, y al exigir para el aborto la presencia de mujer embarazada ha elegido dejar fuera del marco de tipicidad los períodos anteriores al comienzo del embarazo, sin que ello implique negar la existencia de vida. Desde la fecundación hasta la anidación hay a ciencia cierta vida, pero no necesariamente vida penalmente protegida. Si bien con la fecundación se produjo la unión de los gametos, es recién con la singamia al mezclarse el ADN aportado por el óvulo y el espermatozoide, cuando emerge un ser diferente, único e irrepetible. Sin embargo, la existencia cierta de ese ser no implica la coexistencia de embarazo. Hay un nuevo ser, pero aún no hay mujer embarazada. Deberá ese ser concebido (embrión) sufrir diferentes modificaciones y recorrer un largo camino, especialmente dificultoso, teniendo en consideración el alto número de fecundaciones no implantadas, hasta lograr anidarse en el útero materno dando lugar al inicio del embarazo.
El segundo de los argumentos se centra en la utilización de determinados
métodos anticonceptivos. El dispositivo intrauterino conocido vulgarmente como DIU o espiral, considerado el método anticonceptivo más difundido y utilizado mundialmente, consiste en un elemento que se coloca en el cuello del útero y que al liberar leucocitos y prostaglandinas como parte de una reacción al cuerpo extraño, produce un doble efecto, por un lado, dificulta el paso de los espermatozoides a las trompas, y por otro, impide la anidación del óvulo fecundado. En el primero de sus resultados claramente resulta un método que impide la fecundación entorpeciendo el paso de los espermatozoides para truncar su encuentro con el óvulo. En la segunda de sus consecuencias, provoca cambios en el endometrio que inhiben la implantación. De seguirse la postura que sustenta el inicio de la protección con la fecundación, siendo que su acción es posterior a ese momento, claramente lo transformaría en un método abortivo, postura que se opone a la licitud con la que el procedimiento es prescripto y aplicado por los profesionales de la salud, autorizado por las autoridades sanitarias y cubierta su utilización por las obras sociales y las empresas de medicina prepaga como una práctica ginecológica usual, frecuente y por supuesto legal.
El tercero de los argumentos, surge de la interpretación de la ley de acceso
integral a los procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción médicamente asistida 26.862 en tanto prevé en la parte final del artículo 7° que el consentimiento de los beneficiarios de los procedimientos y técnicas de reproducción humana asistida será revocable hasta antes de producirse la implantación, en un claro reconocimiento que la protección jurídica comenzará sólo con posterioridad a dicho evento. El derecho comparado reconoce sobre el punto “dos posturas: la mayoritaria, que prevé la posibilidad de revocar el consentimiento hasta el momento del implante; y la minoritaria, que admite revocar el consentimiento sólo hasta la fecundación in vitro” . El Tribunal Europeo de Derechos Humanos sostuvo que “Algunos Estados parecen autorizar el ejercicio del derecho de revocación hasta la fecundación, otros permiten el uso de cierta facultad en todo momento hasta la implantación del embrión, otros incluso dejan a los tribunales la tarea de apreciar, interpretando las estipulaciones contractuales existentes o sopesando los respectivos intereses de las partes, hasta qué momento puede producirse la retirada del consentimiento” . La opción de nuestra ley por la postura mayoritaria sustentada en la primacía del consentimiento, implica reconocer que el consentimiento para la fecundación por sí solo es insuficiente y por eso debe renovarse al tiempo de la implantación. En palabras de las doctoras Kemelmajer de Carlucci, Herrera y Lamm “Prueba y reflejo de esa libertad, en el campo de las técnicas de reproducción asistida, es el consentimiento, y su posibilidad de revocación. Por eso, hasta el implante no afecta al preembrión, que no es persona” , garantizando la libertad del consentimiento desde el inicio del tratamiento hasta la transferencia de los embriones, reconociendo que sólo a partir de ese momento son tributarios de derechos, entre ellos, el derecho a la vida. La interpretación contraria habilitaría siempre la transferencia para implantación en la mujer, aún contra la voluntad del varón, lo que significaría “conllevar una violación de su dignidad: es la imposición de un plan de vida –de paternidad- que no comparte” .
El cuarto de los argumentos emana de la clara y mandataria interpretación
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el precedente “Artavia Murillo y otros c. Costa Rica” sobre el alcance del derecho a la vida previsto en el artículo 4 de la Convención y que fuera analizado in extenso en el capítulo 6.2.1. Ya nos hemos pronunciado por la obligatoriedad de sus interpretaciones, las que deben ser consideradas con el mismo grado de eficacia que el texto mismo del Tratado. Por lo que cuando la Corte sentencia que “…el Tribunal entiende el término ‘concepción’ desde el momento en que ocurre la implantación, razón por la cual considera que antes de este evento no procede aplicar el artículo 4 de la Convención Americana” fija un estándar que no puede ser desconocido ni contradicho por el derecho interno obligando a su armonización.