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Si, como es evidente, la comunicación privada es capaz de llevar a la comisión de delitos, tanto
más importante puede ser ta influencia de los medios de comunicación masiva. Esa influencia
deriva principalmente de tres razones: 1) el número de personas a las que se puede llegar,
número que está en continuo crecimiento; 2) la continuidad de acción: se leen periódicos,
libros, revistas, se oye la radio, se ven los espectáculos ofrecidos por el cine y la televisión
durante muchas horas por semana; 3) la técnica con que el mensaje es ofrecido, acudiendo a
campañas sistemáticas y con recursos especialmente adaptados para atraer la atención y para
influir en los receptores; las técnicas de atracción y de persuasión son estudiadas actualmente
a nivel académico y suponen la aplicación de varias ciencias.
Nada de extraño tiene, entonces, que se haya descutido acerca de las formas en que los
medios de comunicación social pueden causar el delito, tomando en cuenta que esos medios
constituyen hoy uno más de los ambientes de que el hombre está inevitablemente rodeado.
Este fenómeno social, que se ha desarrollado sobre todo el presente siglo, ofrece doble cara
por un lado, se piensa, puede servir para aumentar el delito; pero, por otro, es capaz de contri
buir a evitarlo y prevenirlo. Hay quienes opinan que, dados los caracteres presentes de los
medios y algunos de sus excesos, es probable que los efectos nocivos sean mayores que los
beneficiosos.
Recordemos que, en muchos casos, los medios dependen de empresas comerciales que
buscan ante todo el éxito económico. No prestan mucha atención a los métodos aptos para
alcanzar ese objetivo. De hecho, por ejemplo, hay empresas editoriales o cine-matográficas
expresamente dedicadas a la difusión de la pornografía. Én estas condiciones, no será raro cue
se generen influencias negativas, capaces de causar delitos. Los medios que tienen fina-lidades
especialmente ideológicas no son hoy, usualmente, los que consiguen mayor difusión de sus
productos.
Dada la variedad de temas que exponen los medios de comunicación social, son también
variadas las formas en que pueden influir en el delito; pero, entre ellas, han sido destacadas
principalmente dos; las crónicas rojas y el erotismo. Las primeras involucran sobre todo lo
referente al delito, a sus formas de comisión y aspectos derivados, como la actuación de la
justicia criminal y de la policía. La segunda toca al tema de la sexualidad no sólo expuesto de
manera indiferente sino con el claro propósito de despertar los instintos.
Podemos acá preguntarnos si al fin y al cabo, no habrá que reconocer valor a lo que
argumentan algunos empresarios cuando sostienen que ellos se limitan a satisfacer el gusto
del público; el que éste compre publicaciones de ese tipo y se regodee en ellas, parece dar
razón a los editores. Sin embargo, más la tiene Sutherland cuando redarguye diciendo que son
los propios periódicos los que, por su Jabor, han creado ese gusto estragado (1).
No se trata sólo, de los casos en que influyen en algunos delitos, sino de aquéllos otros en que,
son medio para cometerlos; tal sucede, por ejemplo, en la apología del delito e incitación al
mismo, libelos, insultos, calumnias, incitación a resistir mandatos legales, etc., etc.
2.- INFLUENCIAS DELICTIVAS. En cuanto a los caminos a través de los cuales los medios
provocan delitos, hemi de detenernos especialmente en las crónicas del delito, porqtyg ellas
parecen ser las más perjudiciales (2).
Se ha dicho que los medios de comunicación son beneficio con las noticias que dan sobre
delitos, porque mantienen alsi la atención pública, despiertan el celo de policías y fiscales y
cosu trolan los fallos judiciales. No puede menos que reconocerse la verdad de lo alegado en
muchos casos especiales. Sin embargo, un análisis desapasionado de las influencias
dimanantes de la exagerada publicidad dada al delito, prueba que ellas son más bien,
perjudiciales porque, descontados algunos casos excepcionales, se concluye por no dsr
importancia al delito, tal como nos sucede con los hechos de la vida diaria; así, el delito no
despierta en los ciudadanos la reacción que debería.
La prensa puede convertirse en un medio para mostrar como atractivos al delito y al
delincuente. El delito es presentado como emocionante aventura lo que favorece la imitación
sobre todo de parte de niños y jóvenes; la repercusión es mayor en los barrios pobres y
especialmente en quienes carecen de otras salidas para el exceso de vitalidad y ansia de
aventuras propias de la edad.
La prensa presenta al delito como provechoso, por lo menos en la mayor parte de los casos; el
delincuente que halla una caja vacía o con poco dinero -como hace notar Taft (3)- apenas
merece pocas líneas; pero el que hubiera obtenido un gran éxito merecerá columnas y
columnas: quizá hasta el honor de ocupar buen espacio en las noticias internacionales. En vista
de estos ejemplos, es lógico que muchos criminales y honrados decidan arriesgarse, como el
común del público arriesga unos pesos a la lotería u otro juego, pues se hace propaganda
alrededor de quienes se volvieron millonarios de la noche a la mañana, pero se calla lo que
sucede a millares de personas que pierden mucho más que lo que ganan.
A veces la propaganda de los delincuentes es tal que los convierte en héroes y hace del crimen
algo que es sancionado porque lo dicen las leyes, pero no porque lo merezcan desde el punto
de vista de la moral o del consenso público: piénsese, por ejemplo, en los homicidios contra el
cónyuge infiel y su amante o sobre la legalidad de algunas venganzas. El reverso de la medalla
lo constituyen los casos en que el sospechoso es presentado de antemano como un culpable;
prodigar adjetivos como delincuente nato, degenerado, perverso, incorregible, etc., crea un
ambiente desfavorable aún antes de que se averigüe la verdad total; suele así llevarse a que el
público se incline por medidas draconianas para sancionar a tal o cual persona.
La prensa puede contener crónicas que son un llamado a los más bajos impulsos del hombre y
a sus tendencias morbosas. Es claro que la narración puede aumentar su poder cuando va
acompañada de gráficos y fotografías. Piénsese, por ejemplo, en ciertas notas acerca de
descuartizamientos posteriores a violaciones, en violaciones de niños de corta edad, en marcas
hechas por venganza (5), y se nos dará razón.
Graves son también las repercusiones sobre el respeto debido a organismos policianos y
judiciales. Si algún delito no es rápidamente esclarecido o algún delincuente se burla de esas
instituciones, tales hechos son destacados con lo cual los criminales se envalentonan y sienten
aumentar sus esperanzas de impunidad. Las consecuencias son aún más graves cuando los
ataques, intencionados o no. Se dirigen contra la administración de justicia, su honradez,
eficiencia o rapidez. La reacción lógica es la desconfianza en los tribunales con lo cual se les
quita el sostén moral de que ellos precisan. Quien se siente perjudicado en sus intereses, o
cree que ha de serlo por incapacidad intelectual o moral de los jueces, está a un paso de
imponer justicia por sf mismo, camino rápido y tentador. Por ejemplo, no puede desconocerse
la máxima influencia que en el linchamiento de los mayores Eguino y Escóbar, tuvo la
propaganda periodística que había llegado a convencer que aquéllos no recibirían sanciones de
ninguna especie, que los jueces eran venales, etc. Bastó una ocasión para que la chispa
prendiera, y que un grupo de irresponsables tomara a su cargo la tarea de incitar a la gente,
para que aquellos linchamientos se produjeran.
Entre los hechos recientes, podemos citar el denominado caso Suxo, por el apellido de un
anciano que violó y asesinó a una niña de cuatro años. La presión de los medios de
comunicación social fue tal que, en uno de los casos rarísimos de nuestra historia judicial,
desde el comienzo del juicio hasta el fusilamiento del culpable, apenas transcurrieron algunos
meses. Los tribunales se creyeron obligados a acelerar los trámites y a dalles prioritaria
atención sobre cualesquiera otros. Pese a síntomas claros de anormalidad mental del culpable
-entre esos síntomas, el propio delito y su forma de comisión– se prescindió de todo informe
psiquiátrico. Dado el ambiente que se creó, hubiera sido imprevisible la reacción general si,
por causa de anormalidad grave, no hubiera sido impuesta la pena de muerte o ésta hubiera
sido conmutada.
A veces los medios de información intentan deformar la verdad o, por lo menos, influir en los
jueces, por medio de opiniones que se adelantan sobre la culpabilidad o inocencia de tal o cual
acusado. Este suele ser otro medio de descrédito para la judicatura y llega al extremo en
Estados Unidos, donde los “trials by newspapers” han sido calificados por Barnes y Teeters
como la peor de todas las influencias perjudiciales de la prensa (6).
En nuestra cultura existen ciertas ideas, prácticas y prejuicios que favorecen la comisión de
delitos, según vemos en estas páginas. Muchos medios de comunicación ahondan esas causas.
Por ejemplo, cican en algunas personas un exagerado sentimiento de superioridad
simplemente porque sus apellidos aparecen con frecuencia en las llamadas páginas sociales;
otras secciones incrementan los resentimientos. Las diferencias y contraposiciones sociales
son mostradas con lente de aumento.
Nada digamos de algunos prejuicios ya existentes. Por ejemplo, los que tocan a diferencias de
razas con la consabida creencia en la superioridad o inferioridad de ellas: un grupo es
presentado poco menos que como impecable, mientras todos los delitos atroces se ponen a
cargo de otro u otros. Así, entre nosotros, tiempo hubo en que las rebeliones indígenas, con su
secuela de homicidios y destrucciones, eran narradas con lujo de detalles; pero se ocultaba
cuidadosamente lo referente a los antecedentes desencadenantes, de los cuales en la mayoría
de los casos no eran culpables los indios, sino las actividades de blancos y mestizos: y se callan
casi sistemáticamente los atropellos, por desgracia frecuentes entre nosotros, que blancos y
mestizos de las ciudades cometen en ocasión de motines y revoluciones. Con propaganda de
este tipo, nada raro es que aun gente sensata hable sin más de la barbarie de los indígenas. El
contrapeso está dado por los casos en que los delitos son cometidos por ellos y se los pasa en
silencio y aun se los muestra como casos heroicos.
3.- CINE Y DELITO. El cine es un nuevo ambiente por el cual vivimos rodeados por lo menos por
un par de horas semanales; sobre todo en las ciudades ha desplazado, y con mucho de ventaja
en cuanto a concurrentes, a los otros medios de pasar el tiempo.
Basta el sentido común para comprobar que el cine ejercc una gran influencia, sobre todo en
los niños y las mujeres. Nos presenta escenas de asesinatos y de vida fácil como resultado de
los mismos o de asaltos y robos; muestra gráficamente, con mucha mayor vivacidad que la
prensa, la forma en que se pueden cometer delitos y rehuir la posterior persecución policial.
Da falsos modelos de relaciones entre ambos sexos, modelos que al ser imitados en la vida
real, ocasionan graves peligros. Crea odios entre clases sociales y entre pueblos, así como
espíritu de intolerancia, por medio de, falseamientos de la realidad con fines de propaganda.
No ha de desconocerse que el cine muestra también los lados nobles y virtuosos de la vida
provocando simpatía por quienes viven sometidos a las mejores normas culturales y morales;
pero es preciso confesar que la mayor parte de las películas sólo de manera secundaria toman
en cuenta la moralidad o inmoralidad de los temas y de la manera de encararlos. El cine es
manejado por grandes empresas comerciales que persiguen fundamentalmente el éxito de
taquilla a través de cualquier medio. Tampoco es mejor la situación cuando el cine oficializado
se pone en mera función de propaganda de ciertas ideas y de ataque contra otras; aquí
también reina la exageración cuando no la mentira lisa y llana.
Los sectores más impresionables de la sociedad -entre los cuales están los niños y jóvenes-
encuentran por estas razones, mucho más de perjudicial que de beneficioso en las películas
que van a ver. No son excepción de lo dicho los programas que se les dedican especialmente,
pues ellos casi nunca tienden a moralizarlos, sino simplemente a divertirlos y corrientemente
con medios de inferior calidad: en esos programas abundan las escenas de combates,
aventuras disparatadas, bandidos y policías. Para comprobar la persistencia de lo que allí se ve,
basta darse una vuelta por nuestros barrios y observar a qué juegan las pandillas infantiles: de
allí podremos deducir enseguida cuál es el tema y cuáles los personajes de la serial de moda.
Esto sin contar el agotamiento nervioso que ocasionan películas de tensión y terror, que están
entre las favoritas para integrar programas para niños y jóvenes.
Las estadísticas por ellos publicadas “… establecen que el 49% de los delincuentes varones
estudiados sostuvieron que el cine les despertó el deseo de portar un arma de fuego; 28% que
el cine les enseñó métodos de robar; 21%, que aprendieron formas de burlar a la policía; 12%,
que fueron alentados a emprender actos aventureros porque habían visto en el cine
representados delitos similares; 45%, que se formaron nociones de dinero fácil, partiendo de
las películas vistas …” (8).
También debe dejarse especial mención de otro sector fácilmente influenciable: el femenino,
principalmente en ciertas épocas de la vida.
En general -y esto vale para todo el presente capítulo- habrá siempre que tener en cuenta la
receptividad de los espectadores -u oyentes y lectores- porque la simple observación diaria
nos muestra que las personas son diversamente afectadas por los mismos hechos. No es
sostenible que el cine, la prensa, la radio o la televisión creen una personalidad proclive al
delito; corrientemente se tratará más bien de circunstancias que facilitan la explosión de
tendencias ya existentes o de ocasiones que se ofrecen porque se ha descubierto un método
apto para darles salida. A veces, para formarnos clara idea de los procesos que se han
producido, será inclusive necesario salirse del campo de la psicología normal, para entrar en el
de la anormal.
En la obra de Léauté, recién citada, se muestran opiniones que sostienen la poca influencia
criminal de los medios de comunicación social. Eso puede ser verdad cuando se trata de
probar aue esa influencia es causa única o principal del delito prescindiendo de otros factores
predisponentes: la influencia de los medios de comunicación social se imbrica y quizá
confunde hasta no mostrarse claramente, con las otras causas. Es también muy probable que
esa causa quede inconsciente, pero como una fuerza siempre dispuesta a manifestarse sin que
siquiera el propio delincuente se dé cuenta de lo que le ocurre. Baste fijarse en los efectos de
la propaganda comercial, para advertir que los medios de comunicación forman la conciencia
del público.
4.- LA RADIO Y LA TELEVISIÓN. Las repercusiones de las emisiones radiales sobre el delito son,
de modo general, menores que las de los medios de difusión previamente estudiados. Las
impresiones no son tan profundas como las del periódico o el libro, que llevan, a veces, a
meditar y a repetir la lectura; ni tan vivaces como las del cine. Pero, en cambio, son mucho
más continuadas; mujeres o niños, pueden pasarse el dfa entero oyendo novelas o noticias
radiodifundidas: para ello les bastará cambiar la sintonía de su aparato.
Entre los aspectos positivos, se cita que retiene a los niños y jóvenes en el hogar evitando que
se queden deambulando por las calles o integrando bandas. Une a las familias en la casa. Los
programas son más vigilados y, allí donde es manejada por entidades públicas educativas, los
objetivos suelen ser más altos que en otros medios de comunicación social.