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GLORIA GERTVIZ (México, 1943 – 2022), Migraciones, fragmento

avalancha de hojas

y su lamento seco y rojo

el río se inclina

hacia su sed

el tiempo va más aprisa que yo

la noche se desgaja

toco su desnudez de agua

y ella grita dentro del grito

y tú y tú

ella flota en el vientre de la tierra

boca abajo como los suicidas

tócame adentro de ti

con esa contención que se desborda

tócame

en esta oscuridad del pensamiento

en lo incomprensible de mí

en esa otra incomprensible yo


ah si pudieras tatuarme

si te quedaras ahí

si tan sólo te quedaras

como una perra ciega

amamantando

quédate

dame las palabras

he de arrancarte

he de pisarte

tú frágil

tú que tiemblas

reconcíliame conmigo

para que la tierra me sea leve

no sé cómo seguir

estoy seca

CRISTINA PERI ROSSI (Uruguay, 1941) poemas de Detente, instante, eres tan
bello.
Amanece. Como una gata,

entre las sábanas se despereza y se despide de la almohada,

bosteza, llena de blanduras

y de cosas indolentes como brazos

y piernas extendidas.

Yo le voy dando palabras con que se vista,

le arrojo una letra como un vestido,

le largo una sílaba como sandalia

y así cubierta

de las palabras con que la he ceñido,

sale a la calle, a engañar amigos.

La pasión

Salimos del amor

como de una catástrofe aérea

Habíamos perdido la ropa

los papeles

a mí me faltaba un diente

y a ti la noción del tiempo

¿Era un año largo como un siglo

o un siglo corto como un día?

Por los muebles


por la casa
despojos rotos:

vasos fotos libros deshojados


Éramos los sobrevivientes

de un derrumbe

de un volcán

de las aguas arrebatadas

Y nos despedimos con la vaga sensación

de haber sobrevivido

aunque no sabíamos para qué.

RODOLFO HASLER (Cuba, 1958)

SUEÑO DE VENUS

Complacido voy de la mano de dos hacia una cama destendida


que acoge entre sus pliegues un libro de cuyo autor
no alcanzo a leer el nombre. Intuyo que se trata de un poeta
y ese pensamiento de súbito me enciende.
Oh trajín de la carne oh tarde de lectura, no sé qué puede más,
dónde reposar la yema de mis dedos mientras permanezco desnudo,
y al rato, uno de los tres, en completa entrega y lengua salaz
recita un poema de Blanca Varela. El poder de la voz
es tan turgente que a los tres nos acucia la idea del orgasmo.
A diestra y siniestra potros y hogueras. Cadenas, azufre y humo.
Una vez satisfecho el sueño de Venus
me provoca el deseo de un diálogo jadeante,
tres lunas enlazadas que preñan el espejo de la estancia
donde renovar la perecedera entrega de la carne
hasta que dejo de existir, y renazco, siempre más allá,
mientras el alma inquieta se serena y el oído queda satisfecho.
ROY SIGUENZA, (Portovelo, Ecuador, 1958)

Paradise Now

La oscuridad barre a la gente,

es como la muerte:

hace lo que quiere.

Foucault diría cosas que ya conocemos:

la vigilancia, lo panóptico,

pero no nos alegra; no hemos olvidado

que la mortalidad es el acuerdo:

duramos poco

para reñir. Las manos, los cuerpos

tienen otras urgencias:

ir a los lechos;

a otros cuerpos,

o a cualquier lugar sigiloso,

donde celebrar, beber vino y olvidar

lo que alguien advirtió sobre la muerte.

Los náufragos

Mariya Zaturenska, Ucrania (1902-1982)


Vivieran donde vivieran, soñaban ese sueño:
la casera invisible cuya voz
aceleraba el aire con una llama oscura
de palabras que saben desde siempre y siempre han de saber:
“¡Nadie los quiere aquí! ¡Váyanse!”

Y cuando construyeron una mansión y la amueblaron con arte


Con amor y con música, con las flores autóctonas,
Siempre ocurrió, siempre lo mismo,
El salón se angostaba en una tumba,
Y la voz de un sirviente, o de un candelabro,
“Nada tienen que hacer aquí”.

Y cuando se marchaban a una isla remota para volverse el ídolo


De las tribus indígenas
Y eran acariciados, admirados y cobijados… entonces
¿Qué voz los condenó?
Que llegó cuando asumieron las guirnaldas, esa voz que sabían,
Diciendo: “Esto no es para ti, todo esto es falso”.

Y los domingos en los parques con las niñeras, los amantes, las flores,
Y las bandas tocando y las fuentes elevándose
En horas líquidas de plata,
¿De quién era el enemigo? ¿De quién era la culpa?
Si de repente las sombras observadoras arrancan
Y gritan “¡Váyanse! ¡Váyanse!”

Ahora han elegido el exilio, han encontrado una casa aislada


En la ciudad más pequeña, en el refugio más tranquilo,
Y sólo hablan con los heridos, los perseguidos, los cojos,
Largas tardes, mañanas más largas, los más largos mediodías,
Y esperan a que suene la campana, a que aparezca la casera.
¿Aquí también los buscan?

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