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MONOGRAFÍA DE YODOLACTINA

INTRODUCCIÓN

El yodo es un elemento no metálico descubierto por el químico francés Bernard Courtois en


1811. Su nombre proviene del griego “iodes” que significa violeta o púrpura, que es el
color del yodo en su estado gaseoso. Se considera un potente antioxidante con un potencial
eléctrico de -0.54 Voltios. Las fuentes naturales del yodo son el agua de mar, las algas
marinas y depósitos de salitre (nitrato de yodo), muy abundantes en algunos países como
Chile. Es un micronutriente vital que se requiere en todos los estadios de la vida, siendo la
etapa fetal y la niñez temprana las fases más críticas de su requerimiento. La dieta es la
única fuente del yodo en los humanos, lo que a su vez depende del contenido en el agua y el
suelo. Así, el yodo se obtiene por los alimentos, particularmente de vegetales que crecen en
suelos ricos en yodo y del agua; algunas algas marinas que se utilizan como alimentos en
las culturas asiáticas son ricas en su contenido de yodo. En la naturaleza se encuentra en
varias formas: como sales inorgánicas de sodio y potasio (yoduro de sodio, NaIO2 y
peryodato de potasio KIO4); en forma inorgánica biatómica molecular, I2 y como yoduro
orgánico monoatómico, I-. Aproximadamente un tercio de la población mundial está
expuesta a padecer deficiencia de yodo, especialmente los habitantes de las montañas. La
importancia del yodo radica en su participación en diversas funciones en nuestro organismo
pero lo más sobresaliente o al menos lo mejor estudiado es su participación en la síntesis de
las hormonas tiroideas, que a su vez son fundamentales para el funcionamiento del
metabolismo energético que se realiza en cada una de las células de nuestro organismo; la
presencia del yodo en diversos órganos y tejidos revela su participación en otras funciones
como por ejemplo en estructuras que incluyen al hipotálamo, la hipófisis, las glándulas
mamarias, las glándulas salivales, el corazón y la sangre (Ahad y Ganie, 2010).

REQUERIMIENTOS

Erróneamente se había considerado un elemento traza en el organismo, por lo que se había


calculado que con 5 gr se podrían cubrir las necesidades de un individuo durante una vida
de alrededor de 70 años. Ahora se sabe que no es así. Se concentra principalmente en la
glándula tiroidea pero se encuentra en prácticamente todos los órganos y tejidos del ser
humano aunque en muy diferentes concentraciones. El organismo de un adulto sano
contiene entre 15 y 20 mg, de los cuales, entre el 70 y el 80% está almacenado en la
tiroides. La ingesta diaria de un adulto es de 500 µg aproximadamente y los requerimientos
fisiológicos son de aproximadamente 150 µg, de los cuales, la glándula tiroides utiliza
aproximadamente 120 µg. Durante el embarazo y la lactancia los requerimientos aumentan
a 200 µg y durante el periodo neonatal a 40 µg al día en el bebé (Ahad y Ganie, 2010).

Diversos estudios reportan que el contenido de yodo en la dieta occidental, normalmente es


de 2 mg/día, los suplementos no sobrepasan 1 mg/día; la recomendación es de 150 µg/día
para los adultos y de 290 para mujeres lactando (FNB, 2001). Las consecuencias de la
deficiencia de yodo son bocio endémico, daño cerebral irreversible, cretinismo, función
tiroidea alterada y desarrollo de cáncer en tiroides, estómago y glándulas mamarias entre
otras. El yodo como tal, cuando ingresa al organismo y viaja por el torrente circulatorio, es
tomado por la glándula tiroides, mucosa gástrica, glándulas salivales y glándulas mamarias
principalmente en la mujer embarazada y lactante (Sbigniew, 2017).

La glándula tiroides requiere solamente 70 µg/día para sintetizar las concentraciones


normales de triyodotironina (T3) y tiroxina (T4), sin embargo, se consideran valores por
arriba de estos para que funcionen normalmente otros órganos y tejidos como las glándulas
mamarias, la mucosa gástrica, las glándulas salivales, la mucosa oral, el timo, la epidermis
y el plexo coroideo (Brown-Grant, 1961; Banerjee et al. 1985; Spitzweg et al, 1998). Dosis
mayores para tratamientos por tiempo prolongado hasta por 5 años no se han relacionado
con alteraciones ni en la tiroides ni otros órganos o tejidos (Ghent et al, 1993; Aceves et al,
2005).

Las enfermedades tiroideas ocupan el segundo lugar en frecuencia de padecimientos


endócrinos, después de la diabetes gestacional. Tienen gran importancia por las
implicaciones que generan en la madre y el feto. Algunas investigaciones revelan que el
tamaño de la glándula tiroides aumenta un 10% en países en los que el aporte de yodo es
adecuado y entre el 20 y 40% en países con deficiencia de yodo. Durante el embarazo, la
producción de hormonas tiroideas aumenta en alrededor del 50% concomitante con un
incremento similar en los requerimientos totales de yodo por lo que se debe considerar el
aporte extra que se debe dar a la mujer embarazada (Singh y Sandhu, 2019).
Igualmente se debe considerar la ingesta de fármacos que destruyan al yodo y a las
hormonas tiroideas durante el embarazo para evitar alteraciones neurales permanentes en
los bebés gestantes (Mughal et al, 2018).

Como el yodo es eliminado por la orina, la mejor forma de determinar una posible
deficiencia de este elemento es valorar su concentración en orina (Haap et al, 2017). La
Organización Mundial de la Salud (WHO) ha determinado que se decreta deficiencia
cuando la concentración de yodo en orina es menor a 50 µg/L; una concentración <20 µg/L
implica una deficiencia severa; entre 20 – 49 µg/L indica deficiencia moderada; de 50 – 99
µg/L indica deficiencia leve; entre 100 – 199 µg/L se consideran los niveles óptimos; de
200 – 299 µg/L mayor a lo adecuado a menos que se trate de una mujer embarazada o
lactando y >299 posible exceso (WHO, 2001).

La seguridad de las dosis terapéuticas de yodo establecidas son muy superiores a 1 mg, sin
embargo, estas dosis están por debajo de lo que consume la población japonesa que es más
de 25 veces (50 a 80 mg/día) la dosis promedio respecto a lo que consume la población de
los Estados Unidos, sin presentarse ninguna muestra de toxicidad, lo que indica que los
niveles supranormales que se pudieran tener en el organismo en un momento dado no
afectan negativamente las funciones normales (Patrick, 2008).

La función tiroidea se modifica cada trimestre del embarazo, por lo que se debe
incrementar el consumo de yodo para evitar alteraciones subyacentes que puedan afectar el
desarrollo y mantenimiento del embarazo (Milanesi y Brent, 2011), sobre todo al final del
embarazo cuando se puede presentar hipotiroidismo que afecte al producto, produciendo
alteraciones neuronales permanentes.

Más recientemente se ha establecido que la dosis diaria recomendada para adultos es de 150
µg y mayores para mujeres gestantes y lactantes. Una ingesta superior en general es bien
tolerada, sin embargo hay una población susceptible a dosis elevadas, e incluye a personas
con padecimientos tiroideos preexistentes, adultos mayores, fetos y neonatos, en quienes el
exceso de yodo puede generar disfunción tiroidea. El hipo o hipertiroidismo generados por
exceso de yodo puede ser subclínico por lo que hay que tener precauciones en su
administración (Leung y Braverman, 2017).

Cuando se ingieren cantidades suprafisiológicas de yodo por periodos prolongados, se


produce el “Efecto Wolff-Chaikoff” que consiste en una reducción en la síntesis de
hormonas tiroideas como un mecanismo compensatorio que inhibe la “organificación”
(oxidación del yoduro) en la glándula tiroides, lo que disminuye la síntesis y liberación de
T3 y T4 en respuesta al exceso del yodo circulante (Wolff y Chaikoff, 1948). Este efecto
persiste alrededor de 10 días, después de lo cual ocurre el “fenómeno de escape” que
consiste en la recuperación de la utilización del yodo por la reactivación de la peroxidasa.
Se considera que el efecto Wolff-Chaikoff ocurre como consecuencia de que disminuye la
concentración del yodo inorgánico por disminución de la actividad del simportador Na+/I-
en la membrana basilateral de la célula folicular (Eng et al, 1999), por lo que aún cuando se
consuman concentraciones elevadas de yodo, el organismo recurre a procesos
compensatorios que evitan alteraciones. Además se ha observado que el aumento del yodo
al interior de las células por hiperactividad del simportador Na+/I- produce inhibición
transitoria de la peroxidasa tiroidea con disminución de la síntesis de hormonas tiroideas; al
disminuir la actividad del simportador se recupera la síntesis de hormonas tiroideas por lo
que se considera un tipo de “escape” (Pramyothin et al, 2011). En este mecanismo de
acarreo del yodo se podrían explicar algunas de las patologías tiroideas, en las que los
parámetros del perfil tiroideo se encuentran dentro de lo normal y sin embargo se
manifiestan síntomas a los que no se halla respuesta; disfunciones en el simportador ya sea
por mutaciones en las proteínas que lo constituyen o bien en su expresión puede sustentarse
la etiología (Pohlenz et al, 1998).
Figura 1.- Se ilustra el Efecto Wolff-Chaikoff. A la izquierda se muestra que durante la
exposición a exceso de yodo, éste se transporta al interior de la glándula por el simportador
sodio/yodo lo que produce la inhibición transitoria de la peroxidasa tiroidea con
disminución de la síntesis de hormonas tiroideas. A la derecha se muestra la adaptación al
exceso de yodo, conocido como Efecto Wolff-Chaikoff en el que hay disminución en la
expresión del simportador sodio/yodo, lo que reduce el transporte de yodo recuperándose la
síntesis de hormonas tiroideas (Pramyothin et al, 2011).

Se han tomado serias medidas en diferentes países para evitar los graves efectos que causa
su deficiencia como la adición de 25 mg de yoduro de potasio en 1 kilo de sal como uso
común en los alimentos en Croacia (Kusik et al, 2012) y en Polonia se han implementado
dosis adicionales en las fórmulas alimenticias en neonatos y mujeres embarazadas desde
1996 por lo que se ha eliminado ese estigma de ser un país con deficiencia de yodo en la
población (Sbigniew, 2017). Se han desarrollado otros mecanismos para corregir las
deficiencias de yodo en distintos países, recurriendo a la adición de yodo en el pan, en el
agua y en la leche. Se han desarrollado soluciones lipídicas que se pueden administrar
oralmente o a través de aplicaciones intramusculares (Eastman y Zimmerman 2000, 2018).
Pero la ingesta excesiva de yodo por suplementación en la búsqueda de corregir deficiencia
de yodo, puede producir también efectos negativos, por ejemplo, se puede generar
hipertiroidismo y/o tiroiditis autoinmune. En condiciones experimentales en animales se ha
inducido con administración suprafisiológica de yodo tiroiditis espontánea lo que se explica
como consecuencia de inmunogenecidad desencadenada por la tiroglobulina y/o daño a las
células tiroideas por exceso en la producción de radicales libres (Delange et al, 1999;
Delange y Lecomte, 2000; Eastman y Zimmerman, 2018).

FUNCIONES DEL YODO


El papel que tiene el yodo más ampliamente estudiado es formar parte integral de las
hormonas tiroideas, monoyodotironina (MIT ó T1), diyodotironina (DIT ó T2),
triyodotironina (TIT ó T3) y tiroxina (T4), cuya actividad es fundamental en todo el
organismo, debido a que realizan muy diversas funciones, en particular la T3 y T4 regulan
diferentes procesos bioquímicos como el metabolismo, particularmente de los lípidos,
realizando el balance entre la lipogénesis y la termogénesis, del cual depende a su vez el
control de la temperatura en los homeotermos, incluso, su presencia sinergiza con otras
hormonas al sensibilizarlas para una acción cooperativa como ocurre con las catecolaminas;
participan de forma importantísima en el desarrollo de diversos tejidos como el nervioso, en
el crecimiento y diferenciación celular; tienen efectos directos en el aparato cardiovascular,
visual y osteomuscular, manifestándose sus efectos en casos de hipo e hipertiroidismo;
participan de manera sustancial en la respuesta inmune y en numerosos aspectos de la
reproducción ya que modulan el desarrollo del ovario, útero y tejidos placentarios, por lo
que un hipo/hipertiroidismo puede redundar en subfertilidad o infertilidad, lo que ha sido
ampliamente documentado en animales y en el humano (Dunn, 1998; Poppe et al, 2007;
Chan et al, 2009; Cook y Green, 2010; Kim et al, 2011; Speller y Brodribb, 2012;
Reinblatt et al, 2013; Guzmán et al, 2014; Bath et al, 2015; Silva et al, 2018).

EL YODO EN LA SÍNTESIS DE LAS HORMONAS TIROIDEAS

La síntesis de las hormonas tiroideas se activa cuando el hipotálamo produce el factor


liberador de la tirotropina (TRF) que actúa sobre la hipófisis para inducir a la producción y
liberación de la hormona estimulante de la tiroides (TSH), que una vez transportada por la
circulación llega a la tiroides y se une a receptores específicos presentes en la membrana
celular de las células foliculares de la tiroides. Estos receptores están acoplados a proteínas
“G” (GPCR) que al unirse al ligando (TSH) activan a la Adenilato ciclasa (AC) que
degrada al ATP para convertirlo en adenosín monofosfato cíclico (cAMP) que se convierte
en el segundo mensajero, realizándose la transeñalización o transducción de señales. El
cAMP activa la ruta de la proteín cinasa A (PKA) que culmina la ruta activando a la
proteína del elemento de respuesta (P-CREB) que se une al DNA actuando como factor de
transcripción que activa a los genes que contienen la información de la síntesis de las
hormonas tiroideas. El proceso se puede separar básicamente en 3 etapas:

1ª. Atrapamiento del yodo. El yodo presente en los capilares que irrigan a la tiroides es
atrapado por las células foliculares por un mecanismo de transporte activo, I-/Na+, ya que
va en contra de gradiente químico y eléctrico, por una proteína simportadora presente en la
membrana basilateral: NIS (por sus siglas en Inglés: Natrium Iodine Simporter) El proceso
es favorecido por actividad de otra bomba electrogénica, la ATPasa Na+/K+ dependiente de
Mg2+. Así, en la glándula tiroides las enzimas que lo transportan son el simportador
yodo/sodio, ATPasa Na+/K+, Pendrina y un transportador apical, gracias a los cuales la
tiroides posee un mecanismo marcadamente eficiente para atrapar yodo; normalmente
mantiene un gradiente 100:1 entre el contenido de yodo de las células tiroideas y el líquido
extracelular; la efectividad para el atrapamiento del yodo se evalúa mediante la relación del
contenido de yodo entre la tiroides y el suero (T/S). La relación T/S se determina con yodo
radioactivo. La hormona estimulante de la tiroides (TSH) liberada por la hipófisis regula la
relación T/S a través del yoduro. Después de hipofisectomía, por ejemplo, la caída en los
niveles de TSH lleva a una disminución de la relación T/S mientras que un hipertiroidismo
la aumenta.

Figura 2.- Representación esquemática de la síntesis de las hormonas tiroideas haciendo


énfasis en la estructura del acarreador del yodo (NIS) en 2 configuraciones, mostrando los
segmentos extra e intracelulares (azul) y las ramas representan sitios de glicosilación en los
aminoácidos N225, 489 y 502. Se han identificado mutaciones en esta molécula en
pacientes con alteraciones tiroideas. NIS en azul, TG en verde, TPO en rojo, DUOX en
amarillo y KCNQ1-KCNE2 canal de potasio (amarillo y café en la superficie basolateral).
Abreviaturas: DEHAL-1, dehalogenasa 1; DIT, 3,5-di-yodotirosina; DUOX2, dual oxidasa
2; ITD, I− transporte; MIT, 3-mono-yodotironina; NIS, Na+/I− simportador sodio/yodo; TG,
tiroglobulina; TH, hormona tiroidea; TMS, segmento transmembranal; TPO, peroxidasa
tiroidea; TSH, hormona estimulante de la tiroides; TSHR, receptor para TSH;
vSGLT, transportador sodio/galactosa de Vibrio parahaemolyticus

2ª. La síntesis y secreción de la tiroglobulina es el segundo paso: se realiza dentro de la


célula folicular en el retículo endoplásmico a partir de unidades peptídicas de un PM
aproximado de 330 000 que son producto de la traducción inicial del ARNm. Estas
unidades se combinan en dímeros a los que se unen carbohidratos marcadores que los
conducen al Aparato de Golgi donde termina de ensamblarse. La molécula completa de
tiroglobulina contiene alrededor de 140 residuos de tirosina (a los que se une el yodo) y es
la molécula precursora de las hormonas tiroideas que se queda almacenada en pequeñas
vesículas que se dirigen hacia la superficie apical de la célula folicular, para liberar a la
tiroglobulina en la luz folicular por un simportador I-/Cl- independiente de Na+, llamado
Pendrina.

3ª. Oxidación del yoduro. El yoduro dentro del lumen folicular es inmediatamente oxidado
a yodo molecular (I2), que es seguido por la organificación de la tiroglobulina al realizarse
la yodinación de los residuos de tirosina presentes en la molécula. La yodinación inicial
ocurre en la posición 3, formando monoyodotirosina (MIT) y luego en posición 5,
formando diyodotirosina (DIT); después hay una reacción de acoplamiento, por la que dos
moléculas de DIT se unen para formar la tiroxina (T4); una molécula de MIT se acopla con
una de DIT formando la triyodotironina (T3). Esta reacción es catalizada por la peroxidasa
tiroidea (TPO).

Figura 3.- Procesos que se llevan a cabo en las células foliculares para la síntesis de las
hormonas tiroideas como se describe en el texto. Modificado de Hadley, Endocrinology.
4th Ed. Prentice Hall. Upper Saddle River, N.J. 1996.

Las hormonas ya sintetizadas se almacenan en los folículos tiroideos como coloide por
varios meses por lo que pueden cubrir los requerimientos hormonales hasta por más de 3
meses si no hubiera síntesis de novo (Patrick, 2008). El coloide que contiene la
tiroglobulina yodinada sufre endocitosis, siendo rescatado del lumen folicular por las
células epiteliales; esto es facilitado por el receptor de tiroglobulina, llamado megalina,
presente en la membrana apical. El coloide ahora entra en el citoplasma en forma de gotas
que se dirigen hacia la membrana basal, dirigidas por la red de microtúbulos y
microfilamentos del citoesqueleto, se fusionan con los lisosomas que contienen enzimas
proteolíticas. Las proteasas ayudan a digerir las moléculas de tiroglobulina, liberando T4,
T3, DIT y MIT en el citoplasma. En tanto T4 y T3 difunden a través de la membrana basal
al torrente circulatorio, DIT y MIT son desyodadas mediante las desyodasas o desyodinasas
asegurando un proceso de recuperación del yodo junto con el reciclaje de residuos de
tirosina. En el torrente circulatorio T4 y T3 pueden circular unidas (99%) o libres (1%). Las
proteínas de enlace que transportan a estas hormonas son globulinas, prealbúminas y
albúminas; de esta forma se mantienen como reserva y se evita su eliminación por la orina.
Las hormonas libres son las biológicamente activas. Cerca del 80% de la T3 circulante, la
hormona más activa, se produce por desyodación periférica de T4.

La secreción de hormonas tiroideas se regula por la hipófisis a través de la hormona


estimulante de la tiroides (TSH) que opera por un sistema de retroalimentación negativa en
base a los niveles de T4 en la sangre. Una disminución en los niveles de T4 estimula a la
hipófisis a liberar TSH, que a su vez estimula a la tiroides a liberar T4 para recuperar los
niveles circulantes. La glándula tiroidea secreta 80 µg de yodo en forma de T3 y T4
diariamente, 40 µg de ellos se encuentran en el líquido extracelular. T3 y T4 se metabolizan
en el hígado el cual libera casi 60 µg de yodo al espacio extracelular y el resto hacia la
vesícula biliar para excretarse por las heces fecales. En promedio, 480 µg de yodo se
eliminan por la orina y 20 µg en las heces cada día (Pal, 2007).

Figura 4.- Se muestra el mecanismo de degradación de las hormonas tiroideas mediante las
desyodasas, D1, D2 y D3. ORD: outer ring deiodinases; desyodasa del anillo externo. IRD:
inner ring deiodinases: desyodasa del anillo interno.

Las desyodasas de las yodotironinas son reguladoras muy importantes en la actividad de las
hormonas tiroideas. Están presentes en todos los tejidos, en donde catalizan la producción y
degradación de la T3 (3,5,3’ triyodotironina) a través de la desyodación del anillo externo e
interno respectivamente. Se han identificado 3 diferentes tipos de desyodasas (D1, D2 y
D3) en estas reacciones (Darras y Van Herck, 2012). Se ha descrito que tanto la T3, 3,5,3’
triyodotironina, y sus metabolitos, la T2 y la T1 muestran efectos genómicos y no
genómicos, fundamentalmente en la regulación de proteínas involucradas en el control de la
homeostasis del calcio en la actividad de las células marcapaso, la estimulación de la
oxidación de los ácidos grasos por la T2 y la T1 observándose que esta última tiene un
efecto ionotrópico y cronotrópico negativo a concentraciones micromolares generando un
efecto cardioprotector a concentraciones fisiológicas siendo además relevante el efecto de
la T3 en la reparación postinfarto (Acorronni et al, 2016).

Las hormonas tiroideas ejercen su efecto en numerosas células del organismo uniéndose a
receptores intracelulares. Los receptores para las hormonas tiroideas son proteínas
intracelulares que se unen al DNA y funcionan como factores de transcripción. Las
hormonas tiroideas entran a las células por difusión y/o acarreadores, algunos de ellos
requieren de la hidrólisis del ATP. Una vez en el núcleo, se unen a su receptor y el
complejo hormona-receptor interactúa con secuencias específicas del DNA en los
promotores de los genes responsivos, es decir, modulan la expresión génica tanto
estimulando como inhibiendo la transcripción de genes específicos. Por ejemplo, como la
contractilidad cardiaca depende, en parte, de la relación de los diferentes tipos de miosina
en el músculo cardiaco, la transcripción de algunos genes de la miosina son estimulados por
las hormonas tiroideas, mientras que la transcripción de otros se inhibe. Así, el efecto neto
es regular la relación de las proteínas para generar un incremento en la contractilidad
(Maillet et al, 2013).

Las hormonas tiroideas estimulan diversas actividades metabólicas en la mayoría de los


tejidos llevando a un incremento en la tasa metabólica basal; como consecuencia de ello
aumenta la producción de calor corporal lo que a su vez resulta, en parte, en un incremento
en el consumo de oxígeno y la tasa de hidrólisis del ATP. Estimulan la movilización de
lípidos llevando a un incremento de ácidos grasos en el plasma. También aumentan la
oxidación de los ácidos grasos en muchos tejidos. La concentración de colesterol y
triglicéridos están relacionados inversamente con los niveles de hormonas tiroideas.
Además, estimulan el metabolismo de los carbohidratos, favoreciendo la entrada de glucosa
dependiente de insulina en algunos tejidos e incrementan la glucogenolisis y
gluconeogénesis para generar glucosa libre, por mencionar solo algunas de las importantes
funciones metabólicas que realizan estas hormonas (Mullur et al, 2014).

Se ha demostrado que el yodo directa e indirectamente a través de la síntesis de T4, tiene un


papel muy importante en la regulación de la respuesta inmune, ya que cuando se coloca
yodo a una concentración de 10-6 en medio de cultivo conteniendo leucocitos, éstos inician
la síntesis de tiroxina (Stole, 1971). Otros estudios experimentales han mostrado que el
yodo normaliza la secreción elevada de corticosteroides relacionada con el estrés (Thrall y
Bull, 1990).

Las disfunciones tiroideas pueden generar alteraciones reproductivas relacionadas con las
interacciones que tienen las hormonas producidas con otras glándulas, por ejemplo, las
concentraciones de estradiol circulante (evaluado en ratas en condiciones de preñez tardía y
hembras vírgenes), del factor de crecimiento tipo insulina 1 (IGF-1) y de la corticosterona
disminuyen considerablemente en condiciones de hipotiroidismo y si se restauran las
concentraciones de hormonas tiroideas a través de la ingesta de yodo, nuevamente se
recuperan las concentraciones de las hormonas mencionadas a sus valores normales (Hapon
et al, 2003).

La deficiencia crónica de yodo o tiroidectomía con reemplazamiento de los bajos niveles de


T3 en ratas Sprague-Dawley altera notablemente la fertilidad y la capacidad de llevar a
término a las crías; bioquímicamente se observó un incremento modesto en la actividad del
eje hipotálamo  hipófisis  tiroides, mientras que se observó disminución en el eje
hipotálamo  hipófisis  glándula suprarrenal como consecuencia de la disminución en la
función tiroidea (Kondo et al, 1997).
En un estudio realizado con ratas, se observó que el ritmo diurno normal de la secreción de
corticosterona se pierde así como la respuesta secretoria de corticosterona a condiciones de
estrés sostenido durante 10 minutos, en condiciones de deficiencia crónica de yodo.
También se observó que a pesar de que se restauran las concentraciones de triyodotironina
y tirotropina circulantes al dar la aportación de yodo con una dieta suplementada, se
mantienen las alteraciones en la hormona proveniente de las glándulas suprarrenales, aún
un mes después de que las hormonas tiroideas circulantes se han normalizado. Por las
pruebas aplicadas, se concluyó que el hipotiroidismo crónico inducido por la deficiencia de
yodo atenúa significativamente la actividad del eje hipotálamo  hipófisis  glándulas
adrenales, efecto que persiste después de que se recupera la funcionalidad del eje
hipotálamo hipófisis tiroides. Además se observó que la administración de yodo
revierte los efectos en los ovarios, testículos y timo generados por hipotiroidismo inducido
en ratas (Nolan et al, 2000).

Por mucho tiempo se ha establecido que la principal característica de las disfunciones


tiroides son complicaciones cardiacas. En el hipertiroidismo aumenta la frecuencia cardiaca
y la hemodinamia, mientras que el hipotiroidismo se caracteriza por bradicardia y
disminución de la contractilidad cardiaca; se ha observado que estos efectos se deben a que
hay alteraciones en los efectos que desempeñan la 3,5,3’-triyodotironina (T3) y sus
metabolitos activos, particularmente la 3,5 diyodotironina (T2) y la 3-yodotironamina
(T1AM) y de acuerdo a los estudios se concluye que estas hormonas regulan a las proteínas
involucradas en el control de la homeostasis del calcio y por lo tanto en la actividad de las
células marcapaso a través de sus efectos tanto genómicos como no genómicos y por otra
parte, tanto la T2 como la T1AM estimulan la oxidación de los ácidos grasos en los
cadriocitos además de que la T1AM tienen un efecto ionotrópico y cronotrópico negativo a
concentraciones micromolares. El efecto cardioprotector que ejerce la T1AM parece ocurrir
a concentraciones fisiológicas y resalta el efecto de la T3 a través del receptor α1 en la
reparación postinfarto (Accorroni et al, 2016).

Así, las enfermedades cardiovasculares pueden tener origen en deficiencia de yodo que
conduce a un hipotiroidismo subclínico. La relación se ha establecido de la siguiente
manera: en deficiencia de yodo y por ende de hormonas tiroideas se elevan los niveles de la
hormona estimulante de la tirotropina (THS) que además de estimular a los tirocitos actúa
sobre las células endoteliales, el músculo liso de los vasos sanguíneos y los adipocitos. Los
adipocitos liberan hormonas que estimulan a monocitos y plaquetas generando inflamación
y condiciones procoagulantes, que en conjunto, dan lugar a las enfermedades
cardiovasculares como aterosclerosis y dislipidemias (Sorisky, 2016); igualmente estos
factores repercuten en el sistema de coagulación, pues una deficiencia de las hormonas
tiroideas genera hipocoagulación e hiperfibrinolisis propiciando riesgo de sangrados y
hemorragias mientras que un exceso de ellas conduce a un riesgo de tromboembolismo y
fibrilación atrial (Ordookhani y Burman, 2017; Elbers et al, 2018).

OTRAS FUNCIONES DEL YODO

El yodo tiene una función muy relevante como antioxidante, ya que en presencia de
peróxido de hidrógeno y de peroxidasa, el yoduro actúa como donador de electrones,
disminuyendo por lo tanto el efecto producido por los radicales libres (Cocchi y Venturi,
2000; Venturi, 2001). Concentraciones de yodo del orden de 15µM tienen un importante
efecto antioxidante, lo que explica el efecto terapéutico de los baños con algas o soluciones
ricas en yodo que se utilizaron en la antigüedad para tratar diversas enfermedades (Smyth,
2003). Al analizar el estatus del estrés oxidativo mediante la actividad de las enzimas
antioxidantes en seres humanos, se encontró que en las mujeres embarazadas con una
deficiencia de yodo leve (50 – 90 μg/L) está aumentado el estrés oxidativo con una
disminución total del estatus antioxidativo, especialmente de la actividad de la superóxido
dismutasa (SOD) con respecto a las mujeres embarazadas que mantenían una concentración
normal de yodo en la circulación (150 – 200 µg/L). El incremento del estrés oxidativo
correlaciona directamente con la deficiencia de yodo (Vidal et al, 2014).

El yodo es responsable, además de regular la función tiroidea, como ya se ha explicado


abundantemente, apuntala un metabolismo saludable, favorece el desarrollo y crecimiento y
es esencial en el desarrollo del cerebro en momentos específicos y en determinadas
ventanas influye notablemente en la neurogénesis así como en la diferenciación de la glía,
la mielinización, migración neuronal y sinaptogénesis (Choundry y Nasrullah, 2018).

ALTERACIONES PRODUCIDAS POR DEFICIENCIA DE YODO

Las alteraciones producidas por deficiencia de yodo son las endocrinopatías más comunes
en todo el mundo que generan retardo mental y curiosamente, son las más factibles de
prevenir. Los dos principales factores inductores de la deficiencia de yodo son la
inadecuada ingesta y/o inadecuada utilización del yodo. La ingesta inapropiada de yodo
puede ser secundaria a un bajo contenido del ion en el suelo y consecuentemente de los
alimentos consumidos o a un bajo consumo de nutrientes de origen marino ya sea por su
costo o por la baja disponibilidad. Además, la presencia de bociógenos en ciertos alimentos
puede conducir a una inadecuada utilización (Hetzel, 1983).

En deficiencia de yodo, la síntesis de las hormonas tiroideas se ve seriamente afectada; por


un tiempo, la tiroides responde liberando las hormonas almacenadas como componentes de
la tiroglobulina; pero cuando esta reserva se agota y los niveles de T4 declinan en sangre, la
hipófisis aumenta la liberación de la TSH que induce a la tiroides a incrementar la captura
de yodo y asegurar la producción de las hormonas. Sin embargo, en condiciones de
deficiencia en que la ingesta del yodo continúa, se produce hipertrofia e hiperplasia de las
células foliculares; en este proceso, al aumentar el tamaño de la glándula se produce bocio
que llega a alcanzar dimensiones muy considerables. La deficiencia de las hormonas
repercute en todo el organismo, observándose retardo en el desarrollo por falta de
crecimiento y maduración de todos los tejidos del cuerpo, especialmente los que tienen
crecimiento a alta velocidad, siendo el cerebro el más sensible. En las áreas endémicas, el
periodo crítico de manifestación de la deficiencia, se ubica entre el segundo trimestre del
embarazo y los 2 años de vida con resultado de lesiones cerebrales permanentes (Delong et
al, 1989; Vir, 2002).

Un feto que se desarrolla en el vientre de una madre con deficiencia de yodo está en alto
riesgo. El embarazo puede quedar en aborto y aún si el embarazo llega a término, se
observan anomalías congénitas y bajo peso en el producto; si el recién nacido sobrevive a la
etapa crítica postnatal, puede desarrollar cretinismo endémico que se caracteriza
neurológicamente por retardo mental severo generalmente asociado a displegia cerebral y
mutismo con sordera; bajo estas condiciones, los niños tienen bajo cociente intelectual
(I.Q.) y muy bajo desempeño escolar. El hipotiroidismo neonatal se presenta cuando los
niveles de T4 son menores a 3 µg/dl y la TSH es mayor de 50 U/ml (Gopalan, 2000).
Muchos de los efectos neurales generados por la deficiencia de hormonas tiroideas se
relacionan con la actividad que desempeñan en la mielinización del sistema nervioso
central, proceso que es muy activo antes y poco tiempo después del nacimiento (Dunn,
1998; FNB, 2001). El yodo en sí es indispensable en el desarrollo del sistema nervioso en
general y del cerebro en particular (Choundry y Nasrullah, 2018).

La incidencia del bocio se incrementa con la edad, alcanzando una frecuencia máxima en la
adolescencia en niñas con respecto a los varones. El hipotiroidismo materno genera serios
problemas que se manifiestan en niños de edades entre 7 y 9 años, caracterizado por
deficiente I.Q., espasticidad, ataxia y mutismo con sordera (Haddow et al, 1999). En la
población adulta la deficiencia se caracteriza por un alto grado de apatía, reducción en el
funcionamiento mental, disminución en la actividad física repercutiendo en una muy pobre
calidad de vida. La deficiencia de yodo ha generado problemas médico-sociales de vastas
dimensiones relacionadas con el retardo físico y mental, trastornos neurológicos, debilidad
mental, pobre educación, bajo rendimiento, dificultades en la socialización, dependencia y
aislamiento.

La deficiencia de yodo se puede corregir mediante la suplementación, adicionándolo a la


sal, disolviéndolo en aceite, agua, salsas, etc. Hasta la fecha la fortificación de la sal con
yodo se ha considerado el método más apropiado. Sin embargo, en un estudio realizado
recientemente en una población de la India, se ha llegado a la conclusión de que para
erradicar las alteraciones producidas por la deficiencia de yodo, la aplicación intramuscular
de yodo disuelto en solución lipídica, ha resultado más efectiva, en cuanto al control de la
deficiencia y al costo (Panday, 2012).

Al respecto se deben tener consideraciones individuales, pues la suplementación puede ser


suficiente para la población en general, pero no para las mujeres embarazadas en particular
(Zou et al, 2012) en quienes se presentan deficiencias asintomáticas y solo mediante
análisis meticulosos se determinan valores que pueden repercutir en el buen desarrollo del
producto (Moreno,et al, 2013).

USOS TERAPÉUTICOS

La acumulación de yodo en las glándulas mamarias juega un papel muy importante en las
etapas del desarrollo fetal y neonatal. Por ejemplo, las glándulas mamarias con un bajo
contenido de yodo inician su daño al acumular altos niveles de malonildialdehído,
producido por la lipoperoxidación, por lo que se ha recomendado la suplementación con
yodo para evitar estas alteraciones (Many et al, 1991).

Desde hace mucho tiempo se ha relacionado al yodo con la respuesta immune ya que al
administrarse en patologías donde el sistema inmune está involucrado, se ha visto una
respuesta positiva, como han sido casos de granulomatosis tuberculosa, lepromatosis,
lesiones sifilíticas y micóticas, en donde su presencia favorece la cura. Se observó que la
cura no depende de la acción del yodo sobre los microorganismos responsables. También
se ha utilizado el yodo para el tratamiento de paniculitis tipo Villanova-Panol, en eritema
nodoso, en vasculitis nodular, en eritema multiforme y en el síndrome de Sweet. En todos
estos casos, la administración de yodo ha sido coadyuvante y resolutiva. También el yodo
oral es muy efectivo en la forma cutáneo-linfática de esporotricosis. Para comprobar la
relación yodo/respuesta inmune, se analizó la respuesta de 607 niños habitantes de una zona
endémica de bocio por deficiencia de yodo, a quienes se les estudió la respuesta inmune
utilizando el toxoide tetánico para ver la respuesta a la estimulación linfocítica y la
quimiotaxis de monocitos. Las pruebas se consideraron positivas cuando hubo infiltración
en al menos 5 mm de diámetro después de 48 horas. Los niños se separaron en dos grupos,
a los niños de un grupo se les dieron 2 gotas de solución de Lugol por semana y al otro
grupo no se les dió ninguna solución. Hubo una diferencia significativa en el diámetro de
las infiltraciones después de la prueba del toxoide (p<0.001), lo que indica que el yodo es
indispensable para la respuesta inmune tardía normal (Marani y Venturi, 1986).

Se ha observado que las mujeres japonesas que consumen alimentos con un alto contenido
de yodo (más de 80 mg/día) tienen muy baja incidencia de tumores en mama, benignos o
malignos y que esta ventaja protectora se pierde en el mismo grupo étnico cuando migran a
otros países (Pisani et al, 1990; Minami et al, 1996), lo que ha llevado a postular que dada
la distribución geográfica de los distintos tipos de cáncer, existe una estrecha relación con
la deficiencia de yodo, puesto que hay una baja incidencia de cáncer de próstata,
endometrio, ovario y mama en poblaciones que consumen dietas con alto contenido de
yodo (Stadel, 1976). Japón también tiene una muy baja incidencia de tiroiditis autoinmune
(Konno et al. 1993) lo que se atribuye a su dieta rica en yodo.

La administración terapéutica de yodo molecular a dosis de 3 y 6 mg/día durante 3 y 6


meses mostró un efecto estadísticamente significativo en el control de la mastalgia en
pacientes que, de acuerdo a la escala de Lewin, mostraban dolor moderado a severo
registrando valores > ó = 5 en la escala análoga visual por < ó = a 6 días del ciclo, con
fibrosis en al menos el 25% de la superficie de ambas mamas; en el grupo que no recibió
yodo se observaron efectos adversos por continuar la mastalgia durante el tiempo del
estudio (Kessler, 2004).

Estudios en los que se han utilizado dosis de 3.0 a 6.0 mg para tratar fibroquistes en las
glándulas mamarias, revelan un importante papel del yodo en el mantenimiento de la
estructura y función del tejido mamario; también se ha observado una función antioxidante
del yodo en este y otros tejidos que almacenan yodo vía simporte Na+/I- sin observarse
efectos adversos por estas concentraciones utilizadas en periodos prolongados de años
(Patrick, 2008).

En células cancerosas de humano, se observó que el efecto inhibitorio que ejerce el yodo
en el crecimiento de células tiroideas es mediado por las yodolactonas, específicamente por
el ácido 6-yodo-5-hidroxi-eicosatrenoico (delta-yodolactona); además se comparó el efecto
del yoduro, el yodo molecular y la delta-yodolactona en la inhibición del crecimiento y la
inducción a la apoptosis en 3 líneas de células cancerosas de la tiroides de humanos (B-
CPAP, FTC-133 y 8505C) así como en la línea de cáncer de mama humano (MCF 7). La
tasa de crecimiento de la línea B-CPAP no se afectó por el yoduro pero se redujo con altas
concentraciones de yodo molecular (100 - 500 µM). Sin embargo, la delta-yodolactona
redujo significativamente la proliferación aún a bajas concentraciones (5 -10 µM) de una
manera dosis-dependiente hasta en un 82%. Las líneas celulares FTC-133 y 8505C no se
afectaron por el yoduro, yodo molecular, ni delta-yodolactona. Por el contrario, la línea
celular MCF 7, inhibió su crecimiento en un 83 a 100% con yodo molecular (100 µM) pero
con yodolactona la respuesta fue dosis-dependiente (1, 5 y 10 µM) en el orden de 100% a
82% y 62%, respectivamente. La inhibición fue a través de la inducción de la apoptosis y el
número de células apoptóticas correspondió a la inhibición del crecimiento (Gärtner et al,
2010).

El yodo puede disminuir los requerimientos de insulina y medicamentos antidiabéticos


orales; es indispensable en el metabolismo de la glucosa y previene las complicaciones
cardiovasculares de la diabetes. El Dr. Michael Donaldson (2012) dice: “el yodo estabiliza
el ritmo cardiaco, disminuye los niveles de colesterol del suero, así como la presión arterial,
hace más fluida la sangre evitando la formación de coágulos. El yodo no solamente es
bueno para las funciones cardiovasculares, es vital. En concentraciones adecuadas mantiene
estable el ritmo cardiaco, directa o indirectamente normaliza los niveles de colesterol sérico
y normaliza la presión sanguínea. El yodo se une a los receptores de insulina y mejora el
metabolismo de la glucosa. El yodo y los alimentos ricos en yodo han sido utilizados por
mucho tiempo para el tratamiento de la hipertensión y enfermedades cardiovasculares
aunque estos resultados no se han obtenido con estudios protocolizados”.

La concentración de yodo circulante afecta directamente la fisiología reproductiva


femenina debido a que las hormonas sexuales femeninas se alteran tanto por hipo como por
hipertiroidismo presentándose alteraciones metabólicas aunadas a problemas tan severos
como disminorreas, infertilidad, abortos, nacimientos prematuros, bajo peso en el recién
nacido, lesiones neuronales permanentes, problemas que se evitan si se controla el
contenido de yodo en las mujeres (Mansourian, 2013). En las mujeres embarazadas con
muy bajo contenido de yodo se produce falla cardiaca congestiva (Stagnaro y Pierce, 2012).
En el varón, el hipertiroidismo causa reducción en la motilidad de los espermatozoides,
mientras que en condiciones de hipotiroidismo aumenta el número de espermatozoides
anormales. Cuando se restaura el eutiroidismo, se eliminan las alteraciones gonadales en
ambos sexos (Dittrich et al, 2011). En mujeres embarazadas con deficiencia severa de yodo,
se observa incremento en la concentración de tiroglobulina sérica como consecuencia de
hiperestimulación tiroidea como efecto compensatorio (Ravero et al, 2012).

La preeclampsia severa que conduce al aborto se ha corregido con dosis progresivas de


yodo en forma de levotiroxina y liotironina sódica (Inversetti et al, 2012), la administración
de yodo es otra excelente propuesta para estos casos.

Se ha comprobado que el yodo actúa como antioxidante y agente antiproliferativo


contribuyendo a la integridad de la glándula mamaria. Estudios en animales y en seres
humanos utilizando al yodo molecular (I2) como suplemento, han revelado un efecto
supresor en el desarrollo y tamaño tanto de tumores benignos como de malignos. Este
efecto se acompaña de una reducción significativa en la lipoperoxidación celular, efecto
atribuído a que el yodo se une a lípidos formando compuestos llamados yodolactonas,
compuestos que están presentes de manera natural en la tiroides y que han mostrado tener
efectos antiproliferativos, por lo que se considera que también desarrollan este importante
papel en el control de la proliferación celular en la glándula mamaria, por lo mismo, el
suplemento de I2 puede ser un adyuvante en la terapia del cáncer de mama (Aceves et al,
2005). El yodo activa mecanismos complejos por efectos indirectos vía rutas de
señalización y por efectos directos, en los que el yodo oxidado disipa el potencial de
membrana mitocondrial activando la apoptosis mediada por la vía de la mitocondria,
además de activar los efectos indirectos mediante la formación de yodolípidos, que activan
receptores para el proliferador peroxisomal tipo gamma, el cual a su vez dispara las rutas de
señalización que conducen a la apoptosis o a la diferenciación (Aceves et al, 2013) evitando
la proliferación. Se ha propuesto también que el yodo ejerce un efecto en la expresión
génica propiciando inhibición en la producción de estrógenos (Stoddard et al, 2008).

Al determinar la incorporación de yoduro (I-) y de yodo (I2) así como los efectos
apoptóticos y antiproliferativos de la 6-yodolactona (6-IL) en líneas celulares de próstata de
humanos, se observó que el efecto antiproliferativo fue dosis y tiempo dependiente. La
línea RWPE-1 fue la más sensible al yodo y a la 6-IL, mientras que la línea LNCaP fue más
sensible al yodo. En las 3 líneas analizadas, las dos formas de yodo, la molecular y la
conjugada, activaron la vía apoptótica intrínseca, aumentando el índice de las proteínas
BAX/BCL-2 y a las caspasas conductoras de la apoptosis. La suplementación alimenticia
con yodo inhibió el crecimiento de la línea tumoral DU-145 de ratón. Con estos resultados
se concluye que las células normales y las cancerosas de próstata incorporan yodo y
dependiendo de la forma química ejercen efecto antiproliferativo y proapoptótico tanto in
vivo como in vitro (Aranda et al, 2013).

Así, la administración de yodo por arriba de los 80 mg/día ha sido propuesta como una
terapia preventiva y resolutiva para el cáncer de mama y de próstata. El suplemento oral de
este halógeno activa la respuesta inmune antitumoral previniendo la progresión de
xenoinjertos de células basales y laminares mamarias (Mendieta et al, 2019).

INFORMACIÓN PARA PRESCRIBIR

FORMA FARMACÉUTICA Y FORMULACIÓN

PRESENTACIÓN

FARMACOCINÉTICA Y FARMACODINAMIA EN HUMANOS

El yodo ingresa al organismo a través de los alimentos en forma molecular (I2), iónica (I-) o
de sal, como yoduro de sodio (NaI) o yoduro de potasio (KI) o peryodato de potasio
(KPO4). Ingresa al torrente circulatorio en forma iónica y así viaja hasta las células que lo
requieren y que lo reconocen mediante el simportador Yodo/Sodio (NIS) que realiza un
transporte acoplado en el que al ingresar un yodo ingresa un sodio. En el caso de los
tirocitos, al ingresar el yodo, se oxida mediante la peroxidasa en presencia de peróxido de
hidrógeno (H2O2). Inicia su enlace con el aminoácido tirosina para formar
monoyodotironina (MIT), doble enlace diyotironina (DIT); si se unen una MIT con una
DIT se forma la triyodotironina (T3) y si se unen 2 DIT se forma la Tiroxina o
tetrayodotironina (T4). Una vez que cumplen su función son degradadas por las deiodinasas
(1, 2 y 3) que les eliminan el yodo, por lo que pierden su efecto. El Yodo puede volver a ser
reutilizado o bien se excreta tanto por orina como por heces fecales terminando su ciclo en
el interior del organismo.

El reciclaje del yodo en el tracto gastrointestinal incluyendo las glándulas salivales,


contribuye con el 23% de la reserva de yodo en el cuerpo. Las glándulas salivales, el
estómago y la tiroides comparten la capacidad de atrapar el yodo mediante el simportador
sodio/yodo (NIS) y la actividad de la peroxidasa, cuya función consiste en transferir
electrones del yodo al oxígeno del peróxido de hidrógeno (H2O2) protegiendo así a las
células de la peroxidación. El timo también tiene muy alta concentración de yodo, lo que
avala su importante efecto en el sistema inmune (Venturi y Venturi, 2009).

El yodo también ingresa a un gran número de células como en los cardiocitos, las células de
las glándulas mamarias y salivales; en muchas de ellas se ha descrito que se une a lípidos
formando compuestos como las yodolactonas que realizan numerosas e importantes
funciones, algunas de ellas forman parte de cadenas de señalización que impiden la
proliferación y/o inducen la apoptosis, encontrándose que destruyen a células cancerosas,
incluso se ha reportado que el yodo puede prevenir el desarrollo de cáncer de próstata y de
mama si se administra en concentraciones elevadas (Aceves et al, 2013).

Figura 5.- Ciclo del Yodo: El yodo ingerido a través de los alimentos en forma iónica
(yoduro: I-) (1) pasa del tracto gastrointestinal al plasma (2) y viaja por todo el organismo.
Parte de él es atrapado en la tiroides (3), oxidado (4) y enlazado a la tirosina para formar
monoyodotirosina y diyodotirosina (5) que se unen a la tiroglobulina (TG). El acoplamiento
de residuos de yodotirosinas forman la T3 y T4 (6). Las hormonas secretadas por la tiroides
se transportan al plasma (7). Algo de la T4 es desyodada para formar la T3 (8). Las
hormonas ejercen sus efectos en las células (9) y son desyodadas (mediante las deiodinasas)
(10). El yodo es reutilizado (11) o excretado por el riñón (12). Parte del yodo pasa por el
hígado (13) y excretado por heces fecales (14). Un segundo ciclo corre en la tiroides (15)
cuando se libera el yodo de las hormonas y se reutiliza sin abandonar la tiroides
(Modificado de Roussett et al, 2015).

El yodo que no forma parte de las hormonas tiroideas, se encuentra almacenado en diversos
órganos y tejidos como las glándulas mamarias, el proceso ciliar en el ojo, la mucosa
gástrica, en cérvix uterino, las glándulas salivales, la mucosa bucal, el timo, la epidermis y
el plexo coroideo, sin dilucidarse totalmente el papel que desempeña en ellos, aunque hay
numerosas investigaciones que permiten relacionar funciones del yodo en la regulación de
la respuesta inmune, en la fertilidad, en el crecimiento y desarrollo embrionario, en la
lactancia, como antioxidante y anticancerígeno, particularmente en el control del cáncer de
mama y de próstata. La correlación entre los diferentes tipos de estudios permite establecer
una interacción del yodo con la actividad del eje hipotálamo  hipófisis  glándulas
adrenales e hipotálamo  hipófisis  gónadas de una manera más sutil a como se realiza
en el eje hipotálamo  hipófisis  tiroides, pero igualmente vital.

Estudios con yodo radioactivo han determinado que el yodo atrapado por las células es
oxidado e incorporado orgánicamente. La tiroides contiene menos del 0.2% del yodo libre
en comparación con el yodo organificado, por lo que la tiroides que sí lo organifica llega a
tener hasta 500 veces más respecto al contenido de la sangre. Se ha calculado que el yodo
ingresado tiene una vida media de alrededor de 8 días y se excreta por los riñones en un
rango de 37 a 75% de la dosis administrada y menos por las heces fecales, variando de
acuerdo a la función renal y tiroidea del paciente.

PRECAUCIONES Y RELACION CON EFECTOS DE CARCINOGESESIS


MUTAGENESIS, TERATOGENESIS Y SOBRE LA FERTILIDAD.
Ninguna, por el contrario está generalmente indicado en estos casos.

VIA DE ADMINISTRACIÓN

Oral. De preferencia debe administrarse junto con las comidas principales.

DOSIS

La que el médico señale. Dosis siempre progresivas desde 1 hasta 6 tabletas diarias, según el
caso, la edad del enfermo y a criterio médico. Se aconseja suspender el tratamiento durante una
semana, después de cada 3 o 4 semanas del mismo.

ALTERACIONES DE PRUEBA DE LABORATORIO

Aumento significativo en los niveles de yodo proteico en sangre.

INDICACIONES TERAPÉUTICAS

El papel más ampliamente reconocido del yodo ha sido desde hace más de un siglo el de
microbicida y aunque su administración en patologías infecciosas ha sido muy
controversial, siempre han prosperado más las publicaciones a favor de su uso (Petersen,
1926). La administración de yodo en forma molecular (I2), iónica (I-) y de sales (NaI, IK,
IKPO4, etc.) está ampliamente indicada en los casos de deficiencia de yodo ya sea por
desnutrición, malnutrición o carencia en el hábitat (Eastman y Jooste, 2012). Al
administrarse en concentraciones desde 1 mg hasta 900 mg al día se ha reportado remisión
en hipotiroidismo/hipertiroidismo per se o a través de la síntesis de hormonas tiroideas. Se
utiliza como antioxidante ya que inhibe la lipoperoxidación (Many et al, 1991); Preventivo
y antiproliferativo de cáncer de próstata y de mama en concentraciones por arriba de 85 mg
diario (Aceves et al 2005; 2013); preventivo del desarrollo de tumores mamarios benignos
o malignos (Pisani et al, 1990; Minami et al, 1996); para el tratamiento de la preclampsia
(Inversetti et al, 2012); para tratamiento de fibroquistes en glándulas mamarias (Many et al,
1991; Patrick, 2008); para evitar disminorreas, infertilidad, abortos, nacimientos
prematuros, bajo peso en el recién nacido, lesiones neurales en bebés de madres que han
cursado con insuficiencia de yodo (Mansourian, 2013; Dunn, 1998; Poppe et al, 2007;
Chan et al, 2009; Cook y Green, 2010; Kim et al, 2011; Speller y Brodribb, 2012;
Reinblatt et al, 2013; Guzmán et al, 2014; Bath et al, 2015; Silva et al, 2018); para el
tratamiento de la mastalgia (Kessler, 2004); en falla cardiaca congestiva en mujeres
embarazadas (Stagnaro y Pierce, 2012); en mujeres embarazadas con aumento en la
concentración de tiroglobulina sérica (Ravero et al, 2012); como cardioprotector (Acorroni
et al, 2016; Kriebs, 2019); para prevenir o corregir las alteraciones del síndrome metabólico
(Finan et al, 2016; Crunkhorn, 2016); A nivel tisular, la hormona más activa es la T3 y su
derivado, la tiroamina; su blanco más relevante es el músculo cardiaco donde T3 tiene
efecto inotrópico positivo mientras que la tiroamina actúa como contrarreguladora ya que
tiene un efecto inotrópico y cronotrópico negativo por lo que el yodo o las hormonas
tiroideas se recomiendan en arritmias cardiacas (Zbigniew, 2017). A través de las hormonas
tiroideas, se incrementa la fisiología mitocondrial en el epitelio pulmonar, propiciando la
mejoría en la fibrosis pulmonar como se demostró en algunas investigaciones: la actividad
y expresión de la deiodinasa 2 (DIO2), enzima que activa a las hormonas tiroideas, está
aumentada en el pulmón de pacientes que desarrollan fibrosis pulmonar idiopática con
respecto a las personas normales y la actividad correlaciona con la severidad de la
enfermedad. En un modelo experimental de fibrosis pulmonar en ratones se observó el
mismo comportamiento de la DIO2. La administración de hormonas tiroideas en aerosol
aumentó la sobrevivencia de los ratones al mejorar la función de las mitocondrias del
epitelio pulmonar (Morris, 2018; Yu et al, 2018); para mejorar el metabolismo de
carbohidratos y evitar la hipertensión y las complicaciones cardiovasculares en los
pacientes diabéticos (Donaldson, 2012); para inhibir el crecimiento de células malignas en
tiroides y mama (Gärtner et al, 2010); como protector contra cáncer de próstata,
endometrio, ovario y mama (Stadel, 1976); para potenciar al sistema inmunológico (Stole,
1971; Weetman et al, 1983; Marani y Ventura 1986; Thrall y Bull, 1990; Venturi y Venturi,
2009; Perrota et al, 2015; Alamino et al, 2016; Bilal et al, 2017); como suplemento durante
el embarazo (Ershow et al, 2016; Greenhill, 2017; Singh y Sandhu, 2019). En forma
general se ha establecido que el yodo incrementa la producción de ATP, destruye parásitos
como virus, bacterias, hongos, elimina por competencia los otros halógenos que generan
toxicidad, regula la producción de estrógenos en el ovario, es mucolítico, es antioxidante ya
que destruye los radicales hidroxilo e hidrata a las células, previene/corrige cardiopatías, en
dosis de microgramos previene /cura el cretinismo y bocio y en dosis de miligramos cura
patologías como el cáncer, ginecológicas, Alzheimer y en concentraciones mayores, del
orden de gramos se ha utilizado con éxito en el tratamiento de sífilis, lesiones de la piel,
úlceras y enfermedades pulmonares crónicas (Cousens, 2017). La administración de yodo
favorece la síntesis de hormonas tiroideas lo que corrige alteraciones que se generan por
falta de ellas como en el síndrome metabólico y diabetes mellitus; por ejemplo, la T3
corrige las dislipidemias, esteatohepatitis, aterosclerosis, intolerancia a la glucosa y
obesidad, procesos que se han demostrado experimentalmente en ratones (Finan et al,
2016); para potenciar el neurodesarrollo (Núñez et al, 2017) y la correcta migración celular
y diferenciación en el desarrollo embrionario (Olivo et al, 2016).

CONTRAINDICACIONES

Pacientes hipersensibles al yodo. Hipertiroidismo

SOBRE DOSIFICACIÓN E INGESTA ACCIDENTAL, MANIFESTACIONES Y


MANEJO (ANTÍDOTO).

La persona intoxicada con yodo debe acudir a un centro hospitalario donde se realizará un
soporte de funciones vitales, principalmente asegurar buen funcionamiento de las vías
respiratorias. Como antídoto se utilizará carbón activado mediante una sonda nasogástrica,
lavado gástrico con almidón en agua para neutralizar el yodo.

REACCIONES SECUNDARIAS O ADVERSAS

Se ha observado yodismo ocasional manifestado por conjuntivitis, laringitis, cefalea que


desaparecen en el transcurso del tratamiento. En algunos casos se genera rinorrea y más
tardiamente acné, furúnculos, eritemas y a veces febrícula fugaz. Estudios con yodo
radioactivo han reportado que dosis muy elevadas pueden producir sialoadenitis, dolor en el
pecho, taquicardia, yododerma, comezón, salpullido, urticaria, hipotiroidismo,
hipertiroidismo, tirotoxicosis, hipoparatiroidismo, inflamación local. Supradosis que se
administran en pacientes generan reacciones adversas como depresión de la médula ósea,
anemia, leucopenia, trombocitopenia, discrasia sanguínea, leucemia, disfunción de las
glándulas lacrimales y salivales, edema cerebral y fibrosis pulmonar.

CONTRAINDICACIONES

No se administre en pacientes que muestren respuesta alérgica a alguno de los componentes


de la fórmula.

INTERACCIONES MEDICAMENTOSAS Y DE OTRO GENERO

La eficacia del yodo (probado con I131) puede disminuir cuando se administra junto con
ácido 3,5-diyodotiropropiónico, Levotiroxina, Liotiroxina, Liotrix.

RECOMENDACIONES DE ALMACENAMIENTO

LEYENDAS DE PROTECCIÓN

No se deje al alcance de los niños. Consérvese en refrigeración.

HECHO EN MÉXICO POR

Laboratorios Manuell S. A.
Jarciería No. 237, C.P. 15270. México, D.F.
MARCA REGISTRADA:
Registro No: 0038M81 S. S. A.
IPP:

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